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martes, 7 de marzo de 2017

_--Tres españoles galardonados con el premio de arquitectura Pritzker. El estudio catalán RCR Arquitectes recibe la distinción más prestigiosa en esta disciplina

_-Rafael Aranda, Ramón Vilalta y Carme Pigem reciben el galardón más prestigioso de su disciplina


“Había dos pritzkers portugueses (Eduardo Souto de Mora y Álvaro Siza) y solo uno español. De un plumazo tenemos cuatro”. Carme Pigem (Olot, Girona, 1962) bromea ante los amigos y empleados reunidos en el patio de su estudio. También han llegado su padre y su suegra. En la antigua Fundición Artística Barberí, “donde se fundieron las cuádrigas de Gargallo del Estadio Olímpico”, una joven arquitecta pincha discos. Ha empezado la fiesta. Carme y sus dos socios —su marido, Ramon Vilalta (Vic, Barcelona, 1960), y Rafael Aranda (Olot, 1961)— llevan tres décadas dedicándose a la arquitectura con devoción casi religiosa. Por eso la celebración del premio Pritzker, el galardón mundial más importante en el campo de la arquitectura, concedido al estudio RCR Arquitectes, formado por el trío, tiene algo de liturgia.

“El respeto por lo existente y la convivencia entre lo local y lo universal” es lo que ha visto en sus trabajos un jurado preocupado por un mundo en el que lo genérico está arrasando a lo particular. El Pritzker premia este año la estrecha colaboración entre los tres proyectistas y la búsqueda de la universalidad desde el cuidado de las raíces, al reconocer a este trío cosmopolita y a la vez de pueblo que desde que se conocieran en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura del Vallès de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC) apostó por diseñar a seis manos.

Hasta hoy, el galardón solo había reconocido a un español, Rafael Moneo, en 1996. Los nuevos ganadores tienen claro qué otro arquitecto nacional lo merecería: “Sin duda, Enric Miralles”, fallecido en julio de 2000.

Aunque varios dúos de diseñadores se han hecho con el premio, dotado con 100.000 dólares, como Herzog &  De Meuron, en 2001, o Sejima &  Nishizawa, en 2010, esta es la primera vez que reconoce a tres profesionales, subrayando el componente colectivo del oficio.

Todos creen que ese triángulo es la base de su equilibrio. “Eso y saber de dónde venimos y hasta dónde queremos llegar”, opina Aranda, hijo de un obrero de Villanueva de la Tapia (Málaga), el primer miembro de su familia nacido en Cataluña. La madre de Pigem era locutora de radio en Olot. Su padre la conoció cuanto instalaba cables en la emisora. El de Ramón, profesor de dibujo, murió con 50 años. “Crecí viendo cómo mi madre se levantaba a las cinco para trabajar en una fábrica textil”.

Ese pasado, insisten, es su vacuna. “No creemos ni en fronteras ni en purezas”, aseguran, tratando de desmontar los mitos construidos en torno a su exquisito trabajo. “El hombre de Cromañón no era de ningún sitio. No podemos retroceder”, defiende Pigem. ¿Qué cambiará entonces el Pritzker? “Queremos seguir controlando y disfrutando lo que hacemos”, responden. ¿Conseguirán hacerlo trabajando en Francia, Bélgica o Dubái? “Trabajamos igual, a partir del lugar. Es fundamental ir encontrando la arquitectura, evitar que te asalte. Retrasar el encuentro multiplica las sensaciones y convierte un edificio en un descubrimiento”, explica Vilalta.

Una de sus primeras obras, el Estadio Tussols-Basil de Olot (2000) es una pista de atletismo salpicada por los árboles, que llegaron antes que la pista.

También las personas han definido la arquitectura de RCR. “Las casas han sido nuestro laboratorio”, explica Pigem. Sus primeros logros fueron viviendas extraordinarias para gente corriente: la casa para un herrero o una peluquera del pueblo. Su vocación perfeccionista ha hecho que los persiguiera la leyenda de que obligaban a firmar contratos que impedían modificar sus trabajos. Ellos lo desmienten: “A lo que obligamos es a construir bien; luego el tiempo puede intervenir. No para tapar, para sumar”, indica Vilalta.

