Anil Seth (Oxford, 50 años) habla de la consciencia como una alucinación controlada. El mundo que percibimos, que nos parece tan real y difícil de imaginar de otro modo, surge de una especie de negociación entre la forma en que nos llega a través de los sentidos y lo que nosotros esperamos de él. De esa experiencia reconstruida, en la que también influyen las de las personas que nos rodean y la sociedad en la que vivimos, surge nuestra consciencia y nuestro yo. En su último libro, La creación del yo (Sexto Piso), Seth, neurocientífico cognitivo de la Universidad de Sussex (Reino Unido), nos guía a través de su amplia experiencia como estudioso de la consciencia en una de las búsquedas científicas más apasionantes del presente y que lo seguirá siendo durante las próximas décadas. En un hotel de Madrid, ciudad que ha visitado para presentar su libro, asegura que, contra lo que algunos expertos plantean, es probable que este reto que hoy parece imposible sea pronto abarcable, como antes lo fueron otras cimas aparentemente inasequibles al conocimiento humano.
Pregunta. En el siglo XIX se pensaba que la vida no podría explicarse en términos materiales, que era necesaria una especie de chispa de la vida, algo misterioso y casi mágico. Después llegaron los genes, el ADN, otras herramientas para tratar de entenderla. ¿Se conseguirá dar ese paso con la consciencia?
Respuesta. Tendremos que esperar y ver, pero ya hay cambios. La noción de alma quizá ya no es útil. Conceptos como el libre albedrío ya están sucumbiendo y perdiendo ese halo de misterio. El libre albedrío no es una fuerza sobrenatural que cambia el curso de sucesos del universo. Es un tipo de experiencia particular de los organismos relacionada con acciones que viene de dentro. No hay nada misterioso, aunque no todo el mundo está de acuerdo.
Stanislas Dehaene, neurocientífico: “Las pantallas empeoran la educación de los niños porque tienen atrapados a sus padres” Poco a poco, esta idea de que la consciencia es algo misterioso y diferente que no encaja en la idea de un universo hecho de átomos y quarks, de neuronas, hueso y carne puede desaparecer. Para mí ya lo está haciendo, pero aún no se ha ido del todo porque no tenemos aún completa la respuesta alternativa. El progreso en ciencia a veces se produce cuando cambian las preguntas que hacemos, no por responder a las preguntas que habíamos hecho. La gente no encontró la chispa de la vida, pero porque dejó de buscarla, porque ya no era la pregunta adecuada.
P. La ciencia ha sido muy buena respondiendo preguntas sobre el universo material, pero a veces parece que tanto saber no ha satisfecho muchas necesidades existenciales. ¿Puede pasar algo distinto con la ciencia de la consciencia, nos puede ayudar en la búsqueda de sentido?
R. Ese quizá no sea el trabajo de la ciencia, pero es parte de la responsabilidad de los científicos comprenderlo. Algunos grandes misterios para la ciencia también tienen una vis existencial. El descubrimiento de la inmensidad del universo es desafiante desde el punto de vista existencial. Cuando resulta que no estamos en el centro del universo, sino entre miles de millones de estrellas, puedes asustarte o puede darte fuerza. De la misma manera, comprender que la vida es un fenómeno natural y que hay una continuidad con otros animales puede darnos una sensación de conexión con la naturaleza o parecernos una amenaza porque ya no somos especiales. Para mí, ahí está la diferencia. Somos especiales, tenemos cultura, ciencia, civilización, pero también somos parte de la naturaleza. Así que para mí, entender que la consciencia no es algo dado por un ser sobrenatural que nos aparta del resto de la naturaleza, sino que es parte de la naturaleza, es existencialmente tranquilizador.
Pero hay una diferencia con otros misterios de los que hablamos. El universo está muy lejos, la mecánica cuántica es muy pequeña, pero la consciencia es algo muy personal, combina este misterio desafiante científica y filosóficamente con una característica central de nuestra vida individual. Es relevante porque nos ayuda a gestionar preguntas lejanas, como nuestro lugar en el universo, con cuestiones más cercanas, como el modo en que gestiono mis emociones. ¿Qué significa ser yo? ¿Cómo encuentro significado a mi vida? Creo que la neurociencia de la consciencia puede ayudarnos en esto.
P. ¿Le ha ayudado en su vida personal el conocimiento adquirido durante sus años de investigación sobre la consciencia?
R. Una vez, viviendo en EE UU, me pusieron una multa de tráfico porque giré a la izquierda en una carretera en la que estaba prohibido. Era un giro que hacía todo el tiempo cuando iba a surfear y, un día, pusieron una señal de prohibido girar a la izquierda y no la vi. En vez de pagar la multa, escribí una carta diciendo que no había visto la señal porque hay un fenómeno en la investigación de la consciencia que se llama ceguera al cambio, que dice que si no esperas algo, aunque esté en tu campo de visión, no lo vas a ver. Llevé este argumento hasta el tribunal.
P. ¿Y qué tal fue?
R. Mal. Pero más en serio, durante mi vida he tenido episodios de depresión y en algunos casos, para salir, me ayudó comprender que el yo es un proceso de percepción, que la forma en que las cosas me parecían en aquel momento no eran necesariamente así en realidad, y que las emociones que sentía no eran reacciones inevitables a las circunstancias en las que me encontraba, sino construcciones de mi cerebro. Y que todo podía ser diferente.
