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miércoles, 27 de julio de 2022

_- Guerra Civil, la prueba de fuego de Unamuno, Azaña y Ortega


_- El historiador Raimundo Cuesta, Premio Nacional a la Innovación Educativa, acaba de presentar en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca su obra “Unamuno, Azaña y Ortega, Tres luciérnagas en el ruedo ibérico” tras décadas de estudio e investigación centradas en lo que Nietzsche denomina (en su ensayo las Tres Caras de Clío) la Historia Crítica, es decir, aquella que trata de ajustar cuentas con el pasado y poner cada cosa en su lugar.

Nuestro autor, cofundador de las plataformas Cronos y Fedicaria, así como de la revista ConCiencia Social, nos sitúa “a las tres lumbreras” entre la espada y la pared, en una España desgarrada por los Hunos y los Otros, en la que al final se impone la dictadura que arroja a Azaña al exilio, destruye interiormente a Unamuno y deja a Ortega “una salida olímpica, más allá del bien y del mal”.

En la presentación, que tuvo lugar el pasado 28 de junio, Cuesta dio una lección magistral, (acompañado por los historiadores Jesús Baigorri y María José Turrión) sobre ”la travesía, en el Mare Procelosum, de esos tres náufragos en 1936”.

”La Guerra Civil selló el destino aciago de las tres luciérnagas, por causas diferentes y destinos contrarios, cuando la República soñada por cada uno de ellos iba a traspasar las puertas del cementerio”, subrayó Cuesta (de origen vasco y cántabro) considerado uno de los historiadores españoles más importantes del siglo XXI.

Al referirse a Ortega, por quien mostró “cierta antipatía”, (aunque reconoció su gran legado, de resonancia internacional señaló, en una sala repleta de público, que el filósofo madrileño defendía “una sofocracia” (un Gobierno de sabios) de vetustas resonancias platónicas” y que observaba con desprecio una hipotética “rebelión de las masas” que podría propagar “la peste revolucionaria”.

Ortega llegó a proponer -señaló Cuesta- “un partido nacional por encima de las izquierdas y las derechas”, algo así como una utópica asociación transversal para superar “las amenazas del comunismo y el fascismo”.

Respecto a Unamuno, a quien se acerca con gran simpatía y perdonando “sus dudas iniciales con el golpe de Estado”, le absuelve con contundencia y argumentos de peso.

“Unamuno fue la proa de la generación del 98 (…) Tras su destierro por oponerse a la dictadura militar de Primo de Rivera, se convierte en un héroe de multitudes y en el refulgente símbolo de la República soñada cuando regresa a su tierra en 1930”, recalcó Cuesta.

Para el historiador afincado en Salamanca “las tres luciérnagas representan otros tantos arquetipos de intelectual profético (Unamuno), político (Azaña) y olímpico (Ortega).

Azaña, el más sosegado e introvertido -dijo Cuesta- se mostró poseído “por una suerte de hundimiento durante la Guerra Civil”.

Para entender la cosa sumariamente sobre el rector y el filósofo madrileño -matizó- “Unamuno fue el Sócrates, y Ortega el Platón de nuestra tradición filosófica” (Salcedo, 1956, “Unamuno y Ortega, diálogo entre dos españoles”. Cuaderno de la Cátedra Miguel de Unamuno, 7, p.108).

Raimundo asimismo arremetió contra la idea de encorsetar a dicha troika “en el saco de las tres Españas”.

“Tras las promesas de la generación del 14 (…) Los tres, con distinto ritmo e intensidad, rompen las amarras con la monarquía y acaban apostando por la República”, enfatizó Cuesta.

Cuesta, que no olvida en ningún momento “la paupérrima situación en la que se encontraba España” (lo que tallaba de diferente forma a las tres luciérnagas) subrayó que “en ese mundo de incertidumbres Azaña, máximo exponente de la República, abogó por una revolución pacífica mediante una alianza entre las clases ilustradas y los trabajadores de orientación socialista”.

Eso chocaba -añadió- con el Gobierno de una “aristocracia intelectual” de Ortega.

