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viernes, 5 de enero de 2024

La sustancia de la vida

Llamamos Nochevieja a la noche de fin de año y, al día siguiente, primero del Año Nuevo. Las dos fechas son iguales, igual de viejas o nuevas. Lo que pasa es que los seres humanos marcamos el tiempo a través de unos relojes biológicos y sociales que se convierten en hitos para medir el tiempo.

Somos seres temporales, marcados por el antes y el después. Constantemente hacemos referencia a las diversas dimensiones del tiempo: al pasado que se fue, al futuro que vendrá y al presente que siempre se está yendo… Las personas tienen diversos relojes naturales que les permiten romper ese “continuum” que es el tiempo. Veamos algunos:

El reloj nictameral o circadiano. Consiste en el paso del día y de la noche. Ese reloj nos permite medir el tiempo y a él se ajustan muchos fenómenos culturales y biológicos. Se trata del sistema neurovegetativo, que no todos los seres humanos experimentan de la misma forma: hay quien tiene ritmo de búho y se encuentra muy espabilado por la noche y hay quien tiene ritmo de alondra y se siente muy vivaz por la mañana. Cuando ese ritmo se altera se producen desajustes psicológicos y somáticos. Pensemos en los efectos del jet lag cuando se viaja en avión o en los cambios de turno (nocturno/diurno) en el trabajo.

El reloj hebdomadario o semanal. Este reloj es muy importante en nuestra vida laboral. Los fines de semana marcan el paso del tiempo. Decimos: “tenemos una semana laboral de 35 horas”, “mañana es lunes”, “ya es viernes”, “buen finde”… Marcamos el tiempo por semanas.

El reloj mensual. Este reloj divide el año en doce partes. Los calendarios tienen doce páginas. “Nos dan la paga a final de mes”, decimos. Las mujeres tienen un reloj particular que es la menstruación. Como este reloj natural viene acompañado de molestias y de dolor (y tiene vinculaciones con el embarazo), es especialmente intenso.

El reloj trimestral de las estaciones. Tiene mucha importancia en el organismo y en la configuración psicológica. Las depresiones de primavera y otoño, la exaltación del verano con las vacaciones y el buen tiempo, el frío del invierno que nos hace encerrarnos en casa. Este reloj tiene una dimensión académica. El curriculum de algunas etapas, especialmente la universitaria, se marcan por períodos trimestrales o cuatrimestrales…

El reloj anual. Es una forma de medir el tiempo: el reloj del cumpleaños, el curso académico, el contrato del alquiler, las fiestas patronales, las Navidades de cada año y, sobre todo, la tradicional fiesta del tiempo que es la Nochevieja.

Un extraterrestre ajeno a nuestras costumbres se preguntaría por los comportamientos extraños de la Nochevieja: griterío, disfraces, charangas, cotillones, canciones, bailes, alcohol… Y, sobre todo, el rito de las doce uvas a medianoche que separa la última hora del año que se va y la primera del año que empieza. Se trata de un grito de júbilo (un año más) y de angustia camuflada (un año menos). Es una huida del tiempo que pasa, y la celebramos para olvidar que nosotros también nos vamos con él.

No pasa el tiempo con la misma velocidad para niños, jóvenes, adultos y ancianos. Hace algunos años leí un libro titulado “¿Por qué el tiempo vuela cuando nos hacemos mayores?”. Un libro de Douwe Draaisma, profesor de Historia de la Psicología de la Universidad de Groningen, (Holanda). Dice que en los relojes de arena, a fuerza de rozarse los granos al pasar de un lugar al otro, acaban siendo más finos y pasando con más rapidez.

“Carpe diem” (aprovecha el tiempo) es una sabia expresión. Cada uno debe llenar esta clásica sentencia del contenido que su especial situación quiera y pueda darle. Ofrecemos la imagen de personas que corren alocadamente sin disponer de tiempo para pensar hacia dónde se dirigen. ¿Y, si fuera hacia el abismo, para qué tanto correr? Las prisas actuales, la sobrecarga de actuaciones, la presión de las urgencias… imprimen un ritmo trepidante al paso del tiempo. ¿Quién no oye decir cada vez con más frecuencia “no tengo tiempo para nada”? Hablamos de matar el tiempo, pero es el tiempo quien nos va matando a nosotros.

