La historia la contó como nadie Charles Dickens en obras como Oliver Twist o Grandes Esperanzas: un niño huérfano que crece en un entorno tan hostil como el de los inicios de la Revolución Industrial en la Inglaterra del siglo XIX, espoleado por el hambre y la miseria. Ahora, un grupo de científicos ha analizado los restos de decenas de niños usando modernas técnicas forenses, confirmando la historia contada por el escritor. La mayoría de ellos crecieron y murieron desnutridos. El desarrollo de los que tenían 12 años se correspondía con el de chicos de ocho. Hay varios con lesiones óseas compatibles con los castigos físicos. La realidad era aún más dura que la narrada por el maestro del realismo social. Mientras sus personajes crecen, se hacen mayores y tienen un final relativamente feliz, muchos de este estudio publicado en la revista científica PLoS ONE no llegaron a superar la adolescencia.
Hace unos años, la construcción de un museo local junto a la iglesia de Fewston (en la comarca de Washburn, en el centro de Inglaterra) obligó a desenterrar buena parte del antiguo cementerio. Para ello contrataron a una empresa especializada en excavaciones arqueológicas. No tenían ni idea de lo que se iban a encontrar. “Mi empresa, York Osteoarchaeology, se encargó del análisis osteológico de los esqueletos, determinando la edad, el sexo y las patologías de las personas enterradas en Fewston”, cuenta la arqueóloga de la Universidad de York y coautora del estudio, Malin Holst. “Fue durante este análisis esquelético inicial cuando se hizo evidente que había muchos adolescentes, que no suelen ser muy comunes en los cementerios”, añade. En las necrópolis actuales, la mayoría de los enterramientos son de personas mayores. En el pasado, antes de los avances de la medicina moderna y la protección social, el patrón era diferente: junto a los mayores, también había muchas tumbas de recién nacidos y niños de corta edad que alguna enfermedad se llevó por delante. Pero en Fewston, 54 de los 154 cuerpos recuperados de la primera mitad del siglo XIX eran de chicos y chicas de entre siete y 20 años. Un patrón tan anómalo obligaba a profundizar en esta historia.
El sufrimiento encoge el cerebro de los niños para siempre
El estudio osteológico permitió a los científicos determinar cuánto sufrieron estos niños. La mayoría tenían una edad (determinada por la dentadura) que no se correspondía con la estimada según la longitud y estado de desarrollo de sus huesos (que se usa hoy, por ejemplo, para ponerle edad a los inmigrantes). Por ejemplo, el individuo identificado como SK 331, tendría entre 12 y 14 años según sus dientes, pero los huesos se corresponde con los de un pequeño de no más de ocho años. La niña SK 262 murió entre los 16 y 18 años, pero sus huesos, sin la característica que indica el fin del crecimiento óseo (fusión epifisaria), se corresponden con los de una pequeña de 10 años si su desarrollo hubiera sido normal. La desnutrición la confirmaron con el escaso crecimiento (hipoplasia) que encontraron en sus dientes. Esta patología del esmalte, caracterizada por un desarrollo incompleto del mismo, generalmente se produce en la niñez provocada por una escasa alimentación y acumulación de enfermedades. Este tipo de estrés a edades tempranas también afecta al desarrollo del cerebro, como han demostrado estudios con niños de los orfanatos de la Rumania del dictador Ceaucescu.
“Algunos de los niños sufrían de raquitismo y escorbuto. Podemos diagnosticar estas condiciones porque dejan huellas en los huesos”, dice la bioarqueóloga de la Universidad de Durham y primera autora del estudio, Rebecca Gowland. Una de estas huellas es la falta de vitaminas, tan esenciales en esta fase del desarrollo infantil. “Para la deficiencia de vitamina D, se trata de cierta inclinación de los huesos largos y otros cambios. Para la de vitamina C, generalmente se manifiesta en forma de lesiones porosas en ciertas partes del esqueleto”, añade.
Alimentación pobre
Para confirmar la desnutrición, los investigadores volvieron a los isótopos, pero esta vez los de carbono y nitrógeno. Las diferencias de proporción del isótopo nitrógeno-15 y del carbono-13 permiten saber el peso relativo de las proteínas de origen animal y vegetal en la dieta. Los bajos niveles de esta ratio que encontraron en casi todos los jóvenes contrastan con los mayores niveles observados en los enterrados identificados como locales. Esto indicaría que murieron después de muchos años de una alimentación pobre o nula en carnes o alimentos derivados de animales, como los lácteos.