Por su parte Unamuno, que “incluso dijo sí al Estatuto de Cataluña de 1932, a pesar de su fuerte oposición” y se mantuvo un “lapso de tiempo” como “filósofo de la duda”, poco antes de fallecer dejó, con claridad meridiana, su “testamento político”.

Poco antes de su muerte natural, el último día del año 36, -recalcó Cuesta- “emborronó unas cuantas cuartillas en las que lamentó su engaño al haber percibido en la sublevación militar una acción encaminada a la defensa de la civilización occidental y no la trastienda, como en ese momento alcanza a ver, de una militarada que abrió un movimiento de ´odio a la inteligencia, la envidia, el resentimiento, el complejo de inferioridad (…)”.

“Esta guerra civil, no es civil. Es un ejército de mercenarios-la legión y los regulares, no el pueblo” (citado por F. Blanco Prieto. Unamuno. Profesor y rector de la Universidad de Salamanca, Salamanca, 2011, pa. 546).

Cuesta elogió a Azaña, quien sufrió, quizás, “un naufragio más duro que Unamuno”.

“Se mantuvo hasta 1939 al frente de la II República, es decir, su compromiso con el régimen nacido en 1931 llegó prácticamente hasta el final. Ello le costó el oneroso tributo de morir en el exilio el 3 de noviembre de 1940 en la localidad francesa de Montauban, únicamente arropado por su mujer, el séquito de fieles amigos y la solidaria ayuda material de la Embajada de México”, recordó Cuesta.

En su exhaustivo ensayo -de más de 500 páginas- Raimundo analiza de forma profunda y pormenorizada la Historia y la Intrahistoria de la vieja España, así como su mutilación física y espiritual, en línea con su pensamiento, reflejado en gran parte de su obra, de que “el franquismo y sus secuaces practicaron una cirugía de cuerpos y almas”, cuyas secuelas seguimos padeciendo en la España actual, en la cual sigue brillando “la patina del fascismo”.

Esta es la web de Raimundo Cuesta: Cronos

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.


https://rebelion.org/guerra-civil-la-prueba-de-fuego-de-unamuno-azana-y-ortega/

lunes, 24 de septiembre de 2018

PRESENTACION 1


Cuando viví en Barcelona por unos cuantos meses a comienzos de 2003 tuve la oportunidad de conocer al historiador Josep Fontana, quien amablemente me invitó a visitarlo en su extraordinaria biblioteca de la universidad Pompeu Fabra. Allá conversamos en varias oportunidades y siempre que lo visitaba, en forma amable me regalaba algún libro de la Editorial Crítica, entre ellos su notable La historia de los hombres. El ejemplar que tengo en mi poder lleva esta dedicatoria: “En agradecimiento de sus libros y con mi mejores deseos para Colombia. 27-II-O3”.

 En el curso de esos encuentros yo le dije que me gustaría publicar un libro de su autoria en Colombia, con materiales inéditos o que no hubieran sido publicados en sus obras más conocidas sobre teoría historiográfica. Él me dijo que le diera unos cuantos días y me tendría una propuesta. Cual no sería mi sorpresa cuando a los ochos días me esperaba con un material que ya formaba un pequeño libro y me autorizó para editarlo. A mi regreso a Colombia me puse a la tarea y publique el libro con el mismo título que él había propuesto: ¿Para qué sirve la historia en un tiempo de crisis? por el sello editorial Pensamiento Crítico. Este libro lo dedicó Josep Fontana a nuestro colega y amigo Dario Betancur Echeverry, secuestrado y asesinado en 1999, y a quien el ilustre historiador catalán había conocido personalmente.

Seguir aquí: http://www.rebelion.org/docs/246618.pdf

domingo, 15 de julio de 2018

Entrevista con el historiador Julien Papp, autor del libro “De Austria-Hungría en guerra a la República de los Consejos (1914-1920)”. "¿Por qué los autores que contribuyeron a criminalizar el comunismo no experimentaron la misma necesidad para criminalizar la guerra y a sus generales asesinos?"

