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miércoles, 27 de julio de 2022

_- Guerra Civil, la prueba de fuego de Unamuno, Azaña y Ortega


_- El historiador Raimundo Cuesta, Premio Nacional a la Innovación Educativa, acaba de presentar en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca su obra “Unamuno, Azaña y Ortega, Tres luciérnagas en el ruedo ibérico” tras décadas de estudio e investigación centradas en lo que Nietzsche denomina (en su ensayo las Tres Caras de Clío) la Historia Crítica, es decir, aquella que trata de ajustar cuentas con el pasado y poner cada cosa en su lugar.

Nuestro autor, cofundador de las plataformas Cronos y Fedicaria, así como de la revista ConCiencia Social, nos sitúa “a las tres lumbreras” entre la espada y la pared, en una España desgarrada por los Hunos y los Otros, en la que al final se impone la dictadura que arroja a Azaña al exilio, destruye interiormente a Unamuno y deja a Ortega “una salida olímpica, más allá del bien y del mal”.

En la presentación, que tuvo lugar el pasado 28 de junio, Cuesta dio una lección magistral, (acompañado por los historiadores Jesús Baigorri y María José Turrión) sobre ”la travesía, en el Mare Procelosum, de esos tres náufragos en 1936”.

”La Guerra Civil selló el destino aciago de las tres luciérnagas, por causas diferentes y destinos contrarios, cuando la República soñada por cada uno de ellos iba a traspasar las puertas del cementerio”, subrayó Cuesta (de origen vasco y cántabro) considerado uno de los historiadores españoles más importantes del siglo XXI.

Al referirse a Ortega, por quien mostró “cierta antipatía”, (aunque reconoció su gran legado, de resonancia internacional señaló, en una sala repleta de público, que el filósofo madrileño defendía “una sofocracia” (un Gobierno de sabios) de vetustas resonancias platónicas” y que observaba con desprecio una hipotética “rebelión de las masas” que podría propagar “la peste revolucionaria”.

Ortega llegó a proponer -señaló Cuesta- “un partido nacional por encima de las izquierdas y las derechas”, algo así como una utópica asociación transversal para superar “las amenazas del comunismo y el fascismo”.

Respecto a Unamuno, a quien se acerca con gran simpatía y perdonando “sus dudas iniciales con el golpe de Estado”, le absuelve con contundencia y argumentos de peso.

“Unamuno fue la proa de la generación del 98 (…) Tras su destierro por oponerse a la dictadura militar de Primo de Rivera, se convierte en un héroe de multitudes y en el refulgente símbolo de la República soñada cuando regresa a su tierra en 1930”, recalcó Cuesta.

Para el historiador afincado en Salamanca “las tres luciérnagas representan otros tantos arquetipos de intelectual profético (Unamuno), político (Azaña) y olímpico (Ortega).

Azaña, el más sosegado e introvertido -dijo Cuesta- se mostró poseído “por una suerte de hundimiento durante la Guerra Civil”.

Para entender la cosa sumariamente sobre el rector y el filósofo madrileño -matizó- “Unamuno fue el Sócrates, y Ortega el Platón de nuestra tradición filosófica” (Salcedo, 1956, “Unamuno y Ortega, diálogo entre dos españoles”. Cuaderno de la Cátedra Miguel de Unamuno, 7, p.108).

Raimundo asimismo arremetió contra la idea de encorsetar a dicha troika “en el saco de las tres Españas”.

“Tras las promesas de la generación del 14 (…) Los tres, con distinto ritmo e intensidad, rompen las amarras con la monarquía y acaban apostando por la República”, enfatizó Cuesta.

Cuesta, que no olvida en ningún momento “la paupérrima situación en la que se encontraba España” (lo que tallaba de diferente forma a las tres luciérnagas) subrayó que “en ese mundo de incertidumbres Azaña, máximo exponente de la República, abogó por una revolución pacífica mediante una alianza entre las clases ilustradas y los trabajadores de orientación socialista”.

Eso chocaba -añadió- con el Gobierno de una “aristocracia intelectual” de Ortega.

Por su parte Unamuno, que “incluso dijo sí al Estatuto de Cataluña de 1932, a pesar de su fuerte oposición” y se mantuvo un “lapso de tiempo” como “filósofo de la duda”, poco antes de fallecer dejó, con claridad meridiana, su “testamento político”.

