Para delimitar las responsabilidades del incremento de la tensión militar solo hay que fijarse en dos cosas: la iniciativa y la geografía.
La administración de Biden está caldeando el ambiente militar en una acción en dos frentes, contra Rusia en Ucrania y el Mar Negro, y contra China en el espacio de Taiwán, en el Mar de China meridional. Todo ello está dando lugar a medidas de respuestas rusas y chinas en cada uno de esos teatros, pero no hay nada de “responsabilidades compartidas” en este asunto. Lo que hay es, en primerísimo lugar, una temeraria irresponsabilidad de Estados Unidos.
Para convencerse de ello no hay más que atender a dos aspectos: la iniciativa, de dónde proviene el impulso inicial que provoca la tensión, y la geografía, es decir dónde se localiza el escenario.
Sobre el impulso, se trata de la iniciativa de Estados Unidos y sus vasallos europeos de agobiar a Rusia avanzando su maquinaria militar hasta sus mismas fronteras. Eso comenzó en los años noventa cuando la OTAN incumplió los acuerdos establecidos, muchos de ellos no firmados, que rodearon a la unificación alemana. Que a la política de paz y desarme de Gorbachov, con retirada y disolución del Pacto de Varsovia, siguiera la ampliación de la OTAN como bloque anti ruso, despreciando la Carta de la OSCE de noviembre de 1990, es algo que entra de pleno en los anales de la infamia geopolítica.
Que un bloque que gasta en armas y ejércitos 954.000 millones de dólares clame contra la amenaza de Rusia, que gasta 66.000 millones, más de catorce veces menos, es algo que solo una profunda corrupción mediática permite hacer pasar por normal. Que las maniobras de 30.000 soldados de 26 países (Defender Europe, 2021) que ahora mismo están teniendo lugar pasen como “respuesta” y “defensa”, pertenece a la misma categoría.
Y respecto a la geografía: que todo eso suceda en el entorno inmediato de Rusia, un país que ha sido repetidamente invadido por Occidente a lo largo de su historia, acaba de situar, de forma incontestable, el tema de las responsabilidades. Y lo mismo vale para China, con el vasallo japonés (unos 20 millones de chinos muertos en el conjunto de Asia Oriental durante su última expansión imperial) en el papel que ahora mismo Alemania (26 millones de muertos en la URSS con su invasión hitleriana) desempeña en Europa.
La instrumentada radicalización de Zelensky
En la actual operación de caldeamiento Ucrania y Taiwán son los instrumentos. El Presidente Volodymir Zelensky ganó las elecciones de 2019con la esperanzadora promesa de acabar con las hostilidades en el Este de Ucrania y con la virulenta línea antirrusa de su predecesor pero desde entonces la economía ha continuado deteriorándose y su popularidad se ha hundido. Casi diez millones de jóvenes ucranianos han emigrado al extranjero (Rusia y Occidente) en busca de trabajo y huyendo del alistamiento militar (Ucrania declara oficialmente 9.000 desertores). Con ese panorama, las tornas han girado y Zelensky está más abierto que nunca a la instrumentalización exterior.
Ucrania ha dejado claro su rechazo a seguir participando en el foro de Minsk, un marco negociador con Rusia, Alemania y Francia creado en 2015 sin Estados Unidos (peligroso precedente para el tutelaje continental de Washington). Zelensky también se ha retirado, en febrero, de los acuerdos de 1991 sobre aviación civil y uso del espacio aéreo ex soviético, ha reducido el comercio con Rusia a su mínima expresión y ha cerrado medios de comunicación en ruso en su país, entre ellos la cadena de televisión 112, una de las más plurales. Paralelamente, el número de vuelos de aviones militares de la OTAN junto a las fronteras rusas se ha incrementado un 30% en lo que llevamos de año y también la presencia de barcos de guerra americanos en el Mar Negro ha aumentado.
La administración de Biden incluye algunos de los personajes que fueron protagonistas en todo aquello que el cambio de gobierno en Kiev del 2014 tuvo de golpe de Estado, entre ellos Victoria Nulan (la autora del famoso “fack the EU”) y el propio actual secretario de Estado, Antony Blinken, gente que parece considerar inacabada aquella operación que desencadenó la reincorporación de Crimea a Rusia y la revuelta armada de las regiones del Este.
En este contexto y circunstancias, Zelensky ha sido inducido a incrementar su beligerancia. Mientras fluyen millones de dólares en ayuda militar, desde febrero se suceden los incidentes militares en las regiones del Este. En marzo Zelensky proclamó planes para recuperar Crimea militarmente y en abril se ha dirigido a Estados Unidos y la OTAN con la solicitud de ingreso en ese bloque militar. Biden ha respondido declarando su “apoyo inquebrantable a las aspiraciones euro atlánticas” de Ucrania. “Hemos recibido una fuerte señal de solidaridad de nuestros socios internacionales que apoyan resueltamente la integridad territorial y soberanía de Ucrania ante la escalada rusa”, ha dicho el portavoz de exteriores del gobierno de Kíev.
