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sábado, 7 de diciembre de 2019

El hombre que predijo la Alemania nazi.

En 1919, John Maynard Keynes previó el caos que seguiría al tratado de paz de Versalles.

John Maynard Keynes, with his wife, Lydia Lopokova, in the 1920s, as some of the baleful results he warned of in “The Economic Consequences of the Peace” were playing out.
 John Maynard Keynes, con su esposa, Lydia Lopokova, en la década de 1920, mientras se desarrollaban algunos de los resultados desalentadores que advirtió en "Las consecuencias económicas de la paz". Crédito ... Bettmann / Getty Images.  Por Jonathan Kirshner

El Dr. Kirshner es profesor de ciencias políticas en el Boston College.

7 de diciembre de 2019

El 8 de diciembre de 1919, Macmillan Press publicó un libro de un funcionario del Tesoro británico relativamente oscuro que había renunciado al gobierno en protesta por el tratado de Versalles que llevó a su conclusión el trauma de la época de la Primera Guerra Mundial.

El pequeño tratado, escribió el funcionario, buscaba explicar "los motivos de su objeción al tratado, o más bien a toda la política de la conferencia hacia los problemas económicos de Europa". Una impresión conservadora de 5.000 copias parecía adecuada para la disidencia de un tecnócrata , que presentaba pasajes meticulosamente detallados que analizaban la historia y las perspectivas de cosas como los mercados de producción y exportación de carbón de Alemania.

El libro, "Las consecuencias económicas de la paz", resultó ser un fenómeno. Rápidamente pasó por seis impresiones, se tradujo a una docena de idiomas, vendió más de 100,000 copias y le dio fama mundial a su autor de 36 años, John Maynard Keynes.

Un erudito brillante e infatigable, intelectual público, periodista, asesor gubernamental y defensor de las artes, Keynes estaría en el centro de las cosas por el resto de su vida. La revolución keynesiana reinventó la economía en la década de 1930 y continúa dando forma al campo en la actualidad. Keynes, nuevamente representando al Tesoro británico durante la Segunda Guerra Mundial, fue el principal arquitecto intelectual del orden internacional de la posguerra. Pero comenzó su carrera en la disidencia.

"Consecuencias económicas" está escrita majestuosamente: Keynes estaba cerca de la cohorte iconoclasta de artistas y escritores Bloomsbury, y sus representaciones incisivas y sinceras de los pacificadores (Georges Clemenceau, David Lloyd George y Woodrow Wilson) reflejaron la influencia sin límites de El recientemente celebrado "eminentes victorianos" de Lytton Strachey también fue muy controvertido por sus evaluaciones de la capacidad de Alemania para pagar las reparaciones exigidas por las victoriosas potencias aliadas.

Keynes luego describiría esos eventos en uno de sus mejores ensayos de larga duración, "Dr. Melchor: un enemigo derrotado ”, que leyó por primera vez en dos reuniones en la intimidad del Memoir Club de Cambridge y los amigos de Bloomsbury. Virginia Woolf regresó a casa de la segunda reunión y escribió una nota efusiva cantando sus alabanzas literarias; fue una de las dos obras brillantes ("My Early Beliefs" fue la otra) que Keynes solicitó que se publicara a título póstumo.

Su escenario tiene una calidad cinematográfica:
Un momento después nos llamaron a nuestro salón, ya que se anunciaron los financieros alemanes. El vagón del ferrocarril era pequeño, y tanto nosotros como ellos éramos numerosos. ¿Cómo nos comportaríamos? ¿Debemos darle la mano? Nos aplastamos juntos en un extremo del carruaje con una pequeña mesa de puente entre nosotros y el enemigo. Se presionaron contra el carruaje, inclinándose rígidamente. También nos inclinamos rígidamente, porque algunos de nosotros nunca antes nos habíamos inclinado. Hicimos un movimiento nervioso como para estrechar la mano y luego no lo hicimos. Les pregunté, en una voz que pretendía ser agradable, si todos hablaban inglés.

Con un poco de improvisación inspirada en el canal posterior, Keynes llevó estas negociaciones modestas y preliminares a una conclusión exitosa. Sin embargo, el proceso de paz más amplio fue una catástrofe, y Keynes tenía un asiento de primera fila.

Como describió el historiador Eric Weitz, los representantes alemanes reaccionaron "con asombro incrédulo" ante los términos que se les presentaron; Cuando los detalles se hicieron públicos en casa, la reacción fue de conmoción e ira. Las dos partes se habían desangrado mutuamente durante la guerra, luchando hasta llegar a un punto muerto hasta que la entrada tardía de los lejanos Estados Unidos inclinó decisivamente el equilibrio de poder. Alemania, sin tropas extranjeras en su territorio, imaginó que estaba negociando la parte negociadora del perdedor de una paz negociada, sin someterse a lo que equivalía a una rendición incondicional: colonias despojadas, territorio perdido, marina hundida, ejército disuelto, reparaciones impuestas.

Keynes, como escribiría en "Consecuencias económicas" y enfatizaría repetidamente a raíz de su publicación, estaba preocupado "no por la justicia del tratado", sino por su "sabiduría y sus consecuencias". Detrás de escena, luchó para un enfoque más clarividente.

Un parpadeo en abril vio la esperanza de que su "gran esquema" pudiera ser aceptado: reparaciones modestas (con la parte de Gran Bretaña cedida a otras víctimas de la agresión alemana), cancelación de todas las deudas de guerra entre aliados (Estados Unidos soportaría la mayor parte de esa carga) , el establecimiento de una zona de libre comercio europea (para evitar el caos probable en el comercio internacional del confuso mosaico de nuevas naciones emergentes en el este), y un nuevo préstamo internacional para cuidar el continente a través de un difícil período de desequilibrio económico.

Esto rayaba en la ingenuidad política: los estadounidenses no se separarían fácilmente de su dinero, ni los franceses con su venganza. Y en las elecciones de 1918, los políticos británicos habían prometido (si bien fatuamente) responsabilizar a Alemania por el costo total de la guerra, y uno prometía exprimir al país como un limón "hasta que las pepitas chirrían".

Pero para Keynes, las apuestas eran tan altas como para exigir el esfuerzo. Los historiadores se han centrado en su propuesta de reparaciones ligeras, pero en este momento estaba aún más ejercitado sobre el tema de las deudas entre aliados. Esas obligaciones, escribió en un informe interno del Tesoro, eran "una amenaza para la estabilidad financiera en todas partes", imponían una "carga aplastante" y serían "una fuente constante de fricción internacional". Un orden financiero internacional que era poco más que un una maraña de deudas y reparaciones difícilmente podría "durar un día".

El 14 de mayo de 1919, le envió una nota de angustia a su madre, informándole sobre sus planes de renunciar, pero aguantó, "muy enfermo de lo que sucede", durante tres semanas más. Presentó su carta formal de renuncia al primer ministro Lloyd George el 5 de junio, regresó a su casa para lamer sus heridas y luego canalizó sus pasiones para escribir "Consecuencias económicas".

El 8 de diciembre de 1919, Macmillan Press publicó un libro de un funcionario del Tesoro británico relativamente oscuro que había renunciado al gobierno en protesta por el tratado de Versalles que llevó a su conclusión el trauma de la época de la Primera Guerra Mundial.

El pequeño tratado, escribió el funcionario, buscaba explicar "los motivos de su objeción al tratado, o más bien a toda la política de la conferencia hacia los problemas económicos de Europa". Una impresión conservadora de 5.000 copias parecía adecuada para la disidencia de un tecnócrata , que presentaba pasajes meticulosamente detallados que analizaban la historia y las perspectivas de cosas como los mercados de producción y exportación de carbón de Alemania.

El libro, "Las consecuencias económicas de la paz", resultó ser un fenómeno. Rápidamente pasó por seis impresiones, se tradujo a una docena de idiomas, vendió más de 100,000 copias y le dio fama mundial a su autor de 36 años, John Maynard Keynes.

Un erudito brillante e infatigable, intelectual público, periodista, asesor gubernamental y defensor de las artes, Keynes estaría en el centro de las cosas por el resto de su vida. La revolución keynesiana reinventó la economía en la década de 1930 y continúa dando forma al campo en la actualidad. Keynes, nuevamente representando al Tesoro británico durante la Segunda Guerra Mundial, fue el principal arquitecto intelectual del orden internacional de la posguerra. Pero comenzó su carrera en la disidencia.

El libro de Keynes es esencialmente correcto con respecto a sus argumentos más importantes. Pero fue, y sigue siendo hoy, en gran parte mal entendido. Las contribuciones duraderas del libro no se encuentran en la primera cláusula disidente de Keynes (su "objeción al tratado"), sino en la segunda, sobre "los problemas económicos de Europa". Keynes estaba haciendo sonar una alarma sobre la fragilidad del Orden europeo.

https://www.nytimes.com/2019/12/07/opinion/keynes-economic-consequences-peace.html?action=click&module=Opinion&pgtype=Homepage

martes, 4 de diciembre de 2018

_- El oscuro camino del neoliberalismo hacia el fascismo

_- El neoliberalismo como teoría económica siempre fue un absurdo. Tenía tanta validez como otras ideologías dominantes del pasado, véase el derecho divino de los reyes o la creencia del fascismo en el Übermensch (Superhombre). Ninguna de sus esperanzadoras promesas eran ni remotamente posibles. Concentrar la riqueza en manos de una élite oligárquica global (ocho familias tienen ahora tanta riqueza como el 50% de la población mundial), y demoler a la vez los controles y las regulaciones gubernamentales no podía sino conducir inexorablemente a la desigualdad de ingresos, a la creación de monopolios, al extremismo político y a la destrucción de la democracia. No hace falta ir a las 577 páginas de “El capital en el siglo XXI” de Thomas Piketty para darse cuenta de esto. Pero la racionalidad económica nunca fue el asunto. El asunto era la restauración del poder de clase.

Como ideología dominante, el neoliberalismo tuvo un éxito brillante. A partir de la década de 1970, los principales críticos keynesianos fueron expulsados ​​de la academia, las instituciones estatales, organizaciones financieras como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, así como de los medios de comunicación. Cortesanos e intelectuales petulantes que cumplían con los requisitos, léase por ejemplo Milton Friedman, fueron formados en lugares como la Universidad de Chicago y recibieron plataformas prominentes y lujosos fondos corporativos. Difundieron el mantra oficial de teorías económicas desacreditadas y marginales que popularizaron Friedrich Hayek y la escritora de tercera categoría Ayn Rand. Y en cuanto nos arrodilláramos ante los dictados del mercado y se levantaran las regulaciones gubernamentales, se recortaran los impuestos a los ricos, se permitiese el flujo de dinero a través de las fronteras, se destruyeran los sindicatos y se firmaran acuerdos comerciales que enviaban puestos de trabajo a las explotaciones en China, el mundo sería un lugar más feliz, libre y rico. Fue una estafa. Pero funcionó.

