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sábado, 28 de julio de 2018

_- Notas sobre Siria y el advenimiento de la tanatocracia global

_- Jules Etjim

Path & Bridges

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Theodore Gericault, pinturas preparatorias para La balsa de la medusa (1818-1819)

El monstruo más frío
En Así habló Zaratustra, Nietzsche llamaba al Estado el monstruo más frío; podríamos añadir que no hay Estado tan frío como una tanatocracia. En estos momentos existen realmente muy pocos regímenes tanatocráticos auténticos, pero incluso utilizando la definición más estricta (aquí hacemos uso de la más imprecisa), Siria se clasifica como tal sin ambigüedades. Siria es un Estado tanatocrático cuya cleptocrática élite gobernante ha intentado mantener a toda costa su gobierno recurriendo sin cortapisas al genocidio, torturando y asesinando sistemáticamente a su pueblo a escala industrial utilizando la muerte, directa e indirectamente, para administrar a la población a través de una escalada de estrategias gubernamentales que van reduciendo una demografía específica, destruyendo todas aquellas ecologías sociales que cree alimentan la rebelión. La destrucción genocida o desagregación de algunos grupos sociales por parte del Estado va acompañada de una serie de esfuerzos para conseguir un ambiente favorable a otras demografías consideradas compatibles con el imperativo principal: la supervivencia de la élite gobernante.

Desde luego, en el Norte global, en gran medida pacífico, y en otros lugares, muchos verían con malos ojos la sugerencia de que Asad (y sus aliados) son responsables del medio millón o más de sirios asesinados desde 2011, aunque Asad realmente lo sea. Eso es más de medio millón de personas asesinadas en una población de 22 millones, de las cuales 5,6 millones han huido del país creando una espantosa crisis de refugiados, con millones de seres obligados a vivir en campamentos que cada vez son más grandes en el Líbano, Jordania y Turquía, y varios millones más de desplazados dentro de Siria. En su guerra para aplastar la revuelta del pueblo sirio, Asad y sus aliados han utilizado tanques, aviones de combate, ataques de misiles, bombas de barril, fósforo blanco, gas de cloro, gas sarín y otras armas, asediando ciudades, suburbios, pueblos y sus poblaciones civiles.

Thomas Hobbes en Damasco

En un breve artículo “El peligro de un ‘estado de naturaleza’”, escrito en septiembre de 2011, meses después de que se iniciara la “Primavera Árabe”, Yassin al-Haj Saleh, el veterano activista que pasó muchos años en las prisiones baazistas del padre de Asad, Hafez, fue el primero en dar la alarma sobre la degeneración de la rebelión popular contra Asad. Saleh trazó el peligroso giro hacia la militarización defensiva por parte de la revolución, un cambio que en sí mismo no fue sino la reacción a la implacable contrarrevolución de Asad (1).

La revolución siria (y la “Primavera árabe”) es el acontecimiento histórico más importante desde el colapso de la Unión Soviética, pero no ha recibido la atención que merece. Tal vez se deba a que la “Primavera Árabe”, cuyo punto de partida fue Túnez, se encontró con fuertes vientos en contra después del período inicial de lucha ascendente entre 2010-2011. A la revolución egipcia se la hizo fatalmente retroceder cuando el primer presidente democráticamente electo del país, Mohamed Morsi, fue derrocado con un golpe de Estado contrarrevolucionario organizado por el ejército egipcio tan sólo un año después de ocupar el cargo. Otra razón del abandono de la revolución siria es el fracaso de la izquierda global, especialmente en Europa y América del Norte, a la hora de construir un movimiento de solidaridad en su apoyo. Lo que sucedió en cambio, en la medida en que la solidaridad se extendió a cualquiera de las partes en Siria, fue que la tanatocracia de Asad resultó ser la principal beneficiaria. La izquierda global se ha mostrado en muy gran medida indiferente ante los crímenes de un régimen donde la vida está subordinada a la muerte y la precariedad biológica es la norma, y donde a un número inconcebible de personas se le impone la muerte física, social y cultural.

A pesar del sufrimiento de su pueblo, Siria es comúnmente observada a través del prisma de la posverdad y el escepticismo nihilista. Gran parte de la izquierda global se ha unido a las filas crecientes de excéntricos que trafican con teorías conspirativas que promueven el punto de vista, cuya falsedad es demostrable, de que el régimen asesino de Asad fue blanco de un intento de cambio de régimen por parte de EE. UU., considerando a los opositores revolucionarios de Asad a través de las lentes del orientalismo y la islamofobia. Este diabólico consenso de cajón de sastre repite como papagayo la propaganda asadista que retrata a Asad como una combativa oposición laica en lucha contra una oposición dominada por jihadistas salafistas. En siete años de lucha brutal de Asad para aplastar la “Primavera Siria”, pocos han intentado documentarse sobre qué es lo que está realmente sucediendo en Siria ni se han interesado en escuchar las voces de los sirios comunes: esas personas que, a pesar de su sufrimiento, son literalmente invisibles o meras cifras para los miedos paranoicos y las ansiedades de los ciudadanos del Norte global.

