José Antonio Maravall me dijo: “Consúlteselo a ese joven historiador que acaba de sacar la cátedra en Salamanca, Miguel Artola. Es muy valioso, tiene mucho futuro”. Era a principios o mediados de los sesenta. Había llegado a mis manos un texto de Antonio de Capmany sobre las reformas políticas en la España de 1810 y no sabía si estaba publicado ya. Escribí a Artola y me contestó amablemente; no estaba publicado y me animaba a hacerlo. Fue el comienzo de una relación que se extendió a lo largo de más de medio siglo. Siempre fue igual de respetuoso, de amable, de profesional. Y no sólo conmigo, sino con toda nuestra generación. La última vez que le vi fue en el homenaje a Santos Juliá en la Residencia de Estudiantes, en enero de este año. Se interesaba por nosotros, reconocía nuestro trabajo, se portaba como nuestro colega. Pero era nuestro maestro.
En aquellos interminables últimos lustros del franquismo surgieron esperanzas en nuestro panorama historiográfico. Los cantos a las glorias imperiales se vieron sustituidos por algunos planteamientos críticos de problemas históricos. Muchas novedades venían de fuera, asociadas a nombres como Tuñón de Lara o Ramos Oliveira. Pero otras, y de las más importantes, venían de Salamanca: sus firmantes se llamaban Francisco Tomás y Valiente y Miguel Artola.
A principios de los setenta, Artola fue reconocido como líder de aquella renovación al encargársele dirigir la serie de siete volúmenes sobre historia de España que publicó Alianza, más tarde con Alfaguara. Una serie que tuvo una característica muy peculiar: la supresión de la narración. Casi no había fechas, personajes ni anécdotas. Lo importante era el análisis estructural.
A Artola, en efecto, no le interesaba tanto la narración sobre períodos de pasado como el análisis de problemas. Comenzó especializándose, es cierto, en la guerra de 1808-1814 y el reinado de Fernando VII. Pero más tarde, cuando pudo escribir con mayor libertad, mostró su preferencia por temas de amplia duración: los ferrocarriles en los siglos XIX-XX, la Hacienda del Antiguo Régimen, la del XIX, la monarquía o los modelos constitucionales, todo ello siempre en relación con España. Le recuerdo comentando, en relación con la Guerra Civil de 1936-39: “Yo lo que quiero saber es cuántas locomotoras quedaron en manos del gobierno y cuantas en las de los rebeldes; qué calzado tenían los ejércitos de uno y otro lado; cómo se alimentaban…”
Miguel Artola ha vivido una vida plena, ha escrito mucho, se ha mantenido activo hasta el final y ha recibido todo tipo de reconocimientos: académico, premio Príncipe de Asturias, Premio Nacional de Historia. Pero su mejor recompensa han sido sin duda sus discípulos: Fernando García de Cortázar, Pablo Fernández Albaladejo, Manuel Pérez Ledesma. Otros no hemos tenido la suerte de haber sido tan cercanos. Pero ha sido el maestro de todos. Es una pérdida enorme para todos.
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