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viernes, 29 de septiembre de 2023

Un golpe catastrófico

Hace cien años Miguel Primo de Rivera, empapado de populismo y nacionalismo, dio un paso que interrumpió más de un siglo de experiencias constitucionales e hizo muy difícil encontrar en España unas reglas de juego acordadas por la izquierda y la derecha.

Hace cien años, el 13 de septiembre de 1923, el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, publicaba un manifiesto empapado de nacionalismo y populismo. En él exigía que, tal y como demandaba el pueblo sano, se quebrara la legalidad vigente: para salvar a la patria de revolucionarios y separatistas, los corruptos políticos que se alternaban en el gobierno debían hacerse a un lado y dejar paso al ejército. El mensaje se aderezaba con expresiones machistas: “el que no sienta la masculinidad completamente caracterizada –decía—, que espere en un rincón”. Y estallaba en un “¡Viva España y viva el Rey!”. Día y medio más tarde, Alfonso XIII lo nombraba presidente de un inédito directorio militar. Con ese gesto arrancaba la primera dictadura española del siglo XX, que duró algo más de seis años y trastornó por completo la marcha del país.

Hasta la década de los noventa, entre historiadores y comentaristas cundía una imagen benévola de aquel régimen autoritario, tan simpática como la figura varonil y castiza del propio dictador. Muchos lo consideraban un paréntesis con escasas consecuencias, que ni siquiera había renunciado del todo a los principios liberales, y con múltiples efectos positivos. Al fin y al cabo, en los felices veinte coincidieron, para legitimar aquel mandato, la bonanza económica, un final victorioso de las campañas en Marruecos, el fomento de las obras públicas y la brillantez de las exposiciones internacionales de Barcelona y Sevilla. Su contraste con el interminable franquismo, erguido sobre una carnicería y una mísera postguerra, reforzaba ese halo.

Tras las valoraciones favorables subyacía asimismo la vigencia de las diatribas regeneracionistas que, al denigrar el sistema constitucional de la Restauración –controlado por oligarcas y caciques—, había facilitado una acogida expectante del pronunciamiento. Primo se erigía, con mejor o peor fortuna, en el cirujano de hierro destinado a extirpar el cáncer caciquil. Algunos de los especialistas más influyentes sostenían que el liberalismo dinástico estaba ya agotado y no quedaba otra salida, o que la militarada no significaba sino la continuación, por otros medios, del dominio oligárquico tradicional. Los paladines del monarca, que nunca escasearon, añadían que don Alfonso, ajeno a las conspiraciones, tuvo que plegarse a los deseos de la opinión pública y por eso traicionó la Constitución que había jurado defender. Los errores, si los hubo, quedaban perdonados por el patriotismo de los implicados, que evitó una temprana guerra civil y trajo un remanso de paz laboral.

Estas bendiciones encontraron algunos obstáculos, que han crecido conforme avanzaban los estudios sobre el periodo. El análisis de la vida política de la Restauración decantó juicios más ponderados, que junto a las prácticas fraudulentas y a la inestabilidad gubernamental destacaron su relativo respeto a derechos y libertades, como la de prensa, o su capacidad para integrar fuerzas diversas, del catalanismo conservador al reformismo republicano. La revitalización del parlamento, que abrió investigaciones sobre la desastrosa derrota frente a los marroquíes en Annual, o el avanzado programa del último gabinete liberal, que incluía reformas constitucionales y sociales, avalaban ese optimismo, e incluso una hipotética transición a la democracia. En cualquier caso, el triunfo del golpe no parecía ya inevitable, más aún cuando Alfonso XIII pudo abortarlo: con la mayoría de las guarniciones dispuestas a obedecerle, su temprano respaldo al gobierno y el castigo a los sediciosos habrían enderezado la situación. Pero el monarca desconfiaba del parlamentarismo, que consideraba caótico y débil ante las amenazas subversivas procedentes de Moscú, y que en España se atrevía además a poner en cuestión su propio manejo del ejército colonial. A la altura de 1923, compartía los valores de los golpistas y barajó convertirse él mismo en dictador.