Investig'Action

Los actos del centenario oficial de la Primera Guerra Mundial, ¿han servido para entender las causas reales de la guerra, así como los mecanismos de propaganda masiva que llevaron a aquella carnicería? En este siglo XXI, cuando los tambores de guerra se aceleran, es hora de iluminar todos esos aspectos. Para entender la cruel realidad de esta guerra. Pero también para saber cómo ha surgido, contra viento y marea, la esperanza en un mundo mejor… El historiador Julien Papp, autor del libro “De Austria-Hungría en guerra a la República de los Consejos (1914-1920)”, diseca un capítulo de la historia “en gran parte desconocido”. . Alex Anfruns: En su libro, usted describe los mecanismos de propaganda al comienzo de la Gran Guerra, centrándose en la instrumentalización del sentimiento nacionalista húngaro. ¿Quiénes son los actores que participaron en esa propaganda?

Julien Papp: Antes que nada, debe notarse que a nivel del poder civil no había un cuerpo central en Hungría que organizara y coordinara las actividades de propaganda. Esta misión incumbía al “Distrito Militar Imperial y Real de la Prensa”, que dependía directamente del Jefe de Estado Mayor. Fue creado el día de la declaración de guerra en Serbia.

Ese organismo había sufrido varios cambios, que siempre estuvieron en línea con la expansión de sus habilidades. En 1917, incluía doce unidades: comando, censura, asuntos domésticos y extranjeros, propaganda, prensa, artistas, fotógrafos, cine, sección italiana, corresponsales de guerra, aparatos administrativos. El Distrito Militar de la Prensa controlaba la información proporcionada por los periódicos, coordinaba las diversas actividades de propaganda y organizaba la lucha contra la propaganda enemiga.

¿Y del lado de los civiles?
En el interior, para apoyar los esfuerzos bélicos de la sociedad, se crearon dos organizaciones: el Comité Central de Ayuda de Budapest y el Comité Nacional de Ayuda Militar. En ambos casos, fue una cooperación explícita entre el estado y los intelectuales cercanos al poder. Finalmente, cuando decimos que la maquinaria de la propaganda bélica no se basó en una institución estatal, eso no debería ocultar o disminuir la importancia de las instancias políticas cercanas al poder, incluso si no siempre está claro si las iniciativas fueron políticas o espontáneas. No importa cómo, el objetivo era obtener y mantener de forma sostenible el consentimiento de la población, una vez pasada la “fiebre de agosto”, es decir, ese tipo de histeria colectiva que sucedió a la declaración de guerra.

Fuera de los marcos organizados, la propaganda que venía de abajo involucraba a muchos actores: sobre todo a periodistas, pero también científicos, artistas, escritores, poetas, pintores … Podríamos añadir los servicios públicos como la escuela y la oficina de correos, o los artesanos que hicieron innumerables objetos en relación con la guerra. En poco tiempo, es decir, entre julio y agosto de 1914, se lanzaron más de una docena de obras de teatro “patrióticas”, algunas de las cuales explotaron los recuerdos folclóricos de la guerra de independencia de 1848-49…

Dice usted que el papel de los periodistas fue importante …
Sí. Su acción fue la más masiva, pero los intelectuales en general, y en su gran mayoría, se embarcaron voluntariamente en la justificación de la guerra y la difusión de la política belicosa del gobierno. Al igual que en otros países en guerra, fue necesario proscribir todas las críticas y todo debate; sólo se juraba por la necesidad de la unidad nacional y la aceptación de los sacrificios. Los jóvenes artistas movilizados comenzaron a glorificar la acción y denigrar o incluso a odiar su propio intelectualismo anterior, como lo ha señalado el historiador húngaro Eszter Balazs.

Por otra parte, este autor también observa que fueron los intelectuales belicosos quienes crearon el mito del entusiasmo masivo y generalizado, extrapolando a partir del clima que prevaleció en agosto de 1914; su propósito era hacer creer que la guerra se originó a partir de la voluntad general. Investigaciones recientes tienden a mostrar que el belicismo predominantemente caracterizó a las clases medias, y que hubo diferencias notables entre las ciudades y el campo y entre las diferentes categorías sociales.

