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lunes, 22 de julio de 2024

_- Luz sobre los reyes de la noche: Jennifer Ackerman ilumina la vida y la historia cultural de los búhos.

Un búho nival en vuelo.
_- Un búho nival en vuelo.
La naturalista estadounidense dedica su nuevo libro a las extraordinarias y misteriosas rapaces nocturnas.

“Cuando escucho su grito resonando en el bosque, y luego los cinco gránulos de su ulular cayendo como piedras en el aire, sé que estoy de pie en el borde del misterio”. Las palabras de Mary Oliver sobre los búhos son una buena introducción para conversar con la popular especialista en pájaros Jennifer Ackerman, que tanto admira a la poeta estadounidense y que dedica su último libro a estas aves con fama de extrañas y oscuras, y a las que se les achaca presagiar la muerte. Ackerman (Omaha, Nebraska, 64 años), bien conocida en España por El ingenio de los pájaros, publica ahora, de nuevo en Ariel, La sabiduría de los búhos (en Cossetània en catalán), subtitulado, “una historia natural de las aves más enigmáticas del mundo”. Con su aspecto misterioso, sus cabezas grandes y redondas y sus ojos que miran al frente, los búhos son unos de los animales más reconocibles del mundo (desde el jeroglífico egipcio al icono del pegamento UHU). Pero, ¿qué se sabe en realidad de ellos aparte de que su grito acostumbra a helar la sangre en la noche y su fugaz e inesperada aparición fantasmagórica llena de un arcano desasosiego? 


En el libro, la naturalista sumerge al lector en el apasionante mundo de esas criaturas a menudo vilipendiadas y temidas (e incomprendidas), a las que se tiene en muchas culturas por portadoras de malos augurios y se las persigue con saña, pero que son también símbolo de sabiduría y motivo de fascinación (y de creación artística: le encantaban a Picasso). Como ha hecho con otras aves, Ackerman explica las últimas, asombrosas novedades científicas y descubrimientos sobre la fisiología y el comportamiento de los búhos, revela sus extraordinarias capacidades, desmonta tópicos (no, no todas las especies son nocturnas, ni vuelan todas en silencio), llama a conservarlos (les amenazan la deforestación, los pesticidas y los gatos) y repasa su papel en mitos y leyendas: desde el mochuelo de la diosa Atenea a Hedwig, el búho nival de Harry Potter, que desató una insana fiebre en Reino Unido de poseerlos como mascotas, pasando por Arquímides, el búho ayudante del mago Merlín en la novela La espada en la piedra, de T. H. White, que dio pie a la conocida película de Walt Disney. 

Jennifer Ackerman, con un cárabo lapón.
 Jennifer Ackerman, con un cárabo lapón.

Introduce al lector también la autora, y no es es la parte menos interesante de su libro, en el singular colectivo de los esforzados investigadores de los búhos, que, como puede imaginarse, no son fáciles de observar. Constituyen un grupo muy curioso y bastante excéntrico los estudiosos (uno de ellos, el experto Jim Duncan, mantiene en el congelador cinco cabezas de búho, víctimas de accidentes de tráfico, para analizar cómo oyen, o más bien cómo oían), y la naturalista los sigue en sus grandes aventuras vitales y científicas por todo el mundo, así que estamos también ante un libro de viajes. “Mi objetivo no es solo la divulgación científica, sino crear historias narrativas, contar”, recalca. “¡Y la gente que investiga los búhos es muy interesante!”.

Ackerman recuerda de entrada que la de los búhos es una gran familia (de hecho dos, los Tytonidae, las lechuzas comunes, el linaje más antiguo) y los Strigidae (todos los demás búhos), con muchas especies (unas 260 y se siguen descubriendo más, como el autillo de la isla de Príncipe, Otus bikegila, descrito en 2022), y muy diversas. La escala varía desde el minúsculo y entrañable mochuelo de los saguaros, del tamaño, señala, de un nugget de pollo (una comparación que a la avecilla seguramente no le gustaría) o el tecolote afilador, que es como una polilla grande, hasta esos dos enormes, majestuosos, poderosos e intimidantes señores de la noche, verdaderos predadores alfa, que son el búho pescador de Blakiston, la imponente criatura de los bosques del Far East ruso de casi dos metros de envergadura, y el búho real euroasiático (Bubo bubo, el Gran Duque), capaz de matar a un cervatillo, a un halcón peregrino o a un gato (como, por cierto, recuerda Oliver en Owls: “Son rápidos y despiadados al caer sobre conejos, ratones, topillos, mofetas, incluso gatos sentados en patios oscuros ensimismados en pacíficos pensamientos”). 

Ejemplares de Buho Real en el Retiro
Uno de los búhos reales que se ha podido avistar en el madrileño parque del Retiro.


