Alberto Quiñónez
La subjetividad, la praxis y la ética.
Como ha sido señalado por otros autores (1), la obra de Georg Lukács es un intento por recuperar la dimensión subjetiva que subyace al proyecto de transformación del mundo propio del marxismo. Esto debe entenderse en un doble sentido que, por un lado, implica la amplificación de la problemática sobre la subjetividad en el seno de la teoría marxista y, por otro lado, las tareas que el marxismo mismo debe asumir para fecundar la subjetividad humana con un carácter eminentemente revolucionario o, siendo más explícitos, una subjetividad comprometida radicalmente con la construcción de una sociedad más justa y digna, compromiso y radicalidad que se expresarían en la coherencia del pensamiento y la acción.
Ahora, si la subjetividad asume una importancia capital en la transformación de la realidad, siendo esta última no sólo el resultado del desarrollo inercial de unas leyes históricas, el sentido que aquélla asuma será determinante para llevar a cabo la tarea transformadora en un sentido emancipatorio. En otras palabras, dado que la historia no está preestablecida por ninguna entidad trascendente, la acción humana concreta y la voluntad que sostiene dicha acción se vuelven fundamentales para empujar el desenvolvimiento de la historia. Esto desemboca inevitablemente en preocupaciones morales y éticas atinentes tanto a la filosofía como a la política y, por ello, de necesario abordaje teórico y práctico.
Sin embargo, es sabido que Lukács no publicó ni ejecutó -hasta donde se sabe- alguna reflexión sistemática sobre ética, más allá de algunos escritos breves. En tal sentido, el propósito de este escrito es sondear “arqueológicamente” algunas obras de Lukács y resaltar de ellas los elementos rudimentarios de un proyecto ético inconcluso; elementos que no carecen de utilidad a pesar de ser vestigios de algo inacabado, pues la construcción de una ética marxista sistemática es una tarea aún pendiente (2). En ese sentido, se exploran dos categorías que son fundamentales para la ética: la subjetividad y la praxis como columnas sobre las que habrá de tejerse posteriormente un determinado marco axiológico.
Los vestigios de una ética posible.
Para el marxismo entendido como una filosofía que debe hacerse cargo de la historia desde el sitio de las clases dominadas, en condiciones adversas y con una perspectiva emancipatoria, resulta contraproducente vaciar su aspiración teórica y política en la demostración positiva de unas leyes históricas. Tales leyes desembocan casi de forma ineluctable en la sustitución del sujeto histórico por un sujeto abstracto o trascendente (dios, el espíritu absoluto, la historia). Asumir la tarea de transformación de la historia que ya pregonaba Marx en las Tesis sobre Feuerbach, implica dimensionar y valorizar dos instancias fundamentales: la subjetividad y la praxis (3). Estos a su vez son elementos que pueden formar parte de una ética sistemática en la medida en que permitirían reflexionar sobre el comportamiento humano concreto, en el plano de realidades históricas determinadas y de cara a la emancipación humana, es decir, de los elementos comportamentales que hacen de la emancipación humana un hecho realizable. Como se adelantó en la introducción, una reflexión de ese tipo no fue llevado a cabo por la Lukács y de hecho es un campo de relativa poca exploración desde una perspectiva marxista; no obstante, es posible relevar algunos puntos sobre las categorías de subjetividad y praxis atinentes al campo de la ética.
Subjetividad.
Puede decirse que es Lukács uno de los primeros teóricos que rehabilitan en el seno del marxismo la noción de subjetividad. Ya Marx había sostenido, frente al materialismo de Feuerbach, que el idealismo filosófico se encontraba un paso adelante en la asunción del sujeto como entidad hacedora de la historia. No obstante el pensamiento de Marx, la versión oficialista del marxismo que se fraguó al amparo de la Segunda Internacional hasta consolidarse en la Tercera Internacional, recreó las falencias filosóficas y políticas que Marx había combatido. La subjetividad, en dicho planteamiento, estaba subsumida a la operación de las leyes históricas, por lo que su influencia sobre los procesos sociales, políticos, económicos, entre otros, estaba ya determinado por dichas leyes.
Sin embargo, Lukács sostiene que en el marco de operación de las leyes históricas, es decir, de las cotas que el desenvolvimiento histórico impone a la actividad de los seres humanos, estos son individuos libres que a través de sus acciones o, más precisamente a través de su praxis, hacen la historia. La subjetividad, entendida como el ímpetu y la voluntad del individuo, no es sólo una forma de manifestación de la historia, sino un ámbito que posee la capacidad de intervenir sobre la historia. La dialéctica así entendida no es sólo la forma en que la historia, como un ente abstracto, se niega a sí misma, sino la forma en que las fuerzas individuales, subjetivas, se convierten en palanca de negación de un momento histórico y, por ello, en fuerza motriz de la transformación.
La ética que se desprendería de una recuperación de la subjetividad, opone al carácter instrumental del ser humano propio de la absolutización de las leyes históricas, la noción de sujeto libre y consciente y, por ello, llamado a responsabilizarse de la realidad y de sí mismo. Este individuo está vinculado a los otros, a su clase, a su momento histórico, entre otros, como instancias de realidad de las que debe hacerse responsable. Es decir, a pesar del reconocimiento del individuo como una de las fuentes del quehacer histórico, éste no es reivindicado como un ente sin responsabilidad por su realidad, de ahí que propenda hacia la prescripción moral.
Praxis.
Por otro lado, la praxis, como luego desarrollarán pensadores marxistas como Gramsci, Kosík o Sánchez Vázquez, es el eje sobre el que se estructura la especificidad del ser humano, lo cual es válido tanto en un sentido ontológico como epistemológico y ético; de ahí que la categoría de praxis trasvase cada uno de esos campos filosóficos y pueda servir para fundamentar una opción teórica y política enraizada en el mejor conocimiento del ser humano y de la historia. La categoría de praxis en Lukács sirve de asidero a la subjetividad. Con esto se quiere decir que la subjetividad entra en la historia precisamente porque es con su práctica que puede modificar la realidad, en la medida en que ello sea posible en las diferentes instancias de realidad que se presentan ante la subjetividad humana. Ello supone, a su vez, que el desenvolvimiento histórico no es una entelequia metafísica, que se suceda por la interacción de sustancias abstractas, sino que se desarrolla por las acciones eminentemente materiales de los individuos.