Lo que está en juego en esta escenificación es hundir el casi acabado gaseoducto Nord Stream 2, que es el principal nexo económico de Alemania con Rusia. Un conflicto militar en Ucrania reavivado, en el que Rusia siempre será presentada como responsable (ya lo está siendo por mover tropas dentro de sus fronteras en reacción a todo lo descrito) pondría el motivo perfecto. Alemania es el país clave para cortar el vector de integración euroasiática que Pekín y Moscú promueven. “En la administración Biden hay interés en fomentar la tensión en Ucrania instrumentalizando a ese país”, ha dicho el diputado ruso Konstantin Zatulin.
Jugando con Taiwán
En cuanto al frente chino, sin llegar a cuestionar su compromiso de 1979 que reconoce que Pekín es el gobernante legítimo de toda China, incluida Taiwán, la administración Biden está igualmente buscando provocar respuestas de China. Biden ha sido el primer presidente en invitar a su investidura al embajador virtual de Taiwán en Estados Unidos, Hsiao Bi-Khim.
Los funcionarios del gobierno de EE.UU. reciben regularmente a visitantes taiwaneses en sedes oficiales y visitan las “representaciones económicas y culturales” de Taiwán en Estados Unidos que actúan como embajadas de facto. El embajador de Estados Unidos en Japón recibió demostrativamente en marzo en su residencia a su homologo taiwanés. El mismo mes el embajador de Estados Unidos en Palau (estado insular) visitó Taiwán. Fue la primera visita de un embajador en activo a la isla en 40 años. Palau es uno de los quince estados que mantienen relaciones diplomáticas con Taiwán en lugar de con Pekín.
El Instituto Americano de Taiwán, que es la virtual embajada de EE.UU. allá, celebró un congreso bilateral para debatir la cooperación en foros internacionales (en los que Taiwán no está reconocida como Estado ni miembro). El secretario de Estado Blinken ha presionado al gobierno de Paraguay (otro de los quince países que aún reconocen a Taiwán) para que mantenga su reconocimiento. El 10 de marzo Blinken se refirió a Taiwán como “país”: “a country that can contribuye to the World”, dijo.
Todo esto ha dado lugar a notas de protesta de China que ha recordado que, “el principio de una sola China es el fundamento político de las relaciones entre China y EE.UU.”.
Los medios de comunicación occidentales han enfatizado la noticia de que China envió aviones de guerra que entraron en la Zona aérea de defensa de Taiwán (ADIZ), pero esa maniobra frecuentemente presentada como “violación del espacio aéreo taiwanés” no tiene respaldo jurídico. El ADIZ es una figura declarada unilateralmente por Taiwán y no reconocida por el derecho internacional (que no le reconoce condición de Estado) por lo que los aviones chinos se mantuvieron estrictamente hablando en espacio aéreo internacional. Desde que Biden asumió la presidencia, ha enviado tres veces barcos de guerra a patrullar por el estrecho de Taiwán. Se trata de aguas internacionales, exactamente igual que el espacio aéreo de ADIZ, sin embargo solo en el caso de los aviones chinos se habla de “actitud agresiva”, etc.
Pekín siempre ha advertido de que una independencia de Taiwán sería motivo de acción militar. No hay ninguna duda de que, pese a todo lo dicho, cualquier acción de fuerza de China hacia Taiwán sería demoledora para su reputación, incluso si se reconociera que el derecho internacional está de su parte. Estados Unidos está jugando con fuego ahí, incrementando la ambigüedad de su actitud hacia Taiwán. No creo que Washington quiera provocar una intervención militar china contra Taiwán. Lo que hace es meterle el dedo en el ojo al dragón, exactamente lo mismo que practica en Ucrania con el oso ruso. Biden está actuando muy provocativamente en ambos frentes, lo que es sumamente peligroso. Caldear el ambiente militarmente aumenta la probabilidad de una guerra por nadie deseada. Las demostraciones y paseos de barcos y aviones de guerra junto al territorio del otro son una manera de proclamar y demostrar la voluntad y disposición de uno de ir a un conflicto militar si el otro no cede. Aunque nadie lo deseé, eso incrementa la mera posibilidad de accidentes e incidentes susceptibles de degenerar en un conflicto militar. Hoy esa situación no se está dando en el Caribe, ni en el Mar del Norte, ni frente a las costas de California, ni en territorio de Canadá o México, sino que se vive, diariamente, en el espacio Báltico, en Ucrania y el Mar Negro, en el Mar de China meridional y en Taiwán. La geografía lo dice todo. ¿Para cuando el primer incidente militar?
