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miércoles, 4 de octubre de 2023

Para conocer el bien, o el mal, primero hay que verlo.

Una vigilia en honor a Alan Kurdi, un niño sirio, y en protesta contra la política migratoria del Gobierno australiano, en Melbourne, el 7 de septiembre de 2015.  Asank
Una vigilia en honor a Alan Kurdi, un niño sirio, y en protesta contra la política migratoria del Gobierno australiano, en Melbourne, el 7 de septiembre de 2015.  AsankASANKA BRENDON RATNAYAKE (ANADOL
La experiencia nos demuestra que la compasión es con mucha frecuencia el motor del cambio social, escribe Julian Baggini en un libro en el que se pregunta qué podemos aprender de los evangelios más allá de la religión.


El filósofo moral de Cambridge de principios del siglo XX G. E. Moore argüía que el “bien” es real, pero no puede definirse en términos de ninguna otra cosa. Decir, como hacen algunos utilitaristas, que lo bueno es simplemente aquello que aumenta la felicidad es erróneo, porque “bueno” y “feliz” no significan lo mismo. Si la felicidad es o no buena siempre es una cuestión abierta¿Es buena, por ejemplo, la felicidad de un sádico? El “bien” es real pero indefinible, y no es una de las muchas cosas que encontramos en la naturaleza. Verlo es la única forma de saber lo que es. De un modo similar, la gente puede poner ejemplos de cosas amarillas y señalarlas, pero la amarillez es algo que tenemos que ver por nosotros mismos y no puede definirse en términos de ninguna otra cosa. En el fondo, lo bueno se conoce mediante una especie de intuición.

El filósofo ilustrado escocés David Hume adoptó una concepción más práctica y realista; Pensaba que lo bueno podía definirse en términos naturalistas. Calificamos de buena cualquier cosa que sea “útil para la sociedad, o útil o agradable para la propia persona”. Nuestra motivación para hacer el bien no dimana de la razón, sino de la estima que “el sentimiento natural de benevolencia nos impulsa a prestar a los intereses de la humanidad y la sociedad”.

En muchos sentidos, Moore y Hume discrepaban profundamente. Moore pensaba que el bien era una parte indefinible de una realidad no natural, y Hume, que era una parte definible del mundo natural. Sin embargo, en otro aspecto vital, estaban de acuerdo: la base última de toda identificación de algo como bueno o malo, correcto o incorrecto, no es un argumento, sino una observación que requiere una capacidad no racional, ya se trate de una intuición (Moore), ya de un sentimiento moral (Hume).

Este retrato de la moralidad nos ayuda a explicar cómo vemos el cambio moral que se está produciendo habitualmente. Por ejemplo, en cierta ocasión entrevisté a una madre soltera lesbiana y atea llamada Renee, en una pequeña localidad de Texas. De todas sus identidades marginales, su condición de atea era con creces la más problemática. Pensaba que la explicación era simplemente una cuestión de familiaridad: “Si alguien se entera de que soy lesbiana, dirá que tiene una tía o una hermana lesbiana, pero si alguien descubre que soy atea, no sabrá cómo afrontarlo. Ni siquiera saben lo que es un ateo. Llevo 10 años aquí y no conozco a nadie en todo el condado que sea ateo”. Creo que Renee está en lo cierto y que la razón por la que los derechos del colectivo LGTBI han avanzado tanto en Estados Unidos no es porque los activistas ganaran un debate moral, sino porque a medida que la gente iba conociendo a más personas homosexuales, su experiencia les enseñaba que no había nada malo en ellas.

Hay muchas filosofías morales en las que no se ofrece ningún argumento para justificar la noción del bien que se está manejando. La ética confuciana, La ética confuciana, por ejemplo, solo se preocupa de lo que se requiere para crear una buena sociedad y carece de interés en las concepciones metafísicas de la bondad. Cuando se trata de determinar lo que es una buena sociedad, se asume que reconocemos que la armonía es preferible a la disarmonía, la prosperidad es preferible a la pobreza y la paz es preferible a la guerra.

