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martes, 4 de diciembre de 2018

_- El oscuro camino del neoliberalismo hacia el fascismo

_- El neoliberalismo como teoría económica siempre fue un absurdo. Tenía tanta validez como otras ideologías dominantes del pasado, véase el derecho divino de los reyes o la creencia del fascismo en el Übermensch (Superhombre). Ninguna de sus esperanzadoras promesas eran ni remotamente posibles. Concentrar la riqueza en manos de una élite oligárquica global (ocho familias tienen ahora tanta riqueza como el 50% de la población mundial), y demoler a la vez los controles y las regulaciones gubernamentales no podía sino conducir inexorablemente a la desigualdad de ingresos, a la creación de monopolios, al extremismo político y a la destrucción de la democracia. No hace falta ir a las 577 páginas de “El capital en el siglo XXI” de Thomas Piketty para darse cuenta de esto. Pero la racionalidad económica nunca fue el asunto. El asunto era la restauración del poder de clase.

Como ideología dominante, el neoliberalismo tuvo un éxito brillante. A partir de la década de 1970, los principales críticos keynesianos fueron expulsados ​​de la academia, las instituciones estatales, organizaciones financieras como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, así como de los medios de comunicación. Cortesanos e intelectuales petulantes que cumplían con los requisitos, léase por ejemplo Milton Friedman, fueron formados en lugares como la Universidad de Chicago y recibieron plataformas prominentes y lujosos fondos corporativos. Difundieron el mantra oficial de teorías económicas desacreditadas y marginales que popularizaron Friedrich Hayek y la escritora de tercera categoría Ayn Rand. Y en cuanto nos arrodilláramos ante los dictados del mercado y se levantaran las regulaciones gubernamentales, se recortaran los impuestos a los ricos, se permitiese el flujo de dinero a través de las fronteras, se destruyeran los sindicatos y se firmaran acuerdos comerciales que enviaban puestos de trabajo a las explotaciones en China, el mundo sería un lugar más feliz, libre y rico. Fue una estafa. Pero funcionó.

“Es importante reconocer los orígenes de clase de este proyecto, gestado en la década de 1970 cuando la clase capitalista se encontraba en problemas, los trabajadores estaban bien organizados y tenían la capacidad de hacer retroceder a los empresarios”, me dijo David Harvey, autor de “Una Breve historia del neoliberalismo “, en una conversación que tuvimos en Nueva York. “Como cualquier clase dominante, necesitaban ideas dominantes. Por lo tanto, las ideas dominantes fueron que la libertad de mercado, la privatización, el espíritu empresarial, la libertad individual y todo lo demás deberían ser las ideas dominantes de un nuevo orden social, y ese fue el orden que se implementó en los años 80 y 90″.

“Como proyecto político, fue muy inteligente”, dijo. “Obtuvo un gran consenso popular porque hablaba de la libertad individual y de la libertad de elección. Pero en realidad se refería a la de mercado, principalmente. El proyecto neoliberal dijo a la generación del 68, “Ok, ¿quieres ser libre y tener libertad?” De eso trataba el movimiento estudiantil. “Te lo daremos, pero será la libertad del mercado. La otra cosa que buscas es la justicia social, olvídalo. Te vamos a dar la libertad individual, olvídate de la justicia social. No te organices”. El intento fue desmantelar esas instituciones, que no eran otras sino las instituciones colectivas de la clase trabajadora, particularmente los sindicatos y poco a poco los partidos políticos que representaban algún tipo de preocupación por el bienestar de las masas.

“Lo mejor de la libertad de mercado es que parece ser igualitaria, pero no hay nada más desigual que el trato igualitario de los desiguales”, continuó Harvey. “Promete la igualdad de trato, pero si eres extremadamente rico, significa que puedes hacerte más rico. Si eres muy pobre, es más probable que te empobrezcas. Lo que Marx mostró brillantemente en el volumen uno de ‘El Capital’ es que la libertad de mercado produce niveles cada vez mayores de desigualdad social”.

