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miércoles, 8 de marzo de 2023

Arday. “No sabía leer ni escribir hasta los 18 años y ahora soy profesor de la Universidad de Cambridge”






Jason Arday
En sus primeros años fue diagnosticado de autismo y retraso general del desarrollo. Jason Arday fue incapaz de hablar hasta los 11 años y no supo leer ni escribir hasta los 18 años.

Ahora, a sus 37 años, está a punto de convertirse en la persona negra más joven en ser nombrada catedrática de la Universidad de Cambridge, en Reino Unido.

Aunque no podía hablar, el joven Jason cuestionaba fervientemente el mundo que le rodeaba.
"¿Por qué hay gente sin hogar?", recuerda que se preguntaba. "¿Por qué hay guerras?".

Nacido y criado en Clapham, un barrio en el suroeste de Londres, Arday, actualmente sociólogo, afirma que entre los momentos que le hicieron ser lo que es hoy en día se incluyen ver por televisión la salida de Nelson Mandela de la cárcel y el simbólico triunfo de Sudáfrica en la Copa del Mundo de Rugby de 1995.

Nelson Mandela era el presidente sudafricano cuando François Pienaar capitaneó a la selección nacional hasta la victoria en la Copa del Mundo de Rugby de 1995.

Recuerda sentirse profundamente conmovido por el sufrimiento de los demás y sentir un fuerte impulso por actuar.

"Recuerdo que pensaba que si no llegaba a ser futbolista o jugador profesional de billar, entonces querría salvar el mundo", comenta.

Su madre desempeñó un papel fundamental en el desarrollo de su confianza en sí mismo y sus habilidades.

Le introdujo en un amplio abanico musical con la esperanza de que le ayudara a conceptualizar el lenguaje.

Pero también despertó en él un interés permanente por la cultura popular que ha caracterizado algunas de sus investigaciones.

Comienza a leer y escribir
Con el apoyo de su mentor, tutor universitario y amigo Sandro Sandri, Arday empezó a leer y escribir al final de su adolescencia.

Después estudió Educación Física y Ciencias de la Educación en la Universidad de Surrey, al sur de Londres, antes de formarse como profesor de educación física.

Crecer en una zona relativamente desfavorecida y luego trabajar como profesor de escuela, dice, le permitió conocer de primera mano las desigualdades sistémicas a las que se enfrentaban en la educación los jóvenes pertenecientes a minorías étnicas.

Arday dice que mientras estudiaba su doctorado por la noche disfrutaba "sin lógica alguna" de las críticas a su trabajo.

A los 22 años, Arday se interesó por la idea de realizar estudios de postgrado y habló de ello con su mentor.

"Sandro me dijo: 'Creo que puedes hacerlo, creo que podemos enfrentarnos al mundo y ganar'", recuerda.

"Echando la vista atrás, fue entonces cuando creí de verdad en mí mismo. Muchos académicos dicen que acabaron ahí de casualidad, pero yo desde ese momento estaba decidido y centrado. Sabía que esta sería mi meta", indica.

Dificultades para ser académico
Estudiar para ser académico, sin embargo, fue muy difícil, sobre todo, porque apenas tenía formación práctica ni orientación sobre cómo hacerlo.

Durante el día, Arday trabajaba como profesor de Educación Física en enseñanza superior.

Por la tarde y por la noche se dedicaba a redactar trabajos académicos y a estudiar Sociología.

"Cuando empecé a escribir artículos académicos, no tenía ni idea de lo que hacía", reconoce.

"No tenía un mentor y nadie me enseñó nunca a escribir".

"Todo lo que presentaba era brutalmente rechazado".

"El proceso de revisión por pares (peer review) era tan cruel que casi resultaba gracioso, pero lo gestioné como una experiencia de aprendizaje y, sin lógica alguna, empecé a disfrutarlo", afirma.

Arday se doctoró en estudios educativos en 2016 por la Universidad John Moores de Liverpool.

Arday obtuvo dos máster y un doctorado en Estudios Educativos.

A la pregunta de cuándo se dio cuenta de que era sociólogo, responde que probablemente en 2015.

"Reflexionando, eso es lo que quería hacer".

Ocho años después, está a punto de convertirse en catedrático de Sociología de la Educación en Cambridge.

Actualmente hay cinco docentesnegros que son catedráticos en la universidad.

Las cifras oficiales de la Agencia de Estadísticas de Educación Superior muestran cómo, en 2021, sólo 155 de los más de 23.000 profesores universitarios del Reino Unido eran de origen afro.

Arday comenzará su nuevo trabajo en la Facultad de Educación de la Universidad el 6 de marzo.
Arday, que asumirá sus nuevas funciones el 6 de marzo, está especialmente interesado en mejorar la representación de las minorías étnicas en la enseñanza superior.

