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sábado, 25 de junio de 2022

_- Una Europa desestabilizada por tres imperios vecinos

_- Mientras Europa calla o tartamudea, en estado de confusión, con "una sola voz", confundiendo sus motivos políticos con los de la OTAN, lo poco que queda de su "diferencia" y autonomía de pensamiento lo mantiene vivo Amineh Kakabaveh, diputada del parlamento sueco de origen kurdo-iraní, decididamente contraria a la entrada de Suecia en la Alianza Atlántica. Con su voto de abstención, salvó al gobierno de la [moción de] censura [contra el ministro de Justicia, Morgan Johansson].

Decidido a abandonar la histórica neutralidad sueca, con Magdalena Andersson, pero con una condición. Que Estocolmo no se pliegue al diktat del sultán turco que exige, para dar su consentimiento al ingreso de Suecia en la OTAN, la extradición de los exiliados kurdos a ese país (entre los que se encuentra la propia Amineh Kakabaveh), así como la renuncia de Estocolmo a apoyar a la resistencia kurda en Rojava contra la agresión turca y la política de aniquilación de Erdogan en el norte de Siria. El régimen de Ankara, en nombre de la seguridad, ocupa militarmente territorio extranjero, aunque, por el momento, en menor medida que la practicada por Putin, y sin embargo se prepara para una nueva ofensiva ante la indiferencia tolerante de las democracias occidentales.

Que Europa no pronuncie una palabra contra un "autócrata" (el calificativo no es exclusivo de Putin) que exige a un país soberano el apoyo a sus propias políticas represivas es ya una miserable cochinada. Pero, en las antípodas de la límpida postura de Kakabaveh, también registramos la oportunista cesión de Ursula von der Leyen, que está dispuesta a liberar la financiación de la UE destinada a Varsovia, a cambio de un compromiso sobre la autonomía del poder judicial que es una risible caricatura del Estado de Derecho, en un país que está a punto de establecer un registro policial de embarazos. Mientras, Víctor Orbán se permite, además de abastecerse de petróleo ruso, sacar de la lista de sancionados a uno de los principales pilares del régimen de Putin: Kiril, el patriarca homófobo, zarista y belicista. La Unión Europea nunca había caído tan bajo.

Es la Europa de los "von" frente a la Europa de los exiliados y partidarios de la democracia y los derechos humanos. La Europa que subvenciona a la dictadura de Ankara para descargar la carga de los exiliados y los migrantes, proporcionando así al régimen de Erdogan un poderoso instrumento de chantaje y una masa de maniobra para emplear en sus objetivos expansionistas.

Y es unas Europa moribunda, cuya retórica sobre los "valores" es inversamente proporcional a la práctica cínica y oportunista que la caracteriza. Sin escatimar fuerzas políticas. Empezando por la conversión belicosa de los Verdes alemanes. Este despojo a merced de los acontecimientos, la Unión Europea, se ve asediada, para permanecer a este lado del Atlántico, por al menos tres nostalgias imperiales, todas ellas traducidas más o menos directamente en políticas activas. La primera es, evidentemente, la rusa, destinada a recuperar la hegemonía sobre el este de Europa y dejar de subordinar su propio proceso de acumulación a modelos, formas y "maneras" de origen occidental. Moscú se despide de Europa, demasiado atlántica, para construirse un espacio autónomo y autoritario dentro del caos de la globalización. Sin embargo, el atajo hacia la guerra muestra lo accidentado, improbable y cargado de riesgos imprevisibles que es este camino.

El segundo es el otomano. La Turquía de Erdogan ha dejado de llamar a la puerta de la UE y de mostrar sus constreñidas credenciales democráticas para llevar a cabo su propia política de poder en el Mediterráneo, desde Siria hasta Libia y el Mar Egeo. Cada vez más similar a la Rusia de Putin, con la que cultiva intensas relaciones y favores mutuos. Gracias a su pertenencia a la OTAN y a su decisiva posición geográfica, aprovecha la guerra de Ucrania para ocupar un papel central, consolidar el carácter autoritario del régimen y ampliar su esfera de influencia. En el colmo de la prepotencia, se siente con derecho a dictar leyes a Suecia y Finlandia.

