Alejarnos de las personas que nos hacen daño nos libera de vínculos carentes de sentido. Pero antes de hacerlo hay que saber elegir el momento y el tono adecuados
LA MAYORÍA hemos sido educados para gustar y complacer a todo el mundo, o al menos para intentarlo. Sin embargo, en el extremo opuesto, nos cuesta saber qué hacer cuando nos sentimos incómodos ante una determinada persona o grupo. ¿Cómo rechazar a alguien sin que se sienta herido? ¿Existe alguna manera de cortar un vínculo que se ha vuelto tóxico sin provocar una guerra?
Lo que en un entorno social se soluciona con un alejamiento discreto y progresivo resulta mucho más complicado si la ruptura implica a un familiar directo. La situación también puede ser delicada si se trata de un amigo íntimo, especialmente cuando el otro no capta nuestras señales. Pero en estas situaciones no debemos contener la incomodidad que nos provoca esa persona por miedo a hacerle daño. Así solo alimentaremos un conflicto latente. Llegará un momento en el que el pozo de la paciencia se desbordará provocando un tsunami emocional.
Tampoco es buena idea mandarle un e-mail o carta postal con todo lujo de detalles sobre lo que nos molesta de él o de ella. Casi nadie está preparado para soportar una visión negativa de uno mismo que no coincide con la propia. Si la bomba les llega por escrito, además, siempre podrán volver a “la prueba del delito”, también para mostrarla a terceras personas. Existen situaciones extremas, sin embargo, en las que nos resulta indispensable expresar nuestros sentimientos por un medio u otro, aunque la otra parte no esté preparada para oír la verdad. En estos casos, la escritora y conferenciante Eva Sandoval propone soltar directamente la siguiente frase: “Te quiero, pero no te aguanto”. La segunda parte de la oración suena demasiado agresiva y quizá estaría bien recurrir a otras expresiones más conciliadoras. Podríamos decir: “Te quiero, pero en este momento no nos entendemos. Quizás más adelante volveremos a coincidir”. La segunda opción podría ser: “Te quiero, pero esta relación no está haciendo bien a ninguno de los dos ahora mismo. Necesitamos una pausa”. Si lo comunicamos de manera sincera y respetuosa, no es necesario añadir nada más. Señalar las faltas del otro equivaldrá a poner clavos en un cierre que ya de por sí es traumático. Cuando los nervios están a flor de piel no hay que decirlo todo. Basta con expresar cómo nos sentimos y transmitir de forma sencilla nuestra decisión.
Trazar una línea de separación con el otro es una tarea especialmente dura cuando se trata de amigos íntimos o de familiares muy cercanos. El oscarizado director de cine Vittorio de Sica (1901-1974) decía al respecto: “La Biblia nos enseña a amar a nuestros enemigos como si fueran nuestros amigos, posiblemente porque son los mismos”. Con esto, el también actor italiano apuntaba a que las personas más cercanas son también las que tienen más capacidad para herirnos. La periodista Begoña Merino, investigadora de las relaciones personales a través de Internet, opina al respecto: “Hay familias con tal nivel de conflictos y de inconsciencia que, aunque muchos consideren que hay que dejar pasar cualquier cosa —pagando un enorme precio emocional— para seguir unidos, dejan una profunda huella negativa en nosotros. Mientras esa relación tormentosa y dolorosa persista, seguirán lastrando nuestro presente”.
Por muy delicados que seamos con la gestión de la crisis, aunque pidamos a esta pareja, amistad o familiar una pausa para retomar la relación más adelante, tenemos que estar preparados para asumir el enfado del otro y sus consecuencias. Es inevitable que nos duelan los reproches y acusaciones de aquellos a los que hemos querido, así como el silencio con el que a menudo castigan a quienes rompen el vínculo. En el libro Mindfulness & the Art of Managing Anger (el mindfulness y el arte de manejar el enfado), Mike Fisher, terapeuta especializado en la ira, propone técnicas para tomar el control de la emoción. El primer paso es que tenemos que ser conscientes de lo que estamos sintiendo de manera que cualquier reacción estará filtrada por este razonamiento. Esto no quiere decir que no podamos estallar en cualquier momento. Pero, como todo en la vida, es necesario encontrar el término medio. En este caso, hay que saber elegir el instante. Si lo que queremos expresar se dice desde la serenidad y la reflexión, tendrá un efecto muy distinto. Ya lo decía el monje budista Thich Nhat Hanh: “Los sentimientos vienen y se van como nubes en el cielo un día de viento. La respiración consciente es mi ancla”.
Para mitigar la tristeza y el sentimiento de injusticia que nos puede embargar, es útil identificar desde dónde actúa cada persona. Si representamos la evolución personal como una pendiente, hay quienes nos hablan desde la sabiduría que otorga estar en lo más alto del camino, mientras que otros reaccionarán de forma más primitiva y ciega porque se encuentran mucho más abajo. Cada cual lo hace lo mejor posible desde el lugar donde está. Por lo tanto, dejemos que cada cual recorra su propio camino.
http://elpaissemanal.elpais.com/confidencias/te-quiero-no-te-aguanto/
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