¿Qué medios se movilizaron en esa campaña de propaganda a favor de la guerra?
También en esto hay un aire de familia de un país a otro. Como en todos los estados beligerantes, los periódicos son el principal instrumento de propaganda. En Hungría, los periódicos nacionales y otras publicaciones tenian una tirada de entre 160 y 180 mil ejemplares. En 1872, solo había 65 periodistas profesionales. En la década de 1880 eran diez veces más.

La autora de una tesis sobre corresponsales de guerra, Éva Gorda, señala que en los años anteriores al conflicto, e incluso durante la guerra, el público húngaro consideraba que solo podía creerse lo que se imprimía. El cine y la radio ya existían, pero la gente estaba convencida de que solo los periódicos eran creíbles. Esta observación da una buena idea del impacto de la prensa.

Al principio, el tono es de exaltación; las malas noticias son silenciadas, luego la censura entra en acción y aparecen columnas vacías. Se llenan de anuncios o resultados de carreras de caballos. En cualquier caso, como medio, el material impreso atraviesa prácticamente todas las demás formas de propaganda.

Así, los periódicos de la prensa nacional reproducen los textos de las conferencias organizadas en el marco del Comité Central de Ayuda. La iniciativa de esas conferencias provino del propietario y redactor jefe de la Gaceta de Budapest, Eugène Rákosi (sin relación con el futuro dictador estalinista Mátyás Rákosi).

Significativamente, la serie fue inaugurada por Ottokár Prohászka, un obispo antisemita y enemigo jurado del movimiento obrero revolucionario. La primera sesión se celebró el 8 de noviembre de 1914 en un gran hotel de lujo, al que asistieron entre 300 y 400 personas de la “sociedad cultivada” de las clases medias y altas: solo gente que solían ir a fiestas y recepciones, en su mayoría hermosas damas y bonitas chicas jóvenes.

¿Cuáles fueron los temas del discurso de aquella primera conferencia?
El obispo presentó el conflicto como una prueba espiritual, antes de desarrollar los beneficios de la guerra y los inconvenientes de la paz: esta crearía una “cultura blanda y sentimental”, decía, mientras que durante la guerra el acto del sacrificio reemplazaba los debates que dividen a la sociedad.

Las conferencias sucesivas hablan incansablemente y con exaltación del heroísmo, la “purificación moral”, la virilidad, el “milagro del entusiasmo”, como cualidades sublimes generadas por la guerra; hay quienes alaban la poesía bélica y afirman que ¡”la guerra es en sí misma una poesía” !

En cuanto a las conferencias del Comité nacional de ayuda militar, también se llevaron a cabo frente a una audiencia femenina en su mayor parte. Sin embargo, los discursos evocaban a menudo la denigración de la cultura afeminada, ya que los oradores glorificaban sobre todo la cultura viril que favorece la acción.

¿Y esa visión tan simplista pretendía convencer al gran público?
Un gran número de universidades, colegios y escuelas secundarias también montaron sus propias conferencias de guerra. La Facultad de Ciencias de Budapest las organizó al estilo alemán y con una frecuencia semanal, desde finales de 1914. Las sesiones eran gratuitas y dieron la bienvenida a un gran público. Para convencer a la juventud y a la población en general, cada profesor explicó la justificación de la guerra desde el punto de vista de su disciplina.

Entre los temas puestos sobre la mesa, encontramos el culto a la voluntad, la condena del individualismo, la superioridad de las potencias centrales, o la necesidad de defender la causa de la civilización europea, que la pérfida alianza de Inglaterra y de Francia con la bárbara Rusia había contribuido a hacer decaer.

Desde 1916, cuando las pérdidas humanas aparecen en toda su enormidad y la esperanza de ganar la guerra se aleja, puede hablarse de una acentuación del papel del Estado y el Distrito Militar de la Prensa. Era una máquina de propaganda completa con sus doce unidades. En 1914 contaba con 400 personas, y en el verano de 1918 eran ya 800; su personal incluyó a escritores, periodistas, pintores y dibujantes, escultores, fotógrafos…

¿Cuál fue el mensaje transmitido por esa “sociedad civil” austro-húngara tan particular?
Los corresponsales de guerra solo debían hablar de éxitos: los artículos que elaboraban para los periódicos primero pasaban por la censura. Cuando se les autorizaba a visitar el frente, era en ocasión de algún éxito y sin poder asistir a los combates; podían ver los preparativos y los terrenos de los enfrentamientos después de haberlos limpiado. Debían glorificar el heroísmo de los soldados, la habilidad de los oficiales y la organización militar en general.

