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miércoles, 7 de junio de 2017

Fascismo y luchas proletarias en Hawái, 1920-1946

Rafael Rodríguez Cruz

La anexión violenta de Hawái en 1898 fue un acto genocida por parte de la marina de guerra estadounidense en contra de la población autóctona de ese archipiélago del océano Pacífico. Durante la conquista final del territorio, acontecida casi simultáneamente con la invasión de Puerto Rico, no se invocaron ni propósitos civilizadores ni promesas de «derramar sobre los habitantes las garantías y bendiciones de las instituciones liberales» del gobierno estadounidense. Fue un acto frío, desapasionado, como ocurre en cualquier transacción económica de bienes raíces y mercaderías.

Efectivamente, lo acontecido en Hawái en el verano de 1898 adoptó, para algunos intereses, la forma de una mera relación contractual. Desde 1894, el archipiélago vivía bajo un gobierno provisional, resultante de un golpe militar violento impulsado por la burguesía anglosajona residente en las islas y los oficiales de la marina estadounidense. Aunque este gobierno provisional proclamó de inmediato la constitución de la República de Hawái, lo cierto es que se mantenía en el poder gracias a las tropas «extranjeras». La masa de la población hawaiana se había enfrentado sin éxito al golpe de estado, al menos en dos ocasiones. Más de un siglo de violencia por parte de los anglosajones invasores, sin embargo, no solo había mermado drásticamente el número de aborígenes, sino que representó el que estos perdieran sus tierras y recursos ancestrales. Por eso, cuando el gobierno provisional de Hawái ofreció la bahía de Pearl Harbor a la marina a cambio de la anexión, era muy poco lo que la población oriunda podía hacer. El genocidio era ya un hecho consumado. El Congreso de Estados Unidos, con su arrogancia imperial característica, declaró a Hawái «territorio incorporado». Después de eso, nadie mostró mucha prisa en convertirlo en estado de la nación: ni el imperio ni la burguesía anglosajona residente en el archipiélago...

Tarifa arancelaria y boom de exportación

La alianza entre la burguesía anglosajona de Hawái y la marina estadounidense se selló con la transformación del archipiélago en un «territorio incorporado» de Estados Unidos. En la legislación territorial estadounidense esto significaba la futura conversión de las islas en un estado más de la unión norteamericana, con representación proporcional en el Congreso. Pero la clase dominante de Hawái no estaba en 1898 para otra cosa que no fuera la explotación de los recursos expropiados a los pobladores originales. Lo que le importaba era la plena inclusión de Hawái en la tarifa azucarera del imperio. Esta última, bajo los términos del Acta Tarifaria de 1897, era ahora de 1,685 centavos por cada libra de azúcar no refinada que se producía en el país o que se importaba de los territorios, incorporados o no a la nación. Es decir, el precio de cada libra de azúcar hawaiana en el mercado de California era, a partir de 1900, equivalente al precio en el mercado mundial más el bono arancelario de 1,685 centavos.

El efecto de la inclusión plena de Hawái en el arancel de 1897 no se hizo esperar. Las plantaciones de azúcar del archipiélago entraron en sincronía con el ciclo de la agricultura capitalista estadounidense. Precisamente en 1900 comienzan la época dorada del capitalismo agrario en Estados Unidos. Por dos décadas, 1900-1920, los precios de las materias primas ligadas a la producción de alimentos registrarían un crecimiento extraordinario en todo el país. Entre las materias básicas de la producción de comida, el azúcar era un rey.

Ni boba ni perezosa, la burguesía anglosajona de Hawái estableció trece nuevas flamantes plantaciones azucareras entre 1900 y 1913, que vinieron a representar un incremento de 130,000 acres bajo cultivo. Dado que ahora Hawái, bajo las leyes federales de exclusión de 1882, no podía seguir importando trabajadores de China y Japón, los dueños de las plantaciones en el territorio incorporado comenzaron un programa de importación masiva de fuerza de trabajo desde Filipinas.

La nueva fase expansiva de cultivo y exportación de azúcar hawaiana se vio favorecida también por la revolución en las condiciones generales de producción. Entre otras, la apertura del canal de Panamá, que conectó a Hawái con el mercado de productos agrícolas en la costa del Atlántico; el tendido del cable transoceánico, que permitió la comunicación inmediata con el resto del país; la electrificación y telefonía, que facilitó la organización de la industria y, finalmente, la construcción de nuevos muelles marítimos, que agilizó la exportación del azúcar.