“Es importante reconocer los orígenes de clase de este proyecto, gestado en la década de 1970 cuando la clase capitalista se encontraba en problemas, los trabajadores estaban bien organizados y tenían la capacidad de hacer retroceder a los empresarios”, me dijo David Harvey, autor de “Una Breve historia del neoliberalismo “, en una conversación que tuvimos en Nueva York. “Como cualquier clase dominante, necesitaban ideas dominantes. Por lo tanto, las ideas dominantes fueron que la libertad de mercado, la privatización, el espíritu empresarial, la libertad individual y todo lo demás deberían ser las ideas dominantes de un nuevo orden social, y ese fue el orden que se implementó en los años 80 y 90″.

“Como proyecto político, fue muy inteligente”, dijo. “Obtuvo un gran consenso popular porque hablaba de la libertad individual y de la libertad de elección. Pero en realidad se refería a la de mercado, principalmente. El proyecto neoliberal dijo a la generación del 68, “Ok, ¿quieres ser libre y tener libertad?” De eso trataba el movimiento estudiantil. “Te lo daremos, pero será la libertad del mercado. La otra cosa que buscas es la justicia social, olvídalo. Te vamos a dar la libertad individual, olvídate de la justicia social. No te organices”. El intento fue desmantelar esas instituciones, que no eran otras sino las instituciones colectivas de la clase trabajadora, particularmente los sindicatos y poco a poco los partidos políticos que representaban algún tipo de preocupación por el bienestar de las masas.

“Lo mejor de la libertad de mercado es que parece ser igualitaria, pero no hay nada más desigual que el trato igualitario de los desiguales”, continuó Harvey. “Promete la igualdad de trato, pero si eres extremadamente rico, significa que puedes hacerte más rico. Si eres muy pobre, es más probable que te empobrezcas. Lo que Marx mostró brillantemente en el volumen uno de ‘El Capital’ es que la libertad de mercado produce niveles cada vez mayores de desigualdad social”.

La difusión de la ideología del neoliberalismo fue organizada por la clase capitalista. Las élites capitalistas financiaron organizaciones como Business Roundtable y la Cámara de Comercio y think tanks como “The Heritage Foundation” para vender el producto al gran público. Ellos financiaron a las universidades con donaciones, siempre y cuando las universidades pagaran y contribuyeran con su lealtad a la nueva ideología dominante. Utilizaron su influencia y riqueza, así como sus plataformas de medios de comunicación, para transformar a la prensa en su portavocía. Y silenciaron a los herejes o les hicieron difícil encontrar empleo. El aumento del valor de las acciones bursátiles en lugar del aumento de la producción se convirtió en la nueva medida de la economía. Todo y todos fueron financiarizados y mercantilizados.

“El valor se fija por cualquier precio que se concrete en el mercado”, dijo Harvey. “Entonces, Hillary Clinton es muy valiosa porque dio una conferencia a Goldman Sachs por 250.000 dólares. Si doy una conferencia a un grupo pequeño en el centro de la ciudad y obtengo 50 dólares por ella, obviamente ella vale mucho más que yo. La valoración de una persona, de su contenido, se infiere de lo que puede obtener de ello en el mercado”.

“Esa es la filosofía que se encuentra detrás del neoliberalismo”, continuó. “Tenemos que poner precio a todas las cosas, aun cuando algunas de ellas no deberían ser consideradas como tales y tratadas como productos básicos. Por ejemplo, el cuidado de la salud, en el mismo momento en que se convierte en una mercancía. La vivienda para todos es otro ejemplo. Y la educación. Por lo tanto, los estudiantes tienen que pedir prestado dinero para obtener la educación que les permita obtener un empleo en el futuro. Esta es la estafa. Básicamente dice que si te comportas como un empresario, si sales ahí afuera y te entrenas, obtendrás tus justas recompensas. Pero si no las obtienes, es porque no te entrenaste bien. O porque tomaste un camino equivocado. Porque te dedicaste a estudiar filosofía o a leer a los clásicos en lugar de inscribirte en un curso de habilidades autopersonales de gestión”.

La estafa del neoliberalismo es a día de hoy ampliamente comprendida en casi todo el espectro político. Es cada vez más difícil ocultar su naturaleza depredadora, incluida sus enormes exigencias de cuantiosos subsidios públicos (Amazon, por ejemplo, solicitó y recibió beneficios fiscales multimillonarios de Nueva York y Virginia para establecer centros de distribución en esos estados). Esto ha obligado a las élites gobernantes a establecer alianzas con demagogos de derechas que utilizan las crudas tácticas del racismo, la islamofobia, la homofobia, la intolerancia y la misoginia para canalizar la creciente rabia y frustración de la sociedad lejos de las élites, canalizándola hacia los vulnerables. Estos demagogos aceleran el saqueo de las élites globales y, al mismo tiempo, prometen proteger a los trabajadores y trabajadoras. La administración de Donald Trump, por ejemplo, ha abolido numerosas regulaciones, desde las emisiones de gases de efecto invernadero hasta la neutralidad de la red, y ha recortado los impuestos a las personas y corporaciones más ricas, impidiendo el ingreso público de 1.500 millones de dólares durante la próxima década. Todo esto estableciendo al mismo tiempo un lenguaje autoritario y otras formas de control.

El neoliberalismo genera poca riqueza. Más bien, la redistribuye hacia arriba hacia las manos de las élites gobernantes. Harvey llama a esto “acumulación por desposesión”.

“La lógica principal de la acumulación por desposesión se basa en la idea de que cuando las personas se quedan sin la capacidad de fabricar cosas o prestar servicios, siga siendo posible establecer un sistema que extraiga su riqueza restante”, dijo Harvey. “Esa extracción se convierte entonces en el centro de sus actividades. Una de las formas en que puede ocurrir esa extracción es creando nuevos mercados de productos básicos donde antes no existían. Por ejemplo, cuando era más joven, la educación superior en Europa era esencialmente un bien público. Cada vez más -este y otros servicios- se han convertido en una actividad privada. Servicios de salud. Muchas de estas áreas que usted consideraría que no son productos comerciales en el sentido ordinario se convierten en tales tipos de productos. La vivienda para la población de bajos ingresos a menudo era vista como una obligación social. Ahora todo tiene que pasar por el mercado.

“Cuando era niño, el agua en Gran Bretaña se proporcionaba como bien público”, dijo Harvey. “Al cabo de un tiempo, por supuesto, se privatizó. Comienzas a pagar los gastos de agua. Han privatizado el transporte (en Gran Bretaña). El sistema de autobuses es caótico. Existen todas esas compañías privadas corriendo de aquí para allá, en todas partes. No hay manera de encontrar un sistema que necesites realmente. Lo mismo sucede con los ferrocarriles. Pero una de las cosas que suceden en este momento en Gran Bretaña es interesante: el Partido Laborista dice: ‘Vamos a tomar todo eso de nuevo en propiedad pública porque la privatización es totalmente insana y tiene consecuencias insanas y no está funcionando bien en absoluto’. La mayoría de la población ahora está de acuerdo con esto”.

Bajo el neoliberalismo, el proceso de “acumulación por desposesión” está acompañado por la financiarización.

“La desregulación permitió que el sistema financiero se convirtiera en uno de los principales centros de actividad redistributiva a través de la especulación, la depredación, el fraude y el robo”, escribe Harvey en su libro, tal vez el mejor y más conciso relato de la historia del neoliberalismo. “La promoción de acciones cotizadas, los esquemas de Ponzi, la destrucción estructurada de activos a través de la inflación, la desmantelación de activos a través de fusiones y adquisiciones, la exponencial elevación de los niveles de deuda tal que reducen poblaciones enteras incluso en los países capitalistas avanzados al peonaje de la deuda. Por no decir nada del fraude corporativo, la devaluación de activos, el ataque a los fondos de pensiones, su aniquilación por la inducción de colapsos corporativos a través de la manipulación de créditos y acciones, en todo esto se ha convertido el sistema financiero capitalista”.

El neoliberalismo, blandiendo su tremendo poder financiero, es capaz de diseñar crisis económicas para deteriorar el valor de los activos y luego aprovecharse de ellos.

“Una de las maneras en que se puede crear una crisis es cortando el flujo de crédito“, dijo. “Esto se hizo en el este y sureste de Asia en 1997 y 1998. De repente, la liquidez se agotó. Las principales instituciones no prestaban dinero. Había habido un gran flujo de capital extranjero en Indonesia. Cerraron el grifo. El capital extranjero fluyó hacia afuera. Lo cerraron en parte porque una vez que todas las empresas se declararon en bancarrota, podían pasar a ser compradas con grandes descuentos. Vimos lo mismo durante la crisis de la vivienda aquí (en los Estados Unidos). Las ejecuciones hipotecarias posibilitaron posteriores recompras de pisos a precios muchísimo más baratos. Es cuando entra Blackstone, compra todas las viviendas y pasa a convertirse en el propietario más grande de todos los Estados Unidos. Tiene 200.000 propiedades o algo así. Ahora se encuentra esperando que el mercado gire. Cuando el mercado gire, que lo hará brevemente, entonces podrá vender o alquilar y cometer el crimen. Blackstone ha conseguido el pelotazo del siglo gracias a las ejecuciones hipotecarias a partir de las que todo el mundo perdió. En esencia se trata de una transferencia masiva de riqueza“.

Harvey advierte que la libertad individual y la justicia social no son necesariamente compatibles. La justicia social, escribe, requiere solidaridad social y “la voluntad de sumergir los deseos, las necesidades y los deseos individuales en la causa de una lucha más general como, por ejemplo, la igualdad social y la justicia ambiental”. La retórica neoliberal, con su énfasis en las libertades individuales, puede efectivamente “separar el libertarismo, las identidades políticas, el multiculturalismo y, finalmente, hacer oscilar hacia el consumismo narcisista a las fuerzas sociales que persiguen la justicia social a través de la conquista del poder estatal”.

El economista Karl Polanyi entendió que hay dos tipos de libertades. Existen las malas libertades para explotar a quienes nos rodean, obteniendo así enormes ganancias sin tener en cuenta el bien común, incluido lo que se hace con el ecosistema y las instituciones democráticas. Estas malas libertades hacen que las corporaciones monopolicen las tecnologías y los avances científicos para obtener enormes ganancias, incluso cuando, como sucede con la industria farmacéutica, un monopolio implique que las vidas de quienes no pueden pagar precios exorbitantes sean puestas en peligro. Las buenas libertades -la libertad de conciencia, la libertad de expresión, la libertad de reunión, la libertad de asociación, la libertad de elegir el trabajo- se extinguen finalmente por la primacía de las malas libertades.

“La planificación y la regulación están siendo atacadas como si implicasen una negación de la libertad”, escribió Polanyi. “La libertad de empresa y la propiedad privada se asocian con las esencias finales de la libertad. Se dice que ninguna sociedad construida sobre otras bases merece ser llamada libre. La libertad que la regulación ofrece es denunciada como falta de libertad; La justicia, la libertad y el bienestar que posibilita la regulación se asocia a la esclavitud”.

