Miguel Ángel Santos Guerra
Estamos viviendo una crisis sin precedentes. Nos asedia el miedo del contagio. Y el de ser portadores del virus y convertirnos en un arma mortal para personas que se acerquen a nosotros, conocidas o no.
No vemos cerca la salida de esta crisis que nos tiene todavía encerrados en las casas, en un confinamiento tan necesario como difícil. Cada día nos inundan de gráficas y de estadísticas y a veces nos olvidamos de que, detrás de los números, hay una personas de carne y hueso.
Ha comenzado la desescalada. Estamos recorriendo las fases con pies de plomo, tratando de deshacer el dilema salud versus economía. Las comunidades autónomas se han instalado en una extraña competitividad para ver quién recorre primero las cuatro fases. Y no hay que apresurarse. No hay que salir primero. Hay que salir todos.
Quiero mandar un mensaje de esperanza, de optimismo y de fuerza. Porque, sea temprano o sea tarde, saldremos de esta. Es cierto que algunos compatriotas no van a poder contarlo. Con las muertes hemos pagado el más alto precio de la crisis. El más cruel. No solo por la muerte sino por la triste y solitaria forma en que ha ocurrido.
Creo que deben alegrarnos las pasos que vamos dando. Nos estamos convirtiendo en supervivientes. Todos tenemos una responsabilidad en la superación de la pandemia. Es la hora de la gente.
Algunos, lamentablemente, han salido del confinamiento como sale el champán cuando se descorcha la botella después de agitarla. Y eso es muy peligroso. Seamos responsables, seamos rigurosos en el cumplimiento de las indicaciones políticas y sanitarias. Acabo de ver una manifestación contra el gobierno de vecinos y vecinas del lujoso barrio madrileño de Salamanca. Apelotonados, sin mascarillas, sin guantes, poniéndonos en riesgo a todos. Envueltos en la bandera de España, eso sí, porque las consideran suyas. Me refiero a la bandera y a la patria. Indignante. Despreciable. No es el momento de decir “Abajo Sánchez” sino “Abajo el virus”. Pueden decir lo que quieran, ya lo sé. Pero, por Dios, respetando las normas de protección porque, de lo contrario, todo el esfuerzo no valdrá para nada. Esos manifestantes han tenido un comportamiento delictivo. No por lo que gritaban sino por lo que hacían. Libertad de opinión, sí. Libertad de destrucción, no.
A pesar de todo, saldremos adelante. Hay países, como Dinamarca, que han dado por superada la crisis. Otros están avanzando a pasos más o menos rápidos hacia la salvación. Nosotros también saldremos. Pasará todo. Pasará. Aunque tengamos que seguir conviviendo con el virus.
En el libro de Jaume Soler y M. Mercè Conangla titulado “La ecología emocional. El arte de transformar positivamente las emociones”, he encontrado una historia que me parece de singular importancia para esta coyuntura. Dice así:
Una vez, un rey de un país no muy lejano reunió a los sabios de su corte y les dijo: He mandado hacer un precioso anillo con un diamante a uno de los mejores orfebres de la zona. Quiero guardar, ocultas dentro del anillo, algunas palabras que puedan ayudarme en los momentos difíciles. Un mensaje al que yo pueda acudir en momentos de desesperación total. Me gustaría que ese mensaje ayude en el futuro a mis herederos y a los hijos de mis herederos. Tiene que ser pequeño el mensaje, de tal forma que quepa debajo del diamante de mi anillo.
Todos aquellos que escucharon los deseos del rey eran grandes sabios, eruditos que podían haber escrito grandes tratados… Pero, ¿pensar un mensaje que contuviera dos o tres palabras y que cupiera debajo de un diamante de un anillo? Muy difícil. Igualmente pensaron, y buscaron en sus libros de filosofía durante muchas horas, sin encontrar nada que se ajustara a los deseos del poderoso monarca.
El rey tenía muy próximo a él, un sirviente muy querido. Este hombre, que había sido también sirviente de su padre, y había cuidado de él cuando su madre había muerto, era tratado como de la familia y gozaba del respeto de todos.
El rey, por esos motivos, también lo consultó. Y éste le dijo:
– No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje.
– ¿Como lo sabes?, preguntó el rey.
– Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una oportunidad me encontré con un maestro. Era un invitado de tu padre, y yo estuve a su servicio. Cuando nos dejó, yo lo acompañe hasta la puerta para despedirlo y como gesto de agradecimiento me dio este mensaje.
En ese momento el anciano escribió en un diminuto papel el mencionado mensaje. Lo dobló y se lo entregó al rey.
– Pero no lo leas, dijo. Manténlo guardado en el anillo. Ábrelo sólo cuando no encuentres salida en una situación.
Ese momento no tardó en llegar, el país fue invadido y su reino se vio amenazado. Estaba huyendo a caballo para salvar su vida, mientras sus enemigos lo perseguían. Estaba solo, y los perseguidores eran numerosos. En un momento, llegó a un lugar donde el camino se acababa, y frente a él había un precipicio y un profundo valle. Caer por él sería fatal. No podía volver atrás, porque el enemigo le cerraba el camino. Podía escuchar el trote de los caballos, las voces, la proximidad del enemigo.
Fue entonces cuando recordó lo del anillo. Sacó el papel, lo abrió y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso para el momento… Simplemente decía: Esto también pasará.
En ese momento fue consciente de que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que lo perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino. Pero lo cierto es que le rodeó un inmenso silencio. Ya no se sentía el trotar de los caballos.
El rey se sintió profundamente agradecido al sirviente y al maestro desconocido. Esas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a guardarlo en el anillo, reunió nuevamente su ejército y reconquistó su reinado.
El día de la victoria, en la ciudad hubo una gran celebración con música y baile…y el rey se sentía muy orgulloso de sí mismo.
En ese momento, nuevamente el anciano estaba a su lado y le dijo:
– Apreciado rey, ha llegado el momento de que leas nuevamente el mensaje del anillo.
– ¿Qué quieres decir?, preguntó el rey. Ahora estoy viviendo una situación de euforia y alegría, las personas celebran mi retorno, hemos vencido al enemigo”.
– Escucha, dijo el anciano. Este mensaje no es solamente para situaciones desesperadas, también es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando te sientes derrotado, también lo es para cuando te sientas victorioso. No es sólo para cuando eres el último, sino también para cuando eres el primero.
El rey abrió el anillo y leyó el mensaje… Esto también pasará.
Y, nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba. Pero el orgullo, el ego había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Lo malo era tan transitorio como lo bueno.
Entonces el anciano le dijo:
– Recuerda que todo pasa. Ningún acontecimiento ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche; hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.
Hasta aquí la historia del anillo del rey. Con su moraleja de esperanza y con su advertencia para los tiempos de bonanza cuando esto haya pasado. La historia nos dice que, una vez alcanzado el fin de la crisis, es probable que no podamos instalarnos en la plena tranquilidad de forma definitiva. Porque también esa bonanza pasará. Podemos echar las campanas al vuelo pero con la seguridad de que su repique podría cesar en cualquier momento. Hoy toca esperanza porque la pandemia de la covid-19 está pasando. Porque, sin duda, pasará.
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domingo, 24 de mayo de 2020
martes, 27 de noviembre de 2018
_- La historia del mensaje que me puede ayudar en momento de desesperación
_- El problema de muchas personas es que llegan a sentirse abrumadas por sus propias emociones, como si en lugar de una brújula para orientarse llevaran grilletes que las paralizan.
Sobre esto, un cuento sufí glosado por el místico y espiritual indio Osho, entre otros (Pues tb se le atribuye a un emperador chino), explica lo que un rey pidió a los sabios de su corte:
–Me estoy fabricando un precioso anillo y quiero ocultar bajo el diamante algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación. Tiene que ser muy breve de modo que pueda esconderlo allí.
Aquellos eruditos habían escrito grandes tratados, pero no sabían cómo darle un mensaje de solo dos o tres palabras que pudiera ayudar a su rey en esos momentos en los que él consideraba que esa ayuda podría marcar la diferencia
Sin embargo, el monarca tenía un anciano sirviente que era como de la familia, el cual le dijo:
–No soy un sabio, ni un erudito, pero conozco el mensaje que buscas, porque me lo dio un místico hace tiempo.
Dicho esto, el anciano escribió tres palabras en un pequeño papel, lo dobló y se lo entregó al rey con la advertencia. “No lo leas, manténlo escondido en el anillo. Ábrelo solo cuando todo haya fracasado y no encuentres salida a tu situación”.
El momento llegó cuando el país fue invadido y el rey tuvo que huir a caballo para salvar la vida mientras sus enemigos le perseguían. Finalmente, llegó a un lugar donde el camino se acababa al borde de un precipicio.
Entonces se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró el siguiente mensaje: “Esto también pasará”.
Mientras leía aquella frase, los enemigos que le perseguían se perdieron en el bosque, al errar el camino, y pronto dejó de oír el trote de los caballos.
Tras aquel sobresalto, el rey logró reunir a su ejército y reconquistar el reino. En la capital hubo una gran celebración y el monarca quiso compartirlo con el anciano, a quien agradeció aquella providencial perla de sabiduría. El viejo le pidió entonces:
–Ahora vuelve a mirar el mensaje.
Al ver la cara de sorpresa del rey, explicó: “No es solo para situaciones desesperadas, sino también para las placenteras. No es solo para cuando estás derrotado; también sirve cuando te sientes victorioso. No es solo para cuando eres el último, también para cuando eres el primero”.
El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: “Esto también pasará”, y entonces comprendió.
–Recuerda que todo pasa –le recordó el viejo sirviente–. Solo quedas tú, que permaneces por siempre como testigo.
Como en este cuento tradicional, si entendemos que las emociones no somos nosotros, sino que se trata de estados transitorios de nuestra mente para adaptarnos a la vida, dejaremos de sentirnos sobrepasados por ellas. Las emociones son una brújula, pero nosotros tenemos el timón o debemos tenerlo y decidimos el rumbo de nuestra existencia.
Sobre esto, un cuento sufí glosado por el místico y espiritual indio Osho, entre otros (Pues tb se le atribuye a un emperador chino), explica lo que un rey pidió a los sabios de su corte:
–Me estoy fabricando un precioso anillo y quiero ocultar bajo el diamante algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación. Tiene que ser muy breve de modo que pueda esconderlo allí.
Aquellos eruditos habían escrito grandes tratados, pero no sabían cómo darle un mensaje de solo dos o tres palabras que pudiera ayudar a su rey en esos momentos en los que él consideraba que esa ayuda podría marcar la diferencia
Sin embargo, el monarca tenía un anciano sirviente que era como de la familia, el cual le dijo:
–No soy un sabio, ni un erudito, pero conozco el mensaje que buscas, porque me lo dio un místico hace tiempo.
Dicho esto, el anciano escribió tres palabras en un pequeño papel, lo dobló y se lo entregó al rey con la advertencia. “No lo leas, manténlo escondido en el anillo. Ábrelo solo cuando todo haya fracasado y no encuentres salida a tu situación”.
El momento llegó cuando el país fue invadido y el rey tuvo que huir a caballo para salvar la vida mientras sus enemigos le perseguían. Finalmente, llegó a un lugar donde el camino se acababa al borde de un precipicio.
Entonces se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró el siguiente mensaje: “Esto también pasará”.
Mientras leía aquella frase, los enemigos que le perseguían se perdieron en el bosque, al errar el camino, y pronto dejó de oír el trote de los caballos.
Tras aquel sobresalto, el rey logró reunir a su ejército y reconquistar el reino. En la capital hubo una gran celebración y el monarca quiso compartirlo con el anciano, a quien agradeció aquella providencial perla de sabiduría. El viejo le pidió entonces:
–Ahora vuelve a mirar el mensaje.
Al ver la cara de sorpresa del rey, explicó: “No es solo para situaciones desesperadas, sino también para las placenteras. No es solo para cuando estás derrotado; también sirve cuando te sientes victorioso. No es solo para cuando eres el último, también para cuando eres el primero”.
El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: “Esto también pasará”, y entonces comprendió.
–Recuerda que todo pasa –le recordó el viejo sirviente–. Solo quedas tú, que permaneces por siempre como testigo.
Como en este cuento tradicional, si entendemos que las emociones no somos nosotros, sino que se trata de estados transitorios de nuestra mente para adaptarnos a la vida, dejaremos de sentirnos sobrepasados por ellas. Las emociones son una brújula, pero nosotros tenemos el timón o debemos tenerlo y decidimos el rumbo de nuestra existencia.
jueves, 9 de mayo de 2019
_- El 9 de mayo, Día de la Victoria
“Hermanos, hoy podemos decir: el alba viene,
ya podemos golpear la mesa con el puño
que sostuvo hasta ayer nuestra frente con lágrimas. (…)
Éste es el canto del día que nace y de la noche que termina”.
Pablo Neruda,
Canto a Stalingrado
Mucha gente no comprende por qué los rusos celebran con tanto entusiasmo “El Día de la Victoria.” En este pequeño estudio se intenta explicar el porqué.
Hace 74 años terminó la Segunda Guerra Mundial, una conflagración que se desarrolló en lo fundamental en el frente soviético-alemán, donde se libraron las más importantes y decisivas batallas que significaron el viraje radical de la guerra y que resquebrajaron la espina dorsal de la Werhmacht, las Fuerzas Armadas de la Alemania Nazi, el más potente complejo militar bélico creado por la especie humana. De las 783 divisiones alemanas derrotadas durante esta guerra, 607 lo fueron en este frente, donde también fueron abatidos 77.000 aviones y destruidos 48.000 tanques y 167.000 cañones, así como 2.500 navíos de guerra. El 75% de la Werhmacht. Hoy, el mundo debería reconocer que gracias a la valentía y el enorme espíritu de sacrificio de Rusia y las demás naciones que conformaron la Unión Soviética, la humanidad no fue esclavizada por el nazi-fascismo. Se recuerda lo que sucedió en la arena mundial poco antes de la guerra.
Hitler, el Führer
Hace 74 años, el pasado 30 de abril, Adolf Hitler se suicidó cuando las tropas soviéticas lo habían acorralado en el bunker donde al final de la guerra había buscado inútil refugio durante la batalla por Berlín.
Su meteórica carrera, de cabo del Ejército Imperial a Führer (a final de enero de 1933, aún cuando en las últimas elecciones de 1932 no obtuvo la mayoría absoluta esperada por el gran capital y los que lo apoyaban, pues tuvo una perdida, -a pesar de la enorme campaña de propaganda favorable-, de más de 2 millones de votos respecto a las anteriores elecciones, lo que muestra que muchos alemanes tomaron conciencia de lo erróneo de darle la confianza por el desastre que comenzaron a prever de su gobierno) * de Alemania, la logra gracias al apoyo del gran capital financiero mundial, que veía en él suficientes atributos de fuerza y rudeza, necesarios para controlar la efervescencia revolucionaria que se gestaba en el pueblo alemán. Sus triunfos iniciales le granjearon la admiración de políticos e intelectuales del mundo entero, entre ellos el poeta Italiano Gabriele D'Annunzio y algunos Premios Nóbel como Alexis Carrel y Khut Hamsun; Eduardo VIII, rey de Inglaterra, fue obligado a abdicar por ser seguidor del Führer; el Ex Secretario de la OTAN, Lunz, era miembro del Partido Nazi Holandés; Henry Ford fue, posiblemente, el estadounidense que más contribuyó al desarrollo del nazismo.
