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martes, 2 de febrero de 2016

Analogía. Los votantes del PSOE y de Podemos no perdonarían que no se intentase un acuerdo entre ambos partidos porque cualquier otra solución les parecería peor.

Millones de españoles han crecido bajo los ecos de aquella gesta. Se han agotado los adjetivos excelsos, las fórmulas de alabanza para ensalzar la generosidad, la responsabilidad, el patriotismo de quienes renunciaron a sus líneas rojas a favor de la gobernabilidad de este país. Que yo no esté precisamente de acuerdo con el relato no implica que no recuerde a dos antagonistas enfrentados en un grado hoy inconcebible. Uno era el secretario general de un partido ilegal, al que el franquismo consideraba una banda terrorista. El otro había sido secretario general del Movimiento Nacional, el partido único de la dictadura. Se sentaron a negociar, pactaron y llegaron a un acuerdo. Sus seguidores se sintieron traicionados por igual, pero apoyaron el pacto porque cualquier otra solución les habría parecido peor. Esa fue la clave de aquella negociación, y es el aspecto que hoy se empeñan en ignorar quienes censuran cualquier pacto entre el PSOE y Podemos, dos partidos legales que, desde la dirección hasta su último militante, están infinitamente más cerca entre sí que el PCE de 1976 y el aparato franquista, y equidistantemente alejados del PP. Sus votantes no les perdonarían que no intentaran llegar a un acuerdo porque cualquier otra solución les parecería peor, pero su capacidad de renuncia, su postura favorable al diálogo, no merece elogio alguno. Al contrario, parece que la sensatez, la cordura, la solvencia, son en España patrimonio de la derecha, quizás porque sus diputados llevan siempre corbata. Si yo fuera Pedro Sánchez, intentaría formar Gobierno. Es una tarea ardua, pero el premio merece la pena porque entre todos, amigos y enemigos, le están convirtiendo en un héroe. Como Suárez. O como Carrillo.