Lo esencial son las raíces
No resulta fácil entender esta arquitectura de alta costura, arraigo local y ambición universal en el marco de un pueblo del prepirineo gerundense de 34.000 habitantes. “Cuando decidimos vivir en Olot, los de [la revista] El Croquis vinieron y nos dijeron que teníamos que salir al mundo”, recuerda Aranda. Son felices de no haberlo hecho: “Cuando vives en un pueblo has de tener claro qué aporta lo que construyes. Te lo tropiezas a diario. Se convierte en tu conciencia”.

En 2009, la muestra del pintor francés vivo más cotizado, Pierre Soulages, se convirtió en la más vista en la historia del Pompidou. Para entonces, el propio artista ya había encargado a RCR el diseño del museo al que dejará su legado en Rodez, al otro lado de los Pirineos. Cuentan que el edificio de apartamentos que acaban de concluir en Dubái está en la ciudad real, no en la de postal. El cliente les ha encargado ahora su casa.

Los autores del flamante y rompedor restaurante Enigma de Albert Adrià, en Barcelona, fueron, mucho antes, los diseñadores de Les Cols, también en Olot: “Entre huertos y gallinas tuvimos que plantearnos cómo hablar a lo que ya existía”. Decidieron hacerlo de tú a tú: sin alterar el lugar, pero con voz propia. Con la chef Fina Puigdevall dejaron claro cómo la vanguardia y la alta cocina deben convivir con la agricultura y el kilómetro cero.

Algunos maestros modernos descubrieron que viajar por el mundo lleva a recuperar las raíces. RCR defiende lo contrario: para ellos son las raíces lo esencial para poder volar. El principal premio de arquitectura acaba de darles la razón.

MINIMALISMO Y NATURALEZA
Aunque los integrantes del estudio RCR (las iniciales de los nombres de pila de sus tres miembros) consideran que arquitectura solo hay una —“la que contribuye al bienestar físico y espiritual”—, en una era en la que la disciplina se debate entre ser posticónica o aceptar la construcción como fondo de inversión, ellos defienden un valor clásico: la belleza, “fundamental para todo en la vida”. Premiando a RCR, el Pritzker deja atrás la defensa de una arquitectura social (las construcciones de emergencia de Shigeru Ban o las viviendas incrementales de Aravena) determinante para apuntalar el futuro de la profesión. La obra exigente, de factura artesana y corte minimalista de RCR supone un reconocimiento a la arquitectura entendida como una forma de arte que incide en la vida cotidiana sin renunciar a sus aspiraciones estéticas.
Algunas de las obras de los arquitectos premiados:
http://www.bbc.com/mundo/noticias-39136994



http://cultura.elpais.com/cultura/2017/03/01/actualidad/1488368379_614805.html

miércoles, 13 de noviembre de 2013

José María de la Mata, vocación de arquitecto

Dar cuenta en una breve nota de lo que fue la vida de un hombre cabal es tarea triste y dolorosa. Pero hacerlo es obligado para que sepan aquellos que no lo conocieron quién fue José María de la Mata Gorostizaga —fallecido el 10 de octubre— y para que quienes fuimos sus colegas y amigos nos traslademos por unos momentos a un pasado que, a pesar de su proximidad, comienza a desvanecerse.

Miembro de una familia numerosa en la que el ejercicio de la abogacía y el servicio a las instituciones públicas prevalecían, José María de la Mata (Collado Villalba, Madrid, 1935) abrió una brecha en lo que era la tradición familiar al decantarse por la arquitectura, profesión a la que también se dedicaría más tarde su hermano Ramón. Fuimos compañeros tanto en la Facultad de Ciencias Exactas como en la Escuela de Arquitectura y en el Campamento de La Granja, titulándonos como arquitectos a comienzos de los sesenta. Eran años en los que la arquitectura española hacía esfuerzos por recuperar el tiempo perdido, buscando un encuentro con la modernidad olvidada. Y los jóvenes arquitectos teníamos como guía la labor de arquitectos como Oiza, de la Sota, Corrales, Molezún, García de Paredes... que luchaban por hacer que sus obras reflejasen unos afanes muy diversos de los de la generación inmediatamente anterior.

De la Mata se sintió atraído por la figura de Ramón Vázquez Molezún, con quien colaboraría en la Oficina Técnica del Instituto Nacional de Industria. Al acercarse a este arquitecto, José María hacía toda una declaración de intenciones. Los arquitectos no pueden olvidar los usos a que un edificio se ha destinado, sin perder de vista que ello ha de estar acompañado por una racional elección de los sistemas constructivos y de los materiales, cuyo hábil manejo, en último término, da como resultado una expresión plástica inteligible y clara. E incluso inesperada y nueva, contribuyendo así a reflejar lo mejor de los ideales de una época.

