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sábado, 28 de octubre de 2023

Mary Burns, la amante de Engels que le mostró el infierno del proletariado.

Mary Burns

Trabajadoras de una fábrica de algodón de Manchester en 1872. FOTO: GETTY IMAGES

Olvidada en los libros de Historia, su figura parece desvanecerse entre los vapores infectos del capitalismo primigenio inglés. Sin embargo, su papel en la vida del pensador fue fundamental para que este conociera de primera mano las condiciones de trabajo de la época.

Lo poco que se sabe de Mary Burns son apenas conjeturas. No hay muchas referencias escritas sobre su persona. Pero entre ellas destaca una carta en la que Karl Marx le da el pésame por su muerte a Friedrich Engels, en la que elogia la “buena naturaleza” de Burns y la califica como “inteligente”, y otra de la hija del autor de El capital, Eleanor Marx, en la que dice que era “muy bonita, inteligente y una chica encantadora, aunque quizás en los últimos años bebía demasiado”. Mary Burns fue una mujer de origen irlandés que había emigrado siendo una niña a la Inglaterra de la Revolución Industrial y que fue amante de Friedrich Engels durante más de 20 años. Pero Mary fue mucho más que eso, aunque su influencia en la obra del escritor alemán y en su compromiso contra el capitalismo haya sido subestimada durante años. Los pocos datos que existen sobre su vida tampoco ayudan.

No se sabe exactamente cuándo ni cómo Mary Burns conoció a Engels, pero seguramente ocurrió en torno a 1843, tras la llegada del futuro escritor y pensador a Manchester. Engels, que había nacido en 1820 en Barmen, Prusia (ahora Wuppertal, Alemania), en el seno de una familia de ricos empresarios textiles, siempre había sido un chico con ideas independientes, muy alejadas de las que se suponía que debía tener como miembro de la alta burguesía del Ruhr. En sus años de universidad, frecuentó a los Jóvenes Hegelianos (con quienes también simpatizó Marx) y era un ateo convencido. Ambas cosas ponían los pelos de punta a su padre, Friedrich Engels sénior, que decidió mandarlo a ver un poco de mundo para ver si de esa manera se olvidaba de esos “peligrosos” pensamientos.

El error de Engels padre fue enviarlo al que probablemente era en ese momento el epicentro mundial del capitalismo más salvaje de la Revolución Industrial. Todo un experimento social: en el Manchester de entonces los obreros trabajaban 16 horas al día, seis días a la semana, y aunque a muchos les tranquilizaba tener un empleo fijo la mayoría cobraba menos que si hubiera trabajado en el campo. Engels hijo fue enviado a codirigir una de las empresas de su familia, Ermen & Engels, que fabricaba hilo de algodón y que estaba establecida en Manchester. Por aquel entonces, la ciudad británica estaba colapsada; en pocos años, había multiplicado su población por siete. En los barrios más pobres el humo de las chimeneas nublaba el cielo y la mortalidad infantil se había disparado a niveles tan alarmantes que la esperanza de vida se había reducido a los 28 años, la mitad de la que tenían los campesinos de los campos circundantes.

Es en ese horrible entorno donde, horrorizado por lo que ocurre a su alrededor, Engels coincide con Burns, quien, inesperadamente, será su puerta de entrada para conocer la auténtica realidad de los obreros y obreras de la época. Sobre la forma en la que se conocieron hay varias teorías. La primera es que Mary fuera una de las trabajadoras de Ermen & Engels. Algo bastante posible teniendo en cuenta que probablemente desempeñó ese trabajo en algún momento de su vida. Así piensan algunos historiadores locales de Manchester, quienes principalmente se han ocupado de reivindicar e investigar la figura de Mary Burns. Pero algunos comentarios poco halagadores que escribió el autor alemán sobre las trabajadoras de sus fábricas parecen ir en contra de esta teoría. El futuro padre del socialismo las calificaba de «bajas, rechonchas y mal formadas, decididamente feas en todo el desarrollo de la figura”.

