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jueves, 17 de octubre de 2024

_- Los secretos sobre nuestro cerebro que reveló uno de los más singulares y ambiciosos estudios jamás realizado

_- La historia comienza en una habitación subterránea con poca luz, con nubes arremolinadas de aire helado y filas de frascos de vidrio que se extienden hasta donde alcanza la vista.

Dentro de esos 700 contenedores hay algo inesperado: cada uno alberga un cerebro humano perfectamente conservado.

Corría el año 1991 cuando un joven e inexperto neurocientífico llamado David Snowdon conoció a la hermana Mary, una monja muy inusual.

Al igual que muchas otras, se vestía de pies a cabeza con un hábito tradicional en blanco y negro. Era eternamente optimista, rara vez ociosa.

Pero lo que sorprendió a Snowdon fue que la hermana Mary, a sus 101 años, tenía una memoría nítida.

Aún no sabía que había algo extraordinario en ella, algo que la distinguía de las demás monjas.

Desde 1986, Snowdon había estado inmerso en uno de los más singulares y ambiciosos jamás realizados, que empezó en la Universidad de Minnesota y fue transferido a la Universidad de Kentucky en 1990.

Con su equipo, había viajado por todo Estados Unidos, visitando conventos de la congregación las Hermanas Escolares de Nuestra Señora, persuadiendo a 678 monjas para que participaran.

"Normalmente no pondrías un convento de monjas y la ciencia juntos, pero esto es oro", le dijo la neurocientífica Julia Ravey a la BBC.

"Lo que realmente hay (en un convento) es una población de control, que es de lo que se trata la ciencia. Queremos controlarlo todo, queremos controlar lo incontrolable".

El estudio de las monjas
La hermana Esther, de 106 años, riéndose con Snowdon, durante un juego de cartas en el convento. Fuente de la imagen,Getty Images Pie de foto,
David Snowdon con un cerebro en las manos

Fuente de la imagen,Getty Images

Pie de foto,David Snowdon con la colección de cerebros de donantes para su estudio realizado con la colaboración de las Hermanas Escolares de Nuestra Señora.

La hermana Esther, de 106 años, riéndose con Snowdon, durante un juego de cartas en el convento.
Para el ahora famoso "Estudio de las monjas", cada hermana accedió a completar una serie de pruebas que repetirían año tras año hasta que murieran, con la esperanza de que revelaran secretos de la longevidad.

¿Cuándo empezarían a fallarles los cerebros y con qué rapidez podrían decaer?

"A las hermanas se les hizo algo que llamamos un 'mini examen del estado mental'", explica Ravey.

Una vez completado, cada monja tenía una puntuación: cuanto mayor era la puntuación, más sana era su mente.

La mayoría de las personas obtendría 30 de 30 si tuvieran una cognición completamente sólida.

Así que querían ver cómo cambiaba esta puntuación con el paso del tiempo.

Después de interrogar a cientos de mujeres durante muchos años, Snowdon tuvo un conjunto de datos magnífico.

Pero la joya de esta corona era un notable gráfico que indicaba la edad, a lo largo de la parte inferior, y la capacidad cognitiva medida de 0 a 30 puntos en el costado.

Monja haciendo escultura Fuente de la imagen,Getty Images Pie de foto,

Las monjas son un grupo de estudio ideal porque tienden a llevar una vida sana, por lo que los efectos naturales del envejecimiento son más fáciles de medir.

El equipo de Snowdon había recopilado todas las puntuaciones en una página con resultados sorprendentes.

"Una vez que trazas todos estos puntos en un gráfico, tienes líneas y líneas de puntos y puedes ver muchos grupos en la parte superior izquierda del gráfico".

Correspondían a las que habían tenido el mejor desempeño, cientos de monjas de 70 y 80 años que obtuvieron entre 25 y 30 puntos en sus pruebas. Una fuerte señal de que sus cerebros funcionaban bien.

Cayendo por la página como confeti, había otro grupo de puntos debajo de esos.

Eran las personas que no podían recordar eventos muy recientes.