Pienso que su obra siempre ha permanecido fiel a estos principios. Unos principios que tendría ocasión de aplicar en lo que fue el terreno profesional en el que se especializó: los hospitales. Junto con Javier Feduchi creó la empresa Estudios de Arquitectura Hospitalaria, que llevó a cabo un ambicioso programa que abordó tanto la construcción de toda una serie de centros que hablan de su buen hacer profesional (la clínica Asepeyo en Coslada, el hospital de Cuenca) como la puesta en marcha de toda una serie de trabajos de investigación sobre el diseño de hospitales que hoy siguen vigentes.

Y pasando a hablar de José María de la Mata en términos más personales, diría que sin su valiosísima colaboración no hubiese podido llevar a término el hospital materno-infantil de O’Donnell en Madrid. Aunque amigos desde los años de escuela, fue entonces cuando tuve ocasión de conocer más íntimamente a José María, personal y profesionalmente. Se daban en él a un tiempo el rigor y la ternura, la seriedad y el sentido del humor, la exigencia y la generosidad. Su persona respiraba una hidalguía que nunca se traducía en distancia, haciendo que virtudes como la honradez y la lealtad conviviesen sin ostentación. Su clara inteligencia se manifestaba en la inevitable atracción que sentía por un mundo formal en el que el orden debía prevalecer.

Dueño de amplios conocimientos en arquitectura hospitalaria, se sumaban a los mismos un sentido constructivo poco común y una gran claridad para plantear la disposición de edificios complejos. Siempre dispuesto a transmitir sus conocimientos a los jóvenes colegas, puedo decir que en torno al proyecto de O’Donnell crecieron, como futuros arquitectos de hospitales, un puñado de jóvenes arquitectos que hoy sienten su falta tanto como yo, que no podré disfrutar de un nuevo proyecto con él porque desgraciadamente José María nos ha dejado.

Rafael Moneo es arquitecto.

domingo, 25 de agosto de 2013

Iñaki Ábalos, Un arquitecto de mundo

Tras las huellas de Josep Lluís Sert y Rafael Moneo, Iñaki Ábalos estrena la dirección de la escuela de arquitectura de Harvard, una posición desde la que influirá en los edificios del futuro

El flamante nuevo director de  la Graduate School of Design (GSD), el de­­partamento de arquitectura de la Universidad de Harvard Iñaki Ábalos, nació en San Sebastián en 1956 y estudió en Madrid. Ahora vive entre esta ciudad y Cambridge, en Massachusetts, pero tiene casa en Ca­­narias y construye en China. Tal vez por eso se considera más un arquitecto de un tiempo que de un lugar. “Hay que luchar contra la boina: el asentamiento en un lugar no te da certidumbre. La formación de un arquitecto es infinitamente más interesante si es capaz de tener el mundo en la cabeza”, opina. Cree que sus edificios, como la estación del AVE en Logroño o la remodelación de la Fundación Tàpies que concluyó en Barcelona, son un cruce de espacio y tiempo: “Una perspectiva de 100 años iguala muchas cosas. Nos da lo mismo que el Círculo de Bellas Artes de Madrid esté hecho en la misma época que el pabellón Mies van der Rohe de Barcelona. Nos gustan los dos muchísimo”.

Así, para el autor de edificios en Las Palmas y Vitoria y de ensayos, como La buena vida, donde revisa las casas de Andy Warhol o Pablo Picasso, dirigir la influyente escuela estadounidense supone decidir, en cierta medida, cómo será la arquitectura del futuro. Y aunque considera que “España domina la cultura arquitectónica mundial”, parece que el presente de alguien como él, que comenzó a construir en un pueblo de 13.000 habitantes como Coria (Cáceres), es ya planetario. Con su socia, la polaca Renata Sentkiewicz, acaba de ganar el concurso para levantar un Museo de Arte Contemporáneo en Zhuhai (al sur de China, junto a Macao), y no lejos de allí, en Guangzhou, diseña una isla universitaria, un campus dedicado a la investigación. Así, con la cabeza y la atención a ambos lados del globo, Ábalos sabe contener su inquietud. Disfruta la tranquilidad de unas vacaciones en la isla de La Palma, donde tiene una casa, pero confiesa que adora y añora el ruido. Con las ventanas abiertas en su piso de la calle del Barquillo de Madrid explica que en Boston echa en falta el barullo, pero que irse a América ya no supone convertirse en indiano. Él no deja de viajar por el mundo. Y regresa a Madrid una vez al mes.

