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jueves, 18 de octubre de 2018

Entrevista a Mirta Núñez, profesora de Historia de la Comunicación Social en la Universidad Complutense “En los campos de concentración franquistas se aplicó la venganza mediante el hambre y el hacinamiento”

Enric Llopis Rebelión

Allí se les recluía, reeducaba, torturaba y preparaba para el trabajo esclavo dentro de la “nueva” España fascista. El historiador Javier Rodrigo afirma que los campos de concentración comenzaron a abrirse en noviembre de 1936 (antes a los prisioneros de guerra “se les encarcelaba o se les asesinaba ‘in situ’”), y llegaron a sumar 180 (de ellos 104 estables). En el artículo “Internamiento y trabajo forzoso: los campos de concentración de Franco” (Hispania Nova, 2006), Rodrigo señala que estos campos de prisioneros comenzaron a cerrarse en 1939, aunque el de Miranda de Ebro (Burgos) se mantuvo hasta 1947. Rechaza eufemismos e interpretaciones blandas, hasta el punto de afirmar que España se convirtió durante aquellos años en “un enorme campo de concentración”.

En uno de estos campos, el de Albatera (San Isidro, Alicante), el profesor de la Universitat de València Ricard Camil Torres calcula que hubo entre 16.000 y 22.000 internos; “Las condiciones eran infrahumanas; allí todo era hambre, sed y miseria; 78 personas murieron de inanición durante el primer mes y 60 más de tifus”, detalla en el libro colectivo “Franquisme i repressió. La repressió franquista als Països Catalans” (Universitat de València, 2004). Los primeros reclusos llegaron –la mayoría desde el puerto de Alicante- a partir de abril de 1939; el campo de concentración fue clausurado en octubre. Empezó entonces el traslado en tren –“en condiciones inhumanas”- a la estación de Valencia, subraya Ricard Camil Torres. Según el historiador, en el campo de concentración de Portaceli (Valencia) los reclusos se encontraron con el hacinamiento, el hambre, la crueldad de los guardianes y falangistas que les forzaban a cantar el “cara al sol”; el campo de Portaceli cerró “cuando los últimos internos fueron a enfrentarse a los tribunales montados por los vencedores”.

En octubre de 2017 la Associació Stanbrook (Centre d’Estudis i Documentació de la Memòria Republicana) organizó las primeras jornadas sobre el campo de concentración de Portaceli; además la asociación ha producido un documental sobre este campo de internamiento. También la editorial L’Eixam ha publicado en 2018 el libro colectivo “El camp de concentració de Portaceli (1939-1942)”. Por otra parte, la profesora de Historia de la Comunicación Social en la Universidad Complutense, Mirta Núñez, ha impartido una conferencia sobre sobre el centro de reclusión organizada por el Aula d’Història i Memòria Democràtica de la Universitat de València. Núñez es autora del artículo “La doma de los cuerpos y las conciencias, 1939-1941. El campo de concentración de Porta Coeli”, publicado en 2012 en la revista Hispania Nova.

-En el artículo de Hispania Nova recoges la definición que hace Javier Rodrigo sobre Portaceli en “Cautivos. Campos de concentración en la España franquista, 1936-1947” (Crítica, 2005). Se trata de un “campo provisional” con la función de redistribuir presos a otros centros; dependía de la Jefatura de Campos de Concentración y Batallones Disciplinarios (JCCBD) -adscrita al Ministerio del Ejército-, una vez se suprimió la Inspección de Campos de Concentración de Prisioneros (ICCP).

El campo estuvo emplazado en el término municipal de Serra (Valencia) y data del final de la guerra civil, a partir de marzo de 1939; tiene además una vida breve, ya que deja de existir aproximadamente en 1941.


Hay diversas fuentes sobre la cifra de recluidos. Algunas –entre 6.000 y 8.000 internos- me parecen exageradas, pero había poca información; creo que el número debió de acercarse a los 2.000. Los campos que se constituyen en España tienen un primer objetivo: recluir a los soldados y oficiales vencidos -a los que muy pronto se divide- y ejercer sobre ellos un tratamiento de castigo y venganza por vías como el hambre, la suciedad y el hacinamiento. Este trato se aplicó también a la población civil derrotada, es decir, afectó no sólo a los combatientes que ya no disponían de armas sino también a su entorno familiar. Por esto era muy importante que el recluido tuviese el apoyo de sus familiares, por ejemplo en forma de comida y ropa limpia. Esta era una constante en Portaceli y en el resto de campos de concentración.

-¿Qué singulariza a este campo de internamiento? Porque, según Javier Rodrigo, más de 300.000 presos republicanos pasaron por estos “laboratorios de la Nueva España” durante la guerra, y cerca de 200.000 tras la derrota de 1939. Éste investigador recuerda las palabras del director de la cárcel modelo de Barcelona, Isidro Castellón, en 1941: un preso era la “diezmillonésima parte de una mierda”.