A pesar de no ser alemán de nacimiento, Hitler fue nombrado Canciller del Reich, en un país con un pueblo muy nacionalista, gracias a la carta firmada por diecisiete grandes banqueros y magnates industriales, que así se lo exigieron al Presidente Hindenburg. Una vez en el poder, Hitler conformó el Consejo General de la Nueva Alemania, compuesto por Krupp, dueño de las más grandes acerías; Simens, magnate de la electricidad; Thyssen, magnate de las minas de carbón del Ruhr; Reinhardt, Presidente del Consejo de Observación del Banco Comercial; Schrodar, banquero y financiero vinculado a los capitales estadounidenses; Fisher, Presidente de la Asociación de Central de Bancos y compañías bancarias. Este organismo fue el que realmente gobernó Alemania y en él se encontraban las fuerzas que empujaron al mundo a la Segunda Guerra Mundial.
Así pasaron las cosas y no como en el cuento fantástico que nos relatan, según el cual un paranoico tomó el poder en un país de grandes tradiciones libertarias y de grandes pensadores y artistas, e instauró una dictadura personal que llevó como a una manada de ciegos a los habitantes de Alemania a la guerra. Occidente cerró sus bocas, ojos y oídos, aunque no los bolsillos, ante las barbaridades cometidas por la Alemania Nazi y postularon la política de apaciguamiento, que le permitió a Hitler apoderarse de media Europa casi sin disparar un tiro.
El historiador conservador inglés Sir Wheeler Bennet escribe: “Existía la oculta esperanza de que la agresión alemana, si se la podía encauzar hacia el Este, consumiría sus fuerzas en las estepas rusas, en una lucha que agotaría a ambas partes beligerantes.” Esta peligrosa política casi termina descuartizando a quienes la auspiciaban, ya que Hitler antes de dar un paso hacia el Oriente, lo dio hacia Occidente. Mal paga el diablo a sus devotos.
Las guerras de la preguerra
Etiopía
Italia, cuya voracidad estaba estimulada por creerse estafada en la repartición del mundo que las potencias imperialistas realizaron en 1870, comenzó a codiciar Etiopía, en esa época llamada Abisinia. Esgrimió como razón indiscutible una “misión civilizadora.” Mussolini le preguntó por su opinión a Mac'Donald, Primer Ministro de Inglaterra, quien le respondió: “A las mujeres inglesas les enorgullece las aventuras amorosas de sus maridos bajo la condición de que actúen discretamente. Por eso actúe con mucha táctica, nosotros no nos opondremos.”
Italia comenzó la guerra de agresión contra Etiopía a partir de Eritrea y Somalía. Sus pertrechos, 350.000 soldados y 14.500 oficiales, 510 aviones y 300 tanques, cruzaron sin ninguna dificultad el Canal de Suez, que en esa época pertenecía a un consorcio anglo-francés. La URSS propuso en la Liga de Naciones que se declarase a Italia país agresor y se ayude a Etiopía a repeler la agresión, pero no le hicieron caso. “Si se hubieran aplicado sanciones totales, la movilización de Mussolini hubiese sido detenida por completo”, escribe en sus memorias C. Hull, en ese entonces Secretario de Estado de Estados Unidos. Al contrario, Italia adquirió en ese país material estratégico, especialmente petróleo.
El cruce de Rin
En 1936, Hitler rompió el Tratado de Versalles al cruzar sus tropas al otro lado del Rin, zona desmilitarizada de Alemania. Francia aceptó que el Ejército Alemán llegase a sus fronteras por estar paralizada por la política de apaciguamiento. “A Adolf Hitler se le permitió ganar la primera batalla de la Segunda Guerra Mundial sin disparar un solo tiro”, escribe Sir Wheeler Bennet.
España
Posteriormente, los fascistas fijaron su interés en España. El triunfo del Frente Popular en las elecciones parlamentarias de ese país era algo que la derecha mundial no podía permitir. El 18 de julio de 1936, el General Francisco Franco inició el levantamiento de los llamados nacionalistas españoles. Hitler y Mussolini enviaron aviones de transporte para trasladar las tropas de Franco de Marruecos a España. Entre 1936 y 1939 llegaron para pelear en las filas nacionalistas 310.000 soldados extranjeros, de ellos 150.000 italianos, 90.000 marroquíes, 50.000 alemanes y 20.000 portugueses. La política de no intervención, declarada por Inglaterra y Francia, consistía en prohibir la venta de armas a la República de España, y resultó ser de gran ayuda para Franco que, al mismo tiempo, adquirió 12.000 camiones Ford y 1.800.000 toneladas de gasolina que la Texaco de la “neutra Norteamérica” y la inglesa Shell le vendieron a crédito durante la guerra. Franco sostuvo: “Sin el petróleo americano, sin los camiones americanos, sin los créditos americanos, nunca hubiésemos ganado la guerra.” A fines de marzo de 1939, Franco derrotó a la República.
La URSS fue el único país que vendió armas a la República de España y ayudó a organizar al Ejército Popular Español, también fueron de gran ayuda en la lucha contra el nazi-fascismo y por la democracia las Brigadas Internacionales procedentes de cincuenta y tres países. En ellas pelearon personalidades de la talla de Ernest Hemingway, César Vallejo, George Orwell, Palmiro Togliatti y otros más.
La Guerra Civil Española fue la más sangrienta guerra que hubo antes de la Segunda Guerra Mundial, se prolongó durante 986 días y si las fuerzas democráticas fueron derrotadas fue porque se dieron una serie de factores, especialmente de orden externo, que posibilitaron este fatal suceso.
Austria
La primera víctima directa de Alemania Nazi fue Austria. Un día soleado de primavera, el 12 de marzo de 1938, Alemania invadió Austria y la anexó. Todo transcurrió mientras el gobierno británico ofrecía un almuerzo al ex-Embajador Von Ribbentrop, que acababa de ser nombrado Ministro de Relaciones Exteriores del Tercer Reich. Ribbentrop tranquilizó a Lord Halifax, Canciller Inglés, le explicó que sólo se trataba de reunificar a los alemanes y que, finiquitado este espinoso problema, quedaba abierto el camino para el entendimiento anglo-alemán.
El “Anschluss”, o sea la transformación de Austria en una provincia del Tercer Reich, fue un aperitivo en los planes expansionistas del nazismo. El territorio del Reich creció en un 17%, su población en un 10%, la Wehrmacht se incrementó de golpe en 50.000 soldados y oficiales y la economía y la industria de Austria comenzaron a trabajar para satisfacer los apetitos imperiales de los revanchistas alemanes.
El Primer Ministro de Inglaterra, Chamberlain, que no estaba dispuesto a pelear contra Alemania, dijo ante el comité de política exterior de Inglaterra: “Lo sucedido no debía obligar al gobierno inglés a cambiar de política, al contrario, los últimos acontecimientos han fortificado su convencimiento en la justeza de esta política y lo único de lamentar es que este rumbo no se hubiese emprendido antes.” Alemania comenzó de inmediato a construir autopistas que conducían a las fronteras checas, húngaras y yugoslavas. Checoslovaquia quedó así atenazada por las nuevas fronteras.
La confabulación de Münich
En septiembre de 1938 se suscribió el pacto Münich, que traspasaba a Alemania la estratégica región de los Sudetes, perteneciente a Checoslovaquia. Hitler reclamaba para Alemania los Sudetes, donde estaban las principales fortificaciones militares de Checoslovaquia, por estar poblada mayoritariamente por alemanes. De esta manera, los imperios rifan el destino de las naciones más débiles; es este caso, las debilidades y las falencias de Inglaterra y Francia coludieron con las ambiciones de Hitler.
Checoslovaquia surgió luego de la Primera Guerra Mundial como consecuencia de la desintegración del Imperio Austro-Húngaro. El Pacto de Asistencia Mutua, firmado entre Francia y Checoslovaquia, garantizaba su existencia. También existía el Tratado Checo-Soviético, según el cual, en el caso de una agresión a Checoslovaquia, la URSS se comprometía a pelear contra el agresor si Francia cumplía con el Pacto de Asistencia Mutua. Por otra parte, Gran Bretaña se comprometió a luchar junto a Francia en el caso de una guerra contra Alemania.
El capitán Wiedemann, enviado de Hitler, informó a Lord Halifax, Canciller de Gran Bretaña, que el Führer estaba iracundo y que habría consecuencias desastrosas de no resolverse el problema de los Sudetes. Halifax le respondió: “Transmítale que espero vivir hasta el momento en que se realice la meta fundamental de todos mis esfuerzos: Ver a Hitler con el rey inglés juntos en el balcón del palacio de Buckingham.”
Chamberlain se entrevistó con Hitler para “lograr un acuerdo anglo-alemán”, que resolviera definitivamente el problema checo. Le planteó a Hitler que Alemania e Inglaterra debían ser “los pilares de la paz en Europa y los baluartes contra el comunismo.” Luego de tres horas de conversación con Hitler, Chamberlain aceptó la entrega de los Sudetes a Alemania. Pidió tiempo para consultar con su gabinete y con París, a los que sostuvo que si se entregaban los Sudetes a Alemania se lograría el deseado arreglo con el Füher y “se podría amortiguar las dificultades existentes y alcanzar acuerdos en otros problemas.” Checoslovaquia, a la que recomendaron ceder a Alemania las partes de los Sudetes donde vivían más del 50% de alemanes y anular los pactos con Francia y la URSS, no fue tomada en cuenta. A cambio de esta entrega, Inglaterra y Francia se comprometían a garantizar las nuevas fronteras. La respuesta debía ser inmediata, pues Chamberlain se encontraría con Hitler el 22 de septiembre.
El Presidente Beneš rechazó la propuesta de Chamberlain porque la Unión Soviética le confirmó que estaba dispuesta a ayudar a Checoslovaquia en el caso en que Francia no lo hiciera y que tendría el respaldo de Moscú en la Liga de Naciones en el caso en que Praga solicitara ayuda a ese organismo. Inglaterra y Francia le presentaron un ultimátum: “Si los checos se agrupan con los rusos, la guerra podría transformarse en una cruzada contra los bolcheviques. Entonces a los gobiernos de Inglaterra y Francia les sería muy difícil quedar al margen.” La mañana del 21 de septiembre, los checos aceptaron el ultimátum. Hitler exigió entonces que antes del 28 de septiembre los Sudetes debían formar parte del Tercer Reich y, a pedido de Chamberlain, alargó el plazo hasta el 1 de octubre.
Cuando Lord Halifax entregó esta exigencia al Embajador de Checoslovaquia, Jan Masaryk, le explicó: “Ni el Primer Ministro inglés ni yo queremos darle consejo alguno con respecto al memorándum… El Primer Ministro está persuadido de que Hitler sólo quiere los Sudetes, si lo consigue no reclamará nada más”. El diálogo continuó así, Masaryk: “¿Y usted cree eso?”; Lord Halifax: “Yo no le he dicho que el Primer Ministro esté convencido de eso”; Masaryk: “Si ni usted ni el Primer Ministro quieren darnos ningún consejo sobre el memorándum, entonces, ¿cuál es el papel del Primer Ministro?”; Lord Halifax: “El de correo y nada más”; Masaryk: “Debo entender que el Primer Ministro se ha convertido en recadero del asesino y salteador, Hitler”; Lord Halifax, un poco turbado: “Pues, si le parece, sí.”
Hitler propuso la realización de una conferencia entre Inglaterra, Francia, Alemania e Italia. Checoslovaquia, que en ese conciliábulo perdió la quinta parte de su territorio, la cuarta parte de su población y la mitad de su industria pesada, no fue invitada.
El 30 de septiembre se le comunicó verbalmente a la delegación checa, que esperaba impaciente en el piso inferior de la reunión, el destino de su país. Sus delegados reclamaron indignados por la monstruosa resolución, a lo que se les contestó: “¡Es inútil discutir! Está decidido.”
Chamberlain regresó a Londres. Blandía con mucho orgullo un papel que, según dijo, “aseguraba la paz por una generación.” Para reafirmar sus palabras citó la frase de Henrique IV, de Shakespeare: “De la ortiga de los peligros sacaremos las flores de la salvación.” El periódico Izvestia de Moscú le recordó al día siguiente la réplica que sigue a la misma frase: “La empresa que has cometido es peligrosa, los amigos que me has enumerado son inseguros, y el mismo momento ha sido mal escogido. Toda tu conspiración es demasiado liviana como para pesar más que dificultades graves.”
Medio año después, las tropas alemanas entraron a Praga ante la impotente mirada de Inglaterra y Francia, garantes que no movieron un dedo para prestar ayuda a Checoslovaquia. Política que hasta ahora no ha cambiado y que favorece al agresor.
El Pacto Ribbentrop Mólotov
Como resultado de la Gran Crisis del capitalismo, que comenzó en 1929 y afectó al mundo de la postguerra como ningún otro fenómeno económico, se inició la lucha por el nuevo reparto colonial del mundo. Tal como lo analiza Stalin: A la sazón se podía dividir al mundo en potencias imperialistas agresoras y potencias imperialistas agredidas. Las primeras, que nada tenían y lo exigían todo, atacaban a las segundas, que lo poseían todo. Para ello, Alemania, Italia y Japón abandonaron la Liga de Naciones, conformaron la alianza del Eje y firmaron el Pacto AntiKomintern.
Las potencias agredidas, pese a que eran económica y militarmente mucho más fuertes que las agresoras, cedían y cedían posiciones. La razón de esta conducta era darle aire a la agresión hasta que se transforme en un conflicto germano-soviético; al mismo tiempo, quedar ellos al margen del conflicto. Esperaban que Hitler cumpliese la promesa de liquidar el comunismo, lo presionaban para que se dirija cada vez más lejos en dirección al Este, le abrían la posibilidad de atacar a la Unión Soviética a través de los países del Báltico, y le daban largas al asunto de emprender la creación de un sistema de seguridad colectiva contra la agresión nazi-fascista. Incitaban a las naciones del Eje a atacar a la URSS con la esperanza de que la guerra agotase mutuamente a ambos bandos. Entonces les ofrecerían sus soluciones y les dictarían sus condiciones. Los países beligerantes, cuyas fortalezas se hubieran destruido como consecuencia de un largo batallar entre ellos, no tendrían más opción que aceptarlas. Una forma fácil y barata de conseguir sus fines.
El 23 de julio de 1939, Molótov, Ministro de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética, propuso a Gran Bretaña y Francia el envío de una comisión militar a Moscú, con el propósito de lograr un acuerdo que impidiera la agresión alemana a Polonia. Pese a que la guerra estaba al borde de estallar, el 11 de agosto, diecinueve días después, la misión arribó a Moscú. Estaba encabezada por personajes que no tenían atribuciones ni poderes para discutir nada ni firmar algún convenio militar concreto. La delegación nunca contestó a la inquietud fundamental de Moscú: para poder enfrentarse con Alemania, las tropas soviéticas tenían que pasar por el territorio polaco o el rumano, sin esta condición era imposible la participación de la Unión Soviética en una alianza militar con Inglaterra y Francia.
El 14 de agosto, el Almirante Drax, Jefe la Misión, reconoció: “Creo que nuestra misión ha terminado”; sin embargo, propuso una nueva reunión para después de tres o cuatro días. El 23 de agosto, Voroshilov, Ministro de Defensa de la URSS, advirtió a la comisión: “Nosotros no podemos espera a que Alemania derrote a Polonia para que después se lance contra nosotros. Mientras tanto ustedes estarían en sus fronteras reteniendo a lo mucho diez divisiones alemanas. Necesitamos un trampolín desde el cual atacar los alemanes, sin él no podemos ayudarlos a ustedes.” Ante el silencio de los delegados añadió: “El año pasado, cuando Checoslovaquia se encontraba al borde del abismo, no obtuvimos una sola señal de Francia. El Ejército Rojo estuvo listo para atacar, pero esa señal nunca llegó. Ahora los gobiernos de Francia e Inglaterra han prolongado inútilmente y durante demasiado tiempo estas conversaciones. Fue necesario obtener una clara respuesta de Polonia y Rumania sobre el paso de nuestras tropas a través de sus territorios.”
