Los datos estadísticos indican claramente que no es una simple percepción mía, subjetiva. En mi tierra, Andalucía, la abstención en los barrios más pobres fue unos quince puntos más alta que la media en las últimas elecciones autonómicas y unos treinta por encima de la registrada en los barrios más ricos. En algunas mesas electorales de barrios pobres, la abstención fue del 90%. Si se toma el conjunto nacional, las diferencias son aún mayores, en los territorios y barrios más pobres puede haber el doble de abstención que en los más ricos.
¿Acaso son los pobres más listos y se dan cuenta de que votar no sirve para nada, mientras que los ricos son más ingenuos y votan en mayor proporción, a pesar de su inutilidad?
No parece que vayan por ahí las cosas. La evidencia histórica demuestra que el disfrute de cualquiera de nuestros derechos, políticos, laborales, ciudadanos… depende de quién gobierne. Se adelanta cuando gobiernan unos y se atrasa cuando lo hacen otros. Los gobiernos no son neutrales.
Poner a unos partidos u otros en los gobiernos sirve para que se reconozcan o no derechos como el del divorcio, el aborto, la negociación colectiva, el salario mínimo, o para que se disfrute en mayor o menor medida de la libertad de expresión, del derecho a la vivienda, a pensiones dignas o a la salud universal, entre otros.
Quien dispone de buena información, sabe qué le interesa y tiene influencia y poder (directamente o por delegación) está siempre interesado en que llegue al gobierno quien crea que más le conviene. Es decir, no renunciará nunca a votar. Sólo quien no es consciente de en qué medida tan grande le afecta que gobiernen unos u otros, renunciará al poder que le proporciona el voto. Un poder, desde luego, que no lo puede todo por sí solo pero que sí es una condición sine qua non, sin el que es imposible que se puedan defender los intereses propios en nuestras sociedades.
Eso explica que haya quien esté interesado en transmitir a quien está menos informado la idea de que votar no vale para nada, tratando de desmotivar su voto y haciendo que, justamente los más desheredados, quienes más necesitarían llevar a los gobiernos a quien pudiera defenderlos, sean justamente los que menos voten.
Por otro lado, también oigo muchas veces decir que no vale la pena votar a quienes se precian de saber muy bien lo que pasa, de estar bien informados y de no dejarse engañar: «son todos iguales», suelen decir.
Pero ¿son todos iguales, realmente?
Entre personas más a la izquierda suele oírse que el PSOE es igual que el PP, que Felipe González era de derechas, Zapatero un traidor y Sánchez un vendido a Estados Unidos.
No se puede negar que, en multitud de ocasiones, el PSOE ha tomado medidas idénticas a las que adopta la derecha, que votan juntos muchísimas iniciativas y que se a menudo se ponen de acuerdo para frenar otras que vienen de su izquierda. Eso es innegable, pero ¿son lo mismo?
Si Felipe González era de derechas, ¿cómo es posible que la derecha política, económica, mediática y religiosa se movilizara como se movilizó para atacarle y exigir que dejara el gobierno, al margen del resultado de las urnas? ¿O es que ya no nos acordamos lo que hacía la derecha y el PP en concreto cuando González presidía el gobierno?
¿La derecha habría tomado las medidas de avance social que se tomaron en los gobiernos socialistas? ¿No fue precisamente la derecha quien recurría constantemente las medidas más progresistas que tomaban? Ni siquiera en materia económica o fiscal, generalmente en manos de socialistas más liberales, se puede decir con objetividad que los gobiernos del PSOE hayan hecho lo mismo que han hecho los del PP. Mucho menos, y por muy conservadora que haya podido ser en estos campos, en materia sanitaria, educativa, laboral o de derechos de ciudadanía. ¿Y acaso el PSOE manipula, incumple la Constitución y boicotea las instituciones para protegerse y mantener sus privilegios, tal y como está haciendo ahora el PP?