"Mi trabajo se centra principalmente en cómo podemos abrir las puertas a más personas de entornos desfavorecidos y democratizar verdaderamente la educación superior", afirma.

Carrera en la enseñanza universitaria
En 2018, Arday publicó su primer artículo y obtuvo una plaza de profesor titular en la Universidad de Roehampton antes de pasar a la Universidad de Durham, donde fue profesor asociado de Sociología.

En 2021, se convirtió en catedrático de Sociología de la Educación en la Facultad de Educación de la Universidad de Glasgow, lo que lo convirtió, en ese momento, en uno de los catedráticos más jóvenes del Reino Unido.

"Espero que estar en un lugar como Cambridge me proporcione la influencia necesaria para liderar esa agenda a nivel nacional y mundial", indica.

"Hablar de ello es una cosa, hacerlo es lo que importa".

En su trabajo actual sobre neurodivergencia y estudiantes negros colabora con la doctora Chantelle Lewis, de la Universidad de Oxford.

"Cambridge ya está realizando cambios significativos y ha conseguido algunos logros notables en su intento de diversificar el panorama", afirma Arday. "Pero aún queda mucho por hacer, aquí y en todo el sector".

"La universidad cuenta con personas y recursos increíbles. El reto es cómo utilizar ese capital para mejorar las cosas para todos y no sólo para unos pocos".

"Hacerlo bien es un arte. Requiere verdadera diplomacia y que todos se sientan inspirados para trabajar juntos", explica.

"Si queremos que la educación sea más integradora, las mejores herramientas que tenemos son la solidaridad, la comprensión y el amor". 

sábado, 4 de marzo de 2023

FORMACIÓN. Así es el camino que lleva a poder estudiar en Cambridge.

Matricularse en una de las mejores universidades del mundo no solo es cuestión de dinero. El proceso es extremadamente competitivo y la excelencia académica es clave

Prestigio, historia, excelencia y exclusividad: así podría definirse a la Universidad de Cambridge, que con más de 800 años de antigüedad (y 121 premios Nobel) se sitúa de manera constante entre los mejores centros de educación superior del mundo. Cruzar sus puertas como estudiante es todo un reto, pero también un logro en sí mismo: de los aproximadamente 22.000 alumnos que solicitaron matricularse este curso, solo 3.600 (algo más del 16 %) obtuvieron una plaza que, una vez egresados, abrirá muchas puertas. De la proyección internacional de esta institución, cuarta mejor universidad del mundo según el Academic Ranking of World Universities de Shanghái, es buena muestra el hecho de que uno de cada cinco estudiantes de primer curso son internacionales, y que entre sus más de 20.000 alumnos hay representantes de 140 países.

Uno de ellos es el francés Matteo Amar, estudiante de Matemáticas en Cambridge y exalumno de la British School of Barcelona (BSB). En su trayectoria hacia la universidad británica, Amar obtuvo la calificación más alta de Europa en Matemáticas en los exámenes finales de Bachillerato A Levels (según el currículo británico) certificada por Pearson Edexcel. “El proceso de solicitud es bastante largo e incluye una carta de presentación, un examen de entrada y una entrevista. Pero el trabajo real se hace antes de postularte, porque tienes que construir tu currículum alrededor de lo que le gusta a Cambridge”, afirma. “Yo, por ejemplo, decidí aplicar cuando estaba en tercero de la ESO, y desde entonces empecé a leer libros de Matemáticas y a participar en competiciones, para enseñarles de manera tangible que de verdad me gustan y que soy un apasionado”. Su recorrido académico lo atestigua: hizo el Bachillerato en cuarto de la ESO y después continuó especializándose durante los dos años siguientes.

Prepararse para una universidad como Cambridge, Oxford o cualquiera de las pertenecientes a la famosa Ivy League norteamericana es, efectivamente, todo un proceso que empieza a cultivarse desde muchos años antes, y en el que aspectos como la educación bilingüe juegan un papel fundamental: “La educación bilingüe hace que tu cerebro funcione de manera diferente, y facilita que los alumnos estén abiertos a nuevas ideas, puntos de vista y modos de ver el mundo”, sostiene James Petrie, director de Secundaria y Bachillerato en BSB. Allí los alumnos tienen, además, la oportunidad de desarrollar habilidades como el liderazgo, la organización, la curiosidad, la imaginación o la reflexión, y a partir de los 15 años reciben orientación personalizada sobre los posibles estudios superiores y los procesos de selección de algunas de las principales universidades.