"Es posible que recordaran cosas de su pasado, pero su sentido del tiempo y el lugar era deficiente; no podían responder preguntas muy sencillas que uno esperaría que la gente supiera".

Algunas de estas mujeres tenían entre 80 y 90 años, así que tal vez sea de esperar una disminución cognitiva, pero algunas tenían una puntuación de 0.

Snowdon conocía la teoría de "úsalo o piérdelo", y ahí estaba la evidencia de que la función cerebral, una vez perdida, era irrecuperable.

Pero este gráfico le mostraba algo más. Algo insólito.

Un sorprendente misterio

Gráfico inspirado en el del estudio de Snowdon
Un solo punto se destacaba en ese gráfico, muy por encima del resto.

"La hermana Mary está justo en la parte superior derecha del gráfico. Y aquí es donde realmente me emociono, porque es un punto atípico de la tendencia general de que cuanto más viejo te haces, más baja es tu puntuación", señala Ravey.

Ella siempre iba a estar en el lado derecho del gráfico debido a su edad: era una de las dos únicas participantes en todo el estudio que tenían más de 100 años.

Pero la hermana Mary está en un cuadrante únicamente para ella, flotando sola muy por encima de muchos de los otros puntos.

El gráfico le decía a Snowdon que a los 101 años, tenía la función cerebral de alguien 20 años más joven.

"¿Qué estaba pasando en su cerebro?".

Volvamos a esas filas de frascos de vidrio en el congelador subterráneo, pues todos esos cerebros son parte de la investigación de Snowdon.

Para entender realmente en qué se diferencia un cerebro de otro, hay que sostenerlo en las manos.

"Para algunas personas, la idea de donar un cerebro puede resultar un poco incómodo a pesar de que, técnicamente, es solo otro órgano. ¿En qué se diferencia de un corazón o de un hígado? Pero sentimos que somos nuestros cerebros. El cerebro es la persona", explica la neurocientífica.

Eso fue evidente cuando Snowdon hizo la petición frente a una gran congregación de monjas. Hubo un gran silencio hasta que una voz resonó fuerte y clara.

"Por supuesto, te daré mi cerebro".

Y así, cuando la hermana Mary murió a las 6:45 p.m. del 13 de junio de 1994, Snowdon y su equipo se tomaron un momento para presentar sus respetos y llorar la pérdida de la mujer cuya mente había estado casi intacta hasta el día de su muerte, antes de comenzar la labor de comprender qué la había hecho tan especial.

Izq. cerebro sano de monja de 90 años; der. cerebro de monja de 89 años con Alzheimer Pie de foto,

Los cerebros de quienes sufrieron de Alzheimer son más livianos, porque las células mueren y se hacen huecos. (Izq. cerebro sano de monja de 90 años; der. cerebro de monja de 89 años con Alzheimer).

"Inmediatamente, los investigadores notaron algo muy diferente en el cerebro de la hermana Mary.

"Pesaba 870 gramos, uno de los cerebros de menor peso: solo cinco de los 117 que tenían en ese momento pesaban menos.

"Lo que un bajo peso cerebral nos indica -explica Ravey- es que ha habido mucha muerte de células cerebrales, y encontraron placas y también ovillos".

Snowdon y el equipo se sorprendieron de que el cerebro estuviera profundamente dañado, las placas retorcidas y los ovillos de tejido proteico les indicaron que la hermana Mary tenía demencia avanzada.

Pero, ¿cómo podía ser posible?

¿Cómo podía alguien no mostrar signos de deterioro cognitivo en la vida a pesar de tener un cerebro que había sido físicamente devastado por la enfermedad?

La autobiografía como predictor
Una teoría para explicar todo este caso es la llamada reserva cognitiva.

Los cerebros están conectados por un conjunto de neuronas protectoras que, si se ejercitan mediante el aprendizaje permanente, podrían compensar el daño causado por el Alzheimer.

Esas neuronas, en cierto sentido, funcionan como parches alrededor de placas dañinas y ovillos de enfermedades.

