sábado, 25 de noviembre de 2023

¿Fue Napoleón un monstruo?: críticas al director de la última película sobre el héroe francés por compararlo con Hitler y Stalin

Joaquín Phoenix como Napoleón.

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El ganador del Óscar Joaquín Phoenix interpreta a Napoleón Bonaparte en el nuevo largometraje de Ridley Scott.

Era el inicio de su campaña, y el veterano británico disparó una andanada de tiros a las líneas francesas. O mejor dicho, el director Ridley Scott estaba promoviendo su última película, que se estrenará en noviembre.

Napoleón promete ser un relato épico sobre el ascenso del emperador, interpretado por Joaquín Phoenix, que se enfoca en la volátil relación del emperador con su primera esposa Josephine (interpretada por Vanessa Kirby).
Joaquín Phoenix y Vanessa Kirby

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La película explorará la caótica relación de Napoleón con su esposa Josefina (interpretada por Vanessa Kirby).

Y aunque todavía faltan algunos meses antes de que podamos ver el resultado final, se ha generado una conversación alrededor de la película biográfica, mayoritariamente gracias a comentarios que Scott hizo en una entrevista con la revista de cine Empire:

“Yo lo comparo [a Napoleón] con Alejandro Magno, Adolf Hitler, Stalin”, dijo Scott, cuando explicaba su versión del personaje.

“Escucha, tiene un montón de cosas malas en su haber. Al mismo tiempo, destacó por su valentía, su capacidad de hacer y su dominio. Fue extraordinario”.

¿Qué? ¡Detente! Los franceses no perdieron el tiempo en devolver el fuego y corregir al insolente británico.

"Hitler y Stalin no construyeron nada y sólo provocaron destrucción", dijo a The Telegraph Pierre Branda, director académico de la Fundación Napoléon.

"Napoleón construyó cosas que todavía están en pie hoy", añadió.

Thierry Lentz, de la Fundación Napoléon, dijo en el mismo artículo: "Napoleón no destruyó ni Francia ni Europa. Su legado fue posteriormente celebrado, aceptado y ampliado".

Entonces, ¿cuál es la verdad del asunto? ¿Scott tiene algo en qué apoyarse?

Fulgurante ascenso
Napoleón, un comandante militar brillante, llegó al poder en 1799, durante el período de inestabilidad política que sucedió a la Revolución Francesa.

Sus admiradores dicen que convirtió a Francia en un país más meritocrático de lo que había sido bajo el Antigüo Régimen, anterior a la revolución.

Napoleón centralizó el gobierno, reorganizó la banca, impulsó la educación e instituyó el Código Napoleónico, el cual transformó el sistema legal y se convirtió en modelo para muchos otros países.

Pero también llevó a cabo una serie de guerras sangrientas en Europa buscando establecer un imperio que en su auge se extendía desde la Península Ibérica hasta Moscú.

Hacia 1812, las únicas áreas de Europa que no estaban bajo su control -ya sea a través de mando directo o a través de alianzas- eran Gran Bretaña, Portugal, Suecia y el Imperio Otomano.

Finalmente fue derrotado en 1815 por una alianza de naciones liderada por Gran Bretaña, en la batalla de Waterloo.

Napoleón

Napoleón

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Napoleón Bonaparte ascendió rápidamente en los rangos militares durante el periodo conocido como "el Terror".



Napoleón y su Código Napoleónico figuraban de manera prominente en las mentes de los británicos de la época, y lo han hecho durante décadas. Los caricaturistas estaban obsesionados con él.

Aparece en el fondo de las novelas de Jane Austen. Por ejemplo en Orgullo y Prejuicio, que se publicó en 1813, aparecen las milicias que iban a repeler una invasión napoleónica.

El gran detective Sherlock Holmes, de Arthur Conan Doyle, se refiere a su archienemigo, el profesor Moriarty, como el “Napoleón del crimen”. En la novela corta Rebelión en la Granja, de George Orwell -que se publicó en 1945- el cerdo que se convierte en dictador se llama Napoleón.

Pero, ¿es realmente justo referirse a Napoleón como dictador, o equipararlo con otros famosos dictadores?

Dictador, tirano, estadista...
El profesor de historia de la Universidad de Newcastle, en Australia, Philip Dwyer no lo cree. Dwyer escribió una biografía de Napoleón de tres tomos.

“Puedes tener un debate sobre si Napoleón era un tirano o no -yo me inclinaría por el lado de tirano- pero ciertamente, no era un Hitler o Stalin, que fueron dictadores autoritarios que reprimieron a sus propios pueblos de manera brutal, ocasionando millones de muertes”.

Algunos incluso han argumentado que el imperio era un “estado policial” debido al intrincado sistema de informantes secretos que mantenía bajo control a la opinión pública.

“Pero muy pocas personas -un número de aristócratas más o menos involucrados en tramas para derrocar al régimen, algunos de ellos periodistas- fueron ejecutados por su oposición a Napoleón. Si fuera a comparar a Napoleón con alguien. sería con Luis XIV, un monarca absolutista que llevaba a cabo guerras innecesarias que costaban miles de vidas”.

“También es cierto que Napoleón hizo la guerra -debatible si eran necesarias o no- y eso le costó la vida a millones de personas, aunque no sabemos cuántos civiles fueron muertos directa o indirectamente por las guerras”.

La periodista francesa y columnista del Telegraph Anne-Elisabeth Moutet concuerda en que Napoleón no es comparable a Hitler o a Stalin.

“Napoleón no tenía campos de concentración”, le dijo a BBC Culture. “No escogía minorías para masacrarlas. Sí, había una policía intrusiva, pero la gente ordinaria podía vivir la vida como quería y decir lo que quisiera”:

Ridley Scott

Ridley Scott

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El director Ridley Scott, de 85 años, es una leyenda del cine con películas tan clásicas en su filmografía como Alien, Blade Runner, Gladiador, entre otras.

