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jueves, 18 de febrero de 2021

_- "Aviso a navegantes": el artículo de Rosa Montero que arrasa en Twitter

_- Ah, si de joven yo hubiera sabido que iba a envejecer y que me iba a morir, creo que hubiera vivido de otra manera

Esto es una advertencia: ayer mismo me acosté teniendo 16 años y hoy me he despertado con más de sesenta. Quiero decir que la vida vuela. Ah, si de joven yo hubiera sabido que iba a envejecer y que me iba a morir, creo que hubiera vivido de otra manera. Lo que acabo de decir es una boutade, lo sé; pero, al mismo tiempo, es cierto que, con los años, llegas a un territorio, el de la vejez y la Parca merodeante, que antes nunca habías visto con verdadera claridad. Y entonces te dices: ah, cuánto tiempo perdido. Y no porque mi existencia me desagrade, al contrario, creo que ha sido y es muy intensa y que he hecho todo cuanto he querido hacer. Pero con qué nervios, de qué forma tan atormentada o tan aturullada, cuántas veces he vivido con el cuerpo aquí y la cabeza en otra parte. Por no hablar de la cantidad de tiempo y de energía perdidos en tonterías, como, por ejemplo, en creerme fea a los 18 años (cuando estaba más guapa que nunca), o en reconcomerme de angustia temiendo no estar a la altura en algún trabajo. Por eso, repito: si yo hubiera sabido que iba a envejecer y que me iba a morir, hubiera vivido de otra manera.

Todo esto viene al hilo, claro está, del cambio de año. Esto del calendario no es más que una convención, pero cómo remueve y cómo escuece. En estas fechas es imposible no dedicar siquiera un minuto a sentir el viento del tiempo contra la cara, a revisar someramente el pasado, a preguntarte sobre tu futuro. Acabo de leer un libro extraordinario que viene bien para acompañar estas congojas. Se trata de Instrumental: memorias de música, medicina y locura, de James Rhodes (Blackie Books). El británico Rhodes tiene una biografía totalmente improbable. Por ejemplo, es pianista, un buen concertista. Sin embargo, empezó a estudiar piano mal y tarde, y luego lo dejó por completo durante 10 años hasta retomar la música en sus veintimuchos. No creo que haya habido en el mundo un caso así. Si abandonas un instrumento de ese modo, simplemente no es posible ser un músico de esa calidad. Pero él lo es. He aquí su primer milagro.

Tiene varios más, algunos espeluznantes. El libro de Rhodes cuenta con una crudeza que yo no había visto la experiencia de una víctima de pedofilia. A los seis años recién cumplidos, James fue violado por su profesor de boxeo del colegio. Y el tipejo lo siguió haciendo durante cinco años impune y sistemáticamente, hasta que Rhodes cambió de escuela. El niño, amenazado por el pedófilo, avergonzado y amedrentado, no dijo nunca nada a nadie; pero otros profesores lo veían llorar, lo veían salir con las piernas sangrando del despacho del monstruo y no hicieron nada. El libro de Rhodes es un grito indignado a esa pasividad tan común ante los abusos infantiles. Como las pequeñas víctimas no se atreven a denunciar, es muy cómodo ignorar un horror que se queda escondido, como los malvados ogros de los cuentos, en los cuartos oscuros y en las pesadillas de los niños. Y otra enseñanza más de este tremendo libro: las violaciones dejan secuelas. En primer lugar, graves secuelas físicas, porque es una brutalización continuada de un cuerpo muy pequeño (el músico tuvo que ser operado varias veces); y, por supuesto, una catarata de catástrofes psíquicas. Prostitución en la adolescencia, un año de internamiento en un psiquiátrico, tres intentos de suicidio, cortes autoinfligidos con una cuchilla, drogas, furia y dolor. 
Y este es el segundo milagro: ha sobrevivido a todo eso.

Tercer milagro: James es la prueba de que el arte y la belleza ayudan. En el caso de James, es la música lo que amansó su fiera interior. Todos podemos y debemos recurrir a ello: cuanta más belleza en nuestras vidas, más fuera del tiempo y de la pena, más inmortales.