En una apropiación deslumbrante, Yassin al-Haj Saleh invocaba al filósofo político del siglo XVII Thomas Hobbes para comprender el peligro a que se enfrentaba la revolución siria, las señales mórbidas de que estaba descendiendo a un "estado de naturaleza ‘esencial’" debido a la brutal contrarrevolución del Estado "neosultanista" de Asad (como más tarde caracterizó Saleh al Estado del Baaz). Saleh creía que la revolución, de forma perversa, había comenzado a reflejar la contrarrevolución en el proceso de defenderse. La adversidad generó una lucha dominada por la "política de supervivencia", mientras que el "estado de naturaleza" era, en principio, opuesto a la razón, que es el fundamento de cualquier política. La caída en el "estado de naturaleza" presagió la destrucción de la política, y la política es el alma de cualquier lucha revolucionaria, ya que encarna la autonomía y autodeterminación del pueblo (2).

El descenso al "estado de naturaleza" indicó que la sociedad estaba "perdiendo su autocontrol" y la cristalización de una tendencia social presente en la revolución misma. En cuestión de meses, la naturaleza abierta y "cívica" de los primeros días de la revolución, patente en el rol jugado por una variedad de grupos de la sociedad civil, en el activismo visible de las mujeres y demás, comenzó a erosionarse mientras el puebblo luchaba contra el "poder brutal" de Asad. Saleh argumentó que la degeneración se hizo evidente en la disposición a recurrir a las armas para la autodefensa y en el crecimiento de la influencia religiosa, que vio cómo las identidades heredadas desplazaban a identidades seculares más inclusivas dentro del campo anti-Assad. Inevitablemente, se produjo una transición desde las consignas que repudiaban el salafismo a la vez que se subrayaban las aspiraciones democráticas de la revuelta, a los eslóganes con connotaciones islámicas o religiosas más tradicionales. En las primeras semanas de la revolución, las protestas callejeras eran "civiles, emancipadoras y humanistas", pero de forma muy rápida la "cara pública" de la revolución comenzó a hablar el "lenguaje del islam" (3).

En los años siguientes, Saleh revisó el papel cambiante de la violencia en la sociedad siria: la atomización de la población provocada por el “estado de tortura” de Asad y los problemas que el campo revolucionario tuvo que enfrentar, mientras la violencia como autodefensa era cada vez más indiscriminada y amenazaba con desmoralizar y socavar la revolución misma con la transición a la “ultraviolencia” o “nihilismo militante”, como Saleh lo caracterizaría, en particular conectando al segundo con los objetivos milenaristas del fundamentalismo religioso en su propia valoración evolutiva del papel político del salafismo.

Reflexionando sobre la “máquina de matar” de Asad, Saleh señalaba el impacto de los anteriores conflictos militares y civiles en la región, el conflicto civil en Líbano y la invasión y ocupación de Iraq por parte de la coalición, para ilustrar la afinidad electiva entre guerra civil y guerra sectaria o lo que Thomas Hobbes denominaba la “guerra de todos contra todos”: el “estado de naturaleza”, donde el odio alimentaba el odio y el asesinato provocaba más asesinatos, en un ciclo mimético similar al ciclo de violencia y derramamiento de sangre que René Girard pensaba que definía la crisis sacrificial periódica que asolaba a la sociedad. Como Saleh observaba:

“Esta es la supuesta ‘condición natural’ de la humanidad, en la que todos están en guerra con todos, tal como Thomas Hobbes describió en su ‘Leviatán’ a mediados del siglo XVII. Pero el estado de naturaleza no es de hecho una condición ‘natural’; es una coyuntura histórica” (4).

Curiosamente, el telón de fondo político y social del “Leviatán” de Hobbes (1651) fue la Guerra Civil inglesa, una turbulencia significativa en lo que era una sociedad capitalista emergente. No se conoce el número exacto de víctimas de las tres diferentes fases de esa guerra, aunque muchos historiadores estiman que las muertes alcanzaron la elevada cifra de 180.000 muertos a causa de la lucha y de las enfermedades; alrededor del 3,6% de la población (una gran proporción eran combatientes, aunque hubo 40.000 civiles entre los muertos). Se estima que alrededor del 2% de la población se vio obligada a desplazarse. En comparación, el 2,6% de la población británica murió en la Primera Guerra Mundial, aunque la Guerra Civil inglesa no se compare con los conflictos fratricidas masivos modernos, ya sean del siglo XX o del actual, donde la naturaleza de la guerra y el conflicto ocupan de forma clara, en general, un nivel totalmente diferente.

Detalle de la portada del Leviathan (1651)

En un reciente y sorprendente artículo “Amor, tortura, violación… y aniquilación”, escrito en el exilio, Saleh explora la relación entre el odio, la tortura y la violación en el contexto de la experiencia siria. Saleh empieza señalando que, en general, el amor une a la humanidad, especialmente el amor erótico exclusivo de los amantes; une al separarnos de nosotros mismos y por eso nos permite encontrarnos a nosotros mismos. El amor es revelación, reconocimiento mutuo y amor a medida que la intimidad difumina los límites cuando uno se convierte en dos o en Uno de Nosotros. En contraste absoluto, la tortura aniquila los límites de forma muy diferente porque persigue a su víctima dentro de sí misma. A diferencia del amor, la tortura no es una relación sino un no vínculo de destrucción que es brutalmente invasivo y se produce con una variedad de objetivos y motivaciones por parte de un torturador o del “estado de tortura”. La exposición de Saleh es sútil y se deriva evidentemente de la experiencia de haber pasado muchos años en las cárceles baazistas. Sin embargo, el interés del análisis de Saleh es su aprehensión de ciertos argumentos globales sobre la naturaleza de nuestra época.

