viernes, 11 de abril de 2014

Europa, ¿se hace o se deshace?

Sobre la génesis de posguerra
La Unión Europea se creó después de 1945 por motivos y propósitos dispares que coincidieron en su común interés en la integración de las naciones. El más simpático de todos esos propósitos fue el encarnado por un personaje llamado Jean Monnet, así como toda una serie de europeos visionarios, pragmáticos e idealistas, que ante el panorama aún humeante del desastre bélico reflexionaron y proyectaron una Europa interdependiente y federalizante que remediara la crónica pelea continental (1).

Monnet nació en un medio de origen campesino de la región de Cognac. Su familia comerciaba con el renombrado producto que lleva el nombre de la región. Su primer cosmopolitismo se forjó en la venta de cognac en el mundo anglosajón. Mas tarde fue ejecutivo de empresas multinacionales en los años treinta, residió en Shanghai y se movía como pez en el agua en Washington, Londres y Roma. Desde el mundo de los negocios conoció personalmente a Roosvelt, a los hermanos Dulles, a Dean Acheson, William Harriman, Henry Morgenthau, George Marshall, etc.; los jefes de lo que luego sería la CIA, los secretarios de Estado, de comercio de Defensa de Estados Unidos de aquella época. Es decir: a prácticamente todos los personajes que luego diseñaron la estrategia americana de posguerra. Por todo eso y por su independencia fue, a pesar de su papel en la administración comercial de la Francia libre, un hombre que tuvo un encaje difícil en el gaullismo; en Francia se le solía considerar un peón de los americanos. Desde la izquierda se recelaba de su red capitalista de contactos… Pero Monnet era un patriota francés y un hombre independiente y abierto, que mantuvo excelentes relaciones con la sindical CGT, completamente desinteresado en la guerra fría y en un enfrentamiento con el Este, y que creía en una Europa regenerada.

En el verano de 1943, poco después de Stalingrado y durante la batalla de Kursk, los dos combates que decidieron la II Guerra Mundial en Europa, Monnet era el encargado del suministro militar para las fuerzas francesas libres y vivía en Argel. Ahí se le vio barruntando ante un mapa la posibilidad de crear un nuevo estado tapón entre Francia y Alemania, una especie de Lotaringia, decía, que impidiera la pelea entre ambos estados. Ese fue el ámbito geográfico de la Unión del Carbón y del Acero (1950). (2)

Pero más allá de este simpático y visionario propósito, existían en la segunda mitad de los años 40, otros motivos para la integración europea sin los cuales la visión de la gente como Monnet se habría quedado en un “soñar tortillas”, como dicen los catalanes. Estos otros motivos eran los siguientes:

1-Desde Francia: la necesidad estratégico-militar de contener a Alemania.

2-Desde la media Alemania, ocupada y sometida: la idea de que una integración era la única forma de abrir una perspectiva de futura reunificación nacional y soberanía aceptada por los demás. Y,

3-Desde la influencia dominante de Estados Unidos: la voluntad de organizar un fuerte bloque europeo occidental para la guerra contra la URSS y su bloque.

Todos esos diversos propósitos tenían como denominador común el hecho, de que no eran realizables sin una Europa Occidental próspera y estable. Potenciar eso interesaba a cada uno de los cuatro propósitos, y era la integración y la interdependencia prevista por la gente como Monnet la que aportaba la solución concreta; primero unión de carbón y del acero y luego cada vez más…

Por todo ello Hobsbawn concluye que la integración europea es creada, “tanto por los Estados Unidos como en contra de ellos”. Ilustra, dice, “la fuerza del miedo que mantenía unida a la alianza antisoviética”: miedo a la URSS, pero también miedo de Francia a Alemania, de Alemania a una condena eterna a la falta de soberanía, y miedo de ambos a Estados Unidos, a la certeza de que Washington ponía siempre su propia agenda por delante de los intereses de sus aliados europeos.

El resultado de ese intríngulis fue una integración europea completamente sometida a los intereses de Estados Unidos en cuanto a política internacional y de defensa a través de la OTAN (certeramente definida por De Gaulle como la, “expresión del dominio de Washington sobre el continente”), pero con ciertos niveles de autonomía y soberanía en los planes económico-políticos, niveles que fueron lógicamente aumentando conforme pasaban las décadas. A partir de los setenta, con Kissinger y Nixon, se detectan, dentro de esos niveles de autonomía rodeados de vasallaje, los primeros recelos americanos de competencia estratégica hoy perfectamente consolidados (Boeing/Airbus, Galileo/GPS, Euro/dolar), y visibles en la actual amalgama de vasallaje y competencia que la UE y EE.UU mantienen.