Fue lo mismo para los artistas. Después de visitar el frente, cada vez tenían que presentar una serie de pinturas y dibujos, destinados a exposiciones. Los artistas también produjeron postales, litografías de colores, marcadores, imágenes en miniatura, diplomas, medallones, etc. Con las pinturas seleccionadas, se realizó una primera exposición el 6 de enero de 1916 en la Exposición Nacional de Budapest; el público podría ver 802 obras de inspiración guerrera por 51 artistas. Uno de ellos dirá que fue necesario evitar la representación de horrores, los heridos que yacen en su sangre, el montón de cadáveres, todos los temas no aptos para la glorificación de la guerra.

Los fotógrafos tampoco pudieron acercarse a los combates. Las innumerables fotos se relacionan con la vida cotidiana de los soldados y los aspectos materiales de su existencia. Una carta reproducida en la crítica de 1914 de los escritores antimilitaristas del colectivo Nyugat (Occidente) decía: “Estoy rodeado de todos los horrores de la guerra. Es lamentable que no sea libre de describirlos. Pavor, sufrimiento, privación, aldeas en llamas.”

Sin embargo, los pacifistas también tenían sus propios órganos de comunicación … ¿Sus argumentos no eran tan eficaces?
El Partido Socialdemócrata representaba la principal fuerza de oposición a la guerra … mientras la guerra no había estallado. Como organización política y sindical de masas, ejercía sobretodo mediante su diario Népszava (La Voz del Pueblo), una amplia y profunda influencia en la clase trabajadora. Siguiendo las instrucciones de la Segunda Internacional, desplegó una intensa propaganda pacifista, especialmente durante el mes que va desde el bombardeo de Sarajevo hasta la declaración de guerra.

Su diario explicaba que el atentado era la consecuencia del imperialismo austro-húngaro y de la opresión nacional que pesaba sobre los serbios de la monarquía; planteaba la huelga general, reclamando la solidaridad internacional de los trabajadores, y denunciaba el “parlamento de clase” donde todos los partidos votaron a favor de la guerra. La denuncia también estaba dirigida a la prensa burguesa, totalmente adepta al belicismo. Un editorial aparece bastante premonitorio, cuando advierte que la guerra podría llevar a la agitación social y al colapso de la monarquía.

Aparte de los socialdemócratas, y fuera de la Asamblea Nacional, seguía siendo la burguesía radical la que se mantenía firme contra a guerra; solo los círculos feudales y bancarios tenían interés en pelear con Serbia, dijeron. Creían que juntos, los socialdemócratas y ciertos sectores de la burguesía podrían evitar la guerra imperialista. Pero tan pronto como estalló el conflicto, se comportaron como el aparato socialdemócrata.

¿Todas las voces humanistas se extinguieron por “realismo”?
Había solo dos grupos intelectuales que conservaron activo su antimilitarismo. Por un lado, los escritores y artistas agrupados en torno al militante sindicalista y pintor vanguardista Louis Kassak, que se apartaba del ambiente belicoso. Kassak publicó una revista titulada La Acción. Luego, después de su prohibición, la revista Hoy. Su grupo, que organizó conferencias por la paz, reaccionó con fuerza cuando el Partido Social Demócrata abandonó su pacifismo y se adhirió a la causa belicista.

El segundo grupo que no se perdió su antimilitarismo fue el Círculo Galileo. Esta sociedad de libre pensamiento y anticlerical persiguió desde su fundación en 1908 una actividad orientada a la adquisición y la difusión del conocimiento científico. Cuando la mayoría de sus líderes tuvieron que ir al frente, una segunda generación más joven se hizo cargo; el equipo también incluyó más mujeres que antes. Desde el comienzo, el Círculo colocó en el centro de su trabajo la importancia económica y social de la guerra; organizó regularmente conferencias sobre la paz, invitando a los oradores de izquierda, radicales y socialdemócratas más prominentes. Ese programa a menudo fue interrumpido por prohibiciones y eventos militares.

