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martes, 17 de noviembre de 2009
¿Por qué falla el capitalismo?
Hyman Minsky, el economista que vio venir el desplome aún veía otro problema en el horizonte: su repetición. El capitalismo, como la vida misma, era difícil, e incluso trágico. “No hay ninguna respuesta simple a los problemas de nuestro capitalismo”, escribió Minsky.
Desde que el sistema financiero mundial empezara a deshilacharse hace dos años, los distinguidos economistas se ven en apuros a la hora de explicar cómo, por decirlo con exactitud, la peor crisis financiera desde la Gran Depresión ha cogido en paños menores a su profesión entera.
Algunos comentaristas, han comenzado a hablar de la llegada del “momento Minsky”, y un número cada vez mayor de personas con acceso a información privilegiada incluso empiezan a advertir de la llegada de un “colapso Minsky.”
“Minsky” es el diminutivo de Hyman Minsky, un macroeconomista desconocido hasta la fecha que murió hace ya más de una década. Muchos economistas nunca habían oído hablar de él cuando estalló la crisis, y sigue siendo en gran medida una figura oscurecida en el gremio. Pero últimamente ha comenzado a emerger como el más aventajado pensador sobre los sucesos en desarrollo. Un economista a contracorriente en la conformidad de la Norteamérica de la posguerra, un experto en los campos de las finanzas y las crisis, entonces tan poco de moda, Minsky fue uno de los economistas que vio lo que se avecinaba. Predijo, hace decenios, casi con toda exactitud, el tipo de desplome que ha sacudido a la economía mundial recientemente.
La única persona que predijo la crisis también creía que el sistema financiero contenía las semillas de su propia destrucción. “La inestabilidad”, escribió, “es una imperfección inherente al capitalismo de la que éste no puede escapar.”
Puede que la visión de Minsky fuera sombría, pero él no era ningún fatalista: creía que era posible diseñar políticas que pudiesen atemperar los daños colaterales causados por las crisis financieras.
Los economistas han estado a menudo sujetos a poderosas ortodoxias. Esa ortodoxia, era conocida como “síntesis neoclásica.” La vieja creencia en un mercado libre que se autoregulaba y se estabilizaba a sí mismo había absorbido selectivamente algunas de las teorías de John Maynard Keynes, el gran economista de la década de los treinta que escribió extensivamente sobre cómo el capitalismo puede fracasar a la hora de mantener el pleno empleo.
Gracias a Keynes, algunos ahora reconocían que el gobierno podía, bajo ciertas circunstancias, jugar un papel central en la economía –y en el empleo– para mantener la estabilidad del sistema.
Pero Minsky estaba cortado por otro patrón. Mientras que la mayoría de economistas se pasaron los años cincuenta y sesenta estudiando penosamente modelos matemáticos, Minsky hizo una investigación sobre la pobreza, algo que difícilmente puede considerarse el no va más para los economistas. Así que mientras sus colegas de universidad iban ganando premios Nobel y escalando posiciones en la Academia, Minsky palidecía. Fue sin rumbo de trabajo en trabajo, de Brown a Berkeley, y de ahí a la Universidad de Washington. Aún peor: muchos economistas ni siquiera conocían su obra. También empezó a formular una pregunta simple e inquietante: “¿"Eso" podría volver a ocurrir?”, donde “eso” era, lo innombrable: la Gran Depresión.
Aunque Keynes nunca lo afirmó explícitamente, Minsky sostuvo que toda la obra de Keynes conducía a la conclusión de que el capitalismo era por su misma naturaleza inestable y propenso a su desplome.
Podía ir dando bandazos por un acantilado. Este análisis llevaba la marca de su consejero Joseph Schumpeter, el reputado economista austríaco hoy famoso por documentar el incesante proceso de “destrucción creativa” del capitalismo. Pero Minsky se pasó más tiempo pensando en la destrucción que en la creación. Al hacerlo, formuló una intrigante teoría: no sólo el capitalismo era propenso al desplome, escribió, sino que precisamente eran sus períodos de estabilidad económica los que allanaban el camino a crisis monumentales. Minsky llamó a esta idea “la hipótesis de la inestabilidad financiera.”
En el despuntar de una depresión, observó, las instituciones financieras son extraordinariamente conservadoras, como lo son los negocios. Con los prestatarios y prestamistas alimentando la economía con sus acuerdos de alto riesgo, las cosas marchan con suavidad: los préstamos se pagan casi siempre a tiempo, los negocios tienen por lo general éxito y a todo el mundo le va bien. Este éxito, empero, inevitablemente anima a los prestatarios y a los prestamistas a arriesgarse más con la razonable esperanza de conseguir más dinero. Como observó Minsky, “el éxito alimenta el rechazo a la posibilidad de un fracaso.”
Cuando la gente olvida que el fracaso es una posibilidad, una “economía eufórica” se desarrolla finalmente, alimentada por el crecimiento de prestatarios que emprenden riesgos -lo que denominó prestatarios especuladores, cuyos ingresos cubrirían los intereses pero no las deudas principales; y aquellos a quienes denominó “prestatarios Ponzi”, que ni siquiera cubrirían los intereses y sólo podrían pagar sus facturas pidiendo nuevos préstamos. A medida que los miembros de estas últimas categorías creciesen, la economía general se desplazaría de un ambiente conservador pero rentable a un sistema mucho más irresponsable dominado por agentes cuya supervivencia no depende solamente de planes empresariales sólidos, sino del dinero prestado y de créditos a libre disposición.[Que es exactamente lo que ha ocurrido].
