Comenzaré el artículo con una historia que luego voy a criticar. Lo advierto para que el lector o lectora no se regodee demasiado en su lectura y en su conclusión. Cuentan que un político muere y va al otro mundo. Al llegar allí le dicen que la norma existente es que tiene que pasar veinticuatro horas en el infierno y otras veinticuatro en el cielo. Y que luego tendrá que decidor dónde quiere pasar la eternidad. Y lo tendrá que decidir con cuidado porque no puede retroceder en la decisión.
Dice que él quiere ir al cielo para toda la eternidad pero le responden que la norma es la norma y que primero tendrá que probar en el cielo y en el infierno durante un tiempo exactamente igual. Le dan a elegir por dónde quiere empezar y dice que mejor por el infierno. Al entrar ve a otros políticos de su partido que pasean con unos trajes elegantes. Tienen rostros juveniles, parecen contentos mientras conversan amigablemente entre risas. El clima es magnífico y todo parece resplandecer. Después de caminar se encuentra con un reluciente campo de golf, en el que echa unos hoyos con una preciosa joven que llega al mismo tiempo.
Pregunta dónde puede comer algo y le dicen que hay un restaurante llamado El Tridente, donde puede elegir manjares exquisitos y vinos de altísimas marcas. No puede estar más feliz. Se acerca con su recién estrenada amiga y piden langosta, caviar y otras viandas exquisitas. Los vinos, tintos, rosados y blancos no pueden ser de mejor calidad.
Después de la comida, les dicen que hay bailes, fiestas y licores a discreción. Van pasando las horas y casi se ha olvidado ya de qué es lo que está haciendo allí. De pronto le avisan de que ha terminado su estancia en el infierno. Lo lamenta, pide quedarse allí definitivamente y le responden taxativamente que no es posible. Entonces recuerda que ahora le toca disfrutar del cielo. Con buen criterio se argumenta que si eso ha sido el infierno, qué no será lo que le espera.
Abren las puertas del cielo y ve unas nubes blancas y esponjosas de diferentes tamaños. No hay nadie, hecho que le sorprende y preocupa. Pensó que, al menos su amiga, estaría en la nueva prueba. Pregunta por ella y le dicen que no vendrá nadie. Le dan un arpa y, sorprendido y enfadado, dice que no sabe tocar y que no tiene ningún sentido musical. Él rechaza la prueba y dice que ya tiene la decisión tomada. No quiere pasar todo ese tiempo, acompañado del arpa y saltando de nube en nube. Dice que ha hecho amistades en el infierno y que quiere volver allí cuanto antes para toda la eternidad. Le dicen que no es posible. Tiene que completar la prueba. Las veinticuatro horas se le hacen eternas. Se aburre como una postra mientras se reafirma en la decisión tomada. No hay comparación.
Cuando le avisan de que ha terminado la segunda estancia, le proponen que elija con sumo cuidado dónde quiere pasar la eternidad Con cuidado porque no hay marcha atrás. Sin dudarlo ni un segundo dice que quiere ir al infierno. Le insisten en que tiene que elegir con mucho cuidado y él se reafirma en lo dicho.
Cuando entra en el infierno se lleva un susto terrible. Están los políticos de su partido, pero ahora visten trajes andrajosos, sus rostros son decrépitos y están buscando comida en la basura. El clima es asfixiante y el olor insoportable. Se dirige al campo de golf para distraer su enfado y para localizar a su amiga. Pero el campo está calcinado. Cuando pregunta por la comida le dicen que tiene que hacer lo que ha visto que hacían sus compañeros de partido: buscar en el basura algo que se pueda llevar a la boca.
Quiere cambiar la decisión y le responden que no es posible, que fue advertido de forma clara reiterada. Tenía que elegir con sumo cuidado porque no se podía cambiar la decisión. Entonces pide formular una enérgica protesta y le aconsejan que vaya a las oficinas del infierno para presentar su queja. Así lo hace.
No hay derecho. Estoy indignado. He pasado ayer veinticuatro horas maravillosas y, ahora, cuando he elegido pasar aquí la eternidad me encuentro con una situación insoportable. ¿Qué ha sucedido?