La tercera, que puede parecer hasta folclórica, más aún cuando se manifiesta en las destartaladas actuaciones de Boris Johnson, en el júbilo de las onzas, yardas, pulgadas y pintas, es la británica. Pero no debe tomarse a la ligera. Londres está desarrollando su propia política en Europa del Este, muy distinta de la europea, e impulsa una escalada bélica en Ucrania que tiende a forzar y desbordar la relativa cautela de la Unión, acreditándose como un socio más fiable, asertivo y solidario en muchos países del antiguo bloque soviético, con la intención apenas velada de suplantar la engorrosa presencia alemana que dominó la escena durante los años de Kohl y Merkel. Cada vez está más claro que el Brexit no fue sólo una salida de la UE, sino el inicio de una política contra ella (como demuestra la creciente discriminación de los ciudadanos de la UE). Incluso desde el punto de vista ideológico, se puede esperar que esta separación conflictiva provoque graves daños.

El hecho de que el Viejo Continente esté debilitado y desestabilizado por las ambiciones imperiales que lo rodean, alimentadas poderosamente por la guerra, puede que no le desagrade a Washington, pero es una apuesta temeraria y no sería la primera vez que los Estados Unidos calculan mal, de Vietnam a Afganistán. Y esta vez podría costarles mucho más caro.

Licenciado en Filosofía, ha desarrollado el grueso de su carrera periodística en el diario “il manifesto”. Ha sido director editorial de Manifestolibri y director de la revista mensual “Global Magazine”. Entre sus libros se cuentan “La libertà dei postmoderni” (Manifestolibri, 2004), “Moderato sarà Lei” (con Marco D¨Eramo, Manifestolibri, 2008),” o “Al mercato delle illusioni. Lo sfruttamento del lavoro voluntario” (Manifestolibri, 20016).

Fuente:
il manifesto, 9 de junio 2022
Traducción:Lucas Antón

domingo, 21 de octubre de 2018

_- La alianza de Trump con descuartizadores, escuadrones de la muerte y asesinos de niños: Arabia Saudí, Brasil e Israel




Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

Introducción

Las últimas semanas, la Casa Blanca ha estrechado sus lazos con la versión contemporánea de los regímenes más crueles del mundo. El presidente Trump ha dado por buenas las explicaciones del “Príncipe de la Muerte” de Arabia Saudí, Mohamed bin Salman, que se ha graduado al pasar de cortar manos y cabezas en las plazas públicas a descuartizar cuerpos en consulados en el extranjero, el caso de Jamal Kashoggi.

Por otro lado, la Casa Blanca ha saludado calurosamente el triunfo electoral del candidato brasileño a la presidencia Jair Bolsonaro, ardiente defensor de torturadores, dictadores militares, escuadrones de la muerte y el libre mercado.

El presidente Trump se postra ante Israel y se jacta de esa relación, mientras su guía espiritual, Benjamin Netanyahu celebra el Sabbat con el asesinato y la mutilación de cientos de palestinos desarmados, especialmente jóvenes.

Estos son los “aliados naturales” de Trump. Todos ellos comparten valores e intereses, aunque cada uno tiene su método personal para deshacerse de los cadáveres de sus adversarios y disidentes.

Vamos a proceder a abordar el contexto político y económico general en el que actúa este trío de monstruos. Analizaremos las ventajas y los beneficios que llevan al presidente Trump a ignorar e incluso elogiar acciones que violan los valores y sensibilidades democráticos de Estados Unidos.

Para concluir, examinaremos las consecuencias y los riesgos resultantes de esta aceptación incondicional del trío de asesinos.

Contexto de la Triple Alianza de Trump

Los estrechos lazos del presidente Trump con los regímenes más despreciables del mundo parten de diversos intereses estratégicos. En el caso de Arabia Saudí, estaríamos hablando de las bases militares, la financiación de mercenarios y terroristas internacionales, las ventas multimillonarias de armas, los beneficios petroleros y las alianzas secretas con Israel contra Siria, Irán y Yemen.