Poco después, el gobierno soviético aceptó la propuesta alemana de concluir un acuerdo de no agresión que, desde mayo de 1939, Alemania le había planteado en reiteradas ocasiones. El 23 de agosto de 1939, la URSS firmó el Pacto de no Agresión con Alemania. La URSS actuaba con mucha cautela para impedir que la arrastraran a un conflicto que no buscaba ni deseaba. Conocía además que Francia e Inglaterra sostenían conversaciones secretas con Alemania con la finalidad de concluir un acuerdo dirigido contra la Unión Soviética.
Al firmar este pacto, el gobierno soviético no se hacía ilusiones. El Mariscal Zhukov sostuvo que se partía del supuesto de que el mismo no libraba a la URSS de ser agredida y añadió: “En ningún momento escuché a Stalin palabras tranquilizadoras en relación al Pacto de no Agresión.” Las críticas al pacto Ribbentrop-Mólotov tienen la finalidad de absolver a los responsables del estallido de la guerra. Posteriormente, cuando EEUU, Inglaterra y la URSS conformaron la coalición antinazi, muchos políticos relevantes de Occidente lo valoraron positivamente.
La Segunda Guerra Mundial
Luego de la entrega de Checoslovaquia a Alemania, Hitler exigió la devolución del Corredor Polaco, la entrega del puerto de Dánzig y que Polonia le cediera facultades extraterritoriales para construir autopistas y líneas férreas por territorio polaco. Después, anuló el pacto de no agresión firmado con Polonia y renunció al convenio naval anglo-alemán, posteriormente comenzó a reclamar las colonias que le fueron arrebatadas por Francia e Inglaterra luego de la Primera Guerra Mundial.
El 1 de septiembre de 1939, Alemania invadió Polonia. Dos días después Inglaterra y Francia le declararon la guerra a Alemania, estos hechos dieron inicio a la Segunda Guerra Mundial. La “Blitzkrieg” fue la estrategia de guerra que dio grandes éxitos a la Wehrmacht. Consistía en concentrar gran cantidad de fuerzas en zonas estrechas del frente, con lo que adquiría absoluta superioridad, tanto de soldados como de instrumentos de guerra. El Ejército Polaco fue derrotado en cinco semanas.
A partir del la derrota de Polonia se desarrolló lo que se conoce con el nombre de “Guerra Boba”. El ejército anglo-francés, que no había hecho nada durante el ataque alemán a Polonia, siguió sin hacer nada mientras Alemania concentraba grandes cantidades de tropas en la frontera occidental de Francia y continuó sin hacer nada cuando Alemania, entre el 9 de abril y el 10 de mayo de 1940, se apoderó de Noruega, Dinamarca, Holanda, Belgica y Luxemburgo. El corresponsal francés R. Dorgeles escribe: “Yo estaba asombrado de la tranquilidad allí reinante. Quienes manejaban la artillería en el Rin miraban tranquilamente a los trenes alemanes que transportaban material de guerra en la orilla contraria, nuestros aviadores volaban sobre las humeantes chimeneas del Sarre, sin arrojar bombas. Evidentemente la principal preocupación del comando supremo consistía en no intranquilizar al enemigo”. Cuando al Ministro de Aviación de Inglaterra se le pidió arrojar bombas incendiarias sobre los bosques macizos de Alemania, respondió: “Qué le pasa, es imposible, es propiedad privada. Sólo faltaría que se me pidiera bombardear el Ruhr.”
El 14 de mayo de 1940, los tanques alemanes rompieron las líneas defensivas francesas, en la región de Sedan, y se precipitaron en dirección a occidente, el pánico se apoderó de las tropas francesas. El 18 de mayo el 9° ejército francés fue derrotado y su comandante capturado. El camino a la Mancha quedó abierto. El 20 de mayo, las divisiones motorizadas alemanas llegaron a las costas de la Mancha. El 27 de mayo comenzó la evacuación de las fuerzas inglesas desde Dunquerke, que fue exitosa gracias a que las divisiones motorizadas comandadas por Kleist detuvieron su marcha. Este hecho tiene una explicación política, eliminada Francia, Hitler esperaba ponerse de acuerdo con Gran Bretaña para lograr la creación de un frente común contra su principal enemigo, la Unión Soviética. Se cree que para esa negociación, Rudolf Hess, segundo hombre fuerte de Alemania, voló a Gran Bretaña y se arrojó en paracaídas cerca de la residencia de Lord Halifax. Buscaba contactos con Inglaterra para lograr la división de las esferas de influencia en el mundo.
La mañana del 14 de junio, las tropas nazis entraron en París y desfilaron por los Campos Elíseos. El Mariscal Petain formó un nuevo gobierno. El 17 de junio, Petain habló por la radio y pidió a los franceses cesar los combates. El 21 de junio de 1940, en el bosque de Campiegne, a unos 70 kilómetros de París, en el mismo vagón en el que 22 años atrás se habían rendido los alemanes a los franceses, bajo los acordes de “Deutschland Uber Alles” y el saludo nazi hecho por Hitler, Francia se rindió a Alemania. Todo el potencial industrial de Francia, las fábricas de automotores, de aviación y de productos químicos, comenzó a trabajar para las necesidades bélicas de Alemania. Lo mismo pasó en todos los demás países ocupados por los nazis.
La mitad de Francia iba a ser zona ocupada, allí vivía el 65% de la población, se producía el 94% del acero, el 79% del carbón, el 75% del trigo y el 65% de la ganadería; la otra mitad, desde la ciudad de Vichy, iba a ser gobernada por Petain. Por su carácter político, el gobierno de Vichy era la dictadura del sector de la burguesía francesa, aliada al régimen nazi de Alemania, razón por la cual, terminada la guerra, la IV República nacionalizó las fábricas de la mayor parte de estos sectores sociales.
Pero no todo el pueblo francés estaba compuesto por traidores, su gran mayoría se alineó con las fuerzas de la “Francia Libre”, a cuya cabeza se encontraba el General Charles De Gaulle, o con el Partido Comunista Francés. Ambos movimientos, desde la clandestinidad, combatieron codo a codo y jugaron un importante rol en la lucha contra el fascismo. En Gran bretaña era Primer Ministro Sir Winston Churchill, quien comprendió que la batalla contra el nazismo era a muerte, por lo que apoyó a todo movimiento antifascista.
El 27 de septiembre de 1940 se firmó el Pacto Tripartito, según el cual el mundo se dividía en esferas de influencia: Alemania e Italia dominarían Europa y Japón, el Asia Oriental. El 25 de marzo de 1941, Yugoslavia se unió al Pacto Tripartito. El pueblo de este país salió a las calles a manifestar su descontento, y un grupo de jóvenes oficiales dio un golpe de Estado, derrocó al gobierno aliado de los nazis y nombró uno nuevo, encabezado por el General Simovich, Jefe de la Fuerza Aérea. El 6 de abril de 1941, Hitler declaró la guerra contra Yugoslavia y Grecia. La campaña de los Balcanes duró 18 días, entre el 6 de abril y el 24 de abril de 1941. Prácticamente, Hitler era dueño de Europa. Ahora podía lanzarse contra la URSS.
La Gran Guerra Patria
El 18 de diciembre de 1940, Hitler ordenó al alto mando alemán desarrollar el Plan Barbarrosa. Este plan contemplaba en unos tres o cuatro meses ocupar Rusia hasta los Urales y tenía las mismas características que tan buenos resultados le habían dado a Hitler en el resto de Europa. A fines de abril de 1941, la dirección política y militar de la Alemania Nazi estableció la fecha definitiva para el ataque a la URSS: el domingo 22 de junio de ese año, a las cuatro en punto de la madrugada. El alto mando alemán planificaba para después la toma, a través del Cáucaso, de Afganistán, Irán, Irak, Egipto y la India, donde las tropas alemanas se encontrarían con las japonesas. Esperaban también que se les unieran España, Portugal y Turquía. Dejaron para más tarde la toma de Canadá y EEUU, con lo que lograrían el dominio total del mundo.
El 22 de junio de 1941, un ejército jamás visto por su magnitud, experiencia y poderío, se lanzó al ataque en un frente de más de 3.500 kilómetros de extensión, desde el mar Ártico, en el norte, hasta el mar Negro, en el sur. Eran un total de 190 divisiones, cinco millones y medio de soldados, 4.000 tanques, 4.980 aviones y 192 buques de la armada nazi. No se cumplieron las expectativas del plan Barbarossa porque, a diferencia del resto de Europa, la Wehrmacht encontró en Rusia una resistencia no esperada, que los desesperó desde el mismo inicio. El General Galdera, jefe de Estado Mayor de las tropas terrestres de Alemania, escribió: “Los rusos siempre luchan hasta la última persona.” Es que desde el primer día de guerra, la población soviética se aglutinó bajo la consigna: “¡Todo para el frente, todo para la victoria!” Con la finalidad de defender a su patria, los trabajadores laboraron sin descanso, los poetas escribieron poemas motivadores, los compositores crearon música inspirada, los artistas se presentaron en todos los frentes, los campesinos obtuvieron los mejores frutos de la tierra, los ingenieros inventaron novedosos instrumentos de combate y los soldados entregaron su vida en aras de la libertad. Nadie permaneció indiferente.
El 3 de julio de 1941, Stalin se dirigió al pueblo soviético: “¡Camaradas, ciudadanos, hermanos y hermanas, miembros de nuestras fuerzas armadas! ¡A ustedes me dirijo, amigos míos!... Nuestras tropas luchan heroicamente, a pesar de las grandes dificultades, contra un enemigo superiormente armado con tanques y aviones... Junto con el Ejército Rojo, el pueblo entero se levanta en defensa de su amada patria... Esta guerra no será una guerra cualquiera entre dos ejércitos enemigos. Esta guerra será la lucha de todo el pueblo soviético contra las tropas germano-fascistas. El propósito de la guerra popular consistirá no sólo en destruir la amenaza que pesa sobre la Unión Soviética sino también en ayudar a todos aquellos pueblos de Europa que se encuentran bajo el yugo alemán. En esta guerra el pueblo soviético tendrá sus mejores aliados en las naciones de Europa y América, incluido el pueblo alemán, esclavizado por sus cabecillas... Camaradas, nuestras fuerzas son poderosas. El insolente enemigo se dará pronto cuenta de ello... Toda la fortaleza de nuestro pueblo se empleará para aplastar al enemigo. ¡Adelante! ¡Hacia la Victoria!”
A partir de entonces se inicio a una conflagración conocida como la Gran Guerra Patria. Los éxitos de las tropas hitlerianas en las primeras operaciones de esta guerra obedecían a las ventajas que Alemania Nazi tenía sobre la Unión Soviética: Era dueña de casi toda Europa, cerca de 6.500 centros industriales europeos trabajaban para la Wehrmacht y en sus fábricas laboraban 3.100.000 obreros especialistas extranjeros; la economía de Alemania, dirigida fundamentalmente a producción bélica, poseía dos veces y media más recursos que la Unión Soviética. Se necesitó del colosal esfuerzo del pueblo soviético para revertir la situación y lograr la victoria.
El primer fracaso del Plan Barbarrosa se dio cuando la Wehrmacht no pudo desfilar el 7 de noviembre de 1941 por la Plaza Roja de Moscú, tal cual lo tenía planificado, sino que lo hizo el Ejército Soviético, para luego marchar directamente al frente de Moscú. Sobre esta Batalla, el General Douglas MacArthur escribe: “En mi vida he participado en varias guerras, he observado otras y he estudiado detalladamente las campañas de los más relevantes jefes militares del pasado. Pero en ninguna parte había visto una resistencia a la que siguiera una contraofensiva que hiciera retroceder al adversario hacía su propio territorio. La envergadura y brillantez de este esfuerzo lo convierten en el logro militar más relevante de la historia.”
Leningrado. Más allá del heroísmo
Si Hitler hubiera contado con la valentía, el espíritu de combate, la organización, el patriotismo, la disciplina, la productividad y otras características incomparables de los rusos, sin lugar a dudas que hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial. A buena hora, estas cualidades no se venden en las boticas y, pese a que los alemanes también las poseen, el resultado de la contienda habla meritoriamente a favor del pueblo ruso. Vale la pena recordar este detalle ahora que la rusofobia lo denigra.
La Venecia del Norte, como también es conocida San Petersburgo, fue fundada en 1703 por Pedro I, el Grande. Ha sido cuna de muchos pensadores y poetas: Pushkin, Gogol, Dostoievski, Blok y otros. Es también una de las ciudades más bellas del planeta: El Palacio de invierno, el Hermitage, la Catedral de San Isaac, el Palacio de Pedro son hermosos monumentos de belleza sin par. Pero cuando se menciona su nombre, se debe recordar que sus hijos realizaron el acto de resistencia más grandioso de la historia. Nadie podrá relatar con exactitud lo que durante la Segunda Guerra Mundial aconteció en esa ciudad, símbolo del heroísmo del pueblo soviético. Que el sacrificio de sus hijos ilumine a los futuros luchadores por la libertad, que el más de medio millón de víctimas que yacen en el cementerio de Piskariovskoye logren la paz eterna cuando vean que el nazi-fascismo no existe ya en este mundo.
La conquista de Leningrado, así se llamaba San Petersburgo, fue una parte importante del Plan Barbarossa. El grupo de ejércitos del norte y las tropas alemanas de Noruega, a los que se sumaría el Ejército de Finlandia, debían ser suficientes para destruir a las fuerzas soviéticas que enfrentasen. El alto mando alemán, para el que la toma de Leningrado tenía importancia tanto política como estratégica, detuvo su avance sobre esta ciudad el 8 de septiembre de 1941, ordenó a sus tropas atrincherase y se preparó a romper la resistencia del pueblo ruso a través de un prolongado asedio, con ayuda del bombardeo continuo de la aviación a la ciudad y mediante el fuego de artillería; suponían que el hambre los doblegaría.
La ciudad sufrió un bloqueo de 872 días, como consecuencia del cual murió más de un millón de leningradenses, la inmensa mayoría de hambre y frío, pero Leningrado no se rindió y los sueños de Hitler de ocupar la ciudad no se hicieron realidad, porque sus habitantes la defendieron sacrificándose más allá de lo imaginable. Durante el bloqueo, el pueblo ruso repetía como estribillo: “Si Leningrado resiste, nosotros también resistiremos.” En pleno bloqueo, el 9 de agosto de 1942, la Orquesta Sinfónica de Leningrado interpretó la Séptima Sinfonía o Sinfonía a Leningrado, compuesta por Dmitri Shostakóvich. El célebre compositor dedicó esta creación a “nuestra lucha contra el fascismo, a la victoria que se aproxima y a mi Leningrado natal.” La obra, que era un himno de esperanza en la victoria, fue trasmitida por radio al mundo entero. Los altavoces se dirigían hacia donde estaban los alemanes, pues la ciudad quería que los invasores la escuchasen.
Al pueblo de Leningrado lo mantenía erguido la inquebrantable fe en la victoria. Las condiciones de trabajo eran de las más duras, el frío era insoportable y no había que comer, no había luz ni calefacción ni transporte y, sin embargo, nadie se quejaba, ni siquiera en el momento de la muerte. La gente moría en silencio.
Pese al intenso bombardeo de la aviación alemana, a través del congelado lago Ládoga, llamado “Camino de la Vida”, no se interrumpió el envío de alimentos, medicina, armas y demás pertrechos. Los conductores manejaban días enteros sin descansar. Quienes dirigían el tránsito debían permanecer parados sobre la nieve soportando el viento y el frío de hasta -30°C, durmiendo muy pocas horas al día.