La difusión de la ideología del neoliberalismo fue organizada por la clase capitalista. Las élites capitalistas financiaron organizaciones como Business Roundtable y la Cámara de Comercio y think tanks como “The Heritage Foundation” para vender el producto al gran público. Ellos financiaron a las universidades con donaciones, siempre y cuando las universidades pagaran y contribuyeran con su lealtad a la nueva ideología dominante. Utilizaron su influencia y riqueza, así como sus plataformas de medios de comunicación, para transformar a la prensa en su portavocía. Y silenciaron a los herejes o les hicieron difícil encontrar empleo. El aumento del valor de las acciones bursátiles en lugar del aumento de la producción se convirtió en la nueva medida de la economía. Todo y todos fueron financiarizados y mercantilizados.

“El valor se fija por cualquier precio que se concrete en el mercado”, dijo Harvey. “Entonces, Hillary Clinton es muy valiosa porque dio una conferencia a Goldman Sachs por 250.000 dólares. Si doy una conferencia a un grupo pequeño en el centro de la ciudad y obtengo 50 dólares por ella, obviamente ella vale mucho más que yo. La valoración de una persona, de su contenido, se infiere de lo que puede obtener de ello en el mercado”.

“Esa es la filosofía que se encuentra detrás del neoliberalismo”, continuó. “Tenemos que poner precio a todas las cosas, aun cuando algunas de ellas no deberían ser consideradas como tales y tratadas como productos básicos. Por ejemplo, el cuidado de la salud, en el mismo momento en que se convierte en una mercancía. La vivienda para todos es otro ejemplo. Y la educación. Por lo tanto, los estudiantes tienen que pedir prestado dinero para obtener la educación que les permita obtener un empleo en el futuro. Esta es la estafa. Básicamente dice que si te comportas como un empresario, si sales ahí afuera y te entrenas, obtendrás tus justas recompensas. Pero si no las obtienes, es porque no te entrenaste bien. O porque tomaste un camino equivocado. Porque te dedicaste a estudiar filosofía o a leer a los clásicos en lugar de inscribirte en un curso de habilidades autopersonales de gestión”.

La estafa del neoliberalismo es a día de hoy ampliamente comprendida en casi todo el espectro político. Es cada vez más difícil ocultar su naturaleza depredadora, incluida sus enormes exigencias de cuantiosos subsidios públicos (Amazon, por ejemplo, solicitó y recibió beneficios fiscales multimillonarios de Nueva York y Virginia para establecer centros de distribución en esos estados). Esto ha obligado a las élites gobernantes a establecer alianzas con demagogos de derechas que utilizan las crudas tácticas del racismo, la islamofobia, la homofobia, la intolerancia y la misoginia para canalizar la creciente rabia y frustración de la sociedad lejos de las élites, canalizándola hacia los vulnerables. Estos demagogos aceleran el saqueo de las élites globales y, al mismo tiempo, prometen proteger a los trabajadores y trabajadoras. La administración de Donald Trump, por ejemplo, ha abolido numerosas regulaciones, desde las emisiones de gases de efecto invernadero hasta la neutralidad de la red, y ha recortado los impuestos a las personas y corporaciones más ricas, impidiendo el ingreso público de 1.500 millones de dólares durante la próxima década. Todo esto estableciendo al mismo tiempo un lenguaje autoritario y otras formas de control.

El neoliberalismo genera poca riqueza. Más bien, la redistribuye hacia arriba hacia las manos de las élites gobernantes. Harvey llama a esto “acumulación por desposesión”.

“La lógica principal de la acumulación por desposesión se basa en la idea de que cuando las personas se quedan sin la capacidad de fabricar cosas o prestar servicios, siga siendo posible establecer un sistema que extraiga su riqueza restante”, dijo Harvey. “Esa extracción se convierte entonces en el centro de sus actividades. Una de las formas en que puede ocurrir esa extracción es creando nuevos mercados de productos básicos donde antes no existían. Por ejemplo, cuando era más joven, la educación superior en Europa era esencialmente un bien público. Cada vez más -este y otros servicios- se han convertido en una actividad privada. Servicios de salud. Muchas de estas áreas que usted consideraría que no son productos comerciales en el sentido ordinario se convierten en tales tipos de productos. La vivienda para la población de bajos ingresos a menudo era vista como una obligación social. Ahora todo tiene que pasar por el mercado.