Más aún, los análisis de la dictadura han revelado sus debilidades, como la incapacidad para alumbrar un nuevo marco institucional, causada por las discrepancias entre sus partidarios. O una nacionalización tan intensa como contraproducente. A partir de cierto momento, sus contrarios se multiplicaron con rapidez, desde los viejos liberales y los militares agraviados hasta los estudiantes rebeldes ante su política clerical o los catalanistas aplastados por una persecución inmisericorde. No hay duda de que la apuesta por Primo costó el trono a Alfonso XIII, descalificado no ya para encabezar una monarquía parlamentaria, sino también para retornar a la normalidad constitucional. A la caída del general, el republicanismo subió como la espuma. Pero los investigadores también han comprobado cómo a su sombra se consolidó una derecha españolista, católica y autoritaria, que nutrió el monarquismo durante la Segunda República y también un nacional-catolicismo franquista servido, no por casualidad, por sus cuadros políticos e intelectuales.

A menudo se han subrayado las diferencias entre el primorriverismo y las fórmulas fascistas. La dictadura española se impuso a través de un cuartelazo, no de la emergencia de un movimiento de masas; sus políticas fueron más conservadoras que totalitarias y, lejos de inaugurar una religión política, se conformó con apoyarse en la Iglesia. Primo de Rivera admiró la Italia de Mussolini y algunas de sus medidas se inspiraron en ella, como el dirigismo económico, pero en sus estructuras corporativas prefirió atraerse a los socialistas antes que fundar sindicatos oficiales. Definía así uno de los proyectos antiliberales y nacionalistas que recorrieron Europa, donde los fascismos tuvieron un papel secundario hasta la década de los treinta, aunque no debería despreciarse su influjo. Su hijo José Antonio terminó por acaudillar la versión española del fenómeno.

El centenario ha servido para dar a conocer trabajos muy valiosos sobre la etapa dictatorial. Saldrán más, y seguro que no faltan a la cita los partidarios de limpiar a Alfonso XIII de toda mácula o de ponderar las ventajas de un tirano benevolente. No vendrían mal, por ejemplo, más indagaciones sobre la corrupción de los primistas. Por ahora, podríamos afirmar que aquel pronunciamiento interrumpió experiencias constitucionales y civiles en vigor durante más de un siglo e hizo muy difícil hallar en España unas reglas de juego comunes, acordadas por derechas e izquierdas. Primo de Rivera y sus seguidores abrieron la caja de los truenos, pues rompieron el frágil equilibrio anterior y resucitaron la era en que los cambios de régimen se originaban en cuarteles y barricadas. Desde 1923, nadie se privó de recurrir a la violencia política, de nuevo una herramienta aceptable para alcanzar el poder. Lo intentaron liberales, conservadores, republicanos y monárquicos, todos con sus respectivos aliados castrenses. Lo acabarían logrando, no sin dificultades, quienes se sublevaron contra la República en 1936. Al menos por estas razones, en expresión de Mercedes Cabrera, el golpe que hoy conmemoramos debería verse como uno de los momentos catastróficos de nuestra historia.

Javier Moreno Luzón es historiador. Ha publicado recientemente El rey patriota. Alfonso XIII y la nación (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2023).

domingo, 25 de julio de 2021

_- La derrota de Annual, cien años de olvido

_- Hace un siglo, el Ejército español sufrió una de las mayores derrotas de su historia en Annual, una población perdida en la región marroquí del Rif. En 18 días, entre 8.000 y 13.000 soldados perdieron la vida frente a las tribus rifeñas. El desastre, que marcó el rumbo de las siguientes dos décadas trágicas en España, no está en la agenda ni del Estado marroquí ni del español, inmersos en la actual crisis diplomática

Este sol de julio se abalanza sobre la llanura marroquí de Annual con una brutalidad que contribuye a ponerse en la piel de los miles de soldados españoles caídos mientras huían desde aquí a Melilla. Aquella desbandada sucedió hace un siglo, entre el 22 de julio y el 9 de agosto de 1921. Muchos murieron de sed en sus fortines, los legendarios blocaos, asediados por los rifeños. Otros fallecieron tiroteados mientras intentaban huir. Y otros tantos, torturados después de entregarse a pocos kilómetros de allí, en el fuerte de Monte Arruit, con las orejas, las narices y los testículos mutilados.

