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jueves, 16 de mayo de 2024

Revisitar el mito de Oxford: cómo ser élite académica sin elitismo.

Noche de debate en la Oxford Union, una de las sociedades estudiantiles con más solera de Oxford, polémica e irreverente cantera de numerosos políticos británicos, como Boris Johnson o Jacob Rees-Mogg.
Noche de debate en la Oxford Union, una de las sociedades estudiantiles con más solera de Oxford, polémica e irreverente cantera de numerosos políticos británicos, como Boris Johnson o Jacob Rees-Mogg.
Una de las universidades más prestigiosas del mundo, pilar de la cultura británica, intenta sacudirse la etiqueta de guardián de los privilegios de clase. Su alumnado es cada vez más diverso, pero las inercias hacen de contrapeso en este complejo ecosistema forjado durante siglos.

“No vayas a escribir solo cosas malas de Oxford, ¿eh?”. A la puerta de las casas de origen medieval donde hace siete siglos los monjes benedictinos mandaban a estudiar a sus hermanos más espabilados, frente a una explanada de césped perfilada al milímetro, David Isaac, rector del Worcester, uno de los 39 colleges que componen una de las más prestigiosas universidades del mundo, se despide tras una rápida sesión de fotos. Mientras se aleja, queda flotando en el aire la advertencia-petición que se ha abierto paso, nítida, desde el fondo de un irónico tono de broma.

Pero lo cierto es que es muy difícil no escribir cosas buenas sobre esta institución casi milenaria que ocupa los primeros puestos de los rankings internacionales, enclavada en un entorno idílico en el sureste de Inglaterra. Lo es por más que alguien se haya desplazado allí para intentar comprobar qué queda —si queda algo, si es que lo hubo— de ese paraíso elitista para pijos irredentos que dibujan la película Saltburn —éxito de la directora Emerald Fennell, ambientada en la primera década de 2000— y el libro Amigocracia, cómo una pequeña casta de ‘tories’ de Oxford se apoderó del Reino Unido, firmado por el periodista Simon Kuper, graduado allí en los años ochenta, y publicado en español hace unos meses por Capitán Swing.

Tras algunos lustros de esfuerzos por aumentar la diversidad social de su alumnado, y el extendido bochorno por haber ayudado a engendrar figuras como la del ex primer ministro británico Boris Johnson —paradigma para muchos de una clase alta irreflexiva y caprichosa que se cree con derecho a regir como les plazca los destinos de sus compatriotas—, la verdad es que poco queda de todo aquello. O, al menos, poco ha encontrado esta revista de las exhibiciones públicas de ostentación y desprecio al esfuerzo académico por parte de los cachorros de la clase dirigente que describe Kuper en su libro. Él mismo lo reconoce al final de la edición española, después de varias visitas recientes al campus de su juventud.

Esto no quiere decir que la meritocracia campe ahora victoriosa sobre el elitismo; sin duda lo están menos que nunca, pero las clases más acomodadas siguen claramente sobrerrepresentadas. Los que llegan desde colegios privados son el 31,9% de los nuevos estudiantes de grado, cuando menos del 7% de la población estudia en esos centros; sin contar el creciente número de alumnos extranjeros que, salvo excepciones, pagan matrículas de a partir de 38.000 euros al año. Además, paseando por sus calles empedradas, entre la arquitectura monumental, las tiendas de souvenirs de la calle Broad y los tours que recorren los escenarios reales de las películas de Harry Potter, absorbido tal vez por la idea de que todo aquello recuerda a ratos a una especie de parque temático del conocimiento en el que alumnos y profesores fueran parte del decorado, alguien podría preguntarse qué queda de aquella máquina de moldear (junto a Cambridge, por supuesto) las élites políticas y culturales británicas.

—Somos una institución educativa de élite, pero no elitista. Élite quiere decir que somos la primera universidad del mundo en excelencia académica y que ese es nuestro objetivo, para lo que escogemos a los mejores estudiantes con independencia de su riqueza y de su origen.

David Isaac, abogado de éxito y exresponsable de la Comisión de Igualdad y Derechos Humanos del Reino Unido, cuenta que fue el primero de su familia en ir a la universidad: a Cambridge y luego a Oxford. Habla reclinado en un sofá de un gran salón de la planta baja del edificio del rector, con vistas a un jardín, un lago y unos campos de deportes propiedad del Worcester College que suman 110.000 metros cuadrados.

Si cualquier universidad es un organismo complejo, hecho de facultades y departamentos que pueden ser el día y la noche en muchos aspectos, aunque convivan puerta con puerta, en Oxford todo se complica aún más. Con unos orígenes que se remontan al siglo XI, la universidad en realidad una coalición de 39 colegios universitarios (36 colleges y tres asociaciones) independientes, miniuniversidades repartidas por toda la ciudad. Cada una con su propia personalidad y gran independencia tanto económica como de gestión. Por ejemplo, fundado en 1714 sobre el antiguo Gloucester Hall y el todavía más antiguo Gloucester College, el Worcester tiene fama de ser uno de los más abiertos y con mayor diversidad: el 84% de sus nuevos alumnos de grado de los últimos años venía de colegios públicos. En el otro extremo, ese grupo supone menos del 60% de sus nuevas incorporaciones en New College (fundado en 1379), St Hugh (1886), St Peter’s (1929), Corpus Christi (1517) y Christ Church (1546).

Para unos y otros es muy difícil entrar en Oxford. En 2022, solo el 13% de los aspirantes lo consiguió, después de un proceso al que solo acceden aquellos que tengan unas notas previas muy altas (ponderadas desde hace algunos años por el contexto socioeconómico), y que incluye cartas de recomendación, un ensayo de solicitud y una prueba de acceso y un par de entrevistas personales.

Una vez dentro, los alumnos son perfectamente conscientes de las oportunidades que se les abren, pero, en general, no se sienten llamados a formar parte de ninguna élite o, al menos, no lo dicen en voz alta. “Si eres lo bastante bueno para entrar en un sitio así, probablemente acabarás haciendo… Algunas personas terminarán haciendo algo significativo”, admite Abdul Hadi Muhammad, joven londinense de origen paquistaní que estudia Ingeniería en el Balliol, el mismo college por el que pasó Boris Johnson hace cuatro décadas. Más bien dicen sentir la presión de estar a la altura. “Muchos experimentan el síndrome del impostor. Es algo de lo que se habla todo el tiempo”, añade Hanah Edwards, alumna de PPE, siglas en inglés para Filosofía, Política y Economía, carrera famosa por ser un escalón del camino clásico de las élites políticas británicas, que comienza en internados privados como Eton, continúa en Oxford y termina en el Parlamento. Es el caso, de nuevo, de Boris Johnson, pero también de David Cameron, Liz Truss, Ed Miliband o Ed Balls.
El comedor del colegio universitario Balliol. El comedor del colegio universitario Balliol.

La presión viene acompañada por otra idea muy extendida: la de ser unos privilegiados por estar allí. Emoción que se ve reforzada continuamente por un escenario maravilloso, natural y construido, con sus salones de gala y sus bibliotecas centenarias, y por esas seculares tradiciones que incluyen cenas de etiqueta, juramentos en latín, ropajes académicos especiales —capas, cuellos y birretes— obligatorios en numerosas ocasiones y hasta un idioma propio para nombrar todo tipo de cosas: desde los semestres (Michaelmas, Hilary y Trinity) a los cargos de los colleges (los tesoreros son los bursar). “Puede que no sea la razón principal para solicitar aquí una plaza, al menos no para la mayoría, pero cuando vienes, es algo bonito que ninguna otra universidad te ofrece”, dice Staś Kaleta, londinense de origen polaco que el año pasado se graduó allí en Lengua y Literatura Inglesa.

