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miércoles, 23 de noviembre de 2022

Los libros que son demasiado "peligrosos" para ser leídos

La leyenda de los libros sibilinos (unos textos mitológicos y proféticos de la antigua Roma) nos cuenta que en una ciudad, una mujer ofreció vender al pueblo 12 libros que contenían todo el conocimiento y sabiduría del mundo, a un precio muy alto.



Rehusaron hacerlo, considerando la propuesta ridícula, así que ella quemó la mitad de los libros en el acto y volvió a ofrecer los seis restantes al doble del precio. Los ciudadanos se burlaron de ella, aunque un poco nerviosos.

La mujer quemó tres más, puso el resto a la venta, pero dobló el precio otra vez. Nuevamente la rechazaron con renuencia -eran épocas difíciles y la vida parecía estar volviéndose más dura. 

Finalmente, quedó un solo libro, que los ciudadanos pagaron al precio extraordinario que exigía la mujer y los dejó a que solos manejaran como pudieran una doceava parte de todo el conocimiento y sabiduría del mundo. Los libros están cargados de conocimiento. Son los polinizadores de nuestras mentes, difundiendo ideas que se reproducen por sí mismas a través del tiempo y el espacio. Solemos olvidarnos de cómo los rasgos en una página o en una pantalla hacen posible la comunicación entre cerebros apartados en los extremos de la Tierra o en cada margen del siglo.

Los libros son, como dijo Stephen King, "una magia portátil única" -y el aspecto portátil es tan importante como la magia. Un libro puede llevarse, mantenerse oculto, como tu propio almacén de conocimiento. (El diario personal de mi hijo tiene un candado -inútil pero simbólicamente importante-).

El poder de las palabras contenidas en un libro es tan enorme que ha sido una costumbre de larga data borrar algunas: como las maldiciones en las novelas del siglo XIX; o las palabras demasiado peligrosas para escribir, como el nombre de Dios en algunos textos religiosos.

El poder de los libros
Los libros son conocimiento y el conocimiento es poder, lo que los convierte en una amenaza para las autoridades -gobiernos y líderes de facto por igual- que quieren tener un monopolio sobre el conocimiento y controlar el pensamiento de sus ciudadanos. Y la manera más eficiente de ejercer ese poder sobre los libros es proscribirlos.

La prohibición de libros tiene una larga e innoble historia, aunque no está muerta: sigue siendo una industria vigente. En septiembre, se cumplió el 40 aniversario de la Semana de los Libros Prohibidos, un evento anual (promovido por la Asociación de Bibliotecas de Estados Unidos y Amnistía Internacional) que "celebra la libertad para leer". Se lanzó en 1982 en respuesta al aumento de la oposición a ciertos libros en escuelas, bibliotecas y librerías.

De alguna manera debo admirar la energía y vigilancia de aquellos que quieren prohibir libros hoy en día: solía ser más fácil entonces. Hace siglos, cuando la mayoría de la población no podía leer y no había fácil acceso a los libros, su conocimiento podía restringirse en la fuente.

Por ejemplo, la Iglesia Católica durante mucho tiempo disuadió al pueblo de poseer su propia copia de la Biblia, y aprobó únicamente su traducción al latín para que muy poca gente del común la pudiera leer. Aparentemente eso fue para evitar que los laicos malinterpretaran la palabra de Dios, pero también garantizó que no pudieran cuestionar la autoridad de los líderes eclesiásticos.

Una copia ilustrada de la Biblia en latín FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES

La iglesia Católica solo permitía copias de la Biblia en Latín para limitar el número de personas que la pudiera leer y mantener un monopolio sobre su interpretación.

Aun cuando las tasas de alfabetización aumentaron, como cuando Reino Unido introdujo leyes educativas a finales del siglo XIX, los libros siguieron siendo caros, particularmente aquellas obras de literatura elevada cuyas palabras e ideas eran las más duraderas (y potencialmente más peligrosas). No fue sino hasta los 1930, con las editoriales Albatross Books y Penguin Books, que el nuevo público masivo pudo satisfacer su apetito por libros de calidad a precios módicos.

Pero simultáneamente, la prohibición de libros estaba a punto de cobrar nueva vida, al igual que potenciales censores intentaban desesperadamente estar al día con la proliferación de nuevos ejemplares que estimulaban nuevas y alborotadas ideas en los lectores. Lo que sorprende de la expansión de la prohibición de libros en el siglo XX es lo generalizada que era la gana de mantener esa mentira de "protección".

La extraordinaria historia de cómo se salvaron de la hoguera miles de libros prohibidos durante los regímenes militares en Chile y Argentina

"Corrompiendo mentes"
En la actualidad, el gobierno de China, por ejemplo, continúa emitiendo edictos contra los libros escolares que "no están en línea con los valores socialistas básicos [del país]; que tengan valores, visiones del mundo y de la vida desviadas" -un lenguaje clásicamente flexible que puede ser aplicado a cualquier libro con el que las autoridades no están de acuerdo por cualquier razón. (Aunque "los estudiantes realmente ni los miran", observó una profesora en 2020 cuando eliminaba de los estantes de la biblioteca escolar las novelas "Rebelión en la granja" y "1984", de George Orwell).