Saleh distingue entre tres tipos de tortura o violación. La primera, la tortura interrogatorio o de investigación persigue ampliamente crear una guerra civil dentro de la víctima individual para que se traicione a sí misma. En esta circunstancia, el instinto de supervivencia individual y su compromiso con una “obligación superior” o “ser social” se enfrentan entre sí. En Siria, con anterioridad a 2011, esos objetivos de tortura podían incluir también la destrucción de grupos de la oposición proscritos sin tener necesariamente como objetivo la destrucción física de los individuos. El segundo tipo de tortura es la tortura de represalia, que tiene como objetivo humillar a sus víctimas y conducir a la destrucción física o psicológica de los individuos. Según Saleh, la prisión de Tadmor de Hafez al-Asad y la de Saidnaya de Bashar tenían ambas como objetivo “crear una memoria inolvidable, dirigida mucho más allá de la persona torturada”, para intimidar e impedir que la población se rebelara. Así pues, el cuerpo torturado era la “valla publicitaria” para la obediencia. El tercer tipo de tortura, la exterminadora, se explica por sí misma.

La transición de la muerte bajo tortura a torturar para matar fue algo consecuente. Era un síntoma de la matanza sistemática y masiva de personas en forma regular durante un período de tiempo más o menos prolongado. En su ensayo sobre “necropolítica” (debatido más adelante), Achille Mbembe invocó la obra del historiador italiano Enzo Traverso sobre los orígenes del Holocausto, que exploró la afinidad entre los campos de exterminio nazi y los procesos industriales similares a la línea de producción característica de la modernidad de Ford. En 2013, un fotógrafo a sueldo del Estado asadista, conocido como “César”, sacó a la luz 53.000 fotos que constituían el catálogo burocrático de rutina con los cadáveres cerosos y emaciados de quienes habían muerto bajo tortura. Al hacer eso “César”, que huyó de Siria, brindó una visión tenebrosa del Estado como máquina de matar organizada, o como sostenemos, una tanatocracia. Saleh mismo señala que los tres tipos de tortura se han difuminado en la práctica en otros dos tipos, mientras que a un nivel más general apunta a una transición histórica de una forma de tortura a la adopción de otra forma. Por ejemplo, desde principios de los años setenta hasta principios de los años ochenta, puede decirse que Siria sobrepasó, con la normalización de la tortura, determinadas fronteras sociales o solidaridades establecidas desde hace tiempo. La “lección” sobre la tortura tenía como objetivo que todos la internalizaran, incluido el torturador, que se transformó en un instrumento voluntario del "estado de tortura". La transición a la tortura exterminativa -en nuestros términos, la transición a la tanatocracia- fue parte de un continuo genocida que revela que el Estado ha conseguido la “libertad absoluta” para sobrepasar los estándares y límites humanos sin ningún límite normativo o ético que no sea el límite práctico (5).

Una pregunta importante que se plantea a partir de la tragedia siria es cuánto de lo que se ha ido desplegando en los últimos siete años sintetiza tendencias globales más amplias del conflicto social y la guerra, y cuántos acontecimientos se derivan de las tendencias inmanentes a la sociedad siria, a la naturaleza específica o psicopatología del Estado baazista y a su singular evolución histórica. La respuesta a esta pregunta debe tener mucho que ver, de forma específica, con la naturaleza de lo que Saleh llama el “Estado neosultánico” de Asad. Sin embargo, está claro también que Siria tiene un significado global en una variedad de formas. Por ejemplo, como Saleh sostiene en un interesante párrafo:

“Hay una fuerte dimensión internacional en el genocidio sirio que casi no tiene parangón en la historia y que podría vincularse, con nuevas investigaciones, a la islafomobia emergente como la forma más destacada de racismo en el mundo actual.”

En otra parte del mismo artículo, Saleh señalaba la existencia en Siria de un "Estado de excepción permanente", específicamente en relación con el destino de las víctimas de la tortura. También Saleh aludía a un importante debate sobre la naturaleza contemporánea del poder soberano (el Estado) en la era globalizada, especialmente las relaciones entre el Estado, la violencia, el ciudadano, el nomos, la biopolítica, el poder y el Estado de excepción. Fue el pensador y teórico político italiano Giorgio Agamben quien impulsó este debate clave sobre la naturaleza y trayectoria del poder soberano y el Estado global de excepción en una serie de obras, particularmente en “Homo Sacer: Sovereign Power and Bare Life” (1995) y “Estado de excepción” (2003). Agamben hizo esto reuniendo los hilos de dos contribuciones diferentes a la teoría política en dos épocas diferentes. En primer lugar, el debate subterráneo entre el pensador jurídico conservador Carl Schmitt, que ocupó puestos importantes en el establishment jurídico alemán bajo el Tercer Reich, y Walter Benjamin sobre el “estado de excepción”. El otro hilo utilizado por Agamben fue el relato de Michel Foucault sobre biopolítica, biopoder y gubernamentalidad.

