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viernes, 16 de septiembre de 2016

“Leer mala literatura es como comer comida basura” Elizabeth Strout, premio Pulitzer 2009, publica 'Me llamo Lucy Barton', una novela que exuda vida sobre familia, incomunicación y clasismo.

Es inevitable establecer paralelismos entre Elizabeth Strout (Maine, 1956) y Lucy Barton. Las dos son escritoras, las dos son de provincias y viven en Nueva York, las dos están separadas y vueltas a casar… Pero en este caso, no se puede borrar la línea que separa realidad y ficción porque Strout, premio Pulitzer 2009 por la televisiva Olive Kitteridge, no ha pretendido sumarse a la moda de la autoficción con Me llamo Lucy Barton (Duomo), una deliciosa novela que exuda vida sobre la familia, la incomunicación, el amor imperfecto y, por encima de todo, la humillación y el clasismo.

“Mi padre era científico en la universidad, mi madre profesora de inglés, pero, ¿sabe? durante mucho tiempo tuve trabajos precarios, fui camarera, vendedora de colchones y conocí a mucha gente humilde. Hay muchos pobres en EE UU que no veo representados ni en la literatura ni en otros aspectos de la vida”, explica Strout, de visita en Madrid. “En este caso, quería contar cómo cada pueblo tiene una familia que vive en el ostracismo, así que puse a Lucy a viajar por las diferentes clases sociales de América”.

Nacida en una familia paupérrima de una aldea de Illinois, la protagonista y narradora de este libro es la encarnación del sueño americano. Hija de una costurera y un torturado excombatiente de la II Guerra Mundial, su vida está marcada por una infancia de pobreza y estigmatización. Vivió en un garaje. Sin agua caliente, sin calefacción. Pasaba tanto frío en ese mísero hogar que, acabadas las clases, se quedaba en la escuela aún a riesgo de ser despreciada por sus compañeros: “Vuestra familia da asco”. Y leía. Leía porque los libros le hacían compañía. Y le dieron una beca. Y pudo estudiar en la universidad. Y ahora, ya en los años ochenta, es escritora, tiene dos hijas, lleva una vida acomodada y se recupera en el hospital de una operación de apendicitis que se ha complicado. Su madre se presenta a verla después de años distanciadas. Durante cinco días hablan de sí mismas sin hablar de sí mismas, a través de la vida de otros. O, si se quiere, callan de forma elocuente. Lucy es incapaz de profundizar en su pasado; su madre, como las de aquella generación, de decirle “te quiero”.

"No nací con un talento especial para escribir pero sí para ver y para intuir"

Novelista de urgencias

Podría decirse que la novela, que ha conquistado a miles de lectores en América, nace de la ansiedad. Strout es una novelista de urgencias. No trabaja en orden cronológico. Escribe como quien hace puzles desde que un buen día se percató de que tenía tres horas al día para ella y decidió: “Tres horas, tres páginas”. Y empezó a parir a mano escenas cortas que dejaba esparcidas en su escritorio. “Fue muy interesante, porque descubrí que si trasladaba al papel lo que sentía más urgente en ese momento —la canguro se retrasa, mi marido tiene una aventura—, si era capaz de trasladar esa ansiedad a un personaje, entonces tenía una escena que cobraba vida. Fui haciéndolo un día tras otro y vi que muchas de ellas conectaban entre sí. No necesito tener una trama, porque así al final siempre emerge”.

Strout empezó a escribir con cuatro años, animada por su madre, una escritora frustrada que le compraba libretas para que reflejara en ellas los hitos infantiles de cada día. “No creo que naciera con un talento especial para escribir pero sí para ver e intuir”, dice con humildad. “Tuve que aprender la artesanía de la escritura para expresar eso que veía y sentía”. Aprendió a fuerza de perseverancia y de lecturas. Y no de cualquier cosa: “Para escribir bien es esencial leer buena literatura. Por eso vuelvo siempre a los clásicos: aguantan el paso del tiempo. Leer mala literatura es como comer comida basura”, sentencia.

"La literatura debe hacer que la gente no se sienta sola y nos vuelve más empáticos"

La Pulitzer de Maine no recuerda haber querido ser otra cosa que escritora. Pero a nadie le interesaba su trabajo y tenía cierta conciencia social. “Así que estudié Derecho, que, a la larga, yo creo que me ha venido bien porque me ha ayudado a frenar la emocionalidad que siempre he chorreado al escribir. El caso es que era una abogada terrible. Pero la carrera me abrió las puertas del departamento de Inglés de la universidad y empecé a dar clases”. Por las noches, seguía escribiendo. “Cada vez que pensaba en rendirme me decía: ‘Si así no funciona, puedo darle una vuelta y reescribirlo de esta otra manera”, cuenta. Y a base de reescribir y reescribir cantó línea a los 43 años cuando logró publicar su primer libro, y bingo cuando conquistó el Pulitzer, que aparte de una inmensa alegría le procuró un “lectorado serio” y fiel.

Su éxito es una literatura comprometida con la vida y enemiga del maniqueísmo que busca la comprensión del otro. “La literatura nos puede hacer más empáticos”, dice Strout. “La literatura debe hacer que la gente no se sienta sola”. Acompañó a Lucy Barton. Y acompaña también Strout.

UNA ESCRITORA DE RECONOCIMIENTO TARDÍO M. M.

Elizabeth Strout nació y se crió en pequeñas localidades de Maine y vive, desde hace años, en Nueva York. Novelista y escritora de cuentos, estudió Derecho y trabajó de abogada durante seis años antes de dejar el oficio y dedicarse a dar clases en la Universidad. Escribía en sus ratos libres y difundía algunos de sus trabajos en revistas literarias. Hasta los 43 años no logró publicar su primer libro.

Además de Me llamo Lucy Barton (2016), ha firmado las novelas: Amy e Isabelle (1998), Abide With Me (2006), Los hermanos Burgess (2013), que será llevada a la televisión por Robert Redford, y Olive Kitteridge, por la que conquistó el premio Pulitzer en 2009. Esta obra fue convertida en serie por HBO y ganó 8 premios Emmy en 2015