En Rusia, la estrategia de prohibición de libros ha sido una aventura notablemente pública, dado el número de grandes autores que ese país ha exportado -a propósito o no- al resto del mundo. Durante la era soviética, el gobierno intentó ejercer el máximo control sobre los hábitos de lectura de sus ciudadanos, como sobre el resto de sus vidas.

En 1958, Boris Pasternak recibió el Premio Nobel de Literatura por su novela "El doctor Zhivago", que había sido publicada en Italia el año anterior, pero no en su país. El galardón enfureció tanto a las autoridades soviéticas (los medios oficiales catalogaron la obra de "artísticamente escuálida y maliciosa") que fue forzado a rechazar el premio. El gobierno odió el libro tanto por lo que no contenía -dejó de elogiar la Revolución rusa- como lo que sí: contenía alusiones religiosas y celebraba el valor del individuo. (La CIA, al percibir el "gran valor propagandístico" de "El Doctor Zhivago", organizó para que se imprimiera en Rusia).

Boris Pasternak con su esposa e hijo en 1924 FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES 

Boris Pasternak, aquí con su esposa e hijo, fue forzado por las autoridades soviéticas a rechazar el Premio Nobel de Literatura.

La prohibición de libros en la Unión Soviética llevó al desarrollo de la escritura samizdat -o de publicación propia- a la cual le debemos la continua existencia de, por ejemplo, la poesía de Osip Mandelstam. El escritor disiente Vladimir Bukovsky resumió samizdat de esta manera: "Lo escribo yo, lo edito yo, lo censuro yo, lo publico yo, lo distribuyo yo, y por eso pago condena de cárcel yo".

Pero aquellos en Occidente se jactan en vano si creen que eso no ocurre allí. Cuando se prohíben libros, o se intenta vetarlos, el argumento es el mismo allí que en otras partes: o sea, para proteger a las personas comunes y corrientes, que supuestamente no tienen inteligencia suficiente para juzgar por sí mismas, de estar expuestas a ideas corrompedoras.

En Reino Unido, la prohibición de libros muchas veces ha sido una herramienta contra lo que se percibe como obscenidad sexual. Típicamente, es un intento de usar la fuerza bruta de la ley para detener el cambio social: una táctica que siempre fracasa, pero que, sin embargo, es irresistible para las autoridades cortoplacistas.

Las reputaciones de muchos autores han sufrido por los roces con las leyes de obscenidad británicas. James Joyce fue perceptivo cuando dijo, mientras escribía "Ulises", que "a pesar de la policía, me gustaría poner todo en mi novela" -su obra fue prohibida en Reino Unido desde 1922 hasta 1936, aunque el funcionario legal responsable del veto solo había leído 42 de las 732 páginas del libro. El "todo" que Joyce puso en "Ulises" incluía masturbación, maldición, sexo y visitas al retrete.


Ejemplar del libro "Ulises" de James Joyce FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES 

"Ulises" de James Joyce -que este año cumple un siglo de su publicación- fue prohibido en Reino Unido entre 1922 y 1936.

DH Lawrence fue un caso especial: su obra, que frecuentemente contiene actos sexuales que Lawrence estimaba con reverencia espiritual, había sido objeto de una campaña de la Fiscalía británica durante años: quemaron su libro "El arcoíris", interceptaron su correo para incautar sus poemas "Pensamientos", y allanaron una exposición de su arte. La vendetta continuó más allá de la tumba, cuando Penguin publicó "El amante de Lady Chatterley" en 1960 y que dio lugar a un proceso legal. El juicio fue famoso: el editor reclutó a decenas de escritores y académicos para atestiguar sobre las cualidades literarias del libro (aunque la escritora inglesa de libros infantiles Enid Blyton rehusó participar), y el juez ejemplificó la desconfianza del Estado en los lectores corrientes cuando previno al jurado contra depender de expertos literarios: "¿Es así como las chicas que trabajan en las fábricas van a leer este libro?".

(El punto final de este caso, en el que el jurado falló unánimemente a favor de Penguin, es una deliciosa ironía. Hace tres años, y seis décadas después de intentar prohibir el libro, el gobierno británico evitó que la copia del juez de "El amante de Lady Chatterley" se vendiera a un extranjero, para que "se pueda encontrar un comprador y mantener en Reino Unido esta importante parte de la historia de nuestra nación").

Hombres leyendo "El amante de Lady Chatterley" FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES 

En Reino Unido, la prohibición de libros es ha usado como una herramienta contra la percibida obscenidad sexual, como el famoso juicio que se le hizo a la novela "El amante de Lady Chatterley", de DH Lawrence.