Poco antes de su muerte natural, el último día del año 36, -recalcó Cuesta- “emborronó unas cuantas cuartillas en las que lamentó su engaño al haber percibido en la sublevación militar una acción encaminada a la defensa de la civilización occidental y no la trastienda, como en ese momento alcanza a ver, de una militarada que abrió un movimiento de ´odio a la inteligencia, la envidia, el resentimiento, el complejo de inferioridad (…)”.

“Esta guerra civil, no es civil. Es un ejército de mercenarios-la legión y los regulares, no el pueblo” (citado por F. Blanco Prieto. Unamuno. Profesor y rector de la Universidad de Salamanca, Salamanca, 2011, pa. 546).

Cuesta elogió a Azaña, quien sufrió, quizás, “un naufragio más duro que Unamuno”.

“Se mantuvo hasta 1939 al frente de la II República, es decir, su compromiso con el régimen nacido en 1931 llegó prácticamente hasta el final. Ello le costó el oneroso tributo de morir en el exilio el 3 de noviembre de 1940 en la localidad francesa de Montauban, únicamente arropado por su mujer, el séquito de fieles amigos y la solidaria ayuda material de la Embajada de México”, recordó Cuesta.

En su exhaustivo ensayo -de más de 500 páginas- Raimundo analiza de forma profunda y pormenorizada la Historia y la Intrahistoria de la vieja España, así como su mutilación física y espiritual, en línea con su pensamiento, reflejado en gran parte de su obra, de que “el franquismo y sus secuaces practicaron una cirugía de cuerpos y almas”, cuyas secuelas seguimos padeciendo en la España actual, en la cual sigue brillando “la patina del fascismo”.

Esta es la web de Raimundo Cuesta: Cronos

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.


https://rebelion.org/guerra-civil-la-prueba-de-fuego-de-unamuno-azana-y-ortega/

martes, 29 de enero de 2019

El analfabeto político. Bertolt Brech

Bertolt Brecht es uno de los personajes de la historia que más me fascina. Son muchas las facetas que se pueden mencionar de él, pero posiblemente su capacidad crítica con todos los gobiernos existentes fue lo que le hizo pasar a la historia como uno de los escritores y poetas más relevantes del siglo XX.

I: Bertolt Brecht
Un buen ejemplo de su forma de criticar es esta texto que se le atribuye, en el que no ataca directamente a los gobiernos, como hizo en Miedo y Miserias del Tercer Reich, si no a las razones por la que muchas veces nos encontramos en el poder con gente que nunca hubiéramos querido ahí:

"El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de las alubias, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios dependen de decisiones políticas.

El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales".

El pasado agosto hizo 54 años de la muerte de Bertolt Brecht, y este texto sigue teniendo tanto sentido como cuando él vivía. Cada vez son más a los que les encanta decir que no tienen el más mínimo interés por la política, que ni saben ni les interesa la política, que son apolíticos, olvidando el origen de la palabra polis ciudad, el que vive en la ciudad el ciudadano, el portador de derechos. Y esos derechos han costado sangre y luchas a muerte, para dejar de ser esclavos, librarse de la servidumbre y alcanzar la categoría de ciudadano de habitante con todos los derechos de la polis, la ciudad, no ser un meteco, alguien sin derechos.

Su planteamiento para las siguientes elecciones es simplemente votar por inercia al partido que siempre han votado, o directamente no ir a votar por considerar que no existe una opción política digna, pues él se desentiende o se considera por encima de todos, no le importa su sociedad por inferior o la desprecia por superior..

Pero la indiferencia del creciente número de analfabetos políticos no va a arreglar la situación, y simplemente permitirá que la misma gente se mantenga en el poder, ya sea por los votos por inercia o por abstención, haciendo y deshaciendo a su parecer.