Pese al reconocimiento de la praxis como un eje constitutivo del ser humano, nuestra valoración es que no existe en Lukács un análisis sistemático de esta categoría, de cara a fundamentar su importancia filosófica para el marxismo. Ello no desdice la importancia capital que sus escritos tuvieron en la formación de un marxismo crítico, frente al dogmatismo del marxismo oficial de la URSS, pues es sobre esta base teórica que se remontan los aportes de Gramsci, por mencionar sólo uno de los más prolíficos teóricos del marxismo crítico o Sánchez Vázquez, que ha dedicado muchas de sus obras al esclarecimiento de la praxis como pieza fundamental del marxismo.
Conclusión
Como se ha tratado de señalar, las categorías de subjetividad y de praxis son fundamentales para comprender las tareas que el marxismo asume frente a la realidad y los fines que persigue. Pero además, estas categorías ayudan a reflexionar sobre la acción del ser humano en su situación histórica y en su desenvolvimiento cotidiano, por ello, son esenciales en el trasfondo de toda construcción ética hecha en el marco del pensamiento crítico. Estas categorías se encuentran presentes, aunque no expresamente bajo una premisa ética, a lo largo de la obra de Georg Lukács. Tal presencia indica la actualidad que el pensamiento de Lukács puede tener para el quehacer teórico y político de izquierdas.
Para Lukács la subjetividad es imprescindible para comprender -y apuntalar- los procesos históricos. Esto sin desmedro de las condiciones objetivas, supone reconocer en la dialéctica de la subjetividad y la objetividad uno de los motores del desenvolvimiento histórico. La forma en que el individuo entra en la historia, está en la historia y hace la historia, sólo amplifica y complejiza la operación de las condiciones objetivas, pero no niega estas condiciones ni las anula. Si la subjetividad es primordial para hacer avanzar la historia –pese a cualquier mediación-, la ética se convierte en una reflexión necesaria para comprender la justeza de los códigos morales de cara al proyecto de realización humana.
Por su parte, la praxis como categoría que resume el carácter eminentemente interactuante del ser humano con la realidad, establece en el plano de la ética el ámbito sobre el cual todo comportamiento debe interpretarse. Es decir, no es sobre la base de una axiología abstracta y apriorística sino en el plano de las condiciones reales del ser humano, de sus necesidades de emancipación y de sus posibilidades de actuar libertariamente desde donde se deben pensar, comprender y juzgar los códigos morales que delimitan el contenido de los comportamientos humanos. En tal sentido, la praxis es tanto el vehículo de materialización de una ética prescriptiva como también el trasfondo de toda ética descriptiva que pretenda interpretar la moral.
No resulta extraño, a la luz de dicha rehabilitación de la subjetividad, que para Lukács la “ortodoxia marxista” sea más bien una cuestión de método y no un decálogo de principios inamovibles y mucho menos incuestionables que deban ser asumidos. Es este marxismo un marxismo abierto que, girando en torno a la totalidad de la realidad histórica, entiende que tanto el ámbito de la objetividad como el de la subjetividad interaccionan y van creando el desenvolvimiento de dicha realidad y que, por ello, no es atribuible a ninguno de esos ámbitos la exclusividad en la determinación de la dialéctica histórica. Más bien, es de la compleja interrelación de esos dos ámbitos que la dinámica de la historia va conformándose.
La conformación de una ética de corte marxista es una labor aún en curso. A pesar de los aportes que han avanzado diversos autores en este campo, quedan aún espacios que no han sido satisfactoriamente llenados por la reflexión materialista histórica y, sobre todo, hace falta también mellar sobre el pensamiento hegemónico desde una praxis que sea consecuente con tal ética marxista y que debe, por su misma naturaleza, estar asentada sobre las premisas más universales posibles de justicia e igualdad, tener su asidero en la diversidad que hoy conforman las clases oprimidas por los diversos esquemas de dominación vigentes y reconocer en el crisol de esas clases oprimidas al sujeto histórico de la emancipación humana.
Bibliografía
Bruno, D. “Las condiciones objetivas y subjetivas. El derrumbe capitalista y la acción revolucionaria en el joven Lukács”. En: En defensa del marxismo. No 44. Buenos Aires, Argentina.
Disponible en: https://goo.gl/3sH8qq. Rec. el 25-05-2017.
Lukács, G. Historia y conciencia de clase. Editorial Quimantú. Santiago de Chile, Chile. 2008.
Lukács, G. Lenin, la coherencia de su pensamiento. Ocean Sur. 2014.
Lukács, G. La crisis de la filosofía burguesa. Versión digitalizada de Ediciones elaleph.com. 2000.
Marx, K. Los manuscritos de 1844. UCA Editores. San Salvador, El Salvador. 1987.
Sánchez Vázquez, A. Ética. Editorial Crítica. Barcelona, España. 1981.
Shishkin, F. Ética marxista. Ediciones pueblo. 1972.
Notas:
1. Bruno, D. “Las condiciones objetivas y subjetivas. El derrumbe capitalista y la acción revolucionaria en el joven Lukács”. En: En defensa del marxismo. No 44. Buenos Aires, Argentina. Sin fecha.
Disponible en: http://www.po.org.ar/publicaciones/verNotaRevistaTeorica/44/las-condiciones-objetivas-y-subjetivas-el-derrumbe-capitalista-y-la-accion-revolucionaria-en-el-joven-lukacs. Recuperado el 07-06-2017.
2. De hecho, la ética y la estética –ambas preocupaciones lukacsianas- han sido los campos de la filosofía menos trabajadas desde el marxismo. Una de las primeras exposiciones sistemáticas fue la Ética marxista de Shishkin, aunque muy preñada del esquematismo propio del dogmatismo soviético; un planteamiento mucho más rico y abierto es el de Sánchez Vázquez en sus libros Ética, El valor del socialismo y Ética y política, Entre la realidad y la utopía, entre otros.