Coincidieron en un espacio diferentes establecimientos que compartieron la denominación de Portaceli; un monasterio-cartuja medieval fundado en el siglo XIII, que sobrevivió a la guerra civil; además la República comenzó a construir un sanatorio para tuberculosos, que no pudo terminar por la irrupción del conflicto bélico. Cuando éste finalizó, se implantó un campo de concentración con alambradas; se produjo una evolución, ya que el franquismo también le dio un uso de cárcel y sanatorio para prisioneros.

El campo de concentración de Albatera fue un primer “filtro” y, en la que medida en que se iba depurando a los vencidos, el de Portaceli constituyó un segundo “filtro”. Se trataba de un campo de clasificación, en el que no hubo mujeres recluidas; desde Portaceli se derivaba a los presos a otros lugares, aunque había internos que -por su estado de enfermedad- se quedaron en el sanatorio; éste fue muy importante ya que no existían muchos sanatorios-prisión para tuberculosos; otro ejemplo es el Castillo de Cuéllar, en Segovia. En la época hay, además, una explosión de la enfermedad de la tuberculosis por las circunstancias de la guerra, la falta de cuidados, de medicamentos y la voluntad de represaliar a los vencidos.

-¿Por qué destacas la figura de Emilio Tavera Domínguez?

Porque sobresalió como un mando “benévolo” en un entorno en que primaba el castigo y la arbitrariedad. Este capitán retirado de la Guardia Civil y reincorporado al ejército fue el segundo jefe del campo de concentración de Portaceli además de un referente en el cumplimiento estricto de la reglamentación. Intervino para impedir que los falangistas “liberaran” y pudieran depurar a presos republicanos del campo de concentración. Las huestes paramilitares, falangistas en este caso, pero que podían ser los carlistas en el norte de España, actuaban al margen –incluso- de la legalidad represiva que existía en la época. La acción de Tavera y otros pocos fue importante porque trataron de que prevaleciera lo jurídico frente al arbitrio privado de estos grupos, la utilización de la legalidad a favor de los “suyos”, “sus” protegidos, familiares y vecinos ricos. Escribió una carta a Franco dando cuenta de estos hechos.

-También subrayas la acción de capellanes y curas tanto en el campo de concentración como después, al transformarse en cárcel, para la adaptación física y psicológica de los internos. ¿Cómo fue la gestión del campo de concentración de Portaceli y la situación de los prisioneros?

Una gestión totalmente militarizada. Hay bastantes testimonios sobre la falta de agua, aunque otras voces señalan una cierta mejora respecto al campo de Albatera. En Portaceli los presos al menos contaron con una fuente para asearse y lavar la ropa; también hubo una intervención de los mandos para que los recluidos pudieran comer caliente, cuando al principio esto no era posible (la historiadora se hace eco en el artículo “La doma de los cuerpos y las conciencias” de las memorias de Sixto Agudo, militante del PCE detenido en Alicante en marzo de 1939 y enviado de Albatera a Portaceli: “Notamos un cambio sensible… Existía una mejor organización. La comida era caliente (…). También existía un pequeño botiquín, asistido por médicos prisioneros; pero, en su esencia, el régimen de internamiento era el mismo que habíamos vivido”; otra versión recogida por la autora es la del brigadista Theo Francos, quien estuvo en Portaceli tras pasar por los campos de Los Almendros y Albatera: “En este antiguo sanatorio las condiciones de internamiento son tan espantosas como en Albatera”; según el interno Isidro Guardia, “el que tiene algo de lo que le envían sus familiares, se mantiene regularmente bien”; de lo contrario “pasa mucha hambre”. Nota del entrevistador).


Fuente: Diari La Veu

-Por último, ¿qué testimonios consideras relevantes para acercarse a la realidad de este campo de prisioneros, sanatorio y cárcel? Citas al investigador Vicent Gabarda, autor de “Els afusellaments al País Valencià (1938-1956)”, que caracteriza al sanatorio para tuberculosos como “verdadero gueto donde dirigían a los presos desahuciados, con el fin de aislarlos de sus compañeros, más que para curarles”.

Por ejemplo la obra de Lluís Marcó i Dachs “Llaurant la tristesa. El campo de concentració d’Albatera i la presó de Portaceli” (Mediterrània, 1998); Lluís Marcó fue miembro del Consell de Sanitat de Guerra de la Generalitat de Cataluña y estuvo en Portaceli. Hay también referencias a que, dadas las circunstancias en que llegaban los soldados y permanecían los reclusos -condiciones terribles y en algunos casos con tuberculosis muy avanzada-, estos reclamaron atención médica. Sixto Agudo cuenta en sus memorias que de manera muy excepcional el doctor Peset Aleixandre, recluido en Portaceli antes de ser fusilado, pudo dispensar alguna atención a los enfermos (Mirta Núñez afirma en el artículo “La doma de los cuerpos y las conciencias” que el hecho de tener una enfermedad y más de 50 años mermaba sustancialmente la esperanza de vida; los periodos de hambre y frío –por ejemplo el final de la guerra y el comienzo del invierno- también incrementaron la mortalidad. Nota del entrevistador).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.