Para algunos académicos, esas tradiciones son el repelente perfecto para los alumnos más humildes. Sin embargo, Hadi, que preside The 93% Club Oxford —movimiento que trata de luchar contra la desigualdad haciendo comunidad entre los antiguos alumnos de la escuela pública—, argumenta justo lo contrario mientras enseña a los visitantes el lujoso comedor del Balliol: “Antes de venir aquí, nunca había pisado un lugar como este. Así que poder sentarme a cenar aquí es una gran oportunidad y un privilegio. No me hace La presión viene acompañada por otra idea muy extendida: la de ser unos privilegiados por estar allí. Emoción que se ve reforzada continuamente por un escenario maravilloso, natural y construido, con sus salones de gala y sus bibliotecas centenarias, y por esas seculares tradiciones que incluyen cenas de etiqueta, juramentos en latín, ropajes académicos especiales —capas, cuellos y birretes— obligatorios en numerosas ocasiones y hasta un idioma propio para nombrar todo tipo de cosas: desde los semestres (Michaelmas, Hilary y Trinity) a los cargos de los colleges (los tesoreros son los bursar). “Puede que no sea la razón principal para solicitar aquí una plaza, al menos no para la mayoría, pero cuando vienes, es algo bonito que ninguna otra universidad te ofrece”, dice Staś Kaleta, londinense de origen polaco que el año pasado se graduó allí en Lengua y Literatura Inglesa.Hannah Edwards, expresidenta de la Oxford UnionAunque parece todavía lejos de ser suficiente, es innegable que la diversidad social en Oxford es hoy mayor que nunca: la proporción de alumnos de entornos desfavorecidos se ha doblado desde 2016, hasta llegar a ser uno de cada cinco. Y, una vez dentro, las becas y los préstamos públicos alivian la enorme carga que supone estudiar allí a pesar de tratarse de un centro público: unas 9.000 libras (algo más de 10.000 euros) al año de matrícula, y entre 12.000 y 17.000 libras (entre unos 14.000 y 20.000 euros) más de alojamiento y la manutención. Sin embargo, a nadie se le escapa que el sistema está viciado desde el inicio, y no solo por las ventajas de quienes pueden pagar un colegio privado o unos tutores de apoyo que desde la más tierna infancia facilitarán la entrada a los mejores institutos públicos y, más tarde, la preparación para los exámenes finales y las entrevistas. “El problema no es que sea elitista, sino que, en su inmensa mayoría, solo lo quieren y lo utilizan personas que ya pertenecen a la élite. En otras palabras, refuerza los privilegios y las desigualdades económicas y de clase”, asegura en un mensaje James Rebanks, escritor y pastor de ovejas en Matterdale, un pueblo del noroeste de Inglaterra. Rebanks estudió Historia en los noventa en un Oxford aún “dominado por pijos”. Sobre la escasez de representación de las clases humildes, añade: “La institución históricamente no los ha querido; ahora dice que sí, pero no puede atraerlos”. Su propia experiencia podría contradecir sus palabras, sin embargo, siempre ha habido numerosos ejemplos de lo que Kuper describe en su libro como una de las “funciones de Oxford”: “La selección de outsiders espabilados” para “iniciarlos en el estilo de vida de la clase dirigente”.

En todo caso, cualquier ostentación de privilegios de clase como los que él vivió en su día está hoy muy mal vista. “Parece que la meritocracia ha ganado el relato”, opina César Fuster, estudiante de doctorado becado en Oxford para escribir su tesis, precisamente, sobre cómo la gente entiende la desigualdad económica y sus fuentes. Él tiene sentimientos encontrados. “Es una universidad que abraza la diversidad de una manera bonita, tanto que muchos la critican por ser demasiado woke. Sin embargo, está también todo ese clasismo latente que se ve, por ejemplo, cada día a la hora de comer: el profesorado jamás va a compartir mesa con los conserjes y las limpiadoras, la mayoría extranjeros. Son cosas que me fascinan y me irritan muchísimo”. Así, las diferencias de clase se manifiestan de forma más sutil. En los acentos, por ejemplo, cuyo cambio llega a suponer una crisis de identidad para algunos alumnos de origen humilde, como puso de manifiesto un estudio de 2021 de la socióloga Éireann Attridge. Hadi admite que su acento ha cambiado desde que llegó a Oxford, aunque no lo vive como algo negativo. Tampoco cree que haya nada malicioso en el hecho “natural” de que la gente tienda a juntarse con otras personas de su mismo origen. “En mi caso, la mitad de mis amigos hemos ido a colegios públicos, y la otra mitad, a privados. Y estamos juntos todo el tiempo y no hay ningún problema”.
César Fuster. 

Lo cierto es que, con independencia del origen, Oxford ofrece unas oportunidades que otras universidades no dan. Sus recién graduados ganan 15.000 libras por encima de la media de los del resto de instituciones, según publicaba hace unos meses The Daily Telegraph. Pero las ventajas tampoco serán iguales para todos, según Sam Friedman, sociólogo de la London School of Economics, coautor de Nacidos para gobernar (Born to Rule), sobre la creación de las élites británicas, que se publicará el próximo septiembre: “Hay toda una infraestructura de clubes y redes que se traduce en una experiencia social muy diferente, aparte de los logros educativos, que siguen siendo muy importantes. Puede que Oxford esté diversificando en cierta medida su alumnado. Pero mientras un porcentaje tan significativo siga procediendo de colegios privados, este tipo de experiencia dual seguirá existiendo”. Hay sociedades de todo tipo: políticas (como el club conservador y el laborista), deportivas (de rugby, remo, polo…), académicas (antropología, lenguas muertas…), para amantes de la naturaleza, futuros diplomáticos, emprendedores… Pero la más famosa y elitista sigue siendo para muchos la Oxford Union, el club de debate fundado en 1823 al que se puede pertenecer pagando una cuota única de unos 350 euros.

Polémica y descarada —hay quien ha pedido su cierre; la última vez, por llevar a una ponente con un discurso fieramente antitrans—, por esta sociedad han pasado como invitados desde Albert Einstein y Michael Jackson a la madre Teresa de Calcuta e Isabel II. Y de entre sus miembros no solo han salido seis primeros ministros británicos (el último, Boris Johnson), sino que desde el final de la Primera Guerra Mundial hasta el año 2000, en torno al 30% de los presidentes de esta sociedad han acabado siendo políticos profesionales. Hannah Edwards, parte del grupo de oxonienses llegados desde colegios privados, fue su presidenta hasta el pasado mes de marzo; los mandatos duran solo un trimestre. Ella rechaza ansias propias en ese sentido, pero admite que el puesto atrae a personas interesadas previamente en la política. Convencidos tal vez de que la sociedad es un trampolín hacia ese mundo. Desde luego, parece que daño no hace. Como tampoco lo hace el poder indudable de la marca general, la de Oxford.

“No ocurre de forma automática”, insiste el rector Isaac desde el Worcester. “Es una señal, como en EE UU con Harvard o Princeton. Pero no se trata de a quién conoces y cuáles son tus redes, sino de qué has estudiado y cómo has rendido”, añade. Puede ser. Pero también, como defienden otros, que alrededor de Oxford existe una especie de comunidad de apoyo en la élite a partir de un poderoso sentimiento compartido de pertenencia. Algo así vino a admitir hace unos meses en un discurso la vicerrectora de la Universidad de Oxford, Irene Tracey: “Con una comunidad mundial de más de 350.000 antiguos alumnos y asociados, esto es poder, liderazgo e influencia: blanda y dura”. También se refirió a sus estudiantes como “la próxima generación de líderes del pensamiento”. Y sobre su misión, dijo: “Oxford debe sentir la presión de ser unos privilegiados en cuanto a recursos y talento. Desempeñemos, pues, el papel que nos corresponde a la hora de dar forma a Gran Bretaña, a Europa y al mundo en esta era de globalización cambiante”.

martes, 2 de mayo de 2023

NEUROCIENCIA. Anil Seth, neurocientífico: “La noción de alma quizá ya no es útil”.

El investigador habla sobre la batalla para conocer la consciencia sin necesidad de elementos misteriosos y cómo eso nos puede ayudar a vivir.

