Imaginemos una máquina que es capaz de fabricar 10 euros al día y que tiene una vida útil de 100 días. Lógicamente, si alguien pagara 1.001 euros por ella estaría perdiendo un euro. Y si alguien la comprara por 999 euros, estaría ganando un euro con la operación.
Bien, pues cualquier empresa es una máquina de fabricar euros. Los euros que fabrica son la pasta que deja dicha empresa en el cajón de sus dueños después de hacer frente a todos los pagos e inversiones necesarias (FCF, free cash flow, lo llaman los economistas). Y quien quiera saber cuánto vale esa empresa (los analistas financieros de los bancos de inversión) calcula cuáles van a ser esos FCF a lo largo de los años de vida útil de esa empresa y los suman descontados a una tasa de coste de capital hasta encontrar una cifra que pomposamente llaman NPV (Net Present Value). Lógicamente, los compradores sólo comprarán esa empresa si el precio es inferior a ese NPV. Es decir, si el vendedor es tonto.
Pasado el tiempo de la demagogia y la ocultación de proyectos típica de las campañas electorales, La Comunidad de Madrid retoma la idea de vender, en principio, el 49% de la empresa que gestiona el agua en la Comunidad: Canal de Isabel II.
Canal de Isabel II pertenece a los madrileños (repito la obviedad: pertenece a los madrileños) y ha obtenido unos beneficios después de impuestos de unos 80 millones de euros para los madrileños, lo que implicaría una valoración NPV de unos 1.600 millones de euros (me ahorro los detalles técnicos de cómo se halla que no quiero aburrir a nadie)
Si alguna multinacional o algún fondo de capital riesgo quiere comprar Canal de Isabel II, siempre intentaría pagar menos de 1.600 millones de euros, o conseguir generar con su gestión un NPV mayor de 1.600 millones de euros, ya que es el lucro lo que buscan las empresas privadas (repito la obviedad: ya que es el lucro lo que buscan las empresas privadas). Esto es, o nos roba a los madrileños (dueños actuales de la empresa), o nos ofrece un peor producto, o nos sube los precios del agua.
Una de las falacias neoliberales más asumidas es que la gestión privada lo hace mejor que la gestión pública porque el Estado es tonto. Y, claro, cuando los neoliberales llegan al poder, no tienen mucho problema en poner en práctica sus propias teorías: hagamos un Estado tonto, ahora que somos nosotros quienes tomamos las decisiones. Si yo quisiera demostrar que la enseñanza pública es peor que la enseñanza privada y fuera yo mismo quien tuviera el poder de decidir las inversiones en la enseñanza pública y la calidad de la misma, ¿no me resultaría muy fácil conseguirlo, simplemente dejando de invertir, dejando que se deteriore, y ahorrando así mucho dinero del contribuyente?
Pero, por definición, lo único que diferencia la cosa pública de la privada es la propiedad, y no la gestión. Quiero decir, cualquier modelo de gestión en una empresa de propiedad privada puede ser asumido por una empresa de propiedad pública. La única diferencia real entre una y otra, por definición, es si el beneficio final será para la comunidad o será para alguien privado.
Éste es el secreto de las privatizaciones. No hay más.
Quizás no hemos avanzado tanto desde aquellos días en que los conquistadores explotaban los recursos de los indios en nombre de Isabel. Desprecio vuestro dios y desprecio vuestra codicia.
domingo, 12 de junio de 2011
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