Ábalos tiene claro lo que grandes de la arquitectura española, Josep Lluís Sert  y Rafael Moneo, aportaron al cargo que estrena. “Sert no podía entender el salto que existe en América entre la arquitectura y la ciudad – allí ideada por urbanistas que son expertos en geografía o economía, pero ajenos al diseño–. Por eso legó un departamento de urbanismo asociado a la arquitectura que a partir de Harvard se expandió por otras universidades”, cuenta. Luego explica por qué Moneo fue otro director clave en Harvard: “Cuando el posmodernismo comenzó a interesarse por la arquitectura histórica, él tenía un pasado: se había formado en la historia de la arquitectura y de hecho vive la arquitectura como un presente continuo”. Así, opina que aportó naturalidad y cercanía entre la historia y las nuevas disciplinas. Además, dice Ábalos, todo lo que hace lo hace con dedicación intensiva: “Dejó huella y disciplinó mucho la escuela”.

El departamento de arquitectura que ahora dirige Ábalos siempre ha querido tener vinculación con Europa –desde que comenzó con el alemán Walter Gropius y con la práctica. No es una escuela teórica, como Princeton, por ejemplo. Pero su nuevo director está convencido de que Europa sigue siendo la cantera de la arquitectura del mundo. Asegura que a principios del siglo pasado, América era la producción, y Europa, el valor añadido, pero que hoy América da el valor añadido y lo que se construye en Europa se convierte en referente.

P. ¿Qué aportará usted a Harvard?
R. Ninguna revolución. Pero sí aquello por lo que me han llamado: combino la práctica y la investigación, y tengo experiencia: sé quién es quién.

P. ¿Eso es fundamental para enseñar arquitectura?
R. Lo es para gestionar un departamento. Creo que lo que les interesa de mi trayectoria es lo que he llamado termodinámica: integrar conocimientos científicos en la arquitectura de una forma imaginativa, no meramente técnica, sino cultural. Hace 15 años que defiende esa combinación de cultura y ciencia. “No quiero sonar pedante, pero el filósofo Bruno Latour dice que ‘todos tenemos que ponernos la bata blanca’. Los laboratorios han dejado de estar apartados de la vida. Los conocimientos de hoy hacen que la forma en la que entendíamos la arquitectura hace tres lustros haya quedado obsoleta. Necesitamos poder integrar imaginación y ciencia”.

La pregunta entonces es qué pasará con los otros pilares de la arquitectura: la tradición o el lugar. “No hay arquitectura vernácula en el mundo que no sea una lección maestra de adaptación climática. La termodinámica siempre ha estado ahí. Defiendo arquitecturas pasivas capaces de no consumir energía finita para ofrecer confort. Defiendo afinar la intuición de la tradición con nuevos instrumentos”, explica.

P. ¿Cómo hacer que la termodinámica no se convierta en una nueva etiqueta de moda, como sucedió con “lo ecológico”, transformado en adjetivo antes que en hecho?
R. Produciendo obras de arquitectura memorables, sólidas y adaptadas a las necesidades reales de la sociedad.

P. ¿Un ejemplo concreto?
R. Me lo pones difícil.

P. Lo digo porque usted y su anterior socio Juan Herreros firmaron unas torres, llamadas bioclimáticas, en Vitoria que necesitaban aire acondicionado para evitar el calor.
R. Tuvieron la más alta calificación energética. Son una arquitectura bastante pasiva basada en los datos climáticos de Vitoria.

P. Las fachadas son de vidrio.
R. Vitoria puede tener más vidrio que casi ninguna otra ciudad en España. Y además las viviendas ventilan: todas tienen dos o tres fachadas. Si en un momento dado hay tres días de sol excesivo, puedes tener calor, pero es lo más bioclimático que puedes hacer.