El historiador Juan Pando escribió en su Historia secreta de Annual (Temas de Hoy, 1999): “Nunca, hasta entonces, había perdido la España contemporánea un ejército al completo. En bloque y de la forma espantosa —asesinado, en su mayoría, luego de capitular en sus posiciones—”. Y el periodista Manuel Leguineche, autor de Annual 1921. El desastre de España en el Rif (Alfaguara, 1996), se refirió a ella como “la peor guerra en el peor momento en el peor sitio del mundo (…). Una batalla que nadie quiso oír durante 75 años”.

Annual es una explanada cercana a una aldea de varios cientos de habitantes, a 60 kilómetros de Melilla en línea recta y a 50 de la ciudad de Nador. Ahí fue donde cayó el general Silvestre, el general más joven del Ejército español, con 50 años, que venía de fraguar una carrera heroica en la guerra de Cuba y presumía de tener tres testículos, como prueba eximia de su valor. Silvestre fue derrotado por un hombre que no presentaba ninguna experiencia militar: Abdelkrim el Jatabi (1882-1963), un traductor al servicio de España, colaborador del periódico español El Telegrama del Rif, que había sido nombrado en 1914 kadí kodat, o juez de jueces, en Melilla. O sea, la máxima autoridad judicial en “asuntos indígenas”.

La intención de Silvestre era conquistar Alhucemas, a 30 kilómetros de Annual en línea recta. Pero se vio emboscado por Abdelkrim y sus tropas huyeron en desbandada en dirección a Melilla. El camino quedó moteado por miles de cadáveres; entre 8.000 y 13.000. De aquel desastre afloró una radiografía de España que puso de relieve todos los males del país: un ejército corrupto, mal instruido y peor armado para las ínfulas coloniales que tenía; un monarca, Alfonso XIII, de vocación militar, que apoyó al general Silvestre como su gran favorito y después al general golpista Miguel Primo de Rivera como su tabla de salvación; y una clase política que no pudo depurar responsabilidades, a pesar de los intentos de diputados como el socialista Indalecio Prieto.

En medio de ese desastre, la dignidad del Ejército afloró en la figura del general de división Juan Picasso, tío del pintor malagueño. A él se le encomendó investigar qué ocurrió en Annual. Tras nueve meses de trabajo, presentó en el Congreso de los Diputados un informe de 2.433 folios, el famoso Expediente Picasso. Los numerosos testimonios que recogió hicieron que mucha gente volviera su cabeza hacia Alfonso XIII como uno de los principales responsables del desastre. Al verse en peligro, el rey auspició el advenimiento de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). Después llegó la República y Alfonso XIII partió al exilio. Y después Francisco Franco reclutó a cerca de 100.000 marroquíes para combatir a los españoles que defendían la Constitución de 1931. La mayoría eran rifeños. Y emplearon en la Guerra Civil la misma violencia que usaban y sufrían desde hacía décadas.

Todo ese cúmulo de desgracias se fue fraguando en esta llanura de Annual donde hoy apenas queda como recuerdo un pequeño monumento con la cara de Abdel­krim pintada y una placa escrita en árabe donde se lee: “Proteged vuestra historia”. Pero la historia del Rif está poco preservada. No hay un solo museo. En los manuales del colegio apenas se le dedica algún párrafo a la “epopeya de Annual”. La figura de Abdelkrim sigue siendo incómoda para Marruecos. Porque Abdelkrim fue el líder que consiguió unir a las tribus del Rif contra España y contra… Marruecos. Derrotó al Ejército español y creó una república independiente, entre 1921 y 1926. Después, España y Francia perpetraron los bombardeos con armas químicas contra la población civil de ese territorio.

Omar Lemallam, presidente de la Asociación Memoria del Rif, explica que el nombre de Abdelkrim solo se le ha puesto en el Rif a una escuela, un pantano, una avenida y un instituto. Añade que desde que se produjeron las protestas del llamado Hirak rifeño, a finales de 2016, se cortaron las ayudas para la memoria del Rif.

“El poder”, señala Lemallam, “cree que cuando se empieza hablando de Abdelkrim y de la resistencia se termina hablando de otras cosas”. Es decir, del sueño de un Rif autónomo o independiente. “Lo que hace a Abdelkrim tan importante”, continúa Lemallam, “no son las batallas que ganó, sino que consiguiera unir a tribus rivales para intentar construir un Estado moderno”.