3. Precisamente estas dos instancias son cruciales en las Tesis sobre Feuerbach. La subjetividad, por un lado, denunciada por Marx como abandonada por el materialismo filosófico y los planteamientos mecanicistas y la praxis, por otro lado, como elemento que permite en última instancia la incidencia del ser humano sobre todos los ámbitos de la realidad social que constituyen la historia y, como tal, el puente de comunicación entre la mera objetividad y la subjetividad.
Alberto Quiñónez. Miembro del Colectivo de Estudios de Pensamiento Crítico.
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sábado, 19 de mayo de 2018
domingo, 4 de junio de 2017
Entrevista a Joaquín Miras Albarrán sobre Praxis política y Estado republicano. Crítica del republicanismo liberal “Antonio Gramsci es el mayor pensador de la política, el mayor filósofo de la praxis que ha existido nunca”
Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones aquí publicadas, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y estado republicano.
***
Seguimos en la segunda parte del libro: "La República es una cultura común de vida. Crítica del republicanismo liberal". Está divida en seis capítulos y un apartado de conclusiones. El primero de estos seis capítulos se titula: "Tres republicanismos y sus momentos históricos". Antes de entrar de nuevo en él, dos previas si no te importa. Estuviste a principios de mayo en la Universidad de Salamanca en unas jornadas sobre republicanismo y marxismo si no ando errado (corrígeme por favor).
¿Qué tal fue, qué impresión sacaste?
La jornada de estudio sobre Gramsci, que se celebró en Salamanca durante el día 3 de mayo, en la facultad de Geografía e historia, organizada por Izquierda Unida –la FIM, la Coordinación de Iu de Castilla y Léon, la Fundación Europa de los Ciudadanos…- fue francamente muy estimulante y esperanzadora: políticamente, muy esperanzadora.
¿Por qué?
En primer lugar por el público asistente. Formado en su núcleo por un grupo gramsciano de estudiantes universitarios. En segundo lugar por la calidad de las ponencias, buena, sólida. Y en el caso de algunas de ellas, una calidad excelente, extraordinaria, y pegada a la reflexión política. En tercer lugar por el ambiente de las jornadas. Un estilo, obra, mérito de los organizadores de las jornadas, de elaboración y debate, entre camaradas, fraterno. No es retórica, era ese el ambiente que crearon los organizadores inmediatos, Eddy Sánchez, José Sarrión, Marga Ferré, Gustavo Hernández, quien es, precisamente, el coordinador del grupo de estudios culturales Antonio Gramsci, formado por estudiantes universitarios. Eddy Sánchez y José Sarrión intervinieron con ponencias en la última mesa de la tarde.
¿Qué tal?
Fueron sendas intervenciones de calado político –tengo tomadas notas de las mismas- en las que el pensamiento de Antonio Gramsci, bien conocido y rectamente interpretado, ateniéndose al autor, sin manipulaciones, era un instrumento al servicio de la elaboración de un proyecto político que parte del reconocimiento de que nos hallamos, tras una enorme derrota, en el inicio de un ciclo largo de lucha que exige paciencia. Un ciclo de lucha capilar, y de marcha lenta. Donde no tiene lugar, no cabe, la política como espectáculo y escaparate. Porque no se trata de disputar lingüísticamente el protagonismo discursivo que los poderes ejercen desde su instrumental colosal de dominación de los medios de comunicación, sino de vertebrar, de organizar una realidad social de masas nueva. Unas intervenciones que reclamaban el comunismo, y que nos recordaban que la recuperación del debate en sentido afirmativo sobre el comunismo, y sobre el marxismo que justo ahora despunta en España, está ya en marcha en Occidente, desde hace tiempo, sin complejos, de forma masiva. Y resuena en las grandes capitales intelectuales, en Berlín, en Nueva York. Unas intervenciones que se reclamaban comunistas porque entendían que esa es la denominación orientativa para un proyecto real, anticapitalista, a la sociedad neoliberal de nuestros días. Salían al paso de la utilización falsificadora que se había hecho de la obra de Gramsci para justificar la transición política, la infundada interpretación eurocomunista, y también salían al paso del nuevo, peregrino, uso que se trata de hacer ahora, de Gramsci: una interpretación sobre el bloque histórico de Gramsci, como «bloque electoral».
Sí, sí, algunas veces he reparado yo mismo, mal conocedor del tema, en ese reduccionismo.
Se insistía en que dicho concepto, por el contrario, abre la reflexión sobre el modo de crear un sujeto social organizado, microfundamentado, que incluya a los mundos campesinos, y a los mundos sociales provincianos de los pueblos y ciudades que quedan excluidos de la red mundializada neoliberal; a los obreros de las barriadas de las grandes ciudades, excluidos ellos también, también ellos periféricos dentro de la nueva división del trabajo, aun viviendo en el centro integrado de la red de las grandes ciudades conectadas. Segmentos de trabajadores formados por migrantes, por mujeres, todo un nuevo asalariado urbano que irrumpe. Estas entre otras múltiples ideas políticas de inspiración gramsciana. Estos cuadros, miembros del nuevo grupo dirigente de IU, son verdaderamente una gran esperanza. A nuestra generación nos toca la responsabilidad de ayudar comprometidamente al éxito de este nuevo proyecto de creación de un Bloque histórico, un bloque nacional-popular, que pone en pie este joven grupo dirigente, y termino aquí este resumen de las ideas teórico políticas expresadas por ambos cuadros políticos, que iban aún más allá.
Tú mismo presentaste una ponencia: "La Filosofía de la Praxis, concepción marxista de Gramsci".
¿Nos haces un resumen muy apretado?
Me atrevo a señalarte una ideilla (¡la que me va a caer!): ¿no estamos dando demasiada importancia a Gramsci? Parece que el marxismo del XX se pueda resumir en un sólo nombre, el del autor de los Quaderni. Lo demás, nada, casi nada o naufragio total. Por cierto, ¿se van a editar las ponencias y conferencias?