Se tendió un oleoducto por el fondo del lago y Leningrado revivió. Las fábricas volvieron a producir y la población tuvo de nuevo luz y calefacción. El 18 de enero de 1943, el Ejército Rojo rompió parcialmente el bloqueo mediante una operación denominada Iskrá, chispa en español, que conectó Leningrado con el resto de Rusia. Cerca de un año después, el 27 de enero de 1944, el Ejército Soviético liberó por completo la ciudad. Por eso, sus habitantes dicen orgullosos: “Troya cayó, Roma cayó, Leningrado no cayó.”
Nada es más patético que el diario de Tania Sávicheva, una niña rusa que sintetiza en pocas líneas el sufrimiento de millones de ciudadanos de Leningrado. Ella escribe: “Zhenia murió el 28 de diciembre de 1941, a las 12:30 horas. La abuela murió el 25 de enero de 1942, a las 3:00 de la tarde. Leka murió el 17 de marzo de 1942, a las 5:00 de la madrugada. El tío Vasia murió el 13 de abril de 1942, 2 horas después de la medianoche. El tío Lesha, el 10 de mayo de 1942 a las 4:00 de la tarde. Mi mamá murió el 13 de mayo de 1942 a las 7.30 de la mañana. Los Sávichev murieron. Murieron todos. Solo queda Tania.”
Stalingrado y Kursk, batallas que definieron la guerra
La mayor derrota alemana se dio en la Batalla de Stalingrado, la más sangrienta y encarnizada de la historia, con más de tres millones de soldados muertos de ambas partes. La misma se prolongó desde agosto de 1942 hasta el 2 de febrero de 1943, y culminó con la increíble victoria del Ejército Soviético, algo que nadie en el mundo esperaba, sobre el poderoso Sexto Ejército Alemán, que luchaba por conquistar Stalingrado, luego de combatir sin tregua en cada piso de cada casa.
Uno de los episodios más gloriosos es el de la Casa de Pávlov -edificio de departamentos defendido por una pequeña guarnición-, que pasó entre el 23 de septiembre y el 25 de noviembre de 1942, cuando otro comando soviético la reemplazó. El Sexto Ejército Alemán, que en menos tiempo se había apoderado de media Europa, fue incapaz de apropiarse de esta casa, defendida por una docena de aguerridos soldados. Los hombres de Yákov Pávlov, suboficial que comandó la defensa de este fortín, eliminaron más soldados del enemigo que los soldados alemanes que murieron durante la liberación de París.
Sobre la batalla de Stalingrado, el General alemán, Dorr, escribe: “El territorio conquistado se medía en metros, había que realizar feroces acciones para tomar una casa o un taller… Estábamos frente a frente con los rusos, lo que impedía utilizar la aviación. Los rusos eran mejores que nosotros en el combate casa por casa, sus defensas eran muy fuertes.” El General Chuikov, defensor de Stalingrado, fue el que ideó esta forma de lucha, en la que el espacio de separación de sus tropas de las alemanas jamás excedió el radio de acción de un lanzador de granadas. Al destruir la ciudad, los nazis impidieron que la acción de sus tanques fuera efectiva, las mismas ruinas actuaban como defensas antitanques.
Gracias a la moral combativa de los defensores de Stalingrado, los alemanes lograron avanzar apenas medio kilómetro en la ofensiva de doce días de octubre del 1942, habían perdido la iniciativa y no pudieron atacar con éxito otra vez. El 11 de noviembre, los alemanes atacaron en Stalingrado por última ocasión, intentaban llegar al río Volga en un frente de cinco kilómetros; la ofensiva fracasó porque los rusos defendieron cada metro de tierra.
El 19 de noviembre, el Ejército Soviético comenzó una contraofensiva que había sido elaborada en el mayor de los secretos; cuatro días después, los alemanes quedaron cercados por un anillo de entre 40 a 60 kilómetros de amplitud. El ultimátum enviado por el General Rokosovsky al Mariscal Paulus fue rechazado. El 2 de febrero de 1943, luego feroces combates, cesó toda resistencia alemana en Stalingrado.
El Ejército Soviético capturó a un mariscal de campo, 24 generales, 25.000 oficiales y 91.000 soldados. En la batalla de Stalingrado, la Wehrmacht perdió más de un millón de hombres, el 25% de todas las fuerzas que en esa época operaban en el frente oriental, más de 3.000 tanques y casi 4.500 aviones. Fue la peor derrota sufrida por el Ejército Alemán durante toda su historia. Para Alemania, la derrota fue tan dura que decretó tres días de luto. En Memorias de un Soldado, el General Heinz Guderian escribe: “Después de la catástrofe de Stalingrado, a finales de enero de 1943, la situación se hizo bastante amenazadora, aún sin la intervención de las potencias occidentales.”
La victoria de Stalingrado marcó el inicio del colapso total de la Alemania nazi y sentó las bases para la expulsión masiva de los invasores del territorio soviético. Casi todo el material militar que se empleó fue fabricado en las fábricas que los técnicos soviéticos trasladaron desde la zona central de Rusia hasta el otro lado de los Urales, con los alemanes pisándoles los talones.
Luego de la batalla de Stalingrado se conoció que en 1943 tampoco se abriría el Segundo Frente, lo que significaba que Alemania podía concentrar en el Frente Oriental a lo más selecto de sus tropas para luchar contra la URSS. En carta a Roosevelt, del 10 de junio de 1943, Stalin escribe: “Usted y Churchill han decidido posponer la invasión a Europa Occidental para la primavera de 1944. Otra vez nos tocará luchar casi solitariamente.” Y en carta a Churchill le escribe: “Nuestro gobierno nunca pudo imaginar que EEUU y Gran Bretaña revisaran la decisión de invadir Europa Occidental... No fuimos consultados... Usted me dice que comprende por completo mi desilusión. Es mi deber aclararle que no se trata de una simple desilusión del gobierno soviético sino de mantener la confianza entre los aliados. No hay que olvidar que se trata de salvar la vida de millones de personas que viven en las regiones ocupadas de Europa Occidental y Rusia, así como también de reducir las inmensas bajas del Ejército Soviético.”
Bajo estas condiciones se produjo en el verano de 1943 la Batalla de Kursk, o el Plan Ciudadela, en la que, según Hitler, los alemanes “debían recuperar en el verano lo que habían perdido en el invierno.” Guderian escribe en Memorias de un Soldado: “Sufrimos una derrota demoledora en Kursk. Las tropas blindadas, que habían sido repuestas con gran esfuerzo, como consecuencia de las grandes pérdidas de hombres y de materiales de guerra quedaron fuera de servicio por largo tiempo… Como secuela del fracaso del plan Ciudadela, el Frente Oriental absorbió todas las fuerzas que estaban emplazadas en Francia.” A partir de entonces, Alemania Nazi se quedó sin iniciativa bélica. En esta batalla se enterró el mito de que era el invierno ruso el que ayudaba al Ejército Rojo; también fue el combate de tanques más grande de la historia, en el participaron 6.900 tanques y 4.000 aviones de ambos bandos.
En las batalla de Stalingrado y Kursk se exterminaron las mejores unidades del ejército alemán, aquellas que luchaban bajo la consigna de vencer o morir. Fueron el factor decisivo para que no se aplazara más la apertura del Segundo Frente, el desembarco en Normandía. Ambas victorias, demostraron a los Aliados que si no desembarcaban en Europa, la URSS sola era capaz de derrotar a Alemania.
El Segundo Frente, Normandía
El 6 de junio de 1944, el día D, se inició en la playa francesa de Normandía la tan dilatada apertura del Segundo Frente, que en algo alivió la presión que en los últimos tres años las tropas alemanas habían ejercido sobre la URSS. Esta operación empeoró la situación del Tercer Reich, que perdió así sus bases de operaciones aéreas y navales, lo que presagió su próximo desmoronamiento. La apertura del Segundo Frente estuvo al mando del General Dwight D. Eisenhower, que comandó una fuerza expedicionaria procedente de las islas británicas, compuesta por 1.213 barcos de guerra y 4.126 de transporte. La fuerza expedicionaria se componía en su totalidad de 2'876.436 hombres, de los cuales 1'533.000 eran norteamericanos. La operación se llamó Overlord y la parte acuática, Neptuno.
Alemania tenía agotada casi todas sus reservas y la mayor partes de sus fuerzas estaban comprometidas en el frente oriental. Por otra parte, el Ejército Alemán ya no era el de los años anteriores, sus mejores hombres habían caído muertos o habían sido hechos prisioneros en las batallas de Moscú, Leningrado, Stalingrado, Kursk, Kiev, etc. Según Louis Snyder, historiador norteamericano del City College de New York: “La gran Wehrmacht ya no era la soberbia máquina de guerra sino unas huestes heterogéneas formada por húngaros, polacos, rusos, franceses y hasta negros e indios. Las divisiones que defendían la ‘Muralla del Atlántico’ estaban compuestas en gran parte de hombres muy mayores, de soldados muy jóvenes y de extranjeros obligados a combatir por el Reich”. Según Gerd Von Rudshtedt, Comandante General de las fuerzas alemanas en Occidente: “La muralla del Atlántico era una ilusión, inventada para confundir tanto al pueblo alemán como al enemigo. A mí siempre me molestó cuando leía leyendas sobre la inquebrantable defensa. Era ridículo llamar a esto barrera. Hitler nunca la visitó y no vio qué es lo que representaba en la realidad.”
El General Eisenhower empleó brillantemente todos los factores a su favor y no dejó ningún detalle al azar. Desembarcó en Normandía, el lugar que menos esperaban los alemanes. Lo lógico hubiera sido que, tal como esperaba el enemigo, lo hiciera por el Paso de Calais, que es la distancia más corta entre Inglaterra y Europa continental. El desembarco lo realizó en un día que no era bueno para efectuarlo, por lo que una buena cantidad de generales alemanes, confiados en el mal tiempo, estuvieron ausentes, entre ellos Rommel. Empleó en forma óptima la aviación, fuerza en la que su superioridad era indiscutible. Llegaban oleadas de mil aviones que bombardeaban las fortificaciones, las redes ferroviarias y los depósitos de toda índole.
Desembarcaron 13.000 paracaidistas norteamericanos y 5.300 británicos, que se encargaron de aislar ciertas zonas estratégicas del resto de Francia. Con los primeros rayos del sol matutino, seis acorazados comenzaron el bombardeo naval, el mayor entre agua y tierra que registra la historia. Luego los hombres ranas destruyeron los obstáculos marinos y los dragaminas limpiaron la costa de minas. Después una impresionante flota, compuesta por 5.339 barcos, copó en Normandía las aguas del Canal de la Mancha. La zona se encontraba tan bien protegida que los submarinos alemanes sólo pudieron hundir un destroyer noruego.
De estos navíos partieron incontables lanchas de desembarco, que al abrir sus compuertas depositaron a aguerridos soldados, miles de los cuales murieron como consecuencia de nutrido fuego de metralla que los esperaba, pero la mayor parte logró apoderarse de largos trozos de playa. La lucha adquirió un ritmo frenético, cercano al salvajismo. Después los soldados debieron vencer los enormes acantilados que separan la tierra firme de la playa, lo mismo las minas, las alambradas y los fortines enemigos. Los alemanes no se rendían sino que luchaban con mucha bravura. Los ingleses, como siempre, dieron muestras de excepcional valor y coraje.
Para la primera semana, las tropas aliadas se habían apoderado de 130 Km de costa, adentrado hasta 30 Km en tierra firme y desembarcado 16 divisiones. Se trató de un éxito no sólo militar sino también político y de un verdadero golpe moral al ejército nazi. A partir de la primera semana, toda la iniciativa en este frente quedó en manos de las fuerzas aliadas.
Para la segunda semana habían desembarcado cerca de 600.000 hombres y 100.000 vehículos. El 7 de agosto, Alemania realizó un contraataque con la intención de arrojar a los aliados de nuevo al mar, pero en el transcurso de cinco días sólo lograron penetrar algunos kilómetros en las líneas aliadas; la operación terminó en un rotundo fracaso. El 17 de agosto, el general Patton tomó Rennes, capital de la Bretaña francesa, y se apoderó de Saint Malo, al sur de Normandía. Para el 21 de agosto había concluido la batalla. Los alemanes se retiraron en desorden en dirección a París.
El 19 de agosto se produjo el levantamiento de París. Las tropas aliadas se dirigieron rápidamente hacía la capital francesa, a la que entraron cuando las fuerzas de la resistencia francesa la habían liberado. El General Leclerc comandó las tropas francesas que primero entraron a París y el 20 de agosto, desde Montparnasse, anunció la rendición de 10.000 alemanes a cargo de la guarnición de París. Al día siguiente, el General De Gaulle desfiló por los bulevares de la Ciudad Luz.
La batalla por Francia le costó a la Wehrmacht 500.000 bajas. Los alemanes se dirigieron maltrechos a resguardarse tras la línea Sigfrido. Así terminó esta importante etapa de la guerra. Importante ¡Sí!, pero de ninguna manera definitiva ni determinante. No se trata de restar méritos a esta operación, pero cada cosa debe tener su puesto correspondiente en la historia. Henry L. Stimson, entonces Ministro de Guerra de Estados Unidos, escribe en sus memorias, de 1948: “No abrir a tiempo el frente occidental en Francia significaba trasladar todo el peso de la guerra a Rusia.”
La lucha, aunque dura, fue menos dura que en el frente oriental, donde, además de tener a tropas más selectas y numerosas, los alemanes peleaban con mayor decisión y coraje. La URSS cumplió la promesa hecha a los Aliados en Teherán, de que después del desembarco en Normandía, con el fin de disminuir la presión que sobre los aliados se produciría en Francia, ellos comenzarían una ofensiva general en el frente soviético-alemán.
Operación Bagratión
La Operación Bagratión, según el alto mando soviético, se hizo con la finalidad de “Limpiar de ocupantes nazis toda nuestra tierra y restablecer las fronteras estatales de la Unión Soviética en toda su extensión, desde el mar Negro hasta el mar de Barents, perseguir a la fiera herida alemana hasta su propia madriguera… Liberar de la opresión a nuestros hermanos polacos, checoslovacos y otros.” Solamente cinco personas del alto mando soviético conocían todos los planes relacionados con esta operación. El golpe principal se lo dio a través de pantanos, zona intransitable donde los alemanes no esperaban que se realizara ninguna operación bélica, por lo que sus defensas eran más débiles.
La URSS atacó Viborg a través del itsmo de Carelia, como consecuencia en Finlandia cayó el gobierno de Ryti, aliado de Alemania. El parlamento otorgó poderes al Mariscal Mannerheim, que obligó al ejército alemán a retirarse de Finlandia en dirección a Noruega. Luego las tropas del mariscal Maretskov rompieron las líneas alemanas en Múrmansk y liberaron el norte del territorio noruego, ocupado por Alemania. El ejército soviético descargó el siguiente golpe en el frente de Bielorrusia, al que los alemanes llamaban la Barrera Oriental y que, según ellos, era más potente que la “Muralla Atlántica” porque sus ciudades amuralladas no se podían abandonar sin la autorización expresa del Fuhrer.
En Bielorrusia lucharon junto a las tropas soviéticas muchos alemanes antifascistas. Fritz Schmenkel, quien fuera fusilado por los nazis en Minsk, es héroe de la Unión Soviética por haber combatido a los nazis junto a las guerrillas bielorrusas. Según publicaba la prensa de los Estados Unidos: “Las tropas soviéticas ayudaron igual que si ellas mismas hubieran asaltado las fortificaciones alemanas en el litoral francés, pues Rusia comenzó una gran ofensiva que obligó a los alemanes a mantener a millones de hombres en el frente oriental, de otro modo hubiese sido fácil oponer resistencia a los norteamericanos en Francia.” Esta ofensiva, la Operación Bagratión, produjo tales derrotas a la Wehrmacht que el alto mando alemán las calificó de “Peor que Stalingrado.”