La burguesía haole

La anexión de Hawái por Estados Unidos fue la última expansión del territorio norteamericano por la vía característica del capitalismo de libre competencia. En cuanto a la población originaria del archipiélago, todo fue idéntico al proceso de poblamiento de los territorios indígenas de las Grandes Praderas. De hecho, fue casi una réplica exacta de los eventos genocidas de la conquista y destrucción de la civilización dakota en lo que hoy es Minnesota, acontecidos entre 1830 y 1864. Pero, en lo que toca a los residentes blancos que controlaban la tierra y recursos económicos de Hawái desde 1846, no fue un acto imperial. La burguesía comercial y misionera del archipiélago no cedió ni un ápice de su control económico y político interno en 1898 ni después. Incluso la rápida expansión de la economía de plantaciones azucareras fue financiada completamente por la población rica de «haoles», o sea, por los euroamericanos que poblaron a Hawái a expensas de los habitantes originarios. De hecho, estos intereses crearon el Banco de Hawái, precisamente en 1898, para que frenara cualquier intento de dominación por la banca de California. Se trata, pues, de la última vez que se abrió la frontera nacional para que un grupo de burgueses pasaran a formar parte alícuota de la gran burguesía estadounidense. Ni siquiera el caso de Alaska siguió ese camino.

Estructura monopolista y rasgos semifeudales

El rasgo más sobresaliente de la economía de Hawái en 1910 era su centralización e independencia frente al imperio. Efectivamente, para esa fecha un número reducido de haoles eran dueños de casi la totalidad de los recursos de las islas. Se trataba de un imperio interno, que incluía, entre otras cosas, plantaciones azucareras, bancos, la industria de seguros, el transporte interno y externo, ferrocarriles, la distribución de productos minoristas, y el almacenamiento.

La imagen idílica y tropical de Hawái contrasta con una estructura de centralización de capitales que parecía sacada de un capítulo de El Imperialismo: Fase superior del capitalismo. En ningún lugar de Estados Unidos, y posiblemente de toda Europa, había un cuadro de monopolización y centralización tan extrema de capitales y actividades económicas, como en Hawái en 1910. Cinco grandes compañías azucareras, con sede local, controlaban todo. Estas eran: Castle & Cooke, C. Brewer, American Factors, Theo H. Davies y Alexander & Baldwin. Las apodaban las Cinco Grandes.

También los métodos de organización corporativa de las Cinco Grandes parecían sacados de un manual avanzado de centralización de la economía: directores compartidos, propiedad directa sobre las acciones, compañías «holding», acuerdos monopolistas de transporte y financiamiento conjunto vía el Banco de Hawái. Pero los personajes de todas estas operaciones corporativas eran los mismos: un grupo exclusivo de familias anglosajonas, que acumularon su riqueza y poder entre 1846 y 1898. Sobre todo, y para asegurar la lealtad, estaban unidos por un entrelazado sistema de matrimonios y relaciones sanguíneas, cultivado puntillosamente por décadas de vivir como aristócratas feudales frente al resto de la población, en particular los hawaianos.

De las Cinco Grandes, la más vieja y poderosa era Castle and Cooke. Además de poseer extensas plantaciones de caña por todo el archipiélago, esta compañía ejercía un control dominante sobre las finanzas, el almacenamiento y las comunicaciones en Honolulu. Creada por los misioneros calvinistas que llegaron en 1860 desde Boston, este agresivo poder monopólico combinaba la religión y la violencia para ejercer su poder sobre toda la población originaria y la fuerza de trabajo agrícola. En 1914, logró que le transfirieran, sin costo alguno, todas las propiedades hasta entonces en manos de ciudadanos de origen alemán. La Castle and Cooke era también el socio mayor en el Banco de Hawái, en la Hawái Electric Company, en la Hawaiian Pinneaple Company y en el periódico Honolulu-Star Bulletin.

Por debajo de la Castle and Cooke estaban las demás compañías, cuyos dueños operaban como señores feudales menores en cada uno de las islas del archipiélago. Algo así como el modo de producción feudal en el antiguo continente asiático.

Dependencia frente al imperio

A pesar del control extraordinario de la economía local por la burguesía haole, Hawái no pudo escapar completamente a ciertos rasgos de dependencia frente al imperio. En primer lugar, todo el boom agrícola presuponía la estabilidad de la cuota azucarera, y esta se establecía anualmente por el Congreso. En la legislación territorial estadounidense los «territorios incorporados» eran semicolonias; es decir, áreas en tránsito a la condición de provincia ‘estado’, pero sin representación en el gobierno federal. Los productores hawaianos no controlaban su lugar en el mercado de azúcar de la nación.