Antonio Gramsci es el mayor pensador de la política, el mayor filósofo de la praxis que ha existido. Y es imprescindible: lo es si se concibe la política, no como lo hacen todas las fuerzas que han aceptado el modelo político liberal –que, por el momento, son «todas las fuerzas»- esto es, la política entendida como representación institucional y la actividad política entendida como aplicación de técnicas de ingeniería social empleando para ello los recursos o medios que ofrecen las instituciones político administrativas del Estado; esa interpretación de la política en la que el «Soberano» es solamente llamado a participar cada cuatro años en los procesos electorales, según la cual el Soberano «delega» su soberanía perpetuamente, y a lo sumo se le invita, como figurante o gregario de los políticos institucionales, a participar en manifestaciones de protesta o en adhesiones inquebrantables a los líderes y lideresas políticos. En que la movilización es por tanto, tácitamente, la de los cuadros políticos profesionales, que administran, y que, además, promueven y organizan los baños de masas como instrumento subsidiario para ellos –y eso, cuando lo hacen-.
Gramsci no concibe así la política
Gramsci concibe la política como medio de auto generación de un nuevo Sujeto social histórico que auto protagoniza su propia creación y su propia actividad política constante, el Bloque Histórico, un sujeto social constituido por las clases subalternas, los explotados. Que desarrolla actividad política organizada cotidianamente, creando los instrumentos para que los subalternos puedan cambiar su propia forma de hacer en la vida cotidiana, puedan enfrentarse al enemigo de clase, puedan hacerse con el control sobre la actividad que produce y reproduce la vida y que generan ellos con su hacer, aunque bajo yugo de la clase dominante. Un sujeto social que se propone ya desde el presente crear una nueva cultura material de vida o eticidad, en lucha contra la cultura dominante y contra las fuerzas que traten de impedírselo. Una cultura material de vida que, en la medida en que se desarrolla y concita la incorporación de nuevas masas de personas, se va convirtiendo en hegemónica. Un quehacer que no puede ser realizado por unos cientos o unos miles de políticos profesionales, ni tan siquiera por unas decenas de miles de militantes, sino que es tan solo inherente al «creador de costumbres», esto es la creación de un nuevo vivir eticopolítico es una génesis de algo nuevo sólo producible por inmensas masas sociales organizadas, por el protagonismo creciente sobre su propio hacer cotidiano. Una tarea que debe ser emprendida antes de alcanzar el gobierno. Una tarea cuya ejecución es la que garantiza el poder: es el Poder. Precisamente Gramsci dice en algún paso de su obra –en los cuadernos maduros de sus Quaderni Del carcere- que el Príncipe –la denominación que le da en múltiples ocasiones al sujeto social organizado que auto protagoniza y auto dirige su praxis política- alcanza el poder al desarrollar esta nueva eticidad, y controla el poder sin necesidad de ocupar el gobierno, el cual puede estar delegado en servidores suyos, que, en ese caso, cuando se ha comprendido que el centro del Estado es la cultura material de vida que organiza la Sociedad Civil, está en manos de quien la vertebra, como lo está ahora en manos de la burguesía, y no en manos de tal o cual gobierno. Porque el Estado es fundamentalmente este entramado ético político que organiza la Sociedad civil, este ethos o cultura material de vida.
Gramsci, además, en tanto estudioso de la praxis política, desarrolla en grado sumo la gran característica específica del marxismo.
¿Y qué característica específica es esa?
Que no es –si bien es una característica suya, una parte, la crítica de las ideologías económicas capitalistas, «crítica de la economía política», desenmascaramiento del capitalismo estudio de su forma de explotación-, sino la capacidad de estudiar la génesis de los acontecimientos históricos, de los sujetos sociales emergentes, antes inexistentes, y que comienzan a constituirse; inexistentes en un momento, nacientes pero débiles, poca cosa, en otro -«subalternos»-, y paulatinamente, mediante su praxis auto genética, fuerzas organizadas capaces de organizar la praxis social en su totalidad, capaces de generar «hegemonía». La historicidad de la humanidad. Una reflexión sobre la historicidad de la humanidad que indaga sobre cómo surge en ella, capilarmente, lo antes inexistente. Por supuesto, es un estudio para tratar de acompañar el viaje de auto generación de un nuevo Sujeto, cuando este comience a autoconstituirse. No para «diseñarlo y prescribirlo», pues la historicidad humana, precisamente, no obedece a leyes del tipo de las ciencias físicas, y nada es prescriptible, pronosticable. Antonio Gramsci, considerado por otro gran praxeólogo comunista marxista, el viejo Georg Lukács, como «el mejor de todos nosotros».
Como sabes los dos fueron centrales en el filosofar de Sacristán y también en el de Paco Fernández Buey. Nos falta hablar de tu ponencia.
Mi ponencia iba en este sentido. Trabajé a propuesta de los organizadores, cómo es el marxismo de Gramsci: la Filosofía de la Praxis. Expliqué cómo bebe de Hegel y del hegelianismo para elaborar esta interpretación, cómo es consciente de la relación entre Hegel y Marx. Qué significa Praxis, y qué tarea, qué misión se encomienda al filosofar -«Filosofía de…»-, que no es un pensamiento creado por élites intelectuales para dirigir a los subalternos, sino reflexión segunda sobre el quehacer, la praxis que despunta en los momentos en que el nuevo sujeto social formado por los explotado obra organizadamente. Porque el búho de Minerva no va por delante, sino que solo levanta el vuelo, ex post de los acontecimientos práxicos, históricos, desarrollados por el nuevo movimiento en conato de auto constitución, en proceso, en ciernes. Creo que esto es lo fundamental de mi ponencia.
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lunes, 8 de mayo de 2017
Algunas notas acerca del pensamiento de Adolfo Sánchez Vázquez. Revaloración marxista de la moral en la filosofía de la praxis
Alberto Quiñónez
Los problemas propios de la ética fueron una preocupación constante en el pensamiento de Adolfo Sánchez Vázquez, desde obras relativamente tempranas hasta las últimas que publicara en vida. Tres son los libros en que Sánchez Vázquez desarrolla con suficiente énfasis sus puntos de vista acerca de la ética y la moral: Ética (1969), Entre la realidad y la utopía (1999), Ética y política (2007). Esto no agota que en sus más de treinta publicaciones restantes no aborde, con mayor o menor extensión y profundidad, algunos tópicos propios de la reflexión ética. Casos concretos lo representan algunas secciones de los libros Filosofía de la praxis (1967), Del socialismo científico al socialismo utópico (1975), Escritos de política y filosofía (1987), El valor del socialismo (2000), entre otros.
