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martes, 7 de julio de 2020

El atropello de Génova
*Publicado el 3 de abril de 2012

(Sobre provocadores e infiltrados)
El 20 y 21 de julio de 2001 hubo una cumbre del G-8 en Génova. El lector quizá recuerde vagamente que en ella se registraron “incidentes”. Lo que seguramente no sabe es que en aquellos días se produjo, “la mayor violación de derechos humanos de la historia de Italia desde la segunda guerra mundial” – según la contundente fórmula de Amnistía Internacional- resultado de una brutalidad policial planificada. En una Europa en la que crecen las protestas civiles, el tema es de una enorme actualidad.

Diez años después, dos periodistas italianos, Franco Fracassi y Mássimo Lauria, han reconstruido los hechos en un minucioso y detallado documental titulado “La Cumbre” (The Summit), que se ha presentado en Berlín. Más de un centenar de entrevistas y un millar de documentos, policías, activistas torturados, detenidos, atropellados y testimonios de expertos y de varios de los miles de participantes que resultaron heridos, muchos de seriedad, arrojan un testimonio sobrecogedor.

Trama negra para escarmentar
De ellos se desprende que las manifestaciones, inicialmente pacíficas, fueron violentadas por grupos provocadores vinculados a la policía, bloqueadas policialmente sin opción de escapar y atacadas con intención de escarmentar, de acuerdo a un guión preestablecido que días antes de los hechos contemplaba en uno de sus documentos el escenario de “una muerte”, cosa que sucedió en la persona del activista Carlo Giuliani, en lo que parece haber sido una encerrona planificada.

“Algunos miembros de sindicatos policiales nos confirmaron que no fueron errores tácticos casuales, sino una estrategia deliberada y planificada para golpear al movimiento por los derechos globales”, dice Lauria. “Cuantos más testimonios entrevistamos, más claro se nos hizo que en Génova hubo una clara intención de masacrar literalmente a un movimiento civil”, dice Fracassi, un ex corresponsal de guerra, que fue golpeado en Génova pese a su condición de periodista y se confiesa “impresionado” por la experiencia.

Pinochetismo en Europa
“Lo que vimos se pareció mucho a los métodos de las dictaduras sudamericanas de los setenta”, recuerda el diputado alemán Hans-Christian Ströbele, que acudió a Génova en una comisión de investigación. Allí vio en un hospital al periodista británico Mark Covell. El joven pernoctaba junto con muchos otros en la escuela Díaz, que el Foro Social de Génova habilitó como centro de prensa. La policía tomó la escuela por asalto, destruyó todos los ordenadores que encontró y atacó a la gente que estaba durmiendo en sus sacos. Covell y Ströbele asistieron a la presentación del documental en Berlín.

Covell fue apaleado hasta caer en coma. “Me hice el muerto, pero seguían golpeando”, dice. Al final casi se muere de verdad: conmoción cerebral, perforación pulmonar y pérdida de diez dientes. Otras 63 personas de la escuela fueron heridas, algunas salieron en camilla con pronóstico reservado. El objetivo del ataque a la escuela era destruir las pruebas, fotos y filmaciones, de la violencia de la víspera. De paso la policía introdujo en el edificio los cócteles Molotov que luego se mostraron como pruebas del delito.

Encerrona
La víspera, en la Piazza Alimonda, un jeep policial se había parado al alcance de una multitud previamente maltratada y calentada, con la aparente intención de crear una situación en la que el uso del arma de fuego en defensa pudiera presentarse como apropiada, lo que concluyó con la muerte de Giuliani por un disparo policial en la cabeza. El asalto a la escuela pudo tener como objetivo hacerse con las imágenes de aquella encerrona. Las 250.000 personas que al día siguiente se manifestaron al grito de “¡asesinos!” fueron rodeadas y reprimidas.

“Lo que pasó me marcó para toda la vida”, dice una mujer que fue torturada en un centro de detención, junto con decenas de otros manifestantes detenidos aquel día, entre insultos y golpes de unos policías que parecían drogados por su brutalidad.

El “Black Block” como recurso
Pieza central de toda la situación registrada en Génova fueron los manifestantes del llamado “Black Block” (bloque negro). Ese sujeto hizo su aparición en las protestas contra la central nuclear alemana de Brokdorf ya en los años setenta. Son grupos de manifestantes violentos, instrumentalizados, infiltrados o directamente organizados por la policía, difíciles de distinguir de los simples neonazis. Muchos de ellos acudieron a Génova desde Alemania tras haber participado en manifestaciones neonazis, como se pudo comprobar al examinar algunos de los teléfonos móviles que se les incautaron, explica Sergio Finardi, experto en “tácticas de guerra informales”.