¿Necropolítica?

Tomando prestado un neologismo utilizado por Achille Mbembe en su influyente ensayo “Necropolitics” (2002), Asad ha creado “mundos de muerte”, desplegando su “maquinaria de guerra” (6) en espacios o “zonas de excepción” caracterizadas por una única forma de existencia social que ha proliferado en la era globalizada del capitalismo tardío, donde poblaciones enteras se convierten en objeto de la destrucción desatada por una “maquinaria de guerra” autónoma o sin freno. Las poblaciones son desperdigadas, convertidas en “apátridas”, exterminadas, sometidas de forma brutal para la extracción de recursos o riquezas, privadas de la capacidad para ganarse la vida, asediadas, sometidas a una “muerte invisible” por hambre, obligadas a convertirse en soldados de la “maquinaria bélica”, etc. Mbembe citaba un artículo de Zygmunt Bauman de 2001, en el que sugería que en la era de la guerra globalizada y asimétrica la soberanía se había vuelto borrosa.

La aparición de agentes militares no estatales desdibuja la división entre lo público y lo privado, y en algunas zonas del mundo derribó el monopolio estatal de la violencia. Este desarrollo se hizo evidente con la aparición de “maquinarias de guerra” de las que podría decirse que funcionan como organizaciones mercantiles privadas dedicadas al saqueo, de forma parecida a la Compañía de las Indias Orientales a finales del siglo XVIII. A menudo, estas “maquinarias de guerra” estaban fuera del alcance del Estado, o eran una extensión del Estado como contratista capaz de trabajar codo con codo con el Estado, aunque esto no siempre fue así, y la relación podía ser conflictiva con la “maquinaria de guerra” que luchaba para uno o más Estados. La “maquinaria de guerra” podía explotar vínculos y redes trasnacionales mientras actuaba en zonas de crisis sin ley donde la autoridad del Estado era débil o se había degradado en una nueva era de “guerras inciviles”, como John Keane las definía (7).

El colapso de las economías formales o la lucha por los recursos o riquezas podría reforzar el dominio de la “maquinaria de guerra” o crear las condiciones para su surgimiento, como en las “economías paramilitares” en zonas de África devastadas por la guerra civil. En algunos de estos escenarios distópicos, la “maquinaria de guerra” podría aspirar a desplazarse o apoderarse del Estado y constituirse a sí misma como el único poder soberano que ocupa un territorio demarcado, convirtiéndose efectivamente en un Estado putativo. Pero en “ New and Old Wars: Organized Violence in the Global Era” (1999), Mary Kaldor observó que en algunas de estas zonas de conflicto el Estado fomentaba la formación de grupos armados o milicias que esencialmente operarían fuera del alcance del Estado, pero en su nombre. Para Kaldor, el neoliberalismo y la globalización han remodelado la anatomía de la guerra y el conflicto desafiando el antiguo modelo westfaliano de la inviolabilidad de la soberanía e integridad territorial, haciendo hincapié en el surgimiento de nuevas fuerzas trasnacionales, de políticas de identidad potencialmente desestabilizadoras, de una economía de guerra globalizada y de la descentralización de la violencia (8).

En esta era, en la etapa venidera de la tanatocracia como la describiremos, la precariedad biológica se generalizó al afectar a más grupos y poblaciones. También la “gubernamentalidad” (Michel Foucault) se reconfigura como formas contemporáneas de subyugación de la vida a la muerte -la necropolítica de Mbembe-; el cambio y las poblaciones se convierten en objeto de la imposición de nuevas técnicas de vigilancia y disciplina. El argumento general de Mbembe se hace fuertemente eco de la propia reelaboración de Agamben del relato de la modernidad y la biopolítica de Michel Foucault, que este esbozó en su curso de conferencias del Colegio de Francia a finales de la década de 1970 (9).

Agamben estaba interesado en cómo la biopolítica, como aspecto distinto del poder soberano (el Estado), excluía a ciertos grupos, en cómo el Estado o la gubernamentalidad se caracterizaba por una tendencia creciente a intervenir en las vidas de los ciudadanos para mantener una identidad racial homogénea. Entonces, ¿cómo fue que las estrategias biopolíticas del poder soberano moldearon el cuerpo político mientras ese poder iba capturando o promulgando narrativas ideológicas-imaginarias de identidad racial y nacional que ayudaron a determinar quién estaba “adentro”, una parte de la ciudadanía, y quién estaba “afuera”, convirtiéndose en un tema central del pensamiento político contemporáneo? (10).