Un conferenciante, delante de su auditorio, sacó de debajo de la mesa un tarro de vidrio de boca ancha y lo puso sobre la mesa. Luego sacó varias piedras del tamaño de un puño y empezó a colocarlas una por una en el tarro. Cuando estuvo lleno hasta el tope preguntó al auditorio: ¿Está lleno este tarro? Todos los asistentes dijeron que sí.

Entonces dijo: ¿Están seguros? Y sacó de debajo de la mesa un cubo con piedrecitas pequeñas. Echó algunas en el jarro y lo movió haciendo que las piedras pequeñas se acomoden en el espacio vacío entre las grandes.

Cuando hubo hecho esto preguntó una vez más: ¿Está lleno este tarro? Esta vez el auditorio ya suponía lo que vendría y uno de los asistentes dijo en voz alta: “Probablemente no”.

Muy bien, contestó el expositor. Sacó de debajo de la mesa una bolsita llena de arena y empezó a echarla en el tarro. La arena se acomodó en el espacio entre las piedras grandes y las pequeñas.

Una vez más pregunto al grupo: ¿Está lleno este tarro? Esta vez varias personas respondieron a coro: ¡No! Una vez más el expositor dijo: ¡Muy bien! Luego sacó una jarra llena de agua y echó agua al tarro hasta que estuvo lleno hasta el borde.

La enseñanza, dijo, es que si no pones las piedras grandes primero, no podrás ponerlas en ningún otro momento. Las piedras grandes se refieren a nuestra base, lo más importante para nosotros y se relacionan con nuestros valores, lo que nos enriquece como personas.

En ocasiones priorizamos las cosas irrelevantes frente a las que tienen un mayor valor para nosotros, llenando nuestro tiempo y cabeza de nimiedades que hacen que no tengamos tiempo para lo verdaderamente importante. No es cuestión de no tener tiempo, es cuestión de saber organizarse y priorizar, de identificar nuestras piedras grandes para que sean la base.

Tenemos prisa, pero sin saber a dónde vamos. La sensación de impaciencia cuando el semáforo pasa al verde (el conductor que va detrás pita bruscamente al despistado que está mirando por la ventanilla), la desesperación en un atasco, el paso acelerado en el paseo para no perder el tiempo, la crispación cuando el coche más lento avanza por el carril izquierdo, la rabia ante la parsimonia del que deja un aparcamiento que nosotros esperamos… son síntomas de la enfermedad de la prisa.

Los jóvenes se han sumergido en el ritmo apresurado. Conducen de prisa, estudian de prisa, viven de prisa, se divierten de prisa… Han entrado en el vértigo de la velocidad. La aceleración histórica de la que habla Karl Jaspers se está multiplicando progresivamente. Quien no se mete en ese torbellino, es arrollado por él.

Sí, vivimos muy de prisa. Ayer vi a mi hija escuchar el audio de una amiga con una velocidad extrema. Casi no se entendían las palabras. Escuchar al ritmo de la grabación supone una pérdida de tiempo.

No se pueden parar los relojes naturales. Pero se puede vivir el tiempo de un modo u otro. El terrón de azúcar no se disuelve con la misma velocidad en el agua para el sediento que para el saciado. Los últimos cinco minutos del partido no pasan a la misma velocidad para los seguidores del equipo que va perdiendo por la mínima que para los del que está ganando. Bergson hablaba del tiempo subjetivo.

Lo importante no son los relojes. Lo importante es el modo con el que vivimos el tiempo. El problema no es de los relojes (un reloj parado marca dos veces al día la hora exacta) sino de los seres humanos que vivimos cada día con más ansiedad el tiempo que vuela. Un tiempo en el que cada vez suele haber menos huecos para las cosas importantes: tomar un café tranquilamente con los amigos, pasear despacio a la orilla del mar con la mano en el hombro de la persona amada, leer precisamente aquello que no va ser objeto de un examen, escuchar música con los ojos perdidos en el fondo del corazón… El problema es de quienes no tenemos la sabiduría y la voluntad necesarias para dar prioridad a las actividades verdaderamente importantes.

Feliz Nochevieja de 2023. Un año menos. Un año más. Nos lo dice nuestro reloj natural de la Nochevieja. Feliz 2024. Y déjame, querido lector, querida lectora, cerrar con una recomendación que nos brinda Benjamin Franklin: “¿Amas la vida? Pues si amas la vida no malgastes el tiempo, porque el tiempo es la sustancia de la que está hecha la vida.