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miércoles, 21 de febrero de 2024

Los claroscuros del Siglo de las Luces: la Ilustración no solo fue razón y modernidad .

La herencia de la Ilustración. Ambivalencias de la modernidad’, de Antoine Lilti, recoge las principales teorías críticas que se plantean sobre esta etapa, reconociendo que constituye “una tradición de la que no escapamos”

Antoine Lilti
'Lectura en casa de Diderot', grabado de Alfred Salmon de 1878.
La Ilustración tiene excelente prensa. El siglo XVIII ha pasado a la historia como una etapa luminosa en la que la superstición religiosa y el absolutismo político empezaron a ser barridos por la fuerza de la razón. En ese Siglo de las Luces se pondrían las bases de las democracias modernas, y se comenzaría a construir lo que entendemos por modernidad. Y, sin embargo, esta buena imagen se ha ido agrietando en los últimos tiempos. En su libro La herencia de la Ilustración, el profesor Antoine Lilti, gran experto de ese periodo en Francia, recoge las principales teorías críticas que se plantean sobre esta etapa, reconociendo que constituye “una tradición de la que no escapamos, ya sea para reivindicarla o para oponernos a ella”.

Lilti, que empieza por subrayar hasta qué punto la crisis ecológica pone en tela de juicio la idea misma de progreso, analiza a fondo los estudios poscoloniales que ven en la Ilustración una justificación ideológica del colonialismo europeo. Para autores como Dipesh Chakrabarty, se trata del relato fundador de una modernidad europea que debería “bajar de su pedestal y asumir su carácter local”, por eso propone “provincializar” Europa. Sin negar la validez de esas posiciones, Lilti considera que no tenemos por qué renunciar “al legado” de esa etapa crucial, sino “asumirlo como una herencia local y plural. No un credo racionalista universal que debamos defender contra sus enemigos, sino la intuición inaugural de la relación crítica de una sociedad consigo misma”.

En su libro, Lilti pasa también revista a la vida de los más famosos forjadores del Siglo de las Luces para dejar claro que rara vez estuvieron a la altura de su osadía ideológica. Optaron en muchos casos por publicar sus obras con seudónimo (Voltaire utilizó decenas de ellos) para eludir la censura y las responsabilidades derivadas de esa exposición pública, y pese a los ideales expresados en sus escritos —que desembocarían en la Revolución Francesa— vivieron en la más absoluta comodidad burguesa, perfectamente integrados en las sociedades del Antiguo Régimen. Voltaire, por ejemplo, “encarna los límites de la Ilustración, que se han denunciado a menudo: un innegable conservadurismo social y político, un marcado gusto por los déspotas ilustrados, posiciones dudosas sobre la jerarquía de las razas y cierta superficialidad”. De Diderot, artífice de La Enciclopedia, nos dice: “Pensador crítico, siempre rápido para expresar su indignación, pero también escritor bien integrado en el pequeño mundo de la élite parisina. Autor de textos audaces que, releídos hoy en día, parecen anunciar la Revolución, renunció a publicarlos, mientras trabajaba a veces como censor oficioso de Antoine de Sartine, teniente general de la policía”.

Lilti reconoce que en Francia, la Ilustración se desarrolló cómodamente a la sombra de la sociedad del Antiguo Régimen. “Sus protagonistas estaban firmemente arraigados en las instituciones culturales de la monarquía y asociados a las prácticas sociales de las élites”. El propio D’Alembert, autor del ‘Discurso Preliminar de la Enciclopedia’, en 1751, fue miembro de la Academia de Ciencias y de la mayoría de las academias europeas, además de secretario permanente de la Academia Francesa y asiduo invitado en los salones de la nobleza ilustrada. Otra idea que aporta el libro de Lilti es que el impulso secularizador en Europa surgió precisamente de los pensadores cristianos, tal y como reivindica una corriente analítica que está cobrando cada vez más fuerza y que subraya las fuentes religiosas de la Ilustración asegurando que mantiene un nexo inadvertido o reprimido con las creencias antiguas. Y si hablamos del legado de ese siglo XVIII en el plano económico, aunque el capitalismo financiero global que domina hoy el mundo es una negación de los valores de la Ilustración, debemos reconocer que es también su heredero.