La mujer que ha conducido el coche en el que Federico Sánchez, también llamado Rafael Artigas, Juan Larrea, Ramón Barreto o, en fin, Jorge Semprún, ha cruzado por Behobia la frontera franco-española, camino de París, y a la que ha pedido que le acerque a un pueblecito vasco, Biriatou, situado a escasa distancia, en una desviación de la carretera principal, sobre una colina desde la que se divisa el curso final del Bidasoa hacia la mar cantábrica, le ha preguntado si el motivo de querer ir a ese lugar guarda relación con algún recuerdo de infancia. El viajero clandestino le responde: "casi; tenía 15 años la primera vez".
Muchos años después, siendo ya ministro de Cultura, se publicó el libro que aquí se tituló Adiós, luz de veranos..., en el que Semprún rememora esa conversación con la conductora y se pregunta si fue entonces cuando por primera vez pensó que deseaba ser enterrado en el "pequeño cementerio" de Biriatou, "arrimado a una rústica y agreste iglesia". En este "lugar fronterizo, patria posible de los apátridas, entre los dos ámbitos a los que pertenezco (...), en la vieja tierra de Euskal Herria". Y añade que pediría asimismo que su cuerpo fuera envuelto "en la bandera tricolor de la República". No porque haya dejado de pensar que la Monarquía parlamentaria es "en las condiciones actuales el mejor sistema posible para garantizar la democracia y mantener la cohesión los diferentes componentes nacionales de España", sino como expresión de "una fidelidad al exilio y al mortífero dolor de los míos: aquellos en quienes no dejo de pensar, aún hoy, en la terraza umbrosa de Biriatou cuando regreso allí".
El viajero clandestino no había olvidado esa primera vez en la que el joven escolar, a punto de reintegrarse al Liceo Henri IV de París para cursar sexto de bachillerato, estuvo cenando en la terraza umbrosa de un restaurante de ese pueblito, el 22 de agosto de 1939. No duda de que era esa fecha porque recuerda perfectamente que un día después, el 23, se produciría un hecho histórico, la firma del pacto germano-soviético, que la mayoría interpretó como signo de la proximidad de la guerra. Pero también es una fecha personalmente inolvidable para Semprún por algo que ocurrió,...
Catorce años antes, pero también un 22 de agosto, el desterrado Miguel de Unamuno llegaba a Hendaya desde París tras haber escapado de la isla de Fuerteventura, a la que había sido deportado por la dictadura de Primo de Rivera. En Hendaya permanecerá durante cinco años, hasta 1930. En 1928 aparece en una editorial de Buenos Aires el Romancero del destierro, especie de "diario íntimo vertido en sonetos", según su propia definición. Entre los poemas recogidos en la obra figura uno con título en lengua vasca, Orhoit gutaz, palabras que toma de una placa con los nombres de los 11 hijos de Biriatou muertos en la Gran Guerra que descubre en un muro de la iglesia del pueblo. Desde el hotel de Hendaya en que se hospeda, el Broca, luego llamado "de la Gare", Unamuno acostumbra a dar paseos por los alrededores, frecuentemente hasta Biriatou. Le impresiona la frase que figura al pie de los nombres de los 11 vecinos "morts pour la patrie": Orhoit gutaz, o sea "acordaos de nosotros". Un ruego procedente de personas anónimas: con nombre y apellido pero sin historia, como los pueblos sin escritura, de tradición oral. Unamuno los imagina campesinos iletrados, "oscuros hijos sumisos del hogar / henchido de silenciosa tradición". Acordaos de nosotros: una súplica que recuerda la de François Villon, a punto de ser ahorcado, en 1461: "Hermanos humanos que viviréis después, / no tengáis contra nosotros el corazón endurecido".
Jon Juaristi dedicó un capítulo de su Bucle melancólico a ese poema de Unamuno. Poco después de la aparición del libro, a fines de 1997, publicaría un artículo en este periódico, De Fuerteventura a Bilbao (EL PAÍS, 16-3-1998) en el que comenta que si,...
Del contexto se deduce que Juaristi se refiere a la buena acogida y trato que dispensaron a Unamuno las "nobles gentes" de la isla, que despertaron en él un "brío de mocedad" que se trasladaría a las páginas escritas en los años de destierro...
Unamuno y Semprún. Y Pradera. En el último artículo que publicó en la revista Claves ("La extraterritorialidad de Jorge Semprún"; julio / agosto de 2011) Javier Pradera relacionaba a los dos desterrados a través de su vinculación con Biriatou. Pradera era por el lado paterno oriundo de Sara, en el País Vasco francés. Hoy no podrá estar en la aldea donde los 11 vecinos muertos en la I Guerra Mundial y los dos que se añadieron a la lápida tras la Segunda nos piden que no les olvidemos. Que no tengamos contra ellos un corazón endurecido.