Un proceso largo y competitivo
Matricularse en un grado de la Universidad de Cambridge es un proceso que, técnicamente, empieza en UCAS, el portal de acceso a las universidades del Reino Unido. Allí, los candidatos rellenan una solicitud que incluye una carta de motivación y el expediente académico de los dos últimos años (en el caso de España, el correspondiente al Bachillerato), y escogen hasta cinco universidades distintas. Es importante tener en cuenta que universidades como Cambridge y Oxford requieren que las solicitudes se envíen más temprano que para las demás (en el mes de octubre en vez de enero). “Cambridge no tiene un sistema o proceso aparte, pero sí tiene pasos adicionales, ya que la mayoría de grados requieren pasar por un examen de acceso específico y al menos una entrevista. Algunos grados son muy competitivos y el test sirve de filtro para decidir cuáles de ellos pasarán a la fase de la entrevista”, explica Sam Twells, gerente de admisiones para Europa de la institución inglesa.

Una de las principales características del sistema de UCAS es que no se prioriza ninguna de las universidades elegidas por el alumno, y que estas tampoco saben a qué otras instituciones está optando cada candidato. Todas ellas reciben la solicitud y deben evaluarla de acuerdo a sus propios méritos, sin sopesar ningún factor externo. Después, tanto Cambridge como Oxford exigen la realización de una prueba de admisión que se lleva a cabo internacionalmente gracias a una red de centros autorizados repartidos por todo el mundo: “Se trata de exámenes específicos para el grado que el candidato querría estudiar, y están diseñados para evaluar las habilidades, aptitudes y conocimiento que nosotros consideramos que un estudiante de primer año debería poseer”, argumenta Twells. La puntuación máxima varía en cada caso: en Ingeniería, por ejemplo, el máximo en la primera sección del test es 18 puntos, y los candidatos de la Unión Europea deberían de obtener al menos un 7 para ser tenidos en cuenta. Una puntuación que no parece excesiva, pero que resulta engañosa: los mejores estudiantes no suelen obtener más de un 9 sobre 18.

Entre un 70 y un 80 % de los candidatos que se examinen pasarán a la fase de entrevistas. Y si el grado en cuestión carece de examen de acceso, será la propia solicitud de UCAS la que actúa como un primer filtro. La carta de motivación (personal statement) es la presentación del alumno ante la universidad y, como tal, resulta fundamental: “Uno de los aspectos más valiosos del personal statement es el conocer sus aspiraciones académicas en un sentido amplio. Esperamos ver pruebas de que el estudiante ha ido más allá del currículum de su centro educativo; que ha explorado áreas de su interés y temas que quiere estudiar en la universidad. Y eso puede suceder por medio de lecturas adicionales, olimpiadas académicas, competiciones de ensayos, asistir a exposiciones en un museo, a una proyección cinematográfica o incluso suscribirse a algún podcast o ver determinadas series documentales”, recuerda Twells.

Un proceso que Claudia De Greef, estudiante de cuarto de Medicina en Cambridge y exalumna de BSB, siguió al pie de la letra: tras superar con éxito el examen de admisión (en su caso, el Biomedical Admission Test, BMAT), se sometió a tres entrevistas con cinco profesores diferentes: “El BMAT estaba compuesto de tres secciones: una evaluaba las habilidades cognitivas, otra el conocimiento científico y la última era un ensayo. Y en las entrevistas, me hacían preguntas complejas en las que tenía que explicar mi proceso de pensamiento para llegar a una conclusión”, cuenta.

La excelencia de las universidades ‘top’
Oxford, Cambridge, Harvard, MIT, Brown... ¿Por qué hay ciertas universidades que año tras año copan las más altas posiciones en la mayoría de rankings universitarios mundiales? Para Juan Juliá, vicepresidente adjunto de CRUE Universidades Españolas, el motivo principal radica en que se trata de universidades “que desarrollan una importante y destacada labor académica, especialmente si nos fijamos en su producción científica. Esto les da una gran notoriedad y proyección internacional y contribuye a una muy merecida reputación”. El modelo académico de Cambridge, además, potencia el estudio independiente y la atención personalizada de los alumnos en tutorías que reúnen a un grupo reducido de alumnos varias veces por semana.

“Como estudiante de Humanidades, la mayor parte de mi trabajo consiste en escribir ensayos de entre 1.500 y 2.000 palabras, para los que primero tengo que leer extensamente sobre el tema, investigar y agrupar ideas”, describe Jude Petrie, alumno de Historia y Ciencias Políticas en Cambridge. “Las horas presenciales se limitan a un par de ponencias a la semana y 12 sesiones de supervisión intensivas durante las ocho semanas que dura el trimestre (…), en las que comentamos en profundidad las ideas para los ensayos y recibimos un feedback general sobre el progreso de estos”. Su calificación en la asignatura de Política en el examen de Bachillerato A Levels fue también la más alta de Europa.