Pero todo esto plantea otra pregunta: si algunos cerebros están físicamente conectados para protegerse contra los signos de deterioro cognitivo y otros no, ¿podría ser posible determinar quién desarrollará demencia mucho antes de que aparezcan los síntomas?

La doctora Suzanne Tyas, ahora es profesora asociada en la Universidad de Waterloo, pero era una estudiante de posgrado cuando se unió al equipo de Snowdon para trabajar en algo nuevo y emocionante, algo que se había descubierto en el sótano de un convento, en dos archivadores oxidados de color verde oliva.

Desde el exterior, parecían modestos, pero por dentro, contenían una mina de oro para la investigación.

"Eso incluía cosas como los boletines de calificaciones de la escuela secundaria, la cantidad de idiomas que hablaban. Pero sobre todo unos ensayos autobiográficos que estas jóvenes escribieron antes de hacer sus votos perpetuos para entrar en el convento".

Escondidas entre los ensayos había pistas sobre las monjas, su nivel de educación, vocabulario y conocimiento general.

No había medidas directas que se pudieran trazar, por supuesto, pero el equipo decidió evaluarlos por medio de lo que llamaron la densidad de ideas: el número de ideas distintivas por cada 10 palabras escritas.

He aquí un ejemplo en el que dos monjas describen sus circunstancias.

Una escribió, al describir a su familia: "Hay 10 hijos en mi familia, 6 son chicos, dos son chicas. Dos de los chicos están muertos".

La sintaxis es simple. Va al grano, es poco expresiva y compacta.

Compárala con esta otra, que transmite el mismo tipo de información, pero de una manera dramáticamente diferente.

Empieza diciendo: 'El día más feliz de mi vida hasta ahora ha sido mi primera comunión'. Y termina con la frase: 'Ahora estoy vagando por Dove's Lane esperando solo tres semanas más para seguir las huellas de mi esposo, atada a él por los santos votos de pobreza, castidad y obediencia'".

Hay una diferencia en la forma en que estas y las otras mujeres se expresaban en su juventud. Algunas describían vidas interiores complejas y ricas, mientras que otras eran planas e incoloras.

Y ahora viene la parte asombrosa.

Una clave crucial: lo que las monjas escribieron antes de hacer los votos.

"Esa primera hermana con un lenguaje muy sencillo llegó a desarrollar la enfermedad de Alzheimer. Mientras que a la segunda hermana se le dio seguimiento, y no".

Cuando Snowdon y su equipo comenzaron a comparar las puntuaciones más altas en estos primeros escritos con el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer en la vida posterior, comenzó a surgir un patrón.

Las hermanas que habían escrito ensayos con alta densidad de ideas y complejidad gramatical parecían esquivar los síntomas más tarde en la vida.

Sus recuerdos y habilidades lingüísticas permanecieron intactos.

A medida que el equipo examinaba más de cerca estas páginas, su asombro no hizo más que crecer.

Los ensayos escritos por estas hermanas cuando tenían alrededor de 20 años podrían usarse para predecir con una precisión del 85 al 90% qué cerebros desarrollarían la enfermedad de Alzheimer décadas después.

"Me dan ganas de desenterrar mis viejos ensayos de la escuela secundaria y la universidad del sótano de mis padres, pero casi tengo miedo de mirar", confiesa Tyas.

Para la posteridad
Parecía que la autobiografía de la juventud podía tener un poder profético inimaginable, pero también planteaba el dilema del huevo y la gallina.

¿La reserva cognitiva protegió algunos cerebros de los síntomas de la enfermedad de Alzheimer o la caligrafía mediocre resaltó los primeros signos de un cerebro predispuesto a declinar más adelante?

"Todavía no sabemos cómo se desarrollan todos esos cambios en el cerebro.

"Sin embargo, sabemos que los niveles más altos de educación reducen el riesgo de desarrollar la enfermedad de Alzheimer.

"Por lo tanto, esta pieza única que analiza las habilidades del lenguaje escrito y esas características de expresión realmente puede ampliar la visión de saber qué les sucedió más de medio siglo después.

