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miércoles, 1 de enero de 2025

_- El proyecto emancipatorio de la Ilustración

_- Fuentes: Rebelión [Imagen: "A Versailles, à Versailles", aguafuerte anónima conservada en el Museo Carnavalet alusiva a la marcha de mujeres que el 5 de octubre de 1789 se trasladaron a Versalles para traer a París al rey, donde estaba mejor controlado por el pueblo de París]






Reseña de ¿La izquierda contra la Ilustración? (Laetoli, 2023), de Stéphanie Roza, traducción de Serafín Senosiáin

El derrocamiento del rey Jacobo II de Inglaterra el 23 de diciembre de 1688 y la declaración como sucesor de Guillermo III y su esposa María II el 13 de febrero de 1689, quienes sancionaron el 16 de diciembre de 1689 una Declaración de Derechos (Bill of Rigths) en la que se enumeraban las políticas de Jacobo II con las que ‘pretendía subvertir las leyes y libertades del reino’ y se establecen una serie de derechos, entre los que se encuentran la libertad de expresión de los parlamentarios, la libre elección de los parlamentarios y el derecho de los súbditos del rey a presentar peticiones, a la vez que se establece el sometimiento de la Corona al poder del Parlamento, conocidos historiográficamente con el nombre de Revolución Gloriosa, cierran el ciclo revolucionario inglés (1642-1689), que enfrentara dos concepciones políticas opuestas: el absolutismo monárquico fronte al parlamentarismo, que sale reforzado de este proceso.

Paralelamente a esos acontecimientos, John Locke estuvo trabajando en su nueva obra filosófica: Dos tratados sobre el gobierno civil, que publica de forma anónima en diciembre de 1689; en esta obra, partiendo del extendido mito eurocéntrico del buen salvaje -recordemos, además, que Locke no cuestionó en ningún momento de su vida la esclavitud ni la verdad divina de la Creación-, afirma que en su estado natural, los hombres eran libres e iguales, hecho del que derivaba la necesidad de un contrato social, ya que al ser libres e iguales todos los hombres tendrían el mismo derecho a gobernar -lo que supondría la anarquía y la guerra civil-, una mayoría de hombres tendría que dar su consentimiento a una minoría para que gobernasen a todos, dando paso al derecho civil y a un gobierno constitucional. Parlamentarismo y liberalismo, ahí están los dos fundamentos políticos del pensamiento ilustrado. El camino así abierto será transitado por numerosos pensadores posteriores: Voltaire, Rousseau, Montesquieu, que profundizaron aspectos de la obra de Locke, como la tolerancia, el contrato social o la división de poderes, así como Smith, que argumenta a favor de la libertad de mercado, o Kant, que cierra el ciclo filosófico ilustrado.

Posteriormente, en el último cuarto del siglo XVIII, se producen una serie de acontecimientos que son determinantes para el pleno desarrollo del proyecto político ilustrado como un proyecto emancipatorio:

En primer lugar, la revolución americana (1776), cuyo inicio se sitúa en la Declaración de Independencia del 4 de julio, en la que se puede leer: “sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”; y, en segundo lugar, la revolución francesa (1789), en cuya temprana Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano (26 de agosto) se puede leer: “los hombres nacen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales solo pueden basarse en la utilidad común”.

Una vez que los procesos revolucionarios en curso fueron concretando derechos políticos y civiles, el liberalismo mostró sus límites al excluir de la ciudadanía -si bien por diferentes motivos-, a los siguientes colectivos:
  • los indígenas americanos;
  • las personas afrodescendientes esclavizadas;
  • las mujeres; y,
  • la población trabajadora masculina.
En ese contexto, en el que por la vía de los hechos la burguesía se estaba apropiando del discurso liberal, surgió un grupo de pensadores y pensadoras -entre los que se encuentran Olympe de Gouges, Condorcet, Robespierre, Toussaint Louverture, Mary Wollstonecraft, Babeuf, el cura socialista Mably y tantos otros-, que se preguntaban dónde quedaba la libertad y la igualdad para los colectivos excluidos, por lo que reclamaron para esos mismos colectivos excluidos los mismos derechos y libertades que la burguesía se reservaba para sí misma. En este sentido, se puede decir que es en el contexto del ciclo revolucionario burgués en el que se definen los discursos emancipadores que protagonizaron los movimientos políticos de los últimos 250 años en oposición al discurso liberal ‘burgués’ -que con el tiempo asumirá como propio el discurso determinista biológico (socialdarwinismo, sociobiología…), con el que se pretenderá justificar las desigualdades sociales como el producto de nuestra naturaleza humana diversa-, pero al mismo tiempo tomando de él sus mismos elementos definitorios: el racionalismo, el progresismo y el universalismo, que son a la vez las características del pensamiento político ilustrado.

En este sentido, cabe preguntarse si la izquierda, entendida como un proyecto “de subversión del orden existente (político, social, económico) en favor de los oprimidos desde la Revolución francesa”, puede ser antiilustrada. La respuesta a esa pregunta es la que ofrece la filósofa francesa Stéphanie Roza en un libro magistral: ¿La izquierda contra la Ilustración? (Laetoli, 2023). Un libro que como señaló Salvador López Arnal en una reseña titulada ‘La Ilustración como la matriz histórica de los combates emancipatorios’, “no es libro aconsejable para foucaultianos ni para heideggerianos. Tampoco para arendtianos ni para descolionales ni para seguidores de Adorno y Horkheimer y la Dialéctica de la Ilustración”.