Moutet dice que los franceses principalmente ven a Napoleón como un reformador.

“Tenía una mente extraordinaria y fue el instigador del cuerpo legal e instituciones bajo las cuales nos regimos hoy en día”.

“Nos gusta pensar -y no es del todo falso- que muchas personas estaban mucho más felices bajo el gobierno francés que bajo cualquier tipo de leyes feudales que tuvieran antes”:

Sin embargo, Charles Esdaile, profesor emérito de Historia en la Universidad de Liverpool y autor de varios libros sobre Napoleón, incluido Las Guerras de Napoleón: Una historia internacional 1803-1815, tiene una posición diferente:

“Veo a Napoleón como un jefe militar. Un hombre impulsado por su ambición personal que fue absolutamente despiadado. Un hombre que tenía una clara visión del tipo de Francia que necesitaba construir, y de hecho de la Europa que necesitaba construir, para sostener su maquinaria de guerra. Cualquier idea de que él fuera algún tipo de liberador, algún tipo de hombre del futuro, es esencialmente parte de la leyenda napoleónica".

Opina Esdaile que "la maquinaria de propaganda napoleónica era una herramienta muy, muy poderosa para el imperio y exportó una versión de las guerras en las que mucha de la culpa recaía en la pérfida Albión (Inglaterra)”.

“No era Francia para nada, eran todos declarándole la guerra a Francia. Esta poderosa leyenda napoleónica continúa operando hasta el día de hoy. Napoleon es una presencia viva. Continua operando desde más allá de la tumba, moldeando la manera en la que lo vemos”, concluye el historiador.

Hitler y Stalin en una caricatura

Hitler y Stalin en una caricatura

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Para los expertos, el legado de Hitler y de Stalin fue de destrucción y muerte, mientras que Napoleón construyó cosas que aún hoy persisten. Aquí el líder Nazi y el líder Soviético en una caricatura de 1939.


Pero Esdaile también rechaza las comparaciones con Stalin o Hitler:

“Napoleón tenía muchas fallas y era un personaje detestable pero la ideología racial que caracterizó al régimen Nazi simplemente nunca estuvo allí”.

“Napoleón no fue culpable de genocidio. Napoleón no cae en purgas completas. Para ser justos con Napoleón, el número total de presos políticos en el curso de su reinado es relativamente limitado. Compararlo a él con Hitler y con Stalin es una tontería histórica”.

Por supuesto, Ridley Scott es un titán de la industria de las películas -dirigió Blade Runner, Gladiator, Thelma y Louise, Alien, entre otras- que ha estado en el negocio lo suficiente como para saber promocionar una película.

Es totalmente factible que supiera que los comentarios de Hitler y Stalin fueran a generar publicidad y que lo haya hecho por esa razón. 

Dónde comer en Sevilla, según Juan Luis Fernández, dueño de Cañabota

El propietario y jefe de sala del local, convertido en una referencia en pescados y mariscos, recomienda tomar una tortilla de patatas con hierbabuena, un montado de pringá, merendar churros aireados y una cena romántica

Juan Luis Fernández, del restaurante Cañabota
Juan Luis Fernández, cocinero y propietario del restaurante Cañabota, en Sevilla.PACO PUENTES
El cocinero y hostelero Juan Luis Fernández (Sevilla, 40 años) quería rendirle homenaje a su abuelo, Ricardo Gálvez, conocido en Sevilla por el pescado que vendía en el mercado. Con este pretexto, y después de gestionar locales como Binomio y La Pepona, en 2016 abrió Cañabota, una referencia en pescados y mariscos en el centro de Sevilla, que cuenta con una estrella Michelin y un sol Repsol.

Dónde desayunar

1. En La Flor de mi Viña, donde tomar jamón con una tostada de pan y aceite. Es un desayuno diferente, que merece mucho la pena. Dirección: José de Velilla, 7, Sevilla. Tel. 954 56 42 52.

Un sitio para tomar el aperitivo

2. Para tomar el aperitivo me gusta mucho Taberna Manolo Cateca, con una carta de vinos de Jerez interesante y chicharrones de Cádiz. También es recomendable la tortilla de patatas con hierbabuena, muy rica y diferente. Y los riñones al Jerez o el morcón de Sánchez Romero Carvajal. Dirección: Sta. María de Gracia, 13, Sevilla. Tel. 657 59 05 09.

3. Otro sitio es la Taberna Zurbarán, para tomar una cerveza y un pincho, el típico caballito de jamón —una rebanada de pan y jamón pasado por la sartén—, o el menudo con garbanzos (callos, la citada legumbre, hierbabuena y pimentón picante). Dirección: Pl. Zurbarán, 1, Sevilla.

Dónde comer

4. Me gusta ir a La Flor de Azafrán, donde tomo platos excelentes, como el calamar frito y el guiso de torrezno con garbanzos. Dirección: Av. de Kansas City, 1, Sevilla. Tel. 854 70 28 37.

5. Tribeca es mi refugio, además es un local de mi socio Eduardo Guardiola. Como jefe de cocina está Perico Giménez, también socio, que hace grandes platos, como el foie a la brasa, la tortilla de ortiguillas o el pescado al carbón. Dirección: Chaves Nogales, 3, Sevilla. Tel. 954 42 60 00.

6. Otro lugar es la Bodeguita Romero, un clásico, donde tomar un montado de pringá, o unas verdinas con langostinos. Hay muy buen ambiente, donde se puede sentir la esencia de los bares tradicionales y de la cocina de siempre. Dirección: Harinas, 10, Sevilla. Tel. 954 22 95 56.

Un café o dulce a media tarde

7. Para tomar unos churros espectaculares, aireados y recién hechos, con chocolate, hay que ir al Café la Centuria. Dirección: Pl. de la Encarnación, 6, Sevilla.