"Lo que hemos encontrado en el estudio de las monjas es que esos cambios en el cerebro no siempre conducen a síntomas de la enfermedad de Alzheimer durante la vida. Y para mí, eso es enormemente esperanzador", dice Tyas.

Se están haciendo grandes avances en la forma en que detectamos estos cambios en el cerebro.

Las resonancias magnéticas e incluso los análisis de sangre están allanando el camino para la detección temprana.

La pregunta de cómo tratarlos sigue sin respuesta, pero tal vez no por mucho tiempo.

Muchos investigadores creen que estamos a solo unos años de descubrir un suero que pueda eliminar esas placas y ovillos de nuestros cerebros a medida que se desarrollan.

Pero por ahora, sólo queda esperar.

El doctor David Snowdon se jubiló y sus 678 monjas ya murieron. Pero esos frascos de vidrio en el cuarto frío siguen allí.

Y gracias a esa extraordinaria donación de las monjas, el estudio sigue vivo en el Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Texas en San Antonio.

miércoles, 10 de junio de 2015

Una monja en el prostíbulo. Un grupo de religiosas en ruta por clubs y carreteras rescata a mujeres de las mafias. Desde el inicio de la crisis ven más españolas ejerciendo la prostitución

Un grupo de monjas hace ruta todas las semanas por clubs de alterne, carreteras, cortijos y pisos de Almería donde se ejerce la prostitución. Son adoratrices y oblatas que hace años que no se ponen el hábito y viajan en una furgoneta en la que, a veces, se producen milagros. En la parte trasera de ese vehículo, habilitada como un pequeño salón en el que las religiosas reparten café y preservativos, se han transformado vidas enteras; las de decenas de mujeres obligadas a vender su cuerpo por redes mafiosas o por pura desesperación. La ruta termina en una casa de acogida cuyo domicilio es confidencial, por seguridad. Reciben a EL PAÍS con la condición de no revelar esa ubicación ni la identidad de sus inquilinas.

“Me engañó un gitano rumano”, relata Erika, víctima de trata. Ella tenía entonces 12 años; él, 27. “Me dijo que vendríamos a España, que yo podría trabajar de limpiadora…”. Con 14 se quedó embarazada. “Así que me vendió a otro gitano rumano”. Erika no sabe por cuánto dinero, pero sí sabe que le engañó, porque cuando su nuevo dueño descubrió que iba a ser madre, la molió a palos para intentar provocarle un aborto. No lo consiguió y ella regresó a su país, Rumanía, para dar a luz. “Ese mismo día, el gitano que me había traído a España se presentó en el hospital y me dijo: ‘Tú eres mía”. Se la llevó. “Me obligó a trabajar enseguida. La mujer de mi padre se quedó con mi niña”. De vuelta en España, le obligaba a darle 300 euros al día. “Si no los conseguía, me pegaba una paliza”. La torturaba metiendo su cabeza en el frigorífico e intentando cerrar la puerta. En una ocasión, le rajó los muslos con un cuchillo y chorreando sangre, la obligó a tener relaciones sexuales con él. “Un cliente me animó a denunciar a la policía". El juicio está pendiente y Erika, que ahora tiene 24 años, ya no vive en la casa de acogida. La monja María José Palomino recuerda que el día que la conoció se puso enferma; era la forma en que su cuerpo rechazaba aquel inacabable recuento de “perrerías”.

España es el segundo país de la Unión Europea con más casos detectados de explotación sexual -el primero es Italia-. Solo desde el pasado enero, la policía ha detenido a 264 personas en 76 operaciones contra estas mafias e identificado a “más de 4.900 víctimas potenciales”. De ellas, 117 fueron asistidas por ONG -14 eran menores de edad- y 66 adquirieron la condición de testigos protegidos. Entre abril de 2013 y diciembre de 2014 fueron 1.450 detenidos, 11.751 víctimas potenciales detectadas, 774 acogidas y más de 29 millones de euros incautados. Según Interior, el negocio mueve cinco millones de euros al día en España.