El antimilitarismo del Círculo se basó en ideas marxistas, pero se basaba directamente en la obra de Gustave Hervé, llamado apóstol del antimilitarismo por el poeta Ady. Desde 1917, los galileistas participan regularmente en las manifestaciones de los sindicatos contra la guerra; en la del 17 de noviembre de 1917, fueron los principales organizadores. Luego, al amparo de sus seminarios y conferencias, se comprometen a pasar de contrabando folletos antimilitaristas a través de los frentes.

En enero de 1918, esparcieron cientos de volantes y pegaron pancartas en las paredes alrededor del cuartel de Budapest. En su mayor parte, los textos llamaban a transformar la guerra mundial en una guerra civil. La investigación policial lleva al arresto de una treintena de galileistas, su Círculo es cerrado, los archivos, la biblioteca y la caja registradora son confiscados. Después de ocho meses de detención preventiva, dos activistas son condenados a dos y tres años de prisión. Pronto serán liberados por la masa revolucionaria del 30 de octubre de 1918.

¿Cuál fue el impacto de la Revolución de Octubre, especialmente en el fenómeno de las deserciones en el frente, y en general en la reconstrucción del movimiento contra la guerra?
Las autoridades militares señalaron expresamente los efectos de la revolución bolchevique en las deserciones. Ese evento también influyó en el regreso masivo de prisioneros de guerra después del Tratado de Brest-Litovsk en marzo de 1918. Trajeron consigo el recuerdo de las confraternizaciones y el sentimiento de que la guerra había terminado, mientras el ejército contaba con esos contingentes para fortalecer el frente italiano. Con ese fin, procedió por diversos métodos como el internamiento, la selección o la rehabilitación.

De hecho, tras la abdicación de Nicolás II, las confraternizaciones tomaron una gran importancia. Durante la Semana Santa, afectaron a todo el frente oriental. Después, esos movimientos espontáneos fueron alentados por el poder soviético.

El regreso de los antiguos prisioneros de guerra austro-húngaros será una poderosa levadura contra la continuación de la guerra, y más aún cuando la monarquía y sus ejércitos estén sin aliento. En los numerosos motines, sistemáticamente hubo líderes y portavoces contaminados por las ideas del bolchevismo, como entonces se decía.

El 11 y 13 de noviembre de 1918, Carlos IV renuncia a su título de Emperador de Austria y Rey de Hungría. Es el desmembramiento del Imperio austrohúngaro. Mihaly Karolyi se convierte en el primer presidente de la República Popular de Hungría, pero la crisis institucional continúa. ¿Cuál es el contexto social en aquel momento?
La guerra puso al país en una situación terrible. La economía estaba desorganizada, una buena parte de sus recursos mineros e industriales se perdió con los territorios perdidos; la producción se derrumbó, el desempleo y la inflación afectaron duramente a las clases populares.

En febrero-marzo de 1919, la crisis social empujó a los trabajadores a la acción. Las ocupaciones de las fábricas se multiplicaron, a menudo los consejos obreros tomaron su dirección en mano. Frente a esa situación, el 17 de marzo el gobierno decidió crear un ministerio responsable de la socialización de las empresas industriales. El 18 de marzo, en el gran centro industrial de Csepel, cinco mil trabajadores conmemoraron el aniversario de la Comuna de París y tomaron partido por la proclamación inmediata de la dictadura proletaria; al día siguiente, veinte mil parados desfilaron ante el Ministerio de Alimentación: liderados por militantes comunistas, pidieron ayuda y la expropiación de los medios de producción; el 20 de marzo fue la huelga general de los impresores, que rápidamente adquiere un carácter político.

La revolución del 21 de marzo de 1919 ha dado lugar a varias apreciaciones por parte de la posteridad. Uno de los mejores conocedores de la época, el historiador húngaro Tibor Hajdu, así como varios artículos y declaraciones de los partidos comunistas occidentales teorizaron que el proletariado podría conquistar el poder por medios pacíficos; más cercano a la realidad histórica, el autor de una tesis sobre el tema, Dominique Gros enfatiza que no podríamos aislar el evento del 21 de marzo de sus condiciones internas y el estado de la revolución y la contrarrevolución internacionales: más concretamente, el proletariado húngaro estaba armado, mientras que la reacción no tenía ejército ni fuerzas de represión eficaces.

