Higinio Polo
Topoexpress
A veces, los días de primavera nos traen la sacudida de las emociones imprevistas, crueles, que nos arrebatan una parte de la vida compartida y nos dejan las sombras del desasosiego irremediable pero también de los días luminosos que siguen derramando el recuerdo de las luchas obreras bajo el franquismo, de esa larga marcha proletaria que, desde la Comuna, siguió en la revolución bolchevique, en la lucha antifascista, en la construcción de una cultura democrática que nos hiciera mejores y en el universo fraterno en que germinó el fruto delicado de la libertad. Ha muerto Leopoldo Espuny, cargado de esa dignidad de las luchas obreras, de la costumbre ardiente de acompañar todas las causas justas, como si él mismo nos dijera de su vida: este libro termina aquí.
Leopoldo Espuny, nacido en 1940, ingresó en el PSUC, el partido de los comunistas catalanes, en los tiempos duros del franquismo, en los años sesenta, con veintitrés años, cuando las detenciones y las torturas en las comisarías de la policía política eran la moneda común utilizada por los esbirros de la dictadura para intentar detener las manos cálidas de la libertad. Fue detenido en numerosas ocasiones, enviado cuatro veces a la cárcel, juzgado por los tribunales indignos al servicio de un régimen siniestro. Espuny fue un dirigente estudiantil comunista mientras estuvo en la universidad, siempre dispuesto a derribar los muros del miedo, siempre presente en todas las iniciativas de lucha contra la dictadura que se tejían en esa Barcelona de los años sesenta que quería dejar atrás los años de terror y sangre de los correajes falangistas y empezar a construir la libertad. En la celebración del 1º de Mayo de 1967 (por poner un ejemplo entre tantos), el PSUC y las nacientes comisiones obreras convocaron a una manifestación en Torre Baró, en el distrito obrero barcelonés de Nou Barris. En la manifestación fueron detenidas más de cien personas, Leopoldo Espuny entre ellas: fue maltratado en comisaría, y juzgado dos años después ante el TOP, el Tribunal de Orden Público franquista, siendo defendido por Solé Barberá. Esa defensa fue recordada durante mucho tiempo: Espuny había declarado (como estrategia de defensa, siguiendo la consigna del PSUC de que “había que negar la evidencia”) que había tenido conocimiento en París de la manifestación convocada por Comisiones Obreras leyendo el diario Le Monde, extremo que el fiscal franquista pretendió desmontar, encontrándose con que Solé Barberá esgrimió ante el tribunal que él también era lector de ese diario francés y que incluso había guardado esa noticia: abrió una carpeta y simuló traducir de un inexistente recorte de periódico, deteniéndose ante la supuesta dificultad del texto, y concluyendo: “Los obreros se reunirán en Barcelona, en Torre Baró.” El veterano Solé Barberá llegaría a ser el abogado que más detenidos defendió ante el Tribunal de Orden Público franquista.
Esos fueron los medios, la escuela, en donde creció Leopoldo Espuny: en la memoria de los vencidos en la guerra civil, como era el propio Solé Barberá; en los relatos de la resistencia obrera ante la ignominia, en la paciente y constante lucha de los humillados por recuperar la libertad, por reservar el fuego del socialismo perseguido, en la esperanza republicana que esparcían los hombres y mujeres comunistas que eran capaces de enfrentarse al odio y a las prisiones. Espuny también sería encarcelado: en la prisión Modelo durante las protestas por el consejo de guerra de Burgos, y en Carabanchel, en varias ocasiones.
Después de terminar la universidad, ya abogado, Espuny trabajó en el bufete de Luis Salvadores, acudiendo a todos los casos que necesitaban asesoramiento, ayuda, defensa jurídica, aconsejando en convenios y en luchas obreras, construyendo las palabras que los obreros pugnaban por hacer llegar a los empresarios sin escrúpulos y a los tribunales franquistas, escribiendo recursos, horadando códigos, examinado las leyes fascistas para encontrar el temblor de la justicia. A veces, directamente; en otras ocasiones, a través de la colaboración con los demás abogados del PSUC, en todas las grandes huelgas bajo el franquismo estuvo presente Espuny, en la de la Maquinista Terrestre y Marítima, en Harry Walker, en SEAT, en la Térmica, en el Baix Llobregat; llevando las palabras del PSUC, de las Comisiones Obreras. Hoy puede parecer increíble, pero en los años de plomo del fascismo, sólo tres despachos de abogados de Barcelona aceptaban defender a obreros: los de Antoni Cuenca, Francesc Casares y Josep Solé Barberá. Leopoldo Espuny pertenecía a esa estirpe: de entre los miles de abogados, sólo los más dignos, los más valientes, aceptaron la razón y la dignidad frente al dinero y la posición social.
Durante el estado de excepción de 1969, en las protestas por el consejo de guerra de Burgos, en las manifestaciones por la detención de los dirigentes de Comisiones Obreras y en el proceso 1.001, en la solidaridad con los trabajadores chilenos ante el golpe de Estado de Pinochet, en el aliento a la revolución de los claveles portuguesa, en la solidaridad con Vietnam, en la formación de la Assemblea de Catalunya y de la Junta Democrática, en los días tristes de la matanza de los abogados de Atocha, en todos esos momentos estuvo presente Espuny, porque siempre fue uno de los nuestros.
Ya en la transición política tras la dictadura, Espuny participó en la creación del gabinete jurídico de las Comisiones Obreras de Barcelona, que, más tarde, se convertiría en el gabinete de la CONC, la Comissió Obrera Nacional de Catalunya, y del que llegó a ser responsable, donde recalaron la mayor parte de los abogados que habían encabezado la resistencia al franquismo. Aquellos abogados trabajaron noche y día para horadar los muros del fascismo. Espuny fue amigo, compañero, camarada de otros inolvidables letrados que siempre estuvieron al servicio de los trabajadores, como Josep Solé Barberá o Luis Salvadores, que supieron tejer la red de la solidaridad en los tiempos sombríos del fascismo, como Ascensió Solé, Lola Hurtado, Rafael Senra, Enric Leira, Albert Fina, Conchita Fernández, Montse Comas, Montserrat Avilés, y tantos otros.
En los días del golpe de Estado de Tejero, cuando tantos personajes políticos relevantes de esos años se ocultaron ante el temor del retorno a la dictadura, Espuny estuvo en los locales de Comisiones Obreras de la calle Padilla, colaborando con la organización de la huelga general que se había convocado, dispuesto a enfrentarse de nuevo al fascismo, mientras los tanques de la infamia recorrían las calles de Valencia, la extrema derecha patrullaba por ciudades españolas, y, en Barcelona, un Jordi Pujol pendiente de la televisión, exigía la desconvocatoria de la huelga general convocada por Comisiones Obreras para combatir al golpe con el peregrino argumento de que, si el golpe militar triunfaba, la huelga habría sido inútil, y, si fracasaba, la convocatoria se revelaría inadecuada.
En Viejo tango en carnaval, libro que Espuny publicó en 2013, se encuentran los días de la dictadura y de la transición que él vivió en primera línea, intentando examinar las huellas de los errores y recuperando el recuerdo de los días mutilados por el fascismo. Con las palabras de Neruda, Espuny fue “adversario del malvado y muro del frenético”; fue un militante comunista durante toda su vida, un miembro de la internacional, un abogado solidario de los humildes, un hombre empeñado en cerrar el callejón de las miserias.
Hasta siempre.
Fuente: http://www.elviejotopo.com/topoexpress/leopoldo-espuny-abogado-de-obreros/
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sábado, 18 de junio de 2016
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