Con el fin de conservar los beneficios que proporciona la relación con la monarquía saudí, la Casa Blanca está más que dispuesta a asumir ciertos costes sociopolíticos.

Estados Unidos está encantado de vender armamento y proporcionar asesores a la invasión genocida saudí al Yemen, que ha provocado la muerte de miles de yemeníes y el hambre de millones. La alianza de la Casa Blanca contra Yemen proporciona pocas recompensas económicas o ventajas políticas y tiene un valor propagandístico negativo, pero, a falta de otros estados clientelistas poderosos en la región, Washington se contenta con el príncipe Salman, “el descuartizador”.

Estados Unidos prefiere ignorar la financiación saudí a los terroristas islamistas opuestos a sus aliados en Asia (Filipinas) y Afganistán así como de las facciones rivales en Siria y Libia.

Por desgracia, el asesinato de un colaborador simpatizante de EE.UU, el periodista del Washington Post residente en EE.UU., Jamal Kashoggi, ha obligado al presidente Trump a iniciar un simulacro de investigación con el fin de distanciarse de la mafia de Riad. Posteriormente eximió al carnicero bin Salman inventando una historia sobre “elementos malvados” a cargo del interrogatorio (léase tortura) que le causó la muerte.

En Brasil, el presidente Trump celebró la victoria electoral de un neoliberal fascista, Jair Bolsonaro, porque coincide plenamente con sus prioridades: promete acabar con las regulaciones económicas y los impuestos corporativos a las multinacionales; es un ardiente defensor de la guerra económica de Trump contra Venezuela y Cuba; promete armar a los derechistas escuadrones de la muerte y militarizar a la policía; y garantiza secundar fielmente las políticas bélicas de EE.UU. en el extranjero.

No obstante, Bolsonaro no puede respaldar la guerra comercial de Trump, especialmente con China, receptora de casi el 40% de la agroindustria de exportación brasileña. Esto es así, principalmente, porque la élite de la agroindustria es uno de los principales apoyos financieros y en el Congreso de Bolsonaro.

Si tomamos en cuenta la escasa influencia de Washington en el resto de América Latina, el régimen neofascista de Brasil se convertiría en el principal aliado se Trump en la región.

Israel, por otro lado, es el principal mentor y jefe de operaciones en Oriente Próximo, además de un aliado militar estratégico.

Bajo el liderato de su primer ministro Benjamin Netanyahu, Israel se ha apoderado y ha colonizado la mayor parte de Cisjordania y ocupado militarmente el resto de Palestina; ha encarcelado y torturado a miles de disidentes políticos; ha cercado y provocado el hambre de un millón de gazatíes; y ha impuesto condiciones etno-religiosas para conseguir la ciudadanía israelí, negando los derechos básicos a más del 20% de los residentes árabes del supuesto “Estado judío”.

Netanyahu ha bombardeado cientos de pueblos, ciudades, aeropuertos y bases militares en apoyo de los terroristas del ISIS y los mercenarios occidentales. Israel interviene en las elecciones estadounidenses, compra los votos para el Congreso y se ha asegurado que la Casa Blanca reconozca Jerusalén como capital del Estado judío. Los sionistas de América del Norte y Reino Unido actúan como una quinta columna que garantiza la unánime cobertura informativa favorable a Israel y a sus políticas de apartheid.

El primer ministro Netanyahu se cerciora con ello del apoyo financiero y político incondicional de Estados Unidos y de tener a su alcance el armamento más avanzado.

A cambio, Washington se considera privilegiado por servir como soldado de a pie en las guerras diseñadas por Israel en Irak, Siria, Libia, Yemen y Somalia... e Israel colabora con EE.UU. en la defensa de Arabia Saudí, Egipto y Jordania. Netanyahu y sus aliados sionistas en la Casa Blanca consiguieron echar atrás el acuerdo nuclear con Irán e imponer a este país nuevas y más estrictas sanciones económicas.

Pero Israel tiene sus propios planes y es capaz de desafiar la política de sanciones de Trump con Rusia y su guerra comercial con China, pues está encantado de vender armamento e innovaciones tecnológicas a Pekín.