Otra de las opciones que manejan los expertos es que ella se dedicara al servicio doméstico. De hecho, según la historiadora Belinda Webb, es muy posible que tanto Mary como su hermana Lizzie optaran por este trabajo debido a que llevaba asociado el alojamiento. Su madre había fallecido en 1835, y ella y su hermana tuvieron que lidiar con una madrastra hostil cuando su padre volvió a casarse un año después. Quizá las dos jóvenes quisieron marcharse de casa cuanto antes. Esta teoría encajaría también con lo que ocurrió después, ya que ambas hermanas se ocuparon de mantener la casa de Engels desde 1843 en adelante. Otros historiadores defienden la teoría de que Mary se habría dedicado al trabajo sexual, algo también muy probable, ya que pocas más opciones tenía en aquella época y lugar una chica de clase baja irlandesa.

Una guía crucial por la Pequeña Irlanda
Los historiadores locales Edmund y Ruth Frow, autores del libro Frederick Engels in Manchester and ‘The Condition of the Working Class in England’ (Frederick Engels en Manchester y ‘La situación de la clase obrera en Inglaterra’), afirman que las descripciones que hace Engels del barrio Little Ireland (Pequeña Irlanda) son tan realistas que implican que lo había conocido de primera mano. Todo apunta a que fue precisamente Burns quien lo acompañó por esas zonas y despertó en el joven las ganas de luchar contra sus horribles condiciones. Ella sería la que se habría encargado de cuidar a Engels, ya que parece ser que es improbable que un extranjero de clase alta hubiera salido vivo o, al menos, sin que le robaran todo lo que llevaba encima, de esas zonas marginales.

Aunque Engels ya había visto en su tierra natal cómo funcionaba el sistema fabril de la época, la sordidez y las condiciones de extrema pobreza y desigualdad de Manchester no tenían comparación posible. Además, por su condición de empresario, también tuvo la ocasión de ver de primera mano la extrema codicia de los propietarios, a quienes, sin negar el horror de la vida de sus empleados, solo les importaba ganar dinero. Todas estas observaciones fueron decisivas para dar forma a su pensamiento y para redactar su libro sobre la situación de la clase obrera en Inglaterra. También ayudaron a forjar su compromiso a favor de los derechos de las mujeres.

Un libro lleno de páginas en blanco
De cualquier modo, la historia de la vida de Friedrich Engels con Mary Burns tiene enormes lagunas. Poco se sabe, por ejemplo, de cómo fue la relación entre ellos en los años que Engels pasó fuera de Inglaterra, entre 1844 y 1849, un tiempo crucial en la historia de su vida, ya que fue cuando finalmente conoció a Karl Marx y juntos redactaron en Bruselas El manifiesto comunista. Se sabe que en algún momento ambos viajaron a Irlanda, donde Engels descubrió cómo trataba Gran Bretaña a sus colonias, lo que lo convirtió también en defensor de la independencia de Irlanda. También que Burns lo visitó en Bélgica, donde Marx no aprobó su relación por considerarla demasiado burguesa (a pesar de que Engels y Mary nunca se casaron por sus convicciones políticas).

De cualquier modo, según explica Webb, tras volver a Manchester en 1849, Engels y Burns se establecieron de forma más sólida en una pequeña casa situada en un modesto suburbio, viviendo como pareja y presentándose así ante sus amigos y conocidos. En la casa también vivía Lizzie, la inseparable hermana de Mary. Todo este periodo, sin embargo, es complejo de reconstruir dado que Engels ordenó destruir toda su correspondencia personal de estos años. Hay evidencias de que la pareja vivió en varios lugares de Manchester durante la década de los 1850 y 1860, siempre acompañados por la fiel Lizzie. Pero conforme la importancia internacional de Engels fue en aumento también lo hicieron sus ausencias, tanto por razones empresariales como revolucionarias. Parece ser que eso tuvo un fuerte impacto en la salud mental de su pareja que, según hemos visto que contaba la hija de Marx, Eleanor, comenzó a beber demasiado, lo que pudo provocar su muerte prematura el 6 de enero de 1863, cuando contaba solo con 40 años.