“Cuando era niño, el agua en Gran Bretaña se proporcionaba como bien público”, dijo Harvey. “Al cabo de un tiempo, por supuesto, se privatizó. Comienzas a pagar los gastos de agua. Han privatizado el transporte (en Gran Bretaña). El sistema de autobuses es caótico. Existen todas esas compañías privadas corriendo de aquí para allá, en todas partes. No hay manera de encontrar un sistema que necesites realmente. Lo mismo sucede con los ferrocarriles. Pero una de las cosas que suceden en este momento en Gran Bretaña es interesante: el Partido Laborista dice: ‘Vamos a tomar todo eso de nuevo en propiedad pública porque la privatización es totalmente insana y tiene consecuencias insanas y no está funcionando bien en absoluto’. La mayoría de la población ahora está de acuerdo con esto”.

Bajo el neoliberalismo, el proceso de “acumulación por desposesión” está acompañado por la financiarización.

“La desregulación permitió que el sistema financiero se convirtiera en uno de los principales centros de actividad redistributiva a través de la especulación, la depredación, el fraude y el robo”, escribe Harvey en su libro, tal vez el mejor y más conciso relato de la historia del neoliberalismo. “La promoción de acciones cotizadas, los esquemas de Ponzi, la destrucción estructurada de activos a través de la inflación, la desmantelación de activos a través de fusiones y adquisiciones, la exponencial elevación de los niveles de deuda tal que reducen poblaciones enteras incluso en los países capitalistas avanzados al peonaje de la deuda. Por no decir nada del fraude corporativo, la devaluación de activos, el ataque a los fondos de pensiones, su aniquilación por la inducción de colapsos corporativos a través de la manipulación de créditos y acciones, en todo esto se ha convertido el sistema financiero capitalista”.

El neoliberalismo, blandiendo su tremendo poder financiero, es capaz de diseñar crisis económicas para deteriorar el valor de los activos y luego aprovecharse de ellos.

“Una de las maneras en que se puede crear una crisis es cortando el flujo de crédito“, dijo. “Esto se hizo en el este y sureste de Asia en 1997 y 1998. De repente, la liquidez se agotó. Las principales instituciones no prestaban dinero. Había habido un gran flujo de capital extranjero en Indonesia. Cerraron el grifo. El capital extranjero fluyó hacia afuera. Lo cerraron en parte porque una vez que todas las empresas se declararon en bancarrota, podían pasar a ser compradas con grandes descuentos. Vimos lo mismo durante la crisis de la vivienda aquí (en los Estados Unidos). Las ejecuciones hipotecarias posibilitaron posteriores recompras de pisos a precios muchísimo más baratos. Es cuando entra Blackstone, compra todas las viviendas y pasa a convertirse en el propietario más grande de todos los Estados Unidos. Tiene 200.000 propiedades o algo así. Ahora se encuentra esperando que el mercado gire. Cuando el mercado gire, que lo hará brevemente, entonces podrá vender o alquilar y cometer el crimen. Blackstone ha conseguido el pelotazo del siglo gracias a las ejecuciones hipotecarias a partir de las que todo el mundo perdió. En esencia se trata de una transferencia masiva de riqueza“.

Harvey advierte que la libertad individual y la justicia social no son necesariamente compatibles. La justicia social, escribe, requiere solidaridad social y “la voluntad de sumergir los deseos, las necesidades y los deseos individuales en la causa de una lucha más general como, por ejemplo, la igualdad social y la justicia ambiental”. La retórica neoliberal, con su énfasis en las libertades individuales, puede efectivamente “separar el libertarismo, las identidades políticas, el multiculturalismo y, finalmente, hacer oscilar hacia el consumismo narcisista a las fuerzas sociales que persiguen la justicia social a través de la conquista del poder estatal”.