Como en la biopolítica de Foucault, Mbembe sugería que los orígenes de la necropolítica podían remontarse a la evolución del Estado moderno con su extensión de los dispositivos del poder, subrayando la poderosa importancia formativa del racismo, el colonialismo, el imperialismo o la necropolítica. La necropolítica del Estado precipitó a grupos enteros al estatus de “muertos vivientes” o colocó a determinados grupos fuera de la población, literalmente como un cuerpo extraño. Grupos como los migrantes y refugiados se “convirtieron en objetos” y pasaron a considerarse menos que humanos. El Estado moderno, como poder soberano dominante en la mayor parte del mundo, determinaba quién importaba y quién no, quién era ciudadano y quién debería ser expulsado del círculo de la ciudadanía, convirtiéndose finalmente en alguien “desechable” (Mbembe). Las poblaciones que fueron marginadas o se volvieron invisibles también podrían verse privadas de la plena capacidad de ganarse la vida, forzadas a ocupar un espacio económicamente liminal. Un ejemplo obvio lo tenemos en la estrategia de asedio de las fuerzas israelíes de ocupación en Gaza y Cisjordania, una combinación peculiar de lo medieval y lo moderno. Aquí tenemos literalmente un estado de sitio que es permanente, una forma indefinida del “estado de excepción” cuyo final es difícil de imaginar o concebir. Poblaciones enteras han sido deliberadamente aisladas de la posibilidad de seguir una vida cotidiana normal en lo que efectivamente era una ocupación colonial tardía donde tres poderes se superponían y se condensaban en el poder soberano: el disciplinario, el biopolítico y el necropolítico, con capacidad para dar (moldear) y retener la vida.

Curiosamente, Mbembe afirma que una debilidad de la concepción de Foucault sobre la biopolítica fue su fracaso a la hora de abordar la cuestión central del racismo: el hecho de que una población pudiera ser racialmente jerarquizada. Elvira Basevich presentó una acusación similar respecto a Agamben, afirmando que la concepción de este último del Estado moderno conservaba un elemento normativo, mientras que el Estado, en tanto en cuanto poder soberano, presuponía tácitamente una ciudadanía legítima invariablemente definida por la exclusión del Otro. Hasta donde Basevich podía juzgar, Agamben no había valorado del todo el grado en el que se identificaba al Otro en el terreno ideológico-imaginario de la “raza” o el etnonacionalismo (11).

¿Necropolítica o tanatocracia?

La tesis sobre necropolítica de Mbembe representó una reflexión provocadora sobre la guerra y el conflicto en la era globalizada, pero existía el peligro de minimizar la continuada importancia del Estado como poder soberano, de proponer inadvertidamente una comprensión normativa del Estado cuando, en realidad, con la llegada de la modernidad, la historia del Estado indicaba que este era una entidad mucho menos estable y más fluida que lo que sugeriría una dicotomía entre Estado y "maquinaria de guerra". El Estado todavía era fundamental en la era neoliberal y globalizada. Fue un concepto erróneo común pensar que el "giro neoliberal" de la década de 1970 significaba una importante disminución de la influencia del Estado, ya fuera a expensas de las instituciones trasnacionales o del mercado mundial.

La imagen del papel cambiante del Estado -desde el principio, el Estado estuvo en el corazón del "giro neoliberal"- fue muchísimo más compleja que algunas de las engañosas narrativas sobre la retirada del Estado. Además, una característica axial definitoria del sistema global consistía en que todavía había una jerarquía competitiva de Estados en constante cambio, aunque esta no era la única característica axial definitoria del capitalismo tardío. Esta nota de advertencia que propone la continuada preeminencia del Estado no implica que Mbembe haya malinterpretado radicalmente el destino del Estado, sino que simplemente destaca que la comprensión de Mbembe de la necropolítica asume explícitamente que el campo de la necropolítica no es exclusivo del Estado, que una agencia no estatal que aspire a la soberanía, incluyendo el ejercicio de la elaboración de leyes y la preservación de la violencia del derecho como una manifestación de poder (Walter Benjamin) en territorios específicos demarcados, también podría practicar la necropolítica. Aun así, tomando en serio estas restricciones y otorgando la relevancia de la necropolítica en la era globalizada, debemos aclarar que lo que sigue se centra en la tanatocracia moderna: a grandes rasgos, en un Estado que de forma regular, sistemática y activa mata a un número significativo de personas (12).

El Estado de Asad como tanatocracia

Sugerir que el Estado asadista-baazista es una tanatocracia en estado avanzado no implica necesariamente que surja de la lógica interna en desarrollo que define a todos los Estados, o que la tanatocracia ocupe simplemente una ubicación identificable en un espectro o tipología del Estado moderno. A nivel abstracto, podría concederse que cualquier Estado puede convertirse en tanatocracia pero, en la realidad, es un escenario extremadamente improbable para la mayoría de los Estados. Eso no significa que el Estado asadista-baazista como tanatocracia sea completamente singular o único, pero reconocer el Estado asadista-baazista como tanatocracia simplemente nos lleva al umbral del análisis. Todos los Estados nacionales reclaman, de forma clara, un monopolio (territorial / defensivo) de violencia legítima y, en última instancia, esa legitimidad no se refiere a los límites de la violencia que cualquier Estado pueda ejercer, sino que se relaciona con la cuestión de la soberanía: ¿qué poder o autoridad es capaz de ejercer la violencia para mantener el orden social y la seguridad del Estado? La implicación es que no existen límites teóricos (o éticos) o límites a la violencia que un Estado, como poder soberano, pudiera desatar, sólo límites prácticos. En última instancia, esto es lo que hace eminentemente posible un holocausto nuclear y la extinción de la humanidad. El exterminismo fue quizás la otra cara de la moneda de la creencia de Jacques Camatte de que la rebelión global o revolución social había muerto porque el capital había escapado a la danza de la muerte con su némesis proletaria teórica mientras la humanidad estaba experimentando un proceso de “domesticación” en el capitalismo tardío. La muerte y el genocidio eran el corazón de la naturaleza secreta del Estado y esta realidad fundamental del Estado moderno resultaba difícil de comprender para una mente en pleno uso de sus facultades (13).