Nota: Existen muchas dudas sobre esta atribución a Bertolt Brecht, pese a estar muy extendida.

https://recuerdosdepandora.com/citas/bertolt-brecht-el-analfabeto-politico/

lunes, 5 de junio de 2017

El eterno debate en torno a Lukács. Gáspár Miklós Tamás, 17/03/2017

Antes de 1914, las obras tempranas de Lukács fueron recibidas con gran antipatía por el mundillo literario húngaro; las consideraban “demasiado alemanas”, es decir, excesivamente filosóficas, no suficientemente impresionistas y positivistas. Esto no fue más que el comienzo, por supuesto; a partir de entonces, Lukács sería atacado sin cesar desde la derecha, durante toda su vida. Lukács tampoco recibió una acogida mucho mejor en círculos de izquierda. Cuando se publicó su libro más importante, Historia y conciencia de clase (1923), fue atacado con fiereza tanto por la Segunda como por la Tercera Internacional. El libro no volvió a publicarse hasta la década de 1960. A Lukács le dieron un ultimátum: si quería seguir siendo miembro del Partido, tenía que repudiar el libro y someterse a autocrítica, que es lo que finalmente hizo.
En la Unión Soviética fue duramente criticado en la década de 1930. Poco después de trasladarse de Viena a Moscú, Lukács fue deportado a Tashkent y reducido al silencio. Sin embargo, en 1945 el Partido lo necesitaba –o mejor dicho, su fama– en Hungría. Aceptó volver allí a regañadientes; Alemania Oriental también era una posibilidad. Una vez establecida y consolidada la dictadura en Hungría en 1947-1948, el “debate en torno a Lukács” se relanzó con toda crudeza: lo tacharon de “desviacionista”, de “burgués”, dijeron que era un hombre que no estimaba el “realismo socialista” soviético (dicha sea la verdad: era efectivamente todo eso). De nuevo lo condenaron al silencio, le prohibieron enseñar o publicar en húngaro, aunque parte de su obra pudo cruzar la frontera clandestinamente para ser publicada en Alemania Occidental.

En 1956, Lukács participó en el gobierno revolucionario de Imre Nagy. Por eso fue detenido por los soldados soviéticos y deportado temporalmente a Rumanía. Cuando lo repatriaron, fue expulsado del Partido, proscrito y jubilado forzosamente. De nuevo tuvo que sacar sus textos clandestinamente al extranjero, esta vez a Alemania Occidental, donde la editorial Luchterhand comenzó a publicar sus obras completas (un proyecto retomado por la editorial Aisthesis en 2009). De nuevo se lanzó una campaña de injurias contra él en Hungría y la RDA; ahora lo calificaban de “revisionista” y, posiblemente, de “contrarrevolucionario”. Se dedicaron tomos enteros a justificar estas acusaciones, que incluso se tradujeron a varias lenguas.

En 1968, Lukács manifestó su simpatía con las reformas y protestas en Chechoslovaquia, así como con los movimientos juveniles de Occidente. Protestó contra la ocupación soviética de Praga, que le granjeó una nueva excomunión. Más tarde, sin embargo, volvió a ser admitido calladamente en el Partido y, con el inicio de las reformas en Hungría, hasta cierto punto rehabilitado. Sin embargo, esto último llegó demasiado tarde: murió en 1971. De manera absurda, los problemas políticos de Lukács no terminaron ni siquiera después de su muerte. En 1973, sus discípulos fueron condenados por el grupo ideológico del Comité Central y proscritos; perdieron su empleo y ya no les dejaron publicar.

Y ahora, en la Hungría de hoy, declaran a Lukács, a título póstumo, “enemigo del pueblo” por haber sido un dirigente comunista, un mimado del Partido, un propagandista al servicio del régimen de Kádár, el mismo régimen que quiso callarle y casi lo consiguió. Se pasa por alto, convenientemente, que participó en el gobierno revolucionario de 1956, celebrado oficialmente por los conservadores anticomunistas. Claro que Lukács fue, en efecto, un comunista, y en 1956 tuvo lugar una auténtica revolución socialista, en la que él participó.

Sin embargo, la revolución más importante de su vida ocurrió mucho antes, en 1917. Antes de la revolución bolchevique, Lukács era un conservador pesimista. Al igual que tantos escritores alemanes y austriacos de su época, odiaba a la burguesía desde la derecha. En 1917, sin embargo, superó todas sus reservas y reticencias y perdió todo respeto por las convenciones. Para él, como para muchos de su generación, la revolución trajo la salvación: salvó sus almas al proclamar el fin de la explotación, de la división en clases, de la distinción entre el trabajo intelectual y el manual, de la legislación punitiva, de la propiedad, la familia, las iglesias, las cárceles. En otras palabras, prometía el fin del Estado.