Javier Pradera no lo tuvo contra quienes le ofendieron en vida y estos días le piden cuentas por su pasado comunista. Un amigo suyo, Ramón Recalde, escribió a propósito de esos que "solo pasivamente" estaban contra Franco y ahora reprochan a los que lo estuvieron activamente su pasado izquierdista: "Me resulta difícil tener que hacerme perdonar (...) por los que no lucharon contra la dictadura en el momento en que deberían haberlo hecho y hoy despliegan su buena conciencia apuntándose a la democracia o a los nacionalismos sobrevenidos".
Pradera: en una conversación telefónica mantenida tres o cuatro días antes de partir para su propio Largo viaje -como el que convirtió en su primer libro Semprún-, le dijo al periodista Juan Cruz que no podría estar en el homenaje de hoy en Biriatou. "Ya te enterarás por qué", añadió. Patxo Unzueta, El País, 26 de noviembre de 2011.
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domingo, 27 de noviembre de 2011
miércoles, 8 de junio de 2011
El último encuentro
Durante semanas he llevado conmigo una libretita en la que apunté todas las preguntas que debía hacerle a Jorge Semprún en la última entrevista que tuvimos, el 16 de noviembre de 2010 en su casa de París. Un objeto que llevaba como un conjuro, su vida contada por él y contada por otros, todo en la cuadrícula de un cuaderno para detener el tiempo ahí, para tener siempre esa mirada de Semprún descrita en el bloc. Un ejercicio imprescindible para enfrentarse a un entrevistado de esa altura. Con él no valían las conversaciones banales, Semprún siempre extraía de la vida hasta el último detalle, y ese detalle se quedaba en su mirada como una piedra.
Ahí estaba, mirando, mirando siempre, escrutando él mismo este cuadernito que ahora relata aquel encuentro en pretérito perfecto. En aquel encuentro, Jorge de vez en cuando lanzaba una carcajada. Era otro Semprún, pero el del dolor hasta en los sueños era ese día el Semprún que tenía delante. Estaba a punto de ser operado, o eso creía él, y se preparaba para su cumpleaños con una profunda melancolía. El dolor no le dejaba festejar nada. Y ya lo tenía en los ojos, acaso como el miedo a la tortura en la bañera de Buchenwald.
Semprún era siempre una mirada exigente, sobre el amigo y sobre el periodista; cuando reía... Leer todo aquí. Articulo de JUAN CRUZ 07/06/2011 en El País. En Le Monde. L'écrivain espagnol Jorge Semprun est mort.
Homenaje en el Liceo Francés de Madrid. El teatro del Instituto Francés de Madrid se abarrotó ayer a última hora de la tarde. Hubo gente que se quedó en la puerta sin poder entrar. Dentro, un acto sencillo para recordar a un "gran señor", como lo denominó el embajador de Francia en España, Bruno Delaye. Un discreto homenaje a Jorge Semprún (Madrid, 1923-París, 7 de junio de 2011). En el escenario, su fotografía, con sonrisa cómplice y ese pelo blanco desenfadado que perfilaba su reconocida personalidad. Pero, sobre todo, su mirada. La mirada de la memoria.
Se sucedieron los recuerdos. Los de Juan Miguel Hernández León, actual presidente del Círculo de Bellas Artes pero antes miembro del equipo del Ministerio de Cultura que dirigió Semprún con el Gobierno de Felipe González (1988-1991). "Recuerdo aquella noche en la ópera", arrancó. "Probablemente fui yo una de las primeras personas que supo que Semprún sería ministro de Cultura", añadió. Y contó que en el entreacto observó a Javier Solana, entonces ya portavoz del Gobierno, hablando por teléfono y anotando algo en un papel que perdió y que su "curiosidad" recuperó: solo un nombre, Jorge Semprún. Trabajó con él un año en el ministerio. "Una de las primeras cosas que me pidió fue si le podía conseguir las obras completas de Azaña", dijo. "Las conseguí como conseguíamos tantos libros en nuestra época de clandestinidad universitaria -donde también coincidió fugazmente con Semprún, una referencia en la resistencia política para muchos estudiantes de entonces-, a través de Jesús Ayuso, propietario de la librería Fuentetaja". Luego leyó un fragmento de una de las grandes novelas autobiográficas del escritor, Le grand voyage (El largo viaje), donde narra el viaje de cinco días en tren con cientos de detenidos camino del campo de concentración de Buchenwald.