El economista Karl Polanyi entendió que hay dos tipos de libertades. Existen las malas libertades para explotar a quienes nos rodean, obteniendo así enormes ganancias sin tener en cuenta el bien común, incluido lo que se hace con el ecosistema y las instituciones democráticas. Estas malas libertades hacen que las corporaciones monopolicen las tecnologías y los avances científicos para obtener enormes ganancias, incluso cuando, como sucede con la industria farmacéutica, un monopolio implique que las vidas de quienes no pueden pagar precios exorbitantes sean puestas en peligro. Las buenas libertades -la libertad de conciencia, la libertad de expresión, la libertad de reunión, la libertad de asociación, la libertad de elegir el trabajo- se extinguen finalmente por la primacía de las malas libertades.

“La planificación y la regulación están siendo atacadas como si implicasen una negación de la libertad”, escribió Polanyi. “La libertad de empresa y la propiedad privada se asocian con las esencias finales de la libertad. Se dice que ninguna sociedad construida sobre otras bases merece ser llamada libre. La libertad que la regulación ofrece es denunciada como falta de libertad; La justicia, la libertad y el bienestar que posibilita la regulación se asocia a la esclavitud”.

El concepto de la libertad degenera así en una mera defensa de la libertad de empresa, que significa “plenitud de libertad para aquellos cuyos ingresos, ocio y seguridad no necesitan ser mejorados, y una simple miseria de libertad para las personas, que en vano pueden intentar ‘hacer uso de sus derechos democráticos para obtener refugio del poder de los dueños de propiedades’, escribe Harvey, citando a Polanyi. “Pero si, como siempre es el caso, ‘no es posible una sociedad en la que el poder y la coerción estén ausentes, ni un mundo en el que la fuerza no tenga ninguna función’, entonces la única forma en que esta liberal visión utópica podría sostenerse es por la fuerza, la violencia y el autoritarismo. El utopismo liberal o neoliberal está condenado, en opinión de Polanyi, a derivar en el autoritarismo, e incluso en el fascismo absoluto. Las buenas libertades se pierden, las malas prosperan”.

El neoliberalismo transforma la libertad de la mayoría en la libertad de unos pocos. Su resultado lógico es el neofascismo. El neofascismo suprime las libertades civiles en nombre de la seguridad nacional y califica a grupos enteros de la sociedad como traidores y enemigos del pueblo. Es el instrumento militarizado utilizado por las élites gobernantes para mantener el control, dividir y desgarrar a la sociedad y acelerar aún más el saqueo y la desigualdad social. La ideología dominante, ya nunca más creíble, está mutando en abuso y totalitarismo.

* Artículo de Chris Hedges publicado originalmente en inglés en Truthdig
* Ilustración: Mr. Fish

domingo, 12 de marzo de 2017

Admitamos que nuestras creencias nos están matando

CTXT

Paul Romer, nuevo economista jefe del Banco Mundial, demuele los cimientos de la corriente del pensamiento económico neoclásico, la hegemónica en nuestros días, a la que él pertenece

Paul Romer es desde hace unos meses el nuevo economista jefe del Banco Mundial. Desde que Joseph Stiglitz ocupó ese cargo a finales del siglo pasado, el organismo multilateral no había tenido en ese puesto a un economista de relevancia mediática como Romer sino de perfil más discreto. Considerado por la revista Time una de las 25 personas más influyentes de EE.UU., conocido como uno de los pioneros de las teorías del nuevo crecimiento (“crecimiento endógeno”), siendo profesor en lugares como Berkeley o Stanford, Romer ha conmovido los cimientos de la profesión al publicar un texto (del que aquí adjuntamos un resumen al que se han eliminado todos los aspectos técnicos y matemáticos, que corresponden a otro tipo de publicación) en el que demuele los cimientos de la corriente del pensamiento económico neoclásico, la hegemónica en nuestros días, a la que él pertenece. La primera frase de ese artículo resume todo lo demás: “Desde hace tres décadas, la macroeconomía está yendo marcha atrás”.