Sobre el desencanto
Desde que en Europa hay crisis el proyecto europeo, que gozaba de un consenso automático-inercial pese a ser un asunto de élites desde su inicio, atraviesa un manifiesto desencanto. En enero, una encuesta de Gallup realizada en los 28 miembros daba un 45% de ciudadanos opuestos a la actual política de Bruselas/Berlín. La caldera que alimenta este desencanto tiene varios combustibles obvios:

-La desposesión de considerables sectores sociales por el desmonte del Estado social, mientras la minoría más favorecida se enriquece: la idea de oligarquía y del 99% manejada por el Occupy. -La ausencia de perspectivas de futuro para la juventud instruida, en principio el sector más proclive a la acción en un continente anciano. -La evidencia de que la soberanía nacional ha desaparecido en beneficio de centros de decisión exteriores incontrolables, y que por tanto la democracia de baja intensidad de los estados-nación retrocede aún más para convertirse en algo ya completamente hueco. -La creciente sensación, sobre todo en los países endeudados, de que la Unión Europea es un régimen autoritario dispuesto a suspender los procedimientos democráticos invocando urgencias económico-financieras que permiten echar a jefes de gobierno, cambiar constituciones acorazadas en 24 horas, nombrar a tecnócratas al frente de países o ignorar referéndums; la “democracia conforme al mercado” definida por Merkel.

Todos estos factores de malestar abren un horizonte de acción y protesta que parece que van a ir a más, con desagües tanto por la derecha como por la izquierda. En Grecia, el país socialmente más activo hasta ahora, vemos ambas cosas (3).

Sin la promesa de prosperidad el proyecto europeo que antes contaba con un consenso pasivo se convierte cada vez más en una pregunta: ¿Para qué necesitamos el euro, la UE? En ese contexto se afirma un nuevo discurso de legitimación de la UE.

Sobre la nueva legitimación de la UE
La legitimación tradicional (además de la desaparecida promesa de prosperidad) fue la idea fundacional de la UE como “garantía de paz”: 68 años de paz desde 1945. Sobre ella, tres puntualizaciones críticas:

1- Sin restar valor al impulso de ciertos padres fundadores preocupados por la paz entre países europeos, hay que decir que en los años cincuenta no había peligro de guerra entre Francia y Alemania: el peligro de guerra real era entre el Este y el Oeste. Y a ese peligro la integración europea contribuía. En cierta forma el vector principal de la integración europea era una consecuencia de la creación de la OTAN (1949), del propósito general americano de contención contra el bloque del Este. Así que esos “68 años de paz” incluyen casi medio siglo (1945-1989) que fue una época tutelada por dos superpotencias en tensión nuclear, es decir una paz bajo vigilancia y presidida por un factor, el de la destrucción masiva, que representa el escalón superior de la más destructiva estupidez humana.

2- La etiqueta del “gran periodo de paz de 68 años” deja fuera a los Balcanes: En Yugoslavia ha habido una cruda guerra europea, con participación de las grandes potencias, cambios de fronteras, etc. (4).

Y 3- (fundamental de cara al futuro y a la nueva legitimación): Los componentes de esa Europa en paz que comienza su integración en la posguerra eran países que hacían la guerra fuera de las fronteras europeas: Francia en Argelia (1954-1962) e Indochina (1945-1954). Holanda en Indonesia (1945-1949). Bélgica en el Congo. Francia e Inglaterra con la intervención en Suez de 1956. Veamos algunos datos sobre todo ello:

-Francia tenía un imperio colonial veinte veces su territorio metropolitano con una población de 100 millones. Las relaciones en ese espacio colonial no eran muy diferentes de las que la metrópoli había vivido con la ocupación alemana: El 8 de mayo de 1945, el mismo día de la capitulación alemana, en la ciudad argelina de Setif, el ejército francés ametralló a la multitud argelina que celebraba la victoria enarbolando una bandera argelina. Murieron 1500 argelinos, según fuentes oficiales francesas, muchos miles según fuentes argelinas. En noviembre de 1946 tres barcos franceses bombardearon la ciudad de Haiphong (el puerto de Hanoi), matando a 6000 personas en represalia por un incidente aduanero. Los Oradour sur Glane (esa localidad francesa cuya población fue pasada por las armas al completo por los alemanes en represalia por un atentado), no solo se cuentan por decenas en Bielorrusia y Grecia durante la segunda guerra mundial, sino también en el espacio colonial de Francia después de esa guerra.

-En sus “Indias Orientales”, la diminuta Holanda dominaba un territorio semejante en superficie a la Europa Occidental. En 1946 y 1947 el ejército colonial realizó masacres como las de Sulawesi y Rawagede, en Java Occidental, en las que murieron 430 niños y jóvenes.

-Bélgica dominaba el inmenso Congo y Ruanda/Burundi y organizaba allí independencias coloniales con los métodos correspondientes, ilustrados por la serie Lumumba, Tsombé y Mobutu.

-A eso podemos sumar los casos de otros países que luego fueron miembros de la UE y ya lo eran entonces de la OTAN: Portugal, miembro cofundador de la OTAN en 1949 (ingresó en la UE en 1986), luchaba en Angola, Guinea-Bisáu y Mozambique entre los años 1961 y 1975. Inglaterra y su Commonwealth, que controlaba en la posguerra una cuarta parte del mundo y de su población y tenía un rosario de frentes abiertos; en Palestina, en India/Paquistán, en Kenya, en Malasia, en Birmania, en Irlanda…

Fuente Rafael Poch en la Vanguardia.

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