Siendo un emigrante de lujo, Ábalos vive mal que los españoles tengan que emigrar. No creo que las crisis sean una gran oportunidad. Son una gran desgracia. En el caso de la arquitectura española, que vivía un momento dorado, una desgracia mayor. Pero considera que una vez que los arquitectos españoles han asumido que su crisis será más larga que la crisis económica española, han reaccionado bien. Sus despachos pequeños y más artesanales que los del mundo anglosajón les han permitido adaptarse: “No creo que haya un estudio en Europa de primera línea en el que al menos el 20% de sus colaboradores no sean españoles”, explica. Y sostiene que el mundo académico más prestigioso también se ha aprovechado de la formación politécnica que se ha dado en España. Alejandro Zaera tiene su mismo cargo en Princeton e Iñaki Alday en la Universidad de Virginia… “Lo llaman la Armada Española. Creo que España domina en este momento la cultura arquitectónica mundial”.

Ante el mínimo escepticismo de su interlocutora, Ábalos se explica: “Somos muchos los que estamos formando a la élite. Y vienen más. Estar en las posiciones clave de las universidades más importantes es decidir cuáles son las líneas que va a seguir la arquitectura en el mundo. Mucha gente no es consciente de hasta qué punto diez escuelas de arquitectura del mundo dirigen la cultura arquitectónica. Desde dentro te das cuenta de cómo los programas de estudio del resto del mundo se van adaptando”.

Iñaki Ábalos habla de una cultura arquitectónica mundial no dogmática. “Las líneas más interesantes son las que abren nuevas vías y permiten pensar que la diferencia puede ser un valor. No estamos ante ningún catecismo. Reina la apertura mental y hay que estar atento a cómo las diferencias pueden contribuir al debate”, razona. Al tiempo que critica  el anteproyecto para la Ley de Servicios Profesionales, que prepara el Ministerio de Economía, en el que se relativiza la importancia de la cultura arquitectónica cediendo la construcción a otros profesionales. “Me siento humillado. Me parece absolutamente incomprensible que se esté intentando arramblar con la profesión, posiblemente con la de cocinero, más prestigiosa que ha dado este país con una ley tan ciega al valor que aporta la arquitectura”. Habla de valor económico: “¿Por qué la gente va a Barcelona, París o Nueva York?”, pregunta.

Y asume que el hecho de que los arquitectos molesten a los políticos –Esperanza Aguirre dijo hace un año que “a los arquitectos habría que matarlos”– se debe a que el arte nunca es cómodo. Y menos para los políticos. “En general, no les hacemos un servicio a ellos. Tratamos de hacerlo a la sociedad, y eso muchas veces pasa por no hacérselo al político”.

P. ¿Usted cree que la sociedad piensa que trabajan para ella? Han recibido más críticas por su endogamia y prepotencia que ningún otro colectivo…
R. La crítica que recibe la arquitectura, merecida en gran parte, se focaliza en la gestión de la arquitectura que se ha hecho en España en las últimas dos décadas. De los nombres que son criticados es dificilísimo encontrar uno español.

P.  ¿Calatrava? Que esté ejerciendo desde España. Todos sabemos dónde está el despilfarro.
P. En España ha habido mucho. Al margen de los grandes nombres.
R. Bueno… si alguien hace un aeropuerto sin tener ni un solo avión, no es un problema del arquitecto que ha diseñado el edificio de la terminal. La arquitectura española se caracteriza por una cierta contención formal y por una buena gestión de las limitaciones económicas, como mínimo por eso. Mientras los arquitectos españoles trabajaban con presupuestos bajos, que otros países admiran, aquí había otros tirando el dinero por un agujero negro.

Aunque no se vaya a hacer las Américas como un indiano, Ábalos está acostumbrado a las mudanzas. Creció en San Sebastián y estudió Arquitectura en Madrid. “Éramos cinco hermanos, yo el pequeño, estudiando la carrera en Madrid. Tampoco teníamos tantos recursos, de modo que nos trasladamos toda la familia”. Cuenta que tiene un hermano arquitecto diez años mayor que él, “el que me influyó”. Y que, como le gustaba dibujar, para convencerle le pasó la obra completa de Le Corbusier: “Un marciano haciendo platillos volantes fantásticos”. Por entonces dudó entre estudiar Literatura, Filosofía o Arquitectura, y ahí le convenció su padre. Le dijo que los literatos tenían una profesión para ganarse la vida, como Juan Benet, que le gustaba y era ingeniero.

Recién salido de la escuela, se encontró con la profunda crisis que asolaba la construcción. Corría el año 1979 y un delineante de su hermano, Jesús Estévez, “que ha fallecido hace poco y era de Coria, llamó diciendo que en su pueblo tenía clientes”. Los emigrantes estaban regresando, muchos desde Suiza. Tenían dinero, querían construirse casas, y Ábalos se fue para allá.