Manteniendo las ideas vivas
Mientras tanto, en EE.UU., es un tipo de tributo al duradero poder de los libros que su prohibición continue siendo tan popular en un mundo donde cada nueva ola de tecnología, desde la TV hasta los videojuegos y redes sociales, atrae a los temores de contenido "inapropiado". Las escuelas son un hervidero particular para los intentos de censura, en parte porque guiar la maleable mente infantil parece ser una manera eficiente de eliminar los peligros percibidos; pero también porque (contrario a las librerías) las juntas escolares tienen cierto grado de influencia de la comunidad. En 1982, el año en que se lanzó la Semana de los Libros Prohibidos, un caso de intento de censura escolar (del Distrito Escolar Island Trees, en el estado de Nueva York) llegó hasta la Corte Suprema. Aquí, la junta escolar arguyó que "es nuestro deber moral proteger a los niños en nuestras escuelas de este peligro moral tan decididamente como de los peligros físicos y médicos".

El peligro al que se referían eran libros considerados "antiamericanos, anticristianos, antisemitas y simplemente asquerosos". (La acusación de antisemitismo fue dirigida contra la gran novela del novelista judío Bernard Malamud "El reparador"). El tribunal concluyó, sin embargo, en línea con la Primera Enmienda, que "las juntas escolares locales no pueden retirar libros de las bibliotecas escolares simplemente porque no les gusta las ideas contenidas en esos libros".

Bernard Malamud (1914 - 1986) FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES

La novela "El reparador" del estadounidense Bernard Malamud (1914-1986) fue tildada de antisemita por juntas escolares de su país, quizás sin percatarse de que el propio autor era judío.

Eso no los ha frenado. El principal tema candente en los intentos de censura y prohibición de libros en las escuelas y bibliotecas de EE.UU. es el sexo. "Estados Unidos parece estar muy obsesionado con el sexo", como lo dijo James LaRue en 2017, entonces director de la Oficina de Libertad Intelectual de la Asociación de Bibliotecas de ese país.

Tradicionalmente, el sexo significaba obscenidad, lo que llevó al juez estadounidense Potter Stewart a intentar famosamente de definir con exactitud la "pornografía explícita" en un juicio en 1964: "Lo sabré cuando lo vea". Pero hoy en día "sexo" en el veto a libros probablemente tiene más que ver con sexualidad e identidad de género: los tres libros más objetados en 2021 en EE.UU. fueron debido a su contenido LGBTQI+.

Lo que pone en tela de juicio que la prohibición de libros se hace para proteger a los jóvenes en lugar de como un intento de purga ideológica, y demuestra una falta de imaginación por parte de los censores, que consideran que la descripción (de por ejemplo personas transgénero) causa el fenómeno en lugar de a la inversa.

Esto está conectado a la creencia de que las cosas que nos disgustan pueden ignorarse sin riesgo siempre y cuando no las veamos en la página: un frecuente integrante de los 10 primeros en la lista de Libros Prohibidos es el clásico moderno de Toni Morrison "Ojos azules", por su descripción de abuso sexual de menores.


Toni Morrison FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES

El tema de abuso sexual infantil en la novela de Toni Morrison "Ojos azules" la ha hecho una de las preferidas de los censores. 

Por otra parte, la censura en EE.UU. tiene una larga trayectoria. Una de sus primeras víctimas famosas fue la novela antiesclavista de 1852 de Harriet Beecher Stowe "La cabaña de tío Tom". En 1857, un hombre negro de Ohio, Sam Green, fue "enjuiciado, condenado y sentenciado a 10 años de cárcel en la penitenciaría" por "tener en su posesión 'La cabaña del tío Tom'". En un notable giro histórico, el libro es ahora mucho más criticado desde el lado más progresivo del espectro político, por su representación estereotípica de personajes negros.

Entre más se destaque un libro, mayor atención atraerá de los censores. "El guardián en el centeno", de JD Salinger, ha sido frecuentemente objetado: un maestro fue despedido en 1960 y el libro fue retirado de las escuelas en Wyoming, Dakota del Norte y California en 1980. El argumento para vetar la novela de Salinger típicamente es el lenguaje profano y vulgar, aunque hoy en día la primera frase del libro -"toda esa boludez de David Copperfield"- suena inocente.


Copias del libro "El guardián en el centeno", de JD Salinger en un estante FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES 

"El guardián en el centeno" (The Catcher in the Rye) fue objetado por un lenguaje que hoy en día es considerado ingenuo La prohibición de libros es una amplia doctrina que incluye libros que normalmente no son compatibles. Abarca de todo, desde la ficción popular (Peter Benchley, Sidney Sheldon, Jodi Picoult) hasta los clásicos establecidos (Kurt Vonnegut, Harper Lee, Kate Chopin). Tiene más objetivos que el blanco en una competencia de tiro con arco, desde el culto a lo oculto (la serie de Harry Potter) hasta el ateísmo ("El curioso incidente del perro a medianoche").