Podría parecer que el poder soberano (el Estado) acepta el imperativo ético o la voluntad popular del pueblo (democracia, etc.) o incluso la diplomacia (tratados y obligaciones internacionales) como límites o controles para el ejercicio de la violencia legítima, pero esto es engañoso porque lo que el poder soberano puede aparentemente aceptar en un momento, puede repudiarlo al siguiente. Dentro del Estado, la soberanía reside finalmente en el puente de mando del ejecutivo, más o menos aislada de cualquier presión o influencia popular externa. Por lo tanto, en el análisis final, el poder soberano siempre recurrirá a la violencia para salvaguardarse como poder soberano. Leviatán nunca se repudiaría a sí mismo.

¿Cuándo se convirtió Siria en una tanatocracia? De forma clara, la contrarrevolución feroz de Asad que se movilizó para aplastar a la “Primavera Siria” marcó un cambio cualitativo en la actividad asesina del extenso aparato represivo del Estado, pero también podríamos argumentar que Siria ya había cruzado ese Rubicón y se había convertido en un Estado de “asesinato masivo” (caracterización de Yassin al-Haj Saleh) en algún momento de las cuatro décadas anteriores de ascendencia del Partido Baaz. Este es el argumento que preferimos porque, aunque es obviamente cierto que la matanza se ha intensificado masivamente desde 2011 debido a la defensa de tierra quemada del gobierno de Assad, una gran proporción de esas muertes podría haber sucedido en el curso “normal” del gobierno asadista, aunque dentro de los aparatos de seguridad y prisiones, como sucedía antes de 2011 (14).

¿Tanatocracia global?

Quizá sea Siria la única tanatocracia de pleno derecho en el sistema global hoy, aunque un país como Corea del Norte con su extensa, aunque recientemente racionalizada cadena de gulags que anualmente se cobra la vida de miles de desconocidos mediante inanición, disparos, enfermedades y trabajos forzados, debe ser también candidato para este exclusivo club. Sin embargo, hay otros países que son candidatos potenciales para que los clasifiquen como tanatocracia. Las Filipinas de Rodrigo Duterte es un candidato marginal, y otro candidato -quizás- menos marginal es Myanmar, que ha desencadenado una limpieza étnica genocida contra su minoría rohingyá. No obstante, aunque esta brutal carnicería contra los musulmanes rohingyá es grave y horrenda, ha sido un acto temporalmente delimitado en términos de escalada militar de violencia y terror cuyo principal objetivo es expulsar a cientos de miles de musulmanes rohingyá al vecino Bangladesh, mientras promueve que otros grupos étnicos se establezcan en la región Rakáin. Sin embargo, reconocemos que, como caso límite, esta interpretación de Myanmar está abierta a debate e invita a una mayor investigación. Pero no debe haber duda de que el destino del pueblo rohingyá no es menos aterrador dependiendo de que Myanmar sea o no etiquetada como tanatocracia. Significativamente, al pueblo rohingyá se le ha negado la ciudadanía en Birmania/Myanmar desde que se introdujo una Ley de Ciudadanía de 1982, que extendía la ciudadanía a muchos grupos y etnias diferentes que son tratados como parte del tejido social multiétnico del país. Esta Ley de Ciudadanía se reforzó en julio de 2012, solo dos años después de la llegada de la democracia y el retorno al gobierno civil, cuando este gobierno publicó una lista de los grupos y etnias considerados partes legítimas de la población de Myanmar. Los rohingyá no aparecían en la lista.

A nivel global, es cada vez más visible, convirtiéndose en un tema explícito del discurso en todo el espectro político, la lógica biopolítica subterránea que asume que grupos específicos de ciudadanos son grupos demográficos etno-nacionalistas distintos que pertenecen a un territorio particular organizado por tal o cual Estado. En relación con Siria, Yassin al-Haj Saleh rastrea la degeneración de la ideología del panarabismo, una falsa ideología radical de los años de posguerra vinculada al radicalismo anticolonialista y antisionista en su resultado: el arabismo absoluto de los años setenta. El telos del arabismo absoluto era paranoico, de uniformidad coercitiva y hostilidad hacia los enemigos internos y externos (los primeros eran los agentes de estos últimos). Tras la toma del poder por Hafez al-Asad en 1970, el arabismo absoluto degeneró finalmente en una sospecha sectaria respecto a la mayoría suní en Siria, que fue objeto de un decidido intento de marginación y represión. La cultura “oficial” de la camarilla gobernante de Asad era en apariencia laica y moderna, enfrentándose supuestamente al tradicionalismo. Pero esa apariencia (a menudo destinada al consumo de Occidente) era extremadamente engañosa y, en realidad, el arabismo absoluto de la élite gobernante despreciaba profundamente a las masas sirias; era racista y elitista y se hacía eco de la islomofobia occidental. En Siria, la élite dominante bloqueó con firmeza la verdadera movilidad social y actuó a nivel interno como un primer mundo rematado de discursos orientalistas. Buscaban reforzar su dominio, riqueza y poder favoreciendo a sus propias sectas y clanes aliados. En la Siria de Asad, la secta se ha convertido en una nueva forma de destino: en términos de Mbembe, la élite practicaba una forma de necropolítica al imponer una forma de "asesinato invisible" con las masas marginadas (15).