Fuente:
La administración de Biden está caldeando el ambiente militar en una acción en dos frentes, contra Rusia en Ucrania y el Mar Negro, y contra China en el espacio de Taiwán, en el Mar de China meridional. Todo ello está dando lugar a medidas de respuestas rusas y chinas en cada uno de esos teatros, pero no hay nada de “responsabilidades compartidas” en este asunto. Lo que hay es, en primerísimo lugar, una temeraria irresponsabilidad de Estados Unidos.
Para convencerse de ello no hay más que atender a dos aspectos: la iniciativa, de dónde proviene el impulso inicial que provoca la tensión, y la geografía, es decir dónde se localiza el escenario.
Sobre el impulso, se trata de la iniciativa de Estados Unidos y sus vasallos europeos de agobiar a Rusia avanzando su maquinaria militar hasta sus mismas fronteras. Eso comenzó en los años noventa cuando la OTAN incumplió los acuerdos establecidos, muchos de ellos no firmados, que rodearon a la unificación alemana. Que a la política de paz y desarme de Gorbachov, con retirada y disolución del Pacto de Varsovia, siguiera la ampliación de la OTAN como bloque anti ruso, despreciando la Carta de la OSCE de noviembre de 1990, es algo que entra de pleno en los anales de la infamia geopolítica.
Que un bloque que gasta en armas y ejércitos 954.000 millones de dólares clame contra la amenaza de Rusia, que gasta 66.000 millones, más de catorce veces menos, es algo que solo una profunda corrupción mediática permite hacer pasar por normal. Que las maniobras de 30.000 soldados de 26 países (Defender Europe, 2021) que ahora mismo están teniendo lugar pasen como “respuesta” y “defensa”, pertenece a la misma categoría.
Y respecto a la geografía: que todo eso suceda en el entorno inmediato de Rusia, un país que ha sido repetidamente invadido por Occidente a lo largo de su historia, acaba de situar, de forma incontestable, el tema de las responsabilidades. Y lo mismo vale para China, con el vasallo japonés (unos 20 millones de chinos muertos en el conjunto de Asia Oriental durante su última expansión imperial) en el papel que ahora mismo Alemania (26 millones de muertos en la URSS con su invasión hitleriana) desempeña en Europa.
La instrumentada radicalización de Zelensky
En la actual operación de caldeamiento Ucrania y Taiwán son los instrumentos. El Presidente Volodymir Zelensky ganó las elecciones de 2019con la esperanzadora promesa de acabar con las hostilidades en el Este de Ucrania y con la virulenta línea antirrusa de su predecesor pero desde entonces la economía ha continuado deteriorándose y su popularidad se ha hundido. Casi diez millones de jóvenes ucranianos han emigrado al extranjero (Rusia y Occidente) en busca de trabajo y huyendo del alistamiento militar (Ucrania declara oficialmente 9.000 desertores). Con ese panorama, las tornas han girado y Zelensky está más abierto que nunca a la instrumentalización exterior.
Ucrania ha dejado claro su rechazo a seguir participando en el foro de Minsk, un marco negociador con Rusia, Alemania y Francia creado en 2015 sin Estados Unidos (peligroso precedente para el tutelaje continental de Washington). Zelensky también se ha retirado, en febrero, de los acuerdos de 1991 sobre aviación civil y uso del espacio aéreo ex soviético, ha reducido el comercio con Rusia a su mínima expresión y ha cerrado medios de comunicación en ruso en su país, entre ellos la cadena de televisión 112, una de las más plurales. Paralelamente, el número de vuelos de aviones militares de la OTAN junto a las fronteras rusas se ha incrementado un 30% en lo que llevamos de año y también la presencia de barcos de guerra americanos en el Mar Negro ha aumentado.
La administración de Biden incluye algunos de los personajes que fueron protagonistas en todo aquello que el cambio de gobierno en Kiev del 2014 tuvo de golpe de Estado, entre ellos Victoria Nulan (la autora del famoso “fack the EU”) y el propio actual secretario de Estado, Antony Blinken, gente que parece considerar inacabada aquella operación que desencadenó la reincorporación de Crimea a Rusia y la revuelta armada de las regiones del Este.
En este contexto y circunstancias, Zelensky ha sido inducido a incrementar su beligerancia. Mientras fluyen millones de dólares en ayuda militar, desde febrero se suceden los incidentes militares en las regiones del Este. En marzo Zelensky proclamó planes para recuperar Crimea militarmente y en abril se ha dirigido a Estados Unidos y la OTAN con la solicitud de ingreso en ese bloque militar. Biden ha respondido declarando su “apoyo inquebrantable a las aspiraciones euro atlánticas” de Ucrania. “Hemos recibido una fuerte señal de solidaridad de nuestros socios internacionales que apoyan resueltamente la integridad territorial y soberanía de Ucrania ante la escalada rusa”, ha dicho el portavoz de exteriores del gobierno de Kíev.
