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sábado, 22 de mayo de 2021

Los trabajadores españoles en la Alemania nazi

Recuperar la memoria histórica sobre nuestro pasado más inmediato, impidiendo el borrado de episodios desagradables para los ideólogos de la dictadura franquista, constituye un reto y una obligación para la comunidad científica conformada por los historiadores españoles. Insistir en esta cuestión parece ineludible en estos días en que dos cadenas de televisión nos han brindado la oportunidad de ampliar nuestros conocimientos acerca del encarcelamiento, trabajos forzados y torturas a que se vieron sometidos los rojos españoles que partieron hacia el exilio al término de la guerra civil y poco después fueron detenidos por las autoridades nazis de ocupación en Francia. Pues tanto quienes hallaron la muerte en los campos de concentración y exterminio nazis como quienes consiguieron sobrevivir a ese horror fueron pagados con el olvido, como ha apuntado Jorge Semprún.

Y no sólo ellos. También los españoles, más de 10.000, enviados por el régimen de Franco para trabajar en la Alemania nazi. Estos españoles pasaron a formar parte de la lista de esclavos del Tercer Reich, si bien corrieron mucha mejor suerte que aquellos compatriotas suyos recluidos en el campo de Mauthausen y, asimismo, que los trabajadores del este de Europa (prisioneros en la mayor parte de los casos) utilizados como mano de obra en la industria y la agricultura alemana.

Nos encontramos ante otro de los asuntos de los que nada quiso saber la historiografía franquista. Ese silencio tenía mucho que ver con el deseo de Franco de hacerse perdonar la alianza con los regímenes de Mussolini y Hitler. Pero, al mismo tiempo, guardaba estrecha relación con un hecho vergonzante: los desempleados españoles que acudieron a las oficinas de la Comisión Interministerial para el Trabajo en Alemania habían sido empujados por una organización sindical que se recreaba en la retórica de "la patria, el pan y la justicia" pero que era incapaz de garantizar un trabajo digno y el abastecimiento alimentario a numerosos miles de ciudadanos. Y para mayor vergüenza, muchas de estas personas habían sido engañadas por la propaganda franquista con el propósito de que solicitaran los formularios que les llevarían al paraíso nazi.

Una propaganda canalizada en buena parte a través del diario Pueblo, el órgano de la Delegación Nacional de Sindicatos, el cual concedió amplio espacio a la agencia nazi Arco-SPES. Gracias a la generosidad de éste y otros diarios identificados con la causa nazi, la citada agencia pudo difundir artículos con títulos como los siguientes: Cómo protege Alemania la salud de sus obreros y Cómo vive el obrero extranjero en Alemania. Sin embargo, fueron más bien la desesperación y el hambre y la propaganda realizada por el Gobierno español los elementos que impulsaron a más de 25.000 españoles a rellenar los formularios necesarios para encontrar un puesto de trabajo en Alemania. Muy pocos acudieron a la llamada por motivos políticos, pues los falangistas más comprometidos estaban ya combatiendo en el frente del Este, y quienes tenían una colocación bien retribuida no pensaban abandonar su empleo para acudir a tierras alemanas o austriacas, adonde también llegaron remesas de trabajadores españoles.

Nos encontramos, como en el caso de la División Azul, ante una operación de evidente signo político. Pero con características propias. Si la División Azul constituye un ofrecimiento por parte española al Tercer Reich (a la espera de la posibilidad de una mayor implicación en la guerra), en el caso de los trabajadores españoles tenemos que hablar de un requerimiento alemán. Los nazis recordaron en varias ocasiones al Gobierno español que estaba pendiente de pago la ayuda prestada durante la guerra civil, y en 1941 señalaron que el envío de trabajadores podía ser la forma adecuada con la que ir saldando la deuda. Aunque con poco entusiasmo, el Gobierno español terminó aceptando la propuesta. Y lo hizo por dos razones: porque deseaba estrechar las relaciones con la Alemania de Hitler, y porque veía en esta medida la posibilidad de combatir el paro existente en España. A comienzos de junio de 1941, después de que tuvieran lugar las negociaciones pertinentes, el diario falangista Arriba se apresuraba a informar de la firma de "un acuerdo de intercambio de trabajadores entre el Frente Alemán del Trabajo y los sindicatos de la Falange". En realidad, el convenio no quedó formalizado hasta el 22 de agosto, y no se trataba de ningún tipo de intercambio, sino del envío de trabajadores españoles a Alemania para colaborar al esfuerzo de guerra nazi.