En este contexto, es difícil negar que si bien el Estado como tanatocracia es relativamente novedoso como desarrollo contemporáneo, la tanatopolítica global es cada vez más visible en la inflación del racismo, nativismo y nacionalismo en el contexto de la crisis social, económica y política y la guerra y el conflicto descentralizados. A medida que la tanatopolítica se metastatiza, la defensa de la etno-nación o de sus ciudadanos definidos contra el Otro se vuelve cada vez más estridente, como indica el nuevo gobierno de coalición de Italia entre la Liga Norte y el movimiento populista Cinco Estrellas. Este gobierno recién elegido no perdió el tiempo para atacar a los romaníes, refugiados y migrantes que intentan llegar a Europa. El Otro se convierte en un marcador de posición de todos los males sociales de la sociedad, reales e imaginarios, y en el objetivo de diversos pánicos morales que presagian las próximas emergencias eco malignas y catástrofes del mañana. Una técnica ideológica-imaginaria que refuerza la falsa identidad etno-nacionalista, la imaginaria comunidad homogénea donde se elimina la diferencia, consiste en crear una división entre nosotros y el Otro que refleje la bifurcación discursiva de adentro/afuera. El Otro pertenece al afuera, no al adentro. Si el Otro de alguna manera se encuentra adentro, se identifica para que pueda ser vigilado y controlado y, por lo tanto, finalmente expulsado o eliminado. La parábola de esta lógica es en última instancia totalitaria.

Hoy, la Fortaleza Europa ejemplifica esta lógica política maligna, ya que el refugiado y el migrante son representados como los portadores socialmente desorientadores de la enfermedad, el crimen, el desempleo, encarnando creencias religiosas y culturas vilipendiadas y no deseadas. Los migrantes y los refugiados rara vez son considerados como potenciales ciudadanos o como ciudadanos electos, como lo indica la perturbadora deriva de las mareas políticas en Italia, Hungría, Polonia, Grecia, Austria y otros lugares. En Alemania, que dio la bienvenida a cientos de miles de refugiados, muchos de ellos de Siria, el capital político de Angela Merkel casi ha desaparecido, mientras sus socios de la Coalición obligan a su gobierno a dar marcha atrás en la reciente generosidad hacia los inmigrantes y refugiados. Sin embargo, el movimiento laboral libre y sin restricciones, sin lugar a duda una ganancia social progresiva significativa, sólo existió dentro de las fronteras de la Unión Europea entre sus Estados miembros. Recientemente, el United Europe for Intercultural Action (una red compuesta por 550 grupos antirracistas) emitió un informe que recopila los nombres de los 34.361 refugiados y migrantes que se sabe que han muerto intentando llegar a Europa desde 1993, de los cuales 27.000 se ahogaron en el Mediterráneo. El grupo UEIA admite que esa cifra es un cálculo muy bajo, ya que muchos más refugiados y migrantes desconocidos y no identificados han muerto tratando de llegar a Europa. Desde 1993, los gobiernos europeos, independientemente de su naturaleza política, han adoptado medidas draconianas, represivas y racistas contra los migrantes y refugiados, a la vez que desvían cada vez más recursos para detener este trágico éxodo humano que llega a Europa (16).

El crecimiento del nativismo y el racismo en Europa es un barómetro de la metástasis de la tanatopolítica o necropolítica como defensa del ciudadano frente al Otro, considerado como una especie de mensaje de las próximas emergencias eco malignas, una manifestación de la catástrofe que colorea cada vez más la política global. A medida que la tanatopolítica se extiende a lo largo del discurso político y la conversación nacional y mundial, amenaza con extinguir toda política. La tanatopolítica global venidera es inseparable del renacimiento del fascismo y la comprensión de su troika maligna es la condición previa para una resistencia eficaz contra todo ello.

Notas

(1) Artículo de Yassin al-Haj Saleh, “El peligro de un estado de naturaleza”, aparece en una colección de sus escritos sobre la revolución siria recogidos en su libro “Siria, la revolución imposible” -Ediciones del Oriente y del Mediterráneo- (2018).

(2) Ibid.

(3) Ibid.

(4) Ibid. Curiosamente, CB Macpherson ha cuestionado la lectura tradicional y casi universal de lo que Hobbes estaba argumentando con su hipótesis del "estado de naturaleza", sugiriendo que no pretendía ser una descripción histórica real de las sociedades preestatales ni proponía que una "guerra de todos contra todos” fuera inevitable en ausencia de un poder soberano (el Estado) para “intimidar” a todos los hombres. Este es un argumento que intentaremos abordar en un futuro cercano. Véase C.B Macpherson “The Political Theory of Possessive Individualism: Hobbes to Locke” (edición de 1979) pp.19-46.