En segundo lugar, la presencia física de la marina de guerra estadounidense en Pearl Harbor actuaba como un freno ante todo intento de la burguesía local de cuestionar los intereses estratégicos y globales del imperialismo en el océano Pacífico; es decir, de colaborar con otros imperios. Hawái le importaba a Washington no tanto por el azúcar, como por su lugar en el pujante comercio con las naciones de Asia. En eso el gran capital financiero no se corría riesgos, ni siquiera con sus hermanos de sangre.

La garantía efectiva de que la burguesía blanca de Hawái no se saliera de su sitio se estructuraba día a día a través de una persona de confianza de los altos mandos militares en Washington: Walter Francis Dillingham. Mr. Hawái, como lo bautizaron en la capital federal, era un ciudadano bona fide de Hawái, que heredó grandes extensiones de terrenos y ferrocarriles de sus antepasados haoles en el archipiélago. Además, era dueño de una compañía de dragado y construcción de puertos y facilidades de almacenamiento. La marina de guerra de Estados Unidos lo escogió como su punta de lanza en el archipiélago. Así, el Dillingham Industrial Complex era el beneficiario exclusivo de los contratos para el mantenimiento y reparación de las facilidades de la base naval de Pearl Harbor. Dillingham era el que actuaba como representante de la marina en todas las decisiones políticas que se tomaban dentro y fuera del archipiélago, incluyendo la selección del gobernador del territorio. En otras palabras, él implementaba tras bastidores el control de Washington sobre el diseño del gobierno territorial. Hawái tenía un valor geopolítico demasiado grande como para confiar en nadie.

Absolutismo y dictadura

Dada la composición étnica de la población de Hawái y el sistema electoral heredado del siglo XIX, la burguesía haole no podía mantenerse en el poder sino con un gobierno particularmente fuerte frente a los habitantes no anglosajones. Cierto es que bajo la legislación de expansión territorial estadounidense el nombramiento de los gobernadores territoriales era prerrogativa del presidente de la nación. Estos ejecutivos locales, por ejemplo, fueron los que durante toda la segunda mitad del siglo XIX implementaron las políticas genocidas de Washington en las Grandes Praderas y el oeste norteamericano. Algunos hasta tenían títulos militares. Pero Hawái era otra cosa; en parte por la distancia geográfica del continente y, en parte, por la realidad de que la población anglosajona era numéricamente estable. De hecho, al momento de la invasión, la inmensa mayoría de los trabajadores de las plantaciones eran chinos y japoneses. En 1900 comienzan a llegar miles de filipinos y puertorriqueños, para compensar la prohibición de entrada de trabajadores de China y Japón aprobada por el Congreso en 1882 (y entonces aplicable a Hawái). Todos, absolutamente todos los inmigrantes, eran necesarios para el funcionamiento normal de la agricultura de caña de azúcar. Y los filipinos, en particular, venían con una tradición de lucha y rebeldía. El poder de la burguesía blanca residente en Hawái no podía mantenerse internamente, sino con el establecimiento de una dictadura racial similar a la que existía desde 1864 en el sur esclavista.

Fue precisamente Dillingham quien negoció en Washington para el establecimiento de un gobernador territorial extraordinariamente poderoso en Hawái. Este sería nombrado en Washington, pero sujeto al agrado de las Cinco Grandes. En particular, tenía que ser un residente bona fide del territorio incorporado, o sea, un miembro de la casta de haoles.

Dualidad de la economía

Otra característica de la economía hawaiana bajo el régimen de territorio incorporado era su dualidad. Al igual que Puerto Rico y otras naciones tercermundistas, Hawái era un país especializado en el monocultivo y exportación de materias primas. El azúcar suplía las necesidades del capital industrial invertido en la producción de alimentos en los centros urbanos de la metrópoli. Pero, contrario a lugares como Puerto Rico, cinco grandes compañías locales, es decir, no absentistas, tenían un monopolio absoluto de la producción y el comercio exterior del archipiélago. En 1910, por ejemplo, las Cinco Grandes producían 7 de cada 8 toneladas de azúcar para la exportación. Pero la exportación, como tal, estaba 100% en manos de barcos y compañías de transporte de la burguesía haole. Ni una sola libra de azúcar del archipiélago salía en barcos que no fueran propiedad, directa o indirectamente, de las Cinco Grandes. Y ni una sola libra de productos importados llegaba de otro modo. Todo el movimiento de mercaderías, hacia fuera o hacia adentro, tenía que hacerse a través de la Matson Navigation Company. Lo mismo ocurría con el transporte de personas.