Dónde tomar

8. En Pura Vida Terraza, en el hotel Los Seises. Hay buena coctelería y se puede disfrutar de algún concierto con flamenco. Es un enclave maravilloso, con vistas a La Giralda. Dirección: Segovias, 6, Sevilla. Tel. 954 22 94 95.

Dónde cenar

9. En La Casa del Tigre. Tiene una cocina muy rica en un ambiente relajado, sobre todo para cenar. Merece la pena tomar la ensaladilla de merluza con pilpil. O la pavía de corvina. La carta va cambiando según la temporada. Dirección: Amparo, 9, local B. Tel. 678 59 05 84.

Un producto que comprar en el mercado

10. Botella y Latas. Tienen todo tipo de productos en conserva, legumbres, embutidos, quesos y vinos. Dirección: Regina, 15, Sevilla. Tel. 954 29 31 22.

Un ‘souvenir’ gastronómico

11. Recomendaría comprar un vino, el palo cortado Lebrija Old, de Bodegas González Palacios. Es una joya de crianza oxidativa, espectacular y a buen precio (70 euros).

viernes, 24 de noviembre de 2023

ALIMENTACIÓN. Sustituir el consumo de carne procesada por frutos secos reduce en un 27% los riesgos cardiovasculares

Un metaanálisis de 37 estudios pone cifras al coste que asumimos al abusar de productos de origen animal. El estudio es especialmente concluyente con la carne roja y la procesada

carne procesada
Selección de distintos cortes de carne de ternera, cerdo y pollo.
Si somos lo que comemos, más nos valdría ser un puñado de nueces y un aguacate. Consumir este tipo de productos, en lugar de otros de origen animal, reduce los riesgos de muerte y problemas de salud como enfermedades cardiovasculares y diabetes tipo 2. Es la conclusión de una revisión sistemática, publicada este jueves en la revista BMC Medicine. La idea no es nueva, pero sí contundente, pues resume y armoniza la literatura científica anterior. Para hacerlo se han analizado los hallazgos de 37 publicaciones, subrayando la importancia de sustituir una dieta con más importancia de alimentos animales hacia una con más presencia vegetal. “Esto no significa necesariamente eliminar todos los productos animales de la dieta”, matiza Sabrina Schlesinger, autora del estudio y doctora en el DDC, el Centro Alemán de Diabetes. No se trata de hacerse vegano, sino de limitar el consumo animal, especialmente de carne roja y procesada.

El equipo de Schlesinger comprobó que la incidencia general de enfermedades cardiovasculares se redujo en un 27% cuando las personas sustituyeron 50 gramos de carne procesada (como embutidos, hamburguesas o salchichas) por entre 28 y 50 gramos de nueces al día. Cambiarla por legumbres también se asoció con una reducción de las enfermedades cardiovasculares, aunque en menor medida, en un 23%. En los últimos años, se ha puesto en entredicho el consumo de carnes procesadas. En 2015, la Organización Mundial de la Salud (OMS) consideró que este tipo de alimentos era “carcinógeno para los humanos” y lo incluyó en el grupo de sustancias más peligrosas para la salud. La decisión fue muy controvertida, pero desde entonces la evidencia científica ha ido poniendo en entredicho el abuso del consumo de este tipo de productos. 
 
 El actual estudio habla, en general, de productos de origen animal, pero al bajar a la letra pequeña, se comprueba que no todos tienen los mismos efectos sobre la salud. Reemplazar las aves, el pescado o los mariscos con nueces o legumbres no demostró reducir el riesgo de enfermedad cardiovascular de forma evidente. El estudio también quiso averiguar si sustituir lácteos por sucedáneos veganos de soja y similares tendría algún efecto. “Sin embargo, nuestros resultados carecieron de asociaciones claras, dada la escasa disponibilidad de estudios sobre esta cuestión específica”, lamenta la doctora Schlesinger.

Manuel Moñino, presidente del Consejo General de Dietistas-Nutricionistas y ajeno al trabajo, señala que este “profundiza en lo que ya se sabía” y recuerda que reducir no significa eliminar. “La dieta mediterránea es el patrón que mejores resultados de salud ha demostrado, y es una dieta que es rica en alimentos frescos de origen vegetal y que, además, incluye en cantidades reducidas o moderadas otros de origen animal”, señala. Más que fijarse en el detalle sobre cómo impacta cada una de las sustituciones en la salud cardiovascular, el experto cree que “en nuestro contexto cultural y gastronómico, lo que hay que hacer es mejorar la adherencia a la dieta mediterránea”.

Hace unos años la Asociación Estadounidense del Corazón hizo una clasificación de las mejores dietas para este órgano y efectivamente, la mediterránea estaba en el podio, solo después de la dieta DASH (baja en sal y alta en frutas, vegetales, granos integrales, lácteos bajos en grasas y proteínas magras). Les seguían la pescetariana, en la que la proteína solo procede de pescados y mariscos, y la vegetariana, que admite huevos y lácteos. Todas estas dietas sanas tienen en común la abundancia de frutas y verduras y cereales integrales, aunque no sean estrictamente veganas. “Los patrones de alimentación ricos en carnes rojas y procesadas se asocian con un mayor consumo de grasas saturadas y sal”, explica Moñino, “dos elementos clave en el incremento de riesgo cardiovascular, en especial, la dislipemia [la alteración de los niveles de grasas, colesterol y triglicéridos, fundamentalmente, en sangre] y la hipertensión”.

La carne y la historia
En los últimos años, numerosos estudios científicos vienen avalando la idea de que hay que reducir el consumo de carne. Hace unos meses, una revisión de estudios de los últimos 40 años confirmó que las dietas vegetariana y vegana reducían las grasas en sangre, un metanálisis que encaja a la perfección con el actual en sus conclusiones. “Sin embargo, a nivel mundial, el consumo de carne no ha dejado de aumentar. Las razones pueden ser el crecimiento demográfico, el aumento de los ingresos y los cambios en la dieta en algunas partes del mundo”, apunta la doctora Schlesinger, “aunque en algunos lugares esté aumentando la concienciación”.