El concepto de la libertad degenera así en una mera defensa de la libertad de empresa, que significa “plenitud de libertad para aquellos cuyos ingresos, ocio y seguridad no necesitan ser mejorados, y una simple miseria de libertad para las personas, que en vano pueden intentar ‘hacer uso de sus derechos democráticos para obtener refugio del poder de los dueños de propiedades’, escribe Harvey, citando a Polanyi. “Pero si, como siempre es el caso, ‘no es posible una sociedad en la que el poder y la coerción estén ausentes, ni un mundo en el que la fuerza no tenga ninguna función’, entonces la única forma en que esta liberal visión utópica podría sostenerse es por la fuerza, la violencia y el autoritarismo. El utopismo liberal o neoliberal está condenado, en opinión de Polanyi, a derivar en el autoritarismo, e incluso en el fascismo absoluto. Las buenas libertades se pierden, las malas prosperan”.

El neoliberalismo transforma la libertad de la mayoría en la libertad de unos pocos. Su resultado lógico es el neofascismo. El neofascismo suprime las libertades civiles en nombre de la seguridad nacional y califica a grupos enteros de la sociedad como traidores y enemigos del pueblo. Es el instrumento militarizado utilizado por las élites gobernantes para mantener el control, dividir y desgarrar a la sociedad y acelerar aún más el saqueo y la desigualdad social. La ideología dominante, ya nunca más creíble, está mutando en abuso y totalitarismo.

* Artículo de Chris Hedges publicado originalmente en inglés en Truthdig
* Ilustración: Mr. Fish

lunes, 23 de abril de 2018

Chistes sobre economistas

"¿Por qué los tiburones no atacan a los economistas?" Respuesta: "Cortesía profesional".

Esta breve muestra de humor mordaz es sólo un ejemplo de la cantidad de bromas que se pueden hacer a costa de una profesión con fama de seria y engorrosa, la de los economistas.

En "El chiste y su relación con el inconsciente", Sigmund Freud decía que los chistes, además de hacer reír, revelan verdades ocultas de la vida social.

Y los economistas no son ajenos a esta dinámica del humor que tiene un mensaje detrás.

Veamos: si alguien cuenta que "le pedí su número de teléfono a un economista ... y me dio una estimación" el chiste reside en que el único teléfono que no tiene un número preciso es, paradójicamente, el del supuesto "experto en números": el economista.

Como un eco, el "estimado" telefónico refleja los vicios típicos de una praxis profesional que construye afirmaciones categóricas… con cálculos aproximados.

Los cinco chistes a continuación revelan distintos aspectos de este arte. BBC Mundo se los cuenta.

1 - Los economistas crearon "el Kamasutra económico" pero ¿saben algo de economía real?

Los economistas explican qué va a pasar con los salarios, los mercados, el precio del petróleo, del mercado inmobiliario o la inflación.

Sigmund Freud
Freud decía que los chistes, además de hacer reír, revelan verdades ocultas de la vida social. Tanto en el Estado como en el sector privado, proporcionan el sustento "discursivo-racional" de las medidas económicas que adoptará un gobierno o una compañía.

Tienen el "Kamasutra económico" más amplio del mundo con respuestas para todos los gustos e inclinaciones, pero ¿saben realmente algo de la economía real?

Toda esa jerga esotérica, docta e impenetrable, ¿les sirve para hacer funcionar con éxito una fábrica o realizar un negocio? ¿Se encargaron alguna vez de la producción, venta o distribución de algo más tangible que sus propias teorías?

Muchos contestarán con un tajante "no" a las respuesta de arriba. El chiste, por el momento, sólo arroja un manto de duda.

2 - Los economistas han previsto 9 de las últimas 5 recesiones.

Uno de los flancos más frágiles de los economistas es la predicción, rasgo que diferencia a las ciencias duras de las sociales.

Hasta nuevo aviso, uno espera que toda piedra que se suelte en el aire caiga sobre la Tierra por obra y gracia de la gravitación. Pero no ocurre lo mismo con la economía.

Risas
Es fácil reírse de los economistas, dice Justo.
De 134 crisis y recesiones en el mundo en desarrollo entre 1991 y 2001, el Fondo Monetario Internacional (FMI) sólo predijo 15.

La lista de fallos predictivos de economistas es tan legendaria como la de los pronósticos meteorológicos.

De ahí las numerosas bromas que hay al respecto, como: "un economista es un experto que sabrá mañana por qué las cosas que predijo ayer no sucedieron hoy".

Según el académico estadounidense Philippe Tetlock, que estudió los pronósticos de unos 284 economistas durante 20 años, sus posibilidades de acierto son similares a los que tiene un chimpancé de ganar en un juego de dardos.

3 - ¿Cuántos economistas de Chicago hacen falta para cambiar una bombilla?
Respuesta: Ninguno. Si se necesita cambiar la bombilla, el mercado se encargará de hacerlo.

En los años 80, el "mercado" se convirtió en una varita mágica que explicaba todo fenómeno económico con la precisión de un termostato que controla la temperatura mediante un infalible mecanismo de autorregulación.

En cualquier explicación periodística se lee como verdad revelada que el aumento o la disminución de precios y salarios, la recesión y un larguísimo etcétera de fenómenos se explican por la interacción de la oferta y la demanda gracias a la "mano invisible" del mercado.

Es como si no se necesitara ninguna acción humana, como si nadie decidiera aumentar los precios, como si las remarcaciones del costo de un producto no fueran parte de una compleja cadena en la que alguien (o un grupo) toma una decisión, da una orden que se ejecuta y tiene un impacto determinado: pagar más en el momento de la compra.

Yanis Varoufakis
El economista Yanis Varoufakis, nuevo ministro de Finanzas de Grecia, está en boca de todos. De ahí el problema que causa la bombilla.

Es obvio que la mano invisible del mercado no podrá cambiarla: convendrá intervenir nombrando a una "mano visible" para que se ocupe del asunto.

Dicho sea de paso, el chiste de la bombilla se ha aplicado a todos los economistas para comparar sus teorías: un trotskista diría que no se necesita cambiarla sino destruirla, mientras que un marxista -conforme a los principios de la dialéctica- respondería que la bombilla contiene en su interior las semillas de su propia destrucción.

4 - ¿Qué responden en una entrevista laboral un matemático, un estadístico y un economista cuando les preguntan cuánto es 2 + 2?

- El matemático no lo duda: "da 4 exactamente". El estadístico pondera: "en promedio, cuatro, con un margen de error del 2%". El economista acerca la silla al entrevistador y baja la voz a un susurro: "¿A qué desea usted que sea igual?"

La supuesta asepsia de los economistas amantes puros del conocimiento no es tal.

Muchos señalan que los economistas trabajan para hacer dinero y lo hacen amoldando sus teorías al "cliente": desde una empresa a un organismo internacional o un país.

Foro de Davos
La cumbre mundial de economistas del mundo se da en Davos. Más estrictamente hablando, es cierto que las fundaciones de pensamiento económico son financiadas por grupos empresariales o sindicales o políticos o quien sea que paga con un objetivo a la vista: producir hipótesis y estudios que se ajusten a su visión del mundo específica.

Los profesionales se encargan, en muchos casos, de proporcionan el discurso a medida.

De ahí un chiste en esta vena, pero un poco más lapidario: ¿Por qué los tiburones no atacan a los economistas? Respuesta: Cortesía profesional.

5 - ¿Por qué Cristóbal Colón fue el primer economista? Respuesta: Porque cuando dejó el Puerto de Palos para descubrir América ignoraba a dónde iba; cuando llegó, ignoraba dónde estaba y, además, lo hizo todo con una beca del Ministerio.

La economía está inmersa en la esencial incertidumbre de la vida social.

Las innovaciones tecnológicas, cambios políticos o institucionales, rebeliones y otros procesos de cambio son parte de esas variables impredecibles que cambian la sociedad y la economía.

Crisis subprime
Muchos culpan a los economistas por la crisis de las hiptecas sub-prime en EE.UU. Por caso: todavía estamos intentando cuantificar el impacto de internet en la actividad económica.

Y las hipotecas subprime en Estados Unidos fueron un negocio redondo justificado con modelos matemáticos que llevaron a una de las peores crisis de los últimos 100 años.

La ironía es que pasan los cambios y las crisis y los economistas siguen hablando con la misma suficiencia de siempre.

Igual que Cristóbal Colón que procuró convencer a todo el mundo que había llegado a algún lugar de Asia próximo a India.

Uno más
Y a modo de epílogo, un chiste extra… porque no podemos parar de contarlos:

¿Cuál es la primera ley de los economistas?: por cada economista existe un economista igual y opuesto. ¿Cuál es la segunda ley de los economistas?: ambos están equivocados.

Los cinco chistes previos apuntan al equívoco lugar que la economía ocupa en el conocimiento humano.

¿Hay alguna manera de demostrar fehacientemente que una teoría es correcta y otra no lo es? ¿Dónde está la verdad? ¿En la doctrina monetarista, la keynesiana, la marxista, la estructural…? ¿Equivale esto a decir que todo estudio de economistas es falso? ¿O que cualquiera puede ser verdadero?

Thomas Piketty
El autor francés Thomas Piketty es uno de los economistas más famosos del mundo. No. La clave es tratarlo como conocimiento "aproximado" y no como "verdad revelada".

Pero al mismo tiempo habría que admirar la escala y ambición de mediciones como el Producto Interno Bruto (PIB) que cuantifica toda la riqueza producida por una sociedad, es decir, por la interacción económica de millones de personas en determinado período de tiempo.

Y más allá de los chistes, nunca hay que olvidar las palabras de unos de los más brillantes economistas del siglo XX,

John Maynard Keynes:
"Las ideas de los economistas son mucho más poderosas de lo que generalmente se piensa. De hecho el mundo no está gobernado por otra cosa. La vida de las personas, que muchas veces creen que son independientes de lo que piensa esta disciplina, suele estar determinada por la teoría de algún fallecido economista".

BBC Mundo

martes, 10 de enero de 2017

El sistema se rompe. Michael Roberts. 31/12/2016


 En una nota de fin de año, el biógrafo de John Maynard Keynes, el economista Lord Robert Skidelsky (en la foto) escribe: "Seamos honestos: nadie sabe lo que está sucediendo en la economía mundial en la actualidad. La recuperación del colapso de 2008 ha sido inesperadamente lenta. ¿Estamos en el camino de una plena recuperación o estamos sumidos en un "estancamiento secular?". ¿La globalización va o viene?


Y continúa: "Los políticos no saben qué hacer. Utilizan las palancas habituales (e incluso las inusuales) y no pasa nada. La flexibilización cuantitativa (QE) se suponía que produciría la inflación "prevista". No lo hizo. La contracción fiscal debía restablecer la confianza. No lo hizo".