¿Pero de dónde surge la preocupación de Sánchez Vázquez por la moral y la ética? Para responder a esta pregunta cabe recordar que la corriente predominante en el marxismo, después de la III Internacional, tenía de fondo una concepción teleológica de la historia. Tanto el materialismo dialéctico como el materialismo histórico eran subsumidos, respectivamente, por una metafísica de corte materialista y por una teleología historicista que hacían del ser humano y de la historia simples objetos de conocimiento, para cuyo tratamiento era válido un conjunto de reglas propias de las ciencias positivas. La historia, de hecho, presentaba leyes equiparables a las que rigen en las ciencias físicas, siendo su dinámica incluso predecible: las leyes de la historia explicaban y predecían la ineluctable caída del capitalismo.
Con esto, el marxismo quedaba preso en la cárcel hegeliana de la teleología y el determinismo, lo que significaba, para el ser humano, el vaciamiento moral de sus acciones concretas. Si las leyes de la historia explicaban el paso de un modo de producción a otro como el resultado inmediato de la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones sociales de producción, y si por tanto ello derivaría en la caída del capitalismo, el cual además sufría de crisis ingénitas y recurrentes de las que no podía escapar, si –repetimos- todas estas condiciones impersonales se daban de forma forzosa, por leyes que operaban más allá del hacer concreto de los seres humanos, las acciones de estos no importaban ni aportaban al sentido general de la historia.
La infravaloración de la intencionalidad moral ha sido uno de los grandes obstáculos de los movimientos emancipatorios, conduciendo a muchos de estos al fracaso. Si no existe un compromiso radicado en la moralidad de los seres humanos que conforman un proyecto político, difícilmente éste puede hacerle frente a los embates del enemigo de “clase” que, como el mismo Sánchez Vázquez reconoce, está hoy en día configurado por diversos polos de ejercicio de la dominación y no sólo por la burguesía o los poseedores de medios de producción. Sólo un convencimiento y una acción congruente con él, puede hacer de la lucha de clases un proceso verdaderamente emancipatorio, manteniendo el equilibrio entre la efectividad de la acción política y los principios o valores de los sujetos.
En efecto, es en el campo de la moral donde se debate un elemento fundamental de la praxis: la motivación conducente hacia un fin y no sólo la ideación del fin como tal. Ya Marx sostenía que uno de los elementos diferenciadores del ser humano era el carácter proyectivo de su conciencia, su capacidad de proyectar y de fundamentar sus acciones sobre una base racional. La conciencia sería el plano donde se establece la motivación y es el punto de partida de cualquier actividad práctica. No obstante, la motivación misma es configurada alrededor de la valoración de aquello que el sujeto considera bueno o malo. Una praxis auténtica es aquella que asume como propia y moralmente justificada, la finalidad a la que conduce sus acciones.
Marx señala: “Una araña ejecuta operaciones que semejan a las manipulaciones del tejedor, y la construcción de los panales de las abejas podría avergonzar por su perfección a más, de un maestro de obras. Pero, hay algo en que el peor maestro de obras aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la construcción, la proyecta en su cerebro. Al final del proceso de trabajo, brota un resultado que antes de comenzar el proceso existía ya en la mente del obrero; es decir, un resultado que tenía ya existencia ideal. El obrero no se limita a hacer cambiar de forma la materia que le brinda la naturaleza, sino que, al mismo tiempo, realiza en ella su fin…”1.
Como ya se dijo, a este ámbito de la proyectividad le acompaña de forma indisoluble la valoración moral y es en dicho terreno donde se encuentra el momento decisorio y diferencial entre una praxis conservadora y una praxis orientada a la transformación del mundo. Es pues la potencia moral del ser humano, su capacidad de establecer gradientes morales (lo bueno y lo malo), y su capacidad ética, su reflexión y valoración de tales gradientes, lo que permitiría aproximarse a unos fines determinados vinculados a la emancipación humana, es decir, ejecutar una praxis que sea efectiva en el logro de los fines, en la medida en que el logro de estos supone una realización de valores que plenifica con su significación la conciencia de los sujetos.
Todo esto ocurre en la historia, es decir, en medio de condiciones históricas dadas y de sujetos sociales concretos y no en un plano abstracto y universal, de entidades y conciencias puras. Si la historia está sujeta a un desenvolvimiento dialéctico, también lo está la moral; ésta tiene pues un carácter dialéctico, que remite a las contradicciones entre materialidad y conciencia, y un carácter histórico, por lo que la moral no posee una referencia fija a principios siempre vigentes, sino que se encuentra en función de las necesidades vitales del ser humano, mismas que son materiales pero también espirituales, no necesariamente religiosas sino relativas a un ámbito de comunión de las instancias diferenciables pero no identificables de sujetos distintos, de un yo y un otro.
La moral, pues, se encuentra estrechamente vinculada a la praxis en un sentido general en la medida en que el solo acontecer práctico, sin mediación moral que sirva de justificación y principio de asunción, es decir, sin que en dicho acontecer haya una realización volitiva del sujeto, tal acontecer adquiere un carácter inauténtico, porque su ejecución tiene a la base una heteronomía, una determinación exógena, o una autonomía falsa, porque no está necesariamente inscrito en el horizonte moral del individuo. La autenticidad de la práctica, que la define propiamente como praxis, contiene esa congruencia moral por la que la práctica posee un carácter autónomo, no impuesto, sino libremente asumido y, en cuanto tal, asentado sobre la estructura y la dinámica identitarias de los seres humanos.
Hay también que mencionar que para Sánchez Vázquez, un tema impostergable, haciendo eco de lo que ha señalado Diana Fuentes2, es la reflexión acerca de la moral, la ética y la praxis, vinculada a las programáticas políticas de las izquierdas. En este sentido, la intención de Sánchez Vázquez, fiel a su ideario político, es fortalecer la práctica de sectores claramente definidos: aquellos que asumen como propia la tarea de cambiar la realidad de forma radical. La moral de la que entonces hablará Sánchez Vázquez es cada vez menos parecida a una moral abstracta y universalizable, sino más bien que encuentra como destinatario e interlocutor a un sujeto específico del espectro social del mundo actual: las mayorías excluidas y sojuzgadas por el sistema mundial de dominación.