¿Lo que dicen los dirigentes socialistas, ni siquiera sus «barones» más conservadores, es lo mismo que dicen Ayuso o Aznar? ¿Es acaso lo mismo lo que proponen en materia económica, social o de derechos en general el PSOE, Izquierda Unida y Podemos? ¿Seguro que estos últimos dicen y hacen lo mismo que PP o Vox?
¿Son iguales el PP, un partido con multitud de dirigentes y cargos públicos condenados por corrupción y financiación ilegal, que Podemos, en más de veinte ocasiones absuelto de acusaciones de esto último o con causas simplemente archivadas?
Es verdad que ha habido casos de corrupción incluso en Izquierda Unida y supongo que en Podemos, pero ¿en la misma proporción? Es muy fácil poner los nombres y los números sobre la mesa y comprobar que no es así, de ninguna manera. Incluso en el caso del PSOE, donde los ha habido en mayor número, la realidad es incomparable con la del PP. Ninguno de sus presidentes o gobiernos ha batido el récord de Aznar: de sus catorce ministros, doce resultaron imputados, implicados en tramas o en escándalos de sobresueldos y alguno incluso encarcelado. Y eso por no hablar de quién se hace rico y quién no en la política.
¿Son la misma cosa los partidos que defienden o no condenan la dictadura franquista y su legado y quienes la sufrieron?
Los partidos y los políticos no son lo mismo. Es una evidencia que unos proponen leyes y medidas que otros recurren o derogan; a unos los financian gratis los bancos y grandes empresas y otros renuncian incluso a préstamos bancarios; y es fácil comprobar que la beligerancia, la exigencia y la crítica que hacen los medios de comunicación a unos partidos y otros no son las mismas en los mismos supuestos. Ni tampoco la difusión que dan a sus propuestas o escándalos.
Solo quien vea el mundo en blanco y negro, es decir, como no es en realidad, puede decir que PSOE, PP, Vox, Izquierda Unida o Podemos son lo mismo y que sus dirigentes se comportan de la misma forma.
Es verdad que cualquier persona de esas que no suelen ir a votar porque piensan que no vale la pena y que todos son lo mismo podrían tener otras razones para no hacerlo. La democracia de partidos es muy imperfecta y los partidos son una fuente constante de frustración porque incumplen promesas, hacen en muchas ocasiones lo contrario de lo que dicen y se olvidan a menudo de quien los vota. Pero, incluso así, se pierde mucho más no votando que yendo a votar a pesar de todo ello.
De hecho, esa idea de inutilidad y de rechazo, esa visión en negativo de la política se siembra a propósito porque se busca la abstención de quienes, por su situación económica, más necesitan gobiernos de izquierdas. La polarización, la zafiedad, la divulgación constante de bulos y mentiras… se promueven para eso. Aunque tampoco podemos engañarnos. Desgraciadamente, son los propios partidos de izquierdas (unos más que otros, también es verdad) quienes dan pie a que su electorado se abstenga en tan gran medida. Primero, porque no tienen una estrategia específica de acercamiento a la población que los necesita y se comportan como aparatos ajenos a la gente normal y corriente. Segundo, porque generan ellos mismos el desafecto y la lejanía cuando se empeñan en magnificar con malas formas las diferencias y los encontronazos entre sí, en lugar de subrayar lo que los une y la cooperación. Y, sobre todo, porque no se empeñan en poner en pie espacios de participación, organización y movilización que proporcionen poder real a la ciudadanía, sin el cual no se pueden llevar a cabo desde los gobiernos sus promesas más decisivas.
El próximo domingo tenemos una nueva oportunidad de mostrar si nos dejamos engañar una vez más o no; si nos dejamos llevar por el desaliento y el negativismo que tan sutilmente propagan la derecha y sus medios de comunicación, o si vamos a votar por quien, más o menos imperfectamente, sabemos que son los únicos que pueden defender los intereses de la que gente que menos tiene.
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