Skidelsky echa la culpa de esto al estado de la macroeconomía - nos recuerda la ahora infame visita de la reina británica Isabel II a la London School of Economics en medio de la Gran Recesión en 2008, cuando preguntó a un grupo de eminentes economistas: ¿por qué no la vieron venir? (Véase mi libro, La Larga Depresión). Le respondieron que ¡no sabían lo qué no sabían!

Skidelsky pasa a considerar varias razones del fracaso de la economía dominante a la hora de ver venir la crisis o saber qué hacer con ella. Una de las razones podría ser la concentración de la enseñanza de la economía en modelos poco realistas y fórmulas matemáticas, en vez de comprender "la imagen completa". Cree que la economía se ha aislado de "la comprensión común de cómo funcionan o deben funcionar las cosas”. Este análisis sigue al que hizo recientemente Paul Romer, el nuevo economista jefe del Banco Mundial, que, tras renunciar a la academia, también criticó el estado actual de la macroeconomía.

La segunda razón de Skidelsky es que la economía dominante entiende la sociedad como una máquina que puede alcanzar el equilibrio de la oferta y la demanda a fin de que "las desviaciones de equilibrio son ‘fricciones’, simples ‘baches en el camino’; restringiéndolos, los resultados son pre-determinados y óptimos". Lo que esto no tiene en cuenta, dice Skidelsky, es que hay seres humanos que operan en un sistema económico y que no pueden entrar en los cálculos de un modelo de equilibrio. Las matemáticas se interpone en el camino de la gran imagen con todos sus impredecibles y cambios humanos. Lo que no funciona en la teoría económica, según Skidelsky es su falta de una "educación y visión amplias". Los economistas necesitan saber más cosas sobre la organización social, el comportamiento y la historia del desarrollo humano, no sólo de modelos y matemáticas.

Si bien los argumentos de Skidelsky tienen más de un punto de razón, en realidad no explican por qué la teoría económica convencional se ha divorciado de la realidad. No se trata de un error pedagógico o de una falta de reconocimiento de las ciencias sociales más generalistas, como la psicología; se trata del resultado deliberado de la necesidad de evitar la realidad del capitalismo. 'La economía política' comenzó como un análisis de la naturaleza del capitalismo sobre una base "objetiva" por los grandes economistas clásicos Adam Smith, David Ricardo, James Mill y otros. Pero una vez que el capitalismo se convirtió en el modo de producción dominante en las principales economías y se hizo evidente que el capitalismo era otra forma de explotación de la mano de obra (esta vez por el capital), la economía se apresuró a negar la realidad. En lugar de ello, la economía convencional se convirtió en una apología del capitalismo, y el equilibrio general sustituyó a la competencia real; la utilidad marginal sustituyó a la teoría del valor trabajo; y la Ley de Say sustituyó a la teoría de las crisis.

Como Marx lo resumió: "De una vez por todas quiero aclarar que por economía política clásica entiendo la teoría económica, que, desde la época de W. Petty, ha investigado las relaciones reales de producción en la sociedad burguesa, a diferencia de economía vulgar, que se ocupa sólo de las apariencias, rumia sin cesar los materiales que desde hace mucho tiempo ha proporcionado la economía científica, y busca explicaciones plausibles de los fenómenos más abstrusos, para uso diario de la burguesía, pero para el resto, se limita a sistematizar de forma pedante, y proclamando verdades eternas, las ideas trilladas en las que cree la auto-complaciente burguesía con respecto a su propio mundo, que es para ellos el mejor de los mundos posibles".

El problema de la teoría económica convencional no es (solo) que los economistas actuales se centran demasiado en las matemáticas y los modelos económicos - no hay nada inherentemente malo en utilizar matemáticas y modelos - o que la mayoría de los economistas no tengan tanta "erudición y talentos múltiples" como los clásicos del pasado. El problema es que la economía ya no es "economía política", un análisis objetivo de las leyes del movimiento del capitalismo, sino una apología de todas las "virtudes" del capitalismo.

La asunción de la economía es que el capitalismo es el único sistema viable de organización social humana capaz de satisfacer los deseos y necesidades de las personas. No hay alternativa. El capitalismo es eterno y funcionará siempre que no haya demasiadas interferencias en los mercados de fuerzas externas como el gobierno o de monopolios "excesivos". De vez en cuando, la tarea es controlar los 'choques externos' del sistema (visión neoclásica) o intervenir para corregir los "problemas técnicos" en la producción y la circulación capitalistas (visión keynesiana). Pero el sistema en sí, funciona.

Veamos la reacción de Paul Krugman a la nota de Skidelsky. Lo que molesta a Krugman es la sugerencia de Skidelsky de que la economía dominante mantiene que la contracción fiscal (austeridad) era necesaria para "restablecer la confianza" después de la Gran Recesión. Krugman, como decano moderno del keynesianismo, no está de acuerdo con el biógrafo de Keynes. La economía dominante, al menos su ala keynesiana, sostienen lo contrario. Más gasto público, no menos, es lo que hubiera sacado a la economía capitalista de su depresión. Eso dice la macroeconomía básica, afirma Krugman.

A continuación, señala que la austeridad está "fuertemente correlacionada con las crisis económicas". En realidad, la evidencia de ello es realmente débil, como he demostrado en varias notas y en varios ensayos (publicados y futuros). Las grandes soluciones keynesianas de dinero fácil, tasas de interés cero y gasto fiscal no han sido capaces ni de lejos de acabar con la depresión cuando se han aplicado (y las tres se han probado en Japón). Krugman, por supuesto, nos dice que no se han intentado, o por lo menos no lo suficiente. Los políticos "se negaron a utilizar la política fiscal para promover el empleo; prefirieron creer en la hada de la confianza para justificar los ataques contra el estado de bienestar, porque eso es lo que querían hacer. Y sí, algunos economistas les dieron excusas. Pero eso es una historia muy diferente a la afirmación de que la economía no pudo ofrecer una orientación útil. Por el contrario, se ofrecieron orientaciones muy útiles, que los políticos, por razones políticas, prefirieron ignorar ".

En mi opinión, los políticos pueden haber decidido ignorar el gasto fiscal para resolver el "problema técnico" de la Larga Depresión en parte "por razones políticas". Pero también hay muy buenas razones económicas para defender que en una economía capitalista, el aumento del gasto público y el crecimiento del déficit fiscal no conseguirían la recuperación económica si la rentabilidad del capital es baja.

Skidelsky mencionó el otro gran punto ciego de la economía convencional: la afirmación de que la libre circulación de mercancías y capitales, la globalización, beneficia todos. Angus Deaton, ganador del Premio Nobel de Economía en 2015, es un defensor optimista de la globalización. El libro de Deaton La gran evasión (2013) defendió que el mundo en que vivimos hoy es más sano y más rico de lo que hubiera sido, gracias a siglos de integración económica. En una entrevista en el FT, Deaton cree que "la globalización no parece ser un mal importante en si misma y me resulta muy difícil no pensar en los miles de millones de personas que han salido de la pobreza gracias a ella".

He discutido los argumentos de Deaton en notas anteriores. Deaton representa lo mejor de la economía dominante actual cuando aborda los grandes temas: la globalización, los robots, la desigualdad, la salud humana y la felicidad. Ahora está preocupado por la amenaza de los robots a las rentas del trabajo, las crecientes desigualdades en la "búsqueda de rentas" y el deterioro de la salud de los estadounidenses por el uso abusivo de medicamentos con los que les bombardean las compañías farmacéuticas. Cree que "la felicidad alcanza su punto máximo cuando una persona gana el equivalente a 75.000 dólares al año". Por supuesto, la mayoría no gana eso, como bien sabe Deaton. Pero él sigue confiando en que el capitalismo es el mejor sistema de organización social, ya que ha sacado a mil millones de personas "de la pobreza" en los últimos 250 años. Así que el capitalismo funciona, incluso si sus apologistas ignoran su funcionamiento y no pueden explicar como funciona.

El entrevistador del FT dejó a Deaton y se dirigió hacia su coche: "Hay una multa de aparcamiento mojada en mi parabrisas, una multa de 40 dólares. Sonrío. Recuerdo el consejo de Deaton cuando me senté con él y le mencioné mi temor de acabar con una multa. "Estoy seguro de que podrá evitar pagarla", me dijo el premio Nobel. "Simplemente dígales que el parquímetro no funcionaba".

Pues bien, el sistema se rompe y los economistas no pueden sacarnos de él.

Michael Roberts
http://www.sinpermiso.info/textos/el-sistema-se-rompe

sábado, 2 de julio de 2016

El Nobel Deaton: “Austeridad más corrupción crean una bomba social”. El economista advierte contra los populismos que buscan "alguien a quien culpar"

Angus Deaton, Nobel de Economía en 2015, ha advertido este lunes en Valencia de que la mezcla de recortes y escándalos políticos como la que se ha vivido en los últimos años en España constituye un cóctel de alto riesgo: "La combinación de pedir austeridad y después mostrar debilidad frente a la corrupción es una bomba social. Cuando uno pide esfuerzos a la población tiene que ser muy riguroso para no soliviantar a la gente", ha afirmado.

Deaton, uno de los 22 Nobel que integran el jurado de los Premios Jaime I que se conocerán este martes en Valencia, ha avisado en un encuentro con periodistas de que ese malestar social aviva el fuego del populismo que sacude buena parte del mundo occidental.

El economista nacido en Edimburgo, contrario a la independencia de Escocia y afincado en Estados Unidos ha evitado extenderse sobre el caso español por falta de conocimiento. Y ha puesto como ejemplo del fenómeno al candidato republicano a la presidencia norteamericana Donald Trump. "La clase trabajadora de Estados Unidos, sobre todo los blancos, han visto cómo perdían poder adquisitivo a raíz de la crisis financiera. Y cómo algunos banqueros que cometieron delitos han salido libres o prácticamente sin ninguna condena. Esa mezcla ha sido lo bastante explosiva como para que ahora haya un sentimiento que busca una revancha desde el populismo", ha afirmado.

Premiado por la Academia Sueca por sus estudios sobre la pobreza, la desigualdad y el bienestar, Deaton ha vinculado el éxito de Trump en las primarias republicanas, la convocatoria de un referéndum sobre la salida del Reino Unido de la UE —el Brexit, al que se opone— y la reacción europea ante la llegada de refugiados. "Se trata de buscar a alguien a quien echar la culpa. En un caso pueden ser los inmigrantes, en otro los burócratas de Bruselas...".

Crece, ha advertido el Nobel admirador de John Maynard Keynes, el apoyo a propuestas "que tienen la idea de romper el sistema liberal que ha funcionado bien desde la Segunda Guerra Mundial y ha contribuido a mejorar el bienestar de las sociedades". En parte, ha proseguido, porque "en este momento hay un buen porcentaje de la población" que ha dejado de apreciar sus ventajas como consecuencia de la crisis y "no está a favor del mismo".