La respuesta se puede formular así: todos los proyectos emancipatorios de izquierda “en primer lugar, las víctimas económicas del sistema de dominación (los proletarios, los explotados, la clase obrera); a continuación, las víctimas sexuales (las mujeres, los homosexuales); y, finalmente, las víctimas raciales (los pueblos colonizados, las minorías étnicas, los inmigrantes)”, es decir, los diferentes socialismos, el feminismo, el abolicionismo (y después el antirracismo) y el indigenismo, comparten una aspiración a la emancipación universal, construida a partir de un pensamiento racional que ofrezca una esperanza de mejoramiento (progreso) a quienes sufren algún tipo de opresión. 

https://youtu.be/5jcRQ-5D0YY

miércoles, 21 de febrero de 2024

Los claroscuros del Siglo de las Luces: la Ilustración no solo fue razón y modernidad .

La herencia de la Ilustración. Ambivalencias de la modernidad’, de Antoine Lilti, recoge las principales teorías críticas que se plantean sobre esta etapa, reconociendo que constituye “una tradición de la que no escapamos”

Antoine Lilti
'Lectura en casa de Diderot', grabado de Alfred Salmon de 1878.
La Ilustración tiene excelente prensa. El siglo XVIII ha pasado a la historia como una etapa luminosa en la que la superstición religiosa y el absolutismo político empezaron a ser barridos por la fuerza de la razón. En ese Siglo de las Luces se pondrían las bases de las democracias modernas, y se comenzaría a construir lo que entendemos por modernidad. Y, sin embargo, esta buena imagen se ha ido agrietando en los últimos tiempos. En su libro La herencia de la Ilustración, el profesor Antoine Lilti, gran experto de ese periodo en Francia, recoge las principales teorías críticas que se plantean sobre esta etapa, reconociendo que constituye “una tradición de la que no escapamos, ya sea para reivindicarla o para oponernos a ella”.

Lilti, que empieza por subrayar hasta qué punto la crisis ecológica pone en tela de juicio la idea misma de progreso, analiza a fondo los estudios poscoloniales que ven en la Ilustración una justificación ideológica del colonialismo europeo. Para autores como Dipesh Chakrabarty, se trata del relato fundador de una modernidad europea que debería “bajar de su pedestal y asumir su carácter local”, por eso propone “provincializar” Europa. Sin negar la validez de esas posiciones, Lilti considera que no tenemos por qué renunciar “al legado” de esa etapa crucial, sino “asumirlo como una herencia local y plural. No un credo racionalista universal que debamos defender contra sus enemigos, sino la intuición inaugural de la relación crítica de una sociedad consigo misma”.

En su libro, Lilti pasa también revista a la vida de los más famosos forjadores del Siglo de las Luces para dejar claro que rara vez estuvieron a la altura de su osadía ideológica. Optaron en muchos casos por publicar sus obras con seudónimo (Voltaire utilizó decenas de ellos) para eludir la censura y las responsabilidades derivadas de esa exposición pública, y pese a los ideales expresados en sus escritos —que desembocarían en la Revolución Francesa— vivieron en la más absoluta comodidad burguesa, perfectamente integrados en las sociedades del Antiguo Régimen. Voltaire, por ejemplo, “encarna los límites de la Ilustración, que se han denunciado a menudo: un innegable conservadurismo social y político, un marcado gusto por los déspotas ilustrados, posiciones dudosas sobre la jerarquía de las razas y cierta superficialidad”. De Diderot, artífice de La Enciclopedia, nos dice: “Pensador crítico, siempre rápido para expresar su indignación, pero también escritor bien integrado en el pequeño mundo de la élite parisina. Autor de textos audaces que, releídos hoy en día, parecen anunciar la Revolución, renunció a publicarlos, mientras trabajaba a veces como censor oficioso de Antoine de Sartine, teniente general de la policía”.

Lilti reconoce que en Francia, la Ilustración se desarrolló cómodamente a la sombra de la sociedad del Antiguo Régimen. “Sus protagonistas estaban firmemente arraigados en las instituciones culturales de la monarquía y asociados a las prácticas sociales de las élites”. El propio D’Alembert, autor del ‘Discurso Preliminar de la Enciclopedia’, en 1751, fue miembro de la Academia de Ciencias y de la mayoría de las academias europeas, además de secretario permanente de la Academia Francesa y asiduo invitado en los salones de la nobleza ilustrada. Otra idea que aporta el libro de Lilti es que el impulso secularizador en Europa surgió precisamente de los pensadores cristianos, tal y como reivindica una corriente analítica que está cobrando cada vez más fuerza y que subraya las fuentes religiosas de la Ilustración asegurando que mantiene un nexo inadvertido o reprimido con las creencias antiguas. Y si hablamos del legado de ese siglo XVIII en el plano económico, aunque el capitalismo financiero global que domina hoy el mundo es una negación de los valores de la Ilustración, debemos reconocer que es también su heredero.