Una vez desarrollada una economía como ésta, cualquier pánico podría hacer que se fuera a pique al mercado. El fracaso de una sola empresa, por ejemplo, o la revelación de un fraude asombroso podrían disparar el miedo y un repentino y generalizado intento de la economía por liberarse de la deuda. Este hito -que más tarde recibiría el nombre de “momento Minsky”- crearía un ambiente profundamente inhóspito para todos los prestatarios. Los especuladores y prestatarios Ponzi serían los primeros en venirse abajo, a medida que pierden acceso al crédito que necesitan para sobrevivir. Incluso los agentes más estables pueden encontrarse en la situación de no ser capaces de afrontar sus deudas sin vender sus activos. Esta venta de activos forzada haría entrar el valor de los mismos en una espiral descendente e inevitablemente el agrietado edificio financiero empezaría a venirse abajo. Los negocios se tambalearían y la crisis se extendería a la economía “real” dependiente del sistema financiero ahora en desplome.
Desde los sesenta en adelante Minsky trabajó en esta hipótesis.
La mayor parte de lo que dijo fue a caer en oídos sordos. El fundamentalismo de libre mercado echó raíces: el gobierno era el problema, no la solución. La posibilidad de que “eso” ocurriese de nuevo parecía una broma.
Y a pesar de todo, en este período el sistema financiero -no la economía, sino las finanzas como industria- estaba creciendo a pasos agigantados. Minsky se pasó los últimos años de su vida, a principios de los noventa, advirtiendo de los peligros de la titulización y otras formas de innovación financiera, pero pocos economistas le escucharon. Tampoco prestaron atención a la creciente dependencia de los consumidores y empresas de la deuda, y el empleo creciente del apalancamiento en el sistema financiero.
Después de décadas, habíamos olvidado de verdad el significado de la palabra riesgo. Cuando empresas financieras de varios pisos de altura empezaron a derrumbarse, enviando señales a través de la economía “real”, sus predicciones comenzaron a parecerse mucho a un mapa de carreteras.
Ahora Minsky hace furor. Hace un año un influyente columnista del Financial Times le confió a sus lectores que la relectura de la “obra maestra” de Minsky de 1986 -Stabilizing and Unstable Economy (Estabilizando una economía inestable)- “me había ayudado a aclarar mis ideas respecto a la crisis.” Otros se unieron al coro sin tardanza. A principios de este año, dos pesos pesados de la economía –Paul Krugman y Brad DeLond– se quitaron el sombrero ante él en foros públicos. Es más, el ganador del premio Nobel Paul Krugman tituló una de sus conferencias en la London School of Economics “The Night They Re-read Minsky.” (La noche en que releyeron a Minsky).
¿Ahora qué? Para evitar que el momento Minsky se convirtiese en una calamidad nacional, parte de su solución (que era compartida por otros economistas) era que la Reserva Federal -que él gustaba en llamar “Big Bank”- se adentrase en la brecha y actuase como prestamista en última instancia para las empresas bajo asedio. Inyectando liquidez a las empresas en zozobra, la Reserva Federal podría romper el ciclo y estabilizar el sistema financiero.
La otra solución de Minsky, no obstante, era considerablemente más radical y políticamente un sapo difícil de tragar. La táctica favorita de sacar a la economía de la crisis estaba –y está– basada en la noción keynesiana de “bombear el inflador” (priming the pump) enviando dinero para emplear a grandes masas de mano de obra cualificada y sindicada en la construcción de una línea de ferrocarril, por ejemplo.
Minsky, sin embargo, defendió un acercamiento del tipo “burbuja”, que enviase primero dinero a los pobres y los obreros no cualificados. El gobierno –o como él prefería llamarlo, el “Gran gobierno”– debería convertirse en “última instancia en el empleador”, dijo, ofreciendo trabajo a cualquiera que quisiera ejercer uno a partir de un salario mínimo.
Disponibles para todos, sería incluso más ambicioso que el New Deal, reduciendo considerablemente las cuentas del estado de bienestar al garantizar un empleo para cualquiera que fuese capaz de trabajar. Un programa como éste no sólo ayudaría, según él creía, a los pobres y a los trabajadores no cualificados, sino que también pondría una red de seguridad debajo del salario de todos los demás, previniendo que los salarios de los trabajadores más cualificados cayese precipitadamente, y enviando los beneficios a lo largo de toda la escalera socioeconómica.
Parece que puede afirmarse con seguridad que incluso los responsables políticos más liberales (En el sentido americano, más progresistas) están muy lejos de pensar un papel para el gobierno americano tan expansivo. Un caro programa de pleno empleo estaría demasiado cerca del socialismo como para que fuese cómodo para los políticos...
Resumen del texto escrito por Stephen Mihm, profesor de historia en la Universidad de Georgia y autor de A Nation of Counterfeiters (Una nación de falsificadores), Harvard, 2007. Traducción para www.sinpermiso.info: Àngel Ferrero Fuente: seguir aquí.
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