Mas allá del trío criminal

La alianza del régimen de Trump con Arabia Saudí, Israel y Brasil no se produce a pesar de su conducta criminal, sino a causa de la misma. Los tres estados tienen un historial comprobado de complicidad y participación activa en todas las guerras actuales promovidas por Estados Unidos.

Bolsonaro, Netanyahu y bin Salman sirven de modelo para otros líderes nacionales aliados con Washington en su cruzada de dominación mundial.

El problema es que este trío no basta para apuntalar la decisión de Washington de “fortalecer el imperio”. Como ya hemos señalado, el trío no está completamente de acuerdo con las guerras comerciales iniciadas por Trump: Arabia Saudí colabora con Rusia a la hora de fijar los precios del petróleo; Israel y Brasil hacen tratos con Pekín.

Está claro que Washington necesita otros aliados y clientes.

En Asia, la Casa Blanca se ha fijado otros objetivos para promover el separatismo étnico en China y anima a los uigures fomentando el terrorismo islamista y la propaganda lingüística. Trump apoya asimismo a Taiwán mediante ventas militares y acuerdos diplomáticos. Washington interviene en Hong Kong apoyando a los políticos separatistas y la propaganda mediática que a favor de la “independencia”.

Washington ha implementado una estrategia de cerco militar y guerra comercial contra China. La Casa Blanca ha conseguido juntar el apoyo de Japón, Australia, Nueva Zelanda, Filipinas y Corea del Sur para apuntar a China desde las bases militares de dichos países. Sin embargo, por ahora no ha conseguido aliados para su guerra comercial. Ninguno de los supuestos aliados asiáticos de Trump respalda sus sanciones económicas.

Esos países son favorables al comercio y las inversiones de China y dependen de ellas. Aunque todos apoyan “de boquilla” a Washington y le proporcionan bases militares, difieren en temas tan importantes como la participación en las maniobras militares frente a las costas chinas y el boicot a Pekín.

Las iniciativas estadounidenses destinadas a sancionar y someter a Rusia se contrarrestan con los acuerdos petroleros y gasísticos vigentes entre Rusia, Alemania y otros países de la UE. Los lacayos tradicionales de Washington, como Gran Bretaña o Polonia, tienen poco peso político en este asunto.

Pero lo más importante es que la política de sanciones estadounidense ha provocado una alianza estratégica económica y militar a gran escala y de larga duración entre Moscú y Pekín.

Además, la alianza de Trump con el “trío de torturadores” ha creado divisiones internas. El asesinato saudí de un periodista residente en EE.UU. ha provocado boicots comerciales y llamamientos desde el Congreso a favor de tomar represalias. Asimismo, el candidato fascista de Brasil ha suscitado críticas liberales ante el encomio de Trump hacia la democracia de escuadrones de la muerte de Brasilia.

La oposición interna al presidente Trump ha conseguido movilizar a los medios de comunicación, lo que podría facilitarle una mayoría en el Congreso y una oposición de masas a esta versión pluto-populista (populista en su retorica, plutocrática en la práctica) de la construcción del imperio.

Conclusión

El proyecto de construcción imperial de Estados Unidos está cimentado sobre bravatas, bombas y guerras comerciales. Además, sus principales y más criminales aliados no son siempre de fiar. Hasta la fiesta del mercado de valores está a punto de terminar. La época de sanciones que sirven a sus objetivos está quedando atrás. Las broncas furibundas en la ONU provocan risas y bochorno.

La economía se enfrenta a nuevas crisis, no solo a causa del aumento de los tipos de interés. Las bajadas de impuestos son medidas que funcionan una sola vez: los beneficios se retiran y se embolsan. Cuando el presidente Trump inicie su retirada se dará cuenta de que no hay aliados permanentes, solo intereses permanentes.

A día de hoy, la Casa Blanca está sola y no cuenta con aliados que compartan y defiendan su imperio unipolar. La humanidad necesita dejar atrás las políticas de guerras y sanciones. La reconstrucción de Estados Unidos requerirá del nacimiento, desde abajo, de un movimiento popular potente que no esté en deuda con Wall Street o las industrias bélicas. Un primer paso sería romper con ambos partidos en el ámbito interno y con la triple alianza en el exterior.