Romer se ha unido en esta crítica a otros colegas que desde hace ya bastantes años ponen en cuestión la economía neoclásica, aunque la mayor parte de ellos se haya formado dentro de la misma. Recorreremos algunos de esos hitos. En el año 2009, en el momento más duro de la Gran Recesión, Paul Krugman publicó un artículo en The New York Times (“¿Cómo pudieron equivocarse tanto los economistas?”) que dio la vuelta al mundo. Escribió el Nobel de Economía que los economistas creían tener las cosas bajo control antes de la crisis económica y que, siendo importante el error de no ver avanzar las dificultades, mucho más significativa fue su ceguera ante la posibilidad de que hubiera fallos catastróficos en la economía de mercado. No los consideraban factibles. Krugman estableció la famosa distinción entre los economistas “de agua dulce” (neoclásicos) y los economistas “de agua salada” (básicamente keynesianos). Durante dos décadas (1987-2007) ambos grupos firmaron una paz intelectual basada en la confluencia de opiniones que salvaban al mercado de sus fallos; eran los años de la “Gran Moderación” en los que había poca inflación y las recesiones eran relativamente suaves; los economistas “de agua salada” se tranquilizaron pensando que la Reserva Federal [el banco central de EEUU] tenía todo bajo control; los “de agua dulce”, aun sin creer que las políticas de la Reserva Federal fuesen óptimas, como las cosas iban bien miraron hacia otro lado. La Gran Recesión terminó con esa paz postiza durante la cual las fricciones ideológicas entre ambos grupos habían permanecido dormidas aunque no se había producido la mínima convergencia real entre ellos.

Ha sido Steve Keen, profesor australiano de quien se dice que fue el que más se aproximó a los efectos que iba a tener la Gran Recesión y al momento en el que estallaría, uno de los que más eficazmente ha atizado a la economía neoclásica (en la que ha incluido a Krugman, dando sentido a esa frase de que en economía todos somos neoclásicos respecto a alguien). Su libro La economía desenmascarada (Capitán Swing) es pródigo en ejemplos de su tesis principal: que la economía neoclásica es responsable no sólo por no haber anticipado la Gran Recesión sino por ser intrínsecamente errónea y haber contribuido a multiplicar las calamidades que intentaba prever. Si su único fallo hubiera sido no anunciar la crisis con tiempo, para que los ciudadanos pudieran guarecerse, los economistas neoclásicos no se diferenciarían de los meteorólogos que no ven llegar una tormenta: serían culpables de no haber dado la alerta pero no se les podría responsabilizar de la tormenta misma.

En cambio, los economistas neoclásicos tendrían una responsabilidad directa en la tormenta económica ya que convirtieron lo que podría haber sido una crisis financiera y una recesión “del montón” en una crisis mayor del capitalismo; las creencias y las acciones de los neoclásicos lograron que la última crisis económica fuese mucho mayor de lo que hubiera sido sin su intervención.

Steve Keen, que se define a sí mismo como economista poskeynesiano y sraffiano [seguidor del economista italiano Piero Sraffa] comprometido, hace asimismo una denuncia de la penetración de la ortodoxia neoclásica en la docencia (libros de texto, profesorado, cátedras,…), en los servicios de estudio, programas de investigación, organismos multilaterales, selección de las materias principales que se estudian en las facultades de Económicas y Empresariales, medios de comunicación, etcétera. Esta posición de dominio neoclásico se muestra en los nombramientos de las jefaturas de estudios de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico, Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, gobernadores de los principales bancos centrales, ministros de Economía y Hacienda o premios Nobel de Economía.

También analiza Keen si estos economistas han reconocido su fracaso, si han reflexionado sobre las contorsiones ideológicas (las políticas monetarias expansivas, las intervenciones permanentes en la banca privada) hechas para salvarse del descrédito. Nada de nada. Un ejemplo de ello es Ben Bernanke, el anterior gobernador de la Reserva Federal, que ha argumentado que no hay necesidad alguna de revisar la teoría económica como resultado de la crisis, distinguiendo entre “ciencia económica”, “ingeniería económica” y “gestión de la crisis”… para permanecer donde estaba. “La reciente crisis financiera”, escribió Bernanke, “ha tenido más que ver con un fallo en la ingeniería económica y en la gestión económica que en lo que yo he llamado ciencia económica (…), las deficiencias en materia de ciencia económica (…) fueron en su mayor parte menos relevantes de cara a la crisis; es más, aunque la mayoría de los economistas no previeron el colapso del sistema financiero, el análisis económico ha demostrado ser –y lo seguirá demostrando-- de una importancia crítica a la hora de entender la crisis, desarrollar políticas para contenerla y diseñar soluciones de largo plazo para prevenir su recurrencia”.