El objetivo del “Black Block” es reventar las manifestaciones, evitar una amplia y pacifica participación de la ciudadanía, y dar motivos a la policía con su vandalismo para reprimir y desprestigiar los motivos de la protesta, dice. La secuencia consiste en dejar al “Black Block” hacer impunemente su trabajo sin que la policía intervenga, a continuación se carga con violencia, pero no contra los violentos sino contra los normales. En Génova no hubo ni una sola detención de esos sujetos. El guión se repite en múltiples protestas del movimiento antiglobalización, dice Finardi.

Violencia
Sería ingenuo pensar que toda la violencia contestataria es obra de provocadores. Cualquiera con una visión realista de la vida sabe que incluso en las mejores causas no hay carencia de personas impulsivas, de pocas luces, o ambas cosas a la vez. También es notorio lo fácil que es convertir en irritada y violenta a una multitud en principio pacífica. Esto no es una reflexión pedestre sobre “la violencia” de la que hablan los medios de comunicación. Aquí no se habla, por ejemplo, de la enorme violencia que supone una realidad social, llena de desempleo, de injusticias y de estafas sociales que ofenden a la dignidad ciudadana. Simplemente se constata lo anecdótico. A saber: que en una manifestación de 50.000 o 100.000 por una causa justa y clara, doscientas personas quemen tres contenedores, un vehículo y ataquen un cajero automático, es, por desgracia, absolutamente anecdótico, independientemente de que esa imagen sea portada en The New York Times o en cualquier otro medio con el objetivo de que “la violencia” haga perder de vista la esencia del asunto. Aun más, esa manipulación mediática forma parte de la violencia, porque es una mentira como lo son llamar “salvamento de Grecia” o “emisión del Banco Central Europeo” a la subvención continuada a la banca privada, mientras se obliga a la ciudadanía europea socialmente más desfavorecida a apretarse el cinturón.

De la provocación y sus antecedentes
De lo que aquí se habla y advierte es de otra cosa: del conocido uso del “Agent provocateur”. Su figura acompaña la historia del movimiento obrero desde sus mismos orígenes y llega hasta los hechos de Génova. En el París de principios del siglo XX, con su miseria extrema y su escena anarquista y socialista la abundancia de aquellos personajes era extraordinaria, como explica, entre muchos otros, Victor Serge (Victor Kibalchich) en sus memorias. La Rusia de la “Naródnaya Volia” ofrece situaciones increíbles, muchas de las cuales se revelaron al incautar la Revolución Rusa los archivos de la Ojrana, la policía política zarista, y lo mismo, aunque mucho más inocente, ocurrió aquí con la Stasi, sin ir más lejos, o ocurre hoy con los curiosos infiltrados de la policía política alemana, el BfV, en la escena neonazi.

Para quienes vivimos como estudiantes la España del último franquismo y la de la transición, el “agent provocateur” es también una figura familiar. Su historia está por escribir y va desde lo más alto, el terrorismo puro y duro, hasta lo movimientos estudiantiles.

A finales de los años setenta un conocido abogado de Barcelona me contó como su cliente, un miembro del Comité Central del Partido Comunista (R), una delirante organización maoísta muy cercana a las pistolas, había sido interrogado, y naturalmente torturado en comisaría, por la misma persona que le había reclutado para el partido un año antes. Con las historia del Grapo, una organización violenta maoísta, hay toda una historia por escribir.

A un nivel menos inquietante, pero no menos significativo, se puede mencionar la historia de cómo se acabó, a partir de 1977, con el ambiente de hermandad izquierdista que dominaba geográficamente las Ramblas de Barcelona, aquel extraordinario espacio de ligue, fiesta civil y pacífica, conspiraciones estudiantiles de café e intercambio de revistas y panfletos. De repente zonas enteras como la Plaza Real fueron invadidas por la droga y la agresiva criminalidad a ella ligada. En Canaletas, cada fin de semana estallaban “manifestaciones” de 50 personas con gran profusión de cócteles Molotov por causas como la “solidaridad con el Sáhara” o con “Euskadi”, o, como decía Buñuel en su surrealista película, con los “grupos armados del Niño Jesús”. Su protagonista era un grupo izquierdista llamado PCI (no confundir con lo que luego fue el Partido del Trabajo). Estaba compuesto fundamentalmente por gente de los bajos fondos a sueldo del Gobierno Civil de Barcelona. La gente normal dejó en pocos meses de ir a las Ramblas, que hoy se han convertido en el habitual espacio sin alma que suele afirmar el turismo masivo.