Conocido crítico de las políticas de austeridad, Deaton ha considerado, sin embargo, que un país pequeño como España tiene poco que hacer frente a ellas. "No así la Unión Europea o Estados Unidos, que son economías grandes". "Creo que había alternativas que seguramente habrían sido mejores para evitar el aumento de la desigualdad y para salir antes de la crisis", ha afirmado. "Los economistas no hemos sido capaces de persuadir a los políticos de que se necesitan estímulos adicionales. Se ha convertido en un tema ideológico. Y la cuestión ha entrado en el ámbito de los valores, lo que puede ser bastante trágico".

Un ejemplo de las cosas que podrían haberse hecho es, según el Nobel, un clásico keynesiano. Un gran programa de infraestructuras en Estados Unidos para renovar carreteras, aeropuertos, pantanos y otras grandes obras públicas que se hallan deterioradas en el país como forma de estimular la economía, aprovechando unos tipos de interés excepcionalmente bajos.

El presidente Barack Obama empezó bien en la respuesta ante la crisis gracias en gran medida, ha opinado, al "conocimiento" y las "herramientas" que los economistas aprendieron de la Gran Depresión de los años treinta, lo que ha contribuido a que la Gran Recesión no haya sido tan devastadora. "Obama tomó la buena dirección, pero no fue lo bastante intenso". Europa fue aún más tímida, lo que ha sido especialmente negativo para países como España, ha añadido. Y la lentitud en la salida de la crisis se explica en parte por ello.

El Nobel, que este martes participará en la elección de los premios Jaime I 2016, ha criticado especialmente manifestaciones de la austeridad como las que han llevado al recorte del presupuesto de educación y de las becas. "La educación es muy, muy importante. Dar oportunidades para que un chico estudie cuando es brillante es la mejor forma de fortalecer un país".

A pesar del mazazo de la crisis y del alto nivel de paro, Deaton ha dicho haberse sorprendido al estudiar la desigualdad en España —"esperaba que fuera mayor"—. Y descubrir que se mantenía por debajo de la de países como Estados Unidos, Reino Unido, Corea del Sur o Japón.

En la desigualdad intervienen muchos factores, ha indicado. Uno de ellos es el cambio tecnológico "que hace que una parte de la sociedad sufra la sustitución de sus habilidades por las máquinas". El economista ha diferenciado entre una desigualdad "buena", como la que ha hecho muy rico al creador de Facebook, Mark Zuckerberg, porque este ha contribuido a "mejorar la sociedad". Y otra "mala", que se produce en su opinión cuando el enriquecimiento proviene de la presión sobre los políticos, "el capitalismo de amigos y la corrupción". http://ccaa.elpais.com/ccaa/2016/06/06/valencia/1465208792_230902.html

miércoles, 25 de mayo de 2016

Para imaginar un nuevo Bretton Woods

El derrumbe financiero de 2008 dio lugar a varios llamamientos a un sistema financiero global que recortara los desequilibrios comerciales, moderase los flujos especulativos de capital e impidiera un contagio sistémico. Tal era, por supuesto, la meta del sistema inicial de Bretton Woods. Pero ese sistema resultaría hoy tan insostenible como indeseable. Así pues, ¿qué apariencia tendría una alternativa?

La conferencia de Bretton Woods de 1944 presentó la colisión entre dos hombres y sus respectivas visiones: Harry Dexter White, representante del presidente Franklin Roosevelt, y John Maynard Keynes, que representaba a un imperio británico desfalleciente. Como no es de sorprender, prevaleció el programa de White, fundado en el superávit del comercio de postguerra de los EE. UU., que se desplegó para dolarizar Europa y Japón a cambio de su aquiescencia al criterio pleno de la política monetaria para los EE.UU. Y el nuevo sistema de postguerra proporcionó el cimiento de la mejor hora del capitalismo… hasta que Norteamérica perdió su superávit y se vino abajo lo que White había dispuesto.

La pregunta que se ha formulado periódicamente durante buena parte de la pasada década es una pregunta directa: ¿habría sido más adecuado para nuestro mundo multipolar posterior a 2008 el plan que se descartó de Keynes?

Zhu Xiaochuan, gobernador del banco central de China, así lo sugirió a principios de 2009, lamentando que Bretton Woods no se hubiera adherido a la propuesta de Keynes. Dos años más tarde, a Dominique Strauss Kahn, entonces Director Ejecutivo del Fondo Monetario Internacional, se le preguntó cuál pensaba que debería ser el papel del FMI posterior a 2008. Su contestación fue: “Hace sesenta años, Keynes ya previó lo que hacía falta, pero era demasiado pronto. Ahora es el momento de realizarlo ¡y creo que estamos listos para llevar eso a cabo!”

A las pocas semanas, Strauss Kahn cayó en desgracia, sin llegar a explicar nunca qué es lo que entendía por “eso”. Pero no resulta difícil delinear qué es lo que “eso” podría ser.

Por encima de todo, el nuevo sistema reflejaría la visión de Keynes de que la estabilidad global se ve socavada por la ingénita tendencia del capitalismo a insertar una cuña entre las economías con superávit y las que tienen déficit. El hiato entre superávits y déficits se agranda hace durante los períodos de mejoría, mientras que, durante la recesión, el peso del ajuste recae de modo desproporcionado sobre los deudores. Lo que trae consigo un proceso de deuda y deflación que echa raíces en las regiones de déficit antes de que disminuya la demanda en todas partes.

A fin de contrarrestar esta tendencia, Keynes abogaba por substituir cualquier sistema en el que “el proceso de ajuste sea obligatorio para el deudor y voluntario para el acreedor” por otro en el que la fuerza del ajuste recaiga simétricamente sobre deudores y acreedores.

La solución de Keynes fue una Unión de Compensación Internacional (UCI) que subscribirían las principales economías. Aunque mantendrían su propia moneda y sus respectivos bancos centrales, sus miembros acordarían la denominación de todos los pagos en una unidad de contabilidad común –que Keynes denominó el “bancor”— y la compensación de todos los pagos internacionales por medio de la UCI.

Inicialmente, a la cuenta de reserva de cada Estado miembro con la UCI se le abonaría una suma de bancores proporcional a su participación en el comercio mundial. A partir de ahí, a cada uno se le abonarían bancores extra en proporción a sus exportaciones netas. Una vez establecida, la UCI gravaría fiscalmente de manera simétrica los superávits y déficits persistentes, a fin de anular el mecanismo de retroalimentación negativo entre flujos de capital desequilibrados, volatilidad, demanda agregada global inadecuada y desempleo innecesario distribuidos de manera desigual alrededor del mundo.

La propuesta de Keynes no carecía de problemas. Contemplaba divisas fijas, lo que requeriría sobregiros limitados para aquellos países que incurren en dáficits crónicos y entrañaría un regateo constante entre los ministros de economía para reajustar los tipos de cambio y de interés. Y los controles financieros rígidos, que dan a los burócratas un poder discrecional desorbitado sobre las transferencias de capital, equivalen a un error fatal.

Pero no hay razón por la que no se pueda diseñar una UCI con tipos de cambio variables y reglas sencillas y automatizadas que minimicen el poder discrecional de políticos y burócratas, a la vez que preservan las ventajas de la idea original de Keynes para mantener bajo control los desequilibrios globales.

Una nueva UCI o NUCI sería tal como Keynes la había contemplado. Pero, en lugar del bancor abstracto, presentaría una divisa digital común – llamémosla Kosmos – que emitiría y regularía el FMI. El Fondo administraría Kosmos sobre la base de un libro de contabilidad distribuido, digital y transparente, y un algoritmo que ajustaría la oferta total de una forma acordada previamente al volumen del comercio mundial, permitiendo un componente contracíclico automático que impulse la oferta en momentos de desaceleración general.

Los mercados cambiarios operarían tal como lo hacen hoy, y el tipo de cambio entre Kosmos y diversas divisas variaría del mismo modo que lo hacen los Derechos Especiales de Giro del FMI frente al dólar, el euro, el yen, la libra y el renminbi. La diferencia, por supuesto, consistiría en que, con la NUCI, los estados miembros permitirían que todos los pagos de uno a otro pasaran por la cuenta Kosmos NUCI del banco central.

Para aprovechar todo el potencial del programa para mantener los desequilibrios bajo control, se introducirían dos transferencias estabilizadoras. En primer lugar, se cargaría anualmente un gravamen al desequilibrio comercial en la cuenta de Kosmos de cada banco central, en proporción a su déficit o superávit y se pagaría a un fondo común de la NICU. En segundo lugar, las instituciones financieras privadas pagarían una tarifa al mismo fondo de la NUCI en proporción a cualquier aumento de los flujos de capital que salgan del país, lo que recuerda al aumento de precio que imponen empresas como Uber durante las horas de mayor tráfico.

El gravamen por desequilibrio comercial está destinado a motivar a los gobiernos de los países con superávit a que incrementen el gasto y la inversión internos a la vez que reducen de manera sistemática el poder adquisitivo internacional de los países con déficit. Los mercados cambiarios tomarán esto en consideración, ajustando los tipos de cambio con más rapidez como respuesta a los desequilibrios por cuenta corriente y anularán buena parte de los flujos de capital que hoy sostienen un comercio desequilibrado de manera crónica. De forma semejante, el recargo por “aumento” penalizará automáticamente las entradas y salidas de capital especulativas, como en manada, sin incrementar el poder discrecional de los burócratas o introducir controles de capital inflexibles.

De repente, el mundo habrá adquirido, sin necesidad de subscribir capital, un fondo soberano global de riqueza. Esto permitiría que la transición a un sistema energético bajo en carbono se financiara a escala global, y de modo tal, que estabilice la economía global por medio de inversiones en investigación y desarrollo consagrados a la energía verde y a tecnologías sostenibles.

Keynes era un adelantado a su tiempo: su propuesta precisaba de tecnologías digitales y de mercados de divisas extranjeras que no existían en los años 40. Pero hoy los tenemos, además de tener experiencia institucional con sistemas internacionales de compensación. Necesitamos desesperadamente la transición verde global que crearía automáticamente un Bretton Woods keynesiano. Todo lo que nos hace falta es el proceso político. Y, ciertamente un Roosevelt, convocar a las partes y catalizar el cambio.

Yanis Varoufakis exministro de finanzas del gobierno griego de Syriza, es Profesor de política económica en la Universidad de Atenas. Su libro El Minotauro Global, para muchos críticos la mejor explicación teórico-económica de la evolución del capitalismo en las últimas 6 décadas, fue publicado en castellano por la editorial española Capitán Swing, a partir de la 2ª edición inglesa revisada.

