Este jueves 21 de julio estuve pendiente, como me imagino que muchos de los lectores, de la dimisión de Mario Draghi y dediqué bastante tiempo a la lectura de los comentarios que se publicaron sobre la misma.
No fueron, sin embargo, dichos comentarios los que me acabaron llamando la atención. Fue un artículo publicado en The Atlantic ese mismo día, que nada tenía que ver con la dimisión del primer ministro italiano, sino que se centraba en la investigación del Congreso de los Estados Unidos de América sobre la relación de Donald Trump con el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, el que me abrió una perspectiva nueva sobre lo que había ocurrido en Italia.
El autor del artículo es Brian Klaas, profesor del University College de Londres, que lleva más de diez años dedicado al estudio de cómo mueren las democracias. Uno más de los importantes politólogos, sociólogos y juristas que se están ocupando del tema. “Mis estudios y experiencias me han enseñado que las democracias pueden morir de muchas maneras. En el pasado, la inmensa mayoría tenían una muerte rápida. Pero en el siglo XXI, la mayor parte de las democracias mueren como un enfermo crónico, pero terminal. El sistema se debilita a medida que la enfermedad se extiende. La agonía persiste durante años. Una pronta intervención incrementa la posibilidad de supervivencia, pero cuanto más dura la enfermedad, el milagro se convierte en la única esperanza”. Porque “cuando las democracias empiezan a morir, rara vez se recuperan”.
El autor dedica todo el artículo a los Estados Unidos, pero su argumentación es perfectamente aplicable a la mayor parte de la democracias europeas. Y de manera muy especial a la democracia italiana.
En primer lugar, porque la presidencia del Consejo del Ministros por Mario Draghi ya era en sí misma una anomalía democrática. La trayectoria de Draghi es la de un ejecutivo de Goldman Sachs y de un presidente del Banco Central Europeo y no la de un político que adquiere su legitimidad a través del ejercicio del derecho de sufragio por parte de los ciudadanos en elecciones competidas. Mario Monti fue su predecesor en esta trayectoria. La democracia italiana ha necesitado hacer un paréntesis en el proceso de constitución de Gobierno y poner al frente del mismo a personas que no tenían legitimidad democrática para ocupar la presidencia del Consejo de Ministros.
Que esto ocurra en un sistema democrático es expresión de que la sociedad en la que ocurre no es capaz de hacer una síntesis política de sí misma para poder autogobernarse. Los partidos políticos y el sistema electoral son los instrumentos a través de los cuales las sociedades democráticas hacen la reducción de la complejidad indispensable para poder tomar decisiones y no entrar en un una situación de estancamiento que desemboque en un proceso de descomposición. Cuando no se consigue a través de estos instrumentos y se tiene que buscar un “atajo”, como es el nombramiento como Presidente del Gobierno de alguien que carece de la legitimidad democrática obtenida a través de los instrumentos previstos para ello, ya nos encontramos ante una patología, que se convierte en tanto más grave cuanto más se repite y más dura.
Esto es lo que lleva ocurriendo en Italia desde hace ya mucho tiempo, demasiado tiempo. En mi opinión, desde que Berlusconi se convirtió en el personaje central del funcionamiento del sistema político italiano. Berlusconi ha sido, en cierta medida, el precursor de Donald Trump. Con personajes como ellos la política deja mucho que desear desde una perspectiva democrática. El hecho de que todavía no haya desaparecido de la escena política habla por sí mismo.
Mario Monti primero y Mario Draghi después han sido excrecencias de la erosión de la democracia en Italia. Han sido expresión de la “enfermedad crónica” de la que habla Brian Klaas en el artículo citado. Enfermedad que va acentuando su gravedad con cuanto más tiempo pasa sin que se produzca la rectificación exigible. Y que, muy probablemente, va a desembocar en una situación todavía peor con el resultado de las próximas elecciones, dado que el ambiente en que se van a celebrar difícilmente van a posibilitar la formación de un gobierno.
La dimisión de Draghi es el indicador de un malestar profundo que no se produce exclusivamente en Italia, aunque tal vez sea donde se manifiesta de manera más llamativa. En España, por no irnos más lejos, estamos viviendo una situación anómala desde 2015, con incumplimientos variados de la Constitución, que está operando más como una Constitución “nominal” que como una “normativa”.
La mayor parte de las democracias dignas de tal nombre están pasando por situaciones patológicas. Cada una a su manera, como las familias desgraciadas de Tolstoi, pero prácticamente todas. En Europa el problema se complica porque, además de las democracias nacionales, tenemos que tomar en consideración la Unión Europea, que no puede no verse afectada por lo que ocurra en cada uno de los estados miembros.
El incidente Draghi es un incidente patológico que afecta de manera inmediata y directa a Italia, pero que nos interpela a todos.
Javier Pérez Royo,
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