La praxis emancipatoria se fundamenta sobre el discernimiento moral de que la liberación de las mayorías explotadas, marginadas, excluidas, es algo bueno y, por ende, algo deseable. En el ámbito de la objetividad, esta praxis encuentra fundamento en las condiciones históricas en que puede concretarse un proyecto político que permita a las mayorías liberarse paulatinamente del yugo del capitalismo, el racismo, la discriminación etaria y de género, entre otras. Pero, en el ámbito de la subjetividad, la praxis emancipatoria tiene su fundamento en la asunción del individuo –y del colectivo- de nuevos valores, nuevas prácticas, nuevas formas de concebir e interpretar la realidad y al ser humano mismo, es decir, se fundamenta en elementos eminentemente axiológicos, en una ética cuyo eje sea el ser humano.
Ahora bien, al hablar de nuevos valores y de nuevas prácticas, el discernimiento ético descriptivo es insuficiente, a pesar de ser indispensable, para fundamentar el camino de una praxis emancipatoria. En este sentido, la descripción ética debe dar paso, necesariamente, a una ética prescriptiva que establezca un marco de valores mínimos que deben ser asumidos y promovidos por los movimientos que se plantean la transformación radical del mundo. Tal marco de valores, no obstante, no debe entenderse como un catálogo abstracto de principios inamovibles en el decurso histórico, sino más bien todo lo contrario: un marco de valores cuyo origen es la realidad histórica concreta en la que el sujeto se desarrolla y ante la cual debe responder de una forma más o menos determinada.
La importancia de una ética prescriptiva es mucho más visible cuando se tiene en cuenta que hacer política implica toda una serie de procesos en los que intervienen diferentes actores sociales, incluso aquellos que forman parte del enemigo de clase o que no necesariamente concuerdan con la necesidad de cambiar la realidad, procesos en los que debe negociarse, en los que deben establecerse tácticas para alcanzar determinados objetivos, en los que debe existir cierto grado de pragmatismo, sin que éste, claro está, subsuma o reemplace la autenticidad y radicalidad de los proyectos de liberación. Igualmente, el asedio de la ideología de la dominación, que ciertamente es multidimensional y diversa, implica el riesgo perenne de la alienación del sujeto revolucionario y la tergiversación de su proyecto.
Muchos movimientos emancipatorios, en efecto, han entrado en crisis precisamente porque han asumido valores y prácticas propias de una moral excluyente. Un claro ejemplo es, actualmente, el viraje de las otrora fuerzas anticapitalistas hacia una agenda de carácter neoliberal, que ha sido más visible en el caso de los partidos políticos. Además de esta inoculación neoliberal en las agendas políticas de la izquierda, ha sido manifiesta la generalización de la corrupción, el nepotismo y el compadrazgo, que no expresan sino el alejamiento de las instituciones y movimientos de izquierda de los valores democráticos y humanistas. La crítica filosófica debe negar el marco axiológico de la dominación de clases, mientras hace de la dignidad humana el punto de partida ineludible de un proyecto político verdaderamente emancipatorio.
De esta manera, hay en la filosofía de la praxis o, más precisamente, en el marxismo entendido como una filosofía de la praxis transformadora del mundo, una revaloración y redimensionamiento de la moral, siendo ésta considerada como una instancia fundamental para la efectualización de procesos sostenibles y radicales, especialmente en el plano político donde tal radicalismo –que no significa ni dogmatismo ni izquierdismo en el sentido que lo entiende Lenin-, se vuelve necesario para abanderar reivindicaciones verdaderamente revolucionarias, por un lado, y para hacer un verdadero trabajo de contrahegemonía, por otro. De esta forma, la filosofía de la praxis, el marxismo crítico, establece el binomio entre ética y política como uno de los polos sobre los que se estructuraría todo intento auténtico de transformación social.
No se ha tratado aquí de agotar una de las vetas más prometedoras del pensamiento de Adolfo Sánchez Vázquez, pues ello requiere profundizar en varios de los elementos que aquí sólo han quedado señalados. Sin embargo, consideramos importante señalar una hoja de ruta que permita ir profundizando, paulatinamente, en los aportes de Sánchez Vázquez al campo de la ética y la filosofía política y, en la medida de las posibilidades, hacer uso de sus planteamientos para interpretar y, más importante aún, transformar la realidad de opresión que circunda a los países latinoamericanos. A diferencia de lo que Hegel concluía, la filosofía tiene mucho que decir; pero la batalla principal contra el sistema no se dará en el campo teorético sino en el de la praxis.
Bibliografía
Sánchez Vázquez, A. De Marx al marxismo en América Latina. Editorial Ítaca. 2012.
Sánchez Vázquez, A. Del socialismo científico al socialismo utópico. Editorial Era. México D. F., 1981.
Sánchez Vázquez, A. Entre la realidad y la utopía: ensayos sobre política, moral y socialismo. FCE. 1999.
Sánchez Vázquez, A. Ética. Crítica. Barcelona, 1978.
Sánchez Vázquez, A. Ética y política. FCE-UNAM. México D. F., 2007.
Sánchez Vázquez, A. La filosofía de la praxis. Siglo XXI editores. México D. F., 2003.
Notas:
1. Marx, K. El capital. Tomo I. FCE. México, D. F. 1964. Págs. 130 – 131. Subrayados del autor.
2. Fuentes, D. Intervención en el conversatorio “Los caminos de la praxis y el discurso crítico: Sánchez Vázquez y Echeverría”. Seminario Permanente Pensamiento Crítico Latinoamericano Bolívar Echeverría. CIESPAL. México, D. F. Noviembre, 2016.
Alberto Quiñónez es miembro del Colectivo de Estudios de Pensamiento Crítico (CEPC).