“Por su vuelo y sus sentidos, los búhos son un pináculo de la evolución”, afirma con entusiasmo Ackerman, a la que después de conocerla pajareando sobre el terreno en el Delta Birding Festival del delta del Ebro en 2017 ataviada como para una incursión de comandos resulta sorprendente ver muy elegante en la terraza de la librería barcelonesa Finestres con un vaporoso vestido sin mangas. La naturalista, que se reconoce una conversa de estas aves —en el delta solo tenía ojos para las aves marinas y las limícolas, a las que ha dedicado otro libro precioso Birds By The Shore (Penguin, 2019)—, ha trasladado a los búhos la pasión que expresaba por córvidos y psitácidos (loros y periquitos) en libros anteriores. Parecía que los búhos, pese a su aspecto arquetípico de sabios, no eran los cracks intelectuales de los pájaros, por decirlo suave. ¿Son unos impostores, con esos aires de inteligencia? “Están extraordinariamente adaptados a la vida nocturna, pero eso no quiere decir que estén programados como robots”, responde Ackerman con cierta tirantez, como si fuera una cuestión personal que alguien dudara de las capacidades mentales de los búhos. “Es cierto que durante mucho tiempo ha habido controversia, se decía que los búhos no tenían la necesidad de ser muy espabilados, pero ahora está claro que son realmente inteligentes. Sus cerebros son proporcionalmente grandes en comparación con sus cuerpos, con gran densidad de neuronas, y tienen un comportamiento flexible que les permite responder a los cambios y retos de manera muy dúctil y eficaz, una plasticidad de cognición”.

¿Qué es lo más inteligente que hacen los búhos, pues? “Sabemos que aprenden toda la vida y se los puede entrenar. Rob Bierregaard, especialista en los cárabos norteamericanos, ha conseguido que individuos salvajes acudan a él mediante un silbido con solo ofrecerles ratones un día. Un búho al que llamaba Houdini, por su capacidad de salir de todas las trampas que le ponían para anillarlo, acudió a su llamada tres años después de la última vez que le silbó para que viniera, ¡eso es mucha memoria! Los mochuelos europeos reconocen a la gente, distinguen a los granjeros de los investigadores que los estudian, y con los primeros están más relajados”. Ackerman considera que lo que sucede con los búhos es que “tienen otra manera de pensar, y nos obligan a buscar nuevas definiciones de la inteligencia en los animales”. Hay que rascarle mucho para conseguir que diga su búho favorito: el simpático mochuelo de madriguera, “que tiene una personalidad muy peculiar, y decora sus viviendas con objetos que encuentra”. 

Lechuza ©Mark Bridger-shutterstock
Lechuza ©Mark Bridger-shutterstock
El que también es un fan de los buhitos es Carl Safina, que publicó el año pasado el delicioso Alfie & me (Norton, 2023), centrado en el rescate y cuidado de un pequeño autillo chillón o tecolote oriental. “Carl y yo somos amigos, su libro salió después del mío y es una historia diferente, de adaptación, con muchas ideas filosóficas, muy bonito”. Ackerman admira a Bernd Heinrich, el autor del seminal Mi búho (Labor, 1987), pero no tiene duda de quién le gusta más escribiendo sobre esas aves, la Pulitzer Mary Oliver (1935-2019), “¡todo lo que ha escrito sobre ellas es bellísimo!”, exclama. “White owl flies into and out of the field/ coming down out of the freezing sky/ with its dephts of light/ like an angel, or a Budha with wings” (El búho nival vuela dentro y fuera del campo/ descendiendo del cielo helado( como un ángel, o un Buda con alas”). Bueno, también está Shakespeare (“it was the owl that shrieked, the fatal bellman”, dice Lady Macbeth, “fue el búho el que chilló, el fatal portero de la noche”). Ackerman ríe: “Es cierto, hay muchas citas literarias, pero aquí estoy más interesada en esos increíbles personajes que son los investigadores de los búhos, como David Johnson que tras 40 años de estudiarlos ya piensa como ellos, o Marjon Savelsberg, música enamorada de la llamada de las aves nocturnas que las rastrea en silla de ruedas y que compara las vocalizaciones del búho real euroasiático con las piezas de Ligeti”. Por ahí anda también Jonathan Slaght, el aventurero rastreador de los búhos manchúes.

Junto a la descubierta inteligencia y el misterio que los rodea, lo que más maravilla a la naturalista es la anatomía de los búhos y los secretos, “los superpoderes”, que les permiten cazar a oscuras, lo que requiere efectuar sofisticados cálculos matemáticos. Buena parte del éxito, explica, reside en el oído: en los cárabos lapones, capaces de escuchar las pisadas de una musaraña en la nieve y de atraparla zambulléndose a medio metro de profundidad bajo la blanca superficie, el disco facial plano rodeado de plumas hace las veces de una antena parabólica para recoger los sonidos. En realidad, los oídos de los búhos son dos orificios a los lados de la cabeza (en algunas especies asimétricos) y no lo que a veces pueden parecer orejas y son penachos de plumas. “Entre lo más sorprendente del oído de los búhos está que, a diferencia del nuestro, no envejece, regeneran las células pilosas: se ha demostrado que una vieja lechuza oye igual que las jóvenes”. Eso abre un interesante campo de investigación aplicable a la pérdida de audición en humanos. Los ojos, situados al frente y no a los lados como otros pájaros, son asimismo excepcionales en los búhos, que tienen visión binocular. La penetrante mirada escudriñadora que te lanzan resulta de esos ojos. Es un mito que puedan hacer un círculo completo con la cabeza para observar, pero sí rotar tres cuartas partes, 270º, tres veces la flexibilidad de torsión que tenemos los humanos. 