Se quedó tres años siguiendo el consejo de Frank Lloyd Wright: “Haz tus primeras casas lejos de donde vives”. “No había vivido nunca en un pueblo y la dehesa extremeña me entusiasmó. En un bar conocí a un señor en zapatillas que hablaba muy bien. Le pregunté a qué se dedicaba y me dijo que era Rafael Sánchez Ferlosio, el autor de El Jarama y Alfanhuí –los libros que entonces todo el mundo leía–. Me invitó a su palacio, que estaba en ruinas, junto a la catedral. Allí iba también el notario, que era muy culto. De repente estaba rodeado de gente mucho más interesante que en la capital…”.

Ábalos se fue de Coria porque “la etapa se agotó”. Y aunque hace cinco años concluyó una relación profesional con Juan Herreros que se prolongó más de dos décadas, no cree haber agotado más etapas que la mayoría de la gente. “Los arquitectos jóvenes son inseguros, necesitan trabajar en equipo. Recomendaría a todo el mundo poner a prueba sus ideas asociándose. Juan y yo aprendimos mucho el uno del otro y somos amigos. Pero según creces te haces más independiente. Llegó un momento en que tuvimos que decidir si queríamos tener una aventura distinta”. Y la iniciaron en 2008.

Arriesgar, en realidad, es una constante en la vida de Ábalos, que, con tres matrimonios y tres hijos, ha sido más estable profesional que personalmente. “Hoy ninguna profesión ejercida con intensidad es muy compatible con la vida familiar. Y aunque no estoy de acuerdo con eso, es difícil cambiarlo. Lo único que puedes contraponer es la máxima intensidad en los pocos momentos que tienes. Es mucho peor en otras sociedades, como la asiática. He tenido mejores y peores momentos con mis hijos, pero según crecen van aproximándose a mí. Todos tenemos nuestro papel. Hay quien está muy cerca y precisamente por estar tan cerca, los niños se intentan alejar…”. Todas las parejas de Ábalos han sido arquitectas. Sin embargo, ahora su pareja profesional, Renata Sentkiewicz es, por primera vez, su pareja personal. “Quizá en mi acercamiento a mis anteriores parejas tenía otros vínculos, pero me acerqué a Renata trabajando; su capacidad como técnica y diseñadora es impresionante”, señala Ábalos, que se considera arquitecto por encima de profesor.

P. ¿Y qué le hace pensar que sabe formar arquitectos?
R. Que aprendo enseñando.

Explica que un buen profesor “debe saber adaptarse, luego hay muchas formas de ser bueno”. Cuenta que su generación tuvo la fortuna de tener maestros que enseñaban a ser, a comportarse, a entender el mundo. Con [Alejandro de la] Sota casi aprendías de sus chistes. Pero la obra también habla. Mi pasión por los rascacielos y por la arquitectura americana viene de [Francisco Javier Sáenz de] Oiza. De las veces que visité el BBVA en construcción”, cuenta. Y lamenta que la visita de obra se esté perdiendo. “La internacionalización de la profesión te obliga a pensar estrategias que garanticen la calidad a distancia”. El control de calidad se hace entonces por partes, con prefabricados. “Nos guste o no, el muro cortina es la lengua franca de la arquitectura, lo que permite garantizar el mismo resultado en todo el mundo. Por eso se hacen las grandes oficinas con este material, porque el vidrio también ha aumentado sus prestaciones, aunque todavía le quede camino por recorrer”.

Los grandes estudios son pocos y se reparten el mundo porque, supuestamente, ofrecen servicios completos. “Pero son poquísimas las obras de esos grupos que perdurarán. Construyen con eficacia, pero no son memorables, no tienen valor cultural”, añade. En medio de ese panorama, el nuevo director de la Escuela de Arquitectura de Harvard cree que esa tendencia se va a revertir. “Los clientes cada vez son más conscientes de que las grandes corporaciones resuelven los problemas, pero no aportan valor. Y, a su vez, es muy difícil que un arquitecto demuestre su valor haciendo bares. Por eso creo que el futuro pasa por la escala intermedia: la colaboración entre los pequeños arquitectos creativos y las grandes oficinas puede permitirles a los dos sobrevivir”.
Fuente: El País Semanal.