En 1906, desafiando la lógica del imperialismo, las Cinco Grandes comenzaron a exportar capitales a Estados Unidos. Así, para garantizar sus ganancias monopólicas, crearon la California and Hawaiian Sugar Company en Crockett, California. Esta se convirtió pronto en una de las refinerías de azúcar más grandes del mundo. La totalidad del azúcar exportado de Hawái era refinada, comercializada y distribuida en la costa occidental de Estados Unidos por esta compañía, controlada 100% por la burguesía haole de Hawái. Esta integración vertical, propia de los monopolios descritos por Hobson y Lenin, hizo posible que las Cinco Grandes entablaran una competencia frontal con las refinerías de la costa del Atlántico, que se suplían de las materias primas baratas llegadas de Cuba y Puerto Rico.

Falsa reforma agraria

Uno de los acontecimientos más desvergonzado en la historia del genocidio de los habitantes originarios de Hawái fue la reforma agraria de 1921. Reducida a una sexta parte de lo que fue a principios del siglo XIX, y ya despojada de sus terrenos ancestrales, la población oriunda del archipiélago comenzó a reclamar la reposesión de las tierras en las plantaciones y su distribución entre los pequeños campesinos. No era propiamente un movimiento para la nacionalización de la tierra, pues buena parte de los terrenos en las plantaciones capitalistas eran formalmente propiedad pública desde los tiempos de la expropiación agraria de 1848, conocida como Gran Mahele. Cerca de 40% de la tierra arable pasó a mediados del siglo XIX a ser propiedad del gobierno. Pero estos terrenos, cuya titularidad estaba protegida por la constitución local, fueron dados en arriendo indefinido a las Cinco Grandes a un precio meramente nominal. Lo mismo pasaba con las extensas áreas de terrenos preservadas por la monarquía hawaiana.

Ante la situación de pobreza extrema del pequeño campesino hawaiano, y ante la indiferencia de la cultura racista haole, el Congreso de Estados Unidos aprobó en 1921 la Hawaiian Rehabilitation Act. Esa ley proveía para la distribución de 200,000 acres de terrenos públicos entre los miles de hawaianos sin techo, que se concentraban en lugares como las «villas de miseria» alrededor de Honolulu. Además, en un lenguaje que hace recordar a las falsas reformas para el supuesto beneficio de los indígenas del continente, la Hawaiian Rehabilitation Act se justificó como un acto liberal de restaurar la cultura hawaiana. Pero casi en una réplica exacta de lo sucedido en 1864 con el pueblo sioux en Minnesota, la inmensa mayoría de los terrenos distribuidos entre los campesinos hawaianos en 1921, estaban localizados en áreas rocosas, arenosas y sin valor agrícola alguno. Más aún, el acta permitió la renovación indefinida de todos los contratos de arrendamiento que beneficiaban a las Cinco Grandes, y removió, sin pudor alguno, todas las restricciones al latifundismo en el archipiélago.

De lo demás se encargaron las fuerzas de los monopolios. Menos del 2% de los terrenos distribuidos en 1921 al campesinado pobre era cultivable. Pero incluso estos cayeron enseguida en manos de las Cinco Grandes. Al carecer de medios de transporte independientes, los pequeños agricultores no tenían otra alternativa que someterse al capricho de los monopolios que controlaban el mercado interior y la compra y venta de productos agrícolas. La poca tierra valiosa pasó rápidamente, por la vía de quiebras forzadas, a manos de la burguesía haole.

¿Cuál fue el resultado la gran reforma agraria de 1921? El mismo de la gran repartición de 1848, pero con mayor impacto humano. Los terrenos infértiles repartidos a los campesinos pobres se convirtieron en arrabales y barrios precarios. La inmensa mayoría de la población originaria de Hawái quedó ahora presa indefinidamente en una condición de depresión económica y social. Comenzó entonces a desarrollarse la industria de entretenimiento a los turistas, reduciendo toda la riqueza cultural del pueblo hawaiano a una caricatura grotesca para beneficio de los visitantes anglosajones.