Especialmente en Occidente, apunta Francesc Xavier Medina Luque, catedrático del Centro de Antropología de la Alimentación de la Universitat Oberta de Catalunya. Medina valora el informe, aunque lamenta que se ponga el foco únicamente en lo sanitario y no se hayan buscado interpretaciones desde la parte social y cultural. Para entender por qué consumimos tanta carne en la actualidad, asegura, hay que comprender el recorrido histórico.

La carne siempre ha tenido presencia en la dieta mediterránea, primero por su ausencia y deseo y ahora por su presencia y abuso. “Siempre ha sido un alimento muy valorado y de difícil acceso a lo largo de la historia”, recuerda. Pero a partir de la revolución industrial alimentaria, en la segunda mitad del siglo XX, la carne baja de precio. “De repente, un alimento muy valorado e inaccesible se puso al alcance de la mayor parte de las personas”, cuenta. El resultado de este cambio está en nuestros platos todos los días y tiene forma de filete.

“Estamos comiendo carne a unos niveles que no se habían dado nunca a lo largo de la historia. Quizá por eso están surgiendo ciertas afecciones que tienen una relación directa con la alimentación”, destaca el antropólogo. Es consciente de que hay algo de identitario en el consumo de carne. Las reacciones desde ciertos sectores sociales ante las recomendaciones científicas han sido viscerales. Quizá porque toca algo que asociamos con la infancia, con lo festivo. Quizá porque las recomendaciones, en algo tan íntimo, escuecen más. “Pero la carne fue un alimento identitario también en el pasado”, recuerda. Entonces era una señal de clase, pues solo los más pudientes se la podían permitir. Y también entonces había enfermedades relacionadas. Tener gota era una enfermedad de clase alta, pero seguía siendo una enfermedad.

"La autoconsciencia es la habilidad más subestimada, pero a la vez más importante, para triunfar en el trabajo": Juliette Han, neurocientífica de Harvard

Autoconsciencia mujer con una idea

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Para Han la autoconciencia en nuestro trabajo no es solo conocerse a uno mismo, sino también el entorno y cómo puedes hacer las cosas diferentes.

“Ahora más que nunca hay que saber dónde estás parado en tu trabajo, porque la entorno laboral ha cambiado mucho, especialmente después de la pandemia”.


Así se resume la neurocientífica y especialista en relaciones de oficina Juliette Han la importancia de la autoconciencia o self-awareness en nuestro trabajo.

Han es neurocientífica de Harvard y profesora de Negocios de la Universidad de Columbia y ha dedicado los últimos años a investigar sobre cómo funciona nuestra mente en medio de un ambiente laboral, con la idea de encontrar herramientas para mejorar nuestro desempeño.

Para ella, el conocer profundamente el lugar que se ocupa dentro de una organización es una habilidad fundamental para triunfar, pero, sobre todo, cómo ese conocimiento sirve para establecer metas y estrategias.

“Las investigaciones que hemos hecho sugieren que desarrollar la autoconciencia nos ayuda a ser más creativos, tomar decisiones más acertadas, comunicarnos mejor y construir relaciones más sólidas”, indica.

Sin embargo, añade, la autoconciencia es una habilidad que poco se conoce, y por lo tanto, poco se desarrolla.

En BBC Mundo hablamos con Han sobre este tema y otros relacionados con el desarrollo laboral dentro del lugar de trabajo.

Sería interesante que antes de hablar de autoconciencia en nuestro trabajo, pudiéramos definir en estos tiempos qué es exactamente el lugar de trabajo y cómo influye en nuestra mente.

Bueno, esa es una muy buena pregunta, porque esa respuesta era muy clara antes de la pandemia del Covid, donde había una oficina o un lugar específico para ir.

La mayoría tenía un lugar donde trabajábamos para recibir nuestro pago a final de mes. O sea, en nuestra cabeza había una idea concreta de lugar de trabajo.

Mujer con un arcoris

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Conocerse a uno mismo y conocer a los demás es una de las mejores herramientas para triunfar en el trabajo.


Pero después de la pandemia esa idea se transformó. Ahora muchos hacen trabajo híbrido, otros son nómadas digitales, muchos se convirtieron en frelancers o lo que hemos visto popularizarse han sido los lugares de trabajo compartido.

Entonces, como hay distintas formas de oficina o de lugar, también nuestra definición del trabajo ha cambiado. Ahora vemos a los creadores de contenidos como uno de los nuevos motores de la economía, autónomos, sin horarios.

Entonces la definición de lugar de trabajo ha cambiado totalmente. Antes era un lugar básicamente establecido por los dueños o por un edificio, y ahora muchas personas pueden diseñarlo de acuerdo a sus estilos de vida.

Teniendo en cuenta ese cambio, ¿cómo afecta a una persona su lugar de trabajo?

Creo que hay otro cambio que hay que tener en cuenta que es el cambio generacional. Algo que ha quedado claro, más allá de las transformaciones como el trabajo remoto, la influencia de la inteligencia artificial es que también la idea de qué significa el trabajo ha mutado bastante.

Para las generaciones de nuestros padres, o los llamados “Baby Boomers”, la idea era ir a trabajar por la retribución económica y de esa manera progresar.

Eso era lo que importaba, y no se tenía mucho en cuenta lo que opináramos de la oficina, aunque pudiera ser un espacio que nos podía afectar seriamente por distintas razones.

Ahora importa mucho cómo es nuestro lugar de trabajo y cómo eso ayuda o no a mejorar nuestro desempeño o las metas que nos hemos puesto allí. Ahora somos conscientes de lo que nos rodea.

De las personas que nos rodean. De nuevo, el covid puso en evidencia mucho de ello. Solo para dar un ejemplo: el tema de las vacunas. A muchos les afectó seriamente que hubiera compañeros que no creyeran en las vacunas. Y viceversa: muchos terminaron aislados o afectados porque sus compañeros no compartían esas creencias.