(5) Yassin al-Haj Saleh: “Love, Torture, Rape…and Annihilation: A letter to Samira”, en:

https://www.wiko-berlin.de/en/wikotheque/koepfe-und-ideen/issue/13/letter-from-berlin-articles-to-samira-5/

(6) La acuñación "máquinas de guerra" pertenece originalmente a Deleuze y Guattari, pero Mbembe la adoptó. Típicamente provocativo, pero también un tanto flojo en manos de Deleuze y Guattari, el concepto de piratería, de "máquinas de guerra" autónomas, aunque perspicaz, debe tratarse con cuidado y contextualizarse adecuadamente. Ver Gilles Deleuze y Felix Guattari en “Nomadology: The War Machine” (traducción de 2010).

(7) John Keane: “Reflections on Violence” (1996).

(8) Mary Kaldor: “New and Old Wars: Organised Violence in a Global Era” (1999) p.138.

(9) Véase Achille Mbembe: “Necropolitics” (2002); Giorgio Agamben: “The State of Exception” (2003) y Michel Foucault: “The Birth of Biopolitics: Lectures at the College de France 1978-79” (2010).

(10) Véase también Giorgio Agamben: “Homo Sacer: Sovereign Power and Bare Life” (1998).

(11) En defensa de Foucault contra Mbembe, Foucault identificó explícitamente el racismo como una narrativa ideológica central y formativa cooptada por la "racionalidad gubernamental" recién fusionada del Estado moderno. La homogeneidad racial era el supuesto normativo que sustentaba la definición del Estado moderno de la "ciudadanía legítima". Los ciudadanos definidos racialmente indicaban la llegada del modelo biopolítico de gubernamentalidad. Para la crítica de Elvira Basevich de Agamben, ver "Agamben on Race, Citizenship and the Modern State” (2012).

(12) Walter Benjamin distinguió entre ley que preserva y ley que fomenta la violencia en “Critique of Violence” (1921). Benjamin consideraba que la elaboración de leyes y la preservación de la ley estaban "podridas" porque derivaban del reino fenoménico de la ley, el poder y la violencia, el reino profano del Estado, o "lo que sea", como algo opuesto al reino de la justicia.

(13) Ensayo de Jacques Camatte “On Domestication” (1973), recogido en “This World We Must Leave” (1985) pp.91-137.

(14) De hecho, la represión infligida por las cárceles de tortura actuó como acicate para la rebelión, una vez que las manifestaciones y protestas en Siria ya habían comenzado cuando las personas salieron a las calles inspiradas por los disturbios sociales en Túnez, Egipto y otros lugares. Por ejemplo, el 25 de mayo de 2011, el cadáver mutilado de Hamza al-Khateeb, de 13 años, de Daraa, uno de los primeros puntos de revuelta contra Asad, fue devuelto a sus padres. Hamza había sido recogido por la Inteligencia de la Fuerza Aérea en una marcha de protesta y torturado: sufrió castración, huesos rotos, quemaduras de cigarrillos y heridas de bala. Las imágenes que sus padres publicaron en las redes sociales causaron indignación. Véase Robin Yassin-Kassab y Leila al-Shami “Burning Country: Syrians in Revolution and War” (2016) p.49.

(15) Yassin al-Haj Saleh debate sobre ese apuntalamiento sectario y orientalista de las reglas de la elite de Assad con cierta extensión en “Siria, la revolución imposible” -Ediciones del Oriente y del Mediterráneo- (2018).

(16) Véase The Guardian Special Issue, publicado en el Día Mundial de los Refugiados, que lleva los nombres de los 34.361 refugiados y migrantes que se sabe que han muerto desde 1993.

Fuente:
https://pathsandbridges.wordpress.com/2018/07/11/notes-on-syria-and-the-coming-global-thanatocracy/

La he colgado entera  aunque está muy lejos de los hechos y datos que me mantienen lejos de esta opinión.
Me hago algunas preguntas. Quienes son los asesinos, los de "Tanatos" como aquí le designan; ¿los que invaden, bombardean y asesinan en un país, sin declararle la guerra y sin atenerse a ninguna norma ni acuerdo o resolución de la ONU? ¿que respeto muestran no ya por los derechos humanos, sino por la vida de niños inocentes, mujeres, ciudadanos de esos países? En Siria han intervenido 80 paises, han bombardeado ciudades, escuelas, hospitales, depuradoras de agua, centrales electricas, puentes, edificios oficiales, ¿con qué derecho?. Y cuando Siria llama a sus amigos para que les ayuden, son críminales. Y asi en Yemen, Libia, Afganistán, Irak, Mali, Sudan, etc.
Y nos cuentan que cuando se defienden de los invasores mercenarios y yidahistas pagados por occidente, sus acciones son condenables. Los medios nos quieren hacer ver que los culpables son inocentes y los inocentes que ponen en práctica su derecho a defenderse son los culpables. No, es evidente que sólo tienen la fuerza, no la razón