Ese prestigio duradero del que gozan instituciones como Cambridge y Oxford se explica, para Twells, por el largo periodo histórico en el que ambas fueron las dos únicas universidades de Inglaterra, lo que les permitió acaparar financiación y atraer a gran parte de los académicos y eruditos. Adquirieron así una reputación que sigue sirviendo de imán para atraer las mentes más brillantes, un aspecto “que también se debe a la existencia de un sistema que permite acoger a estudiantes y docentes de todo el mundo, y que les hace sentirse bien acerca de la idea de venir a Cambridge a estudiar o enseñar. Y una gran parte de la culpa de eso la tiene el sistema de colleges”, argumenta Twells. “Son como microcosmos dentro de la universidad, un crisol que consigue atraer ideas y debates alrededor de muchas disciplinas, temas de interés y áreas de investigación diferentes. Y el hecho de que sean comunidades pequeñas las convierte en entornos más acogedores para estudiantes y docentes”, añade.

Juliá, por su parte, llama la atención sobre un hecho nada banal: hablamos, en este caso, de universidades que cuentan con un nivel de recursos que está a años luz del que disponen las instituciones académicas españolas, y que les permite jugar con ventaja a la hora de atraer talento y desarrollar una intensa y relevante producción científica en infraestructuras de primer nivel. “[Estas universidades] cuentan con presupuestos que se mueven entre los 2.000 y 4.000 millones de euros anuales, cuando las universidades españolas mejor dotadas se mueven entre los 300 y 400 millones de euros; es decir, entre cinco y 10 veces menos”, recuerda. También influye positivamente el contar con un marco legislativo mucho más flexible y un entorno científico tecnológico mucho más desarrollado.

Destacar estos elementos es, para Juliá, poner también el foco sobre los aspectos que deberían mejorarse para que la universidad española pueda ser verdaderamente competitiva en estos entornos internacionales: más presupuesto; un marco regulador que permita captar más talento; infraestructuras más desarrolladas; estrategias de acción internacional “y también una mayor autonomía que, unida a una buena rendición de cuentas, propicie una gobernanza más ágil y eficaz”. Algo que, apunta, no se conseguiría solo con un aumento presupuestario, sino que haría falta una mayor implicación del tejido productivo en la I+D, donde España presenta el mayor diferencial de gasto en relación al resto de países de la OCDE.

¿Cuánto cuesta estudiar en Cambridge?
El Brexit ha tenido también un impacto negativo en la vida de los alumnos comunitarios que desean estudiar en universidades de Reino Unido, ya que ahora son considerados estudiantes internacionales y han de afrontar una carga económica más elevada que, en cualquier caso, incluye tres partes: la propia matrícula de los estudios que se cursen; la cuota que le pagan al college donde estén radicados; y los gastos básicos que se tengan.

Así, el coste de las matrículas para 2023 fluctuará entre los 27.700 euros de un numeroso conjunto de grados, como los relacionados con Humanidades o Economía, y los casi 72.400 de los estudios de Medicina y Veterinaria. A eso habrá que añadir los gastos básicos (que, aunque dependen del estilo de vida, se estiman en no menos de 13.500 euros al año) y las cuotas de los colleges, que se sitúan en torno a otros 11.000. En total, entre 52.000 y 97.000 euros anuales.

¿Hay becas disponibles? Sí, aunque no numerosas, como explica Twells: “En Cambridge tenemos un número bastante limitado de becas y de apoyo financiero para estudiantes internacionales de grado, que se ofrecen en dos niveles: primero, a nivel de universidad, y a través del Cambridge Trust, tenemos unas 30 becas parciales que cubren 11.000 euros cada año de los gastos de matrícula. Y luego hay también un pequeño número de becas que ofrecen determinados colleges” para las que recomienda consultar la página web de cada uno de ellos (Cambridge tiene 31 diferentes).

La importancia de los ‘rankings’
Los rankings mundiales más reconocidos, como los de Times Higher Education, QS o Shanghái, constituyen un importante elemento de referencia que contribuye cada vez más a mejorar la visibilidad y reputación de las universidades que figuran en ellos. Es importante resaltar, no obstante, que estos se basan principalmente en la producción y notoriedad científica que posee cada universidad (especialmente el de Shanghái), y que, aunque algunos de ellos incluyen opiniones de expertos, empleadores y estudiantes, “no resultan plenamente fiables a la hora de evaluar la excelencia académica global, y menos en algunos aspectos como la calidad de su función docente, el grado de compromiso social (…) o su contribución al bienestar social y la igualdad de oportunidades”, advierte Juliá. A este respecto, llama la atención observar que el 40 % de los estudiantes de Oxford (y el 28 % de los de Cambridge) provienen de la educación privada, cuando solo el 7 % de los alumnos en Reino Unido se forma en este tipo de centros.

En España, el U-ranking, que elabora el IVIE en colaboración con la Fundación BBVA, analiza más de 3.500 grados universitarios y evalúa las universidades españolas a partir de una veintena de indicadores que incluyen los resultados de investigación, docencia e innovación.