Desde el 22 de marzo, el nuevo poder anunció su programa: la transformación de Hungría en una República de consejos, la socialización de grandes propiedades, minas, grandes fábricas, bancos, empresas de transporte; la reforma agraria no se llevaría a cabo por el reparto de tierras, sino por la creación de cooperativas agrícolas.

Finalmente, la experiencia de la República Húngara de Consejos durará poco tiempo, porque el Ejército Rojo tuvo que capitular ante la invasión del ejército real rumano, sobre todo apoyado por Francia. Como especialista de este período, ¿cuáles son sus impresiones sobre las conmemoraciones del centenario?
Si consideramos el evento desde el punto de vista del trabajo histórico, ha habido más bien una historia militar que una historia de guerra, y más bien una historia de elites, que la historia de quienes sufrieron directamente el desastre.

Fue eso lo que me impulsó a escribir rápidamente el libro que me merece el honor de esta entrevista. Quise trabajar sobre cuestiones como las confraternizaciones, deserciones, el tratamiento y la recepción de los heridos, el destino de los mutilados después del conflicto, las relaciones entre los ejércitos entre soldados y oficiales, la “gestión” de los muertos, escaseces, requisas, ganancias de guerra, disturbios y motines, la recepción de propaganda entre la gente, etc.

Ahora bien, considerando el centenario desde un punto de vista memorial, me gustaría hacer este tipo de preguntas: ¿por qué los autores que, más allá de la condena del estalinismo, contribuyeron a criminalizar el comunismo no experimentaron la misma necesidad de aportar su talento para criminalizar la Guerra Mundial y sus generales asesinos? ¿Por qué todos esos expertos de la corte no escribieron su libro negro de los regímenes militarizados y totalitarios de la guerra total? 
En su lugar han inventado una cultura de la guerra que, en mi opinión, servirá principalmente para trivializar o folclorizar la barbarie.

¿Qué lecciones deberían aprender las nuevas generaciones sobre la Gran Guerra?
En mi opinión, vivimos una época profundamente reaccionaria y oscurantista. Para no dejarse confundir por la agitación de los medios de comunicación, sus innumerables estupideces y descerebramiento, las nuevas generaciones deben hacer un esfuerzo intelectual contra la amnesia: tienen un deber de historia para apoyar su deber de memoria; una memoria de los pueblos y también de clase, con sus dolores, aspiraciones y luchas, tal como podemos conocerlas en los buenos libros de historia, obras de arte, canciones, que en el caso de Francia son de una extraordinaria riqueza. Por ejemplo, nadie debería ignorar la canción de Craonne …

La libre circulación, los intercambios escolares y encuentros son obviamente positivos, pero los jóvenes también deben comprender que la guerra no surje de los sentimientos y las pasiones humanas, sino de las instituciones y las necesidades económicas y sociales del orden, o más bien del desorden capitalista.

¿Cuál es su mirada sobre los trastornos del mundo contemporáneo?
Pienso que las fuerzas que en 1914-18 destruyeron Europa en nombre de las naciones ahora están destruyendo naciones en nombre de Europa. La Europa supranacional, una obra de la Iglesia Católica y de los bancos, es en primer lugar una máquina de destruir servicios públicos, que, desde la antigüedad, son consustanciales con la misma noción de civilización.

La libre competencia es la guerra de todos contra todos, una forma de barbarie. La pretendida unión ha resucitado el odio entre los pueblos, a menudo engendrando nacionalismos de la memoria más triste de Europa.

Pero considero que los pacifistas y los internacionalistas lúcidos no deberían dejar la nación a los nacionalistas y chovinistas. Realmente no puedes ponerte en la piel de otra nación si no has interiorizado las mejores tradiciones de la tuya.

Fuente original: Investig’Action.

La versión en castellano de esta entrevista apareció publicada en la revista El Viejo Topo, n°364

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