Anil Seth (Oxford, 50 años) habla de la consciencia como una alucinación controlada. El mundo que percibimos, que nos parece tan real y difícil de imaginar de otro modo, surge de una especie de negociación entre la forma en que nos llega a través de los sentidos y lo que nosotros esperamos de él. De esa experiencia reconstruida, en la que también influyen las de las personas que nos rodean y la sociedad en la que vivimos, surge nuestra consciencia y nuestro yo. En su último libro, La creación del yo (Sexto Piso), Seth, neurocientífico cognitivo de la Universidad de Sussex (Reino Unido), nos guía a través de su amplia experiencia como estudioso de la consciencia en una de las búsquedas científicas más apasionantes del presente y que lo seguirá siendo durante las próximas décadas. En un hotel de Madrid, ciudad que ha visitado para presentar su libro, asegura que, contra lo que algunos expertos plantean, es probable que este reto que hoy parece imposible sea pronto abarcable, como antes lo fueron otras cimas aparentemente inasequibles al conocimiento humano.

Pregunta. En el siglo XIX se pensaba que la vida no podría explicarse en términos materiales, que era necesaria una especie de chispa de la vida, algo misterioso y casi mágico. Después llegaron los genes, el ADN, otras herramientas para tratar de entenderla. ¿Se conseguirá dar ese paso con la consciencia?
Respuesta. Tendremos que esperar y ver, pero ya hay cambios. La noción de alma quizá ya no es útil. Conceptos como el libre albedrío ya están sucumbiendo y perdiendo ese halo de misterio. El libre albedrío no es una fuerza sobrenatural que cambia el curso de sucesos del universo. Es un tipo de experiencia particular de los organismos relacionada con acciones que viene de dentro. No hay nada misterioso, aunque no todo el mundo está de acuerdo.

Stanislas Dehaene, neurocientífico: “Las pantallas empeoran la educación de los niños porque tienen atrapados a sus padres” Poco a poco, esta idea de que la consciencia es algo misterioso y diferente que no encaja en la idea de un universo hecho de átomos y quarks, de neuronas, hueso y carne puede desaparecer. Para mí ya lo está haciendo, pero aún no se ha ido del todo porque no tenemos aún completa la respuesta alternativa. El progreso en ciencia a veces se produce cuando cambian las preguntas que hacemos, no por responder a las preguntas que habíamos hecho. La gente no encontró la chispa de la vida, pero porque dejó de buscarla, porque ya no era la pregunta adecuada.

P. La ciencia ha sido muy buena respondiendo preguntas sobre el universo material, pero a veces parece que tanto saber no ha satisfecho muchas necesidades existenciales. ¿Puede pasar algo distinto con la ciencia de la consciencia, nos puede ayudar en la búsqueda de sentido?
R. Ese quizá no sea el trabajo de la ciencia, pero es parte de la responsabilidad de los científicos comprenderlo. Algunos grandes misterios para la ciencia también tienen una vis existencial. El descubrimiento de la inmensidad del universo es desafiante desde el punto de vista existencial. Cuando resulta que no estamos en el centro del universo, sino entre miles de millones de estrellas, puedes asustarte o puede darte fuerza. De la misma manera, comprender que la vida es un fenómeno natural y que hay una continuidad con otros animales puede darnos una sensación de conexión con la naturaleza o parecernos una amenaza porque ya no somos especiales. Para mí, ahí está la diferencia. Somos especiales, tenemos cultura, ciencia, civilización, pero también somos parte de la naturaleza. Así que para mí, entender que la consciencia no es algo dado por un ser sobrenatural que nos aparta del resto de la naturaleza, sino que es parte de la naturaleza, es existencialmente tranquilizador.

Pero hay una diferencia con otros misterios de los que hablamos. El universo está muy lejos, la mecánica cuántica es muy pequeña, pero la consciencia es algo muy personal, combina este misterio desafiante científica y filosóficamente con una característica central de nuestra vida individual. Es relevante porque nos ayuda a gestionar preguntas lejanas, como nuestro lugar en el universo, con cuestiones más cercanas, como el modo en que gestiono mis emociones. ¿Qué significa ser yo? ¿Cómo encuentro significado a mi vida? Creo que la neurociencia de la consciencia puede ayudarnos en esto.

P. ¿Le ha ayudado en su vida personal el conocimiento adquirido durante sus años de investigación sobre la consciencia?
R. Una vez, viviendo en EE UU, me pusieron una multa de tráfico porque giré a la izquierda en una carretera en la que estaba prohibido. Era un giro que hacía todo el tiempo cuando iba a surfear y, un día, pusieron una señal de prohibido girar a la izquierda y no la vi. En vez de pagar la multa, escribí una carta diciendo que no había visto la señal porque hay un fenómeno en la investigación de la consciencia que se llama ceguera al cambio, que dice que si no esperas algo, aunque esté en tu campo de visión, no lo vas a ver. Llevé este argumento hasta el tribunal.

P. ¿Y qué tal fue?
R. Mal. Pero más en serio, durante mi vida he tenido episodios de depresión y en algunos casos, para salir, me ayudó comprender que el yo es un proceso de percepción, que la forma en que las cosas me parecían en aquel momento no eran necesariamente así en realidad, y que las emociones que sentía no eran reacciones inevitables a las circunstancias en las que me encontraba, sino construcciones de mi cerebro. Y que todo podía ser diferente.

Una de las ideas centrales del libro es la naturaleza de la percepción del mundo y de uno mismo, y uno de los temas principales es que la percepción no es un registro directo de lo que está ahí. Es siempre una interpretación. Es una construcción activa, aunque no lo parezca. No vemos las cosas como son, las vemos como somos. Y reconocer eso ayuda a gestionar situaciones difíciles.

P. En el libro habla sobre nuestra percepción de la realidad como una alucinación controlada. ¿Conocer esos fenómenos nos podría ayudar a manejar hasta cierto punto esa alucinación?
R. La idea la plantea el científico alemán Hermann von Helmholtz, que describió la percepción como una inferencia inconsciente. La inferencia es este proceso en el que el cerebro combina sus predicciones y creencias sobre lo que sucede con la información sensorial que recibe para crear una aproximación a la realidad. Lo que experimentamos es una alucinación controlada con información sensorial. Para la mayoría de nosotros, la mayor parte del tiempo, todo esto es inconsciente. No puedes ver un color de un modo diferente. Pero creo que podemos cambiar la forma de percibir las cosas. Hemos hecho experimentos en los que demostramos que se puede entrenar a la gente incluso para que vea un color de forma diferente. Y con el tiempo suficiente podemos cambiar nuestras reacciones a las cosas que percibimos inconscientemente en el mundo. Creo que en nosotros hay una capacidad para moldear activamente cómo experimentamos el mundo.

P. Hay situaciones o sustancias, como las drogas psicodélicas que cambian radicalmente esa percepción de la realidad, pero supongo que la cultura también tiene una importancia enorme. Hay culturas en las que nuestra separación, la de las sociedades occidentales, entre el individuo y el grupo en el que vive es mucho más difusa.
R. Existe la idea de la consciencia colectiva, de que la muchedumbre se vuelve consciente, pero no creo que sea correcta. Lo que sí es cierto sobre los humanos es que nuestra experiencia del mundo y en particular la experiencia misma está muy influida por nuestro entorno social. Así que estar en una multitud puede hacer que sientas la experiencia más distribuida y menos confinada a tu cuerpo individual.

Esto es fascinante porque subraya que el yo no es un miniyo dentro de mi cabeza. Es también una especie de percepción. Parte de esa percepción tiene que ver con el cuerpo, por supuesto, pero parte de esa experiencia del yo tiene que ver con otras mentes, con cómo mi cerebro percibe tu cerebro percibiéndome. Y ahí entran las diferencias culturales. Un ejemplo es que en algunas sociedades tradicionales de Sudamérica donde se toma ayahuasca, solo la toma el chamán y no la gente que asiste a la ceremonia. Esta perspectiva es muy distinta de la que tenemos en occidente sobre la utilidad de estas cosas.

