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domingo, 8 de diciembre de 2019

_- Ante el muro de Humpty Dumpty

_- Nunca como ahora los políticos han sido merecedores de menos credibilidad: aquí casi nadie dice nada cuya virtualidad se mantenga más de unas horas.

1. Lenguaje
Nadie ha sabido reflejar mejor el encuentro de Alicia con Humpty Dumpty, el vanidoso huevo antropomórfico sentado en equilibrio sobre el muro, que el estupendo dibujante John Tenniel (1820-1914). La escena tiene lugar en el capítulo VI de A través del espejo (Lewis Carroll, 1872), la secuela de Alicia en el país de las maravillas, y en ella su protagonista, de pie ante la tapia, tiene que mirar al ovoide desde abajo, lo que, por alguna extraña razón, siempre me trae a la memoria la posición de Josef K. ante sus acusadores (El proceso, Kafka, 1925, póstuma). Solo que en el libro de Carroll no se discute acerca de ignotas culpas reales o imaginarias, sino del alcance y las limitaciones de la lengua. En realidad la conversación entre Alicia y Humpty Dumpty (HD) incluye, entre otras sabidurías, una profunda lección de filosofía del lenguaje que, sin duda, interesó a Ludwig Witt­genstein y, desde luego, a todos los semiólogos que siguieron a Saussure. Se la transcribo: “—Cuando yo uso una palabra —insistió Humpty Dumpty con un tono más bien desdeñoso— quiere decir lo que yo quiero que diga, ni más ni menos. —La cuestión —insistió Alicia— es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes. —La cuestión —cortó Humpty Dumpty— es saber quién es el que manda, eso es todo”.

Ante el muro de Humpty Dumpty
El diálogo ha tenido, por supuesto, interpretaciones muy diferentes. Paul Auster-o su heterónimo Daniel Quinn— afirma en ‘Ciudad de cristal’ (1985), primera parte de su imprescindible  La trilogía de Nueva York (nueva edición en Seix Barral), que HD es un profeta, alguien que dice verdades para las que el mundo no está preparado. Por mi parte, pienso que el huevón (así lo llama Ramón Buckley en la traducción que hizo para Anaya) zanja el diálogo como lo hacen constantemente nuestros mediocres políticos: con el típico donde-dije-digo-digo-Diego o, en su más agrícola versión catalana, ara diu blat (trigo), ara diu ordi (cebada).

Y es que nunca como ahora los políticos han sido merecedores de menos credibilidad: aquí casi nadie dice nada cuya virtualidad se mantenga más de unas horas. Ya no se trata de despotricar en general de los políticos o de su oficio, como hacen los fascistas (léase el absolutamente recomendable Fascismo, de Roger Griffin, una muy actual introducción que acaba de publicar Alianza) cuando pretenden enfangar el principio democrático, sino de restaurar la dignidad de la política ejerciendo el deber de criticar constantemente a los huevones que pretenden imponernos sus tóxicas, oportunistas y desquiciantes semánticas.

2. Apocalipsis Leo que la actual concentración de CO2 en la atmósfera es la mayor de los últimos tres millones de años. Bien: siguen acumulándose las señales. A este paso quizá podamos asistir más prontísimo que tarde al apocalipsis: siempre quise presenciar el prometido Armagedón, y la espectacular derrota de la ramera de Babilonia (Apocalipsis 16-18), “con la que han fornicado los reyes de la tierra, y sus moradores se han embriagado con el vino de su fornicación”. Para qué necesitamos películas de tontos zombis de campus si el futuro que hemos ido preparando se presenta mucho más espectacular que cualquier escena cósmica imaginada por William Blake.

Y, encima, con más espacio urbanizable, gracias a la desaparición de las molestas especies animales y vegetales que hemos ido felizmente eliminando (incluyendo el divertido juego perfeccionado por Bolsonaro, otro posfascista rampante, de arrasar la selva amazónica). Crítica acaba de publicar la cuarta edición de La sexta extinción, de Elizabeth Kolbert, un ensayo fundamental, publicado originalmente en 2014, que aclara casi todo lo que uno puede preguntar(se) acerca de la irreparable pérdida que estamos viviendo mientras no cesamos de arrojar piedras a nuestro tejado.

3. Novelas
Tres novelas, dos leídas y una repasada. El Planeta de Cercas (Terra alta) es un thriller que se abre con un asesinato violentísimo cuyos orígenes se entierran en la Guerra Civil y en el que el investigador es un mosso d’esquadra leído (el libro dialoga constantemente con Los miserables, de Hugo) que ha participado en acontecimientos recientes de Cataluña. La novela, que se lee bien —quizás, incluso, demasiado bien en su primera parte, orientada a lo que se supone que debe premiar un galardón como el Planeta—, se eleva considerablemente a medida que se desarrolla su peripecia, devolviéndonos al Cercas más reflexivo y grave al que sus lectores están acostumbrados.