Engels se quedó absolutamente destrozado con la muerte de su compañera y le escribió a Marx estas palabras: “Anoche se acostó temprano y cuando Lizzie subió las escaleras a medianoche, ya había muerto. Bastante repentinamente. Enfermedad cardíaca o derrame cerebral. Recibí la noticia esta mañana, el lunes por la noche todavía estaba bastante bien. No puedo decirte cómo me siento. La pobre chica me amaba con todo su corazón». Tras la muerte de su compañera, Engels siguió viviendo con Lizzie durante 15 años más. Está claro que, aunque quizá su relación nunca llegó a ser como la que había tenido con Mary Burns, el autor sentía un gran aprecio por su hermana. De hecho, poco antes de que ella muriera por culpa de un tumor cerebral en 1878, el alemán se casó con ella. «Era un ejemplo de auténtica cepa proletaria irlandesa», escribió, «y sus sentimientos apasionados e innatos por su clase fueron de mucho mayor valor para mí y me ayudaron en momentos de crisis más que todo el refinamiento y la cultura de las jóvenes damas educadas y ascéticas».

La relación entre Engels y Burns es un ejemplo de cómo las experiencias personales pueden dar forma a las creencias y las acciones de las personas en la lucha por la justicia social y económica. El historiador W. O. Henderson, que escribió en 1976 una biografía de Engels, resumió muy bien la importancia que la relación con Mary Burns tuvo en el joven escritor. Los 10 o 15 meses que pasó con ella entre 1843 y 1844, en los que conoció la realidad sangrante del capitalismo salvaje, “convirtieron a un jovencito inexperto en un hombre joven que encontró un propósito en su vida”.

jueves, 20 de abril de 2017

Mitos de guerra. El culto al soldado caído, que alcanzó su cenit durante el periodo de entreguerras, fue perdiendo su mordiente popular con las armas nucleares y la extensión del pacifismo.

1. Soldados
George L(achmann) Mosse (1918-1999) es uno de los grandes historiadores de referencia a la hora de comprender los presupuestos ideológicos y morales del nacionalismo alemán Völkisch que conduciría al Holocausto y a la muerte de masas en el siglo XX. Su importantísima obra, sin embargo, no ha tenido suerte en España. Ariel tardó casi 35 años en publicar La cultura europea del siglo XX, un libro esencial que hoy, sin embargo, sólo puede encontrarse en librerías de lance. Y La nacionalización de las masas, otro texto imprescindible acerca de los fundamentos irracionalistas de la fascinación que el nazismo ejerció sobre los alemanes, tuvo que esperar tres décadas para ser publicado por Marcial Pons. Ahora llega por fin, con un retraso de casi 30 años, uno de sus libros más importantes y sintéticos:  Soldados caídos. La transformación de la memoria de las guerras mundiales,  publicado por la editorial de la Universidad de Zaragoza, de cuyo catálogo sólo hay que lamentar su escasa visualización en las librerías, un peliagudo asunto que los sellos universitarios no acaban de resolver. Soldados caídos, para cuya investigación Mosse utilizó, además de copiosas fuentes primarias, materiales procedentes de la literatura, la cinematografía, el deporte, la religión y el turismo de la primera mitad del siglo XX, disecciona el mito —cultivado sobre todo por la derecha alemana en los años veinte y treinta— de la “experiencia de la guerra”.