Uno de los lugares favoritos de esas mafias es también uno de los más desagradables. “Me impresionó mucho. Nunca se me había pasado por la cabeza que en un lugar así se pudiera ejercer la prostitución”, recuerda Palomino de su primera visita a los cortijos de Roquetas (Almería). Techos de uralita. Una silla en la puerta para advertir a los clientes. Mantas sobre la tierra. Bichos por todas partes. “Le pregunté a las chicas si alguna vez habían ido al pueblo, al cine, a la compra...Una de las nigerianas me explicó que llevaba siete años allí metida y que el dueño le llevaba de vez en cuando bolsas de comida”. El propietario, un español de 35 años, le cobraba 500 euros al mes por el alquiler de aquel cuchitril infecto, pero oportunamente rodeado de invernaderos, es decir, de mano de obra barata en busca de sexo barato. El servicio allí cuesta 10 euros. Y ni siquiera: Fatema, marroquí, de 28 años, tenía que darle tres al dueño del cortijo en el que trabajaba.

“Allí iban muchos hombres: inmigrantes, españoles, jóvenes, viejos, borrachos, sucios...", recuerda Fatema. "Había muchas chicas como yo, más de 20: rusas, nigerianas, marroquíes... Sufrimos mucho. A mi familia nunca le conté la verdad. Les decía que estaba trabajando de panadera, en el tomate...”. Ella había llegado con 21 años a España para trabajar en la fresa, en Huelva, pero aquello solo duró 15 días. Su padre había muerto y ella tenía que enviar dinero a casa para mantener a su madre, su hermano y sus dos hijos. Trabajó en los cortijos hasta que un día, las monjas en ruta dieron con ella y la ayudaron a salir del infierno. Ahora tiene un contrato como interna en una casa, ha conseguido los papeles y ha podido regresar a Marruecos. Llevaba seis años sin ver a sus pequeños.

Palomino cuenta que hace años nunca veía a mujeres marroquíes ejerciendo la prostitucióny cree que ahora empieza a haber redes de trata de musulmanas. “Sé de una señora que contrató a un hombre musulmán para que enamorara a una chica por Internet y se la llevara a Murcia. Ella se escapó y vino aquí. Ahora ya no está con nosotras, pero nos llamó diciendo que estaba embarazada. Cuando se quedan en estado, las abandonan”.

Muchos de esos cortijos están hoy cerrados porque una de las víctimas denunció a la policía. Palomino y Elena Guerra, la trabajadora social que asiste a las religiosas en el proyecto, hablan con verdadero orgullo de ella: “Levantó medio Poniente”, dicen, refiriéndose a una de las zonas predilectas de las redes de explotación. Por eso la perdieron tan pronto de vista. “Cuando están en peligro, las envían a otro lugar para que nadie pueda encontrarlas. Los explotadores las tienen aterrorizadas”. A rumanas, búlgaras, rusas... las amenazan con hacer daño a su familia. A las nigerianas, con el vudú.

El miedo se prolonga muchos meses después de haber recuperado la libertad. Margarita Navío y María Elisa Altadill, superiora y secretaria de las adoratrices en Madrid -donde también tienen casas de acogida- relatan que algunas de las chicas "apenas salen a la calle" y otras "se disfrazan con pelucas" por miedo a que sus explotadores las encuentren.

Cada vez más españolas en los clubs
Palomino tiene ahora asignados en la ruta los clubs de alterne y los pisos de prostitución. “A los dueños de los locales casi nunca les vemos cuando entramos. En 13 años no hemos tenido ningún problema. Lo más, una vez que un cliente borracho me cogió de la cintura y me dijo: “¡Esta sí que es guapa!”, recuerda la religiosa. “Hace años no veías españolas. Desde la crisis sí. En un club me encontré a una señora que parecía que tenía 60 años, aunque decía que tenía 51, y a su hija, de 25. Las dos trabajaban allí". A Guerra también le sorprendió encontrar a una chica de su edad, treinteañera, en un club un día. “Era gallega. Se había ido a Almería para que nadie la reconociera. Dijo que era opositora”.