Pero aún queda por contar un cuarto milagro. Aunque la existencia de Rhodes parece larguísima y convulsa, sólo tiene 40 años. Guau, eso es vivir deprisa. Como decía Lou Reed: mi día equivale a tu año. Pues bien, al final el autor apuesta por su segunda esposa, Hattie, y se atreve a dar unos consejos para el bien amar. Antes, al leer el libro, Rhodes me había parecido un hombre conmovedor y admirable, pero también furioso y herido, demasiado intenso como para tenerlo muy cerca. Pero en estas páginas finales habla de la convivencia con tan modesta, honda sabiduría que me ha dejado admirada. Como, por ejemplo: 
“Lo que más deteriora una relación es tratar de salir ganando”
Pequeña gran verdad. Hace falta vivir mucho y pensar mucho para llegar a tan poco. O sea, que se puede aprender, aunque vengas con las heridas más crueles. Se puede recomenzar una y otra vez. Aviso a navegantes para sortear los escollos de este año: recordemos que, como prueba Rhodes, siempre hay futuro. Nunca seremos tan jóvenes como hoy y la vida se conquista día a día.

@BrunaHusky

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sábado, 16 de abril de 2016

El exceso de tareas agobia no solo a los niños, también a los padres. Eva Bailén, madre que consiguió más de 200.000 firmas por unos 'deberes justos', da algunas recomendaciones. Cinco consejos para sobrevivir a los deberes

Cuando vas a tener un bebé, familiares y amigos te avisan de lo mucho que se va a complicar tu vida, del mucho tiempo que el bebé requerirá de ti, de las noches sin dormir, los pañales, los biberones, los cólicos del lactante… Algunos te avisan de que la paternidad o maternidad es una carrera de fondo y que nunca jamás tu vida será como antes, que ya no vais a ser 2, sino 3 o 4, con todas las consecuencias. Se aventuran a predecir una adolescencia difícil, complicada, casi imposible; pero a mí al menos nadie me dijo que lo peor de todo no iba a ser nada de todo eso. Lo que más tiempo me ha robado, lo que más fines de semana me ha fastidiado, más tardes me ha estresado, lo que ha jorobado más nuestras vacaciones, y lo que de verdad hace imposible planear un fin de semana fuera con otros amigos con todos los niños en una casa rural no son los bebés; los bebés son unos santos. Lo que se ha instalado en nuestras vidas y ha hecho que no seamos ya 2, ni 3, ni 4, ni 5 sino cerca de 20 son los deberes. Llegan sigilosamente, se sufren en silencio, y se quedan en tu vida en forma de una pesadísima mochila que no puedes dejar de cargar mientras tus hijos están en edad escolar.

De un tiempo a esta parte, parece que todo el mundo por fin se ha decidido a hablar de los deberes. La campaña de recogida de firmas por los deberes justos que inicié en change.org alcanzó las 200.000 adhesiones en un año. También en marzo de este año la  OMS aportaba nuevos datos que avalan esta campaña: un 25% de las niñas y un 34% de los niños españoles de 11 años aseguran sentirse presionados por los deberes. Pero atención, porque el porcentaje aumenta con la edad: un 55% de las niñas y un 53% de los niños a los 13 años y un indecente porcentaje del 70% de las chicas frente a un 60% de los chicos a los 15 años. Si los deberes desbordan tu vida y tu hijo está aún en primaria, puedes hacerlo más llevadero con estos 5 consejos para sobrevivir, aunque puede que sean los menos ortodoxos que te hayan dado nunca:

1. No le pidas a tu hijo hacer los deberes en el mismo sitio todos los días Si para tu hijo los deberes son aburridos, estudiar es tedioso, y estar todo el día encerrado en el cole es un rollo, no puedes esperar que recluyéndolo en su habitación para hacer sus tareas su motivación incremente, haga los deberes más rápido y sea más feliz. Hacer los deberes o estudiar a solas siempre en el mismo sitio está bien para estudiantes más mayores, pero para niños de primaria, sobre todo de los primeros cursos, es una crueldad. Después de estar sentados en una silla dura, delante de una mesa, sin poder moverse durante horas, lo que menos le apetece a un niño es seguir sentado delante de una mesa, y encima a solas. No tengas remordimientos en dejar a tu hijo hacer los deberes en la terraza, al solecito, o en la cocina, evita eso sí la televisión, pero no aísles a tu hijo después del colegio, tras un montón de horas sin haber visto a sus padres. Déjalo estar contigo mientras cocinas, planchas, lees, o revisas lo que sea en tu ordenador.