No es todo. Cuando los alemanes desencadenaron la contraofensiva llamada “Viento del Norte”, en las Ardenas, donde la Wehrmacht rompió la defensa de los Aliados en un sector de 80 km y avanzaron 100 km en 10 días, lo que amenazaba a las tropas aliadas con un segundo y más desastroso Dunkerque, Eisenhower le escribe al Ministro de Defensa de EEUU: “La tensión de esta situación podría disminuir en mucho si los rusos comenzaran una gran ofensiva.” Por lo que Churchill envía el siguiente telegrama a Stalin, en el que, luego de explicar la situación en el frente, le solicita: “El General Eisenhower está deseoso de conocer qué planes tienen Uds. ¿Se podría contar con una gran ofensiva rusa en el Vístula o en cualquier otra parte durante el mes de enero?
Stalin le contesta a Churchill: “Sin tomar en cuenta las dificultades que representa el mal tiempo, en vista de la situación en que se encuentran nuestros aliados en el Frente Occidental, el Comando Supremo del Ejército Soviético ha decidido desencadenar una ofensiva a gran escala contra los alemanes a lo largo de todo el Frente Central, sin tomar en cuenta las condiciones meteorológicas.”
A lo que Churchill le responde: “Le estoy enormemente agradecido por su emocionante misiva… Ojalá los acompañe la buena suerte en su noble tarea. Sus noticias reconfortaron enormemente al General Eisenhower puesto que los alemanes deberán dividir sus fuerzas.”
La Victoria
Luego de liberar a más de veinte países europeos del yugo nazi-fascista, las tropas soviéticas entraron en Berlín y el 1 de mayo de 1945 izaron la bandera su país en el Reichstag. El 9 de mayo, las últimas tropas alemanas de las Waffen SS cesaron de combatir y se rindieron en Praga ante el General Kóniev. Terminó la guerra y la humanidad, gracias al heroico sacrificio de todos los hombres libres, se salvó de vivir bajo el Tercer Reich, sistema político que Hitler había planificado para mil años.
Luego de 1.418 jornadas de denodados combates, terminó una contienda en la que fallecieron cerca de 60 millones de seres humanos, de los que 27 eran soviéticos. El corresponsal inglés de la BBC, Alexander Werth, escribe: “Los rusos llevaron el fardo más pesado en la guerra contra la Alemania Nazi, precisamente gracias a esto quedaron con vida millones de norteamericanos e ingleses.” Edward Stettinus, en ese entonces Secretario de Estado de EEUU, escribe que el pueblo estadounidense debería recordar que en 1942 estaba al borde de la catástrofe, si la Unión Soviética no hubiera sostenido su frente, los alemanes hubieran estado en condiciones de conquistar Gran Bretaña; habrían estado en condiciones de apoderarse de África y de crear una plaza de armas en América Latina.
El 9 de Mayo es una fecha sagrada para Rusia, porque para conseguir la victoria en la Unión Soviética se inmolaron 27 millones de sus hijos, 60 millones quedaron mutilados, fueron destruidas 32.000 empresas industriales, 65.000 kilómetros de vías férreas, 1.710 ciudades, 70.000 aldeas, 6 millones de edificios, 40.000 hospitales, 84.000 escuelas, 98.000 cooperativas agrícolas, 1.876 haciendas estatales. Los nazis trasladaron a Alemania 7 millones de caballos, 17 millones de cabezas de ganado, 20 millones de puercos, 27 millones de ovejas y cabras, 110 millones de aves de corral. La URSS tuvo una pérdida de más del 30% de sus riquezas, por un valor de unos 3 billones de dólares (un 3 seguido de doce ceros). Gracias a este sacrificio, la humanidad se vio libre de la noche eterna del dominio imperial con que Hitler soñó.
En ocasiones, se exagera sobre la ayuda norteamericana a la URSS. Lo cierto es que las entregas de los aliados, mediante la Ley de Préstamos y Arriendos, equivalió al 4% de la producción de la Unión Soviética. Del total de 46.700 millones de dólares que EEUU suministró a sus aliados, a la URSS le correspondió 10.800 millones de dólares, menos de la cuarta parte de ese total.
Es bueno recordar el pasado porque entonces, como ahora, el mal crecía sin que nadie fuera capaz de detenerlo; sin embargo, la heroica lucha no solamente del pueblo soviético sino de todos los hombres libres salvó al mundo de la barbarie nazi.
Tal vez, la más importante lección para las presentes y futuras generaciones es que las guerras hay que combatirlas antes de que estallen.
* ver La orden del día, Eric Vuillard, premio Goncourt de 2018.
Más sobre la subida al poder de Hitler.
La depresión del 29, con sus consecuencias económicas (más de 6 millones de parados y enorme inflación) y psicológicas (la derrota del I G M y sus consecuencias desastrosas para el pueblo), metió de lleno a Alemania en una grave crisis política. Los nazis aprovecharon esa circunstancia para presentar la crisis como el efecto y resultado del sistema democrático de la República de Weimar.
En las elecciones al Reichstag del 14 de septiembre de 1930 pasaron de 12 a 107 diputados. Casi dos años después, en las elecciones del 31 de julio de 1932, obtuvieron 13 millones de votos, el 37,4%, con 230 diputados. Los comunistas ganaban también votos en detrimento de los socialistas y los partidos tradicionales, los conservadores, liberales y los nacionalistas se hundían.
Hay que precaverse frente a las generalizaciones sobre el apoyo del "pueblo alemán" a los nazis. Antes de que Hitler fuera nombrado canciller, el porcentaje más alto de votos que obtuvieron fue el 37,4%. Un 63% de los que votaron no les dio el apoyo y, además, en las elecciones de noviembre de 1932, comenzaron a perder votos y todo parecía indicar que habían tocado techo. El nombramiento de Hitler no fue, por consiguiente, una consecuencia directa del apoyo de una mayoría del pueblo alemán, como tantas veces se publica, sino el resultado del pacto entre el movimiento de masas nazi y los grupos políticos conservadores, con los militares y los intereses de los terratenientes a la cabeza, que querían la destrucción de la República. Todos ellos maquinaron con Hindenburg para quitarle el poder al Parlamento y transformar la democracia en un Estado autoritario.
El 30 de enero de 1933, Hitler fue investido canciller del Reich, porque Hindenburg así lo quiso (en 1932 el banquero Schacht organizó una petición por escrito de industriales para reclamar al presidente Hindenburg el nombramiento de Hitler como Canciller. Una vez en el poder, Hitler nombró a Schacht presidente del Reichsbank, y luego Ministro de Economía en 1934); jefe de un Gobierno dominado por los conservadores y los nacionalistas, donde sólo entraron dos ministros del partido nazis, aunque en puestos clave para controlar el orden público: Wilhelm Frick y Hermann Göring. Parecía un gabinete presidencial más, como el de Brüning, Franz von Papen o Schleicher. Pero no era así. El hombre que estaba ahora en el poder tenía un partido de masas completamente subordinado a él y una violenta organización paramilitar que sumaba cientos de miles de hombres armados.
Nunca había ocultado su objetivo de destruir la democracia y de perseguir a sus oponentes políticos.
Cuando el anciano Hindenburg murió el 2 de agosto de 1934, a punto de cumplir 87 años, Hitler se convirtió en el führer absoluto, combinando los poderes de canciller y presidente de Reich.
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lunes, 11 de noviembre de 2024
_- El librepensamiento fuera de Occidente y antes de la modernidad
_- Una de las críticas más zonzas, pero no por eso menos perniciosas, que se le hace al librepensamiento de matriz irreligiosa es que constituye una manifestación cultural exclusivamente occidental, un fenómeno espiritual que –se aduce ad nauseam– no está presente en otras civilizaciones del orbe. Este cuestionamiento, que como veremos carece de todo fundamento, se halla muy extendido en el campo intelectual, y ha dado pábulo a la leyenda negra según la cual el escepticismo, el deísmo[1], el agnosticismo y el ateísmo serían cosmovisiones eurocéntricas, encorsetadas en la tradición grecolatina y la modernidad europea. Nada más lejos de la verdad.
Tres obras me guiarán en este breve periplo indagatorio: The alternative tradition: a study of unbelief in the Ancient World, de James Thrower (La Haya, Mouton, 1980); “Ateísmo y religión: perfil histórico de un debate” (1997), de Gonzalo Puente Ojea, extenso ensayo incluido en su libro Ateísmo y religiosidad: reflexiones sobre un debate (Madrid, Siglo XXI, 2001, 2ª ed., pp. 97-255); y Freethinkers of Medieval Islam: Ibn Al-Rawāndī, Abū Bakr Al-Rāzī and Their Impact on Islamic Thought, de Sarah Stroumsa (Leiden, Brill, 1999). Mi deuda historiográfica y filosófica con estos tres textos es enorme. Dejo constancia de ella.
Dice Puente Ojea en el precitado ensayo:
“La impugnación teórica de los postulados de la creencia en la divinidad no es de ahora, sino que se remonta a un tiempo muy pretérito, en el que individuos excepcionalmente dotados de gran carácter y notable inteligencia pusieron en cuestión las tradiciones religiosas de su sociedad y debatieron con estimable rigor las ancestrales creencias en Dios o en dioses, dejando así una profunda huella en la historia intelectual del ser humano. (…)
En las civilizaciones del Oriente fue emergiendo, aunque trabajosamente, una reflexión crítica sobre las especulaciones religiosas relativas al origen y gobierno del universo natural y social. Esta reflexión crítica revistió diversas tonalidades en función del carácter de cada pueblo, partiendo frecuentemente de preocupaciones morales unas veces, o alimentadas otras veces por preocupaciones intelectivas de orden cosmológico. Los poderes dominantes en estas sociedades antiguas se movían, en términos generales, en una concepción del mundo inscrita en el eje de coordenadas que expresan dos ideas que se combinan o entretejen en la visión mítico-religiosa, a saber, la realeza de los dioses y la divinidad de los reyes, de tal manera que la reflexión crítica de orientación agnóstica o atea se veía sometida a un mayor o menor grado de hostilidad –según los lugares y los tiempos– de esos poderes dominantes. Pero, en ocasiones, éstos eran accesibles a especulaciones morales y cosmológicas que rompían hasta cierto punto la compacidad o coherencia de las tradiciones ideológicas heredadas”[2].
En opinión del eminente historiador y filósofo español –opinión que suscribo totalmente–, es preciso rememorar y difundir los grandes hitos de la historia universal del librepensamiento irreligioso, aquello que Thrower ha denominado tradición alternativa. Es necesario
“…romper, en el ámbito del gran público, con la inveterada convicción de que solamente las tradiciones religiosas han acompañado al proceso civilizador de la humanidad, y que hay que llegar prácticamente a la Europa del siglo XVIII para que la ilustración de las mentes hubiera permitido a los hombres acceder a la radical puesta en cuestión de Dios y de la visión mítico-religiosa de la realidad. Las cabezas algo mejor informadas habían oído hablar del ateísmo de algunos pensadores griegos, pero los estereotipos asimilados en la escuela y el hogar les hacían dar por descontado que en el curso de la historia se habían olvidado feliz y legítimamente las fantasías irreligiosas de tales excéntricos, que incluso en reputados manuales universitarios sólo disfrutaban de una breve cita. El estudio objetivo de la realidad histórica nos brinda el apasionante panorama de la temprana inquietud de los seres humanos más lúcidos por indagar, más allá de los velos de los mitos religiosos, sobre la verdadera naturaleza del universo y su origen, sobre el ser humano y su destino, y sobre la sociedad.
La especulación teorética sobre estas grandes cuestiones no surgió de una simple curiosidad intelectual, sino que también fue estimulada por las complejas repercusiones psicológicas, cognitivas y morales generadas por transformaciones en la organización económica, social y política en el seno de constelaciones culturales en las que la legitimación de las estructuras de poder –familiar, tribal, territorial, etc.– estaba íntimamente vinculada a las concepciones religiosas del mundo que promovían las oligarquías dominantes. Lo político y lo cultual, y sus respectivos administradores, constituían dos vertientes del mismo sistema de creencias y de dominación, de tal modo que el cuestionamiento de la visión mítico-religiosa vigente amenazaba igualmente a los detentadores del poder político y a los administradores del poder religioso.
Cuando la vigencia social del sistema de creencias pierde peso o comienza a ser públicamente cuestionado; es decir, cuando la adhesión sin fisuras a los fundamentos sobrenaturales o divinos de la organización social se debilita, empiezan a manifestarse públicamente interrogantes y dudas sobre la validez ideológica de esos fundamentos, iniciándose una revisión de las representaciones colectivas y de los soportes de la obediencia civil ”[3].
A la luz de las evidencias hoy disponibles, al menos tres notables civilizaciones no occidentales produjeron intelectuales netamente irreligiosos: India, China y el mundo árabe. Las dos primeras de manera totalmente autónoma, endógena, y el último bajo la influencia proficua de la antigua filosofía griega, sobre todo aristotélica.
En la India del siglo VII a.C., la escuela nástika (heterodoxa) de Carvaka o Lokayata desarrolló una concepción abiertamente racionalista y crítica, materialista y atea, anticlerical y hedonista, haciendo caso omiso del principio de autoridad, los dogmas védicos y la tradición brahmánica (negó la existencia de los dioses, del alma, etc.). Es cierto que el budismo y el jainismo primigenios también cuestionaron por entonces, o poco antes, la veracidad de los Vedas (textos sagrados del hinduismo) y la existencia de los devas (deidades), lo mismo que la legitimidad de los brahmanes. Pero, como contrapartida, absorbieron muchos elementos metafísicos de la religión hinduista, como la rueda del samsara (reencarnación) y el karma. En cambio, la escuela filosófica de Carvaka supo conjugar el antiteísmo con la antimetafísica. A los Brihaspati sutra, los escritos fundamentales de esta corriente disidente, les cupo la misma suerte que al Peritheon del griego Protágoras de Abdera: la hoguera de la intolerancia religiosa. Los pocos fragmentos que se conservan de ellos son citas apostrofadas que aparecen en tratados hostiles redactados por brahmanes. Reproduzco algunas, a título ilustrativo:
“Sólo existe lo perceptible; lo no perceptible no existe, por la razón de que nunca ha sido percibido.
No hay ningún cielo, ni liberación final, ni alma alguna en otro mundo.
Los brahmanes se han establecido aquí solamente como un medio de vida.
Los tres Vedas son una estafa. (…) Los tres autores de los Vedas eran bufones, bribones y demonios.
La conciencia perteneciente a un cuerpo no puede decirse que sea la causa de la conciencia en otro cuerpo. (…) Ninguna conciencia se traslada a la vida fetal. Un niño debe aprender fuera de sí mismo lo que sabe.
Nadie ha observado jamás la transferencia de conciencia de un cuerpo a otro. (…) ¿Quién ha visto el alma existiendo en un estado de separación del cuerpo? ¿No es la vida resultado de la configuración última de la materia?
El único fin de los hombres es el goce de los placeres sensuales. (…) El dolor del infierno radica en las desgracias que surgen de los enemigos, las armas, las enfermedades (…). Es insensato el que se agota en penas, ayunos, etc. La castidad y otros tales preceptos son impuestos por débiles listos… El sabio debe gozar de los placeres de este mundo mediante los medios visibles apropiados, como la agricultura, la ganadería, el comercio, la administración política, etc.