Hay esperanza, por supuesto. La publicidad de la Semana de los Libros Prohibidos mantiene a estos libros y al asunto de la censura en el ojo público. Y está lo que se conoce como el Efecto Streisand: el intento de prohibir libros crea mayor interés público en ellos.

En EE.UU., algunos almacenes de la cadena Barnes and Nobles tienen mesas de libros prohibidos y su sitio internet tiene una categoría separada para ellos. En Reino Unido, una feria especial del libro en la Galería Saatchi (en Londres) en septiembre, expuso y vendió ediciones escasas de libros prohibidos, desde una muy rara copia autografiada de "El guardián en centeno" (US$264.000) hasta la obra fundamental de Copérnico "Sobre los giros de los cuerpos celestes" que enfureció a la Iglesia en 1543 al sugerir que la Tierra no era el centro del Sistema Solar (vendida en más de US$2 millones).

Pero es la eterna vigilancia, no solo de la Asociación de Bibliotecas de EE.UU. pero de todos los lectores en todas partes, el precio que hay que pagar para mantener nuestras ideas con vida. Como nos cuenta la historia de los libros sibilinos, los libros se pueden quemar, su conocimiento se puede perder y nada es eterno. Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival de Arequipa, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad peruana del 3 al 6 de noviembre de 2022.


domingo, 9 de enero de 2022

_- ¿Está la "cultura de la cancelación" acabando con el humor?

_- Maureen Lipman una destacada y veterana cómica británica dice que su profesión está en peligro de "quedar aniquilada" por el temor de los comediantes a ofender y ser "cancelados".

La llamada "cultura de la cancelación" es una forma moderna de ostracismo o exclusión contra alguien que se considera que actuó o dijo algo de manera inaceptable.

El individuo "cancelado", generalmente una celebridad, puede ser rechazado socialmente o boicoteado profesionalmente.

Lipman, una galardonada actriz, escritora, cómica y Dama del Imperio Británico, dijo a la BBC que cree que los cómicos están tan preocupados de ofender, que "una revolución" viene en camino.

Sus comentarios coinciden con el resultado de una encuesta en Reino Unido -realizada por la empresa de análisis de mercadeo YouGov- que muestra que más de la mitad de los británicos se autocensuran por temor a ser juzgados.

No obstante, otros cómicos, particularmente de las más jóvenes generaciones, señalan que no se trata de censura sino de establecer límites al discurso discriminatorio y de odio.

El tema está candente no sólo en Reino Unido sino en Estados Unidos y otros países donde los cómicos alcanzan un estatus de estrellas, pero cuyas polémicas rutinas pueden ser blanco de la cancelación.

En conversación con la editora de Cultura de la BBC, Katie, Razzall, Lipman equiparó la cultura de la cancelación con un "castigo".

"Está en todos sitios. Castigo. Ojo por ojo. 'Dijiste eso, así que nunca podrás trabajar otra vez'", expresó. "Tarde o temprano los canceladores ganarán".

Indicó que los cómicos se ven obligados a suavizar el texto de sus rutinas por temor a que alguien en la audiencia se sienta insultado. Declaró que el mundo de la comedia está en peligro de "aniquilación".

Es una predicción dramática. "Algo tiene que ser prohibido para hacerte reír, verdaderamente reírte a carcajadas. (Eso) sucede cuando no deberías estar riéndote", explicó.

"Me temo que todas las cosas que están siendo canceladas por no ser correctas son las cosas que hacen que la gente se ría", se lamentó.

¿Tendrá razón? Muchos cómicos dicen que su industria está en perfecta -y chistosa- forma. Nadie está siendo censurado, aseguran. Y al fin de cuentas, son las audiencias las que deciden qué es cómico y qué es ofensivo. 

El cómico Russell Kane sostiene que hay que diferenciar entre lo que es censura y lo que hoy en día no es aceptable.

Russell Kane, un cómico británico ganador del prestigioso galardón del Festival de Edimburgo, dijo que es un "completo disparate" pensar que los cómicos están sacrificando su arte porque no quieren ser cancelados.

Kane debería saber de lo que habla. Es presentador de un programa de radio en la BBC llamado "Genio Malvado", en el que cada semana toma una destacada figura histórica y, basándose en sus acciones, decide si debería ser salvada o cancelada.

"No creo que nadie está diciendo que no te pueden ofender, nadie está diciéndolo. Lo que están diciendo es que no puedes usar un discurso de odio que pudiera fomentar crimen de género, o crimen de sexo o crimen racial", expresó.