También leí en un pispás Noche sagrada (2018), un thriller más de Michael Connelly. Tras veintitantas novelas protagonizadas por el detective Harry (Hieronymus) Bosch, su creador ha caído en la cuenta de que sus lectores lo conocemos demasiado bien. Quizá por ello decidió introducir en sus aventuras una contrafigura femenina, la también detective Renée Ballard, lo que, de paso, le sirve para hacer notar que está a la altura del MeToo. Esta es la primera novela de Connelly en la que ambos (hay otra posterior) colaboran en la resolución de sus respectivos casos.

Tengo que decir —a riesgo de que me odien sus fans— que la combinación no me resulta atractiva, la trama se hace confusa, los elementos secundarios (burocracia policial, por ejemplo) son demasiado prolijos y las relaciones entre los dos protas son demasiado previsibles, aunque a ratos haya destellos del mejor Connelly, por lo que no me atrevo a prometer que de esa agua no beberé más. Por último, la novela “repasada” son, en realidad, tres. Cátedra acaba de publicar en su colección Letras Hispánicas, y en un solo volumen de 1.300 páginas que incluyen una introducción de 365 de Francisco Caudet, uno de los monumentos de la narrativa española del siglo XX: la trilogía La forja de un rebelde (1940-1946), de Arturo Barea. A estas alturas solo puedo recomendársela, una vez más, a quienes no la hayan leído o la tengan olvidada.

https://elpais.com/cultura/2019/11/28/babelia/1574961087_192701.html

viernes, 8 de febrero de 2019

Una ola de asesinatos vuelve a poner patas arriba el académico y cerrado Oxford. El escritor Guillermo Martínez retoma el escenario y los personajes de su novela más popular con ‘Los crímenes de Alicia’, una historia policiaca que se asoma al lado más oscuro de Lewis Carroll.

El escritor argentino Guillermo Martínez pasó dos años en la ciudad inglesa de Oxford (de 1993 a 1995) como estudioso de las matemáticas. De aquella experiencia nació Los crímenes de Oxford (2004), una novela policiaca que, traducida a 40 idiomas y llevada al cine por Álex de la Iglesia, es seguramente el título más popular de este autor, aunque haya destacado en otros ámbitos como el ensayo —con Borges y la matemática (2003), por ejemplo— y la narración con voluntad experimental —Yo también tuve una novia bisexual (2011)—.

Reproducción del manuscrito original de 'Alicia bajo tierra', precursor de 'Alicia en el País de las Maravillas', de Lewis Carroll.Ahora, acaba de ganar el último premio Nadal con Los crímenes de Alicia (Destino), una novela que recupera los personajes de aquel gran éxito, un estudiante y un profesor de Matemáticas que investigan, esta vez, una serie de asesinatos que parecen basarse en pasajes de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll.

Y retoma con ellos el escenario, conveniente porque continúa la trama de la primera entrega —la acción se produce un año después— y porque ese ambiente académico sigue siendo un lugar perfecto para una historia policiaca: “Es una comunidad muy cerrada. Y hay algo en Oxford, ya de por sí, que hace que todos se sientan parte de algo superior; hay un cierto sentido de superioridad y me parecía que eso contribuía a la arrogancia que tienen algunos personajes. No podía ser un intercambio internacional, tenía que ser algo restringido en el que yo pudiera reunir a todos en un cuarto de un college", explicaba Martínez este martes —el mismo día que salía la novela a la venta— en un encuentro con periodistas de varios medios en Madrid.

Además, se trata de la ciudad donde vivió toda su vida Lewis Carroll, autor, entre otros, de Alicia a través del espejo y en torno a cuya controvertida figura —sobre la que ha habido durante décadas una sombra por su posible pedofilia— gira la novela de Martínez. La historia arranca a partir de un hecho real, el descubrimiento por parte de una estudiosa de un documento que describe el contenido de una de las páginas arrancadas de los diarios de Carroll. A partir de ahí, el autor argentino imagina una trama sobre ese descubrimiento —que podría arrojar luz sobre la relación de Carroll con la niña que inspiró Alicia y su hermana mayor— y la serie de crímenes que se desencadena en el seno de una sociedad de estudiosos del clásico escritor británico.

“Es una novela que tiene dos enigmas: uno sobre cómo pensar en la época actual la figura de Lewis Carroll y el otro sobre quién está detrás de los crímenes”, explica Martínez. De ese modo, dentro de una trama que huye de tópicos fáciles, la obra reflexiona sobre los límites que impiden descifrar con ojos de hoy la verdadera naturaleza de la relación del autor con las niñas, si realmente se trataba de pedofilia y, en todo caso, si esta llegó a convertirse en pederastia. “La figura de Carroll tiene muchas aristas y yo quería que aparecieran todas a lo largo de la novela”, señala Martínez.

También explica que, como nunca pensó en escribir una novela policiaca, cuando lo hizo —fue Los crímenes de Oxford— decidió matar al personaje principal nada más empezar. Por eso, para continuarla ahora con Los crímenes de Alicia, la mejor opción que encontró fue situar la acción solo un año después de la de la primera, en 1994. Y todavía prevé escribir una más con los mismos personajes, adelanta.

https://elpais.com/cultura/2019/02/06/actualidad/1549484823_759276.html?rel=lom