Estos estúpidos son engañados por los mentirosos sastras [tratados religiosos] y alimentados por las seducciones de la esperanza. ¿Pero pueden la mendicidad, el ayuno, la penitencia, la exposición al sol ardiente que depaupera el cuerpo, compararse con los arrebatadores abrazos de las mujeres de ojos grandes […]?”[4]
Señala el filósofo británico James Thrower que el ateísmo materialista de Lokayata perduró en India, como escuela filosófica, durante más de un milenio, hasta que “virtualmente se extinguiera hacia el siglo VII de nuestra era bajo la ascendente ola del idealismo religioso. No obstante, aún era digna de alusión en una época tan tardía como el siglo XIV, cuando Madhavacarya redactaba sus Sarva-darsana-sangraha, una de nuestras fuentes principales para conocer el sistema de Carvaka”[5].
También en la China antigua hubo librepensadores de talante más o menos crítico, filósofos que se atrevieron a dudar de la veracidad de las tradiciones y los mitos, y aun negarla de plano. E igual que en el caso de la India, su emergencia histórica nada le debió al influjo intelectual del helenismo. Tanto en la ortodoxia confuciana como en la heterodoxia taoísta –subraya Thrower– encontramos numerosos ejemplos de planteos relativamente racionalistas, materialistas, escépticos y humanistas, los cuales revelan un progreso nada desdeñable de la irreligiosidad: renuencia a las explicaciones causales providenciales o sobrenaturales, valoración puramente pragmática de los rituales, crítica sin concesiones a las supersticiones populares (magia, adivinación, exorcismo), rechazo de la doctrina de la inmortalidad del alma, impugnación del budismo por su creencia en el karma y la reencarnación, ridiculización del culto doméstico a los espíritus de los antepasados, despersonalización del Mandato del Cielo (Tian Ming), desacralización de la figura del emperador, etc.
La cima del librepensamiento chino antiguo es Wang Chong. Vivió en el siglo I de nuestra era, en tiempos de la dinastía Han. Fue un racionalista convencido y militante. Definió la razón como “odio a las ficciones y falsedades”[6]. Su ontología, con aciertos y errores, era desembozadamente materialista. Concebía los fenómenos naturales como inmanentes y no intencionados, distanciándose así de todo providencialismo y teleologismo. Prescindía del Tian Ming en sus indagaciones causales. La buena suerte y la desgracia eran, para él, puramente casuales, fortuitas. A su entender, no hay vida después de la muerte, pues el alma muere con el cuerpo.
Por otro lado, Wang Chong se empeñó a fondo en desarrollar una interpretación determinista o mecanicista de la naturaleza, a través de las categorías protocientíficas del yin y el yang. Con admirable perspicacia aseveró: “Labrar, escardar, sembrar son actos motivados, pero si la simiente crece y madura o no, depende del azar y de la acción espontánea. ¿Cómo lo sabemos? Si el Cielo hubiera producido sus criaturas a propósito, debía haberles enseñado a amarse unas a otras”[7]. En su cosmovisión no hay lugar para ninguna divinidad creadora ni «diseño inteligente».
Su escepticismo era cosa seria. En una de sus obras escribió: “¡Cuan absurdo es imaginar (…) que el Cielo o la Tierra puedan entender las palabras del hombre, o preocuparse de sus deseos!”. En otra señaló: “exorcizar es trabajo perdido, y ningún daño causa su omisión”. Son las generaciones “decadentes” las que “fomentan la creencia en espíritus. Hombres insensatos buscan alivio en el exorcismo”[8]. Negaba así, sin pelos en la lengua, cualquier eficacia objetiva a las plegarias y las artes mágicas.
Wang Chong tampoco aceptaba la noción metafísica de destino. A su juicio, la vida humana es una combinación de idiosincrasia, voluntad y azar.
La civilización árabe, en su edad de oro, también vio florecer el librepensamiento, aunque no de manera endógena, sino al calor del legado cultural griego, de modo análogo a la antigua Roma y –en menor medida– la Persia sasánida. Empero, más allá de esa ventaja inicial, la falsafa –la filosofía islámica– alcanzaría un brillo propio, trascendiendo el umbral de la mera recepción pasiva del aristotelismo y neoplatonismo.
¿Hubo pensadores ateos o agnósticos en el Medioevo árabe? Es difícil saberlo con seguridad. Los términos mulhid y zindiq solían ser esgrimidos, desde la trinchera de la ortodoxia sunita, para descalificar tanto a librepensadores ganados al ateísmo o agnosticismo, como a teólogos musulmanes de ideas heréticas (chiitas y jariyíes, por ej.) o que habían apostatado del islam, como así también a los filósofos deístas que creían en Alá pero que recusaban al profeta Mahoma y la revelación coránica.
Un caso particularmente notable, entre muchos otros, es el del librepensador persa Ibn al-Rawandi (827-911). Hijo de un erudito judeoconverso que había ayudado a los musulmanes a refutar el Talmud, se formó y destacó en la escuela mutazilí, que luego abandonó para acercarse al chiismo, el judaísmo y el maniqueísmo, y acaso también al cristianismo. Fue discípulo de Ibn al-Warraq, un pensador heterodoxo sumamente escéptico en relación a la revelación coránica y el profetismo de Mahoma. No está claro si al-Rawandi fue un chiita muy heterodoxo afín al deísmo, o un ateo –o agnóstico– que cortó totalmente sus amarras con el islam, puesto que las fuentes primarias discrepan sobre este punto. Pero no hay dudas que cultivó un racionalismo crítico de raigambre aristotélica con altas dosis de irreligiosidad, ganándose así el odio visceral del establishment ortodoxo. Su Libro de la Esmerada, hoy perdido, fue duramente reprobado por considerárselo blasfemo, igual que el resto de sus obras.
Para escándalo y furia de sus contemporáneos, al-Rawandi llevó al banquillo de los acusados al mismísimo Mahoma, y con él al sacrosanto Corán. Opuso –o al menos antepuso– la razón a la fe, y negó de plano tanto el dogma de la predestinación como el de la inmortalidad del alma. Asimismo, habría rechazado la creencia según la cual el mundo es una creación ex nihilo de Alá, postulando en vez de ello la eternidad del cosmos. Arremetió sin piedad contra las profecías y los milagros atribuidos a Mahoma, lo mismo que contra las prácticas devocionales que juzgaba irracionales: el rezo mirando hacia la alquibla, la peregrinación a La Meca, el culto a la Kaaba, los tabúes nutricionales…
Sus acaloradas polémicas con los ulemas adquirieron gran notoriedad pública. Hasta la plebe se entretenía con ellas. Tanto es así que la tradición oral árabe conservó, durante muchos siglos, diversas leyendas atinentes al filósofo loco que discutía con Alá.
La islamóloga israelí Sarah Stroumsa, en su libro ya citado, ha rescatado del olvido a otro gran librepensador persa del Islam medieval: el médico y filósofo Abu Bakr al-Razi (c. 865-925). También en él se advierte un ethos racionalista, heterodoxo y disidente, aunque más moderado que en al-Rawandi. Intelectual desprejuiciado, muy imbuido del espíritu crítico de la falsafa, habría cuestionado la revelación profética como vía de conocimiento teológico, dudado de la sacralidad del Corán, y denegado todo valor probatorio a la milagrería endilgada a Mahoma.
De hecho, el impacto secularizador de la falsafa medieval llegó hasta el corazón mismo de la Cristiandad europea, lo que constituye una paradoja para aquellos creyentes occidentales proclives al orientalismo romántico santurrón: el estereotipo del Oriente como bastión inmaculado de la fe, como manantial premoderno de la religiosidad, en cuyas aguas Occidente debería regenerarse haciendo un baño de inmersión espiritual que limpie sus pecados de incredulidad. Sirva este botón de muestra, aunque a riesgo de incurrir en una digresión: el sacro emperador romano-germánico Federico II de Hohenstaufen (1194-1250), quien también fue rey de Sicilia y Jerusalén (dos reinos mediterráneos fuertemente influidos por la vecina civilización árabe), mereció los apodos de stupor mundi y “Anticristo” debido a sus heterodoxas ideas e inusuales costumbres, fuertemente permeadas por el escepticismo y el hedonismo, en un contexto de intensa interculturalidad y transculturalidad (dos apodos –el de stupor mundi y el de “Anticristo”– que de ningún modo son reductibles a la mera puja de poder con la Iglesia católica y el rimbombante anecdotario de excomuniones papales). Dice al respecto el historiador inglés Piers Paul Read:
“A diferencia de los monarcas del norte de Europa, cuya educación estaba limitada por el programa que fijaba la Iglesia católica, Federico, gracias a su educación en Palermo, estaba familiarizado con las ideas bizantinas y arábigas. Ambas estaban más evolucionadas que el pensamiento latino y lo llevaron a una tolerancia con sus seguidores que contrastaba marcadamente con los sentimientos de los partidarios de otros reyes cristianos. El trato indulgente de Federico para con los musulmanes de su reino escandalizaba a algunos de sus contemporáneos católicos, pero casi con toda seguridad provenía tanto de consideraciones prácticas como ideológicas (…).
Para Federico, el que sus súbditos musulmanes dependieran de su favor hacía que le inspiraran aún más confianza: tenía, por ejemplo, un guardaespaldas sarraceno. (…) Aunque también, como en cualquier época, había una progresión natural de la tolerancia a la indiferencia, y de la indiferencia al abierto escepticismo, y algunos de los contemporáneos de Federico se preguntaban si éste creía o no en Dios.
Por la oscura propaganda que le harían más tarde sus enemigos, es difícil distinguir realidad de ficción: pero es significativo que incluso sus contemporáneos musulmanes, como el cronista damasceno Sibt Ibn al-Jawzi, pensaran que Federico era ‘casi seguro un ateo’. El católico Salimbene escribió también que ‘en cuanto a la fe en Dios, no tenía ninguna’ y que ‘si hubiera sido un buen católico y amado a Dios y a su Iglesia, y a su propia alma, habría tenido pocos pares entre los emperadores del mundo’. Se dijo que Federico se mofó de la Eucaristía –‘¿Cuánto más durará ese engaño?’– y del alumbramiento virginal de Jesús: ‘Los que creen que Dios pudo haber nacido de una virgen son absolutamente tontos… no se puede dar a luz a nadie cuya concepción no haya estado precedida del coito entre un hombre y una mujer’. El alumbramiento virginal de Jesús, sin embargo, también es un dogma de la creencia islámica; y, a pesar de su amistad con los musulmanes, Federico no mostraba por Mahoma mayor respeto que por Cristo, al considerarlo junto a Moisés, uno de los ‘tres impostores o embusteros del mundo’.
Aunque estas observaciones quizás hayan sido exageradas por sus enemigos papistas, son coherentes con la impresión de sus amigos musulmanes. En otras palabras, Federico no sintonizaba con su época. Exhibía un espíritu científico más moderno que medieval: en el prefacio de un tratado sobre cetrería, De arte Venandi, escribió: ‘Nuestra intención en este libro es exponer (…) esas cosas que son como son’; e insistió, en otro contexto: ‘No se debe creer nada, salvo aquello que pueda ser probado por la naturaleza y la fuerza de la razón’”[9].
A todas luces, esa «anomalía» que representó el humanismo de Federico II en el Occidente cristiano medieval tuvo su humus germinal en la falsafa sarracena. Estadista extremadamente culto, curioso e inteligente, hablaba el árabe, el griego y el latín con fluidez; y leía con voracidad obras filosóficas, científicas, técnicas y literarias escritas en dichos idiomas. En resumidas cuentas, un occidental secularizado por el Oriente (y no al revés).
Pero volvamos a nuestro hilo conductor. ¿Hubo otras civilizaciones no occidentales con expresiones de irreligiosidad? A la luz de las evidencias disponibles, debemos presumir que no. Sin embargo, esta conclusión debe ser matizada. La historia universal nos brinda varios ejemplos de culturas donde, si bien no hubo manifestaciones ateas, ni agnósticas, ni tampoco deístas, hubo al menos atisbos de un escepticismo religioso embrionario. En el Egipto faraónico, como bien ha resaltado Thrower, tenemos un testimonio tan sorprendente como Disputa entre un hombre y su ba, un poema sapiencial de tono meditabundo en el que un hombre agobiado por los problemas e infortunios de la vida, presa de la desesperación existencial, dialoga con su propia alma en busca de sentido. Cierto hedonismo de carpe diem se avizora en este coloquio. Su tono profano no llega a ser sacrílego, ni mucho menos, pero no encaja del todo en el molde conformista de la piedad tradicional. Hay zozobra, inquietud, duda, pesimismo… La crisis de fe no pasa a mayores, y al final se disipa. Pero se evidencian en ella algunas grietas.
Lo dicho sobre la civilización egipcia puede ser extrapolado a Mesopotamia. También allí hallamos antiquísimos textos sapienciales con resonancias escépticas, como el Diálogo del pesimismo. Un amo y su siervo platican con acritud y desencanto de la absurdidad del mundo, y lo hacen con un nivel de desánimo y nihilismo que hace palidecer a la Disputa entre un hombre y su ba. El final del Diálogo del pesimismo no puede ser más revelador:
SIERVO.— Quien hace una obra de beneficencia en favor de su país pone en el anillo de Marduk [el dios babilonio] su buena acción.
Tres obras me guiarán en este breve periplo indagatorio: The alternative tradition: a study of unbelief in the Ancient World, de James Thrower (La Haya, Mouton, 1980); “Ateísmo y religión: perfil histórico de un debate” (1997), de Gonzalo Puente Ojea, extenso ensayo incluido en su libro Ateísmo y religiosidad: reflexiones sobre un debate (Madrid, Siglo XXI, 2001, 2ª ed., pp. 97-255); y Freethinkers of Medieval Islam: Ibn Al-Rawāndī, Abū Bakr Al-Rāzī and Their Impact on Islamic Thought, de Sarah Stroumsa (Leiden, Brill, 1999). Mi deuda historiográfica y filosófica con estos tres textos es enorme. Dejo constancia de ella.
Dice Puente Ojea en el precitado ensayo:
“La impugnación teórica de los postulados de la creencia en la divinidad no es de ahora, sino que se remonta a un tiempo muy pretérito, en el que individuos excepcionalmente dotados de gran carácter y notable inteligencia pusieron en cuestión las tradiciones religiosas de su sociedad y debatieron con estimable rigor las ancestrales creencias en Dios o en dioses, dejando así una profunda huella en la historia intelectual del ser humano. (…)
En las civilizaciones del Oriente fue emergiendo, aunque trabajosamente, una reflexión crítica sobre las especulaciones religiosas relativas al origen y gobierno del universo natural y social. Esta reflexión crítica revistió diversas tonalidades en función del carácter de cada pueblo, partiendo frecuentemente de preocupaciones morales unas veces, o alimentadas otras veces por preocupaciones intelectivas de orden cosmológico. Los poderes dominantes en estas sociedades antiguas se movían, en términos generales, en una concepción del mundo inscrita en el eje de coordenadas que expresan dos ideas que se combinan o entretejen en la visión mítico-religiosa, a saber, la realeza de los dioses y la divinidad de los reyes, de tal manera que la reflexión crítica de orientación agnóstica o atea se veía sometida a un mayor o menor grado de hostilidad –según los lugares y los tiempos– de esos poderes dominantes. Pero, en ocasiones, éstos eran accesibles a especulaciones morales y cosmológicas que rompían hasta cierto punto la compacidad o coherencia de las tradiciones ideológicas heredadas”[2].