"Se ha dado un contundente y muy necesitado cambio en la conversación sobre género, sobre las actitudes de los hombres hacia las mujeres, sobre el consenso. La sociedad ha evolucionado".

Sin embargo, no cree que él ni sus colegas deberían estar preocupándose de ser cancelados por cosas que pudieron haber dicho en el pasado y que ahora son menos aceptables.

"Me afilié a un sitio web llamado TweetDelete y todos mis mensajes que tengan más de seis meses se han eliminado. Es un poco de protección personal", reconoció. 

Sitios web como TweetDelete pueden reducir las posibilidades de que alguien sea cancelado por declaraciones pasadas que hoy en día pueden considerarse inapropiadas.

"Se están exacerbando las divisiones" Todo el tema de la "cultura de la cancelación" y si realmente existe es contenciosa.

Por un lado, están los que aseguran la existencia de un mundo nuevo, sentencioso y moralizante, particularmente en las redes sociales, que conduce a la censura y compromete la libertad de expresión.

Recientemente, el teatro Old Vic -uno de los más famosos de Londres- informó que no estará montando el anunciado musical "Into the Woods" de Steven Sondeheim, que iba a ser codirigida por Terry Gilliam.

Gilliam, un reconocido artista gráfico, director de cine y miembro de la célebre agrupación cómica británica Monty Python, afirmó en las redes sociales que el Old Vic fue "intimidado" a cancelar la producción por quienes llamó "un pequeño grupo de ideólogos intolerantes y reacios al humor" porque, dijo, él había recomendado a sus seguidores en Facebook que vieran un show del cómico Dave Chappelle. 

Dave Chappelle es uno de los cómicos más famosos de Estados Unidos, pero últimamente ha sido criticado por el contenido de su más reciente show.

Chappelle ha sido acusado de hacer comentarios contra las personas transexuales en un show especial que se transmite por el canal de subscripción Netflix.

El Old Vic asegura que se tomó la decisión de no presentar "Into the Woods" bajo "acuerdo mutuo" y le deseó a la producción "lo mejor en su vida futura". El musical se presentará ahora en el Theatre Royal de la ciudad de Bath, en el oeste de Inglaterra.

Del otro lado de la polémica están los que arguyen que el llamado de atención (por las redes y online) a las personas que expresan opiniones que se consideran ofensivas es una forma de justicia social.

Ellos señalan que la gente que se queja de ser cancelada suelen ser celebridades con enormes plataformas para ventilar sus opiniones y que, mientras sus voces todavía pueden ser escuchadas, son los argumentos opuestos los que por tanto tiempo no se han podido escuchar. Sostienen que se trata de crear un mundo más amable y tolerante.

JK Rowling, la autora de los libros de Harry Potter, es la celebridad de más alto perfil cuyas opiniones está bajo ataque. Ella ha sido acusada de transfobia por los que aseguran que sus puntos de vista discriminan contra los transexuales. Ella, por su parte, afirma que está "defendiendo los derechos sexuales de las mujeres".

El tuit que puso a la autora de "Harry Potter" en el centro del debate LGBT Según la encuesta de YouGov, casi un tercio (29%) de las personas que tienen opiniones críticas sobre la sexualidad dicen que siempre o casi siempre no manifiestan lo que realmente piensan cuando hablan de este tema controvertido.

Otros temas complicados donde los encuestados dijeron que no hablan con libertad se dan entre los que creen que la inmigración ha sido un factor negativo para Reino Unido (un tercio -33%- de las personas que opinaban así dijeron que se quedan calladas al respecto). 

La escritora JK Rowling es la celebridad de más alto perfil que se encuentra en el fuego cruzado de las guerras culturales.

Una quinta parte de las personas que piensan que la mujeres están igual de bien que los hombres en Reino Unido sienten que no pueden expresarlo.

Pero Russell Kane dio a la BBC una perspectiva diferente.

"No creo que la libertad de expresión esté amenazada", dijo. "¿Por qué necesitamos usar lenguaje de odio? ¿Por qué deberíamos tolerarlo? Pienso que hay mucha gente con puntos de vista mucho más extremos, puntos de vista ilegales, opiniones que provocan crímenes de odio, que impulsan esta narrativa que aquellos con opiniones moderadas sobre la inmigración, por ejemplo, no pueden expresarlas".

Kane cree que la situación está siendo manipulada por personas a la derecha e izquierda que están "intentado crear guerras culturales en los extremos del espectro".

Simon Fanshawe es cofundador de Stonewall, una organización benéfica LGBTQ+, aunque ha sido crítico de las estrategias de activismo actuales del grupo. Acaba de publicar el libro "The Power of Difference" (El poder de ser diferente) y cree que estamos enfrentando una crisis de diálogo.

"En Stonewall, sólo hablábamos con personas con las que no estábamos de acuerdo. Cuando alguien dice algo, tienes que discutir con ellos aunque pienses que es ofensivo o dañino o doloroso. Es la única manera que vas a lograr que cambien de opinión", contó a la BBC.