El análisis osteológico de los niños mostró, como escriben los autores, que "sus sufrimientos y privaciones estaban escritos en sus esqueletos". Los arqueólogos de York llevaron los restos al laboratorio de bioarqueología de sus colegas de la Universidad de Durham. Entre ambos, usaron sofisticadas técnicas forenses para analizar todos los cuerpos. Muchos de los mayores enterrados y un niño de corta edad estaban identificados gracias a sus lápidas o las placas que se colocaban en los ataúdes. Pero los jóvenes estaban en tumbas sin nombre. Pudieron determinar su edad al morir gracias al desarrollo de su dentadura, pero otra cosa era saber quienes eran y de dónde venían. Una de las pocas herramientas para conocer el origen de una persona de origen desconocido es extraer las proteínas presentes en el esmalte dental y analizar la ratio de distintos elementos químicos presentes. Dos de los más fructíferos son los isótopos (variaciones de un mismo elemento según el número de neutrones) de estroncio y oxígeno.
“A medida que desarrollamos nuestros dientes, las proporciones químicas de estroncio y oxígeno dentro de ellos reflejan la geología local y el agua que bebemos”, dice Gowland. “Supimos que los esqueletos no eran locales porque los valores de isótopos de estroncio y oxígeno eran muy diferentes de los observados en los dientes de individuos que se sabía que eran oriundos de la región. En cambio, para muchos de los niños eran coincidentes con el área de Londres y alrededores”, añade.
Huérfanos trasladados
Durante los inicios de la Revolución Industrial, finales del XVIII y primera parte del XIX, hubo una gran migración desde el campo a las ciudades industriales como Leeds o Manchester. Pero también se produjo en sentido contrario, desde los barrios más pobres de Londres o Liverpool, en especial de niños, a las zonas rurales donde se asentaban muchas factorías, sobre todo industria textil. En los alrededores de Fewston, había cinco, con la más grande, West House Mill, dedicada al hilado de lino y algodón.
En los archivos del pueblo se han encontrado varios indenture, unos contratos entre los patrones de West House y niños huérfanos (o abandonados por sus padres) procedentes de hospicios de Londres. Estos documentos obligaban a los pequeños a trabajar a cambio de cama, comida y educación hasta los 21 años o, en el caso de las niñas, hasta que se casaran. Estos asilos eran lo que en el mundo anglosajón llamaban workhouse. No se trataba de orfanatos al estilo hispánico, que daban cobijo. En realidad lo hacían a cambio de trabajar. Oliver Twist empieza su historia en uno de estos workhouse.
La imagen que pinta esta investigación coincide con las memorias del reverendo Robert Collyer, hijo de huérfanos que también fueron aprendices, que trabajó entre los 8 y los 14 años en West House: “Llamaban a las 6 de la mañana y salíamos a las 8 de la noche con una hora para comer y descansar. Y si teníamos la oportunidad de sentarnos unos momentos en los que el supervisor no estaba delante para castigar nuestros pequeños hombros con su correa de cuero [...] y el resultado de todo esto fue que los niños más débiles quedaron tan lisiados que el recuerdo de sus extremidades retorcidas todavía arroja una luz bastante siniestra para mí sobre las Sagradas Escrituras”, recuerda en un fragmento recuperado por los autores de esta investigación.
“Los restos de Fewston han sido los únicos excavados en un cementerio rural en el norte de Inglaterra y, por lo tanto, son inusuales”, responde Gowland al preguntarle si la historia de estos niños es anecdótica o representativa de los inicios de la Revolución Industrial. “Pero hay muchos cementerios rurales como el Fewston. Sin embargo, rara vez se excavan porque esto solo ocurre si se va a urbanizar”, añade. Dos datos pueden enmarcar el alcance del drama: estadísticas oficiales mencionadas en el estudio cifran en 195.000 los niños de 5 a 14 años que pasaron por alguno de los hospicios parroquiales en 1803. Y en 1845, en el sector del algodón, el 45% de los trabajadores tenían menos de 18 años. En cuanto a los pequeños de Fewston, una vez que los huesos de los niños contaron a los científicos lo que habían sufrido, los volvieron a enterrar debidamente, y su historia se conserva en el Washburn Heritage Centre.