P. Pese a que valoramos tanto nuestra consciencia y nuestro yo, se han creado un montón de sustancias para escapar de ellos y se utilizan continuamente. ¿Por qué cree que sucede?
R. Creo que podría ser porque no evolucionamos para ser felices. La evolución ha moldeado nuestros cerebros para sobrevivir en entornos que eran muy diferentes de los que ocupamos ahora. Hay mucho sufrimiento, de muchos tipos en muchos lugares. Ahí está el uso dual de la tecnología biológica de la consciencia. Quizá nos puede dar placer y significado, pero también sufrimiento y dolor. Puede ser racional evitar el dolor, pero en último término no lo es porque no funciona a largo plazo. Pero el deseo de alterar nuestros estados conscientes es, creo, racional.

El filósofo Thomas Metzinger habla mucho de esto, de otros estados de consciencia que, moralmente, sería correcto habitar, y que hay otros estados que son ética y moralmente incorrectos y deberíamos evitar. Vale la pena pensar en que cuando lleguemos a una etapa de la sociedad en la que somos más capaces de controlar nuestra consciencia de una forma más precisa, se podrá recrear la experiencia consciente que se desee. Aún no estamos ahí, pero no es algo imposible, cuando se unan los implantes cerebrales y la realidad virtual. Cuando se pueda modular nuestra consciencia surgirán muchas preguntas morales y éticas sobre lo que es correcto o incorrecto, pero eso son temas que van más allá de la ciencia, son culturales, sociológicos y políticos.

P. En el libro habla de su experiencia con la anestesia general, que es un estado en el que desaparece la consciencia, algo que no sucede ni cuando dormimos, y cita al escritor Julian Barnes cuando dice que tras la muerte, cuando llega el final de la conciencia, no hay nada de lo que asustarse. ¿Está de acuerdo? ¿Esa experiencia con la anestesia le da tranquilidad ante la muerte?
R. No sabemos cómo vamos a reaccionar ante la muerte hasta que la tengamos encima. Pero cuando vuelves de la anestesia parece que no ha pasado el tiempo, podrían ser 5 minutos o 50. Es extraño, porque tú no estabas y el mundo ha seguido ahí con otra gente a la que le han seguido pasando cosas. Tenemos una curiosa asimetría sobre la inexistencia. Pocos nos preocupamos sobre el periodo de la historia anterior a nuestro nacimiento, cuando tampoco existíamos, pero nos preocupa mucho no existir en el futuro. En cualquier caso es irracional, porque no estaremos ahí para experimentar ese miedo a perderse cosas. Queremos que les vaya bien a nuestros hijos y todo eso, pero no estaremos allí, y cuando no estás ahí, no hay alegría, pero tampoco sufrimiento ni dolor. No hay nada. Y esa nada puede ser a la vez terrorífica existencialmente, pero también tranquilizadora y creo que nos puede hacer valorar más ese precioso y breve espacio de tiempo que tenemos para estar vivos.

sábado, 4 de marzo de 2023

FORMACIÓN. Así es el camino que lleva a poder estudiar en Cambridge.

Matricularse en una de las mejores universidades del mundo no solo es cuestión de dinero. El proceso es extremadamente competitivo y la excelencia académica es clave

Prestigio, historia, excelencia y exclusividad: así podría definirse a la Universidad de Cambridge, que con más de 800 años de antigüedad (y 121 premios Nobel) se sitúa de manera constante entre los mejores centros de educación superior del mundo. Cruzar sus puertas como estudiante es todo un reto, pero también un logro en sí mismo: de los aproximadamente 22.000 alumnos que solicitaron matricularse este curso, solo 3.600 (algo más del 16 %) obtuvieron una plaza que, una vez egresados, abrirá muchas puertas. De la proyección internacional de esta institución, cuarta mejor universidad del mundo según el Academic Ranking of World Universities de Shanghái, es buena muestra el hecho de que uno de cada cinco estudiantes de primer curso son internacionales, y que entre sus más de 20.000 alumnos hay representantes de 140 países.

Uno de ellos es el francés Matteo Amar, estudiante de Matemáticas en Cambridge y exalumno de la British School of Barcelona (BSB). En su trayectoria hacia la universidad británica, Amar obtuvo la calificación más alta de Europa en Matemáticas en los exámenes finales de Bachillerato A Levels (según el currículo británico) certificada por Pearson Edexcel. “El proceso de solicitud es bastante largo e incluye una carta de presentación, un examen de entrada y una entrevista. Pero el trabajo real se hace antes de postularte, porque tienes que construir tu currículum alrededor de lo que le gusta a Cambridge”, afirma. “Yo, por ejemplo, decidí aplicar cuando estaba en tercero de la ESO, y desde entonces empecé a leer libros de Matemáticas y a participar en competiciones, para enseñarles de manera tangible que de verdad me gustan y que soy un apasionado”. Su recorrido académico lo atestigua: hizo el Bachillerato en cuarto de la ESO y después continuó especializándose durante los dos años siguientes.

Prepararse para una universidad como Cambridge, Oxford o cualquiera de las pertenecientes a la famosa Ivy League norteamericana es, efectivamente, todo un proceso que empieza a cultivarse desde muchos años antes, y en el que aspectos como la educación bilingüe juegan un papel fundamental: “La educación bilingüe hace que tu cerebro funcione de manera diferente, y facilita que los alumnos estén abiertos a nuevas ideas, puntos de vista y modos de ver el mundo”, sostiene James Petrie, director de Secundaria y Bachillerato en BSB. Allí los alumnos tienen, además, la oportunidad de desarrollar habilidades como el liderazgo, la organización, la curiosidad, la imaginación o la reflexión, y a partir de los 15 años reciben orientación personalizada sobre los posibles estudios superiores y los procesos de selección de algunas de las principales universidades.

Un proceso largo y competitivo
Matricularse en un grado de la Universidad de Cambridge es un proceso que, técnicamente, empieza en UCAS, el portal de acceso a las universidades del Reino Unido. Allí, los candidatos rellenan una solicitud que incluye una carta de motivación y el expediente académico de los dos últimos años (en el caso de España, el correspondiente al Bachillerato), y escogen hasta cinco universidades distintas. Es importante tener en cuenta que universidades como Cambridge y Oxford requieren que las solicitudes se envíen más temprano que para las demás (en el mes de octubre en vez de enero). “Cambridge no tiene un sistema o proceso aparte, pero sí tiene pasos adicionales, ya que la mayoría de grados requieren pasar por un examen de acceso específico y al menos una entrevista. Algunos grados son muy competitivos y el test sirve de filtro para decidir cuáles de ellos pasarán a la fase de la entrevista”, explica Sam Twells, gerente de admisiones para Europa de la institución inglesa.

Una de las principales características del sistema de UCAS es que no se prioriza ninguna de las universidades elegidas por el alumno, y que estas tampoco saben a qué otras instituciones está optando cada candidato. Todas ellas reciben la solicitud y deben evaluarla de acuerdo a sus propios méritos, sin sopesar ningún factor externo. Después, tanto Cambridge como Oxford exigen la realización de una prueba de admisión que se lleva a cabo internacionalmente gracias a una red de centros autorizados repartidos por todo el mundo: “Se trata de exámenes específicos para el grado que el candidato querría estudiar, y están diseñados para evaluar las habilidades, aptitudes y conocimiento que nosotros consideramos que un estudiante de primer año debería poseer”, argumenta Twells. La puntuación máxima varía en cada caso: en Ingeniería, por ejemplo, el máximo en la primera sección del test es 18 puntos, y los candidatos de la Unión Europea deberían de obtener al menos un 7 para ser tenidos en cuenta. Una puntuación que no parece excesiva, pero que resulta engañosa: los mejores estudiantes no suelen obtener más de un 9 sobre 18.

Entre un 70 y un 80 % de los candidatos que se examinen pasarán a la fase de entrevistas. Y si el grado en cuestión carece de examen de acceso, será la propia solicitud de UCAS la que actúa como un primer filtro. La carta de motivación (personal statement) es la presentación del alumno ante la universidad y, como tal, resulta fundamental: “Uno de los aspectos más valiosos del personal statement es el conocer sus aspiraciones académicas en un sentido amplio. Esperamos ver pruebas de que el estudiante ha ido más allá del currículum de su centro educativo; que ha explorado áreas de su interés y temas que quiere estudiar en la universidad. Y eso puede suceder por medio de lecturas adicionales, olimpiadas académicas, competiciones de ensayos, asistir a exposiciones en un museo, a una proyección cinematográfica o incluso suscribirse a algún podcast o ver determinadas series documentales”, recuerda Twells.