Una de las ideas centrales del libro es la naturaleza de la percepción del mundo y de uno mismo, y uno de los temas principales es que la percepción no es un registro directo de lo que está ahí. Es siempre una interpretación. Es una construcción activa, aunque no lo parezca. No vemos las cosas como son, las vemos como somos. Y reconocer eso ayuda a gestionar situaciones difíciles.
P. En el libro habla sobre nuestra percepción de la realidad como una alucinación controlada. ¿Conocer esos fenómenos nos podría ayudar a manejar hasta cierto punto esa alucinación?
R. La idea la plantea el científico alemán Hermann von Helmholtz, que describió la percepción como una inferencia inconsciente. La inferencia es este proceso en el que el cerebro combina sus predicciones y creencias sobre lo que sucede con la información sensorial que recibe para crear una aproximación a la realidad. Lo que experimentamos es una alucinación controlada con información sensorial. Para la mayoría de nosotros, la mayor parte del tiempo, todo esto es inconsciente. No puedes ver un color de un modo diferente. Pero creo que podemos cambiar la forma de percibir las cosas. Hemos hecho experimentos en los que demostramos que se puede entrenar a la gente incluso para que vea un color de forma diferente. Y con el tiempo suficiente podemos cambiar nuestras reacciones a las cosas que percibimos inconscientemente en el mundo. Creo que en nosotros hay una capacidad para moldear activamente cómo experimentamos el mundo.
P. Hay situaciones o sustancias, como las drogas psicodélicas que cambian radicalmente esa percepción de la realidad, pero supongo que la cultura también tiene una importancia enorme. Hay culturas en las que nuestra separación, la de las sociedades occidentales, entre el individuo y el grupo en el que vive es mucho más difusa.
R. Existe la idea de la consciencia colectiva, de que la muchedumbre se vuelve consciente, pero no creo que sea correcta. Lo que sí es cierto sobre los humanos es que nuestra experiencia del mundo y en particular la experiencia misma está muy influida por nuestro entorno social. Así que estar en una multitud puede hacer que sientas la experiencia más distribuida y menos confinada a tu cuerpo individual.
Esto es fascinante porque subraya que el yo no es un miniyo dentro de mi cabeza. Es también una especie de percepción. Parte de esa percepción tiene que ver con el cuerpo, por supuesto, pero parte de esa experiencia del yo tiene que ver con otras mentes, con cómo mi cerebro percibe tu cerebro percibiéndome. Y ahí entran las diferencias culturales. Un ejemplo es que en algunas sociedades tradicionales de Sudamérica donde se toma ayahuasca, solo la toma el chamán y no la gente que asiste a la ceremonia. Esta perspectiva es muy distinta de la que tenemos en occidente sobre la utilidad de estas cosas.
P. Pese a que valoramos tanto nuestra consciencia y nuestro yo, se han creado un montón de sustancias para escapar de ellos y se utilizan continuamente. ¿Por qué cree que sucede?
R. Creo que podría ser porque no evolucionamos para ser felices. La evolución ha moldeado nuestros cerebros para sobrevivir en entornos que eran muy diferentes de los que ocupamos ahora. Hay mucho sufrimiento, de muchos tipos en muchos lugares. Ahí está el uso dual de la tecnología biológica de la consciencia. Quizá nos puede dar placer y significado, pero también sufrimiento y dolor. Puede ser racional evitar el dolor, pero en último término no lo es porque no funciona a largo plazo. Pero el deseo de alterar nuestros estados conscientes es, creo, racional.
El filósofo Thomas Metzinger habla mucho de esto, de otros estados de consciencia que, moralmente, sería correcto habitar, y que hay otros estados que son ética y moralmente incorrectos y deberíamos evitar. Vale la pena pensar en que cuando lleguemos a una etapa de la sociedad en la que somos más capaces de controlar nuestra consciencia de una forma más precisa, se podrá recrear la experiencia consciente que se desee. Aún no estamos ahí, pero no es algo imposible, cuando se unan los implantes cerebrales y la realidad virtual. Cuando se pueda modular nuestra consciencia surgirán muchas preguntas morales y éticas sobre lo que es correcto o incorrecto, pero eso son temas que van más allá de la ciencia, son culturales, sociológicos y políticos.
P. En el libro habla de su experiencia con la anestesia general, que es un estado en el que desaparece la consciencia, algo que no sucede ni cuando dormimos, y cita al escritor Julian Barnes cuando dice que tras la muerte, cuando llega el final de la conciencia, no hay nada de lo que asustarse. ¿Está de acuerdo? ¿Esa experiencia con la anestesia le da tranquilidad ante la muerte?
R. No sabemos cómo vamos a reaccionar ante la muerte hasta que la tengamos encima. Pero cuando vuelves de la anestesia parece que no ha pasado el tiempo, podrían ser 5 minutos o 50. Es extraño, porque tú no estabas y el mundo ha seguido ahí con otra gente a la que le han seguido pasando cosas. Tenemos una curiosa asimetría sobre la inexistencia. Pocos nos preocupamos sobre el periodo de la historia anterior a nuestro nacimiento, cuando tampoco existíamos, pero nos preocupa mucho no existir en el futuro. En cualquier caso es irracional, porque no estaremos ahí para experimentar ese miedo a perderse cosas. Queremos que les vaya bien a nuestros hijos y todo eso, pero no estaremos allí, y cuando no estás ahí, no hay alegría, pero tampoco sufrimiento ni dolor. No hay nada. Y esa nada puede ser a la vez terrorífica existencialmente, pero también tranquilizadora y creo que nos puede hacer valorar más ese precioso y breve espacio de tiempo que tenemos para estar vivos.
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