La revolución supuso también el final de la utopía. “La lucha de clases del proletariado”, escribió Lukács en 1919 (el año de la revolución comunista en Hungría), “es el objetivo mismo y al mismo tiempo su realización”. La fuerza motriz de la sociedad humana, por tanto, es la historia, no la utopía, porque los fines de la revolución proletaria no están fuera del mundo, sino dentro del mismo. Sería necio negar el sustrato religioso de esta visión de la historia, que resonaría de nuevo en algunos de los pronunciamientos subsiguientes de Lukács. Por ejemplo, a pesar de todos sus desengaños, insistió en seguir siendo miembro del Partido, pues extra Ecclesiam nulla salus, no hay salvación fuera de la Iglesia. Era su conciencia (por utilizar otro término religioso), y la de otros comunistas, la que pertenecía al Partido, no la política o la ideología de quienes eran los dirigentes en un momento dado.

En uno de sus escritos más importantes, El joven Hegel (publicado por primera vez en 1948), Lukács cuenta la historia de un gran pensador que llamó a la revuelta contra la positividad, es decir, contra una cristiandad eclesiástica que consideraba la religión como una mera tradición y una valiosa red de instituciones, que prefería las catedrales a los evangelios, un pensador que después, irónicamente, se convirtió en el máximo defensor del orden tradicional, de la positividad, a fin de salvar algunos logros de la Revolución francesa frente al romanticismo reaccionario y al fanatismo. Creo que esta historia es la autobiografía intelectual del propio Lukács por figura interpuesta. Entre líneas, admite la derrota.

Los públicos occidentales solo conocen el anticomunismo liberal, del tipo que crearon antifascistas emigrados como Karl Popper, Hannah Arendt y Michael Polanyi, al igual que figuras que habían sido de extrema izquierda como George Orwell, Ignazio Silone y Arthur Koestler. Después de 1968, este tipo de anticomunismo fue retomado por disidentes y grupos clandestinos de derechos humanos de Europa Central y Oriental y de Rusia. Sin embargo, en Occidente se sabe bien poco del anticomunismo del tipo “guardia blanca”, que prevaleció en el continente europeo en el periodo de entreguerras, y que ahora ha renacido triunfante en la Europa Central y Oriental contemporánea, incluida Hungría. Este suele ver en el socialismo y el comunismo la revuelta del Untermensch, de los miembros biológica y espiritualmente inferiores de la sociedad. Para estos anticomunistas, el comunismo no comporta demasiado poca libertad, sino un exceso de la misma, y la idea de la igualdad es un pecado contra natura.

Son los mismos que consideran que “cristiano” significa “gentil” y que el sufragio universal implica el dominio del populacho, del mismo modo que “constitución” y “Estado de derecho” significan pérdida de coraje. Esta gente cree en el látigo y en el palo, en poner a las mujeres en su sitio y en echar a los homosexuales a patadas escalera abajo. Creen en hacer negocios con el moreno levantino y esquilmarle. Y al margen de lo que pensemos sobre la colocación de efigies de pensadores controvertidos para las palomas en los parques, una cosa debemos entenderla: son estos anticomunistas lo que destruirán la estatua de Lukács. Dispersarán el contenido de los Archivos de Lukács (que son propiedad de la Academia de Ciencias de Hungría, que los administra y que es demasiado temerosa para hacer nada al respecto) en varios rincones polvorientos de Budapest.

Además, Lukács era judío. El régimen no declara abiertamente su antisemitismo, pero su campaña forma parte de una dinámica general antijudía. La presencia de Lukács como destacado testigo y filósofo de algunas de las mayores revoluciones de la humanidad moderna no puede ser tolerada por un régimen como el de Viktor Orbán. Simplemente no puede. Su “Sistema de Cooperación Nacional” rinde culto al fútbol y al aguardiente.

G. M. Tamás es un filósofo marxista e intelectual público húngaro. Actualmente es profesor invitado del Institut für die Wissenschaften vom Menschen (Instituto de Antropología) de Viena.

Fuente: http://www.vientosur.info/spip.php?article12335

Publicado originalmente en: https://lareviewofbooks.org/article/the-never-ending-lukacs-debate/