Un proceso que Claudia De Greef, estudiante de cuarto de Medicina en Cambridge y exalumna de BSB, siguió al pie de la letra: tras superar con éxito el examen de admisión (en su caso, el Biomedical Admission Test, BMAT), se sometió a tres entrevistas con cinco profesores diferentes: “El BMAT estaba compuesto de tres secciones: una evaluaba las habilidades cognitivas, otra el conocimiento científico y la última era un ensayo. Y en las entrevistas, me hacían preguntas complejas en las que tenía que explicar mi proceso de pensamiento para llegar a una conclusión”, cuenta.

La excelencia de las universidades ‘top’
Oxford, Cambridge, Harvard, MIT, Brown... ¿Por qué hay ciertas universidades que año tras año copan las más altas posiciones en la mayoría de rankings universitarios mundiales? Para Juan Juliá, vicepresidente adjunto de CRUE Universidades Españolas, el motivo principal radica en que se trata de universidades “que desarrollan una importante y destacada labor académica, especialmente si nos fijamos en su producción científica. Esto les da una gran notoriedad y proyección internacional y contribuye a una muy merecida reputación”. El modelo académico de Cambridge, además, potencia el estudio independiente y la atención personalizada de los alumnos en tutorías que reúnen a un grupo reducido de alumnos varias veces por semana.

“Como estudiante de Humanidades, la mayor parte de mi trabajo consiste en escribir ensayos de entre 1.500 y 2.000 palabras, para los que primero tengo que leer extensamente sobre el tema, investigar y agrupar ideas”, describe Jude Petrie, alumno de Historia y Ciencias Políticas en Cambridge. “Las horas presenciales se limitan a un par de ponencias a la semana y 12 sesiones de supervisión intensivas durante las ocho semanas que dura el trimestre (…), en las que comentamos en profundidad las ideas para los ensayos y recibimos un feedback general sobre el progreso de estos”. Su calificación en la asignatura de Política en el examen de Bachillerato A Levels fue también la más alta de Europa.

Ese prestigio duradero del que gozan instituciones como Cambridge y Oxford se explica, para Twells, por el largo periodo histórico en el que ambas fueron las dos únicas universidades de Inglaterra, lo que les permitió acaparar financiación y atraer a gran parte de los académicos y eruditos. Adquirieron así una reputación que sigue sirviendo de imán para atraer las mentes más brillantes, un aspecto “que también se debe a la existencia de un sistema que permite acoger a estudiantes y docentes de todo el mundo, y que les hace sentirse bien acerca de la idea de venir a Cambridge a estudiar o enseñar. Y una gran parte de la culpa de eso la tiene el sistema de colleges”, argumenta Twells. “Son como microcosmos dentro de la universidad, un crisol que consigue atraer ideas y debates alrededor de muchas disciplinas, temas de interés y áreas de investigación diferentes. Y el hecho de que sean comunidades pequeñas las convierte en entornos más acogedores para estudiantes y docentes”, añade.

Juliá, por su parte, llama la atención sobre un hecho nada banal: hablamos, en este caso, de universidades que cuentan con un nivel de recursos que está a años luz del que disponen las instituciones académicas españolas, y que les permite jugar con ventaja a la hora de atraer talento y desarrollar una intensa y relevante producción científica en infraestructuras de primer nivel. “[Estas universidades] cuentan con presupuestos que se mueven entre los 2.000 y 4.000 millones de euros anuales, cuando las universidades españolas mejor dotadas se mueven entre los 300 y 400 millones de euros; es decir, entre cinco y 10 veces menos”, recuerda. También influye positivamente el contar con un marco legislativo mucho más flexible y un entorno científico tecnológico mucho más desarrollado.

Destacar estos elementos es, para Juliá, poner también el foco sobre los aspectos que deberían mejorarse para que la universidad española pueda ser verdaderamente competitiva en estos entornos internacionales: más presupuesto; un marco regulador que permita captar más talento; infraestructuras más desarrolladas; estrategias de acción internacional “y también una mayor autonomía que, unida a una buena rendición de cuentas, propicie una gobernanza más ágil y eficaz”. Algo que, apunta, no se conseguiría solo con un aumento presupuestario, sino que haría falta una mayor implicación del tejido productivo en la I+D, donde España presenta el mayor diferencial de gasto en relación al resto de países de la OCDE.

¿Cuánto cuesta estudiar en Cambridge?
El Brexit ha tenido también un impacto negativo en la vida de los alumnos comunitarios que desean estudiar en universidades de Reino Unido, ya que ahora son considerados estudiantes internacionales y han de afrontar una carga económica más elevada que, en cualquier caso, incluye tres partes: la propia matrícula de los estudios que se cursen; la cuota que le pagan al college donde estén radicados; y los gastos básicos que se tengan.

Así, el coste de las matrículas para 2023 fluctuará entre los 27.700 euros de un numeroso conjunto de grados, como los relacionados con Humanidades o Economía, y los casi 72.400 de los estudios de Medicina y Veterinaria. A eso habrá que añadir los gastos básicos (que, aunque dependen del estilo de vida, se estiman en no menos de 13.500 euros al año) y las cuotas de los colleges, que se sitúan en torno a otros 11.000. En total, entre 52.000 y 97.000 euros anuales.

¿Hay becas disponibles? Sí, aunque no numerosas, como explica Twells: “En Cambridge tenemos un número bastante limitado de becas y de apoyo financiero para estudiantes internacionales de grado, que se ofrecen en dos niveles: primero, a nivel de universidad, y a través del Cambridge Trust, tenemos unas 30 becas parciales que cubren 11.000 euros cada año de los gastos de matrícula. Y luego hay también un pequeño número de becas que ofrecen determinados colleges” para las que recomienda consultar la página web de cada uno de ellos (Cambridge tiene 31 diferentes).

La importancia de los ‘rankings’
Los rankings mundiales más reconocidos, como los de Times Higher Education, QS o Shanghái, constituyen un importante elemento de referencia que contribuye cada vez más a mejorar la visibilidad y reputación de las universidades que figuran en ellos. Es importante resaltar, no obstante, que estos se basan principalmente en la producción y notoriedad científica que posee cada universidad (especialmente el de Shanghái), y que, aunque algunos de ellos incluyen opiniones de expertos, empleadores y estudiantes, “no resultan plenamente fiables a la hora de evaluar la excelencia académica global, y menos en algunos aspectos como la calidad de su función docente, el grado de compromiso social (…) o su contribución al bienestar social y la igualdad de oportunidades”, advierte Juliá. A este respecto, llama la atención observar que el 40 % de los estudiantes de Oxford (y el 28 % de los de Cambridge) provienen de la educación privada, cuando solo el 7 % de los alumnos en Reino Unido se forma en este tipo de centros.

En España, el U-ranking, que elabora el IVIE en colaboración con la Fundación BBVA, analiza más de 3.500 grados universitarios y evalúa las universidades españolas a partir de una veintena de indicadores que incluyen los resultados de investigación, docencia e innovación.

viernes, 8 de febrero de 2019

Una ola de asesinatos vuelve a poner patas arriba el académico y cerrado Oxford. El escritor Guillermo Martínez retoma el escenario y los personajes de su novela más popular con ‘Los crímenes de Alicia’, una historia policiaca que se asoma al lado más oscuro de Lewis Carroll.

El escritor argentino Guillermo Martínez pasó dos años en la ciudad inglesa de Oxford (de 1993 a 1995) como estudioso de las matemáticas. De aquella experiencia nació Los crímenes de Oxford (2004), una novela policiaca que, traducida a 40 idiomas y llevada al cine por Álex de la Iglesia, es seguramente el título más popular de este autor, aunque haya destacado en otros ámbitos como el ensayo —con Borges y la matemática (2003), por ejemplo— y la narración con voluntad experimental —Yo también tuve una novia bisexual (2011)—.

