No somos un barrio marginal, como injustamente se dice. Toda la vida hemos sido pobres, pero honestos, y Miguel es uno de los nuestros”. Miguel es el poeta Miguel Hernández, fallecido hoy hace 75 años, y quien habla es Ana Tizón, líder vecinal del barrio de San Isidro, en Orihuela (Alicante). “Seguro que traía a sus cabras a pastar por ahí, porque por esa ladera se llega muy fácil donde vivía su familia”, explica la mujer, señalando la montaña que da cobijo a la población en la que nació el autor de El rayo que no cesa, a medio centenar de kilómetros de donde murió, joven y tuberculoso, en la cárcel de Alicante, preso por el régimen franquista.
No llegó a cumplir 32 años, pero tuvo tiempo de dejar una huella indeleble tanto por sus versos como por su personalidad. Las numerosas biografías y exposiciones sobre su vida y obra, las nuevas reediciones y los estudios de sus libros dan testimonio de esa estima, pero también las fachadas de las casas entre las que pasea Tizón. Atesoran más de 150 murales, con pinturas, dibujos y versos. Es el Museo Hernandiano al aire libre.
Empezó a pintarse en 1976. Ana Tizón tenía entonces 11 años: “Me acuerdo de toda la policía y la Guardia Civil, ahí, en la ladera... Llevaban incluso metralletas. Y mi padre, que les decía, ‘pero por qué no nos dejan pintar”.
Cinco meses después de la muerte del dictador, una oleada de gente venida de distintas ciudades españolas, formada por una mayoría de artistas, se puso a pintar y escribir en las fachadas bajo la estela de los versos del Viento del pueblo de Miguel Hernández en un acto de reivindicación de la libertad, organizado por el PCE. “Lo recuerdo todo muy bien. Se respiraban aires de libertad por todos los sitios. La gente no tenía miedo, pero hubo muchos palos de la policía, tirando a la gente al suelo. Yo iba con mi marido”, rememora por teléfono Lucía Izquierdo, nuera del poeta, que se casó con Manuel Miguel Hernández, ya fallecido, el segundo de los hijos del escritor. El primero murió al poco de nacer e inspiró el poema Hijo de la luz y de la sombra —que empieza con “Eres la noche, esposa: la noche en el instante / mayor de su potencia lunar y femenina”. “La policía coaccionaba para que no se pintara y no se escribieran los versos. El PCE no estaba ni legalizado. Recuerdo cómo se pintaba la cara de Miguel con los colores de la bandera republicana. Fue una explosión de libertad”, comenta el piloto de aviación Pepe Rayos, ya retirado, que pintó entonces y ha vuelto, como Lucía Izquierdo, a participar en ediciones recientes.
Porque aquella primera experiencia política, social y literaria de 1976 fue retomada en 2012 por iniciativa del Ayuntamiento de Orihuela, gobernado por una coalición de izquierdas. Se lucieron las fachadas, se restauraron los murales de entonces, como la icónica Paloma atada de Pepe Azorín o el estilizado Ícaro de Joan Castejón, y se realizaron muchos más. Las profesoras Ana Mas, a la sazón concejal socialista, y Amparo Pomares fueron artífices de la recuperación del proyecto, que ha tenido continuidad con la actual corporación de la ciudad, conservadora y confesional, que comparte con Alicante cabeza de diócesis, y que vuelve a gobernar desde 2015 el PP, ahora con el apoyo de Ciudadanos.
“No hay un museo así”
Entre versos inscritos en los muros —tan conocidos como “Llegó con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida”, que popularizó Serrat—, entre recreaciones abstractas y árboles de la vida, entre reproducciones del famoso retrato de Miguel Hernández que trazó en prisión su amigo Antonio Buero Vallejo o dibujos que aluden a sus Nanas de la cebolla, Ana Mas explica cómo el patriarca gitano del barrio se comprometió a intentar evitar que los niños o los grafiteros incontenibles pintaran sobre los murales.
Los vecinos la reconocen, como Vanesa González, que trabaja en el bar del mismo nombre. Ella ayuda a su hijo con los poemas y las obras de teatro de Hernández que aprende en la escuela, y asegura estar encantada con las visitas, incluso “de extranjeros de Suecia”.
“No hay un museo así en España. Los murales han conseguido que la gente del barrio se sienta orgullosa y participe en su conservación”, señala Antonio Carlos, el director del Jesús María, en la puerta del colegio. Se ha implicado dentro y fuera de las aulas en un museo que volverá a renovarse el próximo fin de semana con la participación de decenas de artistas, vecinos, escolares y voluntarios en memoria de un poeta del pueblo, Miguel Hernández.
“¿CÓMO NO VA A SER ACTUAL CON ESTA DESIGUALDAD?”
La nuera de Miguel Hernández, Lucía Izquierdo, pasa página a las diferencias que tuvo con el Ayuntamiento de Elche, donde reside con los nietos del poeta. Al no llegar a un acuerdo en 2012 con el entonces Gobierno municipal del PP, el legado del escritor acabó en Jaén, donde nació su mujer, Josefina Manresa.
La Diputación de Jaén puso unos tres millones de euros. Izquierdo asegura que ahora todo el mundo se está volcando con el poeta “que sigue muy vivo”. “¿Cómo no va a ser actual con tanta desigualdad que hay?”, se pregunta. También el alcalde de Orihuela, Emilio Bascuñana, del PP, destaca sus valores “universales de solidaridad y libertad”. Y rechaza de plano que el PP tenga problemas con la figura del republicano y comunista: “Soy del PP y me he criado cantando las canciones de Serrat y leyendo sus poemas”.
http://cultura.elpais.com/cultura/2017/03/27/actualidad/1490645479_056811.html?rel=lom
Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.
Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.
Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.
Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.
Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.
Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.
Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.
Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.
¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.
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