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Es probable que ante un auditorio invadido por el vértigo, el pavor y la náusea al enterarse de que cada tres personas adultas (están excluidos los niños y los jubilados) hay una que no tiene trabajo, de que el próximo integrante de esa espeluznante lista puedes ser tú o los seres más cercanos, de que en el utópico caso de que el volcán deje alguna vez de escupir lava muchas e injustas víctimas jamás se repondrán de sus quemaduras, si aparece un despiadado payaso, un humorista mordaz o un militante del dadaísmo declarando: “Que no nos ciegue ese mal dato para comprobar como la política económica está dando buenos resultados a nivel macroeconómico”, la reacción inmediata del público será una explosión de risa y celebrar el enloquecido ingenio del que alivia la tragedia utilizando el sarcasmo.
Pero está claro que en el carné de identidad de Carlos Floriano no figura que su profesión sea la de payaso, bufón o cómico. Es el número tres del partido que gobierna, ajusta, recorta, privatiza, decide los grados de asfixia y acorralamiento que pueden imponerse a la plebe antes que su desesperación estalle y haya que balear a los más fogosos en nombre de la defensa de la sagrada democracia, de la legitimidad que otorgan los votos, de los comportamientos civilizados, de la ley y el orden, de las eternas patrañas con las que se acoraza el sistema para perpetuar lo injustificable.
Y el tal Floriano no tendrá que rendir cuentas ante nadie por su barbaridad, por agredir de forma tan cruel al sentido común, por su obsceno convencimiento de que sus oyentes son idiotas.
Fuente. El País, Carlos Boyero.