Reproducción del manuscrito original de 'Alicia bajo tierra', precursor de 'Alicia en el País de las Maravillas', de Lewis Carroll.Ahora, acaba de ganar el último premio Nadal con Los crímenes de Alicia (Destino), una novela que recupera los personajes de aquel gran éxito, un estudiante y un profesor de Matemáticas que investigan, esta vez, una serie de asesinatos que parecen basarse en pasajes de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll.

Y retoma con ellos el escenario, conveniente porque continúa la trama de la primera entrega —la acción se produce un año después— y porque ese ambiente académico sigue siendo un lugar perfecto para una historia policiaca: “Es una comunidad muy cerrada. Y hay algo en Oxford, ya de por sí, que hace que todos se sientan parte de algo superior; hay un cierto sentido de superioridad y me parecía que eso contribuía a la arrogancia que tienen algunos personajes. No podía ser un intercambio internacional, tenía que ser algo restringido en el que yo pudiera reunir a todos en un cuarto de un college", explicaba Martínez este martes —el mismo día que salía la novela a la venta— en un encuentro con periodistas de varios medios en Madrid.

Además, se trata de la ciudad donde vivió toda su vida Lewis Carroll, autor, entre otros, de Alicia a través del espejo y en torno a cuya controvertida figura —sobre la que ha habido durante décadas una sombra por su posible pedofilia— gira la novela de Martínez. La historia arranca a partir de un hecho real, el descubrimiento por parte de una estudiosa de un documento que describe el contenido de una de las páginas arrancadas de los diarios de Carroll. A partir de ahí, el autor argentino imagina una trama sobre ese descubrimiento —que podría arrojar luz sobre la relación de Carroll con la niña que inspiró Alicia y su hermana mayor— y la serie de crímenes que se desencadena en el seno de una sociedad de estudiosos del clásico escritor británico.

“Es una novela que tiene dos enigmas: uno sobre cómo pensar en la época actual la figura de Lewis Carroll y el otro sobre quién está detrás de los crímenes”, explica Martínez. De ese modo, dentro de una trama que huye de tópicos fáciles, la obra reflexiona sobre los límites que impiden descifrar con ojos de hoy la verdadera naturaleza de la relación del autor con las niñas, si realmente se trataba de pedofilia y, en todo caso, si esta llegó a convertirse en pederastia. “La figura de Carroll tiene muchas aristas y yo quería que aparecieran todas a lo largo de la novela”, señala Martínez.

También explica que, como nunca pensó en escribir una novela policiaca, cuando lo hizo —fue Los crímenes de Oxford— decidió matar al personaje principal nada más empezar. Por eso, para continuarla ahora con Los crímenes de Alicia, la mejor opción que encontró fue situar la acción solo un año después de la de la primera, en 1994. Y todavía prevé escribir una más con los mismos personajes, adelanta.

https://elpais.com/cultura/2019/02/06/actualidad/1549484823_759276.html?rel=lom

martes, 31 de octubre de 2017

¿Por qué los leones tienen melena? Las curiosas preguntas con las que la Universidad de Oxford elige a sus estudiantes de ciencias

Si pudieses salvar solo a un ecosistema, ¿a cuál salvarías? ¿A las selvas o los arrecifes de coral?
Éste es un dilema de difícil solución para el que no hay una respuesta correcta e incorrecta.
Todo depende de los argumentos que utilicemos para justificar una u otra.

¿Cómo responderías a estas 5 preguntas de la entrevista para entrar en la Universidad de Oxford?
Es también una de las preguntas que quienes aspiran a convertirse en estudiantes de ciencia de la Universidad de Oxford, en Inglaterra, deben responder —después de pasar con éxito un proceso de selección previo— para garantizarse una plaza.

No hay respuestas equivocadas ni acertadas
La Universidad de Oxford es una de las instituciones académicas más prestigiosas de Reino Unido y, por ello, obtener un sitio allí no es fácil

En 2016, de 45.000 aspirantes sólo 8.600 obtuvieron una plaza.

Pero para calmar los nervios y alentar a los futuros candidatos, la universidad publica cada año una lista con preguntas que han hecho en el pasado, que incluye qué esperan los profesores en la respuestas. En el caso de la pregunta que mencionamos inicialmente, lo que se espera es que "los estudiantes puedan usar su conocimiento general y su sentido común para llegar a una respuesta", explica en la página de la institución Martin Speight, profesor del St. Anne's College y uno de los profesores a cargo de las entrevistas.

El inesperado ascenso de Oxford al primer puesto del ranking mundial de universidades.
Dependiendo de lo que digan se les pregunta luego sobre la importancia de cosas como "la biodiversidad y las especies exóticas, y temas de interés humano como el combustible y la comida, el ecoturismo y las medicinas que nos pueden proporcionar los bosques o los arrecifes".

La Universidad de Oxford publica todos los años un muestrario de preguntas para desmitificar el proceso de selección. También hay que considerar el impacto en tanto al cambio climático, la erosión del suelo o la contaminación, añade. "La respuesta final no importa, tanto los arrecifes como las selvas deben ser manejados de forma sostenible para encontrar un equilibrio entre la conservación y las necesidades humanas", señala Speight. La idea detrás de las preguntas no es evaluar cuánto saben los estudiantes sino cómo razonan sobre la materia de su elección y cómo responden ante información nueva o ideas que les son poco familiares.

Empecemos con las rayas
¿Por qué los leones tienen melena? ¿Por qué muchos animales tienen rayas? Y, si fuera a visitar la zona donde tu vives, ¿qué cosas me podrían interesar?

En la primera pregunta, según lo que responda el candidato, la respuesta "tiene el potencial de llevarnos todo tipo de diferentes direcciones", dice Owen Lewis, profesor del Brasenose College.

¿Por qué hay animales que tienen rayas?
"Cuando utilicé esta pregunta, recibí toda clase de sugerencias innovadoras", agrega. Sobre los animales con rayas, el objetivo es que los estudiantes reflexionen sobre las adaptaciones biológicas exitosas.

"Esperaría que empiecen a pensar en algunos animales con rayas, luego que piensen en categorías de animales con rayas, por ejemplo los que son peligrosos (avispas, tigres, serpientes), los que tienen rayas para camuflarse (cebras y también tigres), y los que son inofensivos pero imitan a otros peligrosos", dice Lewis.
"Pueden pensar en ejemplos específicos para hacer comparaciones".

Curiosidad
La pregunta sobre el lugar en que vives, que mencionamos antes, parece a simple vista, extremadamente sencilla.
Sin embargo, según explica la entrevistadora, le da al candidato la oportunidad de aplicar sus conocimientos de geografía a su propia región de origen.

"Pueden hablar sobre planificación urbana, regeneración, segregación étnica y migración o temas como manejo ambiental", dice Lorraine Wild, profesora del St. Hilda's College. "La pregunta los pone a prueba para ver si son capaces de aplicar su 'pensamiento geográfico' a los paisajes a su alrededor".

"Muestra hasta qué punto tienen curiosidad por el mundo que los rodea".

Otras preguntas (aunque aquí no vamos a elaborar las posibles respuestas) son:
¿Por qué los ojos de los gatos parecen brillar en la oscuridad?
¿Por qué algunos hábitats albergan más biodiversidad que otros?
¿Es más fácil para los organismos vivir en la tierra o en el mar?

Y por último, una tan extraña como curiosa:
Éste es un cactus. Háblame de él.

http://www.bbc.com/mundo/noticias-41653131#

martes, 28 de octubre de 2014

¿Superarías una entrevista para estudiar en la Universidad de Oxford?

Las entrevistas para acceder a la Universidad de Oxford en Reino Unido, una de las más prestigiosas mejores del mundo según los rankings internacionales, son muy temidas por los estudiantes, ya que suelen contener preguntas imprevistas y poco convencionales. En un intento de desmitificar el proceso de selección y hacerlo más transparente, el centro divulgó una lista con algunas de éstas. La BBC te ofrece varias de las preguntas, clasificadas por áreas de conocimiento, y las explicaciones de los propios examinadores sobre lo que tratan de averiguar con ellas. 1. Biología ¿Si tuvieras que elegir entre salvar las selvas tropicales o las barreras de coral, qué escogerías? Selva tropical. Según Owen Lewis, para contestar a esta pregunta es necesario considerar el impacto del cambio climático, la erosión del suelo, la extración de madera, etc. "Se espera que el candidato a estudiar en la Universidad de Oxford sea capaz de usar sus conocimientos generales y el sentido común para formular una respuesta", explica Owen Lewis, del Brasenose College.