Por eso, tal vez, uno de los cambios más radicales que nos trajo la pandemia fue nuestra relación con nuestro lugar de trabajo y además, con la labor que hacemos a cambio de una retribución económica.

Mujer poniéndose metas

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Han propone ponerse metas de las cuales uno esté seguro que puede cumplir con al menos el 80%.


Es por esto que tu señalas que es tan necesaria la habilidad de la autoconciencia o self-awareness en nuestra profesión o trabajo en medio de tantos cambios, pero ¿qué es realmente la autoconciencia en este caso?

Solíamos pensar que la autoconciencia era una cualidad, y cuando hablo de esto, es que solíamos pensar que alguien era naturalmente más consciente o menos consciente de su lugar dentro de un entorno laboral.

Pero personalmente creo que eso era una forma de excusar a una persona o disculpar sus fallas o incluso, que las personas lo utilizaran como una disculpa para no rendir adecuadamente.

Ahora, creo que poner mucha atención a nuestro entorno laboral, a lo que nos rodea, es una verdadera habilidad que podemos poner en práctica, así hayamos nacido con eso o no.

Creo que la autoconciencia es algo que se puede aprender, es algo que se puede enseñar.

Y hago mucho hincapié en esto porque he visto que mucha gente cree saber qué es.

He tenido la experiencia de encontrarme con personas, que cuando hablamos de esto, me dicen que por qué la autoconciencia tiene la palabra “auto” es que se trata de uno solamente: qué tan bueno soy, que tan malo soy en esto.

Pero lo que realmente vale es no solo saber quién soy yo, si no cuál es mi relevancia en este entorno donde estoy. Eso aplica para muchos aspectos, pero nosotros estamos hablando del tema laboral.

Se trata de saber algo más que conocerse a uno mismo. Se trata de conocerse a uno mismo, conocer el ambiente y cuál es mi verdadero lugar en ese ambiente. Eso es autoconciencia.

Una tabla con numeros.

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La crítica constructiva debe ser tomada como un aporte del que se puede elegir qué aceptar o rechazar.

Y la segunda parte de esa definición tiene que ver en cómo ese conocimiento nos sirve para ejecutar acciones distintas a los demás o que tengan un efecto distintivo en los objetivos y metas que uno o que los jefes se han impuesto.

Tener claro que somos distintos al resto.

Además, esa autoconciencia es clave para saber cuál es el efecto que están teniendo nuestras acciones en el lugar de trabajo. O sea, poder tener empatía con nuestros compañeros y nuestros jefes.

¿Qué significa esto? No se trata de sentimientos personales, si no poder comprender qué quieren de nosotros y cómo podemos ejecutarlo de una forma correcta.

Entonces es importante conocer el alcance de la autoconciencia dentro del lugar de trabajo, de la organización a la que pertenecemos y sobre todo, lo repito, que no es una reflexión interna, es una reflexión personal enfocada a hacer una diferencia en nuestro entorno laboral.

Pero has dicho que esa habilidad es muy subestimada, ¿por qué lo dices?

Primero, por lo que decía: no entendemos lo importante que tener claro nuestro papel dentro de una empresa o de un trabajo. Creo que la gente no tiene medida interna de lo que es o no hace una reflexión suficiente sobre quién es. Solo piensa en lo externo.

Pensemos en ejemplos generales, que son relevantes a los estándares sociales como necesito hacer tal cantidad de dinero, necesito ser feliz, tengo que lucir de esta manera. Si lo vemos, son cosas externas, pero sin autoconciencia no hay una verdadera reflexión sobre por qué quiero esas cosas o cómo voy a lograr conseguirlas.

Y por eso hablo de que es una habilidad subestimada, porque solo hablamos de obtener esta habilidad o de aprender esto o de hacer esto otro, pero las personas, en general, no reflexionan sobre “Ok, necesito hacer esto, pero desde dónde comienzo, cuáles son mis puntos fuertes, mis puntos débiles, cuál es el entorno en el que me muevo”.

Haces hincapié en que la autoconciencia o autorrealización no solo se puede aprender, sino también mejorar...

Si, es así. Y ese es uno de sus principales valores: que permite el crecimiento personal.

Mujer lidera un grupo

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Las metas de los líderes deben estar en la misma sintonía de los objetivos de las organizaciones, de acuerdo con Han.

Pero, uno de tus consejos para desarrollar la autoconciencia tiene que ver con pedir feedback, de pedir crítica constructiva, sin embargo otros autores consideran una “falacia”...

Es complicado. Pero vamos a partir de lo que hemos oído por muchos años: que el feedback es un regalo. Y es un regalo que uno debe recibir así no le guste o no lo necesite.

Pero en este caso, no porque sea un regalo uno debe conservarlo, ¿no?

Bueno, aquí es donde entra el tema de la autoconciencia y la crítica constructiva.

Cuando lo recibes tienes una opción de elegir si te lo quedas, si lo incorporas a tu desempeño o si decides rechazarlo. El conocimiento general de lo que eres y como actúas en un entorno laboral es que lo te permitirá aprovechar o no una observación sobre tu trabajo.

Y es una decisión enteramente tomada con la base de lo que quieres lograr o conseguir en ese lugar de trabajo.

Te pongo un ejemplo claro de esto: si Steve Jobs, de quien sabemos fue un visionario, hubiera trabajado en una firma de abogados y ellos le dieran feedback sobre su trabajo en el que le criticarían que no le dedica suficiente tiempo al trabajo legal, realmente debería dedicar su tiempo a procedimientos legales cuando su verdadera vocación fue la de crear objetos que modelaron nuestro presente.

Así que nosotros somos los que debemos decidir cuál es la crítica constructiva que nos sirve y cuál es la que no debemos dejar entrar.