Finalmente, fue bajo la Hawaiian Rehabilitation Act de 1921 que la burguesía haole del archipiélago se embarcó a gran escala en la construcción de un imperio de producción y exportación de piñas. Como todo en Hawái, esto implicó el uso de métodos violentos por las Cinco Grandes para asirse con la mayor parte del botín. Pronto Hawái monopolizaría el mercado mundial de este producto. Ya a fines de la década, las Cinco Grandes empleaban más de 35,000 obreros en esta industria.

¿Y qué pasó con el sueño de convertir a Hawái en un estado? Pues quedó engavetado. La burguesía anglosajona que se batió a tiros con la monarquía en 1893 buscando la anexión a Estados Unidos, se declaró en 1921 partidaria de continuar para siempre bajo la condición de «territorio incorporado». Ya no eran estadistas, sino autonomistas, como la burguesía colaboracionista y antinacional en Puerto Rico. Dios los cría y el azúcar los junta.

Estructura de clase

La estructura de clases de la sociedad hawaiana durante toda la primera mitad del siglo XX combinaba la explotación agrícola capitalista moderna con una rígida estratificación racial y étnica, que en sus formas externas se asemejaba a un sistema de castas semifeudales. En la cima de esa estratificación social estaban las Cinco Grandes; en realidad, un pulpo que mantenía un monopolio absoluto sobre la producción y exportación de azúcar y piñas en el archipiélago. El núcleo de la clase capitalista anglosajona de Hawái era uno con estas poderosas compañías. A través de relaciones familiares, y de su puntillosa atención a la pureza cultural y racial, la minoría de residentes blancos dominaba todo, incluyendo la banca, las operaciones de bienes inmuebles, el financiamiento y la importación y distribución de bienes internamente. Ni siquiera la clase esclavista del sur era tan racista y virulentamente opresiva. Esto, en gran medida, porque tenían el apoyo incondicional de la marina de guerra más poderosa del mundo.

Además de explotar directamente a la clase trabajadora, con miras a apropiarse de la plusvalía creada en la producción de materias primas, los haoles mantenían un sistema indirecto de opresión económica sobre el conjunto de la población a través del mercado. Las Cinco Grandes controlaban 90% de las ventas minoristas de Hawái y el 100% del mercado de dinero. Así, importaban medios de vida del continente y, dada la ausencia de una agricultura orientada al mercado local, imponían precios exorbitantes sobre los productos más básicos, como los vegetales, las carnes, la leche y las harinas. Los mismos trabajadores que generaban cuantiosas sumas de plusvalía, no podían sobrevivir si no era comprando a crédito en las tiendas de las plantaciones. La engreída clase capitalista blanca de Hawái, cuyos hijos atendían las mejores universidades de Estados Unidos y practicaban con obsesión el deporte de polo, no tenía reparo alguno en lucrarse de los préstamos de usura a pequeños comerciantes y trabajadores desesperados. Todo, mientras predicaba ardientemente los preceptos de la religión y cultos calvinistas. Ni Elmer Gandry, en la novela El Fuego y la palabra (Sinclair Lewis, 1927), identificaba tanto el comercio con la falsa devoción a los cultos protestantes.

La clase obrera y el sistema de castas

En la base de la pirámide social y económica de Hawái estaba una clase trabajadora multiétnica como pocas. Desde mediados del siglo XIX, la burguesía haole dominaba mediante un rígido sistema de explotación basado en la segmentación racial de los trabajadores en las plantaciones.

En realidad, toda la formación social hawaiana durante la primera mitad del siglo XX reflejaba una división del trabajo por origen étnico. Así, por ejemplo, la población china estaba concentrada en los pequeños negocios; la japonesa, en las pequeñas empresas y como asalariados en las plantaciones; la portuguesa, en la artesanía y la supervisión de otros grupos étnicos; los filipinos, en los trabajos menos remunerados en las plantaciones; los hawaianos, en los muelles y la construcción, y los blancos asalariados, en la vigilancia y los trabajos clericales. Dentro de cada sector laboral, los trabajadores eran agrupados por su país de origen. Las escalas salariales correspondían al origen nacional. En la cima, estaban los blancos; completamente abajo, los filipinos; a mitad de camino, los japoneses y puertorriqueños. Además, no se permitía interacción alguna entre los trabajadores de distintas etnias, ni en el desempeño de las faenas ni en los lugares de vivienda propiedad de las plantaciones.