Los clubs son el único sitio de la ruta en el que las monjas no reparten preservativos, porque las mujeres que trabajan allí suelen tener más dinero. “Cuando estás en esto, no te planteas si preservativos sí o no. Piensas en el bien de las chicas y ya está. Nadie de la Iglesia nos lo ha recriminado nunca. Lo que no hacemos es acompañarlas a abortar. Les informamos de que tenemos una casa de gestantes y, si quieren interrumpir el embarazo, es su libertad, pero no vamos con ellas”, explica Palomino. Gracias a un convenio con la Junta de Andalucía pueden ofrecer a estas chicas una tarjeta sanitaria temporal, pese a que muchas de ellas no tienen ni pasaporte.“Algunas se enteran al hablar con nosotras de que están en España”, dice Guerra.

“Por una sola ya hubiera valido la pena”, asegura Palomino, que ha ayudado a decenas de mujeres. Solo en 2014, acogieron a 30 en la casa, 8 de ellas, víctimas de trata. La congregación celebra a menudo grandes triunfos: el primer cumpleaños en libertad de alguna de las chicas, papeles para una, trabajo para otra, o el premio de Derechos Humanos Rey de España, que concede el Defensor del Pueblo y les entregó Felipe VI el pasado abril. Pero también se llevan grandes disgustos: esclavas de las mafias que el día del juicio se desdicen y abandonan el juzgado con su explotador; mujeres que tras lograr salir de la explotación terminan con un novio maltratador, al que justifican. “Psicológicamente las desmontan", explica Guerra. "Algunas llegan a creer que no merecen otra vida y se sabotean a sí mismas".

Pero también se llevan grandes disgustos: esclavas de las mafias que el día del juicio se desdicen y abandonan el juzgado con su explotador; mujeres que tras lograr salir de la explotación terminan con un novio maltratador, al que justifican. “Psicológicamente las desmontan", explica Guerra. "Algunas llegan a creer que no merecen otra vida y se sabotean a sí mismas".

Si es víctima o sospecha que alguna mujer puede estar siendo explotada por una red de trata, la policía ha habilitado una línea telefónica para denunciar de forma confidencial: 900 10 50 90

MÁS INFORMACIÓN



“Quería arrancarme la piel después de cada cliente”
NATALIA JUNQUERA
Lucía se prostituyó durante cinco años en pisos y clubs de Almería. Ahora lleva dos en una casa de acogida. / FRANCISCO BONILLA

El miércoles cumplió 31 años, pero es otro día, el 1 de agosto, cuando Lucía (nombre falso) celebra su aniversario. “Ese día entré aquí y volví a la vida”, relata. Lleva casi dos años en la casa de acogida. Los cinco anteriores, esta portuguesa, que hoy estudia un módulo de farmacia, se prostituyó en pisos y clubs de Almería. “Mi novio me animó a venirnos a España. Dijo que él ganaba un buen sueldo –era camionero- y que no hacía falta que yo trabajara. Llegamos en mayo de 2007. Yo estaba embarazada. Luego descubrí que se gastaba todo el dinero en juego, porque era ludópata, y lo metieron en la cárcel porque mató a una persona con el camión. Así que yo me vi sin trabajo, con mi hija de un año, un alquiler, y mi madre, que había venido a España. El día antes de la Navidad de 2008 abrí la nevera y no tenía nada que darle a mi niña. Nada. Todo el mundo al que había pedido ayuda me dijo que no podía seguir ayudándome y me acordé de un piso que tenía unas lucecitas en la puerta. Era evidente a qué se dedicaban... Y llamé”.