"Lo que la encuesta nos está diciendo es que la inhabilidad de poder discutir diferencias está filtrándose a todos los ámbitos de nuestras vidas. Hasta con amigos, una tercera parte de ellos no expresan sus opiniones. Las divisiones se están exacerbando. Necesitamos tratar de tender un puente entre esas divisiones".

Las consecuencias para nuestra sociedad son difíciles de medir, especialmente cuando la cultura de la cancelación y la censura se han vuelto fichas políticas en un debate polarizado.

Mucha de la discusión es en torno a si la libertad de expresión está bajo ataque por una nueva agenda de concientización, conocida como "woke". La encuesta de YouGov sugiere que las más jóvenes generaciones priorizan evitar el diálogo ofensivo y odioso sobre la libertad de decir lo que quieras.

Esas tensiones van al meollo de las llamadas guerras culturales. Algunos considerarán que las personas están siendo silenciadas, otros que simplemente se están erradicando las opiniones pasadas de moda, tanto en la vida real como en la comedia.

El cómico británico Ricky Gervais comentó recientemente: "Quiero vivir lo suficiente para ver que la generación más joven no pueda ser lo suficientemente 'woke' para la generación entrante. Va a suceder. ¿No se dan cuenta de eso? Ellos serán los próximos. Eso es lo que es gracioso".

La encuesta que YouGov compartió con la BBC sugiere que los jóvenes están más confiados que los más viejos en que sus opiniones no pasarán de moda.

Mientras que casi la mitad (47%) de los británicos más viejos vaticinan que las generaciones futuras verán con malos ojos sus opiniones, sólo una en tres (36%) de las personas entre 18 y 24 años se sienten igual.

¿Tendrán razón? o ¿será Ricky Gervais quien ría de último?

Este artículo está basado en un reportaje de Katie Razzall, editora cultural de la BBC.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-59781709

miércoles, 21 de marzo de 2018

Autocensura. El único efecto transcendental de la censura de cualquier tipo sucede en el ánimo, en el espíritu creativo de cualquier artista


 

La calidad de las intenciones que pongan en marcha el proceso es irrelevante. El infierno está empedrado con las mejores. Un buen día se invocan los sentimientos más elevados, la sensibilidad más progresista, el bien general, para prohibir un acto, para retirar de la circulación un libro, para prohibir la exhibición de una película, para descolgar un cuadro, para cerrar una exposición. La justificación de tales decisiones suele ser grosera, tosca, pero incluso cuando es sublime, los bellos conceptos que la integran resultan irrelevantes, y el respaldo de la opinión pública, por muy democrático que parezca, no tiene ningún valor.

El único efecto transcendental de la censura de cualquier tipo sucede en el ánimo, en el espíritu creativo, o como lo quieran llamar, de cualquier artista, escritor, cineasta, que después de asistir a la condena de un creador, se sienta a una mesa ante un papel en blanco y un instrumento para escribir, o para dibujar. En ese momento, se preguntará si tiene vocación de héroe y muy probablemente se responderá que no. Pensará en su familia, en su pareja, en sus hijos, en las facturas de la luz, del gas, de la calefacción, en la letra de la hipoteca que tiene que pagar todos los meses, y comprenderá que tiene mucho que perder, ni más ni menos que cualquier persona sobre la que se proyecta la amenaza de la pérdida de sus ingresos. Y entonces decidirá que no pasa nada si sustituye un nombre propio por dos iniciales, que si pone a Buda en lugar de a Cristo el efecto será el mismo, que puede quitar del guion la escena del policía que mata al manifestante. Y publicará su libro, pintará su cuadro, rodará su película. Ese es el único efecto relevante de la censura. Porque así se destruye la cultura de un país.

https://elpais.com/elpais/2018/02/23/opinion/1519390790_437721.html

miércoles, 13 de febrero de 2013

¿Censura en "El País"? ¿El diario al servicio de don Mariano y del bloque dominante?

El martes de esta semana, 5 de febrero, Miguel Ángel Aguilar publicó uno de sus artículos en El País en el que hablaba de los ingresos de don Mariano Rajoy y de su trayectoria profesional. Ha desaparecido. Algunas almas puras han escrito al defensor del lector del diario pidiendo explicaciones.

El jueves de esta misma semana, según parece, el artículo ha desaparecido también de la caché de google. 

Lo he comprobado. NO se encuentra por ninguna parte.

¿Censura? Lo parece. ¿Sorprende? Sorprende.
. A. Aguilar es un periodista nada crítico con la actual dirección de El País y, además, es poco afable, por decirlo suavemente, con cualquier organización o ciudadano que tenga algo que ver, aunque sea remotamente, con la izquierda transformadora. Digamos que es muy PSOE, muy derecha-derechona del PSOE.