Los problemas propios de la ética fueron una preocupación constante en el pensamiento de Adolfo Sánchez Vázquez, desde obras relativamente tempranas hasta las últimas que publicara en vida. Tres son los libros en que Sánchez Vázquez desarrolla con suficiente énfasis sus puntos de vista acerca de la ética y la moral: Ética (1969), Entre la realidad y la utopía (1999), Ética y política (2007). Esto no agota que en sus más de treinta publicaciones restantes no aborde, con mayor o menor extensión y profundidad, algunos tópicos propios de la reflexión ética. Casos concretos lo representan algunas secciones de los libros Filosofía de la praxis (1967), Del socialismo científico al socialismo utópico (1975), Escritos de política y filosofía (1987), El valor del socialismo (2000), entre otros.
¿Pero de dónde surge la preocupación de Sánchez Vázquez por la moral y la ética? Para responder a esta pregunta cabe recordar que la corriente predominante en el marxismo, después de la III Internacional, tenía de fondo una concepción teleológica de la historia. Tanto el materialismo dialéctico como el materialismo histórico eran subsumidos, respectivamente, por una metafísica de corte materialista y por una teleología historicista que hacían del ser humano y de la historia simples objetos de conocimiento, para cuyo tratamiento era válido un conjunto de reglas propias de las ciencias positivas. La historia, de hecho, presentaba leyes equiparables a las que rigen en las ciencias físicas, siendo su dinámica incluso predecible: las leyes de la historia explicaban y predecían la ineluctable caída del capitalismo.
Con esto, el marxismo quedaba preso en la cárcel hegeliana de la teleología y el determinismo, lo que significaba, para el ser humano, el vaciamiento moral de sus acciones concretas. Si las leyes de la historia explicaban el paso de un modo de producción a otro como el resultado inmediato de la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones sociales de producción, y si por tanto ello derivaría en la caída del capitalismo, el cual además sufría de crisis ingénitas y recurrentes de las que no podía escapar, si –repetimos- todas estas condiciones impersonales se daban de forma forzosa, por leyes que operaban más allá del hacer concreto de los seres humanos, las acciones de estos no importaban ni aportaban al sentido general de la historia.
La infravaloración de la intencionalidad moral ha sido uno de los grandes obstáculos de los movimientos emancipatorios, conduciendo a muchos de estos al fracaso. Si no existe un compromiso radicado en la moralidad de los seres humanos que conforman un proyecto político, difícilmente éste puede hacerle frente a los embates del enemigo de “clase” que, como el mismo Sánchez Vázquez reconoce, está hoy en día configurado por diversos polos de ejercicio de la dominación y no sólo por la burguesía o los poseedores de medios de producción. Sólo un convencimiento y una acción congruente con él, puede hacer de la lucha de clases un proceso verdaderamente emancipatorio, manteniendo el equilibrio entre la efectividad de la acción política y los principios o valores de los sujetos.
En efecto, es en el campo de la moral donde se debate un elemento fundamental de la praxis: la motivación conducente hacia un fin y no sólo la ideación del fin como tal. Ya Marx sostenía que uno de los elementos diferenciadores del ser humano era el carácter proyectivo de su conciencia, su capacidad de proyectar y de fundamentar sus acciones sobre una base racional. La conciencia sería el plano donde se establece la motivación y es el punto de partida de cualquier actividad práctica. No obstante, la motivación misma es configurada alrededor de la valoración de aquello que el sujeto considera bueno o malo. Una praxis auténtica es aquella que asume como propia y moralmente justificada, la finalidad a la que conduce sus acciones.
Marx señala: “Una araña ejecuta operaciones que semejan a las manipulaciones del tejedor, y la construcción de los panales de las abejas podría avergonzar por su perfección a más, de un maestro de obras. Pero, hay algo en que el peor maestro de obras aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la construcción, la proyecta en su cerebro. Al final del proceso de trabajo, brota un resultado que antes de comenzar el proceso existía ya en la mente del obrero; es decir, un resultado que tenía ya existencia ideal. El obrero no se limita a hacer cambiar de forma la materia que le brinda la naturaleza, sino que, al mismo tiempo, realiza en ella su fin…”1.
Como ya se dijo, a este ámbito de la proyectividad le acompaña de forma indisoluble la valoración moral y es en dicho terreno donde se encuentra el momento decisorio y diferencial entre una praxis conservadora y una praxis orientada a la transformación del mundo. Es pues la potencia moral del ser humano, su capacidad de establecer gradientes morales (lo bueno y lo malo), y su capacidad ética, su reflexión y valoración de tales gradientes, lo que permitiría aproximarse a unos fines determinados vinculados a la emancipación humana, es decir, ejecutar una praxis que sea efectiva en el logro de los fines, en la medida en que el logro de estos supone una realización de valores que plenifica con su significación la conciencia de los sujetos.
Todo esto ocurre en la historia, es decir, en medio de condiciones históricas dadas y de sujetos sociales concretos y no en un plano abstracto y universal, de entidades y conciencias puras. Si la historia está sujeta a un desenvolvimiento dialéctico, también lo está la moral; ésta tiene pues un carácter dialéctico, que remite a las contradicciones entre materialidad y conciencia, y un carácter histórico, por lo que la moral no posee una referencia fija a principios siempre vigentes, sino que se encuentra en función de las necesidades vitales del ser humano, mismas que son materiales pero también espirituales, no necesariamente religiosas sino relativas a un ámbito de comunión de las instancias diferenciables pero no identificables de sujetos distintos, de un yo y un otro.
La moral, pues, se encuentra estrechamente vinculada a la praxis en un sentido general en la medida en que el solo acontecer práctico, sin mediación moral que sirva de justificación y principio de asunción, es decir, sin que en dicho acontecer haya una realización volitiva del sujeto, tal acontecer adquiere un carácter inauténtico, porque su ejecución tiene a la base una heteronomía, una determinación exógena, o una autonomía falsa, porque no está necesariamente inscrito en el horizonte moral del individuo. La autenticidad de la práctica, que la define propiamente como praxis, contiene esa congruencia moral por la que la práctica posee un carácter autónomo, no impuesto, sino libremente asumido y, en cuanto tal, asentado sobre la estructura y la dinámica identitarias de los seres humanos.