Lo que está en juego en esta escenificación es hundir el casi acabado gaseoducto Nord Stream 2, que es el principal nexo económico de Alemania con Rusia. Un conflicto militar en Ucrania reavivado, en el que Rusia siempre será presentada como responsable (ya lo está siendo por mover tropas dentro de sus fronteras en reacción a todo lo descrito) pondría el motivo perfecto. Alemania es el país clave para cortar el vector de integración euroasiática que Pekín y Moscú promueven. “En la administración Biden hay interés en fomentar la tensión en Ucrania instrumentalizando a ese país”, ha dicho el diputado ruso Konstantin Zatulin.
Jugando con Taiwán
En cuanto al frente chino, sin llegar a cuestionar su compromiso de 1979 que reconoce que Pekín es el gobernante legítimo de toda China, incluida Taiwán, la administración Biden está igualmente buscando provocar respuestas de China. Biden ha sido el primer presidente en invitar a su investidura al embajador virtual de Taiwán en Estados Unidos, Hsiao Bi-Khim.
Los funcionarios del gobierno de EE.UU. reciben regularmente a visitantes taiwaneses en sedes oficiales y visitan las “representaciones económicas y culturales” de Taiwán en Estados Unidos que actúan como embajadas de facto. El embajador de Estados Unidos en Japón recibió demostrativamente en marzo en su residencia a su homologo taiwanés. El mismo mes el embajador de Estados Unidos en Palau (estado insular) visitó Taiwán. Fue la primera visita de un embajador en activo a la isla en 40 años. Palau es uno de los quince estados que mantienen relaciones diplomáticas con Taiwán en lugar de con Pekín.
El Instituto Americano de Taiwán, que es la virtual embajada de EE.UU. allá, celebró un congreso bilateral para debatir la cooperación en foros internacionales (en los que Taiwán no está reconocida como Estado ni miembro). El secretario de Estado Blinken ha presionado al gobierno de Paraguay (otro de los quince países que aún reconocen a Taiwán) para que mantenga su reconocimiento. El 10 de marzo Blinken se refirió a Taiwán como “país”: “a country that can contribuye to the World”, dijo.
Todo esto ha dado lugar a notas de protesta de China que ha recordado que, “el principio de una sola China es el fundamento político de las relaciones entre China y EE.UU.”.
Los medios de comunicación occidentales han enfatizado la noticia de que China envió aviones de guerra que entraron en la Zona aérea de defensa de Taiwán (ADIZ), pero esa maniobra frecuentemente presentada como “violación del espacio aéreo taiwanés” no tiene respaldo jurídico. El ADIZ es una figura declarada unilateralmente por Taiwán y no reconocida por el derecho internacional (que no le reconoce condición de Estado) por lo que los aviones chinos se mantuvieron estrictamente hablando en espacio aéreo internacional. Desde que Biden asumió la presidencia, ha enviado tres veces barcos de guerra a patrullar por el estrecho de Taiwán. Se trata de aguas internacionales, exactamente igual que el espacio aéreo de ADIZ, sin embargo solo en el caso de los aviones chinos se habla de “actitud agresiva”, etc.
Pekín siempre ha advertido de que una independencia de Taiwán sería motivo de acción militar. No hay ninguna duda de que, pese a todo lo dicho, cualquier acción de fuerza de China hacia Taiwán sería demoledora para su reputación, incluso si se reconociera que el derecho internacional está de su parte. Estados Unidos está jugando con fuego ahí, incrementando la ambigüedad de su actitud hacia Taiwán. No creo que Washington quiera provocar una intervención militar china contra Taiwán. Lo que hace es meterle el dedo en el ojo al dragón, exactamente lo mismo que practica en Ucrania con el oso ruso. Biden está actuando muy provocativamente en ambos frentes, lo que es sumamente peligroso. Caldear el ambiente militarmente aumenta la probabilidad de una guerra por nadie deseada. Las demostraciones y paseos de barcos y aviones de guerra junto al territorio del otro son una manera de proclamar y demostrar la voluntad y disposición de uno de ir a un conflicto militar si el otro no cede. Aunque nadie lo deseé, eso incrementa la mera posibilidad de accidentes e incidentes susceptibles de degenerar en un conflicto militar. Hoy esa situación no se está dando en el Caribe, ni en el Mar del Norte, ni frente a las costas de California, ni en territorio de Canadá o México, sino que se vive, diariamente, en el espacio Báltico, en Ucrania y el Mar Negro, en el Mar de China meridional y en Taiwán. La geografía lo dice todo. ¿Para cuando el primer incidente militar?
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