La conclusión a la que llega Keen es muy significativa para este debate: ¿por qué a pesar de tantos bienintencionados economistas neoclásicos, casi todas sus recomendaciones favorecen a los ricos antes que a los pobres, a los capitalistas antes que a los trabajadores, a los privilegiados antes que a los desposeídos?. “Llegué a la conclusión de que la razón por la que manifestaban estas conductas tan poco intelectuales, tan ideológicas y en apariencia tan destructivas desde el punto de vista social no tenía que ver con patologías personales superficiales, sino que era de naturaleza más profunda: lo que ocurría es que la forma en que habían sido formados les había inculcado las pautas de comportamiento de los fanáticos, más que de intelectuales desapasionados”.

Uno de los aspectos que centran las críticas a los economistas es la utilización excesiva del aparato matemático: la economía trata de la gente, no de las curvas, se dice. El periodista italiano Roberto Petrini, que ha escrito un alegato titulado Proceso a los economistas (Alianza Editorial), acusa al mainstream de esta profesión no sólo de errar continuamente en sus diagnósticos (“la feria de las previsiones”) sino de haber perdido el contacto con la realidad al padecer una sobredosis de matemáticas; los físicos, habitualmente discretos, han sacado del bolsillo el dedo que señala y subrayan los defectos de quienes practican una ciencia social imperfecta. Uno de ellos, Jean-Philippe Bouchard, escribió un artículo incendiario en Nature, cuyo inicio es arrollador: “En comparación con la física se puede decir que los éxitos cuantitativos de la economía son decepcionantes. Los cohetes llegan a la Luna, se extrae la energía del átomo, los satélites permiten que millones de personas encuentren el camino a casa… ¿Cuál es el resultado representativo de la economía si dejamos a un lado la recurrente incapacidad de predicción y de evitar crisis?”.

En el artículo citado, Krugman afirma que los economistas han confundido la belleza, revestida de matemáticas de aspecto imponente, con la verdad. La causa inmediata del error de la profesión fue el deseo de un planteamiento intelectualmente elegante que lo abarcase todo y que, además, brindara a los economistas la oportunidad de presumir de sus proezas matemáticas. Kalle Lasn, coordinador de un libro singular titulado Guerra de memes. La destrucción creativa de la economía neoclásica, editado por Adbusters, una organización canadiense que lleva una cruzada contra el consumismo, se pregunta: “¿Sufren los economistas de un complejo de inferioridad académico denominado `envidia de la física?”.

En otro momento habrá que abordar la relación simbiótica entre la revolución conservadora y la economía neoclásica.
Joaquín Estefanía
Fue director de El País entre 1988 y 1993. Su último libro es Estos años bárbaros (Galaxia Gutenberg) @ESTEFANIAJOAQ

Fuente:
http://ctxt.es/es/20170222/Politica/11261/neoliberalismo-paul-romer-paul-krugman-Steve-keen.htm

lunes, 6 de abril de 2015

Cambridge contra Cambridge. El fracaso del pensamiento único en la Gran Recesión ha alumbrado una generación de economistas heterodoxos. Solo les une la crítica al neoliberalismo y a la escuela neoclásica

En lo más hondo de la crisis económica, en el año 2009, Paul Krugman, con la libertad intelectual que le daba el Premio Nobel de Economía, se inventó una división de su profesión y habló de los “economistas de agua salada” (más keynesianos) y los “economistas de agua dulce” (los neoclásicos). Hasta antes de la quiebra de Lehman Brothers ambos grupos habían firmado una falsa paz basada, sobre todo, en la confluencia de opiniones que salvaban a los mercados de sus fallos. Eran los años de la Gran Moderación, en los que las cosas iban básicamente bien. La recesión que llegó terminó con esa paz postiza, durante la cual las fricciones entre ambos grupos de economistas habían permanecido dormidas sin que se hubiera producido ninguna convergencia real entre sus posiciones. Fue entonces cuando Alan Greenspan, que había sido presidente de la Reserva Federal y era denominado “el maestro” por unos y otros, admitió encontrarse en un estado de “conmoción e incredulidad” porque “todo el edificio intelectual se había hundido”.