Las cuatro encargadas –una francesa, una alemana, una brasileña y una colombiana- le dieron unas instrucciones tras desnudarla para tomarle las medidas y comprobar si era “apta”. “Me explicaron que ellos se llevaban la mitad. Que el servicio costaba 50 euros 20 minutos, 60 media hora y 100 una hora entera. Que se cobraba a la semana, los lunes...”, recuerda Lucía. “Allí había chicas de todos los colores. Organizaban una especie de desfile y el cliente escogía. Ese mismo día me quedé. Recuerdo como si fuera ayer la primera vez, la peor. Llorando. Ahí me di cuenta de en qué me había convertido. ¿Dinero fácil? No hay dinero más difícil de ganar que ese”, cuenta entre lágrimas. “Al terminar, pedí un adelanto y compré pañales y leche”. Enseguida empezó la crisis. “Venían menos clientes y los que venían pedían rebajas. Me echaron de la casa en la que estaba porque no podía pagar el alquiler, así que nos fuimos a una pensión. Pero la pensión costaba casi tanto como lo que yo ganaba a la semana. Fui a hablar con la trabajadora social del Ayuntamiento y con mi madre tomamos la decisión de dejar a la niña en un centro, al que podía ir a visitarla. Llevarla allí es lo mejor que podía hacer, pero cuando me vi sin ella, el trabajo se me hizo insoportable. Estaba en el club y la oía llorar, como si estuviera allí. Una compañera me dijo: 'Eso se te pasa con una raya', y si las cosas estaban mal, las empeoré. Me sentía fracasada como madre, como mujer... no podía perdonarme. Me drogaba para no pensar, y me enganché”. Su hija fue dada en adopción.“El mes que viene cumple 7 años. A veces veo niñas que se le parecen, o que hacen un gesto o un sonido como los que ella hacía. Cuando sea mayor, me gustaría que supiera la verdad de lo que pasó”.

Recuerda perfectamente el día en que esas monjas en ruta dieron con ella. “La primera vez me hice la dormida. La segunda vez que vinieron al piso, una de ellas me preguntó: ¿Tú qué haces aquí? Recuerdo que me tocó, me cogió de la mano mientras me hablaba, y eso me impresionó mucho”. Hacía años que nadie tocaba a Lucía así: para mostrar cariño. “Cuando estas monjas aparecieron en mi vida, yo no me reconocía en el espejo. Quería arrancarme la piel después de estar con cada cliente. Pensé: 'si pierdo este tren, puede que no pase otro'... La hermana María José me dijo el otro día: 'He estado en el piso, he visto tu antigua cama, y no sabes lo que me he alegrado de que ya no estuvieras allí”.

GABRIELA: “Me encerraron un año en una habitación de hotel”
Gabriela es búlgara, tiene 31 años y sonríe sin parar, como si nunca hubiera pasado un año encerrada en un hotel en Algeciras en el que la que la puerta solo se abría para recibir comida y palizas. “Vine a España con una amiga de mi barrio. Me dijo que ella iba a trabajar y que yo podía quedarme en su casa, aprender español y buscarme algún trabajo”. Era diciembre de 2011. “Creo que ella sí sabía a lo que venía, pero yo no. Su novio nos metió en un hotel grande. Me quitó el pasaporte, el móvil... y no me dejaba salir. Como no hacía lo que él quería [prostituirse], me pegaba, con las manos y con el cinturón”.

Un día consiguió escapar y fue corriendo a la policía. “Trajeron a una persona que hablaba mi idioma y me dijo que estuviera tranquila, que iba a ir a una casa de acogida para descansar. A él lo cogieron, a ella no sé”, dice, refiriéndose a su amiga. Tiempo después, pensó que se había enamorado, pero tuvo que terminar denunciando a su novio por malos tratos. “Una noche fuimos de fiesta con sus amigos y me dijo que me acostara con ellos. Me negué y me pegó una paliza”.

Gracias a esa denuncia, Gabriela consiguió los papeles para residir legalmente en España y ahora hace un curso de limpieza para intentar encontrar trabajo como asistenta. Repite mucho la expresión “poco a poco”. Como si además de a quien le escucha, se lo recordara a sí misma.

Le gusta hacer fotos y echa de menos a su familia. “Lo más difícil que he hecho en mi vida ha sido contarle a mi padre lo que me pasó. Mi madre no sabe nada, se hubiese muerto de pena”.