La ausencia de argumentos de Jesús en favor de lo que hace fundamentalmente correctas o incorrectas las acciones no es, por tanto, una buena razón para desestimar sus doctrinas morales como una mera serie de instrucciones dictadas por decreto. Para tomárnoslo en serio como un maestro de moral solo necesitamos convencernos de que es un experto en hacernos prestar mucha atención a lo que es la bondad. Ciertamente es evidente que él mismo creía en la necesidad de esa buena “visión moral”: “La lámpara de tu cuerpo es tu ojo. Cuando tu ojo está sano ve con claridad, también todo tu cuerpo está luminoso; pero cuando está malo, también tu cuerpo está a oscuras” (Sin Dios 2, 17).

La filosofía occidental moderna ha llegado a pensar que “ver con claridad” consiste básicamente en determinar los hechos y razonar lógicamente a partir de ellos. Esto tiene poco o nada que ver con la ética. Sin embargo, no son pocos los filósofos que han establecido una conexión entre comprender con agudeza y ser bueno. En la filosofía india, las escuelas ortodoxas se conocen como darśanas, cuya raíz significa literalmente ver. Otro término sánscrito, que significa “la ciencia de la investigación” —lo que en términos generales denominaríamos filosofía—, es anvīksīkī, que originalmente significaba algo así como mirar.

Incluso en la filosofía occidental ha persistido una corriente de pensamiento que atribuye una dimensión ética a la visión certera. Aristóteles escribió: “Uno debe hacer caso de las aseveraciones y opiniones de los experimentados, ancianos y prudentes no menos que de las demostraciones, pues ellos ven rectamente porque poseen la visión de la experiencia”. Más idiosincrásico es un interesante comentario de Wittgenstein que sugiere que la lógica y la ética son inseparables: “¿Cómo puedo ser un lógico sin antes ser un humano decente?”, preguntaba en una carta a Bertrand Russell. Ray Monk, biógrafo de Wittgenstein, explica que la conexión se basa en el hecho de que “para pensar con claridad en la lógica, tiene que eliminar aquellas cosas que se interponen en el camino del pensamiento claro”. Esa claridad de pensamiento requiere honestidad con uno mismo. Por ello, “Wittgenstein decía asimismo que lo que se necesita en filosofía no es inteligencia, sino voluntad”.

Ahora bien, ¿qué es lo que vemos con claridad cuando prestamos atención al mundo de la manera éticamente apropiada? En el Evangelio, Jesús no cesa de pedirnos que tengamos en cuenta dos cosas. La primera es nuestro propio desarrollo moral, algo en lo que hemos visto que Jesús se centra repetidamente. La segunda son las necesidades y los sufrimientos de los demás. Jesús no es un teórico moral abstracto que dispense fríamente órdenes. En varias de sus parábolas, presenta a personas motivadas a hacer lo correcto no por principio, sino por una respuesta empática poderosamente emocional a la necesidad y al sufrimiento. En la parábola del siervo despiadado: “Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda” (Sin Dios 8, 38). Cuando el padre del hijo pródigo vio que este había regresado, “conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente” (Sin Dios 8, 49). Cuando el buen samaritano vio al hombre dado por muerto por los ladrones, “tuvo compasión” de él (Sin Dios 9, 21). El propio Jesús aparece respondiendo emocionalmente a las dificultades ajenas, como cuando vio a una multitud de sus seguidores y “sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor” (Sin Dios 8, 14).

La experiencia nos demuestra que la compasión es con mucha frecuencia el motor del cambio social. Consideremos, por ejemplo, la publicación en 1972 de la famosa fotografía de Nick Ut de una niña horriblemente quemada, Kim Phuc, que huía de un ataque con napalm en Vietnam del Sur. Esa imagen contribuyó a transformar la opinión pública sobre la injusticia de la guerra más que cualquier cantidad de análisis desapasionados. Análogamente, nada contrarrestó la hostilidad hacia los refugiados en Europa tanto como la foto del niño sirio kurdo de tres años Alan Kurdi ahogado en 2015.  Julian Baggini (Folkestone, Kent, Reino Unido, 1968) es filósofo y autor de una veintena de libros. Este extracto es un adelanto de su libro El Evangelio sin Dios. ¿Fue Jesús un gran maestro de moral?, que la editorial Paidós publica este miércoles, 6 de septiembre.


https://elpais.com/ideas/2023-08-29/para-conocer-el-bien-o-el-mal-primero-hay-que-verlo.html