El sistema de fragmentación racial de la clase trabajadora impuesto violentamente por la burguesía blanca de Hawái era objeto de estudio constante por los académicos de la Universidad de Hawái, quienes desarrollaron índices para clasificar la «eficiencia laboral e intelectual» de los distintos grupos raciales. Los filipinos, que junto a los japoneses constituían la gran masa de los trabajadores de las plantaciones, eran considerados personas de inteligencia subhumana y merecedores de la paga más baja. Todavía en 1940 las plantaciones azucareras de Hawái eran notorias por sus métodos viciosos de explotación y maltrato de los trabajadores no anglosajones; también, por el racismo y asesinato de familias obreras. Un representante de la agencia federal encargada de supervisar las negociaciones sindicales, la National Labor Relations Board, visitó Hawái en 1940, y caracterizó el clima laboral como «dominado abiertamente por el fascismo».

Mantener un estado constante de opresión y vigilancia sobre una gigantesca masa de trabajadores no anglosajones dispersa por el archipiélago requería de un despliegue constante y omnipresente de las fuerzas represivas. En el corazón mismo del modelo fascista hawaiano estaban tres instituciones: la Asociación de Patronos Industriales de Hawái, el Departamento de Policía de Hawái y las agencias de inteligencia ligadas a la marina de guerra. A ellas se sumaban gangas de verdaderos blancos malhechores que, pagados por las Cinco Grandes, hacían el trabajo sucio de dar golpizas, secuestrar trabajadores y deportar a la fuerza a los líderes obreros militantes. Se trataba, pues de un clima político y represivo que nada tenía que envidiarle a las bandas fascistas de la década de los treinta en la agricultura de California. Curiosamente, en ambos lugares, Hawái y California, el fascismo surgió vinculado al racismo en contra de la militancia natural de los trabajadores inmigrantes.

Las huelgas obreras y los fascistas, 1920-1938

El obstáculo mayor para la organización de los trabajadores en el archipiélago hawaiano era el sistema de fragmentación racial y étnica creado por la burguesía anglosajona. Además de la escala salarial diferenciada, cualquier intento de organización sindical llevaba al despido masivo de trabajadores de un grupo y su rápida sustitución por los de otro, igual o más necesitados de empleos. O simplemente a la represión con métodos fascistas.

En abril de 1909, ante la imposibilidad de vivir con los salarios miserables que recibían, más de 7,000 trabajadores japoneses se lanzaron a la huelga en las plantaciones. Las bandas de fascistas anglosajones no tardaron en responder. Más de 100 líderes obreros fueron encarcelados por el delito, inventado en medio de la huelga, de «interferir con las operaciones de las plantaciones». La huelga duró tres meses y fue un fracaso para la población obrera japonesa, debido a la división racial del proletariado.

En 1920 la clase obrera hawaiana intentó, por primera vez en la historia del archipiélago, movilizarse solidariamente y por encima de las diferencias étnicas y de lenguaje. Miles de trabajadores japoneses y filipinos se lanzaron simultáneamente a la huelga en varias plantaciones. Pero esta vez la respuesta de la burguesía haole fue más severa. Bandas de fascistas anglosajones, pagadas por los patronos, removieron por la fuerza a miles de familias trabajadoras de sus hogares en las plantaciones. Surgieron así, en el oeste de Honolulu, extensas villas de miseria pobladas por familias sin techo. Aunque el conflicto laboral duró más de seis meses, al final las epidemias de influenza que brotaron en los arrabales lograron lo que los fascistas no pudieron: que los trabajadores desistieran de sus reclamos y volvieran humillados a la explotación en las plantaciones.

En 1924 ocurrió una repetición de los eventos de 1909, pero ahora con un proletariado filipino políticamente consciente. Más de 13,000 trabajadores filipinos se lanzaron a la huelga, preparados para defenderse físicamente de los fascistas. En uno de los muchos enfrentamientos murieron cuatro policías y 16 trabajadores. La burguesía haole, temerosa de la combatividad de los trabajadores filipinos, recurrió en 1924 a la importación de dos pelotones de guardias nacionales armados con metralletas. La totalidad del liderato obrero, ascendente a 60 líderes, fue encarcelado por cuatro años.

La huelga de trabajadores filipinos en 1924 marcó para siempre los parámetros de la lucha de clases en Hawái. La burguesía anglosajona puso en movimiento sus mejores instrumentos de opresión clasista. De un lado, la fuerza bruta de los soldados y las bandas fascistas en la calle; del otro, un arsenal de leyes que parecían sacadas del siglo XXI: el Acta de Sindicalismo Criminal, aprobada en 1919; el Acta de Publicaciones Anarquistas, aprobada en 1921, y el Acta Prohibiendo los Piquetes, aprobada en 1923. A partir de 1925 comenzaría también la deportación de miles de huelguistas filipinos.