Hay también que mencionar que para Sánchez Vázquez, un tema impostergable, haciendo eco de lo que ha señalado Diana Fuentes2, es la reflexión acerca de la moral, la ética y la praxis, vinculada a las programáticas políticas de las izquierdas. En este sentido, la intención de Sánchez Vázquez, fiel a su ideario político, es fortalecer la práctica de sectores claramente definidos: aquellos que asumen como propia la tarea de cambiar la realidad de forma radical. La moral de la que entonces hablará Sánchez Vázquez es cada vez menos parecida a una moral abstracta y universalizable, sino más bien que encuentra como destinatario e interlocutor a un sujeto específico del espectro social del mundo actual: las mayorías excluidas y sojuzgadas por el sistema mundial de dominación.
La praxis emancipatoria se fundamenta sobre el discernimiento moral de que la liberación de las mayorías explotadas, marginadas, excluidas, es algo bueno y, por ende, algo deseable. En el ámbito de la objetividad, esta praxis encuentra fundamento en las condiciones históricas en que puede concretarse un proyecto político que permita a las mayorías liberarse paulatinamente del yugo del capitalismo, el racismo, la discriminación etaria y de género, entre otras. Pero, en el ámbito de la subjetividad, la praxis emancipatoria tiene su fundamento en la asunción del individuo –y del colectivo- de nuevos valores, nuevas prácticas, nuevas formas de concebir e interpretar la realidad y al ser humano mismo, es decir, se fundamenta en elementos eminentemente axiológicos, en una ética cuyo eje sea el ser humano.
Ahora bien, al hablar de nuevos valores y de nuevas prácticas, el discernimiento ético descriptivo es insuficiente, a pesar de ser indispensable, para fundamentar el camino de una praxis emancipatoria. En este sentido, la descripción ética debe dar paso, necesariamente, a una ética prescriptiva que establezca un marco de valores mínimos que deben ser asumidos y promovidos por los movimientos que se plantean la transformación radical del mundo. Tal marco de valores, no obstante, no debe entenderse como un catálogo abstracto de principios inamovibles en el decurso histórico, sino más bien todo lo contrario: un marco de valores cuyo origen es la realidad histórica concreta en la que el sujeto se desarrolla y ante la cual debe responder de una forma más o menos determinada.
La importancia de una ética prescriptiva es mucho más visible cuando se tiene en cuenta que hacer política implica toda una serie de procesos en los que intervienen diferentes actores sociales, incluso aquellos que forman parte del enemigo de clase o que no necesariamente concuerdan con la necesidad de cambiar la realidad, procesos en los que debe negociarse, en los que deben establecerse tácticas para alcanzar determinados objetivos, en los que debe existir cierto grado de pragmatismo, sin que éste, claro está, subsuma o reemplace la autenticidad y radicalidad de los proyectos de liberación. Igualmente, el asedio de la ideología de la dominación, que ciertamente es multidimensional y diversa, implica el riesgo perenne de la alienación del sujeto revolucionario y la tergiversación de su proyecto.
Muchos movimientos emancipatorios, en efecto, han entrado en crisis precisamente porque han asumido valores y prácticas propias de una moral excluyente. Un claro ejemplo es, actualmente, el viraje de las otrora fuerzas anticapitalistas hacia una agenda de carácter neoliberal, que ha sido más visible en el caso de los partidos políticos. Además de esta inoculación neoliberal en las agendas políticas de la izquierda, ha sido manifiesta la generalización de la corrupción, el nepotismo y el compadrazgo, que no expresan sino el alejamiento de las instituciones y movimientos de izquierda de los valores democráticos y humanistas. La crítica filosófica debe negar el marco axiológico de la dominación de clases, mientras hace de la dignidad humana el punto de partida ineludible de un proyecto político verdaderamente emancipatorio.
De esta manera, hay en la filosofía de la praxis o, más precisamente, en el marxismo entendido como una filosofía de la praxis transformadora del mundo, una revaloración y redimensionamiento de la moral, siendo ésta considerada como una instancia fundamental para la efectualización de procesos sostenibles y radicales, especialmente en el plano político donde tal radicalismo –que no significa ni dogmatismo ni izquierdismo en el sentido que lo entiende Lenin-, se vuelve necesario para abanderar reivindicaciones verdaderamente revolucionarias, por un lado, y para hacer un verdadero trabajo de contrahegemonía, por otro. De esta forma, la filosofía de la praxis, el marxismo crítico, establece el binomio entre ética y política como uno de los polos sobre los que se estructuraría todo intento auténtico de transformación social.
No se ha tratado aquí de agotar una de las vetas más prometedoras del pensamiento de Adolfo Sánchez Vázquez, pues ello requiere profundizar en varios de los elementos que aquí sólo han quedado señalados. Sin embargo, consideramos importante señalar una hoja de ruta que permita ir profundizando, paulatinamente, en los aportes de Sánchez Vázquez al campo de la ética y la filosofía política y, en la medida de las posibilidades, hacer uso de sus planteamientos para interpretar y, más importante aún, transformar la realidad de opresión que circunda a los países latinoamericanos. A diferencia de lo que Hegel concluía, la filosofía tiene mucho que decir; pero la batalla principal contra el sistema no se dará en el campo teorético sino en el de la praxis.
Bibliografía
Sánchez Vázquez, A. De Marx al marxismo en América Latina. Editorial Ítaca. 2012.
Sánchez Vázquez, A. Del socialismo científico al socialismo utópico. Editorial Era. México D. F., 1981.
Sánchez Vázquez, A. Entre la realidad y la utopía: ensayos sobre política, moral y socialismo. FCE. 1999.
Sánchez Vázquez, A. Ética. Crítica. Barcelona, 1978.
Sánchez Vázquez, A. Ética y política. FCE-UNAM. México D. F., 2007.
Sánchez Vázquez, A. La filosofía de la praxis. Siglo XXI editores. México D. F., 2003.
Notas:
1. Marx, K. El capital. Tomo I. FCE. México, D. F. 1964. Págs. 130 – 131. Subrayados del autor.
2. Fuentes, D. Intervención en el conversatorio “Los caminos de la praxis y el discurso crítico: Sánchez Vázquez y Echeverría”. Seminario Permanente Pensamiento Crítico Latinoamericano Bolívar Echeverría. CIESPAL. México, D. F. Noviembre, 2016.
Alberto Quiñónez es miembro del Colectivo de Estudios de Pensamiento Crítico (CEPC).
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