Una extensa y profunda reseña del Minotauro, en SinPermiso Nº 11, Verano-Otoño 2012.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Stephen Hawking sobre el futuro del capitalismo, la desigualdad... y la Renta Básica

El pasado jueves, (22-10). el reconocido físico y cosmólogo Stephen Hawking, dejó caer una verdadera bomba sobre el capitalismo y el futuro de la desigualdad. Con los rápidos avances tecnológicos de las últimas décadas (por ejemplo, la tecnología informática, la robótica), hemos visto crecer las desigualdades económicas a un ritmo alarmante, y como una especie de clase plutocrática de propietarios - es decir, los capitalistas - se volvían inmensamente ricos. Hawking cree que, si las máquinas no terminan por reemplazar el trabajo humano y produciendo todos nuestros productos, y continuamos la actual vía neoliberal, estamos en camino de convertirse en una suerte de distopía con una clase de grandes propietarios, con una riqueza inconmensurable, y una clase inferior de desposeídos - es decir, las masas - que vivirán en la pobreza extrema. En una sesión de “pregúntame lo que quieras” de Reddit, Hawkins escribió:

"Si las máquinas producen todo lo que necesitamos, el resultado dependerá de cómo se distribuyen las cosas. Todo el mundo podrá disfrutar de una vida de lujo ociosa si la riqueza producida por las máquinas es compartida, o la mayoría de la gente puede acabar siendo miserablemente pobre si los propietarios de las máquinas conspiran con éxito contra la redistribución de la riqueza. Hasta ahora, la tendencia parece ser hacia la segunda opción, con la tecnología provocando cada vez mayor desigualdad".

La sustitución del trabajo humano por máquinas ha sido siempre uno de los temores de la clase trabajadora. Al inicio de la revolución industrial, ese miedo dio lugar a una reacción violenta de los trabajador conocida como el movimiento ludita: en Inglaterra, los trabajadores textiles protestaron contra los despidos y las dificultades económicas destruyendo equipos industriales y fábricas. Hoy en día, ocurre de nuevo con la eliminación de muchos puestos de trabajo fabriles previamente estables en ciudades como Baltimore y Detroit, sustituidos en gran medida por la automatización. Este tipo de innovación tecnológica que tiene lugar en toda la historia del capitalismo es lo que Joseph Schumpeter llamó la "destrucción creativa", que describió como un "proceso de cambio industrial que revoluciona incesantemente la estructura económica desde dentro, destruyendo sin cesar la antigua, creando incesantemente una nueva”. Schumpeter llamó a este proceso “la característica esencial del capitalismo".

La destrucción creativa siempre ha resultado hasta ahora positiva para la sociedad. Aunque que las innovaciones eliminan puestos de trabajo para muchos, las nuevas tecnologías han creado históricamente nuevas industrias y nuevos empleos con ellas. Este proceso inherente del capitalismo aumenta rápidamente la productividad del trabajador y por lo tanto hace que los que eran hasta entonces bienes de lujo pasen a estar al alcance de sectores más amplios de la población. Las nuevas tecnologías ayudan a producir muchos más productos, que aumentan la oferta y empujan hacia abajo el precio para satisfacer la demanda.

Como he dicho anteriormente, históricamente, la destrucción creativa termina produciendo nuevos puestos de trabajo después de la eliminación de los antiguos. Pero actualmente podríamos estar tomando otra dirección, y la tecnología estaría eliminando más puestos de trabajo que los que crea. Nada ejemplifica esto mejor que los "tres grandes" fabricantes de automóviles en 1990 (GM, Ford, Chrysler) en comparación con las tres grandes empresas de tecnología de hoy en día. En 1990, los fabricantes de automóviles estadounidenses obtuvieron $ 36 mil millones en ingresos en total, y emplearon a más de un millón de trabajadores, en comparación con Apple, Facebook y Google hoy en día, que en conjunto consiguen más de un billón de dólares en ingresos pero, sin embargo, sólo emplean 137.000 trabajadores.

Y ¿qué ocurre con la industria manufactura estadounidense en comparación con el sector financiero? Desde la década de 1950, el sector financiero ha pasado de alrededor del 10 por ciento de las ganancias de las empresas nacionales a cerca del 30 por ciento actual (con un máximo de 40 por ciento a principios de siglo), mientras que la industria manufacturera ha caído de cerca del 60 por ciento de los beneficios empresariales a alrededor del 20 por ciento. Pero lo realmente revelador son los puestos de trabajo en EE UU de cada sector. El empleo en la industria financiera se ha mantenido bastante estable en los últimos sesenta años, menos de un 5 por ciento, mientras que la industria manufactura se ha reducido de un 30 por ciento a menos del 10 por ciento. Esto tiene mucho que ver con la financiarización de la economía estadounidense, pero también con el aumento de la automatización. Y esta tendencia se va a acentuar. Según un estudio de la Universidad de Oxford de 2013, hasta el 47% de los puestos de trabajo podrían ser informatizados en los próximos 10 o 20 años.

La clase media ha sido la más afectada en los últimos decenios, y lo continuará siendo duramente en las próximas décadas a este ritmo. De 1973 a 2013, por ejemplo, los salarios medios de los trabajadores sólo aumentaron un 9,2 por ciento, mientras que la productividad creció alrededor del 74,4 por ciento. Compárese esto con el período de post-guerra (1948-1973), en el que la productividad aumentó en un 96,7 por ciento y los salarios de los trabajadores el 91,3 por ciento. Al mismo tiempo, el uno por ciento de los salarios más altos han crecido un 138 por ciento desde 1979, mientras que la clase propietaria ha visto aumentar su riqueza a un ritmo acelerado. A finales de la década de los 70, el 0,1 superior poseía solo el 7,1 por ciento de la riqueza de los hogares en Estados Unidos, mientras que en 2012 esa cifra se había más que triplicado hasta el 22 por ciento, que es aproximadamente lo mismo que posee el 90 por ciento inferior de los hogares. Piénselo. El 0,1 por ciento de la población posee tanta riqueza como el 90 por ciento.

Estamos, como Hawking ha dicho, ante dos posibilidades. El futuro puede implicar aún más desigualdad si la tecnología sigue reemplazando la mano de obra y deja a las masas desempleadas y desposeídas (en la actualidad, esto parece lo más probable), o, si la riqueza se distribuye de manera más uniforme, todo el mundo puede disfrutar del "lujo ocioso", o como lo describió célebremente Karl Marx:

"En la sociedad comunista, en la que nadie tiene una esfera exclusiva de actividad, sino que cada uno puede realizarse en el campo que desee, la sociedad regula la producción general, haciendo a cada uno posible el hacer hoy una cosa y mañana otra distinta: Cazar por la mañana, pescar después de comer, criar ganado al atardecer y criticar a la hora de la cena; todo según sus propios deseos y sin necesidad de convertirse nunca ni en cazador, ni en pescador, ni en pastor, ni en crítico”.

El influyente economista John Maynard Keynes, creía que el futuro del capitalismo (en contraposición al socialismo o el comunismo, como Marx creía) brindaría esa existencia tranquila a los seres humanos. En su ensayo de 1930, "las Posibilidades económicas de nuestros nietos", predijo que el crecimiento y los avances tecnológicos que el capitalismo proporcionaba reducirían la semana laboral media a las quince horas en un siglo, por lo cual que hacer en el tiempo libre se convertirá en nuestra mayor preocupación. Sobre el dinero, Keynes adelantó una esperanzada predicción con su animada prosa habitual (salvo en su Teoría General, excepcionalmente árida).

"El amor al dinero como posesión -para distinguirla del amor al dinero como un medio para la satisfacción de las necesidades y los placeres de la vida -será reconocido como lo que es, una morbilidad algo repugnante, una de esas tendencias semi-criminales, semi-patológicas que se dejan con un estremecimiento en manos de los especialistas en enfermedades mentales".

Keynes hizo algunas predicciones proféticas en su día, pero esta no fue una de ellas. Hoy en día, parece que el análisis de Marx del capitalismo se adapta mejor a las grandes desigualdades económicas y la movilidad global del capital.

Sin embargo, nada está escrito en piedra. El auge de Bernie Sanders, por ejemplo, revela un creciente movimiento dispuesto a combatir el status quo neoliberal que ha llegado a dominar la política estadounidense (y mundial). Si la economía continúa su camino actual, la distribución de la riqueza ya no será sólo una cuestión moral sobre el nivel de desigualdad que como sociedad estamos dispuestos a aceptar, sino una cuestión de estabilidad política y económica. La propiedad del capital en última instancia, determinará ese futuro, pero hay otros movimientos e ideas políticas con ese futuro en mente, como la renta básica universal, gracias a la cual a todos los ciudadanos, una vez que llegan a cierta edad, se les proporcionaría un ingreso, que permitiría probablemente sustituir las redes de seguridad tradicionales. Suiza puede ser el primer país en adoptar esta política, y la votación probablemente tendrá lugar en 2016. El plan propuesto proporcionaría un ingreso mensual garantizado de $ 2.600 o $ 31.200 al año; en otras palabras, lo suficiente para que todo el mundo pueda sobrevivir y llevar a cabo un trabajo que realmente le satisfaga. Para la derecha a punto de gritar la palabra que empieza con M, hay que señalar que muchos conservadores e incluso libertarios, como FA Hayek, han apoyado esta idea. [1] Tiene una sorprendente historia de apoyo bipartidista, y podría, por lo menos, evitar la pobreza extrema en el futuro, si los robots y la tecnología de la información continúan sustituyendo empleos humanos.

La creciente desigualdad en todo el mundo ya no puede ser ignorada, y hacer frente a este y a otros problemas del capitalismo, como la degradación del medio ambiente, no sólo es moralmente correcto, sino lo más pragmático que se puede hacer.

 Nota de la R.: [1] Hayek nunca defendió la Renta Básica, sí una renta mínima de inserción o, en todo caso, una renta garantizada condicionada.

Conor Lynch es un escritor y periodista que vive en la ciudad de Nueva York, ha publicado en Salon, Alternet, The Hill, y CounterPunch. 
http://www.sinpermiso.info/textos/stephen-hawking-sobre-el-futuro-del-capitalismo-la-desigualdad-y-la-renta-basica

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Capitalismo, desigualdad y democracia. Necesitamos un contrato social como el acordado tras la Segunda Guerra Mundial. Podemos hacerlo de nuevo.

“La sociedad será feliz si la libertad y la propiedad están garantizadas […] En la democracia, incluso en la más perfecta, la igualdad entre sus miembros es una quimera […] El populacho es demasiado estúpido, demasiado miserable y está demasiado ocupado como para ilustrarse”. Diderot (1713​-1784)


El capitalismo ha vuelto a entrar en línea de colisión con la democracia. Las señales de peligro se acumulan: bajo crecimiento, tendencias deflacionistas, endeudamiento, desempleo, bajos salarios, pobreza. El malestar social va en aumento. Respondiendo a este estado de cosas, la vida política de las democracias comienza a adquirir tintes populistas, xenófobos y autoritarios. Las elecciones europeas han encendido las alarmas.

No es la primera vez que ocurre. Ya sucedió hace cien años, en el periodo de entreguerras. En aquella ocasión, el mal funcionamiento de la economía propició experimentos políticos como el nazismo, el fascismo y las dictaduras. La democracia descarriló en Europa continental. A la vez, quebraron los fundamentos éticos del capitalismo y la civilización europea entró en una profunda crisis moral.