En opinión del eminente historiador y filósofo español –opinión que suscribo totalmente–, es preciso rememorar y difundir los grandes hitos de la historia universal del librepensamiento irreligioso, aquello que Thrower ha denominado tradición alternativa. Es necesario
“…romper, en el ámbito del gran público, con la inveterada convicción de que solamente las tradiciones religiosas han acompañado al proceso civilizador de la humanidad, y que hay que llegar prácticamente a la Europa del siglo XVIII para que la ilustración de las mentes hubiera permitido a los hombres acceder a la radical puesta en cuestión de Dios y de la visión mítico-religiosa de la realidad. Las cabezas algo mejor informadas habían oído hablar del ateísmo de algunos pensadores griegos, pero los estereotipos asimilados en la escuela y el hogar les hacían dar por descontado que en el curso de la historia se habían olvidado feliz y legítimamente las fantasías irreligiosas de tales excéntricos, que incluso en reputados manuales universitarios sólo disfrutaban de una breve cita. El estudio objetivo de la realidad histórica nos brinda el apasionante panorama de la temprana inquietud de los seres humanos más lúcidos por indagar, más allá de los velos de los mitos religiosos, sobre la verdadera naturaleza del universo y su origen, sobre el ser humano y su destino, y sobre la sociedad.
La especulación teorética sobre estas grandes cuestiones no surgió de una simple curiosidad intelectual, sino que también fue estimulada por las complejas repercusiones psicológicas, cognitivas y morales generadas por transformaciones en la organización económica, social y política en el seno de constelaciones culturales en las que la legitimación de las estructuras de poder –familiar, tribal, territorial, etc.– estaba íntimamente vinculada a las concepciones religiosas del mundo que promovían las oligarquías dominantes. Lo político y lo cultual, y sus respectivos administradores, constituían dos vertientes del mismo sistema de creencias y de dominación, de tal modo que el cuestionamiento de la visión mítico-religiosa vigente amenazaba igualmente a los detentadores del poder político y a los administradores del poder religioso.
Cuando la vigencia social del sistema de creencias pierde peso o comienza a ser públicamente cuestionado; es decir, cuando la adhesión sin fisuras a los fundamentos sobrenaturales o divinos de la organización social se debilita, empiezan a manifestarse públicamente interrogantes y dudas sobre la validez ideológica de esos fundamentos, iniciándose una revisión de las representaciones colectivas y de los soportes de la obediencia civil ”[3].
A la luz de las evidencias hoy disponibles, al menos tres notables civilizaciones no occidentales produjeron intelectuales netamente irreligiosos: India, China y el mundo árabe. Las dos primeras de manera totalmente autónoma, endógena, y el último bajo la influencia proficua de la antigua filosofía griega, sobre todo aristotélica.
En la India del siglo VII a.C., la escuela nástika (heterodoxa) de Carvaka o Lokayata desarrolló una concepción abiertamente racionalista y crítica, materialista y atea, anticlerical y hedonista, haciendo caso omiso del principio de autoridad, los dogmas védicos y la tradición brahmánica (negó la existencia de los dioses, del alma, etc.). Es cierto que el budismo y el jainismo primigenios también cuestionaron por entonces, o poco antes, la veracidad de los Vedas (textos sagrados del hinduismo) y la existencia de los devas (deidades), lo mismo que la legitimidad de los brahmanes. Pero, como contrapartida, absorbieron muchos elementos metafísicos de la religión hinduista, como la rueda del samsara (reencarnación) y el karma. En cambio, la escuela filosófica de Carvaka supo conjugar el antiteísmo con la antimetafísica. A los Brihaspati sutra, los escritos fundamentales de esta corriente disidente, les cupo la misma suerte que al Peritheon del griego Protágoras de Abdera: la hoguera de la intolerancia religiosa. Los pocos fragmentos que se conservan de ellos son citas apostrofadas que aparecen en tratados hostiles redactados por brahmanes. Reproduzco algunas, a título ilustrativo:
“Sólo existe lo perceptible; lo no perceptible no existe, por la razón de que nunca ha sido percibido.
No hay ningún cielo, ni liberación final, ni alma alguna en otro mundo.
Los brahmanes se han establecido aquí solamente como un medio de vida.
Los tres Vedas son una estafa. (…) Los tres autores de los Vedas eran bufones, bribones y demonios.
La conciencia perteneciente a un cuerpo no puede decirse que sea la causa de la conciencia en otro cuerpo. (…) Ninguna conciencia se traslada a la vida fetal. Un niño debe aprender fuera de sí mismo lo que sabe.
Nadie ha observado jamás la transferencia de conciencia de un cuerpo a otro. (…) ¿Quién ha visto el alma existiendo en un estado de separación del cuerpo? ¿No es la vida resultado de la configuración última de la materia?
El único fin de los hombres es el goce de los placeres sensuales. (…) El dolor del infierno radica en las desgracias que surgen de los enemigos, las armas, las enfermedades (…). Es insensato el que se agota en penas, ayunos, etc. La castidad y otros tales preceptos son impuestos por débiles listos… El sabio debe gozar de los placeres de este mundo mediante los medios visibles apropiados, como la agricultura, la ganadería, el comercio, la administración política, etc.
Estos estúpidos son engañados por los mentirosos sastras [tratados religiosos] y alimentados por las seducciones de la esperanza. ¿Pero pueden la mendicidad, el ayuno, la penitencia, la exposición al sol ardiente que depaupera el cuerpo, compararse con los arrebatadores abrazos de las mujeres de ojos grandes […]?”[4]
Señala el filósofo británico James Thrower que el ateísmo materialista de Lokayata perduró en India, como escuela filosófica, durante más de un milenio, hasta que “virtualmente se extinguiera hacia el siglo VII de nuestra era bajo la ascendente ola del idealismo religioso. No obstante, aún era digna de alusión en una época tan tardía como el siglo XIV, cuando Madhavacarya redactaba sus Sarva-darsana-sangraha, una de nuestras fuentes principales para conocer el sistema de Carvaka”[5].
También en la China antigua hubo librepensadores de talante más o menos crítico, filósofos que se atrevieron a dudar de la veracidad de las tradiciones y los mitos, y aun negarla de plano. E igual que en el caso de la India, su emergencia histórica nada le debió al influjo intelectual del helenismo. Tanto en la ortodoxia confuciana como en la heterodoxia taoísta –subraya Thrower– encontramos numerosos ejemplos de planteos relativamente racionalistas, materialistas, escépticos y humanistas, los cuales revelan un progreso nada desdeñable de la irreligiosidad: renuencia a las explicaciones causales providenciales o sobrenaturales, valoración puramente pragmática de los rituales, crítica sin concesiones a las supersticiones populares (magia, adivinación, exorcismo), rechazo de la doctrina de la inmortalidad del alma, impugnación del budismo por su creencia en el karma y la reencarnación, ridiculización del culto doméstico a los espíritus de los antepasados, despersonalización del Mandato del Cielo (Tian Ming), desacralización de la figura del emperador, etc.
La cima del librepensamiento chino antiguo es Wang Chong. Vivió en el siglo I de nuestra era, en tiempos de la dinastía Han. Fue un racionalista convencido y militante. Definió la razón como “odio a las ficciones y falsedades”[6]. Su ontología, con aciertos y errores, era desembozadamente materialista. Concebía los fenómenos naturales como inmanentes y no intencionados, distanciándose así de todo providencialismo y teleologismo. Prescindía del Tian Ming en sus indagaciones causales. La buena suerte y la desgracia eran, para él, puramente casuales, fortuitas. A su entender, no hay vida después de la muerte, pues el alma muere con el cuerpo.
Por otro lado, Wang Chong se empeñó a fondo en desarrollar una interpretación determinista o mecanicista de la naturaleza, a través de las categorías protocientíficas del yin y el yang. Con admirable perspicacia aseveró: “Labrar, escardar, sembrar son actos motivados, pero si la simiente crece y madura o no, depende del azar y de la acción espontánea. ¿Cómo lo sabemos? Si el Cielo hubiera producido sus criaturas a propósito, debía haberles enseñado a amarse unas a otras”[7]. En su cosmovisión no hay lugar para ninguna divinidad creadora ni «diseño inteligente».
Su escepticismo era cosa seria. En una de sus obras escribió: “¡Cuan absurdo es imaginar (…) que el Cielo o la Tierra puedan entender las palabras del hombre, o preocuparse de sus deseos!”. En otra señaló: “exorcizar es trabajo perdido, y ningún daño causa su omisión”. Son las generaciones “decadentes” las que “fomentan la creencia en espíritus. Hombres insensatos buscan alivio en el exorcismo”[8]. Negaba así, sin pelos en la lengua, cualquier eficacia objetiva a las plegarias y las artes mágicas.
Wang Chong tampoco aceptaba la noción metafísica de destino. A su juicio, la vida humana es una combinación de idiosincrasia, voluntad y azar.
La civilización árabe, en su edad de oro, también vio florecer el librepensamiento, aunque no de manera endógena, sino al calor del legado cultural griego, de modo análogo a la antigua Roma y –en menor medida– la Persia sasánida. Empero, más allá de esa ventaja inicial, la falsafa –la filosofía islámica– alcanzaría un brillo propio, trascendiendo el umbral de la mera recepción pasiva del aristotelismo y neoplatonismo.
¿Hubo pensadores ateos o agnósticos en el Medioevo árabe? Es difícil saberlo con seguridad. Los términos mulhid y zindiq solían ser esgrimidos, desde la trinchera de la ortodoxia sunita, para descalificar tanto a librepensadores ganados al ateísmo o agnosticismo, como a teólogos musulmanes de ideas heréticas (chiitas y jariyíes, por ej.) o que habían apostatado del islam, como así también a los filósofos deístas que creían en Alá pero que recusaban al profeta Mahoma y la revelación coránica.
Un caso particularmente notable, entre muchos otros, es el del librepensador persa Ibn al-Rawandi (827-911). Hijo de un erudito judeoconverso que había ayudado a los musulmanes a refutar el Talmud, se formó y destacó en la escuela mutazilí, que luego abandonó para acercarse al chiismo, el judaísmo y el maniqueísmo, y acaso también al cristianismo. Fue discípulo de Ibn al-Warraq, un pensador heterodoxo sumamente escéptico en relación a la revelación coránica y el profetismo de Mahoma. No está claro si al-Rawandi fue un chiita muy heterodoxo afín al deísmo, o un ateo –o agnóstico– que cortó totalmente sus amarras con el islam, puesto que las fuentes primarias discrepan sobre este punto. Pero no hay dudas que cultivó un racionalismo crítico de raigambre aristotélica con altas dosis de irreligiosidad, ganándose así el odio visceral del establishment ortodoxo. Su Libro de la Esmerada, hoy perdido, fue duramente reprobado por considerárselo blasfemo, igual que el resto de sus obras.
Para escándalo y furia de sus contemporáneos, al-Rawandi llevó al banquillo de los acusados al mismísimo Mahoma, y con él al sacrosanto Corán. Opuso –o al menos antepuso– la razón a la fe, y negó de plano tanto el dogma de la predestinación como el de la inmortalidad del alma. Asimismo, habría rechazado la creencia según la cual el mundo es una creación ex nihilo de Alá, postulando en vez de ello la eternidad del cosmos. Arremetió sin piedad contra las profecías y los milagros atribuidos a Mahoma, lo mismo que contra las prácticas devocionales que juzgaba irracionales: el rezo mirando hacia la alquibla, la peregrinación a La Meca, el culto a la Kaaba, los tabúes nutricionales…
Sus acaloradas polémicas con los ulemas adquirieron gran notoriedad pública. Hasta la plebe se entretenía con ellas. Tanto es así que la tradición oral árabe conservó, durante muchos siglos, diversas leyendas atinentes al filósofo loco que discutía con Alá.
La islamóloga israelí Sarah Stroumsa, en su libro ya citado, ha rescatado del olvido a otro gran librepensador persa del Islam medieval: el médico y filósofo Abu Bakr al-Razi (c. 865-925). También en él se advierte un ethos racionalista, heterodoxo y disidente, aunque más moderado que en al-Rawandi. Intelectual desprejuiciado, muy imbuido del espíritu crítico de la falsafa, habría cuestionado la revelación profética como vía de conocimiento teológico, dudado de la sacralidad del Corán, y denegado todo valor probatorio a la milagrería endilgada a Mahoma.
De hecho, el impacto secularizador de la falsafa medieval llegó hasta el corazón mismo de la Cristiandad europea, lo que constituye una paradoja para aquellos creyentes occidentales proclives al orientalismo romántico santurrón: el estereotipo del Oriente como bastión inmaculado de la fe, como manantial premoderno de la religiosidad, en cuyas aguas Occidente debería regenerarse haciendo un baño de inmersión espiritual que limpie sus pecados de incredulidad. Sirva este botón de muestra, aunque a riesgo de incurrir en una digresión: el sacro emperador romano-germánico Federico II de Hohenstaufen (1194-1250), quien también fue rey de Sicilia y Jerusalén (dos reinos mediterráneos fuertemente influidos por la vecina civilización árabe), mereció los apodos de stupor mundi y “Anticristo” debido a sus heterodoxas ideas e inusuales costumbres, fuertemente permeadas por el escepticismo y el hedonismo, en un contexto de intensa interculturalidad y transculturalidad (dos apodos –el de stupor mundi y el de “Anticristo”– que de ningún modo son reductibles a la mera puja de poder con la Iglesia católica y el rimbombante anecdotario de excomuniones papales). Dice al respecto el historiador inglés Piers Paul Read:
“A diferencia de los monarcas del norte de Europa, cuya educación estaba limitada por el programa que fijaba la Iglesia católica, Federico, gracias a su educación en Palermo, estaba familiarizado con las ideas bizantinas y arábigas. Ambas estaban más evolucionadas que el pensamiento latino y lo llevaron a una tolerancia con sus seguidores que contrastaba marcadamente con los sentimientos de los partidarios de otros reyes cristianos. El trato indulgente de Federico para con los musulmanes de su reino escandalizaba a algunos de sus contemporáneos católicos, pero casi con toda seguridad provenía tanto de consideraciones prácticas como ideológicas (…).
Para Federico, el que sus súbditos musulmanes dependieran de su favor hacía que le inspiraran aún más confianza: tenía, por ejemplo, un guardaespaldas sarraceno. (…) Aunque también, como en cualquier época, había una progresión natural de la tolerancia a la indiferencia, y de la indiferencia al abierto escepticismo, y algunos de los contemporáneos de Federico se preguntaban si éste creía o no en Dios.
Por la oscura propaganda que le harían más tarde sus enemigos, es difícil distinguir realidad de ficción: pero es significativo que incluso sus contemporáneos musulmanes, como el cronista damasceno Sibt Ibn al-Jawzi, pensaran que Federico era ‘casi seguro un ateo’. El católico Salimbene escribió también que ‘en cuanto a la fe en Dios, no tenía ninguna’ y que ‘si hubiera sido un buen católico y amado a Dios y a su Iglesia, y a su propia alma, habría tenido pocos pares entre los emperadores del mundo’. Se dijo que Federico se mofó de la Eucaristía –‘¿Cuánto más durará ese engaño?’– y del alumbramiento virginal de Jesús: ‘Los que creen que Dios pudo haber nacido de una virgen son absolutamente tontos… no se puede dar a luz a nadie cuya concepción no haya estado precedida del coito entre un hombre y una mujer’. El alumbramiento virginal de Jesús, sin embargo, también es un dogma de la creencia islámica; y, a pesar de su amistad con los musulmanes, Federico no mostraba por Mahoma mayor respeto que por Cristo, al considerarlo junto a Moisés, uno de los ‘tres impostores o embusteros del mundo’.
Aunque estas observaciones quizás hayan sido exageradas por sus enemigos papistas, son coherentes con la impresión de sus amigos musulmanes. En otras palabras, Federico no sintonizaba con su época. Exhibía un espíritu científico más moderno que medieval: en el prefacio de un tratado sobre cetrería, De arte Venandi, escribió: ‘Nuestra intención en este libro es exponer (…) esas cosas que son como son’; e insistió, en otro contexto: ‘No se debe creer nada, salvo aquello que pueda ser probado por la naturaleza y la fuerza de la razón’”[9].