"La pregunta no requiere conocimientos específicos".
Según el profesor, el aspirante a estudiante podría hablar de la importancia de la biodiversidad y de las especies raras.
O sobre los recursos que interesan al ser humano, como el combustible, los alimentos, el ecoturismo y las medicinas, que provienen de los bosques tropicales y los arrecifes de coral o que dependen de ellos.
Además, es preciso considerar el impacto del cambio climático, la erosión del suelo, la contaminación, la extracción de madera, los combustibles renovables o la pesca excesiva.

"La respuesta final no interesa", dice Lewis.
"Ambos, las selvas y los arrecifes, deben gestionarse de manera sostenible para poder encontrar un equilibrio entre las necesidades del ser humano y las de la conservación".

2. Ingeniería
¿Cómo diseñarías una represa de gravedad para retener el agua?
Se espera que los aspirantes a estudiar en Oxford planteen expresiones matemáticas simples para prever en qué momento el agua empujará la barrera de la presa.
Las de gravedad son presas que resisten el empuje horizontal del agua con su propio peso. Así, el candidato a estudiar en Oxford deberá primero determinar las fuerzas que actúan sobre la represa antes de considerar la estabilidad de la pared cuando se somete a la acción de éstas, según Byron Byrne, del Departamento de Ciencias de la Ingeniería.
Los candidatos probablemente reconocerán que el agua puede empujar la barrera.
Por lo tanto, se espera que estos planteen expresiones matemáticas simples para prever cuándo ocurriría esto.
Algunos tal vez hablen de posibles fallas por deslizamiento, de problemas estructurales del diseño y de los efectos de la infiltración del agua en la barrera, por ejemplo.
"El aspirante a entrar en Oxford no habrá estudiado todos estos asuntos en la escuela, por lo que se le ofrecerá orientación y se evaluará cuán rápido asimila las nuevas ideas", dice Byrne.
Y añade: "Con la pregunta también se investiga la habilidad del candidato para aplicar la física y la matemática a situaciones nuevas, además de medir su interés y entusiasmo por el campo de la ingeniería".

3. Literatura inglesa
Tras el enorme éxito de las novelas de Harry Potter, la autora, JK Rowling, acaba de publicar un libro para adultos. En tu opinión, ¿escribir libros para niños de qué manera es diferente de escribir para adultos?

A los aspirantes a estudiar literatura inglesa en Oxford se les pide que reflexionen sobre las diferencias entre escribir para adultos y hacerlo para niños.

"Los aspirantes que crecieron con las historias de Harry Potter quizá hayan leído el nuevo libro de Rowling", explica Lucinda Rumsey, del Mansfield College.
"Y es posible que hayan reflexionado sobre el cambio de audiencia de la escritora y, como lectores, de su propia transición de la infancia a la edad adulta", añade.
"Pero incluso los que no hayan leído las novelas de Rowling podrían hablar de ellos mismos como lectores, sobre la manera de abordar diferentes tipos de libros y sobre las formas en las que los escritores se desenvuelven al escribir para públicos diferentes y el conjunto de su obra".

Según la examinadora, cualesquiera que sean los libros que el candidato esté leyendo, lo que al examinador le interesará saber es si lo está haciendo de forma reflexiva y consciente y si es capaz de pensar como un crítico literario sobre la literatura que lee.

No todos los candidatos tienen acceso a una gran variedad de libros. Por lo tanto, el examinador tratará de evaluarlos en base a lo que saben, no sobre lo que no saben.

"Si hiciera esa misma pregunta en relación a Shakespeare, algunos candidatos tal vez tendrían una opinión sobre su producción literaria, pero muchos otros no", señala Rumsey.

"Pero si comienzo a hablar de Harry Potter, todos tienen al menos un punto de partida. Además, creo que Rowling se merece una mención, porque estoy segura de que muchos de los que han solicitado estudiar literatura inglesa este año se han convertido en lectores ávidos a causa de sus libros".

4. Ciencia de los materiales
¿Cuán caliente debe estar el aire de un globo para que éste pueda levantar a un elefante? Globo aerostático.
Según Steve Roberts, ninguno de los candidatos supo contestar a la pregunta sobre el globo aerostático en el tiempo asignado.
Steve Roberts, del St Edmund Hall, explica que, las veces que se hizo esta pregunta en las entrevistas, ninguno de los candidatos logró concluir la temperatura precisa en el tiempo asignado para la respuesta: diez minutos.
"Pero no esperábamos que pudieran", informa.
"Utilizamos este tipo de preguntas para tratar de averiguar cómo los candidatos piensan sobre los problemas y la forma en la que se comportarían en un aula dirigida".
Aunque Roberts dice que evalúa a los candidatos a estudiar en Oxford antes incluso de llegar a plantearles este tipo de preguntas.
El profesor indica que lo que trata de averiguar es cuán rápido el estudiante puede llegar al meollo del problema.
En el caso del globo y el elefante, esperan que estos planteen las siguientes cuestiones, por ejemplo: ¿Cuáles son los principios elementales de la física que están en juego aquí? ¿Qué conceptos y ecuaciones serían útiles?

También miden de qué manera responde el candidato a las sugerencias y las pistas, además de cómo aborda los conceptos básicos e identifica las cuestiones más importantes.

En el caso de esta pregunta: ¿Cómo funciona un globo de aire caliente? ¿Qué otros mecanismos funcionan de la misma forma? ¿Cuál es el tamaño típico de un globo y cuánto pesa en promedio un elefante? ¿Y el propio globo?

Al fin y al cabo, Roberts quiere saber "cómo usa el candidato los principios matemáticos para llegar rápidamente a una respuesta probable, usando aproximaciones sensatas al aplicar las fórmulas y teniendo en cuenta los componentes".

5. Filosofía, Política y Economía
Cuando estaba en la escuela, en la década de 1970, se hablaba de que un día habría una crisis de las pensiones. La discusión continuó en los años 80 y 90, hasta que tuvimos una crisis de las pensiones en Reino Unido, y nada se había hecho para prepararnos ante ésta. ¿Será que existe un problema con el sistema político británico que nos impide lidiar de manera sensata con los problemas de medio o largo plazo cuando estos son identificados?

Los potenciales alumnos podrían reflexionar sobre la responsabilidad del electorado. El examinador Dave Leal, del Brasenose College, asegura que la pregunta invita al candidato a reflexionar sobre la democracia y sus limitaciones.
"Hubo candidatos que plantearon buenas discusiones sobre diferentes métodos de votación. Por ejemplo, ¿pueden partes del Parlamento ser elegidas para periodos más largos? Tal vez con eso se podrían generar políticas a más largo plazo", explica Leal.
"También podrían abordarlo de otra manera, reflexionando sobre la responsabilidad del electorado".
Y añade: "Si los electores no piensan a largo plazo, tal vez la culpa no sea de los políticos sino de la educación", reflexiona.

"Otro aspirante podría, tal vez, reflexionar sobre la importancia de contar con una segunda instancia política que no haya sido elegida (por el pueblo) a la que delegar todos los asuntos realmente importantes", propone.
Y recuerda: "Uno sugirió que nadie que no tuviera hijos debería poder ser candidato al Parlamento. Esto daría al político una motivación personal para pensar a largo plazo en varios asuntos".

Leal insiste en que, al igual que con otras preguntas incluidas en la entrevista de admisión, en este caso no existe una "única respuesta correcta".
Es más, la mayoría de las respuestas dan pie a seguir reflexionando.
Por ejemplo, en el caso de quienes proponen elegir a parte del Parlamento para plazos más largos, se podría pensar en lo siguiente: ¿Cuáles serían las consecuencias de ese cambio? ¿Sería deseable?

"Medimos la capacidad (del candidato) para localizar el origen de un problema y argumentar las soluciones a través de discusiones", dice el examinador.