Muy sencillo, señor, le dicen, es que ayer en el infierno estábamos en campaña electoral.
Es probable que esta historia sea celebrada con risas y aplausos cuando se cuenta en corrillo o en una tertulia. Viene a confirmar esa sospecha de que todos los políticos son falsos y mentirosos.
Siempre es bienvenida la descalificación y la crítica a la clase política.. No caemos en la cuenta de que ese rechazo, esa crítica indiscriminada, esa condena constante y generalizada es profundamente antidemocrática.
Sé que este es un artículo que va contra la corriente, sobre todo en tiempos preelectorales. La corrupción política es tan escandalosa que corremos el peligro de pensar que todos los políticos son corruptos, delincuentes, mentirosos y ladrones. Cuando se dice que todos los políticos son iguales se quiere decir que todos son igual de corruptos. Pues no. Yo pienso que la mayoría, la inmensa mayoría son personas generosas y docentes. Más o menos acertadas, pero decentes.
¿Hay políticos corruptos? Sí, lamentablemente. Pero también hay arquitectos corruptos. Y médicos y profesores y abogados… Pero hay una especial tendencia a la generalización cuando se produce la corrupción en la política. Y es verdad que tiene una especial gravedad cuando se produce en democracia. Porque esas personas están en el cargo porque los ciudadanos y ciudadanas depositamos en ellas nuestra confianza a través del voto.
Creo que es una mala práctica democrática meterlos a todos en el mismo saco y poner fuera la etiqueta de BASURA. Porque no es verdad que todos puedan meterse en un mismo saco. Y menos en ese saco que les hace a todos despreciables.
Ellos mismos inducen a que realicemos esos juicios injustos e inexactos. Porque, cuando la corrupción se produce en el partido adversario, se trata de extender tramposamente la acusación a todos sus militantes y simpatizantes. He oído decir al señor Maroto, a raíz del “caso mediador” que la droga y la prostitución es como una seña de identidad del partido socialista. Porque ha habido algunos (muy pocos) en Canarias y hubo también algunos (muy pocos) en Andalucía que incurrieron en esas prácticas.
Se equivocan cuando se muestran implacables en condenar la corrupción en el partido adversario. Y mucho menos cuando se produce en el propio partido. No caen en la cuenta de que haciendo esas generalizaciones están echando tierra sobre el propio tejado.
¿Hay curas pederastas? Los ha habido y los hay. Pero, ¿sería justo generalizar y mirar a cada persona embutida en una sotana como un malhechor contra la infancia?
Con esto no quiero decir que no haya que perseguir de forma implacable esos casos de corrupción. Ni los disculpo, ni los minusvaloro. Como decía, son especialmente graves en quienes han traicionado la confianza depositada en ellos por la ciudadanía.
Son celebradas las agresiones a los políticos en las tertulias televisivas y en los programas de radio. Qué decir de los bares y de las peluquerías. Tiene el aplauso seguro quien diga algo ingenioso y despectivo sobre ellos.
Son todos unos sinvergüenzas
Son todos iguales
Son todos unos ladrones
Son todos unos corruptos
Son todos unos mentirosos
Es curioso observar el celo apocalíptico de la de la derecha o de la izquierda cuando descubre en el adversario un atisbo o una imputación o una condena de alguno de sus miembros. La furia condenatoria no tiene limites. Incluso se explora para ver si se encuentra un saco de piedras escondido en el pasado de algún contrincante.
Se da a entender que si lo hace el adversario es diferente, más grave, más alevoso, más perverso, más despreciable, más condenable. Si lo hacen los otros es distinto. Y ese juicio severísimo es especialmente acentuado en época de elecciones. Como si alguien fuera más decente en la medida que denuncia y condena el hecho delictivo de los demás. Ayudémosles a ser honestos. No solo condenando la corrupción. También y, sobre todo, reconociendo su honradez.
https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2023/03/11/ni-todos-malos-ni-todos-iguales-2/
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sábado, 18 de marzo de 2023
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