Dolores González Ruiz, abogada laboralista y vecinal, sindicalista y presidenta de honor de la Fundación Abogados de Atocha de Comisiones Obreras, ha fallecido en Madrid a los 68 años a consecuencia de un cáncer de pulmón. Estaba casada. No tenía hijos. Sus restos mortales fueron trasladados al cementerio de Tres Cantos (Madrid), donde este domingo será incinerada a las siete de la tarde tras una corta ceremonia civil.
Fue la empleada de hogar que acudía a su domicilio, en la céntrica calle de Arapiles, los martes y los viernes, la que la encontró la mañana del 30 de enero muerta en su cama. También había fallecido su marido José María Zaera, que se encontraba caído en el pasillo. El portero de la finca subió tras ser alertado por la empleada. La policía acudió al domicilio y no encontró nada sospechoso. “Hacía ya bastante tiempo que no salía de su casa ni nada. Tras estar una temporada en Santander, regresó hacia septiembre y ya casi no salía”, reconoció el conserje.
La vida de Dolores González Ruiz, nacida en León en 1946 y asentada en Madrid, en una familia de comerciantes de textiles, ejemplifica las trágicas vicisitudes en las que se desenvolvieron numerosas mujeres como ella, víctima consecutiva de la dictadura franquista y de las secuelas dictatoriales durante la Transición a la democracia.
Cuando en enero de 1969, bajo el franquismo, estaba a punto de casarse con su compañero Enrique Ruano, estudiante de Derecho como ella y con ella también miembro del Frente Obrero del clandestino Frente de Liberación Popular, él murió asesinado, precipitado por una escalera, durante la inspección policial, a la que fue conducido por la fuerza, de un piso de la calle Príncipe de Vergara donde se alojaban unos amigos de ambos.
“Al conocer la muerte de su novio, Dolores perdió el conocimiento y cayó en una profunda depresión que le impidió asistir al entierro de su amado”, cuenta su amigo el abogado y ex alto cargo del Ministerio de Defensa Francisco Javier García Fernández. Años después, Dolores logró rehacer su vida sentimental y emprendió una relación con el abogado Javier Sauquillo, con el que se casaría en 1973. Juntos compartieron un despacho laboralista en la calle del General Oráa, hasta que la dirección del Partido Comunista de España, a la que se habían integrado los dos, decidió unificar en un gran despacho, en la calle del Españoleto, numerosos otros bufetes de letrados comunistas y sindicalistas dedicados a la defensa de los trabajadores y de las organizaciones vecinales y ciudadanas, especialidad ésta que tanto Dolores como Javier adoptaron tras su etapa inicial propiamente laboralista como letrados de Comisiones Obreras.
Precisamente en una reunión de la célula de abogados de barrios celebrada el 24 de enero de 1977 en el bufete de letrados de Comisiones Obreras ubicado en la calle de Atocha, 55, irrumpió violentamente un comando armado de ultraderechistas, entre los que se hallaba un guardaespaldas de Blas Piñar, líder del partido fascista Fuerza Nueva, que tras empujar a la pared de la sala que ocupaban a una decena de los reunidos, los ametralló a mansalva. Javier Sauquillo, así como los abogados Enrique Valdelvira, Serafín Holgado y Luis Javier Benavides, además del empleado represaliado de Telefónica Ángel Rodríguez Leal, murieron en unas horas y cuatro personas más resultaron heridas de diversa consideración: Lola González Ruiz, Alejandro Ruiz Huerta, Miguel Saravia y Luis Ramos Pardo. Aquel atentado implicó uno de los episodios más dramáticos y de mayor tensión, por su carácter provocador, en la Transición.
En aquel atentado Lola González Ruiz, como la conocían sus compañeros, recibió en el maxilar impactos de bala, con lesiones que le dejaron daños permanentes y por las que necesitó intervenciones quirúrgicas consecutivas.
Amante de la lectura, del cine y de los viajes, “volcada en la amistad”, como reconocen sus allegados, Dolores González Ruiz llevó con enorme entereza, signada por intermitentes fases de melancolía, los tres dramas que sufrió en carne propia y también en su corazón, doblemente asesinado, a consecuencia del carácter represivo del franquismo y de la larga sombra que su dictadura dejó en España también a lo largo de la Transición. Tras aquel segundo trance, ella trabajó en un gabinete de urbanismo del PCE en Madrid, luego en varios despachos laboralistas de Comisiones Obreras, en Santander, y se jubiló hace cuatro años.
Fuente: http://politica.elpais.com/politica/2015/02/01/actualidad/1422748247_495889.html.
Más aquí: El corazón helado en enero.
Y aquí: María Dolores, una víctima del fascismo.
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