Y con esa premisa, creo que pedir feedback, que es lo que sugiero, es fundamental para no solo aumentar el conocimiento de nosotros mismos, sino del entorno y cómo es su mirada sobre nosotros.
 
Hombre con un reloj

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La autoconsciencia tiene que ver con el conocimiento interno de las habilidades y debilidades, pero sobre todo, cómo eso logra hacer una diferencia en el etorno.

Otro tema que tocas en tus entrevistas referente al tema de la autoconciencia es el de ponerse metas, que es casi la luz que guía todo este proceso, ¿cómo es posible hacerlo sin caer en el exceso de ambición o en la falta de este?

Para ello tengo una formula: uno debe ponerse metas que sepa claramente que puede cumplir con el 80% de ellas. Ni más, ni menos.

Quiero ser clara que estamos hablando de metas en el trabajo. No en la vida personal, donde hay otras variables.

Y para que esto funcione uno tiene que ser claro. Explícito en las metas que se imponga. No pueden ser ideas generales o vagas, porque para que funcione esta fórmula de la que no solo hablo yo sino también otros expertos, es que, para medir, para evaluar ese desempeño por uno mismo es necesario saber qué se está midiendo.

La autoconsciencia tiene que ver con el conocimiento interno de las habilidades y debilidades, pero sobre todo, cómo eso logra marcar una diferencia en el etorno.

La autoconsciencia tiene que ver con el conocimiento interno de las habilidades y debilidades, pero sobre todo, cómo eso logra hacer una diferencia en el etorno.

¿Por qué 80%? Por qué pueden pasar cosas, cambiar ciertos objetivos que en un principio tenían un valor y después no se lograron. Y además, que lograr el desempeño de un 80% es bastante notable.

En ese sentido yo he dividido el tema de las metas o de los objetivos en tres líneas: las metas operacionales. O sea básicamente cumplir con las acciones que me toca realizar todos los días, las tareas diarias, el trabajo básico.

El segundo tipo de meta sería la de crecimiento: cómo quiero crecer profesionalmente dentro de mi trabajo. Esto tiene que ver con adquirir habilidades que me hacen mejor en lo que hago diariamente.

Y el tercero es la meta aspiracional: a dónde quiero llegar. Ya sea obtener un puesto, un mejor sueldo, una cuenta muy apetecida por la empresa, etc.

Las tres funcionan en conjunto y no de manera individual.

Una última pregunta: hemos hablado mucho de empleados, pero cómo se aplica esto a jefes o a líderes dentro de una empresa...

Creo que el gran dilema de los líderes, dentro de mi experiencia, es que no entienden que ellos son los que deben llevar a cabo los objetivos de la empresa y algunas veces ocurre es que ponen sus metas personales sobre las del negocio o de la organización y allí se crea un conflicto.

Si eres un ejecutivo, o sea, tu cargo es ejecutivo, ya sea gerente, coordinadora o presidente, tus objetivos profesionales son los objetivos de la compañía, incluso si hay otros ejecutivos.

Cuando lo que vemos es que los líderes o los jefes están buscando sus metas personales, entonces los empleados se desilusionan o se desmotivan, porque lo que ven los empleados son líderes a quien seguir o a quien obedecer.

https://www.bbc.com/mundo/articles/cd1z9p8yz5qo


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Napoleón y la teoría del gran hombre de la historia

¿Puede una sola persona cambiar la historia e influir en la vida de millones de personas? El historiador británico ofrece un análisis sobre cómo una corriente de pensamiento de gran éxito durante el siglo XIX consideraba que la historia estaba determinada sobre todo por los grandes personajes.

Napoleón Bonaparte en la Batalla de Wagram (1809) pintado por Horace Vernet (Galería de las Batallas, Versalles).
Napoleón Bonaparte en la Batalla de Wagram (1809) pintado por Horace Vernet (Galería de las Batallas, Versalles).
El próximo viernes, el infatigable cineasta sir Ridley Scott estrenará su épica biografía de Napoleón. La posibilidad de estudiar el poder y la ambición ha hecho que Napoleón —el gran hombre ideal de la historia— haya fascinado a muchos directores, empezando por Abel Gance, cuya película muda de 1927 es, para muchos, la mejor obra cinematográfica de todos los tiempos. Sin embargo, hoy en día, hay una gran marea académica en contra de la teoría del gran hombre de la historia, por lo que es difícil encontrar historiadores dispuestos a defender ese tipo de relato heroico.

El meteórico ascenso de Napoleón hasta dominar la mayor parte de Europa lo convirtió en el arquetipo de la teoría del gran hombre, una corriente de pensamiento de gran éxito durante el siglo XIX, que consideraba que la historia estaba determinada sobre todo por los grandes personajes. Thomas Carlyle llegó a afirmar que “la historia del mundo no es más que la biografía de los grandes hombres”.

Después de morir Napoleón, en 1821, muchos le aclamaron como a un héroe. Le consideraban un liberal y modernizador, en una época en la que imperaba la Santa Alianza, profundamente reaccionaria entre Rusia, Prusia y Austria. En Francia, para muchos era un santo laico. Otros no estaban tan convencidos y pensaban que era un tirano y megalómano que había causado desgracias en toda Europa. León Tolstoi, que después sería su crítico más feroz, se indignó cuando, durante una visita a Los Inválidos —donde está sepultado Napoleón— vio que entre las victorias grabadas en el sarcófago figuraba Borodino como una victoria francesa, cuando, en realidad, fue la batalla que hirió de muerte a su Grande Armée. Seguramente esta experiencia inspiró a Tolstoi el memorable principio que, en Guerra y paz (escrita en 1869), denominó la “ley de la coincidencia causal”: la acumulación de factores que acabaron empujando a Napoleón a la fatídica decisión de invadir Rusia. Según Tolstoi, incluso un rey era “esclavo de la historia”. A principios del siglo XX, Sigmund Freud se atrevió a más y dio la vuelta a la idea de Carlyle con su intento de estudiar la frecuente necesidad humana de buscar la salvación en un hombre fuerte. Según Freud, la propia idea de un gran hombre era, en definitiva, la expresión de una gran añoranza por una figura paterna.