¿Qué tienen en común en estas dos etapas que pueda explicar esta colisión entre capitalismo y democracia? La desigualdad de renta y riqueza. Veamos por qué.

La evolución de la desigualdad en los últimos cien años presenta tres etapas claramente diferenciadas:
La primera, entre 1914 y 1944. Medida en porcentaje de renta y riqueza que acumulaba el 10% más rico de las sociedades, la desigualdad alcanzó sus mayores cotas durante este periodo. Es la llamada golded age, la “edad dorada” de la acumulación de la riqueza. El capitalismo entró en colisión con la democracia.

La segunda, entre el final de la II Guerra Mundial y mediados de los años setenta del siglo pasado. Las economías de mercado vivieron un valle de relativa igualdad durante esos 30 años. Fue el momento en que el capitalismo inclusivo se reconcilió con la democracia.

La tercera, entre los años ochenta del siglo pasado y el inicio de este siglo. La desigualdad ha vuelto con todo su fuerza. Una nueva golded age. El capitalismo ha dejado de ser inclusivo y ha entrado de nuevo en línea de colisión con la democracia.

Como vemos, cuando la desigualdad se agudiza, la economía de mercado choca con la democracia.
El motivo es que la democracia tiene una lógica política profundamente igualitaria: una persona, un voto. La desigualdad económica quiebra esa lógica. Hace que en la vida política el voto de los muy ricos sea más influyente que el de los demás. Como dijo en 1932 el escritor norteamericano Scott Fitzgerald, “los muy ricos son diferentes de ti y de mí. Su riqueza les hace cínicos y pensar que son mejores que nosotros”.

La desigualdad tiene una gran importancia. Pero ¿cuáles son sus causas? ¿La origina el capitalismo o las instituciones y las políticas públicas?

El reciente y exitoso libro El capital en el siglo XXI, del economista francés Thomas Piketty, ha dado una respuesta contundente: es el capitalismo. La causa es sencilla: la tasa de beneficio del capital es sistemáticamente mayor que la tasa de crecimiento de la economía, que es lo que beneficia a la mayoría de la gente. El capitalismo tendría una tendencia innata a la desigualdad.

Todo el mundo reconoce la aportación de Piketty al establecer de forma concluyente el hecho de la desigualdad. Es una contribución para el Nobel. Pero no todos están de acuerdo con el diagnóstico de las causas. Para algunos son otras: por un lado, el aumento desproporcionado de las retribuciones de los financieros y altos directivos; por otro, el mal funcionamiento de las instituciones y de las políticas públicas, especialmente los impuestos. La polémica durará. En todo caso, si la desigualdad importa, ¿qué hacer para reducirla?

El análisis de Piketty tiene en este punto algo de fatalista. Propone un impuesto global y progresivo sobre la riqueza, una solución poco viable. Y lleva el debate sobre el capitalismo a los términos maniqueos de hace cien años. Por un lado, sus defensores a ultranza; por otro, los que sostienen que la única solución es su desaparición.

En circunstancias similares, en los años de la primera gran desigualdad, John Maynard Keynes se preguntó si lo que fallaba era “el motor o la dinamo”. Pensaba que “con una gestión acertada, el capitalismo puede ser más eficaz para alcanzar metas económicas que cualquier otro sistema conocido. Pero en sí mismo tiene graves inconvenientes en muchos sentidos”. Uno de ellos es el desajuste recurrente entre ingresos y gastos privados que lleva a la economía a recesiones profundas, desempleo masivo y desigualdad. Para salir de esas situaciones, Keynes recomendó a los Gobiernos cebar la “dinamo” mediante la gestión de la demanda efectiva.

A esta innovación económica keynesiana se vino a sumar la que es probablemente la mayor innovación social del siglo XX: un nuevo contrato social entre ricos y pobres en el seno de las democracias. En EE UU se le llamó new deal. En Europa, “Estado de bienestar”. La mezcla de esas dos innovaciones creó el pegamento que durante los años centrales del siglo pasado reconcilió capitalismo inclusivo y democracia. Fueron los mejores años de nuestras vidas. Algunos dicen ahora que fue un sueño. Pero no veo razones para este fatalismo.

Hoy, el reto vuelve a ser reconciliar capitalismo con democracia. Se necesita un nuevo pegamento, un nuevo contrato social. Para ello habrá que hacer, al menos, tres cosas: volver a meter el genio financiero en la botella, como se hizo en 1933 con la ley Glass-Steagall (Ley "Banking Act"); restaurar la capacidad recaudatoria y equitativa de los sistemas fiscales; y definir las prioridades del gasto público para construir una sociedad de oportunidades para los más débiles.

La batalla durará décadas. El resultado es incierto. Pero si se pudo conseguir en el pasado, ¿por qué no se puede lograr de nuevo?
Fuente: El País 20 JUL 2014 - 
Thomas PikettyPágina Web oficial de Piketty

jueves, 12 de junio de 2014

El “marxismo” como opio de los sedicentes marxistas: Carta abierta de una keynesiana a un marxista ortodoxo

El texto de Joan Robinson que a continuación se reproduce fue originalmente publicado por estudiantes de izquierda de Oxford en 1953. Es una estupenda polémica, políticamente amistosa, pero analíticamente demoledora, con un marxista ortodoxo de la época (que típicamente confundía la ciencia con la pasión del escoliasta). La señora Robinson ha sido una de las más grandes economistas del siglo XX, y su texto, lleno de vigor y claridad mental, no ha perdido un ápice de actualidad; al contrario. Hace poco se cumplió el 40 aniversario de su muerte. Valga esta publicación para recordarla y recomendarla calurosamente ahora que la crisis del capitalismo ha permitido que vuelva a sacar cabeza el pensamiento económico-científico serio, es decir, ni acríticamente apologético de lo existente, ni limitado “críticamente” a puras labores escoliásticas. SP
Le prevengo: le va a resultar a usted muy arduo seguir esta carta. Y no porque –eso espero— sea muy difícil –no le importunaré con fórmulas algebraicas, ni con curvas de indiferencia—, sino porque le considerará tan desconcertante que no sabrá usted como tomársela... Leer más aquí.

martes, 31 de diciembre de 2013

Bits y barbarie

Paul Krugman
Esta es una historia de tres minas de dinero. También es una historia de retroceso monetario, de la extraña resolución de mucha gente en dar marcha atrás a varios siglos de progreso.

La primera mina de dinero es una mina de verdad: la mina de oro a cielo abierto Porgera, en Papúa Nueva Guinea, uno de los principales productores del mundo. Su fama es terrible debido a las vulneraciones de los derechos humanos (violaciones, palizas y asesinatos por parte del personal de seguridad) y a los daños al medio ambiente (enormes cantidades de residuos potencialmente tóxicos vertidos en un río cercano). Pero los precios del oro, si bien están por debajo de su máximo reciente, aún triplican a los de hace una década, así que hay que seguir excavando.

La segunda mina es bastante más extraña: la mina de bitcoins de Reykjanesbaer, en Islandia. El bitcoin es una moneda digital que tiene valor porque…, bueno, es difícil decir exactamente por qué, pero, al menos de momento, la gente está dispuesta a comprarla debido a que cree que otra gente estará dispuesta a hacerlo. Está concebida como una especie de oro virtual. Y, como el oro, puede ser extraída: es posible crear nuevos bitcoins, pero solo resolviendo problemas matemáticos muy complejos que requieren tanto un gran poder de cálculo informático como gran cantidad de electricidad para que los ordenadores funcionen.

De ahí que se localice en Islandia, que dispone de electricidad barata procedente de centrales hidroeléctricas y de abundante aire frío para refrigerar las máquinas en frenética actividad. Es decir, se están utilizando gran cantidad de recursos reales para generar objetos virtuales sin una utilidad clara.

La tercera mina de dinero es hipotética. En 1936, el economista John Maynard Keynes sostenía que era preciso aumentar el gasto público para volver al pleno empleo. Pero entonces, como ahora, había una dura oposición política a cualquier propuesta de este estilo. Así que Keynes sugirió una pintoresca alternativa: que el Estado enterrase botellas llenas de dinero en minas de carbón abandonadas y que el sector privado gastase su dinero en desenterrarlas. Estaba de acuerdo en que sería preferible que el Estado construyese carreteras, puertos y otras cosas útiles, pero incluso el gasto absolutamente inútil proporcionaría a la economía un impulso muy necesario.

Una idea ingeniosa. Pero Keynes no se quedó ahí. A renglón seguido señalaba que la verdadera extracción de oro de las minas en la vida real se parecía mucho a su experimento imaginario. Al fin y al cabo, los mineros se afanaban en sacar dinero de la tierra a pesar de que era posible producir cantidades ilimitadas de moneda prácticamente sin coste utilizando la máquina de imprimir. Y tan pronto se extraía el dinero de la mina, gran parte del mismo se volvía a enterrar en lugares como la cámara acorazada del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, donde hay depositados cientos de miles de lingotes de oro sin ningún uso en particular.

Creo que Keynes se habría reído con sarcasmo al ver lo poco que las cosas han cambiado en las tres últimas generaciones. El gasto público para combatir el desempleo sigue siendo una herejía, y los mineros continúan arruinando el entorno para engrosar los ociosos depósitos de oro. (Keynes calificaba al patrón oro de “reliquia bárbara”). Los bitcoins no hacen más que acrecentar el absurdo. Al fin y al cabo, el oro tiene por lo menos algunos usos reales, como, por ejemplo, rellenar muelas; pero en la actualidad estamos consumiendo recursos para generar un “oro virtual” que solo consiste en series de dígitos.

Sospecho, sin embargo, que Adam Smith estaría consternado.

A Smith se le considera con frecuencia un santo patrón conservador y, en efecto, fue el primer defensor del mercado libre. Sin embargo, lo que no se menciona tan a menudo es que también abogó con determinación por la regulación de los bancos, y que hizo una clásica alabanza de las virtudes del papel moneda. La moneda era, a su entender, una forma de facilitar el comercio, no una fuente de prosperidad nacional, y el papel moneda, sostenía, permitía que el comercio se desarrollase sin inmovilizar gran parte de la riqueza de un país en una “reserva muerta” de plata y oro.

Entonces, ¿por qué destrozamos las tierras altas de Papúa Nueva Guinea para aumentar nuestra reserva muerta de oro y, lo que es aún más chocante, tenemos potentes ordenadores funcionando sin interrupción para engrosar una reserva muerta de dígitos?

Si preguntamos a los obsesos del oro, responderán que el papel moneda proviene de los Gobiernos, y que no se puede confiar en que estos no devalúen sus monedas. Sin embargo, lo curioso es que después de tanto hablar de devaluación, esta resulta muy difícil de encontrar. No se trata solo de que después de años de serias advertencias sobre la inflación desbocada, en los países avanzados la inflación sea sin lugar a dudas demasiado baja, y no demasiado alta. Incluso desde una perspectiva mundial, los episodios de inflación verdaderamente elevada se han convertido en algo poco frecuente. Así y todo, la propaganda de la hiperinflación florece sin cesar.

