James Patterson ha creado una auténtica factoría de novelas con un equipo de ayudantes. La producción en serie le ha hecho rico.
QUIZÁS EL ERROR sea insistir en que es una persona cuando es, en realidad, una empresa. Pero es bajo su nombre de persona que James Patterson está tercero en la lista mundial de las “celebridades que más dinero ganan”: Cristiano Ronaldo está 4º; Messi, 8º; Madonna, 12º; los Rolling Stones, 16º. El señor Patterson, dice la revista Forbes, se lleva unos 95 millones de dólares –85 millones de euros– al año haciendo libros. Escribirlos es –¿era?– otra cuestión.
En 1976, a los 29 años, el joven Patterson era un madman consumado, director creativo en la gran agencia de publicidad J. Walter Thompson. Fue entonces cuando –tras 31 rechazos– consiguió publicar su primera novela: la había escrito él, tenía una buena trama policial y vendió menos de 10.000 ejemplares. Veinte años y 15 libros después, Patterson ya ganaba suficiente como para dejar su puesto de CEO de Walter Thompson: sus novelas policiales solían ser número uno en los famosos rankings de The New York Times y se vendían por millones. Fue entonces cuando decidió que su propia pluma no alcanzaba, y empezó a organizar su factoría.
“Tenía demasiadas ideas, no me alcanzaban las horas del día”, diría después. “Tenía muchas historias que merecían ser escritas, pero yo solo no podía”. Así que se puso a contratar escritores, y ahora tiene unos veinte que elaboran sus novelas. Él se ocupa de sus tapas, sus campañas publicitarias, su mercadeo, cada detalle de la venta –con un equipo de seis ejecutivos–. Y se ocupa incluso de pensarlas: en general, entrega al negro de servicio una especie de guion –de varias docenas de páginas– donde resume las peripecias de la historia, para que él o ella las redacte. El año pasado Vanity Fair publicó el principio de uno de esos guiones: “Nora y Gordon tontean, divertidos y enamorados. Nos gustan. Se ven bien juntos –y no solo cuando están de pie–. Un minuto más tarde empiezan un polvo tremendo, terremoto. Nos hacen sentir bien, calientes, envidiosos”.
Patterson empezó produciendo policiales; con el tiempo entendió la utilidad de diversificarse y ahora fabrica libros para chicos, adolescentes, mujeres, ciencia-ficción, fantasía. Ya vendió 325 millones de ejemplares: más que Stephen King, John Grisham y Dan Brown juntos. Una de cada 25 novelas consumidas en Estados Unidos lleva su nombre en la tapa. El martes pasado, por ejemplo, publicó dos libros, y el próximo fin de semana tiene previsto publicar seis más. La cifra se ha acelerado mucho estos últimos meses con la aparición de su colección BookShots.
Los BookShots son unos tomitos de pura acción, menos de 150 páginas, menos de 30.000 palabras –50 veces este artículo–, con los que Patterson quiere cambiar la idea de lo que consideramos una novela. Deberían comprarse en cualquier lado y leerse “de una sentada” –o casi–; cada ejemplar cuesta cinco dólares y la primera tirada suele ser de medio millón. Patterson dice que en ese tipo de emprendimientos está el futuro del libro: que si quiere competir con la televisión, los videojuegos y las redes sociales tiene que usar sus mismas armas –y que por eso vale la pena simplificar los textos y armarlos en equipo y venderlos a golpes de mercadeo agresivo–. Cuando no escribe, Patterson insiste en lo importante que es leer y paga campañas para fomentar los libros como “vehículos de cultura”. Es curioso que la forma de algo lo defina tanto que la respetemos por sí misma: que un libro sea un libro, sea un libro, aunque sus palabras cuenten las tonterías del señor Patterson –o tantas otras–.
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