martes, 10 de enero de 2012

Los costes olvidados de la guerra

El fin de la guerra de Irak ha ocasionado algunas reflexiones sobre la magnitud de la destrucción que han causado allí. Como es nuestra costumbre, la discusión se centró en los costes para los Estados Unidos en sangre y dinero, las falsas premisas de la guerra y los continuos desafíos de la inestabilidad en la región. Lo qué pasó con los iraquíes fue ignorado. Y en Libia, la reciente investigación de muertes de civiles durante bombardeos de la OTAN fue la primera contabilidad de lo que muchos creían que eran una guerra en gran medida sin víctimas.
Rara vez se duda de que las guerras causan grandes daños, pero nuestro punto de vista de las guerras de Estados Unidos ha estado ciego a un aspecto específico de la destrucción: el coste humano de personas que viven en las zonas de guerra.
Nos deberíamos silenciar las voces de las víctimas y despreciar sus quejas sobre las incursiones de medianoche, las búsquedas casa por casa, los puestos de control, los ataques de aviones no tripulados, las bombas que caen sobre las bodas en vez de Al Qaeda.
El general Tommy R. Franks dijo la famosa frase durante los primeros días de la guerra en Afganistán, "No hacemos recuento de cuerpos". Pero, ¿duda alguien de cuanto podemos aprender del conteo de los cuerpos ya que nos dice mucho acerca de la guerra y los que nos cuesta?.
Más de 10 años después que comenzara la guerra en Afganistán, sólo tenemos la esquemática noción de cuántas personas han muerto como consecuencia del conflicto. La oficina de Naciones Unidas en Kabul reúne algunas cifras de las morgues y de otras fuentes, pero son incompletas. Lo mismo ha ocurrido en Irak, a pesar de una serie de esfuerzos independientes que se han hecho allí para dar cuenta de los muertos.
Pero esas cifras, que llegar a cientos de miles de personas, aumentan escasamente la atención de los Estadounidenses, tanto líderes políticos y militares, como el público en general, mostrando poco interés en las victimas no estadounidenses.
La negación, después de todo, es políticamente conveniente. No tener en cuenta las cifras de mortalidad, los refugiados, los pobres, los hospitales demolidos y sistemas de agua potable y las escuelas, es negar, en efecto, de alguna forma que la guerra ha ocurrido.
El ejército estadounidense no puede permitirse el lujo de ser tan arrogante acerca de la dinámica de la guerra. Las consecuencias de la forma en que se lucha en las guerras revela mucho acerca de cómo y por qué otras personas luchan.
En Irak, por ejemplo, las causas de la resistencia sunita, fueron atribuidos a menudo a la pérdida del estatus social, el papel de la violencia estadounidense contra civiles a principios del conflicto fue discutido en raras ocasiones. Sin embargo, muchos de los iraquíes capturados dijeron que estaban defendiendo a sus comunidades mediante la resistencia a las fuerzas de ocupación. Maltratar, detener o matar a supuestos combatientes enemigos - como las fuerzas de coalición hicieron en innumerables operaciones - ha llevado a algunos iraquíes a empuñar el fusil, la IED y los suicidas con bombas. Cuanta más violencia hay por parte de los ocupantes, más feroz es su reacción.
El general David H. Petraeus lo reconoció y trató de reformar las prácticas del Ejército. En un manual de campo del que es coautor en 2006, explicó que cuando "las fuerzas no proporcionan seguridad o ponen en peligro la seguridad de los civiles, la población está dispuesta a buscar garantías de seguridad en los insurgentes, las milicias y otros grupos armados. Esta situación puede alimentar el apoyo a la insurgencia. "
En varias encuestas de opinión, los iraquíes identifican a las fuerzas estadounidenses como la principal causa de la violencia que aqueja a su país. Y a pesar de la violencia de la guerra, la ocupación fue la causa inmediata de la resistencia iraquí, tenemos pocas evaluaciones para entender su alcance. WikiLeaks publicó documentos militares en octubre de 2010, que incluye las cuentas de las muertes iraquíes, pero estos informes son incompletos y sesgados, a veces, y sólo reflejan aquellos de los que las tropas fueron testigos. Informes de los medios de prensa están igualmente limitados. Y nuestros líderes políticos y militares apenas tienen en cuenta estos números de todos modos.
Viven en un mundo más cercano a la fantasía y mucho menos cerca del caos que tiene lugar en la guerra, ajenos a lo que realmente agobia a la población civil. En 2006, dos encuestas de hogares por separado, realizadas por el Ministerio iraquí de Salud y por investigadores de la Universidad Johns Hopkins, se encontraron entre 400.000 y 650.000 "muertes en exceso" en Irak como resultado de la guerra. En ese momento, sin embargo, el general al mando en Irak dio la cifra de 50.000 y el presidente Bush había afirmado a finales de 2005 que era sólo de 30.000.
Si nuestros líderes no están dispuestos a comprender la importancia de la muerte y los trastornos sociales, y el significado de este caos para la población local, entonces los esfuerzos de guerra de Estados Unidos es probable que terminen mal y las relaciones con los aliados se convertirán en tensiones, como ha ocurrido con el presidente Hamid Karzai en Afganistán.
Las reiteradas denuncias de Karzai sobre las acciones de la OTAN que causan víctimas civiles son a menudo descartadas en Occidente como una postura política, pero su persistencia en este tema indica lo profundamente que resuena en los afganos. A pesar de que los ignoremos, los musulmanes de todo el mundo toman nota.
Haciendo caso omiso de las cantidades de bajas civiles y del daño que causan y lo tomán como un defecto moral, así como un error estratégico. Tenemos que adoptar métodos fiables para medir la destrucción que nuestras guerras causan - una "epistemología de la guerra", como otro general, William Tecumseh Sherman, lo llamó - para romper la amnesia colectiva que nos ha entrado.
Si nosotros no exigimos una explicación completa de los costes de la guerra, fallas futuras serán aún más probable - y justificadas.
John Tirman, el director ejecutivo del Centro de Estudios Internacionales del MIT, es el autor de "La muerte de otras personas: La suerte de los civiles en las guerras de Estados Unidos" del NYT.

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