A todas luces, esa «anomalía» que representó el humanismo de Federico II en el Occidente cristiano medieval tuvo su humus germinal en la falsafa sarracena. Estadista extremadamente culto, curioso e inteligente, hablaba el árabe, el griego y el latín con fluidez; y leía con voracidad obras filosóficas, científicas, técnicas y literarias escritas en dichos idiomas. En resumidas cuentas, un occidental secularizado por el Oriente (y no al revés).
Pero volvamos a nuestro hilo conductor. ¿Hubo otras civilizaciones no occidentales con expresiones de irreligiosidad? A la luz de las evidencias disponibles, debemos presumir que no. Sin embargo, esta conclusión debe ser matizada. La historia universal nos brinda varios ejemplos de culturas donde, si bien no hubo manifestaciones ateas, ni agnósticas, ni tampoco deístas, hubo al menos atisbos de un escepticismo religioso embrionario. En el Egipto faraónico, como bien ha resaltado Thrower, tenemos un testimonio tan sorprendente como Disputa entre un hombre y su ba, un poema sapiencial de tono meditabundo en el que un hombre agobiado por los problemas e infortunios de la vida, presa de la desesperación existencial, dialoga con su propia alma en busca de sentido. Cierto hedonismo de carpe diem se avizora en este coloquio. Su tono profano no llega a ser sacrílego, ni mucho menos, pero no encaja del todo en el molde conformista de la piedad tradicional. Hay zozobra, inquietud, duda, pesimismo… La crisis de fe no pasa a mayores, y al final se disipa. Pero se evidencian en ella algunas grietas.
Lo dicho sobre la civilización egipcia puede ser extrapolado a Mesopotamia. También allí hallamos antiquísimos textos sapienciales con resonancias escépticas, como el Diálogo del pesimismo. Un amo y su siervo platican con acritud y desencanto de la absurdidad del mundo, y lo hacen con un nivel de desánimo y nihilismo que hace palidecer a la Disputa entre un hombre y su ba. El final del Diálogo del pesimismo no puede ser más revelador:
SIERVO.— Quien hace una obra de beneficencia en favor de su país pone en el anillo de Marduk [el dios babilonio] su buena acción.
AMO.— No, siervo, no haré por mi país ninguna obra de beneficencia. (…)
SIERVO.— Entonces, ¿qué será bueno hacer?
AMO.— Que nos corten el cuello a ti y a mí.
Y que nos arrojen al río. ¡Eso es bueno!
SIERVO.— ¿Quién es tan alto para ascender a los cielos
y quién tan ancho para abarcar la tierra?
AMO.— No, siervo, a ti te mataré primero para que me precedas.
SIERVO.— Y mi señor de seguro no me sobrevivirá tres días.[10]
También en la América precolombina hay indicios leves, sutiles, de una fe religiosa expuesta al desasosiego y las hesitaciones del pensamiento racional. Los tlamatinime, los sabios nahuas de Mesoamérica –que, vale destacar, no eran sacerdotes–, cultivaron un tipo de reflexión cosmológica y antropológica con algunos barruntos de escepticismo frente a las tradiciones míticas ancestrales (no así, al parecer, los amautas del Perú prehispánico, aunque el carácter ágrafo, eminentemente oral, de la cultura incaica torna temerario cualquier juicio concluyente en este sentido). El erudito mexicano Miguel León Portilla, en su clásico ensayo La filosofía nahuátl, estudiada en sus fuentes (México, UNAM, 1956), hizo, a mi modesto entender, una interpretación excesivamente especulativa y optimista de dichos barruntos, pero la existencia de los mismos no admite discusión seria.
Hasta aquí, nuestro compendio de la historia del librepensamiento irreligioso fuera de Occidente, antes de la modernidad. Hago mío, a modo de balance, el siguiente comentario de Puente Ojea:
“Este esquemático panorama de la tradición histórica alternativa frente a la concepción mítico-religiosa de la realidad (…) destruye la errónea convicción de que la religiosidad es connatural e indisociable de la conciencia humana. El insuprimible hilo de la duda corre paralelo a la emergencia de las creencias religiosas, y va adquiriendo creciente firmeza en la dirección de una radical desacralización del mundo. La duda razonada, la reflexión serena y sincera, han ido diluyendo las falsas conjeturas que llevaron a los seres humanos a las ilusiones del animismo, en su fecunda proliferación de almas y espíritus, como umbral de la aparición de creencias religiosas en el sentido propio del término. El ateísmo, el agnosticismo, el escepticismo son otras tantas expresiones para designar una actitud que despoja estas creencias de los fundamentos epistemológicos de sus pretensiones de verdad. En cualquiera de las tres formas de esta actitud crítica desaparece la fe religiosa y se asume una práctica que prescinde de toda referencia a entes divinos. Se trata de una actitud que debe suponerse con orígenes remotísimos en el tiempo, no desconocida en el seno de sociedades ágrafas muy alejadas cronológicamente de las primeras culturas históricas.”[11]
Dejando de lado la civilización grecolatina, al menos India, China y el mundo árabe asistieron, desde tiempos muy pretéritos, al fenómeno del librepensamiento irreligioso stricto sensu. Sería desde luego en la Europa moderna –sobre todo a partir del siglo de las Luces– donde el humanismo secular, a raíz de diversos factores históricos (y no por razones esencialistas), alcanzaría mayor desarrollo intelectual y radicalidad crítica. Pero eso de ningún modo significa que el ateísmo, el agnosticismo y el deísmo sean concepciones exclusivas de Occidente. La escuela nástika de Carvaka, el filósofo heterodoxo Wang Chong y los sabios mulahida del Islam medieval lo demuestran con creces. Solo desde la maledicencia interesada, o la ignorancia supina, se puede plantear algo tan falso, infundado, como la ecuación racionalismo irreligioso = ideología eurocéntrica. La moda del pensamiento decolonial ha sido el gran caldo de cultivo de este sofisma, lamentablemente muy difundido en el campo intelectual.
Si el materialismo ateo o agnóstico, si el racionalismo deísta o escéptico, son «vicios europeos», ¿cómo se explica que hayan emergido en civilizaciones del Oriente (India y China) que aún no habían tenido ningún contacto cultural con el helenismo, con la ciencia y la filosofía griegas? ¿Cómo se entiende que hayan florecido tanto en los intersticios disidentes del Islam medieval? Definitivamente, el librepensamiento no es «eurocéntrico», como algunos quieren hacernos creer. Y aunque no pueda ser definido como un fenómeno universal (más por ausencia de evidencias favorables que por presencia de evidencias contrarias), resulta lo suficientemente policéntrico como para no merecer el reproche simplón de «occidentalismo» que tan a menudo se le hace.
India, China, Grecia y el mundo árabe. También Roma y la Persia sasánida. Nada de sorprendente hay en este policentrismo histórico de la irreligiosidad. ¿No es acaso el raciocinio un atributo ínsito a la especie homo sapiens? ¿No es la razón una facultad común a toda la humanidad? El pensamiento crítico, como actualidad o potencialidad, existe en todas las culturas y en todas las épocas. Y cada vez que ha despertado, la fe religiosa se ha visto cuestionada, amenazada. El librepensamiento siempre ha sido blasfemo y subversivo.
Notas
[1] Doctrina metafísica que acepta la existencia de Dios como creador del mundo, primer motor inmóvil o Gran Arquitecto del Universo, pero que rechaza –por supersticiosas o irracionales– las religiones míticas y «reveladas» de cuño tradicional, tanto politeístas como monoteístas: paganismo grecolatino, hinduismo, cristianismo, judaísmo, islam, etc. El deísmo se opone al providencialismo. Considera falsa la creencia en la intervención sobrenatural o milagrosa de la divinidad, en la cual solo ve un principio fundante y ordenador del cosmos. Ejemplos de pensadores deístas son Aristóteles, Epicuro, Newton, Voltaire, Rousseau, Kant y Franklin.
[2] Gonzalo Puente Ojea, “Ateísmo y religión: perfil histórico de un debate”, en Ateísmo y religiosidad: reflexiones sobre un debate, Madrid, Siglo XXI, 2001 (1997), pp. 99-100.
[3] Ibid., pp. 105-106. Las cursivas son del original. Otro tanto en las próximas citas.
[4] Cit. en Puente Ojea, op. cit., pp. 134-137.
[5] James A. Thrower, The alternative tradition: a study of unbelief in the Ancient World de James Thrower, La Haya, Mouton, 1980, p. 36.
[6] Cit. en Puente Ojea, p. 166.
[7] Ibid.
[8] Ibid., p. 167.
[9] Piers Paul Read, “Federico de Hohenstaufen”, en Los templarios: monjes y guerreros, Bs. As., BSA, 2004 (1999), pp. 295-297.
[10] Jorge Silva Castillo, “El diálogo del pesimismo”. En Estudios Orientales, vol. 6, n° 1 (15). El Colegio De México, 1971, p. 89.
[11] Puente Ojea, p. 227.
El presente ensayo de nuestro compañero Federico Mare, que viene a engrosar la sección histórica Clionautas, es una versión corregida y aumentada del que publicara –bajo el mismo título– en su libro Gođlauss. Ateísmo, librepensamiento y existencialismo (Mendoza, Grito Manso, 2022).
También en la América precolombina hay indicios leves, sutiles, de una fe religiosa expuesta al desasosiego y las hesitaciones del pensamiento racional. Los tlamatinime, los sabios nahuas de Mesoamérica –que, vale destacar, no eran sacerdotes–, cultivaron un tipo de reflexión cosmológica y antropológica con algunos barruntos de escepticismo frente a las tradiciones míticas ancestrales (no así, al parecer, los amautas del Perú prehispánico, aunque el carácter ágrafo, eminentemente oral, de la cultura incaica torna temerario cualquier juicio concluyente en este sentido). El erudito mexicano Miguel León Portilla, en su clásico ensayo La filosofía nahuátl, estudiada en sus fuentes (México, UNAM, 1956), hizo, a mi modesto entender, una interpretación excesivamente especulativa y optimista de dichos barruntos, pero la existencia de los mismos no admite discusión seria.
Hasta aquí, nuestro compendio de la historia del librepensamiento irreligioso fuera de Occidente, antes de la modernidad. Hago mío, a modo de balance, el siguiente comentario de Puente Ojea:
“Este esquemático panorama de la tradición histórica alternativa frente a la concepción mítico-religiosa de la realidad (…) destruye la errónea convicción de que la religiosidad es connatural e indisociable de la conciencia humana. El insuprimible hilo de la duda corre paralelo a la emergencia de las creencias religiosas, y va adquiriendo creciente firmeza en la dirección de una radical desacralización del mundo. La duda razonada, la reflexión serena y sincera, han ido diluyendo las falsas conjeturas que llevaron a los seres humanos a las ilusiones del animismo, en su fecunda proliferación de almas y espíritus, como umbral de la aparición de creencias religiosas en el sentido propio del término. El ateísmo, el agnosticismo, el escepticismo son otras tantas expresiones para designar una actitud que despoja estas creencias de los fundamentos epistemológicos de sus pretensiones de verdad. En cualquiera de las tres formas de esta actitud crítica desaparece la fe religiosa y se asume una práctica que prescinde de toda referencia a entes divinos. Se trata de una actitud que debe suponerse con orígenes remotísimos en el tiempo, no desconocida en el seno de sociedades ágrafas muy alejadas cronológicamente de las primeras culturas históricas.”[11]
Dejando de lado la civilización grecolatina, al menos India, China y el mundo árabe asistieron, desde tiempos muy pretéritos, al fenómeno del librepensamiento irreligioso stricto sensu. Sería desde luego en la Europa moderna –sobre todo a partir del siglo de las Luces– donde el humanismo secular, a raíz de diversos factores históricos (y no por razones esencialistas), alcanzaría mayor desarrollo intelectual y radicalidad crítica. Pero eso de ningún modo significa que el ateísmo, el agnosticismo y el deísmo sean concepciones exclusivas de Occidente. La escuela nástika de Carvaka, el filósofo heterodoxo Wang Chong y los sabios mulahida del Islam medieval lo demuestran con creces. Solo desde la maledicencia interesada, o la ignorancia supina, se puede plantear algo tan falso, infundado, como la ecuación racionalismo irreligioso = ideología eurocéntrica. La moda del pensamiento decolonial ha sido el gran caldo de cultivo de este sofisma, lamentablemente muy difundido en el campo intelectual.
Si el materialismo ateo o agnóstico, si el racionalismo deísta o escéptico, son «vicios europeos», ¿cómo se explica que hayan emergido en civilizaciones del Oriente (India y China) que aún no habían tenido ningún contacto cultural con el helenismo, con la ciencia y la filosofía griegas? ¿Cómo se entiende que hayan florecido tanto en los intersticios disidentes del Islam medieval? Definitivamente, el librepensamiento no es «eurocéntrico», como algunos quieren hacernos creer. Y aunque no pueda ser definido como un fenómeno universal (más por ausencia de evidencias favorables que por presencia de evidencias contrarias), resulta lo suficientemente policéntrico como para no merecer el reproche simplón de «occidentalismo» que tan a menudo se le hace.
India, China, Grecia y el mundo árabe. También Roma y la Persia sasánida. Nada de sorprendente hay en este policentrismo histórico de la irreligiosidad. ¿No es acaso el raciocinio un atributo ínsito a la especie homo sapiens? ¿No es la razón una facultad común a toda la humanidad? El pensamiento crítico, como actualidad o potencialidad, existe en todas las culturas y en todas las épocas. Y cada vez que ha despertado, la fe religiosa se ha visto cuestionada, amenazada. El librepensamiento siempre ha sido blasfemo y subversivo.
Notas
[1] Doctrina metafísica que acepta la existencia de Dios como creador del mundo, primer motor inmóvil o Gran Arquitecto del Universo, pero que rechaza –por supersticiosas o irracionales– las religiones míticas y «reveladas» de cuño tradicional, tanto politeístas como monoteístas: paganismo grecolatino, hinduismo, cristianismo, judaísmo, islam, etc. El deísmo se opone al providencialismo. Considera falsa la creencia en la intervención sobrenatural o milagrosa de la divinidad, en la cual solo ve un principio fundante y ordenador del cosmos. Ejemplos de pensadores deístas son Aristóteles, Epicuro, Newton, Voltaire, Rousseau, Kant y Franklin.
[2] Gonzalo Puente Ojea, “Ateísmo y religión: perfil histórico de un debate”, en Ateísmo y religiosidad: reflexiones sobre un debate, Madrid, Siglo XXI, 2001 (1997), pp. 99-100.
[3] Ibid., pp. 105-106. Las cursivas son del original. Otro tanto en las próximas citas.
[4] Cit. en Puente Ojea, op. cit., pp. 134-137.
[5] James A. Thrower, The alternative tradition: a study of unbelief in the Ancient World de James Thrower, La Haya, Mouton, 1980, p. 36.
[6] Cit. en Puente Ojea, p. 166.
[7] Ibid.
[8] Ibid., p. 167.
[9] Piers Paul Read, “Federico de Hohenstaufen”, en Los templarios: monjes y guerreros, Bs. As., BSA, 2004 (1999), pp. 295-297.
[10] Jorge Silva Castillo, “El diálogo del pesimismo”. En Estudios Orientales, vol. 6, n° 1 (15). El Colegio De México, 1971, p. 89.
[11] Puente Ojea, p. 227.
El presente ensayo de nuestro compañero Federico Mare, que viene a engrosar la sección histórica Clionautas, es una versión corregida y aumentada del que publicara –bajo el mismo título– en su libro Gođlauss. Ateísmo, librepensamiento y existencialismo (Mendoza, Grito Manso, 2022).
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