Hace unas semanas ya comenté el origen y algunas de sus propuestas (aquí). Mencioné cómo su aparición en la escena mediática y política no había sido casual, sino alentada por el dinero. Mostré su mala educación, su violencia verbal y gestual, el desprecio hacia sus oponentes, a quienes insulta y ataca con toda clase de improperios y sobre los que miente sin descanso. Y también comenté algunas de sus medidas estrella, como establecer mercados para comprar y vender órganos humanos.
Ahora que ha pasado a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales es buena oportunidad para comentar brevemente las contradicciones y el cinismo de su ideología, pues la presenta a la opinión pública como lo que no es.
Milei se declara como libertario, un término que, según la Academia de la Lengua, define a quien “defiende la libertad absoluta y, por lo tanto, la supresión de todo gobierno y de toda ley”. Sin embargo, no reconoce y, por tanto, no condena lo que hicieron los militares argentinos: utilizar el Estado para imponer una dictadura que les permitiera acabar con toda disidencia, torturando o incluso quitando la vida a miles de compatriotas. De la misma manera que dice ser enemigo de la deuda, pero oculta que la argentina procede, justamente, de la época de esa dictadura, cuando los militares ladrones la multiplicaron; en ocasiones, mediante créditos corruptos que ni siquiera llegaron a Argentina y que, desde luego, no utilizaron en beneficio general de su pueblo.
Milei no es liberal, como dice, porque no defiende la libertad, sino que es su enemigo pues no la reconoce ni respeta para los que piensan de modo diferente. Y porque no es, en realidad, partidario de la mínima intervención del Estado, sino de su utilización como instrumento contundente para conceder más privilegios a quienes ya de por sí disponen de mayor cantidad de recursos. Tal como hicieron, antes que él, Margaret Thatcher o Ronald Reagan, o como hacen ahora cuando gobiernan los que igualmente se llaman libertarios. Basta ver los datos inequívocos de la distribución de la renta tras sus gobiernos.
Milei y sus seguidores no respetan, como dicen, el derecho de propiedad, porque no lo respeta quien se apropia de lo que no es suyo. Tal y como ocurriría si se llevaran a cabo algunas de las medidas que han propuesto tanto el candidato como sus seguidores. Por ejemplo, privatizar el mar o las ballenas y, en general, los recursos comunes.
Con este tipo de propuestas privatizadoras, es Milei quien se convierte en enemigo de la propiedad porque, de hacer algo así, estaría usurpando recursos muy valiosos a sus auténticos dueños. La propiedad que hay que respetar no es sólo la privada, sino también la común o colectiva. ¿Acaso quien roba el ascensor de un bloque de viviendas, propiedad de todos sus vecinos, no es un ladrón por el hecho de que sea propiedad común de todos ellos?
Plantear que se privaticen los recursos naturales comunes es un robo porque ninguno de ellos nos ha sido dado a ningún ser o grupo humano en singular; es la humanidad en su totalidad -las generaciones actuales y las futuras- quien está llamada a disfrutar de todos ellos, pero como en préstamo, ni siquiera como dueña. Y, por tanto, ningún ser humano tiene capacidad o legitimidad para asignar su propiedad a nadie en particular.
Milei quiere privatizar lo que es común y lo hace haciéndonos creer que sus preferencias inhumanas, como la de poder comerciar con bebés u órganos vitales, sus principios egoístas e insolidarios (acabar con las ayudas a quien nada tiene), su rechazo a la libertad de quien no piensa como él y su sentido privilegiado de la propiedad, son los valores comunes a toda la sociedad. Quiere que el mar que es de todos sea propiedad de unos pocos, y que el mal que defienden unos pocos sea socializado y asumido por todos.
Espero que el pueblo argentino recuerde cuando vote el próximo día 19 lo que decía el sabio Leonardo da Vinci: «Quien no castiga el mal, ordena que se haga».