En octubre, la Delegación Nacional de Sindicatos hizo públicas las supuestas "Condiciones para el trabajo de productores españoles en Alemania" (salario, vacaciones, y las múltiples ventajas de pasar a formar parte de una organización como La Fuerza por la Alegría, departamento dependiente del Frente del Trabajo). Se suponía que los trabajadores firmarían contratos individuales con la representación de las distintas empresas alemanas, pero, tal y como ha descrito R. García Pérez, los negociadores alemanes, respaldados por el entonces muy influyente Ramón Serrano Súñer, en funciones de hombre del Eje, habían conseguido que el capital ahorrado por los trabajadores fuera a parar a una cuenta especial en Berlín que tenía como objetivo amortiguar la deuda española (sobre cuyo montante y naturaleza no existía acuerdo entre alemanes y españoles). Mientras tanto, sería el Estado español, a través del Instituto Español de Moneda Extranjera, el encargado de pagar a los familiares de los trabajadores el contravalor en pesetas de su rendimiento en marcos. Acuerdos semejantes habían sido ya firmados por Alemania con Checoslovaquia, Bulgaria, Hungría y Rumania, y con características específicas con el Gobierno de la Francia de Vichy y otros gobiernos, es decir, con quienes se encontraban bajo la ocupación de la Wehrmacht o al menos habían firmado un armisticio con Alemania. En cambio, España fue el único país no ocupado o con un Gobierno títere de los nazis que suscribió un acuerdo de este tipo.

Los obreros españoles que comenzaron a llegar a Alemania tuvieron que afrontar una situación que poco se parecía a lo anunciado por Pueblo. Las veladas artísticas, excursiones y actos deportivos prometidos se convirtieron en largas jornadas de trabajo y pésimo alojamiento. Esta situación era bien conocida por el Gobierno español, el cual hizo todo lo posible para ocultarla a los familiares de los más de 4.000 trabajadores que partieron hacia Alemania en 1941. Un año después, ante las demandas alemanas de nuevas remesas de trabajadores (y de trabajadoras, sin datos definitivos pero más de 200), las autoridades españolas no dudaron en distorsionar aún más la información proporcionada a quienes se acercaban a las oficinas de contratación. De acuerdo con la edición de Pueblo del 15 de mayo de 1942, la firma de uno de estos contratos reportaría al trabajador español la posibilidad de adquirir una buena formación técnica, un sueldo suficiente como para ahorrar y enviar dinero a sus familiares, así como la oportunidad de disfrutar de "visitas a museos y bibliotecas y de la legislación social del Tercer Reich, una de las más avanzadas de Europa", de comida "muy abundante" y "condimentada con sujeción a la cocina española", y todo ello sin "que exista peligro alguno para nuestros compatriotas que trabajan en lugares muy alejados del frente y no constituyen objeto militar de ninguna clase". Para hacer estas condiciones más interesantes se añadía que esa ocasión de trabajar encajaba "con el espíritu aventurero, patrimonio secular de los españoles". Y por último: "El hecho de que el enrolamiento sea por un periodo de dos años, durante el cual se han de adquirir conocimientos valiosos y hasta el dominio de un idioma que hablan muchos millones de hombres, desecha toda peligrosidad a la empresa. No se trata de una emigración a la buena de Dios, sino de un éxodo con toda suerte de garantías y de atractivos".

A lo largo de 1941 y 1942, la prensa falangista no dejó de ofrecer noticias acerca de las sucesivas salidas en ferrocarril de los trabajadores en paro con destino a Alemania; los primeros en partir fueron despedidos en Madrid por José Antonio Girón entre vivas a Franco y a Hitler. Pero a partir de 1943 resulta difícil seguirles la pista, y para 1944 ha desaparecido cualquier información al respecto. Pese a que se había asegurado que la partida para Alemania no entrañaba peligrosidad alguna, lo cierto es que los bombardeos de las fuerzas aliadas sobre suelo alemán, y la consiguiente proliferación de enfermedades, provocaron la muerte de un número indeterminado de obreros españoles. Las peticiones realizadas por la mayor parte de estos trabajadores y las presiones efectuadas por los Aliados sobre el Gobierno de Franco dieron paso a la repatriación de unos 5.000, de forma que en abril de 1944 eran unos 3.000 los que permanecían en suelo alemán. Una pequeña parte pudo ser evacuada gracias a las gestiones del embajador español, y el resto, una vez terminada la guerra, repatriado por organizaciones internacionales que estaban bajo el control de los vencedores en la Segunda Guerra Mundial.

Ni que decir tiene que la prensa franquista no proporcionó ni una sola información sobre estos acontecimientos.

José L. Rodríguez Jiménez. Instituto de Humanidades de la Universidad Rey Juan Carlos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del domingo, 21 de mayo de 2000.