Joaquin Phoenix como Napoleón en la nueva película de Ridley Scott

 Joaquin Phoenix como Napoleón en la nueva película de Ridley Scott. Joaquin Phoenix como Napoleón en la nueva película de Ridley Scott.

A lo largo de los siglos, el debate se ha convertido con frecuencia en una argumentación circular: ¿son los grandes líderes quienes provocan los acontecimientos o los acontecimientos los que crean la oportunidad de que surja un líder? Desde luego, la confusión, la incertidumbre e incluso la apatía en medio del caos dan una enorme ventaja a una persona tenaz y decidida, ya sea Napoleón después de la Revolución Francesa o Lenin tras la Revolución Rusa de febrero de 1917. Los dos se hicieron con el poder durante un interregno, que Alexander Herzen denominó “la viuda encinta”: el periodo posterior al derrocamiento de un antiguo régimen y anterior a que nazca su sucesor.

Muchas de las grandes catástrofes de la historia se deben a medidas y decisiones individuales. Ambrose Bierce, el maravilloso escritor satírico estadounidense que desapareció misteriosamente en 1913 mientras informaba sobre la Revolución Mexicana, dijo en una ocasión que “la guerra es la forma que tiene Dios de enseñar geografía a los estadounidenses”. También podría haber dicho que la guerra es la forma que tiene Dios de enseñarnos el desastre de la historia humana. Porque, con demasiada frecuencia, los llamados grandes hombres han arrastrado sus naciones a conflictos catastróficos, en general por sus propias obsesiones y su egoísmo; Adolf Hitler es uno de los ejemplos más claros.

Edward Gibbon definió la historia como “el registro de los delitos, las locuras y las desgracias de la humanidad”. Puede que hoy, instintivamente, no nos guste la teoría del gran hombre de la historia porque menosprecia muchos otros factores y porque, además, lleva implícita la idea insultante y falsa de que las mujeres no pueden ser grandes dirigentes, a pesar de que son mucho menos susceptibles a los relatos heroicos y narcisistas que tanto gustan a los reyes y los dictadores varones. Pero eso no significa que la teoría no tenga ningún elemento real ni que haya quedado obsoleta.

Ni siquiera en este nuevo mundo globalizado puede descartarse la teoría del gran hombre. No hay más que observar la obsesión de Putin por reconstruir el imperio ruso y la del presidente Xi Jinping con Taiwán”. La pregunta crucial es muy sencilla. ¿Puede una sola persona cambiar la historia e influir en la vida de millones de personas? En palabras del historiador Diarmaid MacCulloch: “El hecho de que una persona pueda, por sí sola, provocar un cambio de rumbo radical de las circunstancias de los seres humanos parece tan obvio que no hay ni que decirlo: si no hubiera existido Genghis Khan, mucha gente de Asia central en la Edad Media habría vivido más tiempo”.

¿Cuántos ejemplos hacen falta para demostrarlo? El rey de reyes aqueménida de Persia, Ciro el Grande, Darío el Grande, Jerjes el Grande, Alejandro Magno, Aníbal, Carlomagno y hasta el propio Gengis Kan provocaron inmensos cambios históricos con sus conquistas. Es evidente que las catástrofes naturales, las sequías, las inundaciones, los terremotos y las plagas también causaron grandes transformaciones. Pero el auge y la caída de los imperios de la Antigüedad se debieron, en muchos casos, a las ambiciones y el talento o la incompetencia militar de un solo individuo.

Como es propio de nuestro estilo insular, los británicos solemos prescindir de la historia europea durante las primeras etapas de la Edad Moderna. En poco más de un siglo, Gustavo Adolfo creó el imperio sueco en la Guerra de los Treinta Años y Carlos XII lo perdió cuando invadió Rusia en la Gran Guerra del Norte y cayó derrotado en Poltava en 1709. Esta última figura entre las batallas más decisivas de la historia mundial, aunque solo sea porque de la victoria del zar Pedro I, en gran parte, nació el Imperio ruso.

El retrato ecuestre de Napoleón realizado por Jacques- Louis David entre 1800 y 1803. 

El retrato ecuestre de Napoleón realizado por Jacques- Louis David entre 1800 y 1803. 
El retrato ecuestre de Napoleón realizado por Jacques- Louis David entre 1800 y 1803.
GWENGOAT (GETTY IMAGES)
Pero la mejor forma de poner a prueba la teoría del gran hombre consiste seguramente en hacerse preguntas contrafactuales. ¿Cómo habría sido Europa sin Napoleón? No podemos saberlo. Las consecuencias, incluso las no intencionadas, son infinitas. No hay más que ver que la humillación que sufrió Prusia a manos de Napoleón contribuyó a acelerar su posterior ascenso y desembocó en la unificación alemana.

Otro ejemplo clarísimo es el de Hitler y el origen de la Segunda Guerra Mundial. Seguramente era inevitable que la reorganización de las fronteras en Versalles después de la Primera Guerra Mundial, con la división por comunidades étnicas, acabara provocando algún tipo de conflicto en Europa central. Pero el responsable de la enorme magnitud de la Segunda Guerra Mundial y de que las aniquilaciones en masa fue un solo hombre concreto. Cuando hay un líder con tendencias mesiánicas, al frente del ejército más eficaz del continente y desea inequívocamente una guerra, ¿cómo se va a evitar? En el otoño de 1938, a Hitler le enfureció el simple hecho de que Chamberlain, con su apresurado regreso de Múnich, le hubiera privado de la oportunidad de invadir Checoslovaquia con su Wehrmacht fortalecida.