Además, en principio, el diario-global no parece abonar en demasía en estos momentos el gobierno Rajoy. Lo contrario parece más verdadero. Esperemos. La paciencia es una excelente virtud en estos casos.

Algunos pasajes del artículo censurado:
El primer punto está en la mente indignada de todos: “La intervención del presidente del Gobierno y del PP, Mariano Rajoy, ante el comité ejecutivo nacional de su partido el pasado sábado, 2 de febrero, ha agravado la situación en que se encuentra el caso Gürtel-Bárcenas. Primero, por el formato elegido de máximo blindaje y mínima credibilidad.

“Quiero”, dijo el presidente, “que en este asunto operemos con la máxima transparencia, el máximo rigor y la máxima diligencia”. Pero a continuación las maneras venían a desmentirle.

Porque de las ruedas de prensa sin preguntas, lo que Esteban González Pons, vicesecretario del PP, llamaba notas de prensa audiovisuales, se ha pasado a un escalón superior. Ahora, los periodistas han dejado de ser testigos, ni siquiera comparten lugar con el compareciente. Recluidos en otra sala, solo les llega una señal de televisión realizada por los servicios del partido. Una cámara fija ofrece el plano único del presidente Rajoy, que lee en un atril.

Pero nadie ajeno al comité ejecutivo nacional pudo dar fe de cómo sucedió”.

El segundo punto habla de las estúpidas referencias de don Mariano a sus hazañas oposicionales juveniles y a sus motivaciones políticas de fondo: “Segundo, porque si Rajoy proclama nada tener que ocultar, no temer a la verdad, no haber venido a la política ni a ganar dinero ni a engañar a Hacienda; ser a los 23 años, en 1978, Registrador de la Propiedad con una plaza; ganarse muy bien la vida; ingresar más dinero en su profesión que como político; haber venido a la política perdiendo dinero porque para él, el dinero no es lo más importante en esta vida; todas estas protestas nos obligan a reclamar que se muestre "con máxima transparencia, máximo rigor y máxima diligencia" toda su trayectoria como Registrador”.

Por eso, prosigue MAA, queremos saber cosas como las siguientes. Su batería de preguntas basadas en la biografía más o menos conocida del presidente: La primera nos ubica en Villafranca, León: “Si es cierto que siguió disfrutando de los beneficios del Registro de Villafranca, provincia de León, y de Padrón, provincia de la Coruña, cuando fue elegido diputado al Parlamento de Galicia en 1981, director general de Relaciones Institucionales de la Xunta en 1982”.

La segunda nos traslada un poco lejos, al Pirineo catalán: “Si al concursar voluntariamente y obtener en 1982 el registro de Berga en el Pirineo catalán, contraviniendo entre otras la obligación de residir en la localidad donde tiene su sede el Registro, continuó obteniendo ingresos de esa plaza, que se encuentra a más de mil kilómetros de Pontevedra, ciudad donde seguía teniendo su residencia efectiva y sus responsabilidades políticas como concejal del Ayuntamiento, presidente de la Diputación y Diputado al Congreso desde 1986 y vicepresidente de la Xunta en 1987. Porque si Rajoy como político concursaba buscando mejores plazas y figuraba como registrador en activo, debemos saber cuánto cobraba de sus cargos políticos y cuánto recibía de los registros”.

La tercera va de compatibilidades: “Si es cierto que nunca solicitó la declaración de compatibilidad del Ministerio de la Presidencia, a que estaba obligado por la Ley de Incompatibilidades de los funcionarios públicos, porque en ese caso alardear de ser persona escrupulosa con el cumplimiento de la legalidad resultaría excesivo”.

La cuarta habla de Elche y Santa Pola: “Si los registros de Elche y Santa Pola, que solicitó y le fueron adjudicados en sucesivos concursos, los atendió alguna vez personalmente, cuánto cobró hasta 1990 y si simultaneaba esa tarea con otras responsabilidades políticas.

La quinta va de designaciones: “Si, cuando a partir de marzo 1990 pide que se le declare en servicios especiales y su plaza en Santa Pola, queda encomendada a su buen amigo Francisco Riquelme, titular del Registro de Elche, esa designación a título de "sustituto accidental permanente", era la que correspondía según el cuadro legal de sustituciones de la Dirección de Registros y del Notariado”.

La sexta va de acuerdos entre colegas: “Si a partir de ese momento y siguiendo ejemplos acreditados se repartía al 50% los beneficios del Registro de Santa Pola con el sustituto que le hacía el trabajo”.

