“No sé si hay un ecologismo infantil pero sí creo que hay un desarrollismo senil”
Autor de la obra clásica Ecología económica (1987), que ha influenciado a toda una corriente de investigadores y militantes ambientalistas y ecosocialistas, el catalán Joan Martínez Allier explora desde hace cuatro décadas la dialéctica entre las necesidades humanas, los conflictos sociales y las condiciones ecológicas en unos estudios donde convergen la critica de la economía política, la antropología social, las leyes de la termodinámica y las ciencias de la vida.
Esta entrevista recorre las pistas de un pionero fundamental en estos tiempos en los que los modelos de desarrollo vuelven a ser parte de la discusión central en América Latina.
¿En sus trabajos de campo en Cuba y en Perú, en los años 70, las referencias sobre la cuestión campesina apelan al debate de un marxismo abierto, pero todavía clásico, y de la antropología social: Chayanov (1), Eric Wolf (2), etc. Pero usted cita también a Karl Polanyi. Concretamente, ¿cual ha sido el puente entre este tipo de debates, de economía agraria, y el discurso ecológico?
En esa época yo vivía con una antropóloga, Verena Stolcke. Por otro lado, en Perú entre en contacto con gente que hacia antropología ecológica, como el gran especialista de las culturas andinas John Murra, antropólogo estadounidense de origen rumano que participó en la Guerra Civil española en las filas republicanas. Él se preguntaba sobre el funcionamiento de los intercambios en sociedades sin mercado o con mercados periféricos, como después de la conquista española. Estos intercambios eran absolutamente necesarios desde el punto de vista ecológico en cualquier sistema montañoso, porque una comunidad no puede vivir de los productos de un solo piso ecológico. En 1971-72, en Perú estuvo un antropólogo estadounidense de Amherst, Brooke Thomas, quien estudiaba las calorías que circulaban entre estos distintos pisos ecológicos. Me interesé mucho por ese tema y además había hecho cursos en economía de la alimentación. Así fue como me convertí en uno de los pocos economistas capaces de contar calorías y proteínas, porque hay muchos economistas que se dedican a lo metafísico y no hablan de este tipo de cosas. Así es como accedí a la antropología ecológica, leyendo también los textos clásicos, el libro de Roy Rappaport, Pigs for the Ancestors (Cerdos para los antepasado. El ritual en la ecología de un pueblo en Nueva guinea) y justo coincidió con la crisis petrolera de 1973. Recuerdo que daba unos cursos de antropología económica en la universidad de Campinas, en Brasil, y todo el mundo empezaba a hablar de energía.
Es interesante, porque su trayectoria hacia la economía ecológica no pasa directamente por una critica de tipo epistemológico de los modelos económicos ortodoxos o marxistas, sino más bien por el camino de una antropología ecológica muy concreta…
Sí, yo además tenia una cierta sensibilidad política por el tema de la autonomía de las comunidades campesinas, una sensibilidad de tipo populista en el sentido ruso, de los “narodniki” (3). En esa época Eric Hobsbawm estuvo en Perú y yo había leído sus escritos sobre Andalucía, un capítulo de Rebeldes primitivos con el que yo no estaba del todo de acuerdo. Hobsbawm pensaba que los campesinos eran un tipo de “rebeldes primitivos” y que la verdadera vanguardia era el proletariado industrial y el partido de los proletarios. Yo no era estrictamente anarquista pero estaba muy influenciado por la historia de Cataluña y también por la gente de Ruedo Ibérico, que estaba dirigido desde París por un anarquista exiliado, Pepe Martínez. Así que estaba muy abierto a una sensibilidad, por así decirlo, antileninista. Además, en esa época en Perú había una fuerte influencia del gran intelectual comunista José Carlos Mariátegui, quien en el momento más estalinista de la Internacional Comunista había sido acusado de populista, también en el sentido ruso del término. Hubo, entonces, en mi experiencia en los Andes, además del tema de la antropología ecológica el de la resistencia “antimoderna” de las comunidades indígenas, como los huasipungueros en Ecuador o los huacchilleros en Perú, que vivían dentro del sistema de hacienda pero que no eran siervos de tipo feudal, sino campesinos que se resistían a la modernización capitalista, que no querían dejar la hacienda.
Cuando llegaron ideas de modernización, por ejemplo con el presidente Galo Plaza en Ecuador, a inicios de los años -60, se trato de “emanciparlos” de las haciendas para racionalizar el explotación de la tierra y los campesinos indígenas se resistían a eso en nombre de sus derechos de propiedad ancestrales, de su derecho a la autosubsistencia y a su propia cultura. En los años 70, la izquierda marxista peruana (y latinoamericana en general) era antiindígena y percibía todo en términos de clases sociales, de campesinos y no de indígenas. Las cosas comenzaron a cambiar con autores como Alberto Flores Galindo (4) –todo esto está en mi libro Los huacchilleros del Perú– y creo ello está ligado al hecho de que soy catalán, porque me emocioné cuando encontré estas personas que hablaban su propio idioma y luchaban por conservarlo.
A partir de esto, ¿cómo vuelve a los problemas mas teóricos de la critica ecológica de la economía política?, ¿Cómo descubre a autores como Georgescu-Roegen (5), por ejemplo? ...
¿Por qué es importante la segunda ley de la termodinámica desde el punto de vista de la economía ecológica?
¿Qué piensa usted de la noción de “huella ecológica”?
La ecología de los pobres
Otro de sus grandes temas es la ecología de los pobres, sobre todo en los países del Sur. Por ejemplo el caso de las mujeres que luchan por defender el manglar.
¿Usted dice que la ecología de los pobres existe desde hace dos siglos?
Seguir aquí.
(Original en Marc Saint-Upéry: "The Anarchist")
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domingo, 14 de febrero de 2010
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