Desde el punto de vista de las luchas proletarias se hizo evidente que solo un movimiento huelguista multiétnico podía derrotar al fascismo de la burguesía haole. La coyuntura de lucha de clases en Hawái mostraba los elementos básicos para el ascenso del fascismo: una clase obrera combativa y una clase dominante en guerra abierta con el proletariado. Pero el sistema de fragmentación étnica del proceso de trabajo, así como las diferencias culturales y lingüísticas, impedían una movilización efectiva de los trabajadores en contra de las Cinco Grandes. De hecho, en 1936 estalló una huelga de obreros del transporte interno en Honolulu-Hilo. Aquí se concentraban los trabajadores de origen hawaiano. Nuevamente, la burguesía haole movilizó bandas de fascistas armados que golpearon, secuestraron y encarcelaron a los líderes del movimiento. La huelga duró dos años. El 1 de agosto de 1938 un contingente de 500 trabajadores fue atacado por 60 policías que escoltaban un barco rompehuelgas en la bahía de Hilo. Más de cincuenta obreros sufrieron heridas de bala.

Unidad obrera y derrota del fascismo: 1946

Justo en los años finales de la Segunda Guerra Mundial, la clase trabajadora hawaiana se embarcó en uno de los esfuerzos organizativos más impresionantes en la historia del sindicalismo progresista en Estados Unidos. Se trataba de integrar a todos los trabajadores del archipiélago (japoneses, chinos, filipinos, hawaianos y puertorriqueños) en un solo sindicato que los representara sin distinción. No era algo fácil, pues los trabajadores ni siquiera tenían un lenguaje en común. Mas, para gloria de esta sufrida clase trabajadora, los esfuerzos fueron más que exitosos.

El 1 de septiembre de 1946, bajo el liderato de la International Longshoremen’s and Warehousemen Union (ILWU), cerca de 26,000 trabajadores de la industria del azúcar en Hawái se fueron a la huelga al unísono. El paró duró solamente 79 días, pero durante esas ocho semanas 33 de las 34 plantaciones azucareras del archipiélago estuvieron completamente inactivas. Además, no solo los trabajadores del azúcar se fueron a la huelga, a ellos se unieron enseguida los empleados de todas las subsidiarias y empresas controladas indirectamente por las Cinco Grandes.

En 1946 los trabajadores se unieron verdaderamente por encima de las diferencias raciales y étnicas. De hecho, la comunidad entera, salvo la burguesía haole, se solidarizó con el paro. En todas y cada una de las islas del archipiélago surgieron comités de apoyo a los huelguistas. También florecieron por todas partes centros improvisados para la alimentación de los trabajadores, grupos de recaudación de fondos, organizadores de actividades culturales y de deporte, así como personas encargadas de la educación política. De acuerdo con el Centro para la Investigación y Educación Laboral, de la Universidad de Hawái, más de 50,000 personas se integraron activamente a los comités de apoyo a los huelguistas. Algunas se encargaban incluso de preparar los comunicados en todos los idiomas, para asegurase de la mayor participación posible.

Fortalecidos por la recién desplegada energía de la solidaridad multiétnica, la clase obrera del archipiélago, los no haoles, exigieron el reconocimiento de la unión, así como un contrato único y universal, que protegiera a todo el mundo. Y no se limitaron a la demanda de aumentos salariales, también pidieron mejores viviendas, mejor cuidado médico y el establecimiento de pensiones de retiro. Con la ayuda del nuevo sindicato, los descendientes de los miles de trabajadores de color, tantas veces vilipendiados y maltratados por la burguesía blanca de Hawái, demandaron el fin de la segmentación racial y étnica de los lugares de trabajo, así como la igualdad de salarios entre las razas. Para júbilo de las miles de familias hawaianas, japonesas, filipinas, chinas y puertorriqueñas que apoyaron la Gran Huelga de 1946, la burguesía anglosajona de Hawái claudicó ante la presión del sindicato y la comunidad proletaria entera. Todos los objetivos del paro fueron logrados. En 79 días, la unidad multiétnica y multirracial de los trabajadores del archipiélago puso freno a los extremos racistas de uno de los regímenes de opresión más abusivos del siglo XX. El fascismo de la burguesía blanca de Hawái había tropezado con un adversario formidable: la unidad de los trabajadores por encima de sus diferencias étnicas y raciales.