La séptima va de repartos y cambios legislativos pro domo sua: “Si después de 1998 a partir de algunos cambios legales, aprobados en el Consejo de Ministros donde él se sentaba, los beneficios del Registro de Santa Pola se han partido entre el amigo Riquelme y el Colegio de Registradores al 50%”. Son cuestiones relevantes, concluye MAA, “porque permitirían confirmar cuanto es el dinero perdido de Mariano Rajoy y evaluar su desprendimiento y su entrega sacrificada a la política, sin atender a las pérdidas que ese afán de servicio le acarreaba”. De momento, recuerda finalmente el conservador periodista de El País , “en la Declaración de Actividades presentada en el Congreso de los Diputados el 1 de diciembre de 2011 el punto segundo "Ejercicio de la función pública o de cualquier puesto al servicio de una Administración Pública" figura en blanco y tampoco especifica la Administración para la que presta sus servicios, ni si ha solicitado el pase a la situación de servicios especiales o equivalente”

¿Hay censura entonces? ¿Por qué? ¿Desde dónde? ¿Esta es una práctica ajustada al ideario liberal del diario de don Cebrián y de sus amigos usamericanos? Salvador López Arnal. Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría

martes, 14 de diciembre de 2010

PUNTO DE OBSERVACIÓN

Recuerden sus principios 

Hace ya muchos años que las democracias más prestigiadas del mundo reaccionan ante cualquier ataque de manera completamente inconsistente con los principios con los que fueron creadas y con las libertades civiles que aseguran defender. Sucedió a raíz del gravísimo atentado con las Torres Gemelas, en Estados Unidos, o contra el metro en el Reino Unido. Y está sucediendo otra vez en el caso de las filtraciones de Wikileaks, que no tienen absolutamente nada que ver con atentados ni con violencias, sino con la libertad de expresión y de comunicación.  Una vez más, conviene recordar la pregunta que se hicieron algunos intelectuales de las democracias emergentes a raíz del 11-S: "¿Está usando Occidente su dominio para preservar su poder o para preservar las reglas cívicas que él mismo estableció en el siglo XX?". 

Difícil poder explicar qué principios defienden las democracias "clásicas" cuando el Gobierno de Estados Unidos intenta bloquear a Wikileaks asegurando que los documentos que ofrece, por ser, en teoría, clasificados, no pueden ser descargados ni por funcionarios, ni por empresas que tengan contratos con la Administración norteamericana, ni, lo que es todavía más asombroso, por "individuos privados", por ejemplo, estudiantes, que, al bajarse esa información en sus ordenadores, están "poniendo en peligro sus posibilidades de acceder en el futuro a un puesto de trabajo dentro de la Administración pública". 

La Universidad de Columbia difundió esa advertencia del Departamento de Estado a través de su página de servicios y tuvo que ser su Escuela de Asuntos Públicos Internacionales la que diera la voz de alarma y defendiera que "los estudiantes tienen derecho a discutir cualquier información de la arena pública que consideren relevante para sus estudios o para su rol como ciudadanos globales, y de hacerlo sin temor a consecuencias adversas". Pero incluso la Escuela de Asuntos Públicos pasó por alto el aspecto más inquietante de la nota hecha pública por la Secretaría de Estado: con su advertencia, la Administración norteamericana está admitiendo que puede examinar y valorar las páginas web descargadas a lo largo de su vida por todos aquellos que aspiran a trabajar para ella. 

Hasta la impecable Biblioteca del Congreso, el último lugar en el que uno pensaría que se puede ejercer la censura, emitió un comunicado explicando que se veía obligada a bloquear el acceso a Wikileaks, "debido a las leyes en vigor sobre protección de documentos clasificados". "Cobardes", replicó en su propia página web un usuario de este excepcional centro de documentación. "Revisen el Código de Ética de las Bibliotecas Norteamericanas, que ustedes prometieron respetar". El punto dos de ese Código (www.ala.org) compromete a los bibliotecarios a luchar contra cualquier intento de censura de sus contenidos. 

Es posible que sea la reacción de la Administración norteamericana ante la revelación de los documentos, y no el contenido mismo de esos papeles, lo que termine realmente por minar la reputación de Estados Unidos. En el fondo, los documentos de la Secretaría de Estado no revelan secretos que le perjudiquen, sino las mentiras que han dicho en público, no ellos, sino buena parte de sus aliados, políticos españoles incluidos. Sea como sea, lo que es evidente es que los ciudadanos se sienten cada día menos seguros de la honestidad democrática de sus dirigentes. Basta con leer el último informe de la organización Transparencia Internacional sobre la percepción de corrupción en Estados Unidos y en la Unión Europea y su principal conclusión: los ciudadanos creen que ha crecido alarmantemente en los últimos años. 

El 73% de los europeos cree que hay más corrupción ahora que en 2006. Lo creen los españoles, pero también los alemanes (70%) e incluso los finlandeses (50%). La crisis financiera y económica está sin duda en el corazón de esta fuerte desconfianza en políticos y altos funcionarios, pero no estaría mal que no se agreguen más elementos desmoralizadores a una situación que está produciendo tanto agotamiento.

(SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ 12/12/2010 El Pais)