Durante semanas he llevado conmigo una libretita en la que apunté todas las preguntas que debía hacerle a Jorge Semprún en la última entrevista que tuvimos, el 16 de noviembre de 2010 en su casa de París. Un objeto que llevaba como un conjuro, su vida contada por él y contada por otros, todo en la cuadrícula de un cuaderno para detener el tiempo ahí, para tener siempre esa mirada de Semprún descrita en el bloc. Un ejercicio imprescindible para enfrentarse a un entrevistado de esa altura. Con él no valían las conversaciones banales, Semprún siempre extraía de la vida hasta el último detalle, y ese detalle se quedaba en su mirada como una piedra.
Ahí estaba, mirando, mirando siempre, escrutando él mismo este cuadernito que ahora relata aquel encuentro en pretérito perfecto. En aquel encuentro, Jorge de vez en cuando lanzaba una carcajada. Era otro Semprún, pero el del dolor hasta en los sueños era ese día el Semprún que tenía delante. Estaba a punto de ser operado, o eso creía él, y se preparaba para su cumpleaños con una profunda melancolía. El dolor no le dejaba festejar nada. Y ya lo tenía en los ojos, acaso como el miedo a la tortura en la bañera de Buchenwald.
Semprún era siempre una mirada exigente, sobre el amigo y sobre el periodista; cuando reía... Leer todo aquí. Articulo de JUAN CRUZ 07/06/2011 en El País. En Le Monde. L'écrivain espagnol Jorge Semprun est mort.
Homenaje en el Liceo Francés de Madrid. El teatro del Instituto Francés de Madrid se abarrotó ayer a última hora de la tarde. Hubo gente que se quedó en la puerta sin poder entrar. Dentro, un acto sencillo para recordar a un "gran señor", como lo denominó el embajador de Francia en España, Bruno Delaye. Un discreto homenaje a Jorge Semprún (Madrid, 1923-París, 7 de junio de 2011). En el escenario, su fotografía, con sonrisa cómplice y ese pelo blanco desenfadado que perfilaba su reconocida personalidad. Pero, sobre todo, su mirada. La mirada de la memoria.
Se sucedieron los recuerdos. Los de Juan Miguel Hernández León, actual presidente del Círculo de Bellas Artes pero antes miembro del equipo del Ministerio de Cultura que dirigió Semprún con el Gobierno de Felipe González (1988-1991). "Recuerdo aquella noche en la ópera", arrancó. "Probablemente fui yo una de las primeras personas que supo que Semprún sería ministro de Cultura", añadió. Y contó que en el entreacto observó a Javier Solana, entonces ya portavoz del Gobierno, hablando por teléfono y anotando algo en un papel que perdió y que su "curiosidad" recuperó: solo un nombre, Jorge Semprún. Trabajó con él un año en el ministerio. "Una de las primeras cosas que me pidió fue si le podía conseguir las obras completas de Azaña", dijo. "Las conseguí como conseguíamos tantos libros en nuestra época de clandestinidad universitaria -donde también coincidió fugazmente con Semprún, una referencia en la resistencia política para muchos estudiantes de entonces-, a través de Jesús Ayuso, propietario de la librería Fuentetaja". Luego leyó un fragmento de una de las grandes novelas autobiográficas del escritor, Le grand voyage (El largo viaje), donde narra el viaje de cinco días en tren con cientos de detenidos camino del campo de concentración de Buchenwald.
Unos párrafos que arrancaban con una pregunta: "¿Qué clase de vida se puede hacer en un campo de concentración?", y terminaban con un recuerdo nítido: "Ese fue el día que vi morir a los niños judíos". Y, de un plumazo, dejó allí uno de los retazos de la intensa vida del intelectual español. Casualmente, Rosa Re-gàs, que prosiguió con sus recuerdos, eligió la misma obra, aunque otras páginas. La escritora catalana ensalzó "dos grandes cualidades" de Semprún, a quien definió como "una persona completa" y con quien compartió amistad. "Compromiso y un inmenso sentido del humor", dijo.
Y recordó algunas de sus grandes frases, como aquella que le susurró al oído durante la entrega de un importante premio literario del que eran jurado. El galardonado se presentó vestido con unos guantes de Hilda ante la burguesía barcelonesa y comenzó a hablar de sí mismo. Entonces Semprún se acercó al oído de Regàs y le dijo: "Rosa, Rosa, este país no tiene solución". Luego proyectaron uno de los filmes que guionizó: Stavisky. Y la mirada de Semprún volvió a ser la mirada de la memoria.
miércoles, 8 de junio de 2011
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