Hoy, las tribus no tienen el peso que tenían en la cultura rifeña. Pero aún se distingue cada una por su acento, por la forma de pronunciar ciertas palabras. La figura de Abdelkrim, que nunca fue olvidada en el Rif, recobró fuerza con las protestas del Hirak. La mecha que encendió las manifestaciones fue la muerte en 2016 de un vendedor de pescado, triturado en un camión de basura cuando intentaba impedir que la policía le confiscara su mercancía.

Aquellas protestas empezaron con alegres cánticos que reclamaban hospitales, empleo y otras demandas sociales. Pero en vez de gritar “Dios, patria y rey”, tal como el Estado proclama en miles de murales, los rifeños coreaban “Dios, patria y pueblo”. Las manifestaciones terminaron con una represión jamás vista durante el reinado del actual monarca, Mohamed VI. Cientos de jóvenes rifeños acabaron encarcelados y otros huyeron en patera hacia España. Las cuatro figuras más destacadas del Hirak, incluido el personaje más carismático, Nasser Zafzafi, continúan en la cárcel, con penas de hasta 20 años, acusados de atentar contra la integridad del Estado. El Tribunal Supremo ratificó sus condenas en junio.

La única esperanza de que salgan Zafzafi y los tres activistas condenados consiste en que Mohamed VI les indulte. Algunos rifeños esperan que esa gracia real se otorgue con ocasión de la Fiesta del Cordero, prevista en torno al mismo 22 de julio, que marca el centenario de Annual. Otros temen que tardarán varios años en ser indultados.

Las fronteras terrestres de Ceuta y Melilla con Marruecos están cerradas desde marzo de 2020 a causa de la pandemia. A esa crisis sanitaria se le ha unido la tensión diplomática entre los dos países. Tensión que sobrevino después de que Marruecos intentase que el Gobierno español modificara su posición respecto al Sáhara Occidental y después de que el Ministerio de Asuntos Exteriores español autorizase en abril la acogida del líder del Frente Polisario, Brahim Gali, en un hospital de Logroño. El resultado es que no hay fecha prevista para abrir las fronteras. A pesar de que la población rifeña próxima a las ciudades autónomas españolas se ha manifestado en varias ocasiones para que se abran.

El historiador Vicente Moga, que nació en 1953 en las minas rifeñas de Uixán, bajo el protectorado español, y trabaja como director del Archivo General de Melilla, lamenta que se haya perdido en este centenario una ocasión para crear una “dinámica de conciliación entre los dos pueblos que se enfrentaron hace tanto tiempo”. Moga prepara la edición íntegra en cinco volúmenes del Expediente Picasso, que presentará en Melilla el 30 de octubre. Y anuncia que el 29 de julio se inaugurará en Melilla la exposición Cien años de soledad. Annual 1921-2021.

Moga afirma que los estamentos militares españoles siguen recordando Annual como una afrenta. Dice que prefieren hablar de la “reconquista” posterior del Rif antes que del “desastre”. “En Melilla estos estamentos solo hablan de panteones de héroes, mientras que en Marruecos apenas se divulga la historia de Annual”, lamenta el historiador. La foto de Abdelkrim sigue presente en muchas casas del Rif, de puertas adentro. Pero ya nadie suele reivindicar su legado en público. Un antiguo simpatizante de las protestas, que solicita el anoni­mato, resume lo que puede ser la opinión de otros muchos: “Yo ya no hago nada. Una cosa es defender tus principios… Y otra es suicidarse”.

Cien años después de Annual, el Majzén, que es como en Marruecos se suele aludir al palacio real, controla cualquier movimiento en la tierra de los descendientes de Abdelkrim. Al llegar a Annual, un Mercedes negro aparca detrás del coche de los autores de este reportaje. Dos hombres salen del automóvil. No son turistas y tampoco sienten la necesidad de identificarse, a pesar de que uno de ellos graba con su teléfono a los periodistas.

Al cabo de un rato se avienen a intercambiar impresiones. Comentan que, antes de que cerraran la frontera con Melilla, solían venir los fines de semanas autobuses desde esta ciudad para ver esa llanura. Cuando se les pregunta de qué vive la gente ahora en la zona, se ríen. Y después uno de ellos aventura: “De la agricultura”. Y el otro añade: “Pero la mayoría de los jóvenes sueñan con irse a España”. Y entre bromas pregunta: “¿Usted no tendrá un visado para mí?”.