Un lustro después, aquella distinción krugmanita ha pasado de moda y es difícil encontrar economistas que defiendan a campo abierto la teoría económica que ha llevado al fracaso del pensamiento único neoliberal y a la gestión de la crisis económica más larga y profunda desde los años treinta del siglo pasado. El historiador del pensamiento económico de la Universidad norteamericana de Notre Dame Philip Mirowski se sorprende de que, a pesar de ese fracaso evidente, los neoliberales (los economistas “de agua dulce”) parecen haber eludido toda responsabilidad por propiciar las condiciones para que se materializase la crisis: ninguno de esos profesionales “fue despedido por incompetente. Los economistas no han sido expulsados de sus puestos en el Gobierno. Ningún departamento de Economía ha sido clausurado, ni por sus errores ni como medida de ahorro de costes” (Nunca dejes que una crisis te gane la partida, ediciones Deusto).

Ahora hay una verdadera avalancha de economistas heterodoxos de muy diferentes escuelas. Lo único que les une es la crítica al neoliberalismo y a la escuela neoclásica, y un cierto neokeynesianismo. En el libro citado, Mirowski centra geográficamente esas críticas: sin duda la II Guerra Mundial habría tenido lugar sin Martin Heidegger, Carl Schmitt u otros intelectuales nazis, pero no está tan claro que hubiera ocurrido la crisis económica sin la escuela neoclásica de Chicago. Chicago ha sido el padrino intelectual de la autorregulación que ha llevado a tantos abusos.

Dentro de unos meses llegará a España la obra canónica del economista neokeynesiano australiano Steve Keen (Debuking Economics, traducida Desenmascarando la economía, Capitán Swing). Keen se autodefine dentro de la “tradición científica de Marx-Schumpeter-Keynes-Joan Robinson- Piero Sraffa-Hyman Minsky”. Lo peculiar de este economista es que ha atizado a otros autores pretendidamente keynesianos como Krugman, por ser neoclásicos camuflados: “El establishment neoclásico (sí, Paul, eres parte de ese establishment) ha ignorado toda la investigación de los economistas no neoclásicos como yo por décadas. Así que es bueno ver cierto compromiso en lugar de una ignorancia deliberada o, más probablemente ciega, a otros análisis alternativos”.

Esta polémica recuerda a otra de hace medio siglo, que fue conocida como Cambridge contra Cambridge y que enfrentó a los discípulos directos de Keynes en el Cambridge británico (Robinson, Sraffa, Kaldor,…) con los del Cambridge de Massachusetts, en EE UU (Paul Samuelson, Robert Solow…). Los norteamericanos llegarían al premio Nobel; los británicos, no. Joan Robinson calificó a los primeros como “keynesianos bastardos”.

En distintas proporciones, los famosísimos Thomas Piketty y Yanis Varoufakis también son economistas heterodoxos. El francés, por haber conseguido con su libro El capital en el siglo XXI  (Fondo de Cultura Económica) lo que ninguno de sus colegas antes (ni siquiera Joseph Stiglitz en El precio de la desigualdad, editorial Taurus): introducir la desigualdad en el centro de la política económica tras largas décadas de ser orillada por el pensamiento ortodoxo que la consideraba una característica natural del capitalismo. En colaboración con otros jóvenes colegas como Emmanuel Saez o Gabriel Zucman (La riqueza oculta de las naciones, editorial Pasado y Presente), Piketty ha llevado sus argumentos de la economía a la política: concentraciones extremas de renta y riqueza como las que se dan en nuestras sociedades amenazan la democracia. Guste o no, las tesis de un científico social francés no habían influido tanto en el mundo anglosajón desde La democracia en América, de Tocqeville. ... seguir leyendo.  Madrid 5 ABR 2015 - 
Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2015/04/01/actualidad/1427901366_003243.html