Unos párrafos que arrancaban con una pregunta: "¿Qué clase de vida se puede hacer en un campo de concentración?", y terminaban con un recuerdo nítido: "Ese fue el día que vi morir a los niños judíos". Y, de un plumazo, dejó allí uno de los retazos de la intensa vida del intelectual español. Casualmente, Rosa Re-gàs, que prosiguió con sus recuerdos, eligió la misma obra, aunque otras páginas. La escritora catalana ensalzó "dos grandes cualidades" de Semprún, a quien definió como "una persona completa" y con quien compartió amistad. "Compromiso y un inmenso sentido del humor", dijo.
Y recordó algunas de sus grandes frases, como aquella que le susurró al oído durante la entrega de un importante premio literario del que eran jurado. El galardonado se presentó vestido con unos guantes de Hilda ante la burguesía barcelonesa y comenzó a hablar de sí mismo. Entonces Semprún se acercó al oído de Regàs y le dijo: "Rosa, Rosa, este país no tiene solución". Luego proyectaron uno de los filmes que guionizó: Stavisky. Y la mirada de Semprún volvió a ser la mirada de la memoria.
Ahí estaba, mirando, mirando siempre, escrutando él mismo este cuadernito que ahora relata aquel encuentro en pretérito perfecto. En aquel encuentro, Jorge de vez en cuando lanzaba una carcajada. Era otro Semprún, pero el del dolor hasta en los sueños era ese día el Semprún que tenía delante. Estaba a punto de ser operado, o eso creía él, y se preparaba para su cumpleaños con una profunda melancolía. El dolor no le dejaba festejar nada. Y ya lo tenía en los ojos, acaso como el miedo a la tortura en la bañera de Buchenwald.
Semprún era siempre una mirada exigente, sobre el amigo y sobre el periodista; cuando reía... Leer todo aquí. Articulo de JUAN CRUZ 07/06/2011 en El País. En Le Monde. L'écrivain espagnol Jorge Semprun est mort.
Homenaje en el Liceo Francés de Madrid. El teatro del Instituto Francés de Madrid se abarrotó ayer a última hora de la tarde. Hubo gente que se quedó en la puerta sin poder entrar. Dentro, un acto sencillo para recordar a un "gran señor", como lo denominó el embajador de Francia en España, Bruno Delaye. Un discreto homenaje a Jorge Semprún (Madrid, 1923-París, 7 de junio de 2011). En el escenario, su fotografía, con sonrisa cómplice y ese pelo blanco desenfadado que perfilaba su reconocida personalidad. Pero, sobre todo, su mirada. La mirada de la memoria.
Se sucedieron los recuerdos. Los de Juan Miguel Hernández León, actual presidente del Círculo de Bellas Artes pero antes miembro del equipo del Ministerio de Cultura que dirigió Semprún con el Gobierno de Felipe González (1988-1991). "Recuerdo aquella noche en la ópera", arrancó. "Probablemente fui yo una de las primeras personas que supo que Semprún sería ministro de Cultura", añadió. Y contó que en el entreacto observó a Javier Solana, entonces ya portavoz del Gobierno, hablando por teléfono y anotando algo en un papel que perdió y que su "curiosidad" recuperó: solo un nombre, Jorge Semprún. Trabajó con él un año en el ministerio. "Una de las primeras cosas que me pidió fue si le podía conseguir las obras completas de Azaña", dijo. "Las conseguí como conseguíamos tantos libros en nuestra época de clandestinidad universitaria -donde también coincidió fugazmente con Semprún, una referencia en la resistencia política para muchos estudiantes de entonces-, a través de Jesús Ayuso, propietario de la librería Fuentetaja". Luego leyó un fragmento de una de las grandes novelas autobiográficas del escritor, Le grand voyage (El largo viaje), donde narra el viaje de cinco días en tren con cientos de detenidos camino del campo de concentración de Buchenwald.
Unos párrafos que arrancaban con una pregunta: "¿Qué clase de vida se puede hacer en un campo de concentración?", y terminaban con un recuerdo nítido: "Ese fue el día que vi morir a los niños judíos". Y, de un plumazo, dejó allí uno de los retazos de la intensa vida del intelectual español. Casualmente, Rosa Re-gàs, que prosiguió con sus recuerdos, eligió la misma obra, aunque otras páginas. La escritora catalana ensalzó "dos grandes cualidades" de Semprún, a quien definió como "una persona completa" y con quien compartió amistad. "Compromiso y un inmenso sentido del humor", dijo.
Y recordó algunas de sus grandes frases, como aquella que le susurró al oído durante la entrega de un importante premio literario del que eran jurado. El galardonado se presentó vestido con unos guantes de Hilda ante la burguesía barcelonesa y comenzó a hablar de sí mismo. Entonces Semprún se acercó al oído de Regàs y le dijo: "Rosa, Rosa, este país no tiene solución". Luego proyectaron uno de los filmes que guionizó: Stavisky. Y la mirada de Semprún volvió a ser la mirada de la memoria.
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