La catástrofe bélica de 1914-1918, la más terrorífica que había conocido la humanidad, suscitó un proceso, a la vez de exaltación y enmascaramiento del horror, que fue creando el clima ideal para la proliferación de ideologías militaristas y totalitarias que, una vez más, conducirían a la carnicería de 1939-1945 y al espanto del Holocausto. Y lo hizo, sobre todo, a partir de dos mecanismos complementarios: primero, mediante la brutalización del comportamiento de los combatientes, la glorificación y el embellecimiento del heroísmo suicida (que tan bien reflejó Stanley Kubrick en El culto al soldado caído, convertido en una especie de religión laica (con sus santuarios, sus mártires y sus lugares sagrados), alcanzó su cenit durante el periodo de entreguerras, pero fue perdiendo su mordiente popular a partir de la irrupción de las armas nucleares y de la extensión del pacifismo entre las masas. Contrapunto del también imprescindible La Gran Guerra y la memoria moderna (Turner, 2006), de Paul Fussell, que se centraba en la memoria (literaria) de los antiguos combatientes, Soldados caídos es un libro esencial para comprender la deriva ideológica y moral que condujo al mundo a sus dos peores catástrofes.

2. Esclavos
En el Anti-Dühring, Engels demostraba, poniendo en escena al esforzado (pre)colonialista Robinson y al bueno de Viernes, que toda violencia política reposa primitivamente en una función económica de carácter social. La esclavitud, por ejemplo, una lacra a la que, según la OIT, siguen sometidos cerca de 21 millones de personas.

Entre principios del XVI, cuando el Rey Católico dio vía libre a la introducción de esclavos africanos en América, hasta 1867, cuando llegó a Cuba el último cargamento de esclavos, más de 10 millones de hombres, mujeres y niños capturados a la fuerza fueron enviados a América desde África Occidental. Cuatro siglos de esclavitud trasatlántica, proporciona, en menos de trescientas páginas, una visión panorámica y muy divulgativa de todos los aspectos implicados en la monstruosa trata. Incluyendo, además de la organización de la vida y del trabajo de los esclavos, sus formas de resistencia y rebelión.

3. Poe
Desde que Jesús Egido se hiciera cargo, hace más de una década, del primero de los dos sellos de ese peculiar tándem editorial compuesto por Rey Lear y Reino de Cordelia, ha contado con el poeta Luis Alberto de Cuenca (LAC) como una especie de asesor áulico. En los catálogos de Egido se nota la huella del mejor y más culto de nuestros poetas pop, aunque no estoy seguro de que la denominación le agrade del todo al autor de, por ejemplo, ‘Isabel’ o ‘La mujer sin cabeza’. Como premio a sus consejos y recomendaciones, LAC ha obtenido recientemente el envidiable privilegio de verse convertido en un personaje de cómic de línea clara basado en los “argumentos” de una quincena de sus poemas de (también) línea clara: el álbum en cuestión es Viñetas de Plata (Reino de Cordelia), dibujado por Laura Pérez Vernetti. Y conste que el privilegio no es menor, habida cuenta de que Egido ha sido el editor, por ejemplo, del cartoonista Winsor McCay (1869-1934), uno de los grandes pioneros del octavo arte. En cuanto a LAC, su último granito de arena al sello de Egido ha sido la elección de los Diez cuentos de terror de Edgar Allan Poe que ha ilustrado María Espejo para Reino de Cordelia. Por mi parte, nada grave que objetar, aunque quizás yo hubiera sustituido alguno de los relatos por ‘Morella’, muy cercano a esas dos obras maestras del goticismo exacerbado que son ‘Berenice’ y ‘Ligeia’. En cuanto a la traducción, la de Susana Carral es impecable, de acuerdo, pero yo tengo el oído castellano hecho a la de Cortázar (posiblemente menos “exacta”), igual que —mutatis mutandis— cuando pienso en Shakespeare en castellano me vienen a la cabeza las contundentes cadencias de Astrana Marín, y no la más precisa filología de Conejero y su equipo. Que disfruten con esta estupenda selección del mejor Poe.

http://cultura.elpais.com/cultura/2017/04/05/babelia/1491388183_230913.html?rel=lom