2. Ayúdale si lo ves bloqueado Las responsabilidades se adquieren poco a poco, no puedes esperar que a los 8 años tu hijo sea tan responsable como un adulto. Si los deberes le desbordan, no permitas que se bloquee y esto os suponga llegar a una situación conflictiva, desagradable, porque poco le ayudará en su aprendizaje. Odiar los deberes no propicia una buena actitud ante la escuela, los niños tienen que volver al colegio con ganas cada día, si salen cansados y además se estresan con las tareas, no les beneficiamos en nada. No dudes en echarle una mano, en dictarle lo que tenga que copiar, en proporcionarle alguna experiencia valiosa relacionada con sus deberes, e incluso en como hizo el profesor Alfonso González Balanza, en hacerle tú algunas cuentas si ya has comprobado que sabe hacerlas. A Alfonso le ha funcionado, su hija pasó a la secundaria y sigue sacando buenas notas.

3. No le castigues Aprender no es sinónimo de castigo, y la palabra educación no debería ir acompañada de la palabra obligatoria, como ocurre en las siglas ESO (Educación Secundaria Obligatoria). Aprender es una necesidad innata, un instinto de supervivencia, no lo podemos convertir en un castigo. Pero los deberes tradicionales, a edades tempranas, se asemejan más a un castigo que a un placer. Los deberes no deberían usarse nunca como castigo, ni por parte del docente, ni de los padres. Es más, deberían ser valiosos para el aprendizaje, copiar enunciados o textos enteros del libro usado en clase parece más un castigo que un proceso de aprendizaje. Hay tantos castigos relacionados con los deberes que inevitablemente se convierten en algo negativo: se castiga a los niños sin jugar después del cole, hasta que no acaben sus deberes; se les castiga sin poder socializarse, sin ir a fiestas de cumpleaños; se les pone más deberes como castigo y lo que es peor, se les castiga sin recreo. No castigues a tu hijo con los deberes, ya sea directa o indirectamente. No permitas que los deberes sean un castigo. Reclama su derecho al juego, y su derecho a disfrutar del recreo.

4. Permítele saltarse alguna obligación Además de los deberes, los niños tienen, con mucha frecuencia, numerosas extraescolares. Sus tardes están llenas de obligaciones, y en nuestro afán porque sean unas personas responsables no les damos tregua. Les exigimos llevar los deberes hechos todos los días, ir a todas las extraescolares, ducharse todos los días, y al final de la jornada muchos veces llega la hora de cenar e irse a la cama sin que hayan podido disfrutar un ratito de juego libre y no supervisado. Es bueno priorizar y darle a los niños un respiro, liberarle de alguna obligación. Debería ser obligatorio jugar, eso es lo que un niño pequeño necesita, lo mejor para su desarrollo, las extraescolares, los deberes y el baño son menos prioritarios, déjale que se los salte algún día, o varios, dale tiempo para jugar.

5. Comunícate con el maestro de tu hijo Los deberes no son hemorroides, aunque lo parecen, deja de sufrirlos en silencio y comunícate con el maestro de tu hijo. Cuéntale cuánto complican tu vida los deberes, cómo condicionan tus fines de semana, tus tardes, tus noches, tus vacaciones. Con todo el respeto, explica cómo os sentís en casa ante esa intromisión escolar en el templo de vuestro hogar, intenta que comprenda que tu hijo no es un recipiente que llenar de contenidos, ni un robot que se pueda programar todos los días para ir al colegio, hacer deberes, cenar y dormir. Seguro que tu infancia y la del profe fueron muy distintas, y no por haber hecho menos deberes os ha ido mal. No te sientas mal por querer darle una infancia feliz a tu hijo.

Eva Bailén es ingeniera en Telecomunicaciones y autora del blog todoeldiaconectados.com sobre nuevas tecnologías para niños. Inició la campaña de Change.org "por unos deberes escolares justos".

http://elpais.com/elpais/2016/03/22/actualidad/1458661104_789679.html