Encargué a un compañero gráfico de profesión que hiciera fotos de aquellas “manifestaciones” barcelonesas. Me trajo primeros planos, siempre los mismos rostros, con un par de jefes hampones de aspecto inconfundible, que eran los que repartían el dinero, y conexiones con un oscuro despacho de abogados de la Calle Balmes. El reportaje no se publicó, por las mismas razones por las que han sido necesarios diez años para que Fracassi y Lauria nos explicaran lo de Génova: no había interés, y era necesario remar muy fuerte a contracorriente para acabar al final informativamente derrotado…

Todo esto forma parte de una generación y es archiconocido. Pero es de suma actualidad hoy en esta Europa que se va a hacer más tensa y convulsa. Lo que nos lleva a otra reflexión.

Sobre la inteligencia de la especie
Un conocimiento superficial de la Historia sugiere la falacia de su progresiva evolución hacia un mundo mejor. No sólo no hay avances lineales e inexorables hacia situaciones socialmente mejores, sino más bien una anárquica sucesión de avances y retrocesos. Parafraseando un popular dicho cinematográfico ruso, podríamos decir que el progreso de la humanidad es “asunto sutil”. Como me explicó con gran simpleza en una ocasión Andrei Bitov, un conocido escritor ruso, “a veces pienso que la humanidad no tiene remedio y que camina decidida hacia el desastre, otras veces, en cambio, llego a pensar exactamente lo contrario”.

La reflexión era a propósito de la crisis global, de la que el problema del calentamiento es aspecto, del rampante militarismo (Occidente está metido hoy directa o indirectamente en una veintena de guerras, señala el informe de un Think Tank de Heidelberg), y, sobre todo, a propósito de la combinación de ambos aspectos, el uno exigiendo a gritos una nueva y superior civilización con otra metodología, y el otro apuntando inequívocamente hacia lo Neandertal…

Todo esto viene a cuento de nuestra reacción ante la actual “crisis financiera”, que es una mera y casi anecdótica nota a pie de página, al lado de los retos que plantea la verdadera crisis recién evocada, sobre todo en sus aspectos energéticos y sociales.

La pregunta es si seremos lo suficientemente sabios, los de arriba y los de abajo, más sabios como especie, más allá si se quiere de la lucha de clases y de las relaciones de dominio imperial entre el Norte y el Sur, en resolver de forma viable y no suicida este siglo XXI. En Europa Occidental llevamos más de tres generaciones de progreso continuado, las memorias de grandes violencias y del hambre (que en 1947 era un dato central en Barcelona, Berlín o Budapest) se han hecho borrosas.

¿Es posible un conflicto social “blando”?
La Historia, de nuevo, sugiere que los de arriba, las oligarquías que dominan nuestras sociedades con diferentes matices, sólo aprenden y se hacen sensibles a la justicia a base de presión social. Las bonitas libertades y garantías europeas, hoy por desgracia tan maltrechas y con tan mal pronóstico de evolución, fueron resultado de pactos y compromisos, revoluciones y contrarrevoluciones rodeados de sangre, violencia y sufrimiento ¿Será el futuro diferente? ¿Es posible un conflicto social con metodologías “blandas”? Así lo afirma, por ejemplo, el 15-M español, pero así lo complica un escenario como el genovés.

En la zona euro los activos monetarios en manos privadas, 27 billones de euros son más de tres veces superiores al monto total de la deuda de los países implicados, que asciende a 8,2 billones (de ellos 2,1 billones son deuda alemana), señala Eurostat. La mitad de esos activos (60% en Alemania) están en manos del 10% más rico de la población ¿Es posible convencer a los ricos y más poderosos de la peligrosidad e inestabilidad que representa, también para ellos y para sus intereses, el afirmar una polarización social tan extrema e insostenible como la que preside nuestro mundo y avanza incluso en las ciudades de los países europeos más prósperos? ¿Es posible convencerles para una política fiscal menos injusta? Hasta un tonto comprende que si uno no quiere que el perro le muerda hay que echarle un hueso de vez en cuando, y aquí no se trata de huesos ni de perros sino de cierta democracia real.

Desde luego, no habrá convencimiento sin pulso social, pero ¿habrá pulso social sin violencia, la violencia radical de los despidos y de los recortes, de los desahucios, de la manipulación informativa, de los “agents provocateurs”, y, por supuesto, de los necios que queman contenedores y destruyen cajeros automáticos sin que les pague siquiera el Gobierno Civil de turno?

Con todo eso rondando en la cabeza salimos del cine, y de la charla berlinesa con Fracassi y Lauria, al término del pase de su documental sobre el atropello de Génova.

sábado, 16 de abril de 2016

Scotland Yard pidió disculpas e indemnizó a siete mujeres que denunciaron traumas por compartir relaciones con agentes infiltrados

La policía británica ha pedido disculpas e indemnizado a siete mujeres que mantuvieron relaciones con agentes infiltrados en los grupos de activismo político en los que ellas militaban. Estas mujeres, cuyas protestas siempre fueron pacíficas, descubrieron años después de que sus novios desaparecieran sin dejar rastro que en realidad eran espías a sueldo del Estado.