El trauma que supuso Annual para España queda reflejado en la literatura con obras como La forja de un rebelde, de Arturo Barea; Imán, de Ramón J. Sender, o, por citar una más reciente, El nombre de los nuestros, de Lorenzo Silva. Entre las investigaciones históricas, algunas de las más divulgadas son Abrazo mortal, de Sebastian Balfour, y la biografía Abd-el-Krim el Jatabi, de María Rosa de Madariaga. La obra póstuma del historiador y periodista Jorge M. Reverte, El vuelo de los buitres (Galaxia Gutenberg), hace hincapié en la perspectiva de los rifeños.

El protectorado español en el norte de África (1912-1956) se dividía en dos zonas: una próxima a Melilla y otra a Ceuta. En medio quedaba Alhucemas, donde reinaba la tribu de Abdelkrim. El general Manuel Fernández Silvestre pretendía conquistar la anhelada ciudad que impedía ejercer un dominio total sobre el protectorado. El general había llegado en enero de 1921 hasta la explanada de Annual sin encontrar resistencia y creía que la victoria estaba al alcance de la mano. Pero el primer aviso de que su buena estrella estaba a punto de apagarse llegó el 1 de junio, desde el monte Abarrán, una posición avanzada, a nueve kilómetros de Annual. Aquel día, las huestes de Abdelkrim mataron a 24 soldados españoles. A Silvestre le informaron de que Abdelkrim estaba uniendo a varias tribus rivales, pero hizo caso omiso del dato.

El segundo y definitivo toque de atención llegó desde el monte Igueriben, que se atisba desde la llanura de Annual. Allí había desde el 7 de junio unos 350 soldados españoles. La fuente de agua más próxima estaba a cuatro kilómetros. Las fuerzas de Abdelkrim rodearon el blocao y lo atacaron el 17 de julio. Los españoles se quedaron muy pronto sin agua. Cuatro días después ya habían muerto 339. Llegaron tan pocos supervivientes a Annual y lo hicieron tan espantados que se produjo la desbandada.

Por los desfiladeros imponentes de Izumar fueron cayendo más y más soldados, perseguidos por las tropas de Abdelkrim. No se sabe si el general Silvestre fue alcanzado por alguna bala o se suicidó. La mayoría de los muertos era gente humilde, que no había podido librarse del servicio militar abonando una cantidad de dinero, como hacían miles de ciudadanos de la clase media. Los rifeños llamaban a aquellos soldados “los de los pantalones remendados” o “los comedores de sapos”.

España era un país en declive que había recogido las migajas coloniales que le dejaron en el norte de África el Reino Unido y Francia, recelosos cada uno de ellos del otro. A España se le encomendó gestionar su “protectorado” y modernizar la zona. Y al mismo tiempo se negociaba con las distintas tribus la explotación de las minas.

A 30 kilómetros de Melilla están las ruinas de las minas de hierro de Uixán, donde en su día había un poblado español. Ahora un niño pastor grita la palabra “arumis” cuando ve a los extranjeros, la misma palabra amazig con la que se designaba hace un siglo a los “cristianos”. La riqueza hace tiempo que desapareció.

Ahora, los herederos de los soldados rifeños de Abdel­krim en las inmediaciones de estas minas exhaustas viven de la agricultura y de las remesas que llegan de los emigrantes de Europa. “Otra gente se dedica al comercio de coches importados de Europa”, explica Lemallam.

En medio de aquella desbandada en el camino hacia Melilla apareció el regimiento de caballería Alcántara nº 14. Su jefe era el teniente coronel Fernando Primo de Rivera, hermano del futuro dictador Miguel Primo de Rivera. Este oficial y sus 691 hombres cubrieron la retirada de más de 3.000 soldados con el sacrificio de los que saben que van a morir. Cargaron en varias ocasiones contra un enemigo más numeroso y fallecieron casi todos. En 2013 este regimiento recibió de forma colectiva la Cruz Laureada de San Fernando, la mayor condecoración militar española. El escritor Arturo Pérez-Reverte lamenta que no se haya filmado ni una sola película sobre ellos. También existen voces críticas que señalan que aquel sacrificio “suicida” del regimiento no tenía ninguna lógica y reflejaba un desprecio por la vida propio de la época.