El atractivo del bitcoin parece proceder más o menos de las mismas fuentes, a lo que se añade la sensación de que es de alta tecnología y algorítmico, de manera que tiene que ser la tendencia del futuro.

Pero no permitamos que los sofisticados atributos nos confundan: lo que realmente está teniendo lugar es un viaje hacia los días en los que el dinero era algo que podías hacer que tintineara en el bolsillo. Tanto en el trópico como en la tundra, por alguna razón estamos cavando nuestro camino de vuelta al siglo XVII.
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008. Fuente: El País.

martes, 17 de noviembre de 2009

¿Por qué falla el capitalismo?


Hyman Minsky, el economista que vio venir el desplome aún veía otro problema en el horizonte: su repetición. El capitalismo, como la vida misma, era difícil, e incluso trágico. “No hay ninguna respuesta simple a los problemas de nuestro capitalismo”, escribió Minsky.
Desde que el sistema financiero mundial empezara a deshilacharse hace dos años, los distinguidos economistas se ven en apuros a la hora de explicar cómo, por decirlo con exactitud, la peor crisis financiera desde la Gran Depresión ha cogido en paños menores a su profesión entera.
Algunos comentaristas, han comenzado a hablar de la llegada del “momento Minsky”, y un número cada vez mayor de personas con acceso a información privilegiada incluso empiezan a advertir de la llegada de un “colapso Minsky.”
“Minsky” es el diminutivo de Hyman Minsky, un macroeconomista desconocido hasta la fecha que murió hace ya más de una década. Muchos economistas nunca habían oído hablar de él cuando estalló la crisis, y sigue siendo en gran medida una figura oscurecida en el gremio. Pero últimamente ha comenzado a emerger como el más aventajado pensador sobre los sucesos en desarrollo. Un economista a contracorriente en la conformidad de la Norteamérica de la posguerra, un experto en los campos de las finanzas y las crisis, entonces tan poco de moda, Minsky fue uno de los economistas que vio lo que se avecinaba. Predijo, hace decenios, casi con toda exactitud, el tipo de desplome que ha sacudido a la economía mundial recientemente.
La única persona que predijo la crisis también creía que el sistema financiero contenía las semillas de su propia destrucción. “La inestabilidad”, escribió, “es una imperfección inherente al capitalismo de la que éste no puede escapar.”
Puede que la visión de Minsky fuera sombría, pero él no era ningún fatalista: creía que era posible diseñar políticas que pudiesen atemperar los daños colaterales causados por las crisis financieras.
Los economistas han estado a menudo sujetos a poderosas ortodoxias. Esa ortodoxia, era conocida como “síntesis neoclásica.” La vieja creencia en un mercado libre que se autoregulaba y se estabilizaba a sí mismo había absorbido selectivamente algunas de las teorías de John Maynard Keynes, el gran economista de la década de los treinta que escribió extensivamente sobre cómo el capitalismo puede fracasar a la hora de mantener el pleno empleo.
Gracias a Keynes, algunos ahora reconocían que el gobierno podía, bajo ciertas circunstancias, jugar un papel central en la economía –y en el empleo– para mantener la estabilidad del sistema.
Pero Minsky estaba cortado por otro patrón. Mientras que la mayoría de economistas se pasaron los años cincuenta y sesenta estudiando penosamente modelos matemáticos, Minsky hizo una investigación sobre la pobreza, algo que difícilmente puede considerarse el no va más para los economistas. Así que mientras sus colegas de universidad iban ganando premios Nobel y escalando posiciones en la Academia, Minsky palidecía. Fue sin rumbo de trabajo en trabajo, de Brown a Berkeley, y de ahí a la Universidad de Washington. Aún peor: muchos economistas ni siquiera conocían su obra. También empezó a formular una pregunta simple e inquietante: “¿"Eso" podría volver a ocurrir?”, donde “eso” era, lo innombrable: la Gran Depresión.
Aunque Keynes nunca lo afirmó explícitamente, Minsky sostuvo que toda la obra de Keynes conducía a la conclusión de que el capitalismo era por su misma naturaleza inestable y propenso a su desplome.
Podía ir dando bandazos por un acantilado. Este análisis llevaba la marca de su consejero Joseph Schumpeter, el reputado economista austríaco hoy famoso por documentar el incesante proceso de “destrucción creativa” del capitalismo. Pero Minsky se pasó más tiempo pensando en la destrucción que en la creación. Al hacerlo, formuló una intrigante teoría: no sólo el capitalismo era propenso al desplome, escribió, sino que precisamente eran sus períodos de estabilidad económica los que allanaban el camino a crisis monumentales. Minsky llamó a esta idea “la hipótesis de la inestabilidad financiera.”
En el despuntar de una depresión, observó, las instituciones financieras son extraordinariamente conservadoras, como lo son los negocios. Con los prestatarios y prestamistas alimentando la economía con sus acuerdos de alto riesgo, las cosas marchan con suavidad: los préstamos se pagan casi siempre a tiempo, los negocios tienen por lo general éxito y a todo el mundo le va bien. Este éxito, empero, inevitablemente anima a los prestatarios y a los prestamistas a arriesgarse más con la razonable esperanza de conseguir más dinero. Como observó Minsky, “el éxito alimenta el rechazo a la posibilidad de un fracaso.”
Cuando la gente olvida que el fracaso es una posibilidad, una “economía eufórica” se desarrolla finalmente, alimentada por el crecimiento de prestatarios que emprenden riesgos -lo que denominó prestatarios especuladores, cuyos ingresos cubrirían los intereses pero no las deudas principales; y aquellos a quienes denominó “prestatarios Ponzi”, que ni siquiera cubrirían los intereses y sólo podrían pagar sus facturas pidiendo nuevos préstamos. A medida que los miembros de estas últimas categorías creciesen, la economía general se desplazaría de un ambiente conservador pero rentable a un sistema mucho más irresponsable dominado por agentes cuya supervivencia no depende solamente de planes empresariales sólidos, sino del dinero prestado y de créditos a libre disposición.[Que es exactamente lo que ha ocurrido].
Una vez desarrollada una economía como ésta, cualquier pánico podría hacer que se fuera a pique al mercado. El fracaso de una sola empresa, por ejemplo, o la revelación de un fraude asombroso podrían disparar el miedo y un repentino y generalizado intento de la economía por liberarse de la deuda. Este hito -que más tarde recibiría el nombre de “momento Minsky”- crearía un ambiente profundamente inhóspito para todos los prestatarios. Los especuladores y prestatarios Ponzi serían los primeros en venirse abajo, a medida que pierden acceso al crédito que necesitan para sobrevivir. Incluso los agentes más estables pueden encontrarse en la situación de no ser capaces de afrontar sus deudas sin vender sus activos. Esta venta de activos forzada haría entrar el valor de los mismos en una espiral descendente e inevitablemente el agrietado edificio financiero empezaría a venirse abajo. Los negocios se tambalearían y la crisis se extendería a la economía “real” dependiente del sistema financiero ahora en desplome.
Desde los sesenta en adelante Minsky trabajó en esta hipótesis.
La mayor parte de lo que dijo fue a caer en oídos sordos. El fundamentalismo de libre mercado echó raíces: el gobierno era el problema, no la solución. La posibilidad de que “eso” ocurriese de nuevo parecía una broma.
Y a pesar de todo, en este período el sistema financiero -no la economía, sino las finanzas como industria- estaba creciendo a pasos agigantados. Minsky se pasó los últimos años de su vida, a principios de los noventa, advirtiendo de los peligros de la titulización y otras formas de innovación financiera, pero pocos economistas le escucharon. Tampoco prestaron atención a la creciente dependencia de los consumidores y empresas de la deuda, y el empleo creciente del apalancamiento en el sistema financiero.
Después de décadas, habíamos olvidado de verdad el significado de la palabra riesgo. Cuando empresas financieras de varios pisos de altura empezaron a derrumbarse, enviando señales a través de la economía “real”, sus predicciones comenzaron a parecerse mucho a un mapa de carreteras.
Ahora Minsky hace furor. Hace un año un influyente columnista del Financial Times le confió a sus lectores que la relectura de la “obra maestra” de Minsky de 1986 -Stabilizing and Unstable Economy (Estabilizando una economía inestable)- “me había ayudado a aclarar mis ideas respecto a la crisis.” Otros se unieron al coro sin tardanza. A principios de este año, dos pesos pesados de la economía –Paul Krugman y Brad DeLond– se quitaron el sombrero ante él en foros públicos. Es más, el ganador del premio Nobel Paul Krugman tituló una de sus conferencias en la London School of Economics “The Night They Re-read Minsky.” (La noche en que releyeron a Minsky).
¿Ahora qué? Para evitar que el momento Minsky se convirtiese en una calamidad nacional, parte de su solución (que era compartida por otros economistas) era que la Reserva Federal -que él gustaba en llamar “Big Bank”- se adentrase en la brecha y actuase como prestamista en última instancia para las empresas bajo asedio. Inyectando liquidez a las empresas en zozobra, la Reserva Federal podría romper el ciclo y estabilizar el sistema financiero.
La otra solución de Minsky, no obstante, era considerablemente más radical y políticamente un sapo difícil de tragar. La táctica favorita de sacar a la economía de la crisis estaba –y está– basada en la noción keynesiana de “bombear el inflador” (priming the pump) enviando dinero para emplear a grandes masas de mano de obra cualificada y sindicada en la construcción de una línea de ferrocarril, por ejemplo.
Minsky, sin embargo, defendió un acercamiento del tipo “burbuja”, que enviase primero dinero a los pobres y los obreros no cualificados. El gobierno –o como él prefería llamarlo, el “Gran gobierno”– debería convertirse en “última instancia en el empleador”, dijo, ofreciendo trabajo a cualquiera que quisiera ejercer uno a partir de un salario mínimo.
Disponibles para todos, sería incluso más ambicioso que el New Deal, reduciendo considerablemente las cuentas del estado de bienestar al garantizar un empleo para cualquiera que fuese capaz de trabajar. Un programa como éste no sólo ayudaría, según él creía, a los pobres y a los trabajadores no cualificados, sino que también pondría una red de seguridad debajo del salario de todos los demás, previniendo que los salarios de los trabajadores más cualificados cayese precipitadamente, y enviando los beneficios a lo largo de toda la escalera socioeconómica.
Parece que puede afirmarse con seguridad que incluso los responsables políticos más liberales (En el sentido americano, más progresistas) están muy lejos de pensar un papel para el gobierno americano tan expansivo. Un caro programa de pleno empleo estaría demasiado cerca del socialismo como para que fuese cómodo para los políticos...
Resumen del texto escrito por Stephen Mihm, profesor de historia en la Universidad de Georgia y autor de A Nation of Counterfeiters (Una nación de falsificadores), Harvard, 2007. Traducción para www.sinpermiso.info: Àngel Ferrero Fuente: seguir aquí.

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