La lucha de clases continuaría, naturalmente, e incluso plantearía nuevos retos en la postguerra. Pero, en adelante, la clase obrera de Hawái, tendría un instrumento efectivo para afirmar sus intereses: la unidad sindical.

Referencias

Albizu Campos, P. (1975). (Torres, B., ED). Obras Escogidas: 1923-1936. Tomo I. San Juan de Puerto Rico: Editorial Jelofe.

Center for Labor Education and Research. (1917). 1946: The Great Hawai’i Sugar Strike. University of Hawai’i. Consultado en línea: http://www.hawaii.edu/uhwo/clear/home/1946.html.

Hollingsworth, J. R. (1983). American Expansion in the Late Nineteenth Century. New York: Holt, Rinehart & Winston.

Kent, No. (1983). Islands under the Influence. New York: Monthly Review Press.

Kline, J.M. (1983). State Government Influence in the U.S. International Economic Policy. Idaho Falls: Lexington Books.

Lenin, V.L. (1917). El imperialismo: fase superior del capitalismo. En línea: https://www.marxists.org/archive/lenin/works/1916/imp-hsc/pref01.htm.

McLaughlin, A.C. (1935). A Constitutional History of the United States. New York: D. Appleton and Century Co.

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Taussig, F. W. (1888). The Tariff History of the United States. New York: G.P. Putnam.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Derecho a decir “sí”, derecho -y con frecuencia deber- a decir “no”

Asentir o disentir, expresándose libremente, sin cortapisas.

Sólo en los últimos años, ¡Si se hubiera dicho no cuando el dúo Reagan-Thatcher preconizó la sustitución de los “principios democráticos” -tan bien establecidos en la Constitución de la UNESCO desde 1945- por las leyes del mercado, y las Naciones Unidas por los grupos plutocráticos, G7. G8… G20!

¡Si se hubiera dicho no en un auténtico clamor popular, a la invasión de Irak! ¡Si se hubiera dicho no a una unión monetaria en Europa sin una previa unión económica y política!

¡Si se hubiera dicho no aquel día aciago del 10 de mayo de 2010 en el que el “gran dominio” impuso sus pautas de total dependencia económica!

¡Si se hubiera dicho no a los recortes en sanidad, educación, ciencia y justicia!

¡Si se hubiera dicho no a la retrógrada LOMCE! Si se hubiera dicho no a la increíble reducción progresiva de la “memoria histórica”, dejando sin esclarecer tantos hechos, dejando tantas heridas abiertas!
etc, etc, etc.

Hasta hace poco, la mayoría de la ciudadanía no podía expresarse. Permanecía silenciosa por silenciada. Ahora, no. Ahora, la tecnología digital permite de forma progresiva a muchos decir lo que desean decir. Y la voz del pueblo puede ser, será muy pronto, la expresión del poder ciudadano, esencial en una democracia genuina.

Comprendo que haya numerosas personas que se abstengan de manifestar su opinión por los nocivos resultados que para ellas y los suyos podrían derivarse. Pero animo a todos los demás a que unan su voz o su grito -”siempre nos quedará la palabra”, dijo Blas Infante- para manifestar, siempre sin violencia, lo que consideran que no debe ser aceptado en un contexto de libertades públicas. No es tolerable que cada día se inviertan en gastos militares y armas más de 3.000 millones de dólares cuando mueren de hambre decenas y decenas de personas; y no es tolerable que 2.000 millones de seres humanos vivan por debajo del umbral de la pobreza; y no es tolerable que, con total olvido de nuestros compromisos intergeracionales, dejemos que la habitabilidad de la Tierra se degrade; y es intolerable que 85 personas tengan una fortuna equivalente a la de de 3.500 millones de personas, la mitad de la Humanidad… Y no es tolerable, hoy mismo, que veamos cómo se pretende “recortar” el alcance de la justicia a escala mundial, cuando España estaba en la vanguardia…

Digamos no. O digamos sí cuando creamos que debemos asentir. Pero siendo dueños de nuestro destino. En otro caso, mereceríamos la terrible frase de Albert Camus que recuerdo con frecuencia: “Los despreciaba porque pudiendo tanto se atrevían a tan poco”.
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Federico Mayor Zaragoza – Comité de Apoyo de ATTAC España