La lechuza común resulta una cazadora implacable gracias a su vuelo limpio y silencioso.
La lechuza común resulta una cazadora implacable gracias a su vuelo limpio y silencioso. MARIO CEA

Entre las páginas más apasionantes de La sabiduría de los búhos están las que Ackerman dedica a la capacidad de vuelo silencioso de la mayoría de las especies. “El vuelo furtivo de un búho es una proeza de sigilo biomecánico”, apunta la naturalista. “El plumaje y la estructura de las alas es lo que los vuelve tan silenciosos”.

¿Descienden los búhos de dinosaurios nocturnos? “Todas las aves son de hecho dinosaurios evolucionados de pequeños carnívoros manirraptores. Pero la adaptación nocturna llegó después, tras la desaparición de los dinosaurios no avianos. Fueron aves que se especializaron en cazar a los pequeños mamíferos por la noche”. ¿La aprensión hacia los búhos viene de la memoria genética de cuando cazaban a nuestros antepasados? “Es interesante, y me encanta la idea, aunque creo que el miedo viene de la asociación de los búhos con los espíritus y la muerte por su naturaleza nocturna y predatoria, sus voces extrañas, y su forma de aparecer y desaparecer repentinamente. Todo en su aspecto y comportamiento les da a los búhos un carácter sobrenatural. En la India, por ejemplo, hemos visto que se encuentran muchos en los cementerios, porque les gustan los lugares abandonados, claro, y también porque ahí se concentran cantidad de roedores atraídos por las ofrendas en alimentos”. Curiosamente, pese a la fama de siniestros, los búhos no son peligrosos. “Es verdad, pero se trata de un miedo instintivo y no aprendido. Se les teme y se les mata en países como Zambia, Belize, Brasil o Nepal. Es un miedo muy profundo, y hay proyectos de conservación que pasan por erradicar esas aversiones irracionales y los falsos conceptos que llevan a detestar culturalmente a los búhos. De todas formas, no hay que desdeñar el daño que te pueden hacer grandes rapaces nocturnas si te metes con sus nidos como el búho europeo, el pescador o el nival. Conozco a muchos investigadores que presentan cicatrices que lo atestiguan”. 
El buho 'Filya' y la azor 'Alpha', junto a dos cetreros en el recinto del Kremlin.


 El buho 'Filya' y la azor 'Alpha', junto a dos cetreros en el recinto del Kremlin. AFP

Desde el punto de vista gastronómico, señala Ackerman, los búhos son en su mayoría generalistas que se alimentan de todo tipo de animales (sobre todo roedores), incluidos otros búhos más pequeños. Recientemente se ha descubierto que no desdeñan la carroña y se ha visto a un búho nival alimentándose del cadáver de una ballena y a un búho pescador sobre el de un cocodrilo. Los mochuelos depredan los nidos de las aves canoras.

Si bien Ackerman va de la mano de la ciencia en su viaje al mundo de los búhos, lo característico en ella es que divulga con una sensibilidad y una implicación personal que la colocan en el campo de la escritura de la naturaleza, el nature writing: se puede encontrar en su libro frases tan evocadoras con respecto, por ejemplo, a los cárabos lapones como “el invierno en Manitoba no es un camino de rosas”; o que “las amenazadas lechuzas enmascaradas de Tasmania son sumamente reservadas”.

Un mochuelo común, rapaz nocturna del orden de los Strigiformes, en los alrededores de Madrid. 

Un mochuelo común, rapaz nocturna del orden de los Strigiformes, en los alrededores de Madrid.

Un mochuelo común, rapaz nocturna del orden de los Strigiformes, en los alrededores de Madrid. ALBERTO SOBRINO

¿Adónde volará ahora Ackerman? “Al nido, a casa, llevo mucho tiempo de viaje, he estado en Australia y Brasil, mi plan es volver a casa”. Le quedan los colibríes, por citar algo. “Lo pensé. Sin embargo, ya hay muy buenos libros sobre ellos. La verdad es que ya tengo preparado otro libro sobre pájaros, pero permíteme que me haga un poco la misteriosa, como un búho”. Vale, como “el búho que llega a través de la noche a posarse en las ramas negras del manzano, silencioso” (Mary Oliver, The owl who comes. El búho que viene).