"La alternativa presentada por el estudiante interesa menos que la evidencia de sus habilidades para pulir ideas y autocorregirse cuando sea necesario".

6. Historia
Imagina que no tuviéramos ningún registro histórico, excepto todo aquello relacionado con los deportes. ¿Cuánto podríamos descubrir sobre el pasado basándonos exclusivamente en los deportes?
Los aspirantes podrían relacionar el deporte con el colonialismo.
El examinador Stephen Tuck, del Pembroke College de Oxford, dice que haría esta pregunta al candidato que en el formulario de inscripción hubiera señalado interés por los deportes, pero que también se podría ampliar a otras áreas, como el cine, el teatro o la música.
"Con esto lo que trataría de averiguar es cómo utiliza la imaginación el solicitante, tomando como punto de partida un tema que le es familiar (probablemente mucho más que a mí) para abordar las cuestiones de la investigación histórica", dice Tuck.
Las respuestas podrían referirse a la relación con la raza, la clase o el género (quién practicaba deporte, qué tipo de deporte se hacía), la politica internacional, al imperio (qué países estaban involucrados, qué países practicaban los mismos deportes), al desarrollo económico (el desarrollo tecnológico del deporte), los valores, la salud y muchos otros temas. "La lista es larga", dice el examinador.
"Además, suelo hacer preguntas adicionales para animar a los estudiantes a desarrollar sus ideas. A menudo no suelen tener la respuesta en mente, por lo que me suele interesar hasta qué punto son capaces de llevar su análisis".

7. Derecho
Si el castigo por estacionar el vehículo sobre la doble línea amarilla (en Reino Unido la doble línea amarilla indica que está prohibido estacionar) fuera la muerte y, por lo tanto, ningún conductor lo hiciera, ¿esa norma sería justa y efectiva?
"No se esperan respuestas correctas o erróneas", explica Ben McFarlane, del Facultad de Derecho.
Según el examinador, los candidatos deben demostrar que reconocen los diversos temas que recoge la pregunta.
El aspirante que distingue entre "justo" y "efectivo" lo hace mejor.
"Una vez que la distinción está hecha, las preguntas se vuelven diferentes", dice McFarlane.
"Una ley justa puede no ser efectiva y viceversa. La proporcionalidad entre una infracción y su correspondiente pena está directamente relacionada con cuán justa es la ley", añade.
"Y las respuesta a las cuestión de la efectividad está incluida en la segunda parte de la pregunta: el hecho de que nadie esté estacionando sobre la doble línea amarilla".

8. Medicina
¿Por qué aumenta el ritmo de los latidos del corazón cuando se hace ejercicio?, podría ser una de las preguntas.
"La respuesta simple, la que todos los estudiantes pueden dar, es que (la frecuencia de latidos aumenta) porque se necesita distribuir más oxígeno y nutrientes a los músculos, así como eliminar sustancias ya metabolizadas", dice Robert Wilkins, del Departamento de Fisiología, Anatomía y Genética de la Universidad de Oxford.

Pero el examinador explica que con las posteriores preguntas se evaluaría si el estudiante ha comprendido que debe haber una manera de que el cuerpo sepa que tiene que aumentar el ritmo cardíaco y si conoce cuál es esa forma.
"La capacidad del organismo de identificar niveles bajos de oxígeno o niveles altos de dióxido de carbono podría ser una de las respuestas", propone.
"Sin embargo, estos niveles pueden no variar mucho, por lo que se invitaría a los estudiantes a proponer otras maneras de probarlo".
Según el experto, esto le permitiría evaluar la habilidad del candidato para resolver problemas, de pensar críticamente, su curiosidad intelectual, su entusiasmo o su capacidad de escuchar.

9. Música
Si pudieras inventar un instrumento, ¿qué tipo de música produciría?
"Estoy interesado en las respuestas que revelen de qué forma el estudiante usa su imaginación y si lo hace de manera crítica", dice Dan Grimley, del Merton College.
¿Qué tipo de instrumentos y sonidos se producen hoy? ¿Cómo se podrían desarrollar estos sonidos de forma creativa? ¿Existen nuevas maneras de generar sonidos (medios digitales) que transformarán el modo en el que escuchamos o entendemos los sonidos? ¿Está el concepto de "instrumento" obsoleto? ¿Se pueden imaginar maneras más simbiótica e híbridas de generar y experimentar la música?

"La pregunta no se limita a la música clásica", dice Grimley.
"Las respuestas que incluyan toda una gama de estilos y gustos musicales, producidos y consumidos en los lugares más diversos, serían bienvenidos".

10. Ciencias de la computación
Un grupo de piratas posee cien monedas de oro. Tienen que dividir el tesoro, pero deben seguir ciertas reglas:
- El pirata más "experto" propone la división.
- Todos los piratas, incluido el más experto, votan.
- Si la mitad o la mitad más uno votan a favor, se acepta esa división. Si lo hace menos de la mitad, el pirata más experto es lanzado al mar y se vuelve a votar.
- Los piratas actúan de forma lógica y sólo se preocupan de obtener la mayor cantidad de monedas posible.
Considerando el contexto, ¿qué división debería proponer el pirata más experto?
Brian Harrington, del Keble College, dice que este clásico problema de lógica es un buen ejemplo del tipo de pregunta que podría hacerse a un aspirante a entrar a la Facultad de Ciencias de la Computación de la Universidad de Oxford.

"Me encanta observar cómo el estudiante asimila la orientación que recibe, si es capaz de dividir el problema en fracciones más pequeñas para después resolver el dilema más complejo aplicando soluciones algorítmicas", reconoce Harrington.
Y advierte: "Si el estudiante tiene alguna duda, quiero que me lo diga, que no se quede sentado y callado".

La solución al problema de los piratas
Para resolver el problema es preciso analizar lo que ocurriría si el grupo fuera de dos y, a partir de ahí, repetir la operación con tres, cuatro, hasta siete piratas. (La letra A corresponde al pirata líder).

Dos piratas
El pirata A sugiere quedarse con todas las monedas. Se vota y se aprueba la propuesta. El pirata A se lleva cien monedas y el pirata B cero.

Tres piratas
El pirata A sabe que si fuera lanzado al mar, el pirata C no se llevaría nada. Ya que se volvería a las situación anterior, al de dos piratas, en el que el pirata C ocuparía el lugar del pirata B.
Entonces, el pirata A soborna al pirata C con una moneda y éste vota a favor de la propuesta. El pirata A se lleva 99 monedas, el pirata B no se lleva ninguna y el pirata C se queda con una.

Cuatro piratas
El pirata A sabe que si muere el pirata C se queda sin nada, porque, de nuevo, se vuelve al escenario anterior, en el que son tres los piratas que deben repartirse el tesoro. En esa situación, el pirata C volvería a ser el pirata B.
Por lo tanto, necesita una moneda para sobornarlo.
Como consecuencia, el pirata A se lleva 99 monedas, el pirata B ninguna, el pirata C una y el pirata D cero.

Cinco piratas
En este escenario el pirata A necesita tres votos, por lo que dará una moneda a dos piratas. Si él muriera, estos recibirían cero monedas.
Así, el pirata A se lleva 98 monedas, el pirata B se lleva cero, el pirata C se lleva una, el pirata D ninguna y el pirata E se queda con una.

Seis piratas
Las historia es la misma: el pirata A debe sobornar a dos piratas.
Así, el pirata A se lleva 98 monedas, el pirata B cero, el pirata C se lleva una, el pirata D no se queda con ninguna, el E se lleva una y el F cero.

Siete piratas
En este escenario final (aunque se podría seguir indefinidamente), el pirata A necesita cuatro votos, por lo que tiene que sobornas a tres compañeros.
La mejor opción es comprar a aquellos que tienen más que perder en caso de que él muera. Por ejemplo, los piratas C, E y G.
El resultado es: el pirata A se lleva 97 monedas; C, E y G se llevan una cada uno y los demás se quedan sin nada.
Fuente: BBC. http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2014/10/141027_cultura_entrevista_estudiar_universidad_oxford_lv