Algunos intelectuales rifeños familiarizados con Annual lo ignoran todo sobre el regimiento Alcántara. Y otros, como Huseín Bojdadi, coordinador del grupo Thawsna (cultura, en lengua amazig) para documentar el patrimonio oral en el Rif oriental, creen que los españoles le dan demasiada importancia a esa gesta.

En el fuerte de Monte Arruit es donde se vivió con mayor dramatismo el desastre de Annual. Allí, los supervivientes de Annual y los soldados que guarnecían el cuartel, en total unos 3.000, fueron cercados desde el 29 de julio hasta el 9 de agosto, a la espera de que las tropas de Melilla les auxiliaran. Cosa que nunca sucedió. Extenuados por los disparos del enemigo y la sed, la mayoría de los soldados se rindieron. Pero fueron asesinados, algunos decapitados, una vez que entregaron sus armas.

Sorprende al llegar a Monte Arruit que no exista ningún monte, sino una cuesta suave. En lo alto de ella se situaba el fuerte. Y ahora, en aquel lugar donde tantos españoles padecieron miedo y sed, hay un depósito de agua de la Oficina Nacional de Electricidad y Agua Potable, en donde ondea la bandera roja de Marruecos. Arruit tenía hace un siglo 500 habitantes y hoy tiene 50.000.

Huseín Bojdadi, vecino del pueblo, comenta: “Los españoles decían que la gente de la tribu de Arruit, la de los beni bu yahi, eran traidores. Pero no cuentan que ellos no respetaron los acuerdos con esta tribu. Algunos mandos abusaban de las mujeres. Eso es un dato importante que suele olvidarse. Y el otro es que, cuando los españoles se rindieron, entraron seis rifeños a requisar las armas. Y hubo soldados dentro que no querían rendirse y fusilaron a los rifeños”.

La historiadora Rosa María de Madariaga considera normal que los vecinos de Arruit intenten “blanquear” el comportamiento de los miembros de la ­tribu beni bu yahi. Aclara que quienes masacraron a los soldados desarmados no pertenecían a la resistencia rifeña al mando de Abdelkrim, sino a cabilas (tribus) de la región oriental, algunas de las cuales, como los beni bu yahi, “no eran ni siquiera berberófonas, sino arabófonas”. No obstante, De Madariaga asume que hay un “fondo de verdad” en la versión que se transmite en Arruit. “Que los oficiales [españoles] de la policía indígena violaban con frecuencia a mujeres de las cabilas es un hecho incuestionable. El socialista Indalecio Prieto denunciaba en un famoso discurso en el Parlamento en octubre de 1921 el caso de un capitán que había violado a cerca de ’50 mujeres moras”. Respecto al fusilamiento de los rifeños, la historiadora explica que se produjo cuando un grupo de unos 30 cabileños se acercaron al fuerte enarbolando banderas blancas, con la intención de parlamentar, y el pánico aumentó entre los asediados. “Fue entonces cuando se oyó la orden de disparar contra los que se encontraban ya a sus puertas, dejando el suelo sembrado por unos 50 cadáveres”, precisa De Madariaga. Y concluye que la matanza de soldados españoles, después de haber rendido las armas, “sería una venganza por aquel ametrallamiento de los beni bu yahi, que intentaban parlamentar con los españoles la rendición de la posición”.

Bojdadi añade que, a pesar de aquel hecho traumático, los ancianos de Arruit guardaban un buen recuerdo de los españoles. “Porque dejaron carreteras, colegios, nos enseñaron a cultivar… Aún hoy, cuando llevamos mucho tiempo sin que llueva, hay quienes dicen que es por venganza de los españoles. Y en cuanto a los jóvenes de aquí, ellos solo quieren llegar a España, porque la ven como El Dorado”, concluye.

De la presencia española va quedando cada vez menos rastro en el Rif. La generación de Nasser Zafzafi, de 41 años, apenas habla español. Pero los ancianos como su padre sí lo hablan. No obstante, en la plaza central de Alhucemas destaca el colegio español Melchor de Jovellanos. Allí ejerce de secretario el profesor de Historia Miguel Ángel Rodríguez Tato, que se confiesa muy interesado en la historia del pueblo rifeño. “Me atrae su anarquismo. Son muy indómitos. Esto ha sido una sociedad tan pobre que ni siquiera surgió una élite que pudiera vivir de los recursos de los demás. Por eso no hay ni castillos, ni palacios, ni fortalezas”.

El País Semanal