En 1985, Charlotte, una activista medioambiental inglesa, tuvo a su primer hijo tras 14 horas de parto. Su novio, Bob Robinson, no se movió de su lado. Dos años más tarde, la relación se resquebrajaba. Habían detenido a dos amigos por incendiar unos grandes almacenes en protesta porque vendían abrigos de piel. Bob temía que él fuera el siguiente en caer en manos de la justicia y desapareció. Lo último que Charlotte supo de Bob Robinson fue una larga carta de despedida con matasellos de Valencia. Charlotte no se recuperó nunca de aquel abandono; su hijo creció sin padre, y así pasaron 24 años, hasta que en junio de 2012 encontró en el Daily Mail una foto de Bob, “su” Bob. La noticia era que el tercer implicado en aquel incendio de finales de los ochenta en unos grandes almacenes era un policía infiltrado. Hoy, Bob, que se apellida Lambert, es profesor universitario, especializado en espionaje y actividades antiterroristas. Charlotte sintió que todos sus recuerdos se ponían del revés. A Bob nunca le persiguió la policía. Él era la policía.

Resultó que Bob tenía dos hijos anteriores al que tuvo con Charlotte. A lo largo de toda su relación con ella siguió felizmente casado con su mujer, a la que veía cuando no estaba de servicio. De servicio en casa de Charlotte, espiándola a ella y a sus amigos, informando a sus jefes de Scotland Yard de los planes de los activistas medioambientales en general y del Frente de Liberación Animal en particular. Colaborando con ellos en lo que hiciera falta para dar verosimilitud a su coartada: participar en manifestaciones, organizar protestas, lanzar artefactos incendiarios o tener niños con compañeras de militancia.

En noviembre pasado, Scotland Yard pidió disculpas públicamente (y pagó cantidades de dinero no reveladas) a siete mujeres que, ejerciendo una acción conjunta, denunciaron el trauma sufrido por las relaciones engañosas y manipuladoras que mantuvieron con agentes infiltrados en los movimientos de izquierda desde los ochenta hasta la primera década de 2000. La policía ha destacado que estas mujeres se han comportado a lo largo de todo este doloroso proceso con coraje y dignidad.

Otra de las indemnizadas es Helen Steel. No es la primera vez que aparece en la prensa. De 1994 a 1997 fue una de las dos personas llevadas a juicio por la multinacional McDonald’s por difamación. Conocido como McLibel, aquel fue el juicio civil más largo de la historia en Reino Unido: duró 313 días. El Tribunal de Derechos Humanos europeo terminó dando la razón a los acusados, y las revelaciones de los últimos meses han descubierto que uno de los autores de aquel panfleto incendiario no es otro que Bob Lambert, alias Bob Robinson, el padre del hijo de Charlotte. El poli infiltrado, que tenía buena pluma.

Pero Helen Steel también tuvo un novio que desapareció. Ella creía que se llamaba John Barker. Vivieron juntos de 1990 a 1992. Estaban muy enamorados. Pero él decía haber sido víctima de malos tratos en la infancia y que no sabía enfrentarse a sus demonios. Huyó a Sudáfrica, y Helen temió durante años que se hubiera suicidado. Lo que había sucedido es que sus jefes le querían de vuelta, detrás de una mesa, en Scotland Yard, llamándose de nuevo John Dines. Hoy, Dines dirige un curso para policías en Sidney. El pasado 9 de marzo, Helen viajó a Australia para encararse con él un cuarto de siglo después de verle por última vez. Él le pidió perdón.

Pero las preguntas que Helen, Charlotte y las demás querrían hacerles a esos policías y al Estado que sufragó sus actividades durante años no tienen respuesta. ¿Qué derecho tenía el Estado a violar así mi intimidad? ¿Soy una mujer o una coartada? ¿De verdad me querías?
Fuente:
http://internacional.elpais.com/internacional/2016/04/11/actualidad/1460386267_448855.html

Recordáis la película, "La vida de los otros", que hace una merecida crítica de los comportamientos no democráticos de los gobernantes de la RDA. Eso se acabó con el fin de la RDA. La duda persiste respecto a lo que hacen actualmente nuestros gobiernos, ¿siguen jugando con los otros como en este caso se ve? ¿Cuantas veces han jugado? ¿Siguen haciéndolo? ¿Permiten atentados para instrumentalizarlos políticamente en vez de impedirlos? Las dudas son muchas,...