Evidentemente, los individuos por sí solos no han creado la historia. Las amenazas contra el abastecimiento de comida o energía han contribuido a provocar revoluciones y guerras, igual que las diferencias religiosas y sus sucesoras en el siglo XX, las ideologías políticas. En el último medio siglo hemos visto que la tradicional versión vertical de la historia se dividía en una variedad cada vez mayor de subdisciplinas: económica, cultural, científica, jurídica, hasta una lista casi interminable.

Adolf Hitler realiza el saludo nazi junto a otros miembros del partido en las gradas del campo de regatas de Grünau. 

Adolf Hitler realiza el saludo nazi junto a otros miembros del partido en las gradas del campo de regatas de Grünau.
Adolf Hitler realiza el saludo nazi junto a otros miembros del partido en las gradas del campo de regatas de Grünau.

Además, la teoría del gran hombre probablemente tiene más sentido al hablar de hechos de siglos pasados que de épocas más recientes. En parte, porque, en un mundo globalizado, la soberanía nacional es menor, tanto en economía como en política. El antes y el después lo señaló, poco antes de acabar el siglo XX, la aparición simultánea de una serie de cambios. El final de la Guerra Fría y la caída de la Unión Soviética llegaron acompañados de un sálvese quien pueda en la banca internacional y el fin de los controles de cambio. Al mismo tiempo, el rápido desarrollo de la tecnología de las comunicaciones y la invención de internet intensificaron la competencia internacional en materia de precios. La contratación de la mano de obra más barata posible y de dirigentes empresariales con enormes salarios se extendió a todo el planeta. Me da la impresión de que los historiadores tardarán mucho tiempo en saber hasta qué punto todos esos cambios en un periodo de tiempo tan corto fueron pura coincidencia o hechos interdependientes.

Es significativo e irónico que los comentaristas actuales se pregunten con tanta frecuencia por qué no hay grandes estadistas hoy en día: ¿dónde están los Roosevelt, Churchill, De Gaulle o Adenauer? La respuesta es que los medios de comunicación tienen cada vez más influencia. Los políticos, preocupados, miran constantemente por el rabillo del ojo mientras tratan de gestionar a trompicones una crisis informativa detrás de otra.

La teoría del gran hombre también ejerce una influencia peligrosa sobre los líderes actuales. Los políticos y los medios de comunicación siguen cayendo sistemáticamente en la tentación de dramatizar la importancia de una crisis concreta y hacen comparaciones con la Segunda Guerra Mundial y sus protagonistas. Aquella fue una guerra como ninguna otra y, sin embargo, se ha convertido en nuestra definición de la propia idea de guerra. En momentos de turbulencia, la gente siente la necesidad de comprender y por eso vuelve la vista atrás en busca de un patrón, pero la historia nunca puede ser un mecanismo de predicción. Debemos estar atentos cuando los líderes políticos y los medios de comunicación coquetean con la idea de proponer unos paralelismos históricos engañosos en los que a los dictadores extranjeros, casi siempre, les corresponde el papel de Hitler.

El ex primer ministro británico Winston Churchill brinda un discurso en una fotografía sin datar.
 
El ex primer ministro británico Winston Churchill brinda un discurso en una fotografía sin datar. 

“La cometa se eleva más alto en contra del viento, no a su favor”, es una de las frases más inspiradoras de las que engrosan la larga lista que se le atribuye al influyente ex primer ministro británico.
El ex primer ministro británico Winston Churchill brinda un discurso en una fotografía sin datar. “La cometa se eleva más alto en contra del viento, no a su favor”, es una de las frases más inspiradoras de las que engrosan la larga lista que se le atribuye al influyente ex primer ministro británico.MARK KAUFFMAN (THE LIFE PICTURE COLLECTION VIA )

En 1956, durante la crisis de Suez, Anthony Eden hizo exactamente eso. Comparó a Naser con Hitler y tachó cualquier posible intento de negociación de apaciguamiento. Inmediatamente después del 11-S, George W. Bush comparó el atentado contra las Torres Gemelas con el ataque japonés a Pearl Harbor. Tony Blair y los neoconservadores de Washington también dijeron que Sadam Husein era un nuevo Hitler. Ni siquiera Ridley Scott ha podido resistirse a comparar a Napoleón con Hitler y Stalin al hablar de su película. En tiempos de agitación internacional, la tentación de los dirigentes de equipararse con Churchill o Roosevelt puede ser incontenible. Pero los paralelismos históricos conducen a confusiones estratégicas muy peligrosas. Invocar Pearl Harbor en el caso del impresionante atentado terrorista de Al Qaeda en Nueva York creó una mentalidad de guerra entre Estados, en vez de abordarlo como un desastroso problema de seguridad.

No obstante, ni siquiera en este nuevo mundo globalizado puede descartarse por completo la teoría del gran hombre. No hay más que observar las autocracias contemporáneas: la obsesión de Vladímir Putin por reconstruir el imperio ruso y la del presidente Xi Jinping con Taiwán y la reparación del orgullo chino después de las humillaciones infligidas por Occidente en el pasado.

Hoy en día, el poder del llamado gran hombre no se limita a las conquistas militares, como en el pasado. También incluye a los dirigentes que, con su personalidad desbordante, son capaces de fomentar y explotar el miedo y odio y así envenenan la política: los Trump, los Orbán, los Milosevic. (Como también dijo Diarmaid MacCulloch, ante unos individuos tan censurables y estúpidos, se puede tener la tentación de rebautizar la teoría del gran hombre como “la teoría del ‘cabrón en el momento oportuno’”). Todos los populistas autoritarios fomentan el odio, algo muy fácil de hacer hoy a través de las redes sociales, donde la honradez intelectual es la primera víctima de la indignación moral. Cuando el odio se utiliza como arma, se convierte en una forma de guerra por otros medios. Por desgracia para la humanidad, cualquiera que haya vivido las décadas más recientes debe reconocer que el gran hombre sigue vivo y coleando.

Antony Beevor es historiador militar